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Abril - Mayo
2004

 

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Para Aprender a Escribir
 

Por Martín Fontecilla
Número 38

Aprender a escribir entraña una serie de compromisos nunca evidentes en sí mismos. Sin embargo, al inicio de los cursos de redacción siempre es de gran ayuda que las personas sepan qué es lo que implicará este proceso. ¿A qué debe estar preparada una persona que desea aprender a escribir? Para decirlo de manera simple: aprender a redactar implica que las personas escriban, hablen y lean mucho.

Sugerir la práctica constante de la escritura como una forma de dominar el proceso de composición rayaría en la obviedad si no fuera, como dice Natalie Goldberg, porque ésta siempre es discutida:

“It is odd that we never question the feasibility of a football team practicing long hours for one game; yet in writing we rarely give ourselves the space for practice.”1

En este sentido, es necesario recordar que la escritura es una habilidad y que el procedimiento natural para desarrollarla, como a cualquier otro tipo de destreza, es la práctica constante. Ésta brinda antes que nada experiencia, es decir, conocimiento de primera mano sobre los obstáculos más frecuentes en el acto de escribir y también sobre los recursos, estrategias y técnicas más fructíferas, aquellas que nos han permitido salir de nuestros apuros y bloqueos. Esto es importante pues tenemos que reconocer que la redacción de cada escrito se presenta casi siempre con dificultades y exigencias bastante propias y singulares, razón por la cual cada vez que escribimos parece como si lo hiciéramos por primera vez. En cambio, la experiencia adquirida a través de la escritura frecuente nos permite ver las similitudes entre las nuevas tareas de redacción y las que ya hemos realizado con anterioridad. Aplicamos, en suma, todo lo conocido a lo desconocido. Un beneficio adicional de la práctica y de la experiencia adquirida a través de ella es el sentimiento, gradualmente adquirido, de confianza en uno mismo; escribir, no cabe duda, es todo un desafío, pero si lo hemos enfrentado con cotidianidad sabremos que podremos contra él, que no nos vamos a rendir y que tampoco nos va a derrotar. En otras palabras, la práctica nos ayuda a sembrar en nosotros la confianza, pues terminar una cuartilla nos brinda la sensación de un pequeño triunfo, de una pequeña victoria, y de que hemos consolidado en nosotros la voluntad de continuar. Esta certeza, no imaginada, no soñada sino real y vigente, cristalizada en cuartillas, es la base de la confianza y de la valía de nuestra actitud y del peso de nuestra convicción, de la convicción de que nuestra perseverancia no ha sido derrotada. Cuando miremos hacia atrás, veremos un camino lleno de cosas escritas, que nos harán olvidar la desesperanza, el temor, la duda y el pesar en medio de las cuales escribíamos en algún momento; entonces podremos ver cada nuevo proyecto de escritura con confianza y optimismo. En suma, escribir con frecuencia es el equivalente del entrenamiento en las actividades deportivas: no sólo prepara y acondiciona nuestro cuerpo y nuestra mente, sino que, a su vez, nos proporciona el estado propicio para un desempeño satisfactorio. Pero, al igual que en las actividades físicas, una práctica rutinaria y ciega, una repetición automática de un comportamiento no asegura absolutamente nada; como señala la autora citada, Natalie Goldberg, es necesario acompañar la práctica constante de la escritura con el entusiasmo2; entusiasmo quiere decir alegría, convicción, participación consciente. Cualquiera que sea la actividad que utilicemos para ejercitar nuestras habilidades de redacción (escritura libre, diagramación, esquematización, elaboración de párrafos, revisión, etcétera), la totalidad de nuestra persona, nuestros sentidos, nuestras habilidades mentales, nuestras aspiraciones, proyectos y deseos deben estar con nosotros. En la práctica de la escritura, este ingrediente actitudinal, este añadido de la persona, su entusiasmo al redactar, es la clave, según Ray Bradbury, de la creatividad, de la generación de ideas, de la apertura mental.3

Hablar mucho, platicar con alguien acerca de lo que estamos escribiendo, es otro de los ingredientes indispensables en la mejora de nuestras habilidades escritas. La interacción cara a cara conlleva, en efecto, una serie de ventajas formidables. Para empezar, podemos conocer las reacciones del público ante nuestras ideas. Recordemos que, de hecho, un escrito debe producir una reacción en el lector; al menos esto es lo que se espera. Sin embargo, la respuesta al texto sólo puede esperarse a largo plazo; por consiguiente, esta circunstancia obliga a que durante el proceso de composición, el escritor debe hacer un enorme esfuerzo por tener presentes las posibles reacciones de la audiencia; debe, además, anticipar las dudas, las críticas y los rechazos a que darán lugar sus ideas.4 Por este motivo, hablar con alguien sobre el escrito que estamos elaborando es una manera de anticipar y de experimentar las reacciones inmediatas de una audiencia ante nuestras sugerencias; podremos, así, observar sus reacciones: ¿entendió o no?, ¿notó la existencia del algún problema?, ¿hizo observaciones críticas? En este sentido, hablar es una auxiliar muy importante para contemplar física e inmediatamente las reacciones de alguien ante la lectura de nuestra composición. Esta interacción colaborativa, creativa y fructífera entre el escritor y un público inmediato ha sido objeto de muchos estudios sobre el desarrollo de las habilidades escritas; estos estudios responden a un hecho muy simple y básico: tenemos que aprender a ejercer un papel importante en la mejora de la escritura de las personas que nos rodean, porque, por principio, no lo sabemos hacer. Es muy común que, cuando un compañero nos pide nuestra opinión sobre una de sus composiciones, nuestros comentarios no van mucho más allá de “Está bien” o “Sí, me parece un buen texto” o sus equivalente en el sentido negativo. Estas observaciones no son muy útiles; en cambio, para desempeñar un papel más significativo que esto, Lennart Björk e Ingegerd Bolmstand nos proponen una guía de acciones, dentro de las cuales se subraya, por ejemplo, que empecemos con las observaciones positivas (qué parte del texto nos gustó) y que nos refiramos al escrito en sus detalles y particularidades (qué frase nos gustó, qué idea concreta).5 Pero sin duda la interacción entre el escritor y su público inmediato ha sido objeto de una meticulosa organización por la brillante investigadora Linda Flower; para ella, el impacto más importante de esta interacción se da en el análisis del problema retórico:

“Working with a collaborative partner is one of the best ways to explore a rhetorical problem and talk over an assignment. Talking to another person can help you make a plan To Do by making your goals more operational and letting you talk through a problem/purpose statement with a potential reader.”6

En suma, aprender a escribir también implica múltiples conversaciones; no se puede pretender platicar con cualquiera porque, como señalé más arriba, no todos saben cómo proporcionarnos ayuda valiosa, pero podemos formar círculos de amigos cuya finalidad sea aprender a ser útiles a los demás; no es que tengan que ser amigos sabios o especialistas, como nos indican en su excelente libro Booth, Colomb y Williams, pero sí que compartan con nosotros la convicción de que escribir es una forma de estrechar nuestros lazos recíprocos y que es uno de los medios más sofisticados para participar en la tarea común de pensar.7

Leer es otra de las actividades que acompaña al aprendizaje de la escritura. La necesidad de leer para escribir no se agota en la simple tarea de conseguir datos; no es así, proporcionándonos información, siendo el medio para convertirnos en conocedores de un tema, como la lectura mejora nuestra escritura. La verdad es que a través de nuestras lecturas nos ponemos en contacto con enfoques y perspectivas de análisis, modos de tratar los temas, estilos de escritura, todos los cuales estimulan y ensanchan nuestra imaginación; en ese sentido, más que una manera de conseguir datos o hechos, a través de la lectura formamos los modelos que guiarán nuestra propia manera de escribir. Leer un gran autor y hacer un esfuerzo por imitarlo dan un impulso enorme a nuestra forma de escribir. Ahora bien, no se trata de plagiar un estilo o de abolir nuestra identidad para parecernos a otro pero, como afirma Dorothea Brande,

“...technical excellences can be imitated, and with great advantage. When you have found a passage, long or short, which seems to you far better than anything of the sort you are yet able to do, sit down to learn from it.”8

En otras palabras, mejora tu escritura leyendo: toma ese gran libro, ponlo sobre la mesa y aprende de él: pregúntate qué estrategias siguió, cómo enlazó las diferentes partes de su exposición, qué lenguaje utilizó, en qué tono lo hizo, cómo vinculó todo esto a su propósito. Además de esto, la lectura nos permite recordar las diferentes exigencias y usos a los que puede ser sometido un texto y, en ese sentido, nos permite atenuar el egocentrismo propio del escritor. Cuando leemos nos ponemos en los zapatos de la audiencia y sabemos que, cuando estamos en este papel, deseamos saber, lo más pronto posible, cuál es la idea central del texto, cómo va a afectar nuestras creencias y conocimientos, en qué sentido es significativo para nosotros. En la medida en que éstas sean las demandas que planteemos a los textos que leamos, de la misma manera las deberemos aplicar a nuestros escritos; la constante lectura, en suma, nos conducirá, a la hora de escribir, a buscar estrategias que hagan a nuestro texto fácil de leer, más que fácil de escribir.

