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2004

 

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El Hombre Auténtico: Nietzsche y la Moral
 

Por Alejandro Ocampo
Número 37

Después de hacer un rápido repaso por los clásicos del pensamiento ético, es sin duda con Federico Nietzsche con quien se pone punto final a este concepto. Nietzsche pide un alto y un nuevo principio para el hombre. La malentendida frase, que lo mismo le ha valido viscerales críticas de sectores relacionados con la derecha religiosa, que vacías alabanzas de sectores relacionados con la izquierda anticlerical, de que el tiempo comenzará a separarse entre un antes y un después de Nietzsche, no sólo puede ser válida a partir de su visión del mundo, sino a la descomposición de los proyectos y la concepción de la función del hombre en su relación con la realidad. Si Kant fue el último gran ordenador, Nietzsche fue el anunciador de que el sistema no daba para más, el sistema había colapsado.

"Dios ha muerto" es su grito de guerra más conocido. Interpretarlo textual no sólo es ingenuo, sino francamente estúpido. La muerte de Dios representa el definitivo rompimiento con lo anterior, la transmutación de todos los valores para la formación del nuevo hombre que, paradójicamente, fue el primero. Es curioso observar como los sectores clericales han tomado esa frase como un ataque personal y directo, pero no lo es en sentido estricto, sino que Nietzsche alude a Dios como el fundamento y el gran símbolo de Occidente en su afán por revertir los valores reinantes. El ataque es contra la creencia, la referencia a Dios es coyuntural en la medida que él representa esa creencia, la creencia.

Más aún, si los creyentes consideran que el ataque es contra ellos, su lectura y entendimiento es o primitivo o más bien del tipo de los que leen sólo lo que quieren leer, pues Nietzsche los condena tanto como a sus modernos admiradores ateos: "Suponiendo que todo lo que el hombre <conoce> no hace lo bastante por sus deseos, sino que más bien los contradice y provoca escalofríos, ¡que divino pretexto es poder buscar al culpable no en el <desear>, sino en el conocer!" (Nietzsche, 2003, p. 201). La crítica de Nietzsche, pues, está en el desear, en la necesidad de creer, aun cuando sea creer en que no se cree. La propuesta de Nietzsche, la transmutación de los valores, no está en el ser anticristiano o, simplemente agnóstico, sino en dejar esa necesidad y es que el ser agnóstico sólo revalora y ratifica lo poderoso del ideal de Dios y ese ansioso deseo del creer.

Aunque en algunos casos caótica, la visión de Nietzsche es un verdadero caudal de pasión y de energía desbordada por y para el hombre. Completamente opuesta de la frialdad y ecuanimidad de su acérrimo enemigo intelectual: Kant, con quien sin embargo, coincide en la inexactitud en el uso de los conceptos de ética y moral, que se ven difusos y utilizados indistintamente.

La enorme y fuerte torre construida a partir de la conjunción entre religión y razón que empredieran Lutero en el plano religioso y Kant en el filosófico a manera de solución definitiva e integradora de las humanidades y las divinidades, es tirada a punta de cañonazos por Nietzsche que después de todo no estaba tan equivocado, la filosofía no volvería a ser igual, los sistemas completos se acabarían, en la cotidianidad posmoderna, el fatalismo mercantil y plastificado sería la moderna acepción del nihilismo. Hoy más que nunca el hombre no vale por sí.
La propuesta y la crítica de Nietzsche van contra los valores actuales, contra la podredumbre del andar actual, pero no sólo se queda ahí, porque Nietzsche entiende bien que cambiar por cambiar sólo daría por resultado un antivalor similar al agnosticismo frente al cristianismo, es decir, nada. Hasta ahora sólo se había destruido la torre parcialmente, hasta ahora los cimientos seguían siendo los mismos, lo destruido era siempre sustituido y lo nuevo acoplado perfectamente con el estilo y la forma ya iniciada, Nietzsche lo entiende y lo destruye todo. No es casualidad que lo que proponga primero sea una genealogía, es decir, ahondar desde el principio para encontrar en dónde se torció el camino, la destrucción de la torre sólo podrá hacerse acabando con ella desde sus cimientos y la genealogía es la herramienta ideal para encontrarlos.

No es difícil encontrar las bases del andar occidental, Bukhart lo explica así "No nos liberaremos de la antigüedad a menos -o hasta- que volvamos a ser bárbaros" (Burckhardt en Mayer, 1994, p. 7). El problema, estuvo en Grecia. Tratar de comprender a Nietzsche sin sus fuertes raíces filológicas, es prácticamente imposible, sus profundos estudios en filología le valen un conocimiento más que extenso de la cultura griega. Es reiterada la demostración y el apoyo que le brinda a Nietzsche el estudio de las palabras para apoyar sus tesis. Esto fue el detonante que justamente le llevó a concluir que el problema estuvo ahí.

