Por Ezequiel Tambornini
Número 39
A mediados de la
década del ’90 los funcionarios del Departamento de
Agricultura de Estados Unidos (USDA) comenzaron a observar con preocupación
el aumento de las exportaciones de soja realizadas por Brasil y
la Argentina. En 1990/91 ambos países sudamericanos exportaron
en conjunto 22,48 millones de toneladas de poroto, harina y aceite
de soja. En 1995/96 esta cifra alcanzó 28,86 millones de
toneladas y en 1996/97 volvió a crecer para ubicarse en 31,56
millones de toneladas.
El dato es que las exportaciones
estadounidenses de poroto, harina y aceite de soja representaron
31,37 millones de toneladas en el ciclo 1996/97. Estados Unidos
era por entonces el principal productor de soja del mundo. Y no
le gustaba la idea de tener competidores. Conclusión: tenían
que hacer algo para contener el avance sojero de Brasil y Argentina.
Los funcionarios del USDA empezaron
a analizar los diversos programas oficiales de subsidios diseñados
para asistir a los productores agrícolas estadounidenses.
Y se detuvieron en uno en particular. Se trataba del Loan Deficiency
Payments (LDP). Este programa establece un precio sostén
para diferentes cultivos. Es decir: si en algún momento el
precio de mercado de alguno de esos cultivos es inferior al precio
sostén determinado por el USDA, entonces los farmers pueden
solicitar a ese organismo estadounidense el pago de la diferencia.
Una vez aceptado el pago, los farmers pueden vender sus
granos en el mercado cuando mejor les parezca (no tienen obligación
de entregar la mercadería al USDA).
En el ciclo 1996/97 el LDP fijaba
un precio sostén para la soja de 182,6 dólares por
tonelada. Pero en 1997/98 los funcionarios del USDA decidieron elevar
el precio sostén para la soja a 193 dólares por tonelada.
Luego se sentaron a esperar que los valores internacionales de la
oleaginosa se destruyeran en desmedro de la rentabilidad de los
empresarios agrícolas sudamericanos.
En el ciclo 1998/99 el precio promedio
de mercado recibido por los farmers fue de 176 dólares
por tonelada de soja (en 1997/98 ese valor promedio había
sido de 230 dólares por tonelada). En tanto, el precio sostén
para ese cultivo era de 193 dólares. De esta forma, en el
período 1998/99 los agricultores estadounidenses estuvieron
en condiciones de recibir por parte de su Gobierno un subsidio de
unos 17 dólares por cada tonelada de soja producida.
Los farmers, estimulados
por el valor artificial de venta fijado por el LDP, siguieron sembrando
más y más soja. La oferta creció y con ella
se acentúo la tendencia bajista de precios. En 2000/01 el
precio interno promedio de la soja en Estados Unidos fue de sólo
165 dólares por tonelada. Pero los farmers seguían
cobrando 193 dólares e imaginaban que –con valores
de mercado tan reducidos– la amenaza de los productores sudamericanos
pronto se esfumaría en la nada. Pero eso no fue lo que ocurrió.
Sucede que en 1996 (un año
antes de que el USDA decidiera destruir a los productores sudamericanos
de soja por medio del incremento del precio sostén del LDP)
las autoridades agrícolas y sanitarias de Estados Unidos
y de la Argentina autorizaron la comercialización de la soja
tolerante a glifosato, la cual fue desarrollada por la compañía
estadounidense Monsanto. Se trató de un hecho inédito:
nunca un producto tecnológico tan complejo había sido
adoptado con tanta rapidez por un país latinoamericano casi
en simultáneo con Estados Unidos.
Los investigadores de la compañía
de agroinsumos Monsanto que desarrollaron la soja transgénica
jamás imaginaron que su innovación tecnológica
terminaría desbaratando los planes del USDA.
