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Por Ma. de los Ángeles Martínez
y Antonio Gómez
Número 39
Resumen:
La violencia mediática es hoy tan frecuente que cualquier
atrocidad imposible de soportar en nuestra vida cotidiana se hace
tolerable e incluso indiferente si llega a nosotros a través
de los medios de comunicación. Esta aparente paradoja solo
es concebible en una sociedad como la nuestra, una sociedad
del espectáculo en la que apenas nada puede sorprendernos
y, al mismo tiempo, cualquier sorpresa sólo puede llegar
desde los medios. En ese tiovivo espectacular se inserta
un nuevo terrorismo; nuevo no en cuanto a su origen, postrero y
harto experimentado, sino en su forma de actuar, que aprovecha las
oportunidades que le brinda la red mediática para rentabilizar
al máximo sus acciones.
Sus dos pilares fundamentales de
actuación son su nueva estructura en red y el aprovechamiento
de la fuerza de la representación que le ofrecen los canales
de comunicación. En el primer caso, la estructura en red,
cuyas características veremos en el apartado uno de este
artículo, le brinda a la organización terrorista la
posibilidad física de llevar a cabo un atentado de grandes
dimensiones. En segundo lugar y desarrollado en el apartado dos,
la representación mediática ha traído consigo
una nueva configuración de la realidad que es ahora un híbrido
de elementos efectivos y ficticios al mismo tiempo; los terroristas
aprovechan el enorme potencial de los medios para dar a sus acciones
un carácter de inmediatez y universalidad como nunca se había
conocido antes. El receptor acepta la propuesta de los medios de
comunicación como cierta a pesar de que no tenga posibilidad
de contrastar la realidad propuesta a través de la percepción
de sus sentidos y consecuentemente varía su conducta atendiendo
exclusivamente a una representación parcial, y a menudo,
manipulada.
Esa sociedad del espectáculo
de la que hablábamos al principio es ahora una sociedad
del riesgo, del miedo a lo otro en la cual los estados
tienen la difícil tarea de desestabilizar ese complejo de
redes que avanza en el seno mismo de lo social.
Introducción
La violencia mediática es hoy tan frecuente que cualquier
atrocidad imposible de soportar en nuestra vida cotidiana se hace
tolerable e incluso indiferente si llega a nosotros a través
de los medios de comunicación. Esta aparente paradoja solo
es concebible en una sociedad como la nuestra, una sociedad
del espectáculo en la que apenas nada puede sorprendernos
y, al mismo tiempo, cualquier sorpresa sólo puede llegar
desde los medios. En ese tiovivo espectacular se inserta
un nuevo terrorismo; nuevo no en cuanto a su origen, postrero y
harto experimentado, sino en su forma de actuar, que aprovecha las
oportunidades que le brinda la red mediática para rentabilizar
al máximo sus acciones.
Sus dos pilares fundamentales de
actuación son su nueva estructura en red y el aprovechamiento
de la fuerza de la representación que le ofrecen los canales
de comunicación. En el primer caso, la estructura en red,
cuyas características veremos en el apartado uno de este
artículo, le brinda a la organización terrorista la
posibilidad física de llevar a cabo un atentado de grandes
dimensiones. En segundo lugar y desarrollado en el apartado dos,
la representación mediática ha traído consigo
una nueva configuración de la realidad que es ahora un híbrido
de elementos efectivos y ficticios al mismo tiempo; los terroristas
aprovechan el enorme potencial de los medios para dar a sus acciones
un carácter de inmediatez y universalidad como nunca se había
conocido antes. Esa sociedad del espectáculo de la que hablábamos
al principio es ahora una sociedad del riesgo,
del miedo a lo otro en la cual los estados tienen la difícil
tarea de desestabilizar ese complejo de redes que avanza en el seno
mismo de lo social. Veamos a continuación con más
detalle los factores que hemos introducido brevemente.
Estructura de redes y guerra
en red
La dinámica de fondo que guía nuestro análisis
es que la revolución de la información favorece el
aumento de las formas de organización en red, y la tendencia
actual apunta a que las redes serán la próxima forma
de organización dominante que se impondrá para definir
las sociedades y con ellas las características de conflicto
y de cooperación.
Las organizaciones terroristas han
tomado la guerra en red como el nuevo modelo bélico multifrontal
que desborda los escenarios acotados por modelos anteriores. Las
redes formadas por los terroristas extienden la escala y el alcance
de sus actividades y crean amplias zonas mutuas con bandas más
pequeñas para operaciones específicas controlando
de este modo áreas geográficas considerables.
