|
Por Jean-Marie
Klinkenberg **
Número 38
Abstract
El
artículo estudia el papel de la escritura en las nuevas tecnologías
y constituye una aportación a las nociones de la semiótica
sincrética. A partir de una semiótica global de la
escritura, cuyo carácter mixto subraya, porque vinculada
al lenguaje verbal constituye también una semiótica
visual relativamente autónoma, el análisis concluye
que el hipertexto no supone una novedad cualitativa, sino que radicaliza
determinadas potencialidades de las técnicas tradicionales
de la escritura, poniendo el acento en sus rasgos espaciales.
Palabras
clave:Hipertexto,
semiótica visual, escritura, nuevas tecnologías, discurso
sincrético, semiótica sincrética.
I.
Introducción: la noción de “discurso sincrético”
1.1 Trivialidad de la noción
La
noción de “discurso sincrético” –sin
lugar a dudas, se debería preferir “discurso pluricódigo”-
ha sido reactivada por un fenómeno sociológico reciente
que concierne el universo de las comunicaciones y del tratamiento
de la información: el nacimiento de los programas computacionales
llamados “multimedia”1.
Estos programas dieron lugar al concepto de “hipertexto”,
lo que ha generado el concepto de “hipermedia”. Las
relaciones del concepto de “hipertexto” con el del texto
–este último ampliamente traicionado en los trabajos
sobre el hipertexto- continúan siendo problemáticas,
como tendremos la oportunidad de comprobar más adelante.
Pero no lo discutamos todavía, y admitamos de partida que
la relación del hipertexto con el texto corresponde a la
de los apoyos digitalizados con el papel (o con la piedra o la cera);
y también a la espacialidad de las relaciones semióticas
con su linearidad. Podemos entonces plantear la siguiente ecuación:
hipertexto+ multimedia = hipermedia.
Aunque la noción de “discurso sincrético”
aparece en el mercado de las ideas con la aureola de la novedad,
podemos, sin embargo, poner en duda la novedad de su objeto. Cierto
es que las nuevas tecnologías han producido nuevos tipos
de enunciados sincréticos. Lo vemos particularmente en el
ámbito del arte, por ejemplo con las instalaciones de Dumb
Type, la presencia del aparato de televisión en las de Ingo
Gunther, o también cuando se combina la pintura con el vídeo.2
Cabe preguntarse: ¿han introducido estos procedimientos un
auténtico proceso de cambio cualitativo en el plano que nos
interesa aquí, es decir en el plano semiótico? Podemos
ponerlo en duda: la noción de discurso –y por lo tanto
la de la interactividad entre diferentes códigos al interior
de un discurso– siempre ha estado en el centro del funcionamiento
semiótico.
Es un hecho: los primeros análisis semióticos de enunciados
siempre han tratado objetos pluricódigos. Pensemos en la
Retórica de la imagen de Barthes, que abordaba tanto
el mito y la connotación lingüística como la
imagen icónica propiamente dicha. Pensemos también
en los trabajos sobre el cine de Christian Metz; el cine es un objeto
sincrético por excelencia, pues moviliza el relato, la imagen
fija, tanto plástica como icónica, la cinésica
y la proxémica, la lengua, la música, el iconismo
sonoro, la escritura… Otros objetos del mismo tipo han sido
estudiados antes: las tiras cómicas, cuya definición
se encuentra en el sincretismo tanto como la del cine, la ópera,
la publicidad, la arquitectura.
1.2
Problemas que provoca la noción
Nos
podemos preguntar –aunque es otro tema de debate- si el carácter
sincrético de estos objetos más que estimular la investigación
no ha creado más bien un serio problema: quizá ha
impedido percibir correctamente el funcionamiento de los elementos
simples movilizados por los discursos llamados sincréticos.
Tomemos el caso de la semiótica visual. Se ha podido constatar
el hábito de pensar la imagen de acuerdo con criterios variados,
los cuales no son todos semióticos. Uno de ellos invita a
reagrupar las imágenes en función de su institucionalización.
De esta manera, se habla de fotografía, de cine, de teatro,
de escultura y así sucesivamente. Aunque estas reagrupaciones
sigan siendo relevantes a menodo han constituido serios problemas
para la aparición de una semiótica visual. Los géneros
tienen obviamente su especificidad sociológica, e incluso
quizás semiótica: el cine es un lugar propicio para
encuentros de estructuras temporales –que la teoría
del relato ha permitido hacer más accesible- por ejemplo,
el producto que resulta del encuentro entre estructuras auditivas
y lingüísticas, tiene por cierto su originalidad. El
teatro, por el hecho de manipular el espacio, el verbo y el cuerpo,
plantea igualmente problemas interesantes. Sin embargo, la “evidencia”
de estos campos es empírica: la presencia masiva del cine
o de la televisión en nuestra cultura no debe hacernos olvidar
la complejidad de estos fenómenos. Ahora bien, ninguna ciencia
puede evolucionar si se intenta enganchar los bueyes después
de la carreta. La primera tarea de una semiótica de la imagen
como la proponemos en el Traité du signe visuel
es la de elaborar conceptos generales que permitan considerar la
imagen cualquiera sea la forma social que tome, y sea ésta
legitimada o no (la pintura, el cine, pero también las estampillas,
las monedas, el dibujo de un niño): lo que interesa poner
en evidencia es el modelo que sirve de base a estas diversas manifestaciones.
Una reflexión de orden epistemológico se impone aquí:
¿el conocimiento de objetos valiosos que son los enunciados
sincréticos no es pagado a un precio muy alto por la puesta
entre paréntesis de los sistemas simples (no sincréticos)
y por el establecimiento de reglas ad hoc? Pero, por otra
parte, ¿acaso la ausencia de perspectiva interaccionista
no ha empobrecido nuestro conocimiento de ciertos tipos de discurso,
de los cuales se ha dado una descripción incompleta? Si pensamos
por ejemplo en la escritura, que será el objeto principal
de mi ponencia: se la ha considerado exclusivamente como una transcripción
del lenguaje oral, sin tener en cuenta sus funciones autónomas.
Un análisis de la situación sería entonces
necesaria: ¿en dónde se encuentra el conocimiento
de las reglas de funcionamiento de los sistemas simples (musical,
escrito, icónico, plástico, etc.)? y, ¿este
estado permite considerar en forma válida la perspectiva
interactiva?
Otra reflexión, esta vez de orden metodológico, puede
también tener consecuencia epistemológicas importantes:
¿cómo articular las semióticas existentes?
Una simple yuxtaposición no es, de toda evidencia, posible.
Pero el sincretismo –esta vez utilizo la palabra a propósito-
que ha prevalecido hasta ahora, ¿lo es más? En todo
caso, un sincretismo no permite dar cuenta de la dinámica
interactiva de los códigos presentes.
1.3.
Discursos pluricódigos y nuevas tecnologías
Todas estas preguntas no conciernen específicamente a los
enunciados producidos por las nuevas tecnologías. Es bastante
obvio que éstas han permitido asociaciones discursivas originales
y estimulado tanto la producción de estas últimas,
como la de las asociaciones más clásicas (arte fractal,
OuLiPo, etc.). Sin embargo, una vez más pregunto: ¿acaso
la novedad de estos enunciados no es simplemente sociológica,
o tiene una especificidad semiótica? ¿La expresión
“nueva tecnología” no designa más bien
un simple significado de connotación? Dicho de otra manera,
¿las nuevas clases de enunciados sincréticos, que
ellas han permitido hacer surgir, necesitan una mutación
de los conceptos semióticos? ¿Se puede prever una
simple adaptación de estas herramientas?, ¿dónde
se deben introducir nuevos conceptos? Y si es el caso, ¿cuáles?
Esta pregunta general tiene numerosas implicaciones. Así,
¿la transferencia de un objeto de un campo tecnológico
a otro, tiene una relevancia semiótica? ¿Bajo qué
condiciones se pueden transferir las nociones de sintaxis, o de
metáfora (ver Klinkenberg, 1993) a la comunicación
visual? Una semiótica general debe obviamente programar el
conjunto potencial de estas transferencias. Por ejemplo, en lo que
respecta al contenido, en una teoría adecuada de transformaciones;
en lo que concierne a la metáfora, en una teoría de
la poliisotopía que trasciende las fronteras de las diversas
semióticas.
1.4.
El caso de la escritura
Quisiéramos intentar aquí responder algunas de estas
preguntas a partir de un medio de comunicación pluricódigo,
que se ha enriquecido mucho con las nuevas tecnologías: la
escritura.
Admitimos que hay una cierta provocación al elegir este objeto
en el marco de un congreso consagrado a las nuevas tecnologías
y, además, en una sección que trata los discursos
sincréticos. Efectivamente, por una parte, los enunciados
que produce la escritura aparecen en seguida como poco “sincréticos”,
por otra, la escritura no constituye en ningún caso un objeto
nuevo. Debemos responder a estas dos objeciones.
Primera objeción: la escritura no produce discursos sincréticos.
Se trata de una preconcepción errada, que nace de una visión
simplista del fenómeno. La mayoría de las definiciones
semióticas que se le han dado a la escritura han sido, de
hecho, elaboradas en el marco de la lingüística, e insisten
en que constituye un subterfugio destinado a recompensar los defectos
de la herramienta que constituye la lengua oral, por lo demás,
la única digna de atención. Desde esta perspectiva,
la escritura es definida como una técnica que permite (1)
fijar la palabra, por definición inestable, y (2) hacerla
comunicable a distancia. Permite almacenar y transmitir el saber,
sin tener que considerar las restricciones de tiempo y de espacio,
las limitaciones y las debilidades de la memoria.