Para concluir, podemos observar cómo aprender a escribir reclama nuestra presencia de una manera muy intensa; pero sucede lo mismo, como lo mostró desde hace mucho tiempo Mortimer Adler9, si queremos aprender a leer o a expresarnos oralmente con eficacia. El aprendizaje de las destrezas del lenguaje nos requiere en nuestra integridad; aprender a escribir no consiste en una simple manipulación de signos, no es exactamente como aprender a usar un desarmador, aprender a escribir a máquina o a andar en bicicleta, nos obliga a desempeñarnos en la totalidad de nuestro ser simbólico. En ese sentido, si se puede expresar de esta manera, nos desafía a engrandecer nuestra humanidad.


Notas:

1 Natalie Goldberg. Writing Down the Bones. Pág. 11
2 “In order to improve your writing, you have to practice just like any other sport. But don’t be dutiful and make it into a blind routine. (...) Don’t just put in your time. That is not enough. You have to make great effort. Be willing to put your whole life on the line when you sit down for writing practice. Otherwise you are just mechanically pushing the pen across the page and intermittently looking at the clock to see if your time is up.” Ibid. pág. 131.
3 “Tenga esto por seguro: cuando habla el amor sincero, cuando empieza la admiración franca, cuando surge el entusiasmo, cuando el odio se riza como humo, no hay duda de que la creatividad se quedará con usted toda la vida.” Ray Bradbury. Zen en el arte de escribir. Pág. 43.
4 Una breve lista de las preguntas que debemos tener presentes acerca de la audiencia: “Ask yourself questions about your readers: What can I expect them to know and not know? What do they believe and value? How do I want to affect them by what I say? What attitudes and claims will meet with their approval? What will offend them? What objections may they have to my ideas, and how can I anticipate and counter those objections?” Thomas Kane. The New Oxford Guide to Writing. Pág. 6.
5 Lennart Björk e Ingegerd Bolmstand. La escritura en la enseñanza secundaria. Págs. 45 y ss.
6 Linda Flower. Problem-Solving Strategies for Writing. Pág. 109.
7 “Haga pausas regulares para explicar lo que ha aprendido a personas no expertas. Intente articular una explicación coherente de cómo y por qué lo que ha aprendido se relaciona con su pregunta y lo lleva hacia una resolución de su problema. Dele a sus amigos informes de progreso y luego hágales preguntas. ¿Tiene esto sentido para vosotros? ¿Estoy olvidando algún aspecto o cuestión importante? Después de lo dicho, ¿qué más les gustaría conocer? Sacará provecho de sus reacciones, pero aún más del mero acto de explicar sus ideas a no especialistas.” Wayne C. Booth y otros. Cómo convertirse en un hábil investigador. Pág. 101.
8
Dorothea Brande. Becoming a Writer. Pág. 106.
9 Mortímer Adler. Cómo leer un libro. Págs. 111 y ss.


Referencias:

Adler, Mortimer. Cómo leer un libro. México, IPN, (1961) 1992. 318 págs.
Björk, Lennart e Ingergaden Blomstrand. La escritura en la enseñanza secundaria. Los procesos del pensar y del escribir. España, Graó, 1994. 255 págs.
Booth, Wayne C. y otros. Cómo convertirse en un hábil investigador. España, Gedisa, 2001. 318 págs.
Bradbury, Ray. Zen en el arte de escribir. España, Minotauro, (1994) 1998. 145 págs.
Flower, Linda. Problem-Solving Strategies for Writing. New York, Harcourt Brace College Publishers, (1981) 1993. 331 págs.
Goldberg, Natalie. Writing Down the Bones. Freeing the writer within. Boston, Shambhala, 1986. 172 págs.
Goldberg, Natalie. La escritura, una terapia creativa. España, Oniro, (1990) 2001. 219 págs.
Goldberg, Natalie. El rayo y el trueno. Pasión y oficio de escribir. España, La Liebre de Marzo, (2000) 2001. 306 págs.
Kane, Thomas S. The New Oxford Guide to Writing. New York, Oxford University Press, 1988. 327 págs.


Lic. Martín Fontecilla
Departamento de Letras, ITESM, Campus Estado de México, México.