En este modelo, la tradicional
guerra de frentes ha sido sustituida por la guerra
multipolar, por la intervención local sorpresiva,
por la incursión invisible, por el salto instantáneo
sobre objetivos juzgados como enemigos (Gubern, R., 2004: 12)
La propagación de las estructuras
en red y sus tecnologías acarrea algunos riesgos y peligros
debido a que están utilizándose para crear amenazas
a la libertad y a la intimidad. En una guerra en red arquetípica,
las unidades se asemejarán a una variedad de nodos
(células terroristas) dispersos e interconectados preparados
para actuar como una red multicanal. Esta nueva forma de estructuración
permite al terrorismo organizado actuar cada vez más a través
de fluidas redes en lugar de hacerlo a través de jerarquías
más formales. Las organizaciones terroristas presentan estructuras
más fragmentadas y más caóticas que incluyen
también redes de influencia. Un nuevo sistema bélico
que aporta muchos beneficios a organizaciones pequeñas unidas
por un mismo objetivo o ideal común.
Las redes no son exclusivas de las
organizaciones terroristas; son una de las formas de organización
social más comunes. Se caracterizan por no ser un tipo de
organización exclusivo, y con frecuencia existen en el interior
de estructuras jerárquicas más tradicionales. Aportan
a las organizaciones una sensación de omnipresencia y son
capaces de coexistir dentro y fuera de jerarquías aumentando
así su eficacia. Las redes pueden variar en tamaño,
forma, pertenencia, cohesión y propósito. Facilitan
los flujos de información, conocimiento y comunicación,
así como los de productos más tangibles. Pero en la
actualidad, a medida que las comunicaciones se han abaratado y simplificado,
las redes han sufrido una rápida expansión como forma
de organización ya que; “las redes tecnológicas
facilitan la actuación de redes sociales mayores y más
dispersas y pueden incluso servir como un multiplicador de fuerzas
decisivo para ciertas clases de redes sociales” (Williams,
P., 2003: 92).
En un momento histórico donde
la supremacía militar de las Naciones Unidas no ofrece opciones
a una confrontación bélica convencional, las redes
proporcionan a los terroristas diversidad, flexibilidad, poca visibilidad
y pervivencia, actuando de forma clandestina y no mostrando centros
de poder obvios. Los terroristas pueden trasladarse con facilidad
en áreas de alto riesgo frente a las fuerzas del orden. Del
mismo modo ofrecen oportunidades para la redundancia y la resistencia
de forma que incluso si se destruye una parte de ella, la red puede
seguir actuando. Las redes, como organizaciones, son muy resistentes
y pueden reconstruirse fácilmente de modo que la degradación
de una red no conduce necesariamente a su defunción. Lo cual
permite a las células terroristas permanecer dormidas despistando
la sospecha policial sin reducir por ello su capacidad de actuación.
La velocidad, comodidad y anonimato de las formas de comunicación
que ofrecen las nuevas tecnologías les posibilita una reactivación
de la red en un tiempo reducido.
Aunque es evidente que el aprovechamiento
de las tecnologías de la información no es prerrogativa
única de las organizaciones en red las redes se encuentran
extraordinariamente bien situadas para aprovechar las nuevas oportunidades
tecnológicas. La realidad es que muchas organizaciones
criminales han utilizado la tecnología como fuerza multiplicadora
para desarrollar sus actividades emprendedoras con mayor eficiencia
a menor coste (Williams, 2003: 108).
En la lucha contra las redes terroristas
los estados son conscientes de que resulta determinante establecer
los objetivos fundamentales del ataque a la red; objetivos que pueden
variar desde dificultar la realización de operaciones provocando
inestabilidad en el centro hasta ataques más directos a la
propia red con el fin de interrumpir sus actividades, dislocar o
degradar sus capacidades o incluso destruirla completamente. Y uno
de los objetivos claros cuando se atacan las redes es que resulta
también decisivo atacar sus límites, bien entre una
y otra red o bien entre el mundo del delito y el mundo legal. Normalmente
en esos límites están sus contactos con los medios
de comunicación, afines o no, que les proporcionan la presencia
mediática suficiente para poder poner en marcha su mecanismo
de representación, que es el segundo pilar sobre
el que se asientan las organizaciones terroristas en la actualidad.
