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Terrorismo Espectacular:
Estructura en Red y Representación de la Violencia
 

Por Ma. de los Ángeles Martínez y Antonio Gómez
Número 39

Resumen:
La violencia mediática es hoy tan frecuente que cualquier atrocidad imposible de soportar en nuestra vida cotidiana se hace tolerable e incluso indiferente si llega a nosotros a través de los medios de comunicación. Esta aparente paradoja solo es concebible en una sociedad como la nuestra, una sociedad del espectáculo en la que apenas nada puede sorprendernos y, al mismo tiempo, cualquier sorpresa sólo puede llegar desde los medios. En ese tiovivo espectacular se inserta un nuevo terrorismo; nuevo no en cuanto a su origen, postrero y harto experimentado, sino en su forma de actuar, que aprovecha las oportunidades que le brinda la red mediática para rentabilizar al máximo sus acciones.

Sus dos pilares fundamentales de actuación son su nueva estructura en red y el aprovechamiento de la fuerza de la representación que le ofrecen los canales de comunicación. En el primer caso, la estructura en red, cuyas características veremos en el apartado uno de este artículo, le brinda a la organización terrorista la posibilidad física de llevar a cabo un atentado de grandes dimensiones. En segundo lugar y desarrollado en el apartado dos, la representación mediática ha traído consigo una nueva configuración de la realidad que es ahora un híbrido de elementos efectivos y ficticios al mismo tiempo; los terroristas aprovechan el enorme potencial de los medios para dar a sus acciones un carácter de inmediatez y universalidad como nunca se había conocido antes. El receptor acepta la propuesta de los medios de comunicación como cierta a pesar de que no tenga posibilidad de contrastar la realidad propuesta a través de la percepción de sus sentidos y consecuentemente varía su conducta atendiendo exclusivamente a una representación parcial, y a menudo, manipulada.

Esa sociedad del espectáculo de la que hablábamos al principio es ahora una sociedad del riesgo, del miedo a lo otro en la cual los estados tienen la difícil tarea de desestabilizar ese complejo de redes que avanza en el seno mismo de lo social.

Introducción
La violencia mediática es hoy tan frecuente que cualquier atrocidad imposible de soportar en nuestra vida cotidiana se hace tolerable e incluso indiferente si llega a nosotros a través de los medios de comunicación. Esta aparente paradoja solo es concebible en una sociedad como la nuestra, una sociedad del espectáculo en la que apenas nada puede sorprendernos y, al mismo tiempo, cualquier sorpresa sólo puede llegar desde los medios. En ese tiovivo espectacular se inserta un nuevo terrorismo; nuevo no en cuanto a su origen, postrero y harto experimentado, sino en su forma de actuar, que aprovecha las oportunidades que le brinda la red mediática para rentabilizar al máximo sus acciones.

Sus dos pilares fundamentales de actuación son su nueva estructura en red y el aprovechamiento de la fuerza de la representación que le ofrecen los canales de comunicación. En el primer caso, la estructura en red, cuyas características veremos en el apartado uno de este artículo, le brinda a la organización terrorista la posibilidad física de llevar a cabo un atentado de grandes dimensiones. En segundo lugar y desarrollado en el apartado dos, la representación mediática ha traído consigo una nueva configuración de la realidad que es ahora un híbrido de elementos efectivos y ficticios al mismo tiempo; los terroristas aprovechan el enorme potencial de los medios para dar a sus acciones un carácter de inmediatez y universalidad como nunca se había conocido antes. Esa sociedad del espectáculo de la que hablábamos al principio es ahora una sociedad del riesgo, del miedo a lo otro en la cual los estados tienen la difícil tarea de desestabilizar ese complejo de redes que avanza en el seno mismo de lo social. Veamos a continuación con más detalle los factores que hemos introducido brevemente.

Estructura de redes y guerra en red
La dinámica de fondo que guía nuestro análisis es que la revolución de la información favorece el aumento de las formas de organización en red, y la tendencia actual apunta a que las redes serán la próxima forma de organización dominante que se impondrá para definir las sociedades y con ellas las características de conflicto y de cooperación.

Las organizaciones terroristas han tomado la guerra en red como el nuevo modelo bélico multifrontal que desborda los escenarios acotados por modelos anteriores. Las redes formadas por los terroristas extienden la escala y el alcance de sus actividades y crean amplias zonas mutuas con bandas más pequeñas para operaciones específicas controlando de este modo áreas geográficas considerables.

En este modelo, la tradicional guerra de frentes ha sido sustituida por la guerra multipolar, por la intervención local sorpresiva, por la incursión invisible, por el salto instantáneo sobre objetivos juzgados como enemigos (Gubern, R., 2004: 12)

La propagación de las estructuras en red y sus tecnologías acarrea algunos riesgos y peligros debido a que están utilizándose para crear amenazas a la libertad y a la intimidad. En una guerra en red arquetípica, las unidades se asemejarán a una variedad de nodos (células terroristas) dispersos e interconectados preparados para actuar como una red multicanal. Esta nueva forma de estructuración permite al terrorismo organizado actuar cada vez más a través de fluidas redes en lugar de hacerlo a través de jerarquías más formales. Las organizaciones terroristas presentan estructuras más fragmentadas y más caóticas que incluyen también redes de influencia. Un nuevo sistema bélico que aporta muchos beneficios a organizaciones pequeñas unidas por un mismo objetivo o ideal común.

Las redes no son exclusivas de las organizaciones terroristas; son una de las formas de organización social más comunes. Se caracterizan por no ser un tipo de organización exclusivo, y con frecuencia existen en el interior de estructuras jerárquicas más tradicionales. Aportan a las organizaciones una sensación de omnipresencia y son capaces de coexistir dentro y fuera de jerarquías aumentando así su eficacia. Las redes pueden variar en tamaño, forma, pertenencia, cohesión y propósito. Facilitan los flujos de información, conocimiento y comunicación, así como los de productos más tangibles. Pero en la actualidad, a medida que las comunicaciones se han abaratado y simplificado, las redes han sufrido una rápida expansión como forma de organización ya que; “las redes tecnológicas facilitan la actuación de redes sociales mayores y más dispersas y pueden incluso servir como un multiplicador de fuerzas decisivo para ciertas clases de redes sociales” (Williams, P., 2003: 92).

En un momento histórico donde la supremacía militar de las Naciones Unidas no ofrece opciones a una confrontación bélica convencional, las redes proporcionan a los terroristas diversidad, flexibilidad, poca visibilidad y pervivencia, actuando de forma clandestina y no mostrando centros de poder obvios. Los terroristas pueden trasladarse con facilidad en áreas de alto riesgo frente a las fuerzas del orden. Del mismo modo ofrecen oportunidades para la redundancia y la resistencia de forma que incluso si se destruye una parte de ella, la red puede seguir actuando. Las redes, como organizaciones, son muy resistentes y pueden reconstruirse fácilmente de modo que la degradación de una red no conduce necesariamente a su defunción. Lo cual permite a las células terroristas permanecer dormidas despistando la sospecha policial sin reducir por ello su capacidad de actuación. La velocidad, comodidad y anonimato de las formas de comunicación que ofrecen las nuevas tecnologías les posibilita una reactivación de la red en un tiempo reducido.

Aunque es evidente que el aprovechamiento de las tecnologías de la información no es prerrogativa única de las organizaciones en red las redes se encuentran extraordinariamente bien situadas para aprovechar las nuevas oportunidades tecnológicas. La realidad es que muchas organizaciones criminales han utilizado la tecnología como fuerza multiplicadora para desarrollar sus actividades emprendedoras con mayor eficiencia a menor coste (Williams, 2003: 108).

En la lucha contra las redes terroristas los estados son conscientes de que resulta determinante establecer los objetivos fundamentales del ataque a la red; objetivos que pueden variar desde dificultar la realización de operaciones provocando inestabilidad en el centro hasta ataques más directos a la propia red con el fin de interrumpir sus actividades, dislocar o degradar sus capacidades o incluso destruirla completamente. Y uno de los objetivos claros cuando se atacan las redes es que resulta también decisivo atacar sus límites, bien entre una y otra red o bien entre el mundo del delito y el mundo legal. Normalmente en esos límites están sus contactos con los medios de comunicación, afines o no, que les proporcionan la presencia mediática suficiente para poder poner en marcha su mecanismo de representación, que es el segundo pilar sobre el que se asientan las organizaciones terroristas en la actualidad.

Representación y guerra mediática
Previamente al tema de la representación debemos remontarnos un poco más y sentar unas bases sólidas, aunque breves por el carácter de este artículo, acerca de la realidad y de cómo esta funciona como constructo. Sin ellas no podría comprenderse la dimensión de las consecuencias que la nueva representación mediática llega a tener sobre las conciencias de los seres humanos.

Partiremos de que lo real no es más que un ámbito abstracto al modo en que Platón entendía el mundo de las ideas; podemos efectivamente considerar que existe un conjunto global al que denominaremos “lo real”; sin embargo, no es tan certero que exista lo real entendido como un mundo objetivo idéntico para el conjunto de los seres humanos, ni siquiera que las personas puedan acceder a todo ese corpus. Desde siempre, el hombre ha debido someterse a la información que le proporcionan sus sentidos; la construcción que él efectúa del mundo que le rodea se lleva a cabo a través de la exploración que le ofrecen los canales como la vista, el oído, el tacto y en definitiva todos los sentidos (Bronowsky, 1981: 25- 27). De todas formas y a pesar de que esto puede ser beneficioso porque sin este factor el ser humano se encontraría aislado, supone al mismo tiempo una falta de garantía de configuración de una realidad idéntica para el conjunto de las personas. Por lo tanto, hasta el momento tenemos que existe una parte que consideraremos como realidad efectiva que es accesible a través de los sentidos, independientemente de que pueda existir otra realidad no efectiva que quede al margen de esa percepción. Por lo tanto, para los seres humanos la única realidad constatable por ser la única accesible para él es esa realidad efectiva o sensible. Esa inseguridad crea una incertidumbre de la que el hombre debe escapar y, ya que en cierto modo los sentidos aparecen como “imperfectos”, el ser humano recurre a la razón para colocarse lo más cerca posible de esa realidad completa.

En definitiva, lo que se considera como la “realidad” depende de criterios convencionales dentro de ciertos sistemas sociales y no de una realidad como tal, ya que los procesos perceptivos “reflejan necesariamente la organización anatómica y funcional que adopta un sistema nervioso en su interacción múltiple, y no las propiedades de una realidad independiente” (Schmidt, 1997: 212). La realidad para todos no puede ser más que un constructo fruto de un consenso.

Sin embargo, el resultado de esa capacidad de percepción nos conduce directamente al tratamiento del tema de la representación, la cual puede ser considerada como una imagen de lo ausente. El fenómeno de la representación puede dividirse según Martínez Bonati (1992: 91- 97) en una parte de representación propiamente, en la que se incluiría la representación material o icono de la representación y la imagen representativa o representación imaginaria (coincidiría con el signo, expresión o vehículo sígnico, y el sentido o intención significativa) y una segunda parte de lo representado (que sería el objeto o significado). Ambos aspectos se implican mutuamente, podría decirse que son el anverso y el reverso de una misma cosa.

Las funciones de la representación están muy relacionadas con la confusión que puede originarse entre objeto e imagen; de hecho, en el propio acto de conocimiento la diferencia entre lo representado y su representación tiende a disiparse, ya que la imagen sólo funciona propia y eficazmente cuando es confundida con su objeto. La representación real y presente presta esa presencia al objeto ausente y por ello, “cuando miramos hacia la representación, tomándola como representación, no la vemos como representación, sino como aquello que representa” (Martínez Bonati, 1992: 98). Es por ello que la representación cuando funciona como tal desaparece como objeto que es y nos permite acceder al objeto que representa; es más, la representación sólo funciona eficazmente cuando se confunde con su objeto. La imagen desaparece como otro objeto, no el que propiamente es, a modo de simulacro.

El caso que nos ocupa se centra exclusivamente en la representación llevada a cabo gracias a los medios de comunicación actuales. Partimos de que cualquier representación es una sustitución de un objeto concreto y, consecuentemente, un “trasvase” de percepción, de una serie de sentidos (percepción del objeto real) a otro conjunto de ellos (percepción de la representación como signo). Por lo tanto, en el caso de los medios de comunicación se sustituye la percepción sensorial directa de los acontecimientos por parte de la población por una percepción “dirigida”, sesgada y seleccionada por uno o más grupos de poder, aquellos que controlan los medios, que trasladan la realidad como tal a un constructo homogéneo que ha de ser consumido por todos por igual. Esta mediación es en cierto modo inevitable ya que una razón meramente física (el hombre no puede asistir in praesentia a todos los acontecimientos mundiales por razones lógicas) es la culpable de que deban existir medios de canalización que hagan llegar la información al máximo número de puntos del planeta. El problema no se localiza en la existencia de esas vías, sino en el uso que se hace de ellas. En este sentido, la mejor forma de entender la mediación es como un proceso que permite dar sentido al mundo a través de diversos medios de expresión e interacción y que tiene el potencial de configurar y transformar la actividad social (Mansell, 2003:268).

En los medios de comunicación la imagen sustituye a la imaginación y el imaginario del medio al imaginario del individuo. Tras lo dicho puede advertirse que la representación actual en los medios de comunicación lleva consigo un proceso de “trasvase” de lo que podría suceder en la representación de individuos actualizados en la realidad efectiva. La principal divergencia entre la representación de estos y de los individuos ficticios radica en el hecho de que en el primer caso los receptores del discurso mediático aceptan la posibilidad de que los individuos que forman parte de ese discurso puedan integrarse en su modo de percepción externa, mientras que en el segundo caso el individuo ficticio no es concebido como parte de ese modo de percepción. En el caso que nos ocupa se invierten las características: un discurso mediático considerado como perteneciente a la realidad efectiva encuentra que en su proceso de representación esta “da su presencia al objeto representado de una manera más completa y radical” (Eco, 2000: 107), ya que implica de forma más contundente la imagen y el objeto, el primero es la única forma de acceso al segundo, ya que este último no tiene existencia más allá que la que le confiere esa representación.

El discurso real efectivo funciona ahora gracias al mismo mecanismo que utiliza el discurso ficcional, aunque el pacto del receptor tiene unas características bien diferentes. Para empezar, se considera que el emisor se compromete con la veracidad de aquello que enuncia, al contrario que el discurso ficcional, en el cual el emisor, en cierto sentido, no tiene por qué compartir lo expresado en el discurso. Por lo tanto, en este nuevo discurso mediatizado el receptor deposita su confianza en lo que se le está contando, que sustituye como hemos comentado su propia percepción directa de los hechos por una simple imposibilidad física, y esto tiene una consecuencia de crucial importancia: el receptor modifica su conducta en función de esta percepción mediatizada, debido a que

Ya no es el mundo que se hace imagen (sociedad mediatizada) sino el imaginario que se hace mundo (sociedad mediática). Un imaginario que, mezclando ficción y realidad, se incorpora al funcionamiento interno de las organizaciones y modifica en profundidad todas las relaciones interpersonales, se acaba por crearlo y prolongarlo (Imbert, 1992: 213, 214) [Las aclaraciones entre paréntesis son nuestras].

Estas capacidades de los medios de comunicación se traducen en ciertos factores. Por un lado, lo que P. Virilio denomina el tiempo real puesto que las tecnologías de la comunicación lo vuelven todo presente. Se inaugura el reino de lo inmediático, donde la representación se impone como referencia inmediata; se establece de esta forma una nueva relación con la realidad, más proxémica, en la que esta última está al alcance de la mano. Los mass media están asumiendo hoy la realidad social; el efecto de directo, la realidad inmediática que sustituye a la realidad misma y puede tener más efectos que un acontecimiento real.

La globalización de la percepción- la posibilidad de que cualquiera conozca lo que está ocurriendo en todo el mundo al instante y la tendencia creciente de interesarse por ello- es otra de las maneras en que los pequeños pueden defenderse de los grandes (Libicki, 1999- 2000: 41).

Por otra parte, dentro de la sociedad del espectáculo, terroristas y estados utilizan los medios de comunicación como campo de batalla ya que hoy

los medios de comunicación masiva atraviesan fácilmente fronteras nacionales y culturales, lo cual constituye un desarrollo tecnológico que influye directamente en las relaciones políticas internacionales, al tiempo que intensifica los debates sobre la soberanía cultural (Lull, 1997: 152).

Las organizaciones terroristas funcionan dentro de lo que G. Imbert (1992: 147) denomina la lógica escópica construyendo una imaginería social basada en la espectacularización de los objetos (los atentados) y de los sujetos (los terroristas).

Estamos ante un verdadero carnaval de imágenes, en el que la noticia es, pues, la imagen y no ya el suceso: lógica que obedece a una lógica escópica (…) El atractivo espectacular se constituye así en una variable extrainformativa de la noticia. (…) El espectáculo que nos ofrecen los mass media es un espectáculo desimbolizado en el que la información, cual Saturno, devora a sus propios contenidos (Imbert, 1992: 147, 148).

Dentro de esta lógica escópica la sociedad mediática es una extensión de la sociedad mediatizada donde prima la generalización, la aceleración del espectáculo y la multiplicación de los héroes. De todas formas, no se trata simplemente de una extensión sino de una mutación.

El uso mediático de la violencia espectacular
Con la mundialización de la comunicación (Mattelart, 1998) para muchos países poderosos lo más importante es que la información se ha vuelto planetaria y es lo que rige la economía mundial. Para Estados Unidos el dominio de las tecnologías de la información y la comunicación les permitiría ganar en el siglo XXI. Ampliando su capacidad de información los Estados Unidos creían contar con una creciente e incontestable autoridad. Pero las poderosas multinacionales mediáticas y los estados no son los únicos beneficiarios de la nueva instrumentación; en el seno de una cultura preindustrial y de una secta islámica conservadora y antimodernista liderada hoy por Osama Bin Laden desde una oscura cueva de Afganistán ha surgido una red que ataca a los que durante un tiempo iban a ser los países menos vulnerables a las fuerzas que trataran de minarlos. La creación de una extensa red de información electrónica ha acelerado este proceso, favoreciendo que en lugares dispersos se concentren influencias que se han vuelto incontrolables.

La respuesta de los estados a las acciones mediáticas de los terroristas opera también dentro del modelo irradiante de la mediatización promoviendo el lugar del intercambio simbólico una interacción movida por simulacros, redes o centros de conmutación, que provoca la autonomización de los lenguajes codificados y desustancializa las referencias clásicas de lo real.

La eficacia de las teletecnologías militares y civiles relega a un segundo plano los modos tradicionales de representación de lo real, tejiendo nuevas formas de socializad en las que los lazos intersubjetivos son indirectos o mínimos (Sodré,2001:81).

A. Toffler (1994) denominaba los nuevos tipos de incursiones militares de los estados como guerra de reductos y lo consideraba un modelo de respuesta bélica a los que pretendieran desafiar el nuevo orden económico mundial. En este tipo de guerras se coordinan estrategias que incluyen sofisticado armamento militar, espionaje y todo lo que implique pensamiento y propaganda. La guerra de reductos utiliza los medios de comunicación y avanzadas tecnologías de información para aplacar agitaciones sociales con la transmisión de noticias e información desde las áreas conflictivas. El papel de la CNN, la BBC o nuestra Televisión Española es el de convertirse en “vehículos fiables, que no plantean problemas, y ofrecen noticias e información que desanima a los disidentes, quienes quiera que sean” (Schiller, 1996: 65).

Por medio de estos mecanismos los Estados ‘distraen’ al público con la generación de sistemas generadores de imaginarios que regulan las identificaciones sociales y simula patrones de conducta. Dentro de una ética y estética de la desaparición las retransmisiones mediáticas eliminan los muertos del World Trade Center o los cadáveres de la actual guerra de Irak, llegando incluso a condenar a aquellos que, traicionando la óptica institucional, revelan visiones no ‘oficiales’ de los conflictos. No se trata por tanto de transmisión de información, sino de producción y gestión de una sociabilidad artificiosa. Esto no garantiza que las masas se comporten exactamente como marca el patrón mediático, pero si establece cual es la versión oficial del aparato tecnoburocrático del Estado e intenta mantener a las masas ‘silenciosas’ en la ‘esfera pública’ (Sodré,2001:83). Cabría la duda en este caso de preguntarse si es posible, efectivamente, mantener el mundo en orden incluso contando con un considerable dispositivo de información y un estrecho control de los flujos mundiales mientras en un estado de derecho las fuerzas económicas de iniciativa privada pudieran contribuir a desestabilizar la distribución de ingresos y la utilización de recursos tanto a escala local como mundial (Schiller, 1996: 66).

Esta situación nos desvela que vivimos en una era de riesgo que es global, individualista y más moral de lo que suponemos. La globalización y la extensión de las redes de comunicación instantáneas implican el debilitamiento de las estructuras estatales; de la autonomía y del poder del estado. Como decía P. Virilio (1999: 19),

allí donde las antiguas distancias de tiempo producían, hasta la revolución de los transportes del siglo pasado, el alejamiento propicio entre las distintas sociedades, en la era actual de la revolución de las transmisiones, el incesante feed-back de las actividades humanas engendra la amenaza invisible de un accidente.

El marco de la sociedad del riesgo conecta áreas que hasta hoy habían sido inconexas. Sigue siendo muy difícil predecir exactamente cómo se desbordarán en cada país en concreto los nuevos riesgos sociales y políticos. Pero muchos sostienen ahora que el riesgo de una reacción contra Occidente que se manifiesta ahora a través del terrorismo internacional, sobre todo el islámico.

Los riesgos se han convertido para los estados en una de las principales fuerzas de movilización política, y las organizaciones terroristas lo saben, por este motivo utilizan sus redes de células terroristas y las dinámicas de representación de la sociedad del espectáculo como armas de riesgo en su lucha armada. En la sociedad del riesgo, áreas de intervención y acción política que aparentemente carecen de importancia están cobrando extraordinaria relevancia, y cambios ‘menores’ están induciendo transformaciones básicas en el juego de poder de la política del riesgo global. Por este motivo, el concepto de ‘sociedad del riesgo global’, llama la atención sobre la controlabilidad limitada de los peligros que nos hemos creado.


Referencias:

Bronowsky, (1981): Los orígenes del conocimiento y la imaginación. Barcelona, editorial Gedisa.
Eco, U. (2000): Tratado de semiótica general. Barcelona, editorial Lumen.
Gubern, R. (2004): “La guerra en red de Al Qaeda” en El País, sábado 13 de marzo de 2004, p. 12.
Imbert, G. (1992): Los escenarios de la violencia. Conductas anómicas y orden social en la España actual. Barcelona, Icaria editorial.
Libicki, M. (1999- 2000): “Rethinking war: the mouse´s new roar?”, en Foreign Policy, nº 117, invierno, pp. 30- 43).
Lull, J. (1997): Medios, comunicación, cultura. Aproximación global. Buenos Aires, Amorrortu editores.
Mansell, R. (ed.)(2003): La revolución de la comunicación. Modelos de interacción social y técnica. Madrid, Alianza editorial.
Martínez Bonati, F. (1992): La ficción literaria. Su lógica y ontología. Murcia, Universidad de Murcia.
Schiller, H. I. (1996): Aviso para navegantes. Barcelona, Icaria editorial.
Schmidt, S. J. (1997): “La auténtica realidad es que la realidad existe. Modelo constructivista de la realidad, la ficción y la literatura”, en Garrido Domínguez, A. (comp.): Teorías de la ficción literaria. Madrid, Arco libros.
Sodré, M. (1998): Reinventando la cultura. La comunicación y sus productos. Barcelona, editorial Gedisa.
Sodré, M. (2001): Sociedad, cultura y violencia. Buenos Aires, Grupo editorial Norma.
Virilio, P. (1999): La bomba informática. Madrid, Cátedra.
Williams, P. (2003): “Redes transnacionales de delincuencia” en Arquilla, J. y Ronfeldt, D. (2003), Redes y guerras en red. El futuro del terrorismo, el crimen organizado y el activismo político, Madrid, Alianza editorial.


Ma. de los Ángeles Martínez García
Antonio Gómez Aguilar
Facultad de Comunicación, Universidad de Sevilla, España.