Es necesario señalar que la escritura es aquí definida
como un código sustitutivo, o –de acuerdo con la terminología
de Buyssens (1943:49-52)– de una “semia sustitutiva”,
es decir un código donde los significantes gráficos
dirigen a significados que son ellos mismos signos lingüísticos.
La única complejidad de la escritura se encontraría
entonces a partir de la elección de las técnicas de
transcodificación que están en funcionamiento en el
código sustitutivo. O se opta por la transcripción
de los significantes o se opta por la de los significados. Si la
escritura codifica los diferentes aspectos del significante (fonemas,
entonaciones, etc.) se obtiene la escritura fonográfica.
Si la escritura codifica el significado, se obtiene la escritura
ideográfica (término que sería mejor remplazar
por “escritura logográfica”). La ventaja del
primer tipo de técnica es la economía (como el número
de fonemas de una lengua es siempre relativamente bajo, el número
de signos gráficos es bajo también; de ahí
la facilidad de su uso: fácil memorización, posibilidad
de transcripción mecánica, etc.); la desventaja consiste
en que la competencia de la manipulación de este tipo de
escritura está ligada al conocimiento de la lengua. La ventaja
de la segunda técnica es su relativa universalidad (permite,
efectivamente, codificar diferentes lenguas fonológicamente
muy diferentes, siempre que sus estructuras semánticas no
sean demasiado diferentes); la desventaja se encuentra en el alto
número de signos existentes, con las consecuencias prácticas
que esto provoca.
Lo veremos, esta concepción monista de la escritura como
código sustitutivo no podrá ser mantenida por mucho
tiempo más.
Pero abordemos la segunda objeción: la escritura no tiene
nada que ver con las nuevas tecnologías. De hecho, ésta
no constituye en absoluto un fenómeno nuevo, sino al contrario
una de las invenciones más importantes de la primera humanidad
(¿acaso no la utilizamos como el criterio que permite separar
la historia de la prehistoria?). Se podría incluso hablar
de provocación: si la humanidad ha vivido por milenios bajo
el régimen que la escritura ha permitido instaurar como simple
técnica de fijación de la palabra, cabe hacer notar
que es precisamente en los últimos cien años que otras
técnicas han venido a remplazarla en esta función.
Cuando se trataba especialmente de la función fonográfica,
estas nuevas técnicas la han incluso superado, relegándola
al rango de las peores aproximaciones: técnicas mecánicas,
que, con el cilindro y el disco, la cera y el poliestireno, han
permitido restituir el sonido, técnicas electrónicas,
que han superado las precedentes, recurriendo al soporte magnético,
luego al óptico, en las transcodificaciones analógicas,
luego digitales.
Es sin embargo a partir de la escritura, y sólo a partir
de ella, que quisiéramos comenzar. Dejaremos entonces de
lado los discursos sincréticos multimedios, donde la interacción
entre los códigos es demasiado visible. (Veremos, además,
que los programas hipermedia no hacen más que radicalizar
aún más algunas características del hipertexto:
secuencias sonoras o visuales son estructuradas en nodos suceptibles
de ser asociados entre ellos o con otros nodos pero todo esto de
un sólo y mismo modo: aquél que se ha utilizado en
el marco del hipertexto). Para tratar correctamente la escritura,
es importante superar las concepciones restringidas que acaban de
ser recordadas. Y para ello, hay que poner en claro algunas distinciones
útiles.
Comencemos por hacer notar que la palabra “escritura”
es ambigua. Designa de hecho una serie de cosas de las cuales dos
al menos se confunden a menudo: por una parte una cierta relación
entre los significantes escritos y su significado (sentido 1); por
otra, el acto en el curso del cual esos significantes son producidos
(sentido 2). En otras palabras: por una parte un código que
da cuenta de enunciados escritos, por otra, una enunciación.
Para designar este último proceso, en un momento histórico
cuando el sentido 1 se ve cada vez mejor definido4,
sin duda no se debería volver a utilizar el término
escritura. Nina Catach (1984 : 8-9) nos ofrece una terminología
más rigurosa; ella habla de “lection”, que define
como el “acto de la toma de posesión de lo escrito”;
a lo que ella opone la “diction”, que es el acto de
la producción escrita.
Más abajo trataremos primero sistemáticamente el sentido
1, luego algunos problemas designados por la “diction”
(sentido 2 de “escritura”), en una división consagrada
al concepto de texto. En consecuencia, “escritura” recibirá
un sentido más claro, ya que no designa más que fenómenos
descriptibles por el análisis interno (sentido 1)5.
II.
La escritura
2.1.
Lengua y escritura : ¿sumisión o autonomía?
La problemática principal que plantea la escritura en el
sentido 1 es la de la relación con la lengua: ¿relación
de sumisión o de autonomía?
En los años 30, un joven escritor francés que se haría
famoso, planteaba en términos categóricos el problema
de su lengua materna. Inspirándose en ciertas páginas
sorprendentes de Joseph Vendryès, Raymond Queneau declaraba
que el francés escrito constituía una lengua radicalmente
diferente del francés hablado6.
Distinción literariamente fecunda: iba a dar como resultado
la novela Le Chiendent, y muchas otras. Esta oposición
tan estimulante al comienzo, se revelaría frágil muy
pronto. Está ya demostrado: no es conveniente considerar
que la versión oral y la versión escrita de una lengua
constituyen dos semióticas distintas. Pero la idea de una
diferencia importante entre los dos códigos tuvo interesantes
repercusiones en las evoluciones de la semiótica. De hecho,
estaba en la línea de una lingüística que, desde
comienzos de siglo, se esforzaba por rehabilitar un tipo de lengua
hasta ese entonces ilegítima. Esta rehabilitación
de lo oral iba a tener un efecto negativo y un efecto positivo.
Efecto negativo: durante mucho tiempo la lengua escrita fue castigada
por el ostracismo. Puesto que ella daba una imagen deforme de la
lengua oral, en ese momento, la única considerada como auténtica,
su interés había sido decretado como secundario. Efecto
positivo: cuando –desde el comienzo de los años 60,
principalmente gracias a la poética, pero más precisamente
desde hace dos décadas– se abrió la vía
para plantear una teoría de la lengua escrita, la idea de
la autonomía de los dos códigos había liberado
la mentalidad con respecto a la lengua escrita. Se estaba dispuesto
a no verla más como una simple servidora de la lengua oral,
y se la iba a valorar por ella misma. De esta idea dan prueba claramente
un buen número de trabajos recientes7.
La mayoría de ellos son conducidos desde un punto de vista
que rompe voluntariamente con la perspectiva “oralocentralista”.
La idea de una autonomía de la lengua escrita no debería
llevarnos a cortar radicalmente los lazos que la unen a la lengua
oral, pero sí a reconsiderarla. Para Chiss y Puech, en su
Curso de lingüística general, la escritura
asume más bien “la función operatoria de la
esquematización de los procesos lingüísticos
sin apoyo representativo” (1988: 53). Sin embargo, hablar
de “procesos lingüísticos” es todavía
demasiado poco seguro. La escritura esquematiza un conjunto de mecanismos
de los cuales no todos son, estrictamente hablando, lingüísticos.
Es necesario, entonces, estipular que ejerce una doble serie de
funciones semióticas: por una parte funciones complejas de
reenvío a estos procesos designados como lingüísticos;
por otra, funciones autónomas con respecto a la lengua. Lo
que se denominará funciones grafemológicas
y funciones gramatológicas8.
En lo que sigue, diferenciaremos estas funciones, y las detallaremos,
en lo que podría considerarse como un plan para una semiótica
de la escritura (en el sentido 1).
2.2
Las funciones grafemológicas
Las funciones grafemológicas de la escritura son entonces
aquéllas que la unen con la lengua. Si un signo se define
como algo que se refiere a algo diferente, la escritura está
constituida de signos cuyos significados son los signos de la lengua
misma: desde ese punto de vista parten las semias sustitutivas de
Eric Buyssens.
Pero la relación no es, como lo cree Buyssens, la de un significado
escrito con un significado que sería el fonema (“en
las semias sustitutivas, la significación del sema es la
forma de otro sema”, p.49). Como lo muestra Rey-Debove 91988:79),
tal posición provoca muchas aporías.
Pero, ¿existe al mismo tiempo una relación de dependencia,
como lo sugieren tanto Saussure y Jakobson, así como también
Vachek, Gak e incluso Hjelmslev? En todo caso, es difícil
establecer esa relación. Al hablar de funciones grafemológicas
y de significados lingüísticos, sin otra precisión,
no limitamos la lengua escrita a su función fonográfica.
Uno de los grandes méritos de Catach es el haber profundizado
las intuiciones de Martinet9 y
de Gak (1976), insistiendo en la existencia de morfogramas, o significantes
escritos cuyo significado es una función sintáctica
o una regla morfológica. Siguiendo sus estipulados, podemos
entonces distinguir dos grandes tipos de funciones grafemológicas:
las funciones propiamente fonográficas y las funciones
morfográficas. Los signos de las primeras –a los
cuales se les puede llamar tambien indicadores fonéticos-
sirven para la notación de los fonemas, o de las sílabas,
o del esqueleto consonántico de la palabra. Los signos de
los segundos –indicadores morfológicos- tienen como
significado una función sintáctica o una regla morfológica
que se aplica a una unidad vecina; por ejemplo, en francés,
una s del plural no equivale a ninguna unidad fonética, pero
designa una categoría gramatical o una relación sintáctica.
Estas funciones no son, sin embargo, las únicas posibles.
Si la función fonográfica consiste en conferir una
sustancia gráfica a la forma del significante, una maniobra
equivalente es posible de parte del significado, como lo indicaba
Alarcos Llorach (1968). Son los signos logográficos (a menodo
llamados ideogramáticos). No se pueden ignorar éstos
con el pretexto de que su exotismo: existen muchos otros en las
escrituras occidentales como las cifras escritas, que plantean problemas
específicos.
Con estas tres funciones cardinales, no se ha agotado el inventario
de las funciones grafemológicas y de los signos que están
correlacionados con ellas.
Hay además que hacer intervenir las funciones temáticas.
Sus signos –que se pueden llamar también indicadores
de isotopía– tienen por función indicar explícitamente
la isotopía de un fragmento del discurso, lo que permite
de manera eficaz clarificar los significantes de las otras funciones.
Son como aquellos indicadores de isotopía que Champollion
describía en la escritura del egipcio antiguo, denominándolos
“determinativos”: el signo tampoco tiene aquí
valor fonético, pero señala la pertenencia de una
unidad vecina a una categoría semántica.
Se obtienen, de esta manera, cuatro tipos de funciones grafemológicas,
tomadas de la tabla (a). Las dos primeras categorías constituyen
funciones autónomas: las unidades del plano de la expresión
del código que ellas constituyen envían directamente
–o al menos pueden hacerlo- a las unidades del plano del contenido.
Las dos últimas categorías son funciones heterónomas:
las unidades del código que ellas constituyen funcionan sólo
en presencia de otras unidades del tipo autónomo, de las
cuales necesitan el funcionamiento semiótico. Lo que “en
presencia” debe ser modalizada por reglas bien cuidadosas.
Podemos
sintetizar estas observaciones en la tabla siguiente:
Tabla
(a)
Funciones
grafemológicas (los signos gráficos remiten
a elementos del código lingüístico).
-autónomas:
- (a1) funciones fonográficas (indicadores
fonéticos)
- (a2) funciones ideográficas o logográficas
(notación de los significados)
-heterónomas
- (a3) funciones morfológicas (indicadores
morfológicos)
- (a4) funciones temáticas (indicadores
de isotopía)
2.3
Las funciones gramatológicas
Al
lado de las funciones lingüísticas, la teoría
contemporánea de la escritura debe dejar un lugar para las
funciones no-lingüísticas: las funciones gramatológicas.
Todas estas funciones son clasificadas en torno de un principio:
el de la gestión del espacio que ocupa la escritura (cfr
Ong, 1991).
En el primer rango están las funciones indexicales. Estas
se manifiestan en las etiquetas, en las vitrinas de los almacenes,
etc.10. El signo gráfico
es entonces un signo del cual se debe saber (gracias a una regla
convencional) que remite de alguna manera a un objeto determinado,
contiguo al signo. Este objeto puede él mismo ser un signo.
Ejemplos: títulos de obras escritas o de obras pictóricas,
nombres de las salas de clases, las insignias de los participantes
a congresos, nombres de los animadores de televisión, llamados
de nota.
Las funciones indexicales no son las únicas. Hay otras. Lapacherie
(1992), de hecho, asocia a la función indexical la función
taxonómica (percibida correctamente por Ong, 1991).
Los signos están aquí dispuestos siguiendo un orden
diferente del que prevalece en las funciones grafemológicas:
por ejemplo el orden vertical, en los mensajes hechos con la ayuda
de escrituras que privilegian la horizontalidad. Sirven, entonces,
para confeccionar mensajes que no tienen “equivalentes orales”:
las listas (Goody, 1977: 86). Estas listas significan clases lógicas
(paradigmas). Las funciones de este tipo se definen gracias a los
criterios pragmáticos. Ejemplos: listas electorales, listas
de los muertos por la patria, diccionarios, bibliografías,
catálogos, listas de instrucciones en los menús.
La función taxonómica no es sin embargo más
que un aspecto particular de una función más amplia,
que se define por un efecto semántico: la función
topológica.
Efectivamente, a propósito de la poesía (Schmidt,
1971, citado apud Edeline, 1972), desde hace mucho tiempo
hemos notado que una débil contextualización era propicia
para suscitar la polisemia de los sememas y que el procedimiento
más adecuado para establecer este efecto es el aislamiento
del sintagma. De ahí el perfeccionamiento de las sintaxis
particulares en este género literario (cfr Edeline, 1972):
por ejemplo la iconosintaxis, que analizaremos más adelante,
y la toposintaxis. Derivada de la primera, la toposintaxis explota
todas las relaciones de posición que pueden existir en un
mismo mapa (y el mismo espacio). Estas relaciones de posición
corresponden a la misma cantidad de significantes cuyos significados
pueden ser la equivalencia (en los cuadros de pinturas), la secuencialidad
(en las listas alfabéticas) y la más o menos gran
proximidad semántica (en la C.D.U., o el diccionario analógico
de Word), entre otros.11
Las dos funciones indexicales y topológicas son necesariamente
heterónomas, como lo eran las funciones temáticas
y morfográficas en la clase de las funciones grafemológicas.
En efecto, los signos que las garantizan sólo funcionan en
presencia de otros signos grafemológicos autónomos.
Pero
existen también las funciones gramatológicas autónomas:
las unidades del plano de la expresión del código
que ellas constituyen remiten directamente –o al menos pueden
hacerlo– a las unidades del plano del contenido. Estas funciones
gramatológicas autónomas pueden, sin embargo, ser
heterónomas en relación con las funciones grafemológicas.
Se distinguirán, primero, las funciones simbólicas
y las funciones esta vez propiamente indiciales.
Estos dos tipos de funciones dan cuenta de los aspectos plásticos
de la escritura12.
La función simbólica ha sido desarrollada
claramente en un estudio de los caracteres tipográficos hecho
por René Lindekens13.
En éste se ha aislado en la letra una combinatoria de rasgos
pertinentes manifestados por el ojo, la borrosidad, la posición
del eje y el contraste entre el trazo grueso y el trazo fino. Después
de hacer una encuesta, se elabora un pequeño sistema simbólico
poniendo estas variables significantes en relación con los
significados (“pesadez”, “limpieza”, “fantasía”,
“modernidad”, “elegancia”). Otros ejemplos;
juego de las gruesas, de los cuerpos, de las itálicas, distinguiendo
la importancia relativa o el estatus de los pasajes de un texto
(citación, palabras extranjeras, etc.); color de las letras
de un manuscrito (coloraciones), de un impreso (misal) o de una
inscripción en un monumento. De toda evidencia, estas funciones
no son propias a la tipografía. La caligrafía oriental
transmite igualmente significados de este tipo; la ascesis constituye
unos de estos significados.
En todos los casos, el contenido del signo simbólico está
asociado al de los signos grafemológicos por una reenvío
indexical. La función simbólica es por lo tanto heterónoma
en relación con la función grafemológica.
En cuanto a las funciones indiciales, motivadas causalmente, cabe
recordar que es sobre ellas que se funda la grafología. Si
sus reglas son válidas o no –en otras palabras que
la relación de contigüidad sea real o imaginaria- no
es el problema…
Al
lado de las funciones simbólicas e indiciales, hay que considerar
las funciones icónicas. El trazado del signo gráfico
o de un bloque de signos gráficos remiten en forma icónica
a un significado (ejemplos: Cré$us o Pic$ou en el caso del
signo gráfico; el caligrama o la poesía concreta en
el caso de los bloques de signos gráficos). Esta función
es a menodo utilizada en publicidad, donde el significante es motivado
por la similitud con el referente14.
Podemos sintetizar estas observaciones en la tabla siguiente:
Tabla (b)
Funciones gramatológicas (los signos gráficos
no remiten a elementos del código lingüístico).
-autónomas:
- (b1) funciones simbólicas
- (b2) funciones indiciales
- (b3) funciones icónicas
- heterónomas
- (b1) funciones indexicales
- (b2) funciones topológicas.
2.4
El sincretismo de la escritura
2.4.1 Un sincretismo necesario
Estas
diferentes funciones son presentadas simultáneamente en los
códigos que constituyen las escrituras, de manera que los
enunciados escritos constituyen la misma cantidad de discursos “sincréticos”.
Si esta propiedad no constituye una evidencia en la actualidad,
se debe a que la interactividad de los signos escriturales ha sido
ocultada en nombre de la concepción lingüística
de su descripción.
El
sincretismo es, sin embargo, bastante necesario para que se puedan
observar algunas funciones ya descritas: las hemos llamado heterónomas
(funciones morfológicas y temáticas en la categoría
de las funciones grafemológicas, funciones indexicales y
topológicas en la categoría de las funciones gramatológicas).
Es más, todas las funciones gramatológicas son heteronómanas
con respecto a las funciones grafemológicas. No obstante,
incluso fuera de los casos de heteronimia necesaria, se puede observar
el sincretismo.
Las funciones descritas constituyen la misma cantidad de modelos
teóricos. Ahora bien, cada escritura históricamente
localizada puede asociar estas diferentes funciones en proporciones
diversas. Por ejemplo, el japonés asocia logogramas (ideogramas
chinos) y morfogramas, transcritos siguiendo la técnica del
katakana o del hiragana. En la escritura egipcia
antigua –el ejemplo es clásico– se distinguen
los signos logográmicos de los signos fonográficos
(el origen de esta función reside en el uso del signo ideográfico
como elemento de un jeroglífico), los indicadores de isotopías
(“determinativos”), y de otros que vienen a llenar los
espacios que se sabe están gráficamente vacíos
pero que tienen el papel de unidades de control destinadas a sacar
el nivel de redundancia del enunciado (Champollion los llamaba “expletivos”).
La escritura francesa asocia funciones fonográficas (que
sus signos tenían particularmente al comienzo) a funciones
morfográficas muy numerosas, e incluso a funciones ideogramáticas.
La importancia que tiene el hecho de tratar el conjunto de los problemas
que presentan estas funciones múltiples de la escritura ha
sido claramente establecido por Nina Catach: “Hemos llegado,
sin lugar a dudas, a una época sorprendente, la del encuentro
por igual de dos galaxias, asistimos a un nuevo matrimonio de la
civilización oral y la civilización escrita. Su punto
de encuentro es y será la imagen. Es una parábola
divertida, nuestro tiempo se une a la época muy similar de
los comienzos de la escritura” (1989). Sin embargo, en su
detalle, esta hermosa perorata es más poética que
justa. La mejor especialista de la ortografía francesa hace
aquí una síntesis vertiginosa al poner al mismo nivel
las funciones fonográmicas de la escritura y los iconos.
Entre los dos, está toda la rica gama de funciones morfográficas,
indexicales, indiciales, y simbólicas. Cierto es que algunas
de estas funciones son históricamente derivadas la una de
la otra, pero tienen derecho a su autonomía en la sincronía.
2.4.2
La regulación de la interacción: las reglas de devolución
La
perspectiva que acaba de ser esbozada proporciona un hilo conductor
para escribir de manera ordenada la historia de una escritura particular.
La vida de ésta constituye en efecto un conflicto constante
entre las diferentes funciones que está encargada de asumir.
Efectivamente, con frecuencia éstas tienen como significantes
sólo un repertorio de objetos empíricos bastante reducido.
En la escritura latina, existen las letras (con algunas variantes
conocidas: la mayúscula, por ejemplo), algunos signos diacríticos,
algunos signos tipográficos y las cifras. Denominaremos objetos
gráficos los constituyentes de este repertorio.
Por lo tanto, un mismo objeto gráfico podrá por derecho
propio gozar de varios estatus y pertenecer a tal sistema o sub-sistema:
por ejemplo: ser el significante de un sistema fonográmico,
o el significante de un sistema morfográmico, o el significante
de un sistema indexical… Una misma letra constituye, entonces,
varios significantes a la vez, susceptible de jugar varios roles
semióticos. El hecho de que haya sólo un pequeño
número de objetos gráficos se explica obviamente por
una regla de economía. Pero este pequeño número
es incompatible con la complejidad del pluricódigo sincrético
de la escritura. Tomar en cuenta la autonomía de cada función
habría necesitado la manifestación en superficie de
morfemas escritos especializados, como es el caso de los morfemas
específicamente morfográmicos. Por supuesto, tales
morfemas existen para ciertas funciones gramatológicas que
se habían quedado al margen hasta ahora, como las funciones
simbólicas (el análisis de Lindekens que he citado
antes pone en evidencia el papel de las gruesas y de las bases,
a lo que ella da un estatus semiótico). Pero, en todo caso,
en lo que concierne las funciones grafemológicas las escrituras
tradicionales nos confrontan a una gran polisemia de los significantes.
Esta polisemia de los significantes provoca conflictos de devolución,
que los estudios históricos ponen en evidencia en forma muy
destacada.
Así, para el francés, Liselotte Biedermann-Pasques
(1992), por ejemplo, muestra claramente que los plurisistemas15
que se constituyen en la época moderna se fundan en una conciencia
aguda de la pluralidad de las funciones susceptibles de ser reemplazadas
por las marcas empíricas. Algunas de estas marcas tienen,
por lo tanto, un rol diacrítico e depués
de g y c), otras permiten establecer la coherencia
morfográmica de las series (como muchas consonantes finales
mudas), otras además tienen por tarea la de reforzar la imposición
de las Gestalten visuales (l después de au,
eu, ou). Pero cada uno de estos roles debe ser
precisado sin que los objetos gráficos que los asumen tengan
que perder las otras funciones -por ejemplo, las fonográficas-
que también tienen. De tal suerte que es una verdadera nebulosa
de funciones la que gravita en torno a ciertos objetos (la x
y la s muda, por ejemplo).
En todos estos casos, reglas finas que permiten precisar claramente
la relación entre el significante gráfico y su significado
(fonema, función sintáctica, pertenencia a una clase
morfológica, índex que se refiere a las delimitaciones
de la sílaba). Pero estas reglas actúan dentro de
un campo bien circunscrito: por ejemplo el de las funciones fonográmicas
o el las funciones morfográficas, etc., donde ellas contribuyen
a la elaboración de un código.
Lo que perjudica muchas escrituras, por el contrario, son las restrictivas
reglas de devolución.
Estas reglas de devolución son aquellas que indican claramente
a qué sistema –y por lo tanto, a qué código-
pertenece la unidad encontrada. Lo que permite, en otros términos,
identificar la función, y entonces la selección de
reglas finas que hay que aplicar (cfr Klinkenberg, 1992a). Las reglas
de devolución son entonces aquellas que manejan el sincretismo
de los enunciados escritos.
En algunos pluricódigos, estas reglas son poco claras. De
ahí la gran –y necesaria- inestabilidad de los pluricódigos.
El efecto de las reglas de devolución está en todo
caso fuertemente circunscrito por la importancia polisémica
de los significantes gráficos. Pero tal constatación
no contradice en nada el principio mismo de las reglas de devolución,
corolario de la puesta en evidencia del carácter sincrético
de las funciones de escritura. Por otra parte, la existencia de
tales reglas se puede ver claramente, en otros tipos de escritura
en los cuales corresponde al lector “determinar la naturaleza
del signo que se le propone” (Christin, 1989:156).
III.
El texto
Más
allá de la escritura está el texto. No nos corresponde
recordar en esta oportunidad los logros de la semiótica textual.
Pero al menos podemos observar que ciertos rasgos semióticos
de los textos derivan directamente de las propiedades de la escritura
que acabamos de sistematizar. Nos detendremos en dos de estos rasgos
que están, de hecho, relacionados: el texto como espacio
de lectura, la pertinencia del apoyo.
3.1
La primera espacialidad del texto: producto de la lectura
No
es muy útil extenderse sobre el concepto de espacialidad.
La metáfora demasiado usada de “el espacio del texto”
dice bastante sobre el hecho de que el postulado de la linearidad
de los enunciados lingüísticos viene siendo discutida
desde hace mucho tiempo. Las investigaciones sobre los conectores
en el campo sintáctico y sobre las isotopías en el
campo semántico ya han debilitado el principio de la linearidad,
lo que desmiente el proceso de memorización, de expansión,
y de contracción de los textos. Nosotros mismos hemos demostrado
que la lectura poética es inseparable de una activación
maximal de la espacialidad (Grupo ?, 1977).
Es evidente que las relaciones espaciales que se han creado de esta
manera son imprecisas, y el repertorio de las relaciones difícil
de establecer. El ejemplo tipo es proporcionado por la argumentación
retórica: sus significantes provienen con toda seguridad
de una nebulosa expresiva (siguiendo la expresión de Eco).
Algunos investigadores han intentado demostrar el carácter
propiamente lingüístico de las marcas argumentativas
(“la argumentación en la lengua”, según
la fórmula de Ducrot), pero esta tesis que habría
permitido evitar el delicado problema del espacio del texto sigue
siendo muy problemática.
3.2
La segunda espacialidad del texto: el apoyo escritural
El
texto escrito, por el hecho de hacerse sobre una superficie, contradice
explícitamente la linearidad. Lo hace entonces de una segunda
manera, que se sobrepone a la dinámica de la lectura, donde
la linearidad está sólo implícitamente contradicha.
La producción espacial se produce aquí por una radicalización
de todas las funciones heterónomas de la escritura y, en
particular, la función topológica.
Por ejemplo, la invención de las masas textuales cortadas
por espacios en blanco para constituir párrafos, es reciente;
la continuidad del hilo textual es por lo tanto, dividida en unidades.
Estas unidades mantienen entre ellas relaciones diversas, cuyo inventario
está por hacerse: distancia semántica, jerarquización,
etc. Algunas de estas relaciones pueden ser codificadas de manera
estricta (ejemplos: numeraciones imbricadas para la relación
de jerarquía: 1, 1.1., 1.1.2.; indicación de las fechas
en el margen en las obras de historia antigua para dar indicaciones
cronológicas, etc.). Pero éstas lo son a menudo de
manera imprecisa, como se puede ver si se consideran otros signos
de apoyo escritural. De esta manera, los títulos comunes
funcionan frecuentemente como indicadores de isotopía, pero
no es necesariamente siempre el caso; las coloraciones del canto
de los volúmenes gruesos, donde la presencia de marcadores
puede dar una indicación sobre la jerarquía o sobre
las variaciones isotópicas que de otra manera no se precisan,
esta indicación puesta en la encuadernación constituye
un signo obviamente polisémico.
La escritura siempre debe presentarse necesariamente sobre un soporte.
La intervención de éste provoca la aparición
de relaciones semióticas nuevas, ligadas a la organización
del espacio. Estas relaciones provienen entonces de una semiótica
del apoyo escritural. La página, por ejemplo, tiene estructuras
significantes y significados que pueden variar mucho de una cultura
a otra, o de un libro a otro16.
Aunque esta semiótica espacial haya llamado menos la atención
que la semiótica de la arquitectura, es del mismo tipo. Sabemos
que la arquitectura constituye también un discurso pluricódigo,
o sincrético. En resumen, proviene por lo menos de tres códigos.
Por una parte, los signos arquitecturales comunican su función,
como ha sido demostrado por Eco desde 1968. Por otra parte, comunican
significados plásticos; de hecho pueden producir enunciados
icónicos. No insistiremos sobre estos dos últimos
aspectos, que son relativamente claros, y de los cuales se ha mostrado
anteriormente que tienen su correspondiente exacto en la semiótica
de la escritura. Pero cabe destacar que, en el texto, como en el
enunciado arquitectural, cada significante del signo que constituye
el apoyo puede remitir a una función de uso. Por ejemplo:
la existencia de masas como los párrafos, la jerarquía
de los títulos y de los subtítulos, en algunos casos
numerados, significan la posibilidad de un uso en forma de mapa.
Lo que hay que destacar en toda semiótica espacial, es que
la estructuración es siempre dependiente de los diferentes
modos de apropiación del espacio (valores diferentes del
bajo relieve o de la escultura en alto relieve, enunciados producidos
para lecturas respectivamente fijas o ambulatorias; valores de la
espacialidad arquitectural, que varía a medida que se recorren
los enunciados arquitecturales de afuera y de adentro, o por intermedio
de planos…). La semiótica del apoyo escritural no escapa
a la regla de la apropiación. El tomar un volumen en forma
de plano supone en efecto la posibilidad de hojearlo, o de bloquear
las páginas importantes con un dedo. Este hecho depende entonces
de una relación pragmática que no se establece sólo
entre la página y el ojo, sino también entre el volúmen
y la mano17. Los signos de la
semiótica del apoyo escritural significan entonces estas
relaciones pragmáticas: para extender el ejemplo elegido,
el significante que constituye la página del libro moderno
no tiene el mismo significado que la página del periódico
(que no permite ser hojeado), ni que la tablilla, ni que la vuelta
de un rollo, ni que el afiche, La importancia de este factor pragmático
crece aún más si se consideran otros signos del apoyo
escritural (marcadores y registros, entre otros).
IV.
El hipertexto
4.1 ¿Cuáles son las diferencias con el
texto?
La
definición tradicional del hipertexto (Laufer y Scavetta,
1992: 3-4) presenta dos rasgos que pretender distinguir el hipertexto
del texto.
-1º: El texto es manuscrito (o trazado en piedra, o en cera,
o en la tierra) o incluso impreso en papel (o plástico);
el hipertexto es un conjunto de datos textuales numerados en un
soporte electrónico;
-2º: El texto es un conjunto de párrafos sucesivos,
que se leen normalmente del principio al final, los datos textuales
del hipertexto pueden leerse de diferentes maneras.
4.1.1.
No pertinencia de la digitalización
El
primer punto puede no tomarnos poco tiempo. Si la digitalización
de los datos constituye un desajuste tecnológico considerable,
y si ésta ha modificado los modos de producción, de
circulación y de consumo de los bienes semióticos,
esta digitalización no tiene en ella misma ninguna pertinencia
semiótica. Al menos en el marco de las semióticas
humanas.
Efectivamente, poco importa que un conjunto de caracteres aparezcan
en la pantalla o trazados en una página por una impresora
que corresponde a las propiedades magnéticas de una serie
de puntos situados en un mismo sector de un disco duro, o que ellas
correspondan al contrario a puntos repartidos en sectores dispares
de ese mismo disco. Poco importa que, por razones prácticas,
por otra parte ligadas a las escrituras alfabéticas, el octet
haya sido elegido como base de esta distribución. Poco importa
también que un sonido que tiene función semiótica
(como realización de un fonema o de una nota) sea producido
por procedimientos analógicos o digitales. Poco importa que
una póliza de carácter sea vectorial o mapa de bits
si el pasaje de una técnica a otra no provoca una diferencia
fenomenológica sensible (que sería el caso si los
caracteres del mapa de bits fueran resguardados: esto produce
un significado que corresponde a funciones simbólicas e indexicales).
Estos fenómenos son, en efecto, subliminales. Aunque numerados,
los datos textuales terminan siempre por ser percibidos por el utilizador,
ya sea sobre un papel –entonces bajo la forma de un texto
común y corriente- ya sea en la pantalla, que juega el rol
análogo al de la hoja. Es sobre este dato que trabaja el
actor semiótico. Su intervención, cuando sucede, es
enseguida retraducida a datos numéricos. En términos
hjelmslevianos se podría decir, en forma peyorativa, que
los hechos digitales provienen de la materia. Lo que le importa
en la perspectiva semiótica es su pasaje a la sustancia,
gracias a una forma. Es, en otros términos, el establecimiento
de estos hechos en unidades del plano de la expresión, gracias
a la existencia de una función semiótica.
Cierto es que se tiende a sobrevalorar el impacto de la numeración
de la naturaleza de los productos semióticos. Lo hacemos
muy a menudo para radicalizar con mayor fuerza una oposición
que no tiene lugar entre los mensajes-máquinas y los mensajes
humanos. Los gurús del digital olvidan que en las semióticas
humanas, los signos proceden del stimulii y que son también
binarios. Pero allá como aquí, esta binariedad es
del orden de la materia18.
4.1.2
Estructura del hipertexto
Nos
detendremos ahora sobre la segunda parte de la definición
del hipertexto: el hecho de que los datos textuales puedan “leerse
de diferentes maneras” con la consecuencias semánticas,
sintácticas y pragmáticas que ello provoca.
Examinemos de cerca esta definición, y la del texto que se
deriva por contraste. Se pueden distinguir tres rasgos definitorios
en la que concierne al texto:
a) es lineal: se lee habitualmente “desde el comienzo hasta
el final”, gracias a reglas sintácticas que privilegian
la secuencia;
b) es el objeto de un recorrido obligatorio, los datos textuales
son muy jerarquizados;
c) la linearidad y la jerarquía hacen que el recorrido
textual sea fijo.
El
hipertexto, por el contrario, presentaría tres características
convertidas:
a) Los datos son repartidos en nodos de información. Estos
presentan marcas de conexión, que son las equivalentes
a las marcas sintácticas. Pero las primeras tienen dos
características que las distinguen de las marcas sintácticas
habituales: (?) son pluridireccionales: permiten pasar a nodos
no contiguos o nodos de partida, o nodo-fuente; (?) son transitivas:
el pasaje del nodo-destino a otro es siempre posible, en lo que
desde entonces designa por la metáfora de la “navegación”.
b) Los lazos de significados por estas diferentes marcas son opcionales.
Pueden ser activados a petición, desencadenando la manifestación
de los nodos correspondientes. La jerarquía entre los elementos
es débil, o en todo caso se puede modular.
c) La espacialidad y la opcionalidad dejan libre el recorrido
hiepertextual19.
Estas
oposiciones nos parecen poco naturales en varios puntos. En efecto,
parten de una concepción del texto que no toma en cuenta
el carácter sincrético de la escritura, y por consecuencia,
descuida las propiedades importantes del texto. Descuida particularmente
el hecho de que la lectura lineal crea la espacialidad y que algunas
propiedades de la escritura (sus funciones taxonómicas) producen
de partida esta espacialidad. Descuida asimismo todas las funciones
gramatológicas de esta escritura. Finalmente, descuida un
poco la existencia de una semiótica de apoyo escritural del
texto. Este juego forzado de oposiciones quizá impide además
percibir los puntos sobre los cuales el hipertexto es el más
innovador.
4.1.3
Antes del hipertexto: el tratamiento de texto
Al
terminar esta presentación, no podemos dejar de recordar
que la manipulación del hipertexto es inseparable de una
gestión material del texto. Sin confundirse con ellas, el
hipertexto se une a las evoluciones tecnológicas que han
modificado la relación de los usuarios con el texto. Entre
estas evoluciones, la del tratamiento de texto, y la de los programas
informáticos de P.A.O. Algunas de estas innovaciones han
tenido repercusiones semióticas.
A este respecto podemos dar un ejemplo. Si, semióticamente
hablando, el código textual no se confunde con la lengua,
una de las tareas de una semiótica textual es la establecer
las unidades que constituyen este código y sus leyes de articulación,
y estudiar sus modos de producción y de decodificación.
Son las unidades discretas las que constituyen la línea o
la página. Pero la pertinencia de estas unidades varía
con la evolución tecnológica. La página constituye
una unidad privilegiada en el tratamiento manual de la escritura
(pensemos en los grabados medievales). Incluso después de
la llegada de la imprenta, ésta sigue siendo esencial en
algunos géneros como el periódico o el libro de poesía.
Pero a partir de esta época, la unidad línea adquiere
una pertinencia mayor, al menos en el proceso de producción
de los enunciados. Las evoluciones recientes tienden a perturbar
la relación de las unidades también de otras maneras.
El tratamiento del texto disminuye el privilegio de la línea
(lo que se veía venir desde hace mucho tiempo gracias a la
máquina de escribir eléctrica –la cual dispensaba
al usuario de producir él mismo el regreso a la línea–
o a la fotocomposición), pero no es en beneficio de un regreso
a la página como unidad del dispositivo de producción.
Como se podrá ver más adelante, el tratamiento de
texto llevará más bien a un flujo de información
continua (y no discreta), a semejanza del que apoyaba los antiguos
rodillos.
Junto con este ejemplo, estas tecnologías –que no conciernen
particularmente al hipertexto– afectan las unidades de los
diversos códigos que intervienen de manera sincrética
en la escritura. Pensemos en los códigos simbólicos
e indexicales, influidos por la tipografía, y la gestión
sistemática que se puede hacer gracias a las hojas de estilo
que ofrecen los principales programas de tratamiento de texto.
Nos podemos acercar a una conclusión. Si partimos de una
concepción que incluye el texto y la escritura, se debe admitir
que las nuevas tecnologías no aportan en ningún caso
un trastorno cualitativo. O más bien, si hubiese trastorno,
éste es doble.
Y, ante todo es sociológico. La acumulación de innovaciones
ocurrida en un lapso extremadamente breve de tiempo histórico
y la generalización rápida en un público amplio
de técnicas que ya no representan un misterio produce sobre
todo un cambio radical de los modos de trabajo semiótico
y de los discursos sociales de los que dan cuenta. Pero, en todo
caso, esta mutación no debe contaminar los discursos metasemióticos
hasta el punto de tener que admitir sin más la idea de la
novedad radical.
En lo que respecta al plano propiamente semiótico, sobre
el que volveremos ahora, el trastorno es más bien provocado
por una serie de mutaciones de los repertorios de los signos gráficos
y textuales correspondientes a las funciones que hemos examinado
antes. En relación con las técnicas escriturales y
textuales clásicas, las nuevas tecnologías aportan
en efecto cuatro tipo de novedades:
-1. Han modificado el número de unidades de cada código
que interviene en el enunciado sincrético. Nuevas unidades
han venido a agregarse a los sistemas de contenido y al sistema
de expresión de cada uno de los códigos, que resultan,
entonces, cambiados.
-2. Han modificado el estatus de estas unidades en cada uno de
los códigos presentes. Algunas unidades que forman parte
de los sistemas imprecisos y abiertos son ahora susceptibles de
ser objeto de definiciones estrictas en los sistemas sincrónicamente
cerrados20.
-3. Han modificado la relación entre las diversas funciones
que se producen en el discurso sincrético. El peso respectivo
de estas diferentes funciones ha sido modificado, y por lo tanto
también la naturaleza de la interacción misma.
-4. Han permitido explicitar un cierto número de reglas
de devolución.
Enumeraremos aquí, sin preocuparnos de sistematicidad o
exhaustividad, algunos de los puntos sobre los cuales las nuevas
tecnologías han fecundado o modificado los antiguos sistemas
escriturales y textuales. Los hemos elegido partiendo de la siguiente
hipótesis: las nuevas tecnologías han radicalizado
las funciones hasta ahora poco aparentes de la escritura, aumentando
su peso específico en los discursos sincréticos
que ella produce, ésta los ha hecho llegar a la conciencia
semiótica.
4.2
Las radicalizaciones de las nuevas tecnologías.
A. Radicalización de los rasgos de la escritura.
4.2.1 Funciones temáticas
En el tratamiento moderno del texto y en el hipertexto, la función
temática no es asumida necesariamente por signos especiales.
Esta es frecuentemente asociada con las técnicas que tienen
relación con las funciones taxonómicas. Y procede,
efectivamente, de la radicalización de prácticas como
el thesaurus clásico, que, en la primeras aplicaciones
de la informática a las ciencias humanas, había resultado
en el estudio de las palabras-clave. En el tratamiento de texto,
las instrucciones “buscar” o “reemplazar”
tienen como efecto el producir desplazamientos ligados a las isotopías.
Sin embargo, vale señalar que se trata de micro-isotopías,
siempre ligadas a la estructura lingüística de superficie.
Los gestores de idea permiten dejar este nivel superficial para
llegar al de los semas, no manifiestos. Las marcas que permiten
este desplazamiento parecen tener el rol de los antiguos determinantes.
El despliegue de esta función temática está
cargada de implicaciones para la pragmática de la escritura.
Efectivamente, al multiplicar los indicadores de isotopía,
el hipertexto tiende a abolir progresivamente la oposición
entre el texto y la base de datos.
4.2.2
Funciones icónicas y simbólicas
Se puede aislar el estilo de un enunciado sólo si este último
es realizado a partir de un código (o de códigos)
autorizando la producción de variantes libres. En otras palabras,
el estilo existe sólo si cada signo producido es susceptible
de conocer diferentes manifestaciones. El estilo de un enunciado
entonces resulta de las elecciones hechas entre las diversas realizaciones
posibles de un mismo hecho semiótico21.
Estos repertorios de realización se estructuran a su vez
en sistemas que son de orden del simbólico.
Es exactamente lo que se ha producido con en el uso de la tipografía
que autoriza las nuevas tecnologías. La existencia de variables
libres tipográficas no es nueva, pero antes sólo podía
producir estilo en el marco de la difusión amplia y colectiva
de textos, por medio del impreso. Este se ha unido progresivamente
a la estilística individual, primero gracias a las máquinas
de escribir de esfera (golfball), luego gracias al tratamiento
de la informática gráfica. Recordemos por ejemplo
Font Créateur de Adobe, que, a partir de las matrices
de base permite multiplicar las opciones individuales de estilo,
de grosor, de cuerpo o de técnica, es decir de trazado.
Esta restitución, que es de naturaleza cuantitativa más
que cualitativa tiene, evidentemente, una repercusión por
el lado de las funciones indexicales. La notable individualización
de los recursos tipográficos le permite de ahora en adelante
jugar el mismo rol que la escritura manuscrita en los problemas
tales como la identificación de la fuente de lo escrito.
4.2.3 Funciones topológicas
Es quizás aquí donde las innovaciones son más
radicales. Las posibilidades de indexación y de lectura en
forma de mapa ponen en relación elementos alejados del espacio
virtual del texto. Esta puesta en relación es asimismo diversificada
por los diferentes tipos de lazos que instituye el hipertexto: lazos
explícitos cuyos significantes apuntalan el texto (marcas
que afectan un punto preciso de un nodo), o lazos implícitos,
establecidos por propiedades semánticas de los nodos en relación.
Nos alejamos de esta manera definitivamente de las funciones logográficas
de la escritura:
Topographic
writing challenges the idea that writing should be merely the
servant of spoken language. The writer and reader can create and
examine signs and structures on the computer screen that have
no easy equivalent in speech. The point is obvious when the text
is a collection of images stored on a video disk, but it is equally
true for a purely verbal text has been fashioned as a tree or
a network of topics and connections (Bolter, 1990:112).
El
espacio creado de esta forma se extiende a las dos dimensiones clásicas,
pero más allá de los límites del texto: las
instrucciones como “publicar”– “abonarse”,
crean lazos dinámicos entre documentos y dan así un
fundamento tecnológico a la noción de intertexto.
Pero este espacio a veces sobrepasa las dos dimensiones. La posibilidad
de sobreponer ventanas que comprenden diversas subunidades de un
mismo texto crea en efecto un paralelismo entre planos. La existencia
del pisasapel (que incluye varios niveles en algunas aplicaciones
como Nisus) y que contiene unidades textuales que se pueden incorporar
en cualquier parte de uno u otro texto va en el mismo sentido, creando
a la vez una nueva herramienta intertextual.
4.3
Las radicalizaciones de las nuevas tecnologías.
B. Radicalización de los rasgos del texto.
4.3.1 Espacialidad
Como lo hemos señalado más arriba, antes se producía
la espacialidad textual en forma doble. Por una parte debido a la
lectura y por otra, a la estructura espacial del apoyo (de la página
por ejemplo). En el primer caso, está programada por la interacción
entre el estímulo (donde no se inscribe directamente) y el
sujeto de la lectura. En el segundo, está programada por
datos escriturales: los títulos y los subtítulos,
los párrafos, etc.
En el hipertexto, la espacialidad está programada de una
manera totalmente diferente. El primer tipo de espacialidad esta
estrictamente programado y figura en el estímulo mismo. El
segundo tampoco obedece a las mismas reglas. Las relaciones de distancia
semántica y de jerarquización, entre otras, están
aquí codificadas de manera estricta, y no de manera imprecisa
como a menudo sucedía en el espacio escritural. Partamos
del ejemplo de la argumentación retórica. Un programa
como el Author’s Argumentation Assistant (AAA) de Schuler
y Smith, ha sido puesto en funcionamiento justamente para estimular
la estructuración de las ideas según varios modos.
Este formaliza los lazos retóricos que la pragmática
tradicional insiste en limitar a su expresión lexical, como
la contradicción, la especialización, la generalización,
la negación, el apoyo, etc.
Esta codificación estricta hace que los productos de la espacialidad
sean partricularmente accesibles y de forma inmediata. De esta manera
la lectura de un texto en forma de mapa no exige la localización
a través de la exploración de todos los elementos
que hacen posible la espacialidad en el texto. No obstante, con
toda seguridad se trata de mutaciones más cuantitativas que
cualitativas.
Por el contrario, en lo que respecta las manipulaciones pragmáticas,
estamos aquí dentro de un universo radicalmente nuevo. Nuevos
usos son significados por los nuevos significantes que produce el
apoyo escritural del hipertexto: “la naturaleza virtual del
hipertexto obliga a calificar las relaciones, ya que el contexto,
lejos de ser estable está constituido por el recorrido mismo
(Laufer, 1992: 19). Si los lazos entre los nodos son activables,
lo son entonces por procedimientos diferentes que en el caso del
texto (el teclado, el uso del cursor, la tecla sensible de una pantalla,
etc). De esta manera, un nuevo repertorio de significantes aparece
acompañado de una producción de significados nuevos,
de manera que el código de la semiótica del apoyo
textual se ve desestabilizado. Desestabilización de la que
estaremos todavía más convencidos si se constata que
el número de signos del apoyo textual desaparecen aquí.
La pragmática ligada a lo manuscrito que hemos descrito para
el texto, autorizaba en efecto los desplazamientos rápidos,
pero no tienen su correspondencia inmediatas en el caso del hipertexto22.
4.3.2 Aspectos pragmáticos
a)
La cooperación hipertextual
No
obstante todo lo que se ha dicho sobre el proceso de lectura, tal
como es descrita en la etnografía de la comunicación,
es difícil constatar una interacción tan rica como
la que se produce en la conversación. Por definición,
la lectura no supone la co-presencia de un interlocutor.
El hipertexto permite que lo escrito se transforme en un medio de
comunicación cooperativo.
La cooperación es más intensa pero también
más codificada que la del texto. El hipertexto, a través
de sus múltiples realizaciones, crea relaciones sociales
diferenciadas que podrá estudiar la sociosemiótica.
En efecto, ésta última pone en relación las
disposiciones codificadas por el programa informático y una
estratificación de los usuarios. De esta manera, se pueden
clasificar estos programas en modelos “autocráticos”,
cercanos a los del texto (el destinatario sólo modifica las
informaciones, pero todos tienen acceso a ella), en modelos “democráticos”
(todos los participantes tienen acceso a todas las informaciones
y pueden manipularlas libremente), o en modelos sincréticos,
donde los espacios de consulta y de manipulación son repartidos
en función de los datos y en función de las tareas
asignadas a cada miembro del grupo de usuarios.
b)
Radicalización de las funciones metasemióticas
Finalmente,
convine combatir un mito complejo. La automatización de las
tareas, buscadas por todas las tecnologías descritas, a menudo,
tiene la reputación de crear una pantalla entre la estructuración
de los datos y los usuarios. La multiplicación de los artificios
que aumentan la convivencia escondería los mecanismos auténticos
del tratamiento de la información. Pero tal idea está
fundada en una consideración demasiado generosa del nivel
que hemos calificado antes de subliminal.
De hecho, a nivel propiamente semiótico, todas las nuevas
tecnologías tienden hacia la explicitación máxima
de sus reglas. Se sabe por ejemplo que todas ellas permiten hacer
aparecer marcas escondidas por la traducción del texto en
términos tipográficos (alineamiento, comienzo de un
párrafo, fin de la línea, espacio entre palabras)
produciendo así una redundancia en lo que respecta los significantes
que ya vehicula la traducción tipográfica. Este aumento
de la tasa de redundancia produce sin lugar a dudas un efecto de
conciencia que no podemos descuidar. Pero, lo esencial está
sin duda en otra parte. Hay que destacar que las nuevas tecnologías
explicitan sus propias reglas en enunciados que también explotan
las funciones que hemos explorado: menús giratorios, que
basados en la función taxonómica, clasifican las operaciones
en paradigmas, rúbricas o burbujas de ayuda, tablas de opciones,
caja de herramientas al margen, etc. Sin embargo, hemos insistido
bastante en que estos enunciados metasemióticos se manifiestan
siempre simultáneamente con los que permiten ser elaborados
(al menos en el momento de la producción de éstos).
Si tomamos una comparación; es como si las reglas de sintaxis
y de fonología se manifestaran simultáneamente con
cualquier producción de lenguaje. Esta expresión de
los discursos metasemióticos, que produce un tipo inédito
de discursividad sincrética, sin duda no es la menor de las
evoluciones que habrá provocado la fecundación de
las prácticas escriturales y textuales por las nuevas tecnologías.
Notas:
*
Traducción del francés original: “Fécondation
des discours pluricodes par les nouvelles technologies. L’exemple
de l’écriture”, realizada por Marcia Espinoza-Vera,
bajo la supervisión del autor.
1 A multimedia le damos aquí
el sentido conocido de: a) concierne simultáneamente varios
medios de comunicación, b) se trata del universo de la informática.
Dejamos de lado, por lo tanto, el significado técnico que
le han dado a la palabra en Apple, en donde hace referencia, por
otra parte, a una propiedad de la información cuando es a)
dinámica, b) manejada por el sistema. Herramientas como QuickTime
o QuickDraw no constituyen de hecho aplicaciones diferentes como
tal, destinadas a crear sonido o un vídeo, sino que son más
bien herramientas de gestión que dependen del Finder, y están
dispuestas a recibir las técnicas elaboradas en el marco
de las aplicaciones particulares.
2 A este respecto, ver el catálogo
de la excelente exposición L’ère binaire:
nouvelles interactions (Hirch et al, 1992).
3 De hecho Bolter señala
divertido que “los hipermedia son la revancha del texto contra
la televisión” (1990 :113)
4 Ver los trabajos reunidos en
Pour un théorie de la langue écrite (Catach,
ed., 1988).
5 Debemos, sin embargo señalar
que “escritura” conserva entonces un sentido 3, más
general. Por lo tanto, en este sentido 3, ésta es la suma
de los fenómenos descriptibles por el análisis interno
(sentido1) y los fenómenos definidos por su producción
y su recepción (constituidos a su vez por la suma de la “diction”-
el antiguo sentido 2-, y de la “lection”).
6 “Escrito en 1937”.
Reproducido en Queneau, 1965, pp.11-26. El francés hablado
se iba alejando cada vez más del modelo escrito. Queneau
preveía el momento en el cual la filosofía iba a dar
el salto que Descartes había dado, confiriendo finalmente
su dignidad escrita a esta lengua sin legitimidad.
7 Al respecto se pueden mencionar
los trabajos de A. M. Christin, o el congreso Pour une théorie
de la langue écrite.
8
Terminología de Catach.
La grafemología es definida como el estudio “de los
signos escritos, tomados como sistemas de unidades discretas y articuladas”
(1984: 7). Esta definición amplia es problemática:
deja entrar en esta disciplina subdivisiones de lo que llamamos
aquí gramatología. Los iconos, por ejemplo, constituyen
también “unidades discretas y articuladas “ (cfr
Groupe µ, 1993), y deberían competer la grafemología!
Ahora bien, el criterio de la distinción entre las dos diciplinas
constituye para N. Catach la oposición clara entre “lingüística”
y “extralingüística”.
9
Según quien la ortografía moderna se “acerca
a veces a una transcripción morfofonológica de la
lengua” (1965:25).
10 Éstas han sido estudiadas
ampliamente por J.-G. Lapacherie (1992), quien desafortunadamente
las llama indiciales. Puesto que sería necesario, a pesar
de lo que opina G. Deledalle (1990:196), distinguir entre índex
e índice, a menodo confundidos el uno con el otro. Sin duda,
esta confusión de debe a dos cosas: por una parte a la casi-homonimia
de las dos palabras: por otra, el papel que la contigüidad
juega en los dos casos. Sin embargo, el índex es un signo
arbitrario, y la contigüidad que juega aquí no es la
misma que en el caso del índice (donde es de naturaleza causal).
El índex es un signo que tiene por función atraer
la atención sobre un objeto determinado; de ahí la
idea de contigüidad (este tipo de signo funciona solamente
en presencia del objeto designado). Ejemplo canónico: el
dedo apuntando hacia un objeto –de hecho, siempre se usa el
dedo índice: muy rara vez el dedo pulgar o el del medio-.
Este significante tiene como significado: “la orden que da
el receptor de dirigir su atención a una porción de
espacio situado en la prolongación del eje del dedo”.
Muy a menudo (pero no exclusivamente), el índex tiene como
efecto de dar el estatus de signo al objeto designado. La sustancia
de los índex puede ser variable. Estos pueden, asimismo,
ser de naturaleza lingüística (“ese tipo
de allí”, “el rey de Francia
actual”…).
11 Edeline estudia igualmente
la tycho-sintaxis, o sintaxis aleatoria. Pero en la medida en que
la explotación de la casualidad (por procedimiento estocástico
o por explotación sistemática de una combinatoria)
sea portadora de significación, ésta producirá
relaciones toposintácticas.
12 Sobre la oposición
entre signo icónico y signo plástico, ver Grupo µ,
1993, cap. III; sobre la semiótica del signo plástico,
ver idem., cap. V.
13 1971; Lindekens confunde
erróneamente signo icónico y signo plástico.
14 Sobre el iconismo y la motivación
en los signos visuales, objetos de intensos debates, cfr Groupe
µ, 1993. El iconismo no debe ser confundido con el ideogramatismo.
Por cierto, algunos objetos identificados como logogramas (“ideogramas”)
son, en los hechos, a la vez un icono y un signo que remite convencionalmente
al significado lingüístico. Pero este último
es necesariamente de tipo icónico. Por ejemplo, un significante
determinado puede ser a la vez un icono de un pájaro en particular
(un polluelo de algunos meses por ejemplo) y el significante del
significado lingüístico “pájaro”.
Pero, puesto que son logogramas, la función de estos signos
es lingüística, y la única definición
que les conviene es la segunda “significante del significado
lingüístico ‘pájaro’”). Muchos
ideogramas no tienen, de hecho, ningún valor icónico,
fuera de las consideraciones etimológicas a veces erróneas
que tienden a motivarlas nuevamente.
15 Utilizamos aquí el
término fidelidad en un uso bien establecido en los trabajos
que abordan la escritura del francés. Pero hubiéramos
preferido “pluricódigos” (y preferido “código”
a “sistema”), pues un código es una asociación,
cada vez original, entre un sistema que se refiere al plano de la
expresión y un sistema que remite al plano del contenido;
estos sistemas se definen por oposición y sólo actúan
sobre un plano único (rojo/vs/verde/ y “autorizado”
vs “prohibido”, hay dos sistemas y un código
que los asocia). En otro lugar utilizamos, por lo tanto, “pluricódigo”.
16 “Que
las civilizaciones de escritura no-alfabética sean civilizaciones
del espacio inscrito (en nuestra terminología: que favorizan
las funciones gramatológicas) tanto sino más que de
la noción verbal (de la logografía), es lo que nos
demuestran sus prácticas más cotidianas. Una página
del periódico chino podrá estar compuesta simultáneamente
a partir de tres ejes, vertical de derecha a izquierda, horizontal
de derecha a izquierda y horizontal de izquierda a derecha (…)
La orientación lineal de los signos, constitutiva del esquema
visual de su soporte, participa del mensaje con el mismo derecho
que los signos mismos (…) Estos ejemplos bastan para mostrarnos
que la vocación exógena de la escritura se manifiesta
de dos maneras íntimamente ligadas la una a la otra: por
su abertura de principio a las escrituras cuyo sistema o connotaciones
culturales no son idénticas al suyo, y por la ayuda que solicita
a un entendimiento visual específico, diferente del de la
lectura en el sentido estricto puesto que la función lingüística
del texto no interviene en esto directamente” (Christin, 1989:
145; la última propuesta es un poco forzada).
17 Uno de los grandes méritos
de Italo Calvino, en Se una notte d'inverno un viaggiatore…,
es el de haber puesto en evidencia la importancia de estos factores
pragmáticos en el proceso de lectura (situación física
del lector, situación física del libro…), junto
con los factores semióticos y sociológicos.
18 En definitiva, el discurso
sobre los hipermedia es ampliamente ideológico. Está
marcado por el encuentro de dos mitos: el del realismo y el de Prometeo.
Realismo: los hipermedia permitirían en efecto, una mejor
comunicación ya que se elaborarían signos más
cercanos a nuestro sentido y a nuestros modos de pensar. Pero conocemos
las bases metafísicas de tal posición antisemiótica.
Prometeo: los hipermedia elaborarían signos sorprendentes,
a la vez diferentes de la imagen llamada física y de la imagen
interior. Diferentes de la imagen interior porque son susceptibles
de materialización, diferentes de la imagen física
porque no se definen por la actualización…
19A veces se agregan
otras diferencias a las dos precedentes. Notamos por ejemplo que
en algunos casos los lazos textuales son difusos: pueden manifestarse
a través de las propiedades semánticas de un grupo
de palabras. Los lazos hipertextuales serían por el contrario
expresados físicamente en la zona que los contiene. La existencia
misma de un lazo activable es significada por un significante gráfico,
como letras gruesas o un encuadrado. Pero esta oposición
no nos parece pertinente. Los progresos de la inteligencia artificial
permitirán particularmente el hecho de no considerar las
marcas físicas de activación.
20Sincrónicamente,
precisemos. Este cierre del sistema se manifiesta en efecto en el
marco de una lógica determinada, en una versión determinada,
utilizada en un momento dado. Pero esto evidentemente no significa
1) que estos repertorios no sean parametrables y que 2) ellos no
sean susceptibles de evolución. Sabemos, por el contrario,
que la evolución es, en este campo, de una celeridad notable.
21Sobre todo esto, ver
Intento de redefinición semiótica del concepto
de estilo, en Klinkenberg, 1992: 161-164.
22 Aunque muy a menodo
se intente reconstituirlos en el nuevo código de manera icónica:
“Toda estimulación debe tener en cuenta el cuerpo y
el espacio. Las máquinas de monedas en los casinos atraen
por las ruedas y las imágenes que giran, por el sonido de
las monedas, por la palanca que las hace funcionar. Los juegos de
arcada electrónica requieren gestos. No hay estimulación
interactiva sin estimulación sensorial. El hipertexto ha
debido redescubrir el rol de la mano en la lectura” (Laufer,
1992: 19)
Referencias:
AA.VV.,
1977, L'espace et la lettre, n° 3 des Cahiers ]ussieu,
Paris, U.G.E. (= 10/18, 1180).
ALARCOS LLORACH, Emilio, Les représentations graphiques
du langage, dans Martinet (ed.), 1968, pp. 513-568.
BIEDERMANN-P ASQUES, Liselotte, Théories et pratiques orthographiques
en presence au XVIIe et au debut du XVIIIe siècle, in Klinkenberg,
1992a:141-160.
BOLTER, Jay David,Typographic Writing: Hypertext and the Electronic
Writing Space, in Landow & Delany, 1990: 105-118.
BUYSSENS, Eric, 1943, Les langages et le discours. Essai de
linguistique fonctionnelle dans le cadre de la sémiologie,
Bruxelles, Officede publicité, coll. J Lebègue, N°
27.
CATACH Nina, 1984, Réflexions sur la nature du graphème
et son degré d'indépendance, Liaisons HESO,
11 : 1-14.
CATACH Nina (éd.), 1988, Pour une théorie de la
langue écrite, Paris, Editions du C. N .R.S.
CATACH Nina, 1989, Les délires de l'orthographe, en forme
de dictionnaire, Prefac de Saint-Robert, Paris, Plon.
CHISS, Jean-Louis, PUECH, Christian, 1988, Le Cours de linguistique
générale et la "représentation"
de la langue par l'écriture, in Catach (éd.), 1988
: 47-55.
CHRISTIN, Anne-Marie (éd.), 1982, Ecritures. Systèmes
idéographiques et pratiques expressives, Paris, Le Sycamore.
, 1989, Espaces de la page, in Hay (éd.), 1989 : 141-168.
CROWLEY, David, HEYER, Paul (eds), 1991, Communication in History.
Technolgy, Culture, Society, New-York, London, Longman, 1991.
DELANY, Paul, LANDOW, George P. (eds), 1990, Hypermedia and
Literay Studies, Cambridge, London, The M.LT. Press.
DELEDALLE, Gérard, 1990, Lire Peirce aujourd'hui,
Bruxelles, De Boeck, coll. De Boeck Université.
ECO, Umberto, 1968, La struttura assente, Milano, Bompiani.
---, 1988 Le signe. Histoire et analyse d'un concept, Bruxelles,
Labor, coll. Média.
EDELINE, Francis, 1972, Syntaxe et poésie concrète,
n° 89 du Courrier international d' études poétiques.
GELB, Ignace J., 1963, Pour une théorie de l'écriture,
Paris, Flammarion.
GOODY, Jack, 1977, The domestication of the Savage Mind,
Cambridge University Press.
GROUPE ?, 1977, Rhétorique de la poésie. Lecture
linéaire, lecture tabulaire, Bruxelles, Complexe ( rééd.
Paris, Le Seuil, 1990, = Points, 216).
---, 1993, Traitado del signo visual. Para una retórica
de la imagen, Cátedra, col. Signo e Imagen.
HAY, Louis (éd.), 1989, De la lettre au livre. Sémiotique
des manuscrits littéraires, Paris, Editions du C.N.R.S.
HIRSCH, Charles, BAUDSON, Michel, LIUDION (eds), 1992, L'ère
binaire : nouvelles Interactions, s.l [Bruxelles], Ludion.
HOREJSI, V., 1972, Les graphonèmes français et
leurs parties composantes, Etudes de linguistique appliquée,
8 : 10-17.
KLINKENBERG, Jean-Marie (éd.), 1992a, Écriture
et orthographe, n° spécial de Le Français
moderne. Revue de linguistique française, t. LX, 1992,
n° 2, pp. 129-268.
--- (éd.), 1992b, Diction, lection : chou-vert et vert-chou,
in Klinkenberg, 1992a:225-231.
--- (éd.), 1992c, El sentido retórico. Ensayos
de semántica literaria, Universidad de Murcia, Secretariado
de Publicaciones.
--- 1993, Métaphores de la Métaphore. Sur l'application
du concept de figure à la communication visuelle, à
paraître dans Verbum.
LANDOW, George P. & DELANY, Paul, 1990, Hypertext, Hypermedia
andLiterary Studies: the State of the Art, in Delany & Landow
(eds), 1990: 3 moderne, 50.
LAPACHERIE, Jean-Gérard, Indices d'écriture, in Klinkenberg,
1992a: 218-224.
LAUFER, Roger, SCA VETTA, Domenico, 1992, Texte, hypertexte,
hypermédia, Paris, Presses universitaires de France
(= Que sais-je?, 2629).
LINDEKENS, René, 1971, Sémiotique de l'image:
analyse des caractères typographiques, Université
d'Urbino, Centro Internazionale di Semiotica e di
Linguistica, coll. documents de travail et pré-publications,
n° 3.
MARTINET, André (éd.), 1968, Le langage,
Paris, Gallimard (=Encyclopédie de la Pléiade).
MINGUET, Philippe, 1981, Figures de lettres dans la poésie
concrète, Rivista di estetica, n° 7: 3-23.
ONG, Walter, 1991, Print, space and closure, in Crowley & Heyer,
1991 : 102-113.
QUENEAU, Raymond, 1965, Bâtons, chiffres et lettres,
Deuxième éd. rev., Paris, Gallimard, coll. Idées.
REY-DEBOVE, Josette, 1988, A la recherche de la distinction oral/écrit,
in Catach (éd.), 1988 : 77-90.
SAINT-MARTIN, Fernande, 1989, Structures de l'espace pictural,
s.l. [Montréal] HMH Hurtubise ( = BQ sciences humaines).
Jean-Marie
Klinkenberg
Forma parte del consejo editorial de numerosas revistas y colecciones
internacionales, y ha sido profesor visitante en cinco continentes.Catedrático
de ciencias del lenguaje en la universidad de
Lieja,Bélgica. Marcia
Espinoza-Vera
Doctor en Literatura Hispánica en la
Universidad de Queensland, en Australia.
Actualmente se desempeña comoprofesora de Idiomas y de Literatura
en la Escuela de Lenguas y Estudios Comparativos y Culturales de
esa Universidad. |