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Por Alejandro Ocampo
Número 38
Para
Xavier Vilchis, con gratitud y estima
Introducción
El presente
trabajo hace una revisión de la idea del Hombre expresada
por el pensador danés Sören Aabye Kierkegaard. Se parte
del hecho de que el mismo Kierkegaard mira a la filosofía
no como una disciplina ordenada, exclusiva y por eso mismo como
poseedora de verdades a la manera especulativa de Hegel, sino como
una extraordinaria forma de autoconocimiento y de las posibilidades
del hombre, sin que ello implique necesariamente destruir sus límites.
En algún sentido coincide con Marx, quien se desprende del
grupo crítico de Hegel, y Kierkegaard, pues los filósofos
habían hecho ya suficiente tratando de comprender y explicar
al mundo, lo que hacía falta era transformarlo, llevarlo
a la realidad tangible. Sin embargo, y en esto sí marcando
una diferencia abismal con Marx, el pensamiento de Kierkegaard no
es impositivo, mucho menos científico y es estrictamente
personal.
Es precisamente Kierkegaard quien
influye definitivamente en pensadores como Martin Heidegger, Jean-Paul
Sarte, Albert Camus y muchos otros, que conformarían el estallido
existencialista de mediados del siglo XX. Como primer existencialista
de la era moderna, pues muchos apuntan a Agustín de Hipona
como el iniciador, Kierkegaard se coloca frente al espejo y deja
que el mundo gire, pues lo verdaderamente importante es él
como realidad y como sujeto, por eso es existencialista, porque
lo que más importa comprender es lo que, paradójicamente,
por siglos se ha olvidado: el hombre.
Hasta aquí la visión de Kierkegaard podría
parecer interesante y hasta pertinente, pero el danés va
más allá, su interés por el hombre no para
hasta encontrar a la persona, es decir, al hombre concreto, no al
hombre concepto-abstracción, sino al real, al que sufre,
al que se siente aturdido en cuanto encara y sufre a uno solo de
sus límites, al que ama, al que todo le parece un absurdo,
al que no se comprende a sí mismo. Kierkegaard, al más
puro estilo socrático, sabe que la mejor manera de transformar
al hombre concreto es precisamente entendiendo sus limitaciones
y comprendiendo su exaltaciones. Los límites son inamovibles,
pues el día no puede durar más de 24 horas, pero existe
otra forma de encontrarse con ellos siendo inequívocamente
auténticos.
El Hombre
Kierkegaard significa el rompimiento más radical con el legado
hegeliano. La dialéctica: las más encumbrada sistematización
del avance del hombre-sujeto abstracto que coloca a la historia
como la ineludible gran razón ordenadora de la realidad,
apología del imperio austrohúngaro incluida, encuentra
su crítico más férreo en el existencialismo
kierkegaardiano, para quien parece imposible encontrar el lugar
del hombre concreto en todo este complicado y complejo sistema,
incluyendo la válida mirada e interpretación del primero
hacia la segunda. Nicol lo explica así:
En Kierkegaard, la dialéctica
ya no es la forma intrínseca del proceso universal; es
algo relativo al hombre solo, y representa más bien una
tensión situacional o existencial. Y esta tensión
no tiene un rumbo fijo, como el curso de la historia según
Hegel. El hombre se integra en la historia con su individualidad
bien recortada y no como componente mutable de un proceso (Nicol,
1989, p. 185).
La dialéctica pasa entonces
a ser un proceso absolutamente personal que enfrenta al hombre con
el hombre mismo, aunque con un fin más bien difuso. El diario
amanecer y vivir no es necesariamente indicativo del diario anochecer.
Hegel, al igual que a Platón, pasan por alto que el hombre
posee voluntad y que es precisamente esa voluntad la que deberá
ir resolviendo en cada quien las situaciones de ese diario vivir.
La circunstancia, como sería llamada después, es más
bien inductiva, no deductiva. La sutil ironía de Kierkegaard
lo lleva incluso a cuestionar si Hegel era realmente un ser humano
o una especie de superhombre extranjero insensible ante su inevitable
realidad personal:
Por mi parte, ya gasté
demasiado tiempo en profundizar el sistema hegeliano y de ningún
modo creo haber alcanzado a comprenderlo; hasta tengo la ingenuidad
de suponer que si, a pesar de mis esfuerzos, no llego a asir su
pensamiento en ciertos pasajes, se debe a que de hecho no está
el claro consigo mismo (Kierkegaard, 1999, p. 35).
Kierkegaard pues, en primera instancia,
deshace el fino universo de Hegel para apuntar con el dedo a ese
hombre solo, ese hombre que somos todos y cada uno en lo particular.
A Hegel se le olvidó el hombre. El yo es el tema central
y aunque egoísta en primera instancia, no lo es si se analiza
más a fondo, pues todo empieza en la persona.
Filosofía y Vida: la Inseparable
Relación
Kierkegaard introduce la vivencia personal en la filosofía.
La tradicional distancia entre el sujeto y el objeto impuesta desde
Grecia y en aras del logos filosófico, se rompe a grado tal
de que su filosofía se vuelve un conjunto de reflexiones
y pensamientos en torno a su propia vida y en algunos puntos admite
ser considerada como biográfica. Kierkegaard escribe como
una forma de liberación y para conocerse a sí mismo.
Existen dos hechos que marcaron
definitivamente la vida de Kierkegaard: la muerte de su madre y
hermanos cuando él era aún muy pequeño y el
amor angustiante que sentía por Regina Olsen. En relación
a la primera, su padre blasfemó contra Dios cuando joven
y creía que tanto la muerte de sus hijos como la de su esposa
era un castigo por la grave falta, su padre vivió angustiado
toda su vida esperando terribles castigos de Dios. En relación
a la segunda:
Además de la misteriosa
culpa de su padre, otra de causa de angustia permanente para Kierkegaard
fue su relación con Regine Olsen, una joven perteneciente
a una familia acomodada danesa a quien le propuso matrimonio,
pero luego se retractó: se sentía inapropiado para
ella, tanto por sus habituales ataques de melancolía como
porque estaba seguro de que no viviría demasiado. Para
proteger la reputación de su prometida, Soren intentó
hacer recaer sobre él la culpa, haciéndose pasar
por una persona superficial, un bribón, pero aparentemente
Regina descubrió el engaño y lo perdonó (Kierkeggard,
2003, p. 8).
El rompimiento con Regina llegó
a calar tan profundamente en la vida del danés que hay quienes
afirman que en todas las obras subsecuentes hay una serie de mensajes
ocultos destinados a ella. Diario de un Seductor es el libro que
relata como él la enamora sólo para romper luego.
Es posible hacer varias lecturas de este texto, una francamente
misógina inclusive, sin embargo, existe un detalle que puede
dar un indicio de lo que en verdad perseguía Kierkegaard;
la obra está escrita con pseudónimos, Sören y
Regina son Johannes y Cordelia, y es en esa dinámica en la
que él se asume como un don Juan y a ella la retrata como
una mujer hermosa, inquieta y necesitada de cuidado. Johannes es
pues, una persona superficial, que busca sólo el placer sensible
que le haga reafirmar su posición para satisfacer temporalmente
su insaciable apetito egoísta. El texto va dirigido enteramente
a Regina, tal vez como una forma de liberarla del dolor que ella
sentía por el rompimiento.
A la par, también es posible
afirmar que se trata de la obra que mejor retrata lo que más
adelante el propio Kierkegaard denominaría el estadio estético,
donde el hombre sólo busca ser satisfecho sensiblemente de
forma incansable, al estilo de un seductor. Después de este
estadio seguirían el ético y el religioso que tienen
una estrecha relación con su antropología por ubicar
al hombre con libertad de elegir y de hacerse a si mismo y que serán
revisados más adelante. Posiblemente el texto que ubica mejor
el estadio estético y que sintetiza su aparente menosprecio
por Regina, es el del 25 de septiembre, último día
del diario:
Ahora se acabó todo; no
deseo volverla a ver nunca más.
Una mujer es un ser débil; cuando se ha dado enteramente,
lo ha perdido todo: si la inocencia es algo negativo en el hombre,
en la mujer es la esencia de la vida.
Y ahora, de mi amor por Cordelia ni siquiera deseo el recuerdo
... En un tiempo la amé, pero de aquí en adelante
mi alma ya no puede pertenecerle. Si yo fuese un Dios, haría
con ella lo mismo que Neptuno hizo con una ninfa: la transformaría
en hombre (Kierkegaard, 2003, p. 176).
La Autoconstrucción del Hombre
y el Absurdo
Es posible hallar una fuerte relación entre Sócrates
y Kierkegaard. El conocido grito del maestro griego: “Conócete
a ti mismo”, es retomado por Kierkegaard como acentuación
radical contra el historicismo. La diferencia, como apuntaría
en Temor y Temblor apunta hacia dos cuestiones que al final convergen
en una tercera: la fe y la angustia y como punto culminante, la
religión.
Lo reiterativo de Kierkegaard hacia
el hombre y su autodeterminación supone muchísimas
cuestiones, sin embargo, parte de una que resulta fundamental y
base de todas las demás: la subjetividad. La verdad objetiva
es, para el danés, un verdadero estorbo, una especie de bola
de nieve que los hombres mismos iniciaron y ahora los persigue a
cada instante. Así como lo hiciera Galileo, Kierkegaard señala
que a mayor cantidad de pruebas, menor la certeza será y
sólo habrá mayor incertidumbre que encontrará
su límite en la impotencia para demostrar. La objetividad
no determina al hombre, no es suficiente para otorgar sentido a
una persona, pues “Lo que me determina es la armonía
de la verdad con las exigencias más profundas de la persona,
con esta verdad moral que es en mi el individuo que soy y quiero
ser” (Jolivet, 1950, p. 47). La certeza sólo puede
derivarse de la experiencia y es esa justamente mi verdad, o sea,
la verdad. Se podría decir que en Kierkegaard verdad y certeza
son una y la misma cosa, en cuanto la segunda dará irremediablemente
la primera. Si el individuo no se apodera de la verdad existencialmente,
jamás podrá apoderarse de ella. Nicol (1989) dirá
que ese despojo de la subjetividad denunciado por Kierkegaard, es
lo que más adelante redundará en la existencia impropia
de Heidegger y que no es otra cosa que apropiarse de algo que es
externo a sí.
El abuso de la razón y la
objetividad han engendrado a su obra más cercana, pero también
más lejana; diametralmente opuesta, pero por demás
simbiótica: el absurdo. El absurdo es algo que está
fuera de los límites de lo racional, pero que sólo
existe en tanto existe el carácter racional. Kierkegaard
afirma que ese constante golpeteo que opone la incertidumbre objetiva
contra el deseo de que algo extraordinario suceda es lo que genera
el absurdo, pero “el absurdo es precisamente absurdo por su
repulsión objetiva, la medida de la intensidad de la fe interior”
(Kierkegaard en Nicol, 1989, p. 211). Kierkegaard ha dado aquí
la salida al absurdo y ésta no podía ser racional,
general, ni igual para todos, esa es la fe, es el creer. Fe y razón
son inversamente proporcionales, pero como se verá más
adelante, no se oponen directamente.
En el elogio de Abraham, Kierkegaard
pone de manifiesto la voluntad a rajatabla de éste al disponer
de todo para matar a Isaac como prueba de amor que Dios le exige,
sin embargo, un milagro sucede justo un instante antes de que Abraham
lo asesine. Abraham era un hombre ya resignado absolutamente de
la muerte de su único hijo y entonces:
Renuncia infinitamente al amor,
substancia de su vida; se halla apaciguado en su dolor; entonces
llega el prodigio: todavía realiza un movimiento más
sorprendente que todo lo anterior; en efecto dice: “Sin
embargo, creo que obtendré lo que hago en virtud de lo
absurdo, en mi fe de que todo le es posible a Dios”. El
absurdo no pertenece a las diferencias comprendidas en el cuadro
propio de la razón. No es idéntico a lo inverosímil,
a lo inesperado, a lo imprevisto. Desde el momento en que el caballero
se resigna, se convence de la imposibilidad, según el humano
alcance; tal es el resultado del examen racional que tiene la
energía de hacer. En cambio, desde el punto de vista de
lo infinito la posibilidad subsiste en medio de la resignación;
mas esta posesión es al mismo tiempo una renuncia, no siendo
sin embargo por eso un absurdo para la razón; porque está
conserva su derecho a sostener que la cosa es y continúa
siendo imposible en el mundo finito donde es soberana (Kierkegaard,
1999, pp. 51-52).
Ese movimiento del saber que es
absurdo y tener fe por creer que algo maravilloso sucederá
es el movimiento más difícil para Kierkegaard y ello
incluye la resignación. Abraham estaba resignado a perder
a su hijo, sin embargo tenía fe de que no iba a ser así,
solamente esa resignación infinita le abrió el paso
a la fe, porque sólo así podría existir el
absurdo. La fe empieza donde termina la razón, por eso es
que no se oponen necesariamente. Aquí es el lugar en el que
la religión y en especial el cristianismo, resulta indispensable
para Kierkegaard. La fe en Dios lo podría todo, pero no se
trata de una fe descaradamente optimista, sino auténticamente
angustiante. La fe debe nacer del interior de cada uno, como la
mayor prueba y aceptación de los límites de la razón.
A la manera de Pascal, Kierkegaard coincidiría en aquella
frase de “El corazón tiene razones que la razón
no entiende”.
Los Estadios
El movimiento de Abraham lo hace ser merecedor del concepto de Caballero
de la Fe, este concepto guarda estrecha relación con los
estadios que Kierkegaard determina en la evolución personal
del hombre.
El primer estadio es el estadio
estético y no es otro que en el que se busca el placer inmediato
y la comodidad en todos los sentidos, más que egoísta,
el estético es ególatra . Se trata de una carrera
desenfrenada contra algo que supere a la sensación anterior
y así sucesivamente cual instantes fugaces de vida. Cuando
un estético se mira a sí mismo, no encuentra nada,
está vacío. El don Juan es el ejemplo emblemático
de este estadio, es despreocupado, poco atento y sólo dispuesto
a vivir sensaciones cada vez más placenteras. Para Kierkegaard
el mejor estético es Johannes que tarde o temprano sentirá
el vacío existencial en el que está suspendido y buscará
una vida que le produzca una vida ordenada, moralmente impecable
y le sea reconocido por la sociedad.
El estadio ético es la segunda
y para muchos última etapa, pues avanzar a la tercera significa
hacer el movimiento de Abraham, cosa que muy pocos pueden lograr.
Al estadio ético se puede llegar por la ironía, al
burlarse de uno mismo de su actuar por su vacío interior.
En esta etapa el hombre se guía por el deber, obedece las
leyes, trata de ser justo, es educado y cortés. Se trata
pues, de un hombre racional y socialmente aceptable y aceptado,
un caballero. El hombre del estadio ético es más bien
un hombre moral, entendiendo esta última como externa y como
un imperativo social. La vida se va con el tiempo medido racionalmente,
sin embargo, como ya se pudo haber advertido, sigue sin aparecer
el hombre concreto.
El tercer estadio inicia con el
caballero ético que no tiene fe, todo lo racionaliza, no
conoce el telos de la vida ni de la muerte. El último estadio
inicia con un gran acto de contrición cuando ese caballero
del segundo estadio deja de creerse autosuficiente, se da cuenta
de sus limitaciones y se percata de que la razón pudo haber
anulado sus sentimientos, aquí el hombre se prepara para
creer y para tener fe, el último salto. En el tercer estadio
es la fe quien mueve al hombre en todos los sentidos. Aun cuando
ello signifique un imposible racional, el hombre lo tomará
y aceptará porque confía y cree en Dios, su confianza
lo llevará a descubrir que el salto al vacío no termina
en eso, sino en una vida completa junto y por Dios. Dice Kierkegaard
del caballero que ha perdido a su amor:
Desde el punto de vista espiritual
todo es posible; más en el mundo finito hay muchas cosas
que son imposibles. Pero el caballero hace posible lo imposible
encarándolo desde el ángulo del espíritu,
lo cual expresa diciendo que renuncia a ello. El deseo, ansioso
de convertirse en realidad y que había tropezado con la
imposibilidad, se ha debilitado en su fuero interno; pero no por
eso está perdido u olvidado. A veces el caballero siente
los obscuros impulsos del deseo que despierta el recuerdo; a veces
él mismo los provoca; pues es demasiado orgulloso para
admitir que aquello que fue lo substancia de toda su vida haya
sido cuestión de un momento efímero. Conserva joven
ese amor y a medida que juntos envejecen va haciéndose
más bello. Por el contrario no desea de ningún modo
la intervención de lo finito para favorecer el crecimiento
de su amor (Kierkegaard, 1999, p. 49).
El caballero que ha alcanzado esa
resignación y cree, está en el tercer estadio y merece
ser llamado Caballero de la Fe, justo igual que Abraham, a quien
Dios le pide que mate a su único hijo como prueba de su amor
y devoción y él sin chistar lo hace porque cree y
por eso Dios lo premia al detenerlo antes y cumplir sus promesas,
no tanto por obedecer, sino por tener fe en Dios. Para el danés
el único que ha alcanzado a cabalidad el tercer estadio es
Abraham, pues ni siquiera el mismo Kierkegaard pudo lograrlo.
La Angustia, la Desesperación,
la Pasión y la Soledad
La libertad del hombre lo hace responsable de todos su actos y por
ende se ve en la imperiosa necesidad de elegir, por decirlo de algún
modo: “Existir es elegir” (Jilovet, 1950,p. 48). Es
precisamente eligiendo como el hombre se forma y se construye a
sí mismo, por lo que sus decisiones se pueden mirar en dos
dimensiones: para con uno mismo y para con los demás, sin
embargo, las decisiones que cada quien toma aún en lo personal,
repercutirán para con los demás. El existencialismo
de Kierkegaard es la primer filosofía que incorpora la trascendencia
interpersonal de las decisiones y la mecánica de su ejecución.
Entonces, decidir es arriesgarse
y ello genera angustia y desesperación, contra ese concepto
se estrella fatalmente la filosofía de Hegel. La angustia
está antes del pecado e irremediablemente ligada a la posibilidad
y a la libertad de elegir. La angustia caracteriza la existencia
y manifiesta que el ser no es dado, sino solamente su posibilidad.
La angustia es una especie de vértigo de lo que aún
no es, pero puede llegar a ser, el vacío del futuro que nunca
llena el presente, pues siempre hay más futuro que pasado;
una especie de juego previo con la libertad. La angustia como el
amor, es encantadora y atrae, pero produce un miedo y un vacío
espantosos, es desear lo que se teme y temer lo que se desea, una
terrible paradoja: “En esta terrible ambigüedad, llena
de una encanto mágico (el hechizo de la serpiente del génesis),
tiene lugar el primer pecado y por eso, observa Kierkegaard, parece
carecer de responsabilidad y esta carencia es justamente lo que
le confiere su poder de seducción” (Jolivet, 1950,
p. 54).
La angustia es el paso de la sola
posibilidad del ser yo, al ser yo, aunque ello signifique dejar
de ser. La angustia es para Kierkegaard, la más abrumadora
de las categorías, profetiza la realización definitiva
del ser y afirma el espíritu como realidad porque “ese
es otro aspecto de la elección, que no sería terrible,
si no fuera porque en él todo va incluido, la salvación
y la ruina, la vida y la muerte” (Jolivet, 1950, p. 55). Como
lo explica extraordinariamente Nicol: “Pero la angustia no
cesa, porque el espíritu es esencialmente posibilidad; la
necesidad de tener que optar es justamente lo que hace del hombre
un ser espiritual, un ser responsable, al que ni la acción
puede curar de su perplejidad” (Nicol, 1989, p. 215). La angustia
es la compañera indispensable de la libertad, su presencia
la presupone y al mismo tiempo, la profetiza.
La segunda figura indispensable
de Kierkegaard es la desesperación y al igual que la angustia,
es demoledora, pero la desesperación se da después
de la libertad, es el signo de existencia. El hombre, de cualquier
modo que se lo tome, choca contra sus propios límites, experimenta
y se siente incompleto tanto con él mismo como con su alrededor.
La desesperación es el choque entre lo finito y lo infinito
y ese choque se da en el hombre en cuanto asume sus limitaciones,
pero puede imaginar que no hay tales porque por alguna razón
sabe ese escenario. La desesperación “provoca la ruptura
y el salto, gracias a los cuales el hombre, como hemos visto, escapa
a sus límites, abunda en su verdad y existe verdadera y plenamente”
(Jolivet, 1950, p. 54). Al hombre, como síntesis de lo finito
y lo infinito, le provoca desesperación el infinito contra
su finitud y desespera. Por otra parte, el amor de Kierkegaard por
Regina llegó al infinito, pero desesperó contra la
finitud de su amada. El proceso, en un sentido o en otro, sólo
evidencia la finitud del hombre en razón de su temporalidad,
la desesperación es el golpe del que no se puede escapar
porque siempre está al otro lado.
La desesperación es una forma
de salvación para Kierkegaard, sin embargo, puede encerrar
al hombre en sí mismo y elegirse como desesperado por sus
límites en relación al infinito, pero “hay una
desesperación saludable y salvadora, signo de una humanidad
que se conoce a la vez como finita y como infinita. Es la puerta
que se abre a la trascendencia del Absoluto, introduce en lo eterno”
(Jolivet, 1950, p. 53). Aquí Kierkegaard denuncia su carácter
romántico al conectar la contingencia con el absoluto y nuevamente
trae a la palestra a Abraham, quien desesperó absolutamente,
sólo para después resignarse y proceder a matar a
Isaac. Abraham estaba plenamente consciente de su finitud y de la
infinitud de Dios, su desesperación no le llevó a
otra cosa que a la resignación absoluta al entender que los
límites de Dios son absolutos y que su fe en ellos le hizo
obedecer. Nicol, nuevamente de una manera extraordinaria señala:
La salvación depende de
una esperanza que, para ser auténtica tiene que absorber
y superar la desesperación .... La fuerza promotora es
el amor .... O dicho de manera más precisa: la desesperación
que es compatible con el amor no es la desesperación angustiada
y enfermiza, sino la serena convicción de que las cosas
no son fines últimos, aunque sean merecedoras de amor;
de que el propio yo es amable, aunque no tenga suficiencia ontológica
(Nicol, 1989, pp.. 221-222).
Otro de los vuelcos de 180 grados
en la antropología filosófica de Kierkegaard con respecto
a sus antecesores, es la hasta entonces desterrada y objetada pasión.
Platón desterró de la República a los poetas
por exaltar las pasiones y Kierkegaard señala que no hay
un ser humano más verdadero que el que atraviesa el trance
de la pasión, justamente por ser el clímax de la subjetividad.
Es necesario recordar que para Kierkegaard
no hay más verdad que la vivida, porque es justamente ella
la que pone en juego todo lo que se es y todo lo que se hace: “La
pasión es la cumbre de la subjetividad y, por consiguiente,
la expresión más perfecta de la existencia”
(Kierkegaard en Jolivet, 1950, p. 45). El hombre que no apasiona,
y que no es auténtico ni congruente, es vacío y falso:
Los hombres hacen mucho ruido
alrededor de sus verdades; pero si queréis saber si creen
en las verdades que anuncian y proclaman, mirad cómo viven,
mirad si viven la verdad hasta sus últimas consecuencias,
sin reservarse ninguna escapatoria ni subterfugio, como un beso
de Judas, para el último momento (Kierkegaard en Jolivet,
1950, pp. 45-46).
Lo que Kierkegaard propone va más
allá de una subjetividad pura, se refiere más bien
a una verdad tan vívida que es necesariamente vivida. La
verdad nace del interior por eso es que verdad, autenticidad y pasión
van tan relacionadas y el mismo Sören llega al extremo de decir
que: “La fe es un milagro; sin embargo, nadie está
excluido, porque aquello en que toda vida humana halla unidad es
la pasión y la fe es una pasión” (Kierkegaard,
1999, p. 75). Por eso la fe tiene que ser auténtica, por
eso Dios no se confundió con Abraham ya que su confianza
ciega fue verdadera, sólo a la manera de Abraham y eso sólo
lo podía saber Dios, ya que si Abraham se hubiera propuesto
tener confianza en Dios, estaría fingiendo y no hubiera sido
auténtico, Abraham sólo tuvo fe, sólo una apasionada
fe y para que eso sucediera, primero tuvo que haber alcanzado una
absoluta resignación. Abraham es el Caballero de la Fe, alcanzó
el tercer estadio.
De la mano con
la visión del Caballero de la Fe, se asoma otro de los temas
fundamentales en la filosofía de Kierkegaard. La autenticidad
exigida en sus textos, la llevó sin miramientos a su vida,
por eso es que su filosofía en realidad es un ordenamiento
de las reflexiones a lo largo de su existencia. Las poco claras
cuestiones del rompimiento con Regina con los mensajes secretos
en los libros: “Lo que Tarquino el Soberbio daba a entender
con las amapolas de su jardín, su hijo las comprendió,
pero no el mensajero” (Kierkegaard, 1999, p. 7) dice al iniciar
Temor y Temblor y su aislamiento lo hacen caminar hacia el sendero
del estadio religioso.
Se puede plantear el siguiente escenario:
una vez terminada la relación entre Sören y Regina,
Sören grita a los cuatro vientos su desventura, lo divulga
hasta las lágrimas y conmueve a cuanta persona lo escucha.
Sin duda todo quien se entere sufrirá con él y admirará
la devoción que por ella mantiene.
Sin embargo, Kierkegaard no lo hizo,
rompió con Regina haciéndose él el culpable,
suplicándole perdón y sufriendo en silencio por los
dos. Vivió una vida callada y paupérrima. En resumen,
Kierkegaard estaba solo, justo igual que Abraham con su desventura.
La soledad es otra de las características del Caballero de
la Fe, encara sus circunstancias solo, solo con su angustia, su
desesperación y su fe, no comunica a nadie su situación,
pues es él quien debe enfrentar el futuro. El relato de Ifigenia
en Áulide es clave para entender el concepto de soledad de
Kiekegaard, porque al igual que con la desesperación y la
resignación, son mucho más complicados que sólo
sentir vacío o experimentar la finitud. Cuando Agamenón
tiene que sacrificar a su hija Ifigenia para que los dioses nuevamente
hagan soplar el viento que los lleve en a la batalla, lo hace en
medio del dolor compartido por todos los demás, quienes admiran
que sacrifique a su hija por el bien común y lo elevan a
la categoría de héroe. En cambio, Abraham encaró
la orden de Dios solo, se mantuvo callado ante Sara y el mismo Isaac,
cuando Abraham pide a su hijo al monte, lo hace tranquilamente y
camina junto a él embargado de una profunda tristeza, pero
con una resignación absoluta y una fe a toda prueba, Abraham
guardó silencio y estaba solo.
Sobre este asunto dice Kierkegaard:
“El héroe trágico renuncia a sí mismo
para expresar lo general; el caballero de la fe renuncia a lo general
para convertirse en Individuo. Ya lo he dicho, todo depende de la
actitud que se adopte” (Kierkegaard, 1999, p. 84). Más
adelante agrega: “El verdadero caballero de la fe es un testigo,
nunca un maestro; en esto reside su profunda humanidad mucho más
significativa que está frívola participación
en la felicidad y que es pura vanidad” (Kierkegaard, 1999,
p. 90). Kierkegaard nunca fue un héroe trágico, haber
gozado de la conmiseración de los demás lo hubiera
convertido en una caricatura de sí mismo y de su pensamiento.
Esa es la razón por la que el no ofrece métodos o
guías, Kierkegaard habla de hombre a hombre, él es
sólo un compañero en el tránsito de la vida
para alcanzar a Dios. Su valor no radica en la explicación
del mundo como en compartir sus enseñanzas de liberación
y hasta él, nadie se había preocupado con tanta imaginación
por el hombre de verdad.
El verdadero héroe trágico
se sacrifica a lo general con todo lo que es suyo: sus actos,
todos sus impulsos pertenecen a lo general; él está
manifiesto y, en esta manifestación, es el hijo bienamado
de la ética. Su situación no se aplica a Abraham
quien no hace nada por lo general y permanece oculto .... Abraham
calla... pero él no puede hablar; en esta imposibilidad
residen la angustia y la miseria. Porque si hablando, no puedo
hacerme comprender, yo no hablo aunque perore día y noche
sin interrupción .... El héroe trágico no
conoce la terrible responsabilidad de la soledad (Kierkegaard,
1999, pp. 126-127).
Conclusiones
Kiekegaard admite
ser llamado más que filósofo, libertador. Después
de la tremenda ordenación de la realidad por Hegel, se atrevió
a poner sobre la mesa los problemas que aquejan al hombre concreto,
volvió la mirada hacia sí mismo. Su pensamiento es
completamente una revisión antropológica de sí,
por ello es que la subjetividad es tan importante. Kiekegaard presenta
un camino, pero lo peculiar de su filosofía es que permite
a quien lo recorre contemplar un paisaje diferente y aún
así, experimentar lo mismo y temblar ante sus propios límites.
El símil de que el hombre
debe de ser como un bailarín en movimiento, manteniendo una
pierna apoyada en el suelo y otra en el aire, es el mejor resumen
de lo que Kierkegaard propone para el hombre, lo suficientemente
anclado en la realidad como para permitirse soñar y apuntar
al cielo. Kierkegaard no soporta un hombre hecho a la medida de
modelos externos impositivos y externos, sino al estilo de Sócrates,
el conocimiento y la verdad son las que nacen de adentro de cada
uno. Por sobre todas las cosas, la verdadera elección es
la que se hace sin máscaras, de manera auténtica.
Por ello es que la pasión es una actividad encomiable para
Kierkegaard, es cuando el hombre es él mismo, cuando se muestra
al mundo tal cual es y manifiesta su carácter humano e individual.
La visión que tiene Kierkegaard
del hombre versa sobre el concepto de la posibilidad. El hombre
elige y es precisamente esa elección la que le hace ser susceptible
de la angustia y la desesperación. El desconocimiento absoluto
de lo que sucederá en lo que hoy se llama mañana inclusive
sobre el actuar propio, hacen que el hombre encuentre un límite
que lo golpea a cada instante porque el futuro es mayor al pasado.
El creer y tener fe en el absurdo paradójico que lo libere
escapa a toda razón, pero a ese estadio no se llega por la
razón, pues en el momento en el que se cree, el absurdo adquiere
otro sentido; esa fe que libera es el cristianismo. La premisa es
que el hombre se hace a sí mismo, su libertad la ejerce para
consistir, pero sólo después de ser.
Las críticas de Kierkegaard
a la iglesia protestante por su aburguesamiento, burocracia y secularización,
lo lleva a hacer una diferenciación marcada entre el cristianismo
y la cristiandad. Las enseñanzas del cristianismo se practican
en el interior de cada quien y para ello no son necesarias las iglesias,
sino solamente creer con fe verdadera, justo como Abraham.
Referencias:
Jolivet, R. (1950). Las doctrinas
existencialistas. Madrid: Gredos
Kierkegaard, S. (1999). Temor
y temblor. Buenos Aires: Losada
Kierkegaard, S. (2003). Diario
de un seductor. México: Tomo
Nicol, E. (1989). Historicismo
y existencialismo. México: FCE
Mtro.
Alejandro Ocampo A.
Director del Proyecto Internet y de Razón
y Palabra, ITESM Campus Estado de México,
México. |