El Resentimiento
Todo en Grecia era bueno, hasta que apareció el demonio que acabó con las actitudes heroicas de las poesías de Homero, que promulgó la conmiseración, la humildad y la ética de amor y resignación: Sócrates.

Para Nietzsche el problema empezó cuando Sócrates introdujo el concepto de bueno y de malo, lo que trajo consigo el actuar conforme al logos, a la razón. El espaldarazo final lo daría Platón expulsando de la República a los poetas, señalando al cuerpo como un mero encierro del alma y condenando al hombre a una vida regida no por sí, sino en función de los demás. El logro fue uno muy claro: suprimir pasiones y, por ende, encontrarlas como perversas, como una mera deformación del hombre quien no debería dejarse gobernar por otra cosa que no fuera su razón.

Las consecuencias de este pensamiento fueron a dar, por el cristianismo en un lado y por el judaísmo al otro lado. Las similitudes en la moral y la ética tanto socrática, como platónica y el cristianismo son por demás conocidas, baste señalar por ahora la supresión de las pasiones bajo el concepto de continencia y la santificación de la divinidad bajo el concepto de Dios. En el judaísmo aplican principios muy similares. Esto es el punto de partida para producir lo que Nietzsche llamará: la moral del esclavo.

La moral del resentimiento, del odio a sí mismo, del miedo. Esa es la moral de la cristiandad y del judaísmo. Formadas como respuesta a la grandiosidad y fortaleza de romanos y egipcios, como una forma de resistencia y diferenciación llevada a tal grado que los valores fueron invertidos y retomados los de Sócrates y Platón, una auténtica venganza espiritual. Ambas religiones elevan lo malo a lo malvado y son dirigidas por sacerdotes que la vez son guías y castigadores, pero ¿qué caracteriza a un sacerdote de uno de más del rebaño? Además de su peculiar forma de vida, Nietzsche los acusa de resentidos:

Desde su impotencia, crece en ellos el odio hasta convertirse en algo gigantesco y siniestro, en lo más espiritual y lo más venenoso. Los más grandes odiadores de la historia mundial siempre han sido los sacerdotes, y también los odiadores más espirituales: frente al espíritu sacerdotal de venganza, apenas cuenta cualquier otro espíritu ... Fueron los judíos quienes se atrevieron a invertir, con un terrorífico rigor lógico, la ecuación aristocrática de los valores (bueno=noble=poderoso=bello=feliz=amado por los dioses) y la retuvieron aferrada entre los colmillos del odio más abismal: <sólo son buenos los miserables, los pobres, los impotentes, los bajos, los que sufren, los que pasan penurias, los enfermos, los feos son los únicos piadosos, los únicos bienaventurados, sólo para ellos hay bienaventuranza; en cambio, vosotros los nobles y violentos, sois por toda la eternidad los malvados, los crueles, los lascivos, los insaciables, los impíos, y seréis también, eternamente, los desdichados, malditos y condenados> (Nietzsche, 2003, p. 74-75)

Y es que para Nietzsche el hombre verdaderamente bueno, es aquel que fija sus propios valores, aquel que decide sobre sí y para sí, aquel que expresa su vitalidad a través de su ser personal, a través de la originalidad de su ser. La nobleza es no esconder nada, incluyendo la pasión y la voluntad toda. Sólo eso es lo que vuelve a alguien Señor y ello incluye privilegios:

Antes bien, fueron los propios <buenos>, es decir, los distinguidos, los poderosos, los de posición e intenciones superiores, quienes se sintieron y valoraron a sí mismos y a sus acciones como buenas, es decir, como de primer rango, por oposición a todo lo bajo, lo de intenciones bajas, lo vil y lo plebeyo. Sólo de este pathos de la distancia extrajeron el derecho a crear valores, a acuñar nombres para los valores: ¡qué les importaba la utilidad! (Nietzsche, 2003, p. 67)

Es justo aquí donde Nietzsche refuta con mayor energía fundamentándose en sus raíces filológicas: "El derecho de los señores a dar nombres llega tan lejos que podríamos permitirnos concebir el origen del lenguaje mismo como una manifestación del poder de los señores" (Nietzsche, 2003, p. 66-67). No es difícil concluir que la otra gran crítica de este filósofo va sobre la democracia, concepto y realidad que en mundo moderno tiene un sentido de bueno, pero que resulta el completo antivalor a la aristocracia no sólo de la moral, sino de la guía y de la detención de poder. La moral es impuesta y el hombre la acepta completa, le hereda sus traumas, sus culpas, sus miedos, sus pequeños placeres, sus odios; la moral pues, es lo más democrático que hay.

