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Por José Rojas
Número 36
Más
que un ensayo o artículo académico, nos conformamos
aquí con sembrar incitaciones, con evocar a modo de muy libre
ensayo (y sirva de homenaje a Montaigne, maestro de co-municadores
al iniciarse los tiempos modernos) múltiples aspectos de
la imagen, la virtua-lidad, la cultura, el arte y la comunicación,
de cara a un nuevo milenio, llamando la atención sobre diversos
problemas y el carácter ambiguo, contradictorio o, en todos
los casos, rela-cional de los conceptos y fenómenos evocados.
Como evocación, más que datos y conclu-siones inamovibles,
buscamos motivar reflexiones y diálogos más precisos
a partir de los planos subrayados.
I. Vivimos Quimeras (O "Toda Imagen Es Virtual")
Tan
abundantes discursos, esperas y festejos, hoy, por el advenimiento
de un nuevo mi-lenio, me recuerdan nuestra capacidad para asumir
como si fuesen hechos y entes concretos muchas imaginaciones, quimeras
y convenciones, que no incumben sólo al ámbito de
las imágenes, las comunicaciones o el pensamiento general,
sino a todo lo histórico, lo cultural, lo humano (en fin
de cuentas, tan indisolublemente ligados entre sí).
Pudiera
uno comenzar -pero no lo haré, pues constituye un lugar excesivamente
común- con el tópico de nuestro calendario moderno
(gregoriano, por más señas) y su suprema arbitrariedad,
tan inferior al de los aztecas y otras culturas que sí fijaban
fechas, períodos y nombres de acuerdo con movimientos planetarios,
solares, lunares y sucesos cósmicos en general. No un primero
de enero en el que no comienza realmente nada más que lo
que no-sotros convenimos, ni siquiera en este año dos mil,
simplemente porque un monje medieval llamado Dionisio y apodado
"El Exiguo" no acertó con el cálculo (muy
bien intencionado y muy erráticamente perpetuado desde entonces)
del nacimiento de Cristo, que cumplió dos mil años
hace ya un quinquenio.
Y
vivimos estas fechas y divisiones tan erráticas y convencionales
(erráticas, convencio-nales, falaces, ilusorias, ¡cuidado!,
no es lo mismo que virtuales) como absolutos incues-tionables,
como presencias insoslayables. Después de todo, humanos somos,
errar es de humanos, y una convención o un hábito
más o menos diferente no va a transformar al mundo.
Tampoco
comienzo estas evocaciones con el tema del lenguaje y su relación
con la cul-tura, aunque no perdemos nada con evocar, al menos de
paso, nuestra contumaz propensión (claro, la de quien no
es un lingüista consumado) a vivir nuestra propia lengua
como la lengua, como si se naciese ya con el español
o el chino como se nace con un corazón y dos piernas, y como
si se naciese ya con los hábitos y costumbres de nuestra
cultura, de nuestros padres, aún a pesar de esta cultura
y su correspondiente educación. ¡Cómo olvidamos
que ni siquiera caminásemos erguidos ni hablásemos
si no nos enseñaran (y a veces hasta prácti-camente
nos obligan), y que somos personas porque hablamos, o sea, tenemos
un pensa-miento y participamos del VERBO (que no sólo se
hacer verbal, sino también gestual, es-pacial, temporal).
¿Cómo
extrañarnos, entonces -y ya vamos entrando más en
materia- , que sustan-ciemos y corporeicemos las imágenes
hasta tal punto que las concibamos como entes, objetos ahí
existentes de modo absoluto y autónomo, a fuerza de tanto
verlas asociadas a cuerpos, o simplemente, de tanto percibirlas
cotidianamente? "Ser es ser percibido", dijo el famoso
Berkeley, y aunque tampoco lo creemos así como así,
también entendemos sus razones.
¿Cómo
no entender, entonces nuestro olvido del carácter siempre
relacional de la imagen (entre el sujeto perceptor y la fuente emisora
de rayos o campos electromagnéticos) y de que toda imagen
es una realización concreta "aquí, ahora y así"
de un sinnúmero de resultantes posibles según, al
menos, tres variables: fuente, perceptor y circunstancias?
Y
saber que ninguna imagen existe siempre y universalmente como ente
independiente, fijo, cristalizado, sino sólo para quien la
realiza mediante un acto de percepción en una cir-cunstancia
dada, siempre condicionada histórica, culturalmente: vemos
lo que vemos porque - además de nuestro aparato fisiológico
y de las cualidades físicas de los rayos emiti-dos-la cultura
nos condiciona a verlo así, y eso nadie lo duda desde Van
Helmholtz y luego, mucho menos en este siglo desde Panofski, Gombrich
y otros muchos.
Saber
esto es saber que toda imagen es virtual. Así de sencillo.
Y, una vez más, ¿por qué extrañarnos?
¿Acaso
la misma "realidad" no posee también sus tonos
virtuales? ¿Acaso no construimos la realidad (tanto a nivel
social como individual) a modo de concreciones o actualizaciones
nacidas de un foco cuya "naturalidad" no pretendemos negar
del todo pero que siempre existe "para nosotros" y modificada
por las asunciones que hacemos de ella"? He ahí los
muy distintos enfoques del tema, desde el pensamiento clásico
del siglo XIX y principios del XX hasta las diversas y divergentes
perspectivas actuales, como las de P. Berger y T. Luckmann en La
construcción social de la realidad, y J. R. Searle en
La construcción de la realidad social.
Calendarios,
lenguajes, imágenes, incluso "realidades" son unas
veces mucho más rela-tivos, convencionales y quiméricos,
y otras veces mucho más "virtuales" que lo que
nos luce a primera vista, por simple falta de toma de conciencia.
Y, subrayamos, no es posición de agnósticos ni de
escépticos, sino de culturólogos, sociológos,
psicológos y comunicólogos, incluso de los más
realistas.
II. ¿Realidad? Virtual Y "Realidad Virtual"
Puede
resultar aventurado calificar a toda realidad (socialmente, humanamente
vista) como virtual. Pero ésta sí lo es, al menos
desde muchas perspectivas.
Aun
afiliándonos al más empedernido realismo y viendo
a la realidad (En todo caso, a lo "existente", a la "naturaleza":
no entremos en detalles) como lo Uno, constituida esencial-mente
como Única, a la cual nos aproximamos, concebimos o reflejamos
más o menos objetivamente; deviene inevitable recordar esa
aludida y sempiterna variedad de aprecia-ciones de su concepción
o visión, de lo cual es muestra la historia de las ciencias
así como la historia de la filosofía.
La
"concepción del mundo" (la "Weltanschaug"
tan famosa de la filosofía alemana) ha sufrido (y disfrutado)
tantas variaciones como épocas, lugares y movimientos ha
habido. Y si hablamos específicamente de la "realidad
social", mucho más aún.
Nada
extraño es ya el tema de las "realidades" construidas
por los diversos medios de comunicación.
Desde
el arte de las cavernas, desde los textos de las pirámides,
desde los primeros medios de comunicación (claro, el gesto
y la palabra) hasta Internet, los lenguajes y los medios son inseparables
y ponen de manifiesto ese aspecto virtual de la realidad
como potencia, haz de fuerzas, relaciones, variables y programas
que se actualiza, se concreta, singulariza, inter-preta y reinterpreta
cada día y en cada ocasión.
¿Cuán
virtual no es el mundo homérico, ese mundo de hombres, héroes,
dioses y semi-dioses, tierra, Hades y Olimpo interactuantes; o el
de la Divina Comedia del Dante, más bien escindido
en círculos y niveles, pero con un divino programa común
a actualizarse según voluntades y circunstancias (virtudes
y pecados); o el de las novelas y filmes de anticipación
científica (el de aquellos que se dan realmente como eso,
como anticipación).
Recordemos
una vez más la famosa transmisión radial -actualizadora
en su momento- de La guerra de los mundos, transmitida con
tan magistral (y eficaz) virtualidad por Orson Welles.
Claro,
la modernamente llamada "realidad virtual", esa vinculada
al ciberespacio, posee, no lo dudamos, un grado más
agudo de virtualidad que la realidad llamada "natural",
porque aquella es un grado menos concreta y realizada en el aquí
y el ahora. Cuestión de grados y de agudeza.
La
atención sobre lo virtual (imagen, realidad, lenguaje, comunicación
y cultura) no surge en estas últimas décadas a partir
de la cibernética, y ni siquiera con las nuevas artes y mo-vimientos
artísticos de la a veces bien y a veces mal llamada "posmodernidad",
su institu-cionalismo, su conceptualismo y su "apertura"
de obras y acciones hacia las perspectivas y recepciones personales.
Con otras formulaciones y, quizás, con menos conciencia de
ello, se manifestó ya mucho antes del siglo XX para alcanzar
luego un clímax en las décadas de los años
cuarenta y cincuenta (Vigotsky y sus seguidores) y luego otro en
los cincuenta y sesenta (McLuhan, la Escuela de Palo Alto, ...)
de la vigésima centuria.
A
fines de los noventa, dicha reflexión, consciente a plenitud,
estimulada y abundante, llega a sentirse como vital. Los grandes
horizontes de su implementación cibernética favo-recen
múltiples perspectivas, con frecuencia incluso discordantes,
para llegar a esbozar una nueva "sociedad de la comunicación"
(desde Habermas hasta Luhmann y otros), sociedad de infinitos enlaces
interpersonales, intergrupales, universales, donde cada uno esté
(si no como ser, sí como alcance, como potencia virtual)
en cada punto del planeta; o plantear "la cons-trucción
social de la realidad" (Berger y Luckmann) o la "construcción
de la realidad social" (Searle); sin que falten otros variados
puntos de vista.
Pero
el hecho de que determinado progreso técnico posibilite al
hombre de hoy simular, recrear y hasta crear de modo más
cristalizado (no sólo en el plano de las sensaciones y percepciones;
además, en el de las actualizaciones y lo concreto) un objeto,
entorno, mundo y realidad; no ha de ocultarnos, sino más
bien develarnos las antiguas y las constantes virtua-lidades (como
lo han intentado, entre muchos más, Gilles Deleuze y Félix
Guattari en sus ensayos El Anti-Edipo y Mil mesetas, John
Pfeiffer en su libro La explosión creativa y Howard
Rheingold en su Realidad virtual), constantes donde se inscriben,
quizás en primer orden, las imágenes del arte pero
en fin de cuentas el universo humano.
III. Todo arte es virtual
La
índole virtual del arte es una de las perogrulladas (¡qué
contradicción!) más descono-cidas (de hecho si no
de conciencia) aun por afamados analistas.
Función
y esencia (una de ellas, no la única) del arte ha sido siempre
construir imágenes, un mundo de imágenes o, como algunos
prefieren, un "modelo imaginal".
Su
finalidad (sin fin, como insistió Kant) no es el cuerpo:
el o los cuerpos (cuando los hay) son puras mediaciones para
la imagen y, más virtualmente aún, para la situación
estética, para la percepción y el sentimiento
de lo artístico, en particular, y de lo estético,
en general.
Por
muy sólida, corporal y, por ende, concretizada y cristalizada
que pueda lucirnos una obra de arte (¿qué mejor ejemplo
que las gigantescas catedrales?), su verdadera ontología
y asimismo su fenomenología radican en la imagen que percibimos
de esa, o mejor, a partir de esa solidez corporal, y no en su materialidad
propiamente dicha, aunque ésta, por supuesto, influya cual
una de las causas importantes de la imagen y todas las percepciones
que expe-rimentamos ante ella (las condicionantes institucionales
y, en general, culturales son otras causas, entre varias más).
En
cuanto arte, es tan "imaginal" una pequeñísima
acuarela como una gigantesca catedral o una obra escénica
(digamos, una grandiosa ópera) pues, la obra de teatro, el
ballet, la ópera no son los señores A y B, las señoras
C y D y los atrezzos del escenario, sino las imágenes
(danzarias, teatrales, operáticas) creadas a partir de lo
que se desenvuelve en el escenario (y según nuestra fisiología
visual y acústica, y nuestra sicología e instituciones
y acondicio-namientos culturales generales).
Asombra
ver cómo ya al inicio de un nuevo milenio supuestamente tan
avanzado en es-peculaciones, razonamientos y comprensiones, se siguen
confundiendo artes, imágenes y mediaciones. Y el ámbito
más frecuente es quizás el del cine. ¡Cuántas
contraposiciones, por ejemplo, entre cine y teatro comparan "imágenes"
ilusorias, "ilusión de realidad" con "cuerpos",
artes "corporales", etc., etc.
¡Parece
increíble que aún no deslindemos entre "imágenes"
e "imágenes artísticas" (tea-trales, escénicas
en general, fílmicas: igualmente imaginales en cuanto arte,
en cuanto mundos igualmente virtuales) y los recursos y mediaciones
productoras suyas!
¡Y
no es poco frecuente escuchar deslices -a veces más o menos
solapados y hasta de afamados teóricos- confundiendo, conceptualizando
e incluso explicando al cine como imágenes mientras
el teatro sería cuerpos y presencias reales, confundiendo
así lo imaginal con sus mediaciones!
Por
supuesto, las dos clases de imágenes pueden proporcionar
experiencias diferentes (fílmicas unas, teatrales otras)
porque las fuentes y mediaciones, los recursos y circunstan-cias
no son idénticos, y pudiésemos ponernos a especular
sobre la matriz cinematográfica como una mediación
de segundo grado (mediación de mediaciones) con respecto
al escena-rio teatral como mediación directa, de primer
grado.
Mas
estas y otras muchas especulaciones posibles y los matices no se
inscriben en nuestra evocación actual. Constituyen otros
temas que, de todos modos, no son obstáculo para que reafirmemos
el carácter imaginal (y virtual) tanto de la obra fílmica
(con su matriz fotográ-fica o electromagnética: mediación
de mediaciones) como de la imagen teatral (con sus mediaciones escénicas
directas) como de cualquier experiencia artística, corporal
o no, perdurable o efímera.
IV. "Virtualidad" Virtual y Ética
Uno
de los mejores efectos de la imagen que hoy solemos llamar, propiamente,
virtual (asociada a computadoras, programas, terminales ópticas,
etc.) ha sido precisamente la conciencia de la sempiterna virtualidad
de la vida humana, de nuestro devenir histórico, de nuestra
cultura, así como de la necesidad y las fructíferas
posibilidades de la imagen virtual, la realidad virtual y todo el
virtual ciberespacio.
De
uno u otro modo, nos hallamos ante una nueva extensión, una
nueva modalidad de extender el universo humano o (valiéndonos
de las precisiones desglosadas por Pierre Lévy en ¿Qué
es lo virtual?) un paso de avance en esa virtualización
implicada en la cultura que ha hecho, simple y llanamente, que el
ser humano sea compleja y ricamente humano.
¡Lástima de los apocalípticos de que habla Eco
en su Apocalípticos e integrados! ¡Pobres milenaristas
de siempre! ¡Lamentémonos por los "videoniños"
que describe Giovanni Sar-tori en Homo Videns, y también
lástima de los videoidiotas!, porque sí podrán
existir (hay de todo en la viña del Señor). Pero también
podemos confiar un poco más en nosotros -sé que no
siempre es tan fácil- , en nuestras potencialidades para
superar riesgos, obstáculos, males reales, y en las bondades
que traiga el ciberespacio, como la energía atómica
y toda la física nuclear y cuántica a pesar de las
nefastas bombas y otras armas nucleares. He ahí todo un universo
de comunicaciones, de cálculos y simulaciones científicas,
de realizaciones artísticas y, por qué no, de entretenimientos.
Hay
grados de virtualidad y diversos ámbitos de manifestación
de la misma. Puede ser estéril o fructífera, beneficiosa
o perjudicial, agradable o angustiante, ... Depende del qué,
el cómo, el cuándo, el porqué, el para qué,
el quién...
De
uno u otro modo, nos hallamos ante una nueva extensión, una
nueva modalidad de extender el universo humano o (valiéndonos
de las precisiones desglosadas por Pierre Lévy en ¿Qué
es lo virtual?) un paso de avance en esa virtualización
implicada en la cultura que ha hecho, simple y llanamente, que el
ser humano sea compleja y ricamente humano.
V. Extensiones, Comunicación, Cultura
Las
nuevas modas o, en general, las novedades muy sonantes suelen provocar
el olvido de otros hitos importantes.
Muchos
de tales hitos dejan de ser manidos aunque el tiempo que los subsume
no sea tan prolongado, y aunque se hallan en la base (es verdad,
no siempre con toda conciencia) de las modernas teorías y
experiencias sobre virtualidad y comunicación; relegados
sin que hayamos cosechado aún todos sus posibles frutos y
a pesar de que incluso sus aspectos menos "tecnificados"
(entendido en lenguaje "cibernético") siempre podrán
valer como complementos del más sofisticado mundo comunicacional.
Porque, después de todo, en la base estamos nosotros, los
hombres reales, concretos, corporales, sin quienes no tiene sentido
la progresiva virtualización; los seres que, en fin de cuenta,
actualizamos, hacemos concreta y real toda virtualidad.
De
momento se habló en cada salón de McLuhan, pongamos
un ejemplo, y luego pasó al plano de bibliografía
más o menos clásica pero en la práctica menos
leída de lo que debiera serlo.
Y
si el caso McLuhan resulta tan buen ejemplo, es porque sentó
bases importantes para "comprender los medios de comunicación"
(así promete un libro suyo). Y aunque no haya que creer al
pie de la letra que "el medio es el mensaje" (otro de
sus textos y prédica cons-tante) tampoco hemos de rechazarlo
de plano, y aunque sean a menudo unilaterales o in-completas sus
visiones sobre las galaxias de la oralidad, de la imprenta (Gutenberg)
y de los más modernos medios, tampoco carece de razones sobre
la transformación producida en el hombre (en su sensibilidad,
su disposición perceptiva, su distribución del tiempo
y el espa-cio, etc.) por la "ecología" de los medios.
En
general, estas últimas décadas del milenio han cambiado
en progresión geométrica, hiperbólica, la faz
de las comunicaciones, de los conceptos sobre ella, de las modernas
so-ciedades industriales y de su universo total de imágenes
y signos ("semiosfera").
Otro
ejemplo de fructífero hito, quizás más fecundo
y menos recurrido aún de lo debido, es la "Escuela de
Palo Alto": Bateson, Birdwhistell, Hall, Watzlawick,...
Mientras
los más "modernos" (y los llamados "posmodernos")
se enfrascan en el desa-rrollo de los más sofisticados mass
media posibilitados por la electrónica y el láser;
los investigadores de Palo Alto, apegados a lo raigal del hombre
y la cultura, sin dejar de ser también modernos en sus problemas
y motivaciones, fijando su atención en lo más cercano
y corporal (en lo hasta cierto punto menos virtualizado) pero también
en lo ambiental y cultural (lo más extendido y virtualizado),
fijándose holísticamente en el hombre y su entorno
ob-tienen (precisamente por lo antes referido) genuinos descubrimientos,
renovaciones y crite-rios de base.
El
cuerpo y el gesto (la kinesia), el tiempo y el espacio (la proxemia),
las contradicciones internas de la psiquis y de las relaciones intrafamiliares
e intragrupales (el "doble vínculo") pueden encabezar
un inmenso listado de las áreas y problemas en que se fijaron
y hallaron relevantes soluciones y concepciones.
Ampliando
la lista, no podemos soslayar una de muy alto rango: la destrucción
definitiva (y probada) de los viejos modelos de la comunicación
desde Aristóteles y muchos siglos después Laswell,
Shannon y Weaver, Schramm, Maletzke...; desenmascarados como ve-tustamente
cartesianos (racionalistas, verbales, lineales). Porque, y lo demostraron:
"Es imposible no comunicar" (He ahí el gesto, la
posición, el silencio) y un genuino modelo de la comunicación
ha de ser "orquestal" (en el sentido de polifónico,
resonante, ambiental...).
Además,
y estas teorías las desarrolló al máximo Edward
T. Hall (El lenguaje silencioso, Más allá
de la cultura), la comunicación es la base de la cultura
(y, claro, de la educación y otras actividades fundamentales
del hombre). La cultura es un sistema de extensiones (homenaje explícito
a McLuhan), muchas de ellas de segundo grado, que toman el lenguaje
(extensión de primer grado) como núcleo para conformarse.