Los primeros ensayos experimentales
de la nueva variedad de soja modificada genéticamente comenzaron
en 1987. Se llevaron a cabo en una granja cercana a Jerseyville,
Illinois. Los científicos habían descubierto que un
gen proveniente de una bacteria (Agrobacterium tumefaciens) tenía
la capacidad de expresar una enzima resistente a la acción
destructiva del herbicida glifosato. Entonces introdujeron ese gen
en una planta de soja –mediante un método conocido
como aceleración de partículas o biolístico–
y durante varios años sembraron los ejemplares modificados
para averiguar si los mismos lograban expresar también la
resistencia al herbicida. Fue todo un éxito: el glifosato
aniquilaba todas las malezas presentes en el suelo, mientras que
la soja, gracias al gen de resistencia incorporado por transgénesis,
permanecía inmune al herbicida.
La novedad era la semilla de soja
modificada genéticamente. Pero la estrategia en cuestión
consistía en ofrecer un paquete tecnológico integrado
que permitiera a Monsanto acaparar buena parte del mercado del herbicidas;
éste era el verdadero jugo del negocio.
El glifosato –un herbicida
muy efectivo comercializado en Estados Unidos desde mediados de
la década del ‘70– era el producto estrella de
Monsanto. Ahora, con la soja tolerante a glifosato, la compañía
ya no vendería herbicidas por un lado y semillas por otro,
sino todo integrado en un mismo paquete. La lógica del combo
del Mc Donald´s había llegado a la industria de los
agroquímicos de la mano de la biotecnología. Con esta
jugada, Monsanto se convirtió en la primera compañía
moderna de agroquímicos. Mientras tanto, buena parte de sus
competidores europeos –especialmente franceses y alemanes–
observaban azorados la avanzada comercial de la corporación
estadounidense.
Cuando la soja transgénica
aterrizó en la Argentina, los empresarios agrícolas
de ese país se encontraban inmersos en un profundo proceso
de cambio tecnológico conocido como la Segunda revolución
de las Pampas (la primera había tenido lugar entre fines
del siglo XIX y principios del siguiente, período en el cual
la Argentina llegó a ser conocida como El granero del mundo).
La principal expresión de
este cambio fue la marcada difusión de un sistema de labranza
conservacionista denominado siembra directa. Se trata de una tecnología
por medio de la cual las semillas se siembran sobre los residuos
dejados por el cultivo anterior. Esto permite –a diferencia
de la labranza convencional, que implica la roturación del
suelo– mejorar en muchos casos el nivel de materia orgánica
de la tierra, además de conservar una mayor humedad para
el cultivo.
En ese contexto, los agricultores
argentinos tomaron a la soja transgénica como una novedad
tecnológica más y comenzaron a probarla in situ. En
la campaña 1996/97 el 6% del total del área sembrada
con soja fue implantada con la variedad genéticamente modificada.
Este porcentaje alcanzó el 25% durante el período
siguiente y siguió creciendo hasta alcanzar el 60% en el
ciclo 1998/99, el 80% en 1999/2000 y el 90% en 2000/01. Actualmente,
se estima que el 99% de la soja sembrada en la Argentina es transgénica.
La siembra directa combinada con
las variedades de soja tolerantes a glifosato no sólo simplificaron
enormemente las pesadas tareas de siembra y control del cultivo,
sino que además permitieron extender el área de producción
de la soja hacia superficies con una menor aptitud agrícola,
las cuales solían destinarse a la actividad ganadera (que
tiene un margen de rentabilidad mucho menor que la agricultura).
En las zonas extra-pampeanas, localizadas
en el norte de la Argentina, la introducción de la siembra
directa y la soja tolerante a glifosato –sumando en algunos
casos un adecuado sistema de rotaciones agrícolas–,
permitió que la superficie agrícola se extendiera
notablemente en dichas zonas, las cuales eran tradicionalmente ganaderas.
Tal s el caso, por citar dos ejemplos, de las provincias norteñas
de Santiago del Estero y de Chaco (ver cuadros 1 y 2)1.
Cuadro 1. Area sembrada y producción
de soja en la provincia de Santiago del Estero. Argentina
Campaña |
A.Sembrada(ha) |
Producción(tn) |
1989/90 |
70.000 |
122.400 |
1990/91 |
72.500 |
125.400 |
1991/92 |
82.800 |
184.400 |
1992/93 |
80.300 |
159.100 |
1993/94 |
98.100 |
171.700 |
1994/95 |
105.050 |
181.800 |
1995/96 |
94.500 |
155.700 |
1996/97 |
130.000 |
280.500 |
1997/98(*) |
154.600 |
279.900 |
1998/99 |
280.000 |
520.000 |
1999/00 |
261.500 |
631.400 |
2000/01 |
323.000 |
509.400 |
2001/02 |
659.229 |
1.380.000 |
2002/03 |
654.500 |
1.473.600 |
Fuente: Secretaría de Agricultura,
Ganadería,Pesca y Alimentación (Argentina). Referencias:
(*) Introducción en la zona de la soja tolerante al herbicida
glifosato
Cuadro 2. Area sembrada y producción
de soja en la provincia de Chaco. Argentina
Campaña |
A.Sembrada(has) |
Producción(toneladas) |
1989/90 |
68.000 |
110.000 |
1990/91 |
50.000 |
76.700 |
1991/92 |
70.000 |
133.100 |
1992/93 |
128.000 |
230.500 |
1993/94 |
149.000 |
201.600 |
1994/95 |
137.000 |
170.300 |
1995/96 |
70.500 |
103.600 |
1996/97 |
123.000 |
246.000 |
1997/98 (*) |
130.000 |
159.600 |
1998/99 |
215.000 |
430.000 |
1999/00 |
350.000 |
629.200 |
2000/01 |
410.000 |
830.800 |
2001/02 |
600.000 |
1.184.400 |
2002/03 |
768.000 |
1.606.000 |
Fuente: Secretaría de Agricultura,
Ganadería,Pesca y Alimentación (Argentina). Referencias:
(*) Introducción en la zona de la soja tolerante al herbicida
glifosato
Los planteos de soja transgénica
en siembra directa generaron una significativa reducción
de costos de producción respecto de los sistemas tradicionales
en los cuales se empleaban sojas convencionales (sin modificaciones
genéticas).
Por ejemplo: en 1994/95 el costo
de producción del cultivo de soja no transgénica en
un planteo de labranza convencional de la región Norte de
Buenos Aires –una de las zonas más fértiles
de la Argentina– era de 182 dólares por hectárea.
En 1999/2000 ese costo se había reducido a 126 dólares
por hectárea para el caso de un planteo de siembra directa
con variedades de soja convencionales, mientras que con semillas
resistentes a glifosato ese mismo planteo tenía un costo
de 117 dólares por hectárea. Si se analiza la estructura
de costos de esos planteos, puede observarse que en 1994/95 los
empresarios debían gastar 78 dólares por hectárea
en herbicidas, mientras que en 1999/2000 esa erogación había
descendido a 52 dólares por hectárea en caso de usar
semillas convencionales y a sólo 34 dólares por hectárea
si se empleaban granos de soja transgénicos.
La impresionante reducción
del valor de los herbicidas producida en tan pocos años se
debió a un factor tan simple como contundente: el libre juego
de la oferta y la demanda. La aparición de la soja transgénica
generó una creciente demanda de glifosato y este producto
de amplio espectro prácticamente barrió del
mercado a los herbicidas selectivos (usualmente utilizados en planteos
de soja convencional).
Cuando la soja modificada genéticamente
ingresó en 1996 al mercado argentino, la patente del glifosato
–registrada en los ‘70 por Monsanto– ya había
expirado en ese país. Se trataba por lo tanto de un producto
genérico que podía ser producido o importado por diversas
empresas. Y fue precisamente eso lo que ocurrió: Monsanto
se encontró con más de una veintena de competidores
y tuvo que librar una guerra de precios que benefició de
manera significativa a los empresarios agrícolas argentinos.
Los farmers, lamentablemente, no
corrieron la misma suerte que sus pares sudamericanos. La patente
del glifosato en Estados Unidos había sido registrada por
Monsanto en 1974 y la misma no tendría que haber estado vigente
cuando la soja transgénica apareció en escena. Pero
la magia de la economía de mercado presente en el país
más capitalista entre los capitalistas hizo que Monsanto
pudieron conservar la patente del herbicida hasta septiembre de
2000. De esta manera, mientras los productores argentinos pagaban
alrededor de 3,70 dólares por litro de glifosato en 1999,
en ese mismo año los farmers debían desembolsar casi
9 dólares para comprar un litro del herbicida de Monsanto.
Con estos datos, no está demás preguntarse quién
fue el verdadero beneficiario de los subsidios agrícolas
aplicados por el USDA (que en 1999 y 2000 pagó a los productores
estadounidenses de soja 1.289 y 2.864 millones de dólares,
respectivamente, en concepto de subsidios).
La conjunción de todos estos
factores hizo que los agricultores sudamericanos pudieran seguir
siendo competitivos en el cultivo de soja. De lo contrario habrían
sido borrados del mapa por el aluvión de subsidios aplicados
por el USDA. Y la soja resistente a glifosato tuvo mucho que ver
con eso.
En el ciclo 2002/03 Brasil y la
Argentina pasaron a ser los primeros productores mundiales de soja,
mientras que Estados Unidos –que hasta entonces había
detentado cómodamente ese puesto– pasó a segundo
lugar.
En la campaña 2003/04, según
datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA),
Brasil y la Argentina producirán 87,5 millones de toneladas
de soja (53,5 y 34 millones, respectivamente), mientras que Estados
Unidos tendrá una cosecha de 65,8 millones de toneladas de
soja. En este marco, los dos principales socios del Mercosur (Brasil
+ Argentina) concentran el 46% de la producción mundial del
cultivo que es la principal fuente de proteínas vegetales
del mundo.
Los funcionarios del Banco Central
de la República Argentina, que hacia mediados de 2002 hacían
lo imposible para evitar que el valor del peso argentino siguiera
depreciándose luego de haber caído un 260% desde enero
de ese año, jamás imaginaron que casi el 60% de los
3.575,3 millones de dólares ingresados a ese país
entre junio y agosto de 2002 serían generados por las exportaciones
de granos, aceite y harina de soja. Las reservas del Banco Central
no superaban por entonces los 10.000 millones de dólares,
una cifra equivalente a los vencimientos de deuda del año
2002 que mantenía el Estado argentino con los organismos
multilaterales de crédito.
Estaba claro que sin los sojadólares
necesarios para contener la inflación, la crisis argentina
de 2002 se habría tornado, invariablemente, ingobernable.
De hecho, buena parte de la notable
recuperación de la economía argentina se explica por
los fuertes aportes de divisas generados por las exportaciones de
granos en general y de soja y sus subproductos en particular.
En 2003, los ingresos de divisas
a la Argentina por el cobro de exportaciones de granos oleaginosos
y cereales alcanzaron la suma de 10.552 millones de dólares,
una cifra equivalente al 42% del cobro por el total de las exportaciones
realizadas en dicho año3.
Si bien tales cifras incluyen las ventas externas de todos los granos
que exporta la Argentina (soja, girasol, maíz, trigo, etcétera),
la mayor parte de esos ingresos se debe a las ventas externas de
soja, aceite de soja y harina de soja.
Por otra parte, en 2003 los derechos
de exportación generaron ingresos al Estado Nacional por
un valor de unos 3.175 millones de dólares, equivalentes
a más del 12% del total de los ingresos tributarios percibidos
en dicho año4. Esto porque
en la Argentina el Estado aplica impuestos a las exportaciones de
granos –denominados “retenciones” o derechos de
exportación– con una tasa del 23,5% sobre el precio
FOB de las ventas externas de oleaginosos (como soja y girasol)
y del 20,0% sobre el precio FOB de los cereales.
Sin embargo, el agro argentino no
tendrá tanta suerte en el futuro como lo tuvo en el pasado
reciente. En enero de 2004 Monsanto anunció la decisión
de discontinuar su programa de investigación en soja en la
Argentina y además suspendió la comercialización
de semillas de ese cultivo en el mercado argentino. Hasta el año
2003, la empresa ocupaba el segundo lugar en la provisión
de semillas certificadas del principal cultivo argentino.
La empresa tomó esa decisión
porque “no encontró argumentos para explicarle a su
sede en Saint Louis (Missouri, Estados Unidos) que a pesar de los
importantes presupuestos en investigación y desarrollo, sólo
el 18% de la semilla de soja comercializada en la Argentina es fiscalizada”,
es decir, legal5. Esto implica
que la compañía no introducirá nuevos eventos
biotecnológicos –tal como lo hizo en su momento con
la soja tolerante a glifosato– en el mercado argentino.
Afortunadamente, el desarrollo de
nuevas semillas con ventajas agronómicas está siendo
llevado a cabo por un grupo de empresarios argentinos, quienes crearon
un fondo de inversión biotecnológico con el propósito
de llevar adelante tal objetivo. Esta nueva generación de
agroempresarios argentinos –cuyo rostro más visible
es Gustavo Grobocopatel6–
comprendió que, de aquí en más, si ellos no
se preocupan por ellos mismos, nadie más lo hará.
El fondo de inversión biotecnológico
(Bioceres7) está llevando
a cabo una serie de desarrollos orientados a mejorar la competitividad
de la agricultura argentina en los próximos años.
Uno de ellos, por ejemplo, es el desarrollo de cultivos con tolerancia
a sequía y salinidad.
Investigadores argentinos descubrieron
un gen en el genoma del girasol que, al ser introducido y sobre-expresado
en Arabidopsis thaliana, demostró conferir
a dicha planta tolerancia al estrés hídrico8.
Bioceres ahora introducirá ese gen en soja para comenzar
a probarlo en la provincia argentina de Tucumán. Fuentes
de la compañía estiman probable la introducción
al mercado una variedad de soja con tolerancia a sequía en
torno al año 20109.
Miguel Lucero, director científico
de Bioceres, indica que “frente a restricciones hídricas
y salinas serias, que no son resistidas por plantas convencionales,
las que tienen incorporado el gen de tolerancia aguantan todo el
proceso sin disminución significativa en el rendimiento”10.
Tal tecnología permitiría,
en un futuro no tan lejano, transformar radicalmente la potencialidad
agrícola de las zonas con regímenes hídricos
más inestables y aleatorios (como los que se presentan en
la región norte de la Argentina) (ver cuadro 3).
Cuadro 3. Rendimiento
promedio de soja en las provincias argentinas de Chaco y Sgo. del
Estero
Campaña |
Chaco(kg/ha) |
Sgo. Del Estero(kg/ha) |
1992/93 |
1800 |
2058 |
1993/94 |
1400 |
1809 |
1994/95 |
1290 |
1760 |
1995/96 |
1469 |
1674 |
1996/97 |
2000 |
2200 |
1997/98 |
1860 |
2155 |
1998/99 |
2205 |
2080 |
1999/00 |
1800 |
2440 |
2000/01 |
2044 |
1868 |
2001/02 |
2111 |
2043 |
2002/03 |
2154 |
2278 |
Fuente: Secretaría de Agricultura,
Ganadería,Pesca y Alimentación (Argentina).
Notas:
*
Actualización del capítulo “Carambola transgénica”
del libro “Biotecnología: la otra guerra”. Ezequiel
Tambornini. Fondo de Cultura Económica (FCE). Buenos Aires.
2003.
2Secretaría de Agricultura,
Ganadería, Pesca y Alimentación <http://www.sagpya.mecon.gov.ar>
3 Mercado Único y Libre
de Cambios. Banco Central de la República Argentina <http://www.bcra.gov.ar>
4 Recursos tributarios año
2003. Subsecretaría de Ingresos Públicos. Ministerio
de Economía de la República Argentina <http://www.mecon.gov.ar>
5 “Monsanto deja de vender
semillas”. Clarín. 21 de enero de 2004 (www.clarin.com.ar)
6 <http://www.losgrobo.com.ar>
7 <http://www.bioceres.com.ar>
8. “La sobre-expresión
del gen hahb-4 de girasol confiere tolerancia al estrés hídrico
en Arabidopsis thaliana”. Carlos A. Dezar, Daniel H. González,
Gabriela M. Gago y Raquel L. Chan. Cátedra de Biología
Celular y Molecular-Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas-Universidad
Nacional del Litoral-CC 242. Congreso Asagir 2003.
<http://
www.asagir.org.ar/2_congreso/Murales/Chan.PDF>
9 Comunicación personal
con Mariana Giacobbe. Gerente comercial de Bioceres
10 “La consolidación
que aún no llegó”. Revista CREA. Enero 2004
<http://www.aacrea.org.ar>
Ezequiel
Tambornini |