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Por Susana Arroyo-Furphy y Charo Lacalle
Número 38
Entrevista
al Dr. Raúl Dorra1 para
el número especial “Vinculación de la Semiótica
y la Informática” de la Revista electrónica
Razón y Palabra.
1.
En “La retórica contra la magdalena”, usted
señala que: “Los enigmas del cielo y de la tierra
conducen a la ciencia. Los enigmas de los libros conducen a otros
libros.” (Discurso, otoño de 1993, pp. 59-83);
con base en el anterior axioma, ¿cómo se dilucidarían
los enigmas en el vertiginoso y cambiante mundo de la informática?
1.
Ese artículo sobre María Magdalena está escrito
con una cierta dosis de humor porque trato un tema al cual es difícil
acercarse con seguridad y ese humor es una manera de expresar -y
tratar de superar- la inhibición. Por lo tanto las afirmaciones
ahí expresadas no deben ser tomadas como “axiomas”
sino como frases aproximativas. Tampoco “el vertiginoso y
cambiante mundo de la informática” permite una actitud
axiomática, todo lo contrario, es un tema del que no se puede
hablar sin vacilaciones pero del que es imprescindible hablar. Yo
respondería dividiendo la pregunta en dos aspectos: la informática
como tecnología y la informática como creación
de un mundo enigmático.
a)
En tanto tecnología, podemos hablar de la informática
como cambio y hasta como vértigo. Evidentemente una de las
expresiones más características de la tecnología
contemporánea es la informática, esto es, la producción
y circulación de mensajes según procesos electrónicos
cuya forma de expresión simbólica inmediata es la
computadora pues es la imagen de la computadora la que para nosotros
resume –como si se tratara de una sinécdoque- todo
el mundo de la informática. Pero también la informática
se expresa en otros medios como los teléfonos celulares,
las videograbadoras, los aparatos que producen imágenes sonorizadas
con fines publicitarios, los que controlan la marcha de los automóviles,
para no hablar de procesos que alcanzan un grado de sofisticación,
complejidad y precisión que uno no es capaz de imaginar.
Piénsese por ejemplo en todo lo que se pone en actividad
para que llegue hasta nosotros desde el planeta Marte una fotografía
de impecable enfoque y definición. En cualesquiera de estos
medios las transformaciones tecnológicas son tan vertiginosas
y nuestra ignorancia de aquello que las produce es tan exhaustiva
que, por ejemplo, entre el momento en que yo escribo estas palabras
y el momento en que empezarán a circular seguramente habrán
ocurrido cambios que no puedo prever. Pero esto no sólo se
debe a mi ya declarada ignorancia en la materia sino a que la tecnología
de la información ha construido un omnipresente autómata,
una suerte de máquina ubicua y autopoiética cuyos
movimientos siguen una deriva imprevisible incluso para quienes
la ponen en marcha. Hablo de la máquina en su conjunto
–cuyo tamaño no sabríamos medir porque su magnitud,
que está siempre rebasando nuestros métodos de medición,
se expresa en varias dimensiones- y la máquina en cada una
de sus partes o sus movimientos. Hablo de la máquina
como un proceso al mismo tiempo racional e incontrolable que poco
a poco nos va incorporando. Por ejemplo, en estos días circula
por las computadoras un virus que, como suele ocurrir, es más
poderoso y amenazante que los anteriores. A ese virus sin duda lo
ha creado un individuo o un equipo dotado de singular capacidad
técnica. Sin embargo, una vez puesto en movimiento, seguramente
el virus tiene un comportamiento y cobra dimensiones que aun su
propio creador ya no puede controlar. Pensada como tecnología,
la informática supone un gasto de inteligencia de tal modo
cuantioso y opera transformaciones tan aceleradas que es frecuente
escuchar que supera nuestra fantasía. Y sin embargo no creo
que sea así; creo que en el fondo de todo esfuerzo tecnológico,
para mal o para bien, está el impulso de nuestra fantasía
o más precisamente de nuestro deseo, que es igualmente enigmático
aun –o sobre todo- para nosotros mismos.
Y con esta observación paso al segundo aspecto: b) el mundo
que crea la informática. Se trata de un mundo de características
imprecisas al que por afán de simplificación solemos
llamar virtual. Sin duda la informática responde
a la perentoria decisión –diríase instintiva,
pulsional, aunque se resuelva con una inteligencia matemática-
de dar satisfacción a deseos y necesidades constitutivas
de nuestro psiquismo y, en la medida en que va lográndolo,
la consecuencia es que tales deseos y necesidades se expanden y
multiplican. Cuando abrimos una computadora tenemos la sensación
de ingresar a una tierra de nadie, tan prodigiosamente instalada
que en ella se puede buscar y encontrar todo lo imaginable y aun
lo inimaginable. ¿Quién ha ordenado y establecido
la serie de asociaciones con la que podemos encontrarnos cuando
le damos a nuestra computadora la orden de buscar una palabra tan
intrascendente como “oruga”? He aquí que la palabra
“oruga” se expande de tal modo que puede alcanzar los
límites de una enciclopedia. ¿Quién es el autor
de esta enciclopedia? ¿Una inteligencia autopoiética?
Si –para situarnos en nuestro campo- recurrimos a la computadora
en busca de conocimientos o de técnicas para hacer más
precisa una exposición o resolver un problema, seguramente
encontraremos rápidamente –salvo accidente o torpe
manejo- la solución a nuestro problema aunque muchas veces
la facilidad con que solucionamos el problema hace que lo que hemos
adquirido se nos pierda con la misma facilidad y que, obrando de
manera sofisticada, todo lo que hayamos conseguido es salir del
paso en una determinada circunstancia pero sin aumentar de manera
real nuestro saber o nuestro saber-hacer. Estas soluciones se obtienen
muchas veces por delegación: la computadora hace el trabajo
de uno o, más burdamente, le pedimos a un amigo más
competente que resuelva el problema por nosotros, porque no sabemos
manejar tal o cual programa. El problema queda resuelto pero yo
permanezco tan ignorante como al principio, e incluso más
inerme. Pero esta reflexión no invalida el hecho de que las
tecnologías de la información pueden ser –y
de hecho son- un aliado insuperable en muchos aspectos del desarrollo
intelectual o en general de lo que podemos llamar la mente.
Pero
pensar en la informática –o en la tecnociencia en general-
sólo asociándola con la ayuda que brinda a profesores
y estudiantes es dejar de ver otros aspectos más decisivos
donde su valor, o por el contrario su contravalor, en el progreso
humano se pone en juego. Dado que para ingresar y manejarse en el
mundo de la informática se necesita de una inteligencia matemática
–que muchos suelen asimilar con la inteligencia a secas- y
dado también que el que ingresa a este mundo lo hace llevado
algunas veces por una pasión lúdica pero muchas veces
más por deseos ciertamente oscuros, este mundo ha definitivamente
demostrado lo que desde siempre sabíamos: la inteligencia
tiene un fondo de pasión, mejor dicho, está movilizada
por la pasión. Esa pasión puede ser abyecta, muchas
veces criminal, insaciablemente perversa. Puede también ser
noble, es decir ponerse del lado de la vida en lo que ella tiene
de valioso. Así como muchos entran a ese mundo donde todo
coexiste y uno puede recorrer impunemente, entran a ese mundo, digo,
animados por el sadismo -¿qué sienten los que se dedican
a sembrar virus, los que entran a ciertos sitios donde se puede
ver, por ejemplo, la imagen de un niño que está siendo
violado o torturado?-, otros lo hacen para encontrarse con voluntades
dispuestas como ellos a oponerse al espectáculo de la crueldad
o la injusticia. Millones de hombres se adhieren a documentos que
circulan para denunciar a un torturador, para oponerse a las guerras
de despojo o para evitar que una mujer –lejana y a la que
nunca han visto- sea lapidada por una absurda condena dictada en
su contra. Este mundo de la informática –que no es
sólo virtual porque tiene consecuencias en la vida real de
los hombres- reproduce pues lo que ocurre en el mundo de todos los
días. El mundo de la informática está lleno
de promesas y también lleno de peligros, incluso quizá
de los peligros más difíciles de erradicar. Empleando
términos tomados al psicoanálisis, se trata de un
mundo en el que también luchan las pulsiones eróticas
con las pulsiones tanáticas, el deseo de la vida con la atracción
de la muerte. Creo que, aunque nosotros los investigadores o educadores
recurramos a las computadoras con fines constructivos y, diríamos,
hasta inocentemente constructivos, debemos ser conscientes de que
nos movemos en un mundo que se dilata mucho más allá
y que ante él tenemos un deber que excede nuestro deber como
académicos.
2.
Si consideramos el lugar del discurso retórico en la actualidad,
¿dónde colocaríamos, en su opinión,
los términos web, Internet, e-mail, site y tantos
otros vocablos diseñados para la comunicación denominada
“virtual”?
Esta
pregunta es interesante porque invita a responderla en un sentido
general. ¿Cómo se procede a incorporar dentro de la
lengua, así como dentro del conjunto de universos conocidos
y formados, otros que están en proceso de formación?
Por ser un sistema, debemos pensar que la lengua está completamente
estructurada en sus distintos niveles. De esos niveles el más
flexible es el léxico aunque de alguna manera damos por cierto
que el léxico de un idioma es un listado completo de palabras
y por eso se confeccionan los diccionarios. Eso explica que, ante
una palabra dudosa, alguien pueda decir: “esa palabra no existe
porque no está en el diccionario” Claro que esa afirmación
es refutable porque el diccionario va recogiendo las palabras que
el uso progresivamente incorpora a la lengua. Sin embargo, en términos
generales, podemos aceptar que una lengua es, entre otras cosas,
un repertorio de términos con los cuales damos nombre a los
objetos del mundo (real, posible o imaginario) sobre el cual ejercemos
nuestro dominio. Ahora bien, ¿qué hacemos cuando estamos
frente a aspectos de la realidad que apenas vislumbramos porque
no tienen, para nosotros, una forma o una consistencia definida,
como muchas veces le ocurre al científico cuando se siente
confuso frente a un comportamiento inesperado de su objeto de estudio?
Para que algo tenga existencia necesitamos darle un nombre: si yo
digo “esa cosa”, el objeto que trato de señalar
con tal fórmula permanece indefinido. Así, cuando
estamos frente a un aspecto –o a una dimensión- de
la realidad que apenas hemos comenzado a explorar o a transformar
(por ejemplo una ciencia que inicia su desarrollo para estudiar
nuevos estados de la materia, enfermedades desconocidas o especies
surgidas de procedimientos artificiales), necesitamos de los nombres.
Y como no podemos inventarlos –es decir, sacarlos de la nada-
recurrimos o bien a préstamos lingüísticos (adaptación
de un léxico proveniente de otra lengua: griego, latín,
inglés) o bien a la resemantización de las propias
palabras de la lengua para darles, mediante procedimientos retóricos
(metáforas, metonimias, catacresis, etc) un sentido que hasta
ese momento no tenían. Entonces hablamos de “sitios”,
de “navegación” dándole a esos términos
un sentido nuevo por un efecto de semejanza. En realidad, con toda
frecuencia, incluso en nuestras conversaciones cotidianas estamos
usando viejos términos con un nuevo sentido. En el caso de
los términos mencionados en la pregunta, obviamente se trata
de préstamos tomados del inglés que están asociados
a la informática. Sin embargo en este caso, la mayor parte
de los términos tienen sus equivalentes en español
(red, correo electrónico, sitio) a los cuales también
recurrimos. Pero tales términos –en inglés o
español- son frutos de una resemantización: ¿por
qué hablamos de red, de sitio y, siguiendo por este camino,
de navegación, de mapa, de instalación, etc? La informática
ha abierto una dimensión desconocida para el procesamiento
y la circulación de los mensajes. Sentados frente a la pantalla,
el movimiento de nuestros dedos sobre el teclado hace aparecer sobre
su superficie, diríase prodigiosamente, imágenes y
palabras que son objeto de nuestra manipulación. No entendemos
los procesos tecnológicos que dan por resultado esa aparición
y esas transformaciones pero como nuestra mente tiene horror al
vacío debemos proveernos de recursos mentales que nos permitan
imaginar que estamos ante un espacio tridimensional que se asemeja
–o que es una réplica- de éste en que nos movemos.
Dado, pues, que se trata de mensajes sobre todo escritos –mensajes
que antes escribíamos tecleando en un máquina de escribir
y antes aun con una simple pluma- imaginamos un escritorio con archivos
y carpetas donde tales mensajes se ordenan y almacenan. Y así
tenemos el despliegue de un “menú” (otra palabra
reciclada) donde se nos ofrecen distintos accesos que tienen nombres
familiares e incluso están duplicados por un dibujito que
tiene el mismo propósito: hacernos pensar que transitamos
un espacio de objetos cotidianos, manejables. Ese método
para dar nombre a lo que no lo tiene es conocido en retórica
como catacresis. Una catacresis es una figura llamada “obligatoria”
porque no reemplaza a un término propio -aunque use generalmente
recursos analógicos- sino que da nombre a algo que no lo
tiene. Si yo digo “Sus manos eran de nieve” para significar
que eran muy blancas estoy construyendo una metáfora. Pero
si hablo de las “alas” del avión estoy recurriendo
a una catacresis porque si bien esas piezas metálicas se
llaman “alas” por similitud con las de los pájaros,
esas piezas no tienen un nombre como tales de modo que no hay reemplazo
de un término propio por otro figurado sino una suerte de
bautismo analógico. En el mundo de la informática
(¿pero se trata de un mundo en realidad?) prácticamente
todo es catacrético: no sólo los nombres sino las
cosas que imaginamos con tales nombres. ¿Por qué decimos
que subimos información a la red o que
bajamos información de la red? Por una
necesidad de imaginar un espacio ordenado que nuestra mente pueda
concebir como si se tratara de un espacio real con puntos
de orientación y pautas de recorrido. En la antigüedad
se confeccionaban mapas de la memoria (era un ejercicio
programado por la retórica) por la misma necesidad de organizarla
como si se tratara de un espacio, un espacio que deviene mundo porque
deja de ser abstracto para volverse –imaginariamente- concreto.
Uno de los aspectos más interesantes de la informática
–al menos para mí- es cómo a partir de herramientas
y procedimientos tecnológicos construimos un universo, un
universo que llamamos virtual pero que ciertamente es bastante
más complejo que los universos virtuales. Virtual
se opone a actual. Decimos que algo es virtual
cuando ese algo tiene una existencia posible pero aun no realizada.
En ese sentido el mundo de la informática no sería
un mundo virtual porque se trata de un modo de ser que
no está en tránsito hacia una realización sino
que está ya realizado de ese específico modo. La palabra
virtual significaría aquí algo así
como intangible, un mundo al que llegamos con los ojos y la mente
pero al que no podemos llegar con las manos. Y hasta ahora para
nosotros lo real era aquello que podíamos tocar –incluso
imaginariamente- con las manos. Nuestra filosofía de lo
real era la del apóstol Tomás: “si no pongo
mis dedos sobre los agujeros dejados por los clavos, no creeré”.
He aquí que la informática nos sitúa ante una
nueva ontología.
3.
¿De qué manera actuaría la informática
en el discurso retórico? O, mejor dicho, ¿cómo
se explica la informática desde la retórica?
Creo
que en parte he contestado esta pregunta. También la retórica
–sobre todo en la antigüedad- era una máquina
para producir y poner en circulación discursos de diferentes
géneros. Pero creo que cuando ustedes se refieren a la retórica
están pensando en la retórica como el arte de la persuasión
por medio del discurso, es decir en el efecto del discurso retórico,
más que en su construcción. Es lógico que se
piense de ese modo cuando se observa por ejemplo el poder persuasivo
que han adquirido las imágenes o los diversos procedimientos
para construir o poner en circulación mensajes que significan
no sólo por lo que dicen sino por su dinamismo, su plasticidad,
su capacidad interactiva, etc. Evidentemente, en la actualidad,
lo que nos llega por la pantalla (del televisor o de la computadora),
nos moviliza y nos encuentra en una situación de mayor entrega
(¿acaso porque anula o suspende con cierta eficacia nuestra
capacidad crítica?) que aquello que nos llega a través
de un libro, o de la palabra que alguien pronuncia antes nosotros.
Es como si esos mensajes fueran más poderosos porque movilizan
varios sentidos al mismo tiempo y sobre todo porque todavía
no nos hemos familiarizado con ellos, porque nos siguen maravillando,
como cuando escuchamos una vieja canción grabada con un sistema
de altísima fidelidad y entonces ese avance tecnológico
que significa la forma de grabación nos maravilla de tal
modo que más que a la canción –que ya conocíamos-
a lo que atendemos es a la novedad del sistema de grabación
que nos hace imaginar que estamos en el mismo lugar en que se está
ejecutando la canción y es más, que estamos en un
sitio privilegiado que nos permite oír todos los matices
del sonido. Esos factores crean –al menos en gran parte- el
poder de que gozan los mensajes (no sólo palabras, sino imágenes
y estímulos diversos) que provienen del mundo de la informática.
Este poder persuasivo –en general programado- de la informática
suele ser asociado con la retórica y por ello se habla de
una retórica de la imagen, una retórica de la publicidad,
etc. Yo entiendo esa asociación pero no estoy seguro de que
sea correcta. Para que haya una retórica necesitamos previamente
que haya una gramática (pues la retórica es una transformación,
un uso especial, que se mantiene en el borde de lo transgresivo,
de las reglas gramaticales); y para que haya gramática debemos
tener un lenguaje –o mejor dicho una lengua- en sentido estricto.
No creo que las imágenes por sí mismas sean un lenguaje,
ni que haya, en sentido estricto, otro lenguaje que el verbal. Creo
que el lenguaje verbal es la matriz semiótica del que derivan
todas las otras formas de comunicación que llamamos lenguajes
pero ya en un sentido laxo. Creo que cuando hablamos de una retórica
de la imagen, por ejemplo, estamos hablando en sentido figurado
porque no hay una gramática de la imagen. Con estas afirmaciones
retomo una idea original de Roland Barthes, que él no ha
desarrollado (él mismo habló de la retórica
de la imagen) y con la que, por otra parte, parece no haber con
vencido a nadie o a casi nadie. Yo soy consciente de que cuando
digo esto voy en contra de una opinión tan establecida que
ni siquiera parece digna de discutirse. Pero me mantengo en ella.
3.
Si la informática persuade desde su nicho virtual, ¿la
información electrónica contiene entonces otra cara
del discurso suasorio?
Sí,
creo que podemos hablar de “otra cara del discurso suasorio”,
puesto que la retórica es –aunque no solamente- un
conjunto de prácticas significantes destinadas a la persuasión.
Y podemos hablar de discurso porque –en mi opinión-
la información electrónica no puede ser sino discursiva.
Pero algo que tenga forma discursiva no necesariamente forma un
sistema en sentido estricto. Se trata de “otra cara”
no sólo porque estamos frente a prácticas informativas
diferentes sino porque nosotros mismos ponemos ante ellas una cara
diferente. La informática, en muchos sentidos, ha hecho cambiar
nuestra perspectiva acerca del contenido y la forma de la información.
Esto es, nos proporciona otro modo de la in-formación y en
ese sentido nos trans-forma.
4.
En alusión al título de su libro más reciente
Con el afán de la página, ¿en qué
lugar colocaría usted la página electrónica?,
¿se trata de un objeto sucesor de la página de papel?
Otra
pregunta importante y de difícil respuesta; mejor dicho,
se trata de una pregunta que sólo admite –al menos
por ahora- una respuesta conjetural. Hay dos modos de pensar en
la página, un modo que alude al aspecto material y otro que
alude al aspecto formal de lo que llamamos página. Lo primero
en que pensamos al hablar de página es en el soporte material
de la escritura: una tablilla encerada, un rectángulo de
cuero, una hoja de papel. Siendo así tendríamos que
preguntarnos si la pantalla es en este caso el soporte material
de la escritura electrónica. Difícilmente podríamos
responder afirmativamente porque la pantalla es siempre la misma
y más que una cosa, un objeto sobre el que trazamos
signos, es un espacio materialmente inconsistente en el que los
signos aparecen. La pantalla es espacio sin tiempo, diría
incluso sin presente: está ahí, no transcurre. Justamente,
debido a que la pantalla es siempre la misma y que desde ese punto
de vista no podemos hablar de soporte material es que Roger Chartier
ha afirmado que la escritura electrónica va a terminar por
homogeneizar a todos los géneros discursivos –es decir
por borrar la distinción que existe entre ellos- hasta hacer
de la escritura una suerte de discurso único y amorfo. Es
decir, la falta de soporte material para la escritura tendría
en este caso un efecto entrópico. Yo no coincido con la opinión
de Chartier pero la cito porque él es actualmente uno de
los mayores especialistas en la historia –es decir, en las
sucesivas transformaciones- del soporte material de la escritura
y por lo tanto en la historia de la lectura. La pantalla crearía
la ilusión de la página –una ilusión
de cualquier modo eficaz- pero no sería estrictamente una
página. Tal vez esto tenga que ver con esa perspectiva ontológica
ya citada, la que acuerda realidad a aquello que es tangible. Lo
intangible no tiene materialidad y lo que no tiene materialidad
carecería de realidad. No habría entonces página
electrónica sino simulacro –dicho en un sentido no
peyorativo- de página. El mundo de la informática
sería en este caso, más que un mundo virtual, un mundo
simulado. Esto me parece más aproximado a la realidad pero
no creo que lo sea totalmente. Ocurre que aun –insisto- nos
resulta difícil, si no imposible, absorber en toda su magnitud
esta dimensión que se ha abierto ante nuestros ojos.
En cuanto a la página en sentido formal, ella sería
el resultado de una relación entre un signo y una superficie
de inscripción. Subrayo: resultado de la relación
de dos factores. Una corteza de árbol en la que escribo unas
letras, un nombre, un pequeño mensaje, o una pared donde
pinto una consigna política se convertirían en página
por dejar de ser, en cierto sentido, corteza o pared, para convertirse
en espacio de inscripción de una escritura. Así, desde
este punto de vista podríamos decir que la pantalla permite
esa relación entre el signo, o las grafías, y el espacio
en que se distribuye(n). Pensadas las cosas de esta manera, la pantalla
incluso nos haría más conscientes de la existencia
de la página porque la computadora nos da mayores recursos
para el “formateo”. Emilia Ferreiro ha observado que
los niños que desde temprano aprenden a trabajar con una
computadora adquieren rápidamente conciencia de que la página
tiene una forma e incluso de que esta forma tiene un alto poder
significante y por eso es necesario –y atractivo- aprender
a “formatear”. Los niños que aprenden a escribir
sin el auxilio de la computadora tardan más –o no advierten
porque ni siquiera el maestro se lo hace ver- en reconocer el valor
significante que tiene un mensaje centrado o tirado hacia la izquierda
o puesto en columnas, así como el tamaño y la forma
de las letras, etc. Y que esas diferencias tienen que ver con el
género discursivo. No se “formatea” de la misma
manera una página en la que hay un relato u otra en la que
se escribe una carta o se hace la descripción de un árbol.
Esto indicaría que formalmente la computadora –y antes
de la computadora la imprenta- nos ha dotado de una mayor sensibilidad
para la página. Por eso también hablamos de “edición”
de la página. Pero eso mismo nos plantea este interrogante:
cuando “formateamos” –los impresores hablan, más
correctamente, de “formar”- la página, ¿estamos
pensando que esa página se quedará ahí en la
pantalla o que será “editada”, es decir impresa?
Siempre junto a una computadora hay una impresora y eso indicaría
que para nuestros hábitos sensibles y mentales el destino
de lo que se “formatea” es la impresión sobre
una hoja de papel. El “formateo” sería un anticipo
de la hoja impresa de papel. Tal vez por el momento nuestros hábitos
no nos permiten pensar que algo que está en un disco es una
escritura en sentido terminal. Quizá eso ocurra con las futuras
generaciones. Por mi parte cuando hablo del “afán de
la página”, me refiero a letras sobre una hoja de papel
y más exactamente a la página del libro. Pero no sé
decir con seguridad si más adelante se hablará de
la página sin pensar en el libro. Creo que el libro no desaparecerá
fácilmente pero que puede convivir con la computadora.
5.
¿En qué sentido repercute el término “página”
virtual o electrónica en el escritor?
La
respuesta es también aquí necesariamente imprecisa
y quizá en eso consista su posible riqueza. Abundan los escritores
–quizá son mayoría- a los que no les interesa
la página electrónica y recurren a la computadora
por una razón práctica. Yo empecé a utilizar
la computadora para librarme del dolor de cuello, de las tensiones
y del esfuerzo muscular que me costaba el escribir sobre esas antiguas
máquinas. Era para mí la ventaja más evidente
de ese cambio, una medida higiénica: podía corregir
una y otra vez el texto sin caer en la desesperación de volver
a escribir toda la página o a veces todo el capítulo.
Para muchos, pues, la computadora es simplemente una máquina
procesadora de textos. Los escritores son, somos, gente más
bien nostalgiosa. Sin embargo poco a poco, sobre todo entre los
poetas, comienza a desarrollarse el interés por participar
de revistas electrónicas, o redvistas. En este caso
no se trata de revistas que se conciben como para ser impresas pero
que en lugar de imprimirse se suben a la red, como Razón
y Palabra por lo menos en lo que hace a esta entrevista. Yo
estoy respondiendo como lo haría para una revista de las
que circulan impresas. Tal vez exagero pero creo que básicamente
es así y por eso tenemos que hablar, en este caso, más
que de una composición –o concepción- especial
de la revista, de una especial forma de circulación. Pero
en el caso de las redvistas, se trata de textos concebidos
para la pantalla y que no podrían existir sin los recursos
de la informática: textos donde se juega con la forma, con
el movimiento, con la interactividad y donde la noción de
autor, de lector, o de texto mismo se transforman. El texto está
siempre en transformación y no sólo admite sino que
pide la intervención del que lo hace venir a la pantalla.
Por el momento este tipo de prácticas textuales no dan por
resultado obras importantes desde el punto de vista de su calidad
literaria pues son textos experimentales y hasta juegos. Pero potencialmente
son no sólo ricos en posibilidades sino incluso perturbadores
porque transforman las nociones y los roles de quienes intervienen
a un punto en que se pone en juego la identidad misma del texto
y sus autores o actores.
6.
Finalmente nos gustaría que enviara un mensaje a los lectores
de la Revista Razón y Palabra.
En
primer lugar, me parece que en este tema no habría que caer
en actitudes absolutistas y, mucho menos, dogmáticas, en
bendecir o satanizar. La informática está llena de
posibilidades enriquecedoras así como también de seducciones
y peligros. El peligro mayor, creo, es dejar que la máquina,
el robot, nos absorba y nos utilice para su propios fines que no
sabemos cuáles son pero de los que sabemos que no están
al servicio del hombre. La ventaja mayor es poder hacer de los textos
–y los mensajes en general, verbales, visuales o sonoros-
experiencias que nos hagan avanzar en la búsqueda del conocimiento,
en la sensibilidad intelectual y estética, y en la posibilidad
de comunicarnos de manera más completa y creativa. Si logramos
una transformación humanizadora, si logramos transformar
nuestros hábitos no sólo para enriquecernos sino para
reafirmar, bajo formas diversas, los ideales humanistas -la conquista
de la verdad, del bien y de la belleza- la comunicación electrónica
se convertirán en un hito de nuestra evolución. Si
sucumbimos ante sus seducciones, si no advertimos sus peligros,
si nos hacemos más frívolos o más perezosos,
si no vemos que el espacio de la pantalla es un espacio donde se
escenifica la lucha entre los que van tras las falsas promesas de
la tecnocracia y los que se esfuerzan por la conquista de la libertad
y el desarrollo de la inteligencia, la informática será
una cárcel para el espíritu. La apuesta es real y
no podemos librarnos de ella. A los educadores nos corresponde pensar
–y practicar- una pedagogía de las nuevas formas de
la comunicación humana.
Muchas
gracias.
Notas:
1
Dr.
Raúl Dorra:Doctorado en Letras (UNAM, 1982), con Mención
de Honor y Medalla Gabino Barreda. Es autor de unos 60 artículos
científicos que aparecieron en publicaciones especializadas
de México, Argentina, Estados Unidos, Francia, España,
Cuba, Italia, Venezuela y Perú.
Susana
Arroyo-Furphy y Charo
Lacalle
Coordinadoras. |