Por
supuesto, y aunque no suele acudirse a la palabra, la virtualidad
es omnipresente; los procesos de extensión y la virtualidad
permean toda cultura: conciencia e inconsciencia, emociones e idiosincracia
se encargan de actualizar, concretizar, realizar en cada instante
y circunstancia (tiempo, espacio y sociedad) esos múltiples
programas sicológicos y cultura-les, históricos, que
mueven el devenir humano, las diversas culturas y, claro, por supuesto,
los universos de imágenes.
Tampoco
a los investigadores de Palo Alto le habían faltado precedentes
-y no sé hasta qué punto conocidos por estos ilustrados
psicólogos, sociológos, comunicólogos y culturó-logos,
pues no recuerdo haberlos visto en sus citas, exceptuando a Luria.
Entre
tales precursores, Vigotski, muy puesto de moda ahora sobre todo
entre los educa-dores y artistas de América Latina, Europa
y los Estados Unidos de América, sagaz estudioso del pensamiento,
el lenguaje y las artes, y luego un discípulo suyo llamado
Leontiev, se irguieron como pilares de la comprensión del
hombre a partir de la cultura, de la cultura como extensiones generales
(claro, sin utilizar esa palabra, según recuerde) y como
poten-cializaciones desarrolladas y por desarrollar.
Así,
la cultura resuelve necesidades sustituyendo, creando, objetualizando
lo que el hombre no tiene y lo que las fuerzas históricas
desencadenan: el frío con abrigos al no tener pieles como
la del oso o la foca; la traslación con aviones, al no tener
alas como las águilas. Los estereotipos genéticos,
la herencia biológica es no sólo "extendida",
sino incluso supe-rada, sobrepasada, potencializada mediante la
herencia cultural.
Y
en la médula de la herencia cultural, el pensamiento y el
lenguaje, la memoria y la comunicación. Pensamiento, lenguaje,
comunicación y hombre son, pues, indisolubles. No existe
uno sin el otro. No hay género humano sino gracias a la imaginación
creadora, con su capacidad de anticipar, concebir, proyectar, programar
y "virtualizar" lo que luego se hará concreto,
tangible, actual y, nuevamente... "virtual", en un continuo
devenir no de retorno sino de desarrollo dialéctico (al menos
en la concepción de ellos).
¿Cómo
ignorar la relevancia del binomio virtualidad-concreción
(o actualización) y que toda realidad humana es virtual antes
de ser actual, y que aun siendo ya "actual" sigue siendo
"construida" tal como, sin que tengamos que suscribir
totalmente sus ideas y matices, es-bozan Peter Berger y T. Luckmann
en La construcción social de la realidad?
VI. Clausura Provisional (¿y Virtual?)
Hemos
evocado, conjuntamente, un mundo de problemas, soluciones y propuestas.
Por
mi parte, sin embargo, todavía me gustaría escribir
una serie de frases que, evocadoras, sintetizando lo anterior, invitan
a abrirnos hacia nuevos mundos de reflexión.
Nos
despedimos con ellas:
Toda
imagen es virtual. Todo arte es, en cuanto arte, imagen y, en cuanto
modelo de imágenes, es virtual. Toda realidad tiene, al menos,
ciertos visos de virtualidad. Toda cultura es producto de potencializaciones,
extensiones y actualizaciones de lo ya dado o realizado concretamente
y de los procesos humanos de anticipación y virtualización,
y a la vez necesita generar nuevas virtualidades: al inicio, en
medio y al final de todo proceso cultural podemos hallar la virtualidad.
La comunicación es médula de la cultura. Es imposible
no comunicar. El espacio virtual llamado "cibespacio"
conforma cada vez más una nueva sociedad de comunicación.
Virtualidad, imagen, lenguaje, realidad, cultura y comunicación
son con-ceptos y fenómenos cada día menos desvinculables
para el hombre, y lo fueron siempre.
Y
al hombre corresponde la última palabra en cuanto a los posibles
Apocalipsis o los mejoramientos humanos.
Dr.
José Rojas Bez
Profesor Titular del Instituto
Superior de Arte de Cuba y miembro de la UNEAC, la FIPRESCI
y SIGNIS, Cuba. |