Para Nietzsche el problema principal estriba en el resentimiento como maquinaria creadora, como el origen de un sistema de valores que, subrepticiamente, conduce a la culpa y la negación de la autonomía de la persona misma:

Mientras que toda moral noble brota de un triunfante decir <sí> a uno mismo, la moral de esclavos dice de antemano <no> a un <afuera>, a un <de otro modo>, a un <no idéntico>: y este <no> es su acto creador. Esta inversión de la mirada que instaura valores, esta necesaria dirección hacia fuera en lugar de hacia atrás, hacia sí mismo, pertenece precisamente al resentimiento: la moral de esclavos necesita siempre, para surgir, primero un mundo opuesto y exterior; necesita, por decirlo en lenguaje fisiológico, estímulos externos para actuar; su acción es radicalmente reacción (Nietzsche, 2003, p. 78).

Ascetismo y vitalidad
El remate de la crítica de Nietzsche a la moral moderna es el carácter ascético como opuesto a los valores vitales del hombre. Nietzsche aquí equipara el concepto de ascetismo al de estoicismo y, por supuesto, del carácter inquisitivo y represor de la razón como negación a la vitalidad del hombre.

Es posible definir a los valores vitales como las formas de expresar sentimientos e instintos y es aquí donde se conecta la enorme crítica de Nietzsche hacia la razón, porque reprime en aras de un sentimiento ascético:

¡Ah, la razón, la seriedad, el dominio sobre los afectos, toda esa cosa siniestra que se llama recapacitar, todos estos privilegios y suntuosos ornatos del hombre: qué caros se han hecho pagar, cuánta sangre y crueldad hay a la base de todas las <cosas buenas>! (Nietzsche, 2003, p. 103)

Los valores vitales, pues, van desde la alegría, hasta la pasión y su negación sólo representa dos cosas: la sumisión a una promesa introyectada a fuerza y fundamentada en el resentimiento o, una pobreza espiritual del hombre y una inferioridad con respecto a sí mismo. La tiranía del logos contra la vitalidad.

Nietzsche en realidad amaba al hombre, por ello proclamó su emancipación fundamentada en él mismo, en su individualidad y su auténtica presencia en el mundo. El odio y el resentimiento son el veneno del alma y el hombre mismo es quien se lo medica. Si como él mismo menciona, en el renacimiento hubo una pequeña luz que intentó rescatar la vitalidad del hombre, sus características, sus expresiones; cayó a manos del gran reformador: Lutero. Lo mismo sucedió con Napoleón, hombre que fincó sus valores en sí y demostró su vitalidad, pero que finalmente no pudo con todos los inferiores que a todas luces buscaron destronarlo.

La promesa de una vida más allá como condición de la tiranía del logos en esta realidad es, para Nietzsche, irrealizable e inaceptable. Por eso es la crítica contra el cristianismo, el hombre debe creer en sí, la metafísica actual está equivocada, el hombre es el principio y el fin.

Conclusión
Nietzsche es el punto final, no sólo a la ética, sino a la filosofía clásica. Su visión del mundo estriba no sólo en el definitivo rompimiento con el pasado, sino en la fuerte necesidad de transformar al hombre. Para Nietzsche el sistema se ha llevado al extremo y en su lucha por sobrevivir ha absorbido al hombre, peor aún, el hombre se ha entregado a éste. Cada día que pasa, sólo se observa más resentimiento, más subordinación, más culpa, más supresión de pasión que deja escapar impulsos equivocados. Nietzsche cobra más y más vigencia en el odio y frustración que México experimenta hacia los Estados Unidos, el vecino conquistador; hacia España: los perturbadores del paraíso.

Los individuos nobles son cada vez menos en relación con los espíritus mediocres y débiles que, como son mayoría, ocupan el poder y dirigen el movimiento social. La discusión actual en México acerda del IVA y el triste papel de los "intelectuales" sólo confirma su naturaleza: son tan pobres de voluntad como los dirigentes.

Los valores ascéticos deben volver a dar paso a los valores vitales. La crítica de Nietzsche a la cultura occidental marcada por el platonismo y cristianismo es la subordinación del hombre, su imposibilidad de crear sus propios valores y hacer su futuro a partir de esa muy personal tarea, pues no es posible construir un sentido de la vida. La imposición cristiano-platónica fundamenta su postura en valores metafísicos que poco o nada tienen que ver con esta realidad, por ello es necesario que el hombre sea el centro y no en términos egoístas, sino de una auténtica y completa realización.


Referencias:

Mayer, J.P. (1995). Trayectoria del pensamiento político. México: FCE
Nietzsche, F. (2003). La genealogía de la moral. España: Tecnos


Mtro. Alejandro Ocampo
Director del Proyecto Internet de ITESM Campus Estado de México, México. Así como de Razón y Palabra, primera publicación electrónica espacializada en Comunicación en América Latina