Representación y
guerra mediática
Previamente al tema de la representación debemos remontarnos
un poco más y sentar unas bases sólidas, aunque breves
por el carácter de este artículo, acerca de la realidad
y de cómo esta funciona como constructo. Sin ellas no podría
comprenderse la dimensión de las consecuencias que la nueva
representación mediática llega a tener sobre las conciencias
de los seres humanos.
Partiremos de que lo real no es
más que un ámbito abstracto al modo en que Platón
entendía el mundo de las ideas; podemos efectivamente
considerar que existe un conjunto global al que denominaremos “lo
real”; sin embargo, no es tan certero que exista lo real entendido
como un mundo objetivo idéntico para el conjunto de los seres
humanos, ni siquiera que las personas puedan acceder a todo ese
corpus. Desde siempre, el hombre ha debido someterse a la información
que le proporcionan sus sentidos; la construcción que él
efectúa del mundo que le rodea se lleva a cabo a través
de la exploración que le ofrecen los canales como la vista,
el oído, el tacto y en definitiva todos los sentidos (Bronowsky,
1981: 25- 27). De todas formas y a pesar de que esto puede ser beneficioso
porque sin este factor el ser humano se encontraría aislado,
supone al mismo tiempo una falta de garantía de configuración
de una realidad idéntica para el conjunto de las personas.
Por lo tanto, hasta el momento tenemos que existe una parte que
consideraremos como realidad efectiva que es accesible a través
de los sentidos, independientemente de que pueda existir otra realidad
no efectiva que quede al margen de esa percepción. Por lo
tanto, para los seres humanos la única realidad constatable
por ser la única accesible para él es esa realidad
efectiva o sensible. Esa inseguridad crea una incertidumbre de la
que el hombre debe escapar y, ya que en cierto modo los sentidos
aparecen como “imperfectos”, el ser humano recurre a
la razón para colocarse lo más cerca posible de esa
realidad completa.
En definitiva, lo que se considera
como la “realidad” depende de criterios convencionales
dentro de ciertos sistemas sociales y no de una realidad como tal,
ya que los procesos perceptivos “reflejan necesariamente la
organización anatómica y funcional que adopta un sistema
nervioso en su interacción múltiple, y no las propiedades
de una realidad independiente” (Schmidt, 1997: 212). La realidad
para todos no puede ser más que un constructo fruto de un
consenso.
Sin embargo, el resultado de esa
capacidad de percepción nos conduce directamente al tratamiento
del tema de la representación, la cual puede ser considerada
como una imagen de lo ausente. El fenómeno de la representación
puede dividirse según Martínez Bonati (1992: 91- 97)
en una parte de representación propiamente, en la
que se incluiría la representación material o icono
de la representación y la imagen representativa o representación
imaginaria (coincidiría con el signo, expresión o
vehículo sígnico, y el sentido o intención
significativa) y una segunda parte de lo representado (que
sería el objeto o significado). Ambos aspectos se implican
mutuamente, podría decirse que son el anverso y el reverso
de una misma cosa.
Las funciones de la representación
están muy relacionadas con la confusión que puede
originarse entre objeto e imagen; de hecho, en el propio acto de
conocimiento la diferencia entre lo representado y su representación
tiende a disiparse, ya que la imagen sólo funciona propia
y eficazmente cuando es confundida con su objeto. La representación
real y presente presta esa presencia al objeto ausente y por ello,
“cuando miramos hacia la representación, tomándola
como representación, no la vemos como representación,
sino como aquello que representa” (Martínez Bonati,
1992: 98). Es por ello que la representación cuando funciona
como tal desaparece como objeto que es y nos permite acceder al
objeto que representa; es más, la representación sólo
funciona eficazmente cuando se confunde con su objeto. La imagen
desaparece como otro objeto, no el que propiamente es, a modo de
simulacro.
El caso que nos ocupa se centra
exclusivamente en la representación llevada a cabo gracias
a los medios de comunicación actuales. Partimos de que cualquier
representación es una sustitución de un objeto concreto
y, consecuentemente, un “trasvase” de percepción,
de una serie de sentidos (percepción del objeto real) a otro
conjunto de ellos (percepción de la representación
como signo). Por lo tanto, en el caso de los medios de comunicación
se sustituye la percepción sensorial directa de los acontecimientos
por parte de la población por una percepción “dirigida”,
sesgada y seleccionada por uno o más grupos de poder, aquellos
que controlan los medios, que trasladan la realidad como tal a un
constructo homogéneo que ha de ser consumido por todos por
igual. Esta mediación es en cierto modo inevitable
ya que una razón meramente física (el hombre no puede
asistir in praesentia a todos los acontecimientos mundiales
por razones lógicas) es la culpable de que deban existir
medios de canalización que hagan llegar la información
al máximo número de puntos del planeta. El problema
no se localiza en la existencia de esas vías, sino en el
uso que se hace de ellas. En este sentido, la mejor forma de entender
la mediación es como un proceso que permite dar sentido al
mundo a través de diversos medios de expresión e interacción
y que tiene el potencial de configurar y transformar la actividad
social (Mansell, 2003:268).
En los medios de comunicación
la imagen sustituye a la imaginación y el imaginario del
medio al imaginario del individuo. Tras lo dicho puede advertirse
que la representación actual en los medios de comunicación
lleva consigo un proceso de “trasvase” de lo que podría
suceder en la representación de individuos actualizados en
la realidad efectiva. La principal divergencia entre la representación
de estos y de los individuos ficticios radica en el hecho de que
en el primer caso los receptores del discurso mediático aceptan
la posibilidad de que los individuos que forman parte de ese discurso
puedan integrarse en su modo de percepción externa, mientras
que en el segundo caso el individuo ficticio no es concebido como
parte de ese modo de percepción. En el caso que nos ocupa
se invierten las características: un discurso mediático
considerado como perteneciente a la realidad efectiva encuentra
que en su proceso de representación esta “da su presencia
al objeto representado de una manera más completa y radical”
(Eco, 2000: 107), ya que implica de forma más contundente
la imagen y el objeto, el primero es la única forma de acceso
al segundo, ya que este último no tiene existencia más
allá que la que le confiere esa representación.
El discurso real efectivo funciona
ahora gracias al mismo mecanismo que utiliza el discurso ficcional,
aunque el pacto del receptor tiene unas características
bien diferentes. Para empezar, se considera que el emisor se compromete
con la veracidad de aquello que enuncia, al contrario que el discurso
ficcional, en el cual el emisor, en cierto sentido, no tiene por
qué compartir lo expresado en el discurso. Por lo tanto,
en este nuevo discurso mediatizado el receptor deposita su confianza
en lo que se le está contando, que sustituye como hemos comentado
su propia percepción directa de los hechos por una simple
imposibilidad física, y esto tiene una consecuencia de crucial
importancia: el receptor modifica su conducta en función
de esta percepción mediatizada, debido a que
Ya no es el mundo que se hace
imagen (sociedad mediatizada) sino el imaginario que se hace mundo
(sociedad mediática). Un imaginario que, mezclando ficción
y realidad, se incorpora al funcionamiento interno
de las organizaciones y modifica en profundidad todas las
relaciones interpersonales, se acaba por crearlo y prolongarlo
(Imbert, 1992: 213, 214) [Las aclaraciones entre paréntesis
son nuestras].
Estas capacidades de los medios
de comunicación se traducen en ciertos factores. Por un lado,
lo que P. Virilio denomina el tiempo real puesto que las
tecnologías de la comunicación lo vuelven todo presente.
Se inaugura el reino de lo inmediático, donde la
representación se impone como referencia inmediata; se establece
de esta forma una nueva relación con la realidad, más
proxémica, en la que esta última está al alcance
de la mano. Los mass media están asumiendo hoy la realidad
social; el efecto de directo, la realidad inmediática
que sustituye a la realidad misma y puede tener más efectos
que un acontecimiento real.
La globalización de la
percepción- la posibilidad de que cualquiera conozca lo
que está ocurriendo en todo el mundo al instante y la tendencia
creciente de interesarse por ello- es otra de las maneras en que
los pequeños pueden defenderse de los grandes (Libicki,
1999- 2000: 41).
Por otra parte, dentro de la sociedad
del espectáculo, terroristas y estados utilizan los medios
de comunicación como campo de batalla ya que hoy
los medios de comunicación
masiva atraviesan fácilmente fronteras nacionales y culturales,
lo cual constituye un desarrollo tecnológico que influye
directamente en las relaciones políticas internacionales,
al tiempo que intensifica los debates sobre la soberanía
cultural (Lull, 1997: 152).
Las organizaciones terroristas funcionