Por Gabriel Zaldívar
Número 37
Entre
las reglamentaciones necesarias a los asuntos que a medios de comunicación
se refieren, el derecho a la imagen de uno mismo está en
el olvido. Este es un tema que a nadie inquieta tal vez porque faltan
reflexiones sobre el asunto mientras unos cuantos se hacen millonarios.
¿De qué se trata?
El ejemplo
Hablemos de personajes públicos
que hacen de sí mismos un negocio de cantidades desconocidas.
Los ejemplos de aquellos que eligen una serie de productos y servicios
para dar su aval y referir como la mejor de las ofertas sobran.
Los mercadólogos están concientes de que unir una
imagen pública a un producto o servicio incrementa los números
del área de ventas, solo es cuestión de seleccionar
a la persona idónea, esa que comparte los atributos de lo
que se vende.
Quienes lo hacen, esos personajes
públicos, lo saben y explotan financieramente. Echemos un
ojo a las revistas de cine del mes de febrero y encontraremos a
un Fernández caracterizado de Zapata en más de un
ejemplar, a una Niurka o a un tal Oscar que premia a lo que, según
Hollywood es lo mejor del cine, preguntemos después a los
vendedores de estas revistas que cantante / actor dejó más
ganancias.
Anuncios de papas fritas en canto
y recomendación del ex – lucero de México, comediantes
que recomiendan detergentes, ungüentos para las hemorroides
y hasta refrescos de cola. Ana Gabriela Guevara como la publicidad
que corre. Mauricio Vázquez, un chico que se exhibe a diestra
y siniestra en cualquier canal de televisión mientras decora
productos de carácter dietético y recorre el mundo.
El asunto es una costumbre norteamericana. Recordemos a Madonna
o Michael Jackson trabajando para una marca de refrescos.
Políticos, cantantes, deportistas,
comediantes, entre otros. Eso sí, todos públicos y
posicionados para arrastrar a la marca consigo. Es parte del negocio
mediático y, en estos casos está reglamentado. Los
representantes y/o administradores de estos entes lo saben y alientan.
Ahora demos un giro al asunto. Pensemos
en la gente ajena a este ambiente del espectáculo mediático.
La construcción
Si nos ubicamos en
explicaciones que atienden a lo psicológico recordaremos
a quienes sostienen que una persona en su proceso de crecimiento
y desarrollo está en constante formación de la propia
identidad que luego proyecta con su imagen. Tomando ejemplos de
uno y otro lado, los personajes de los medios, los padres y maestros,
se lleva a cabo este proceso que no es asunto sencillo y tal vez
en donde mayores dificultades enfrenta es en la adolescencia.
Hoy puede salir el joven vestido
de camisa y pantalón con el pelo recién cortado y
mañana con ese mismo pelo en llamativo color rojo, algunos
cuantos aretes en las partes más íntimas de su cuerpo
sin olvidar los tatuajes y una ropa que ni los “boxers”
esconde. Es natural, está construyendo su propia identidad
que deja ver en su imagen. Durante ese período puede experimentar
múltiples y drásticas transformaciones. Lo que hoy
le parece extraordinario mañana lo considera irrelevante.
La complejidad radica en que este
proceso es interminable. Durante toda su vida, el ser humano está
transformándose en lo que se ve y lo que no se ve. Pero ¿cuántos
han descubierto que esta imagen es un buen negocio?
La venta
La llegada a México
de los “espectáculos de la realidad” (Big Brother,
La Academia, Operación Triunfo, Estrellas de Novela, Fear
Factor, entre los de mayor impacto) ha hecho relevante lo jugoso
del negocio de la propia imagen.
Los responsables de este tipo de
programas lanzan la convocatoria para ser parte del fenómeno
y, en este afán de los mexicanos por “pertenecer”,
se vuelcan para obtener la solicitud que tal vez sea un pase directo
a la fama. Con miles de contratos repartidos, pues así lo
presumen los organizadores, los jóvenes se prestan para hacer
toda clase de circos a fin de ser seleccionados: desnudarse frente
a los realizadores del “casting”, llorar contando las
historias más íntimas, cantar los temas de moda, imitar
a su artista favorito, contar chistes de innegable simpatía
y más. Los seleccionadores de talentos, con palabras y acciones,
incitan a los participantes para medir hasta dónde son capaces
de llegar, tal vez bajo la consigna: “lo más desinhibido
que encuentres te lo traes para hacerlo estrella”.
En las largas filas encontramos
de todo: mamás que presionan a las crías ¡para
que se desinhiban!, jóvenes que bailan y cantan con enorme
ánimo a las 6 de la mañana (¡de acuerdo!, el
talento no tiene horario), chicas que a pesar del frío matutino
muestran su cuerpo con ropa ajustada y largos escotes, actores profesionales
en busca de la oportunidad, adolescentes y otros no tanto que vienen
desde Mérida hasta Tijuana sin importar la distancia.
Luego, rápidamente, se ocupan
de llenar la “solicitud de trabajo” que pide los datos
mínimos necesarios para saber algo de la persona próxima
a convertirse en personaje: nombre, edad, domicilio, estudios (cosa
que realmente poco importa), datos familiares, entre otros, ya sea
pidiendo una pluma o aprovechando a los vendedores de plumas que
casualmente pasaban por ahí. Al término de las líneas
en blanco que esperan ser llenadas y tras una serie de “letras
chiquitas” se pide al personaje firme el documento y ¡claro!
signa el documento como si con ello asegurara su pase al estrellato.
Pero ¿qué dicen las
“letras chiquitas”? Que el presente es un contrato de
exclusividad que brinda a la empresa que lo suscribe todos los derechos
de explotación de la imagen del firmante quien no podrá
participar en ninguna otra organización más que esa
y que para ser parte de cualquier proyecto de carácter comercial
la persona que ha firmado deberá solicitar la autorización
de sus superiores. Dicho contrato carece de temporalidad definida
o se firma de por vida. O sea, no pueden hacer nada que la producción
contratante no autorice (o de lo cual se lleve una comisión).
Esto es, cobrarán (y así
lo hacen según lo han afirmado en declaraciones el ex big
brother) por cada aparición del firmante la cantidad de dinero
que la empresa decida que es justo mientras su imagen es explotada.
Así, ellos se hacen conductores, modelos de calendario o
revistas pornográficas, cantantes, locutores, actrices o
lo que sea, y la empresa cobra de por vida una parte proporcional
de sus ingresos. El único riesgo para los productores es
que la imagen no venda y deban fabricar otra.
Los actores profesionales tienen
muchas veces la curiosidad de revisar estas “letras chiquitas”
y de inmediato dejan el contrato pues conocen lo voluble de su mercado
de trabajo, pero estas convocatorias atraen en su mayoría
a gente que desea la fama a cualquier precio sin conocer los entretelones
de la industria.
La salida
Para quienes han caído
en el juego la salida parece ser un conflicto legal de larga duración
en donde, por su magnitud financiera, las productoras o medios llevan
las de ganar, y si en lo legal perdiesen, voltearán su maquinaria
para quienes salieron del redil. A quienes somos ajenos al ambiente
del espectáculo mediático tal vez debamos reglamentar
nuestra imagen para cobrar derechos a aquellos que deseen usarla.
Sin poner atención a la profesión que se tenga, usted
puede ser usado para hacer negocios y no obtener ninguna utilidad.
¿Hasta dónde va a llegar el poder mediático?
Mtro.
Gabriel Zaldívar Rivero
Profesor universitario y consultor en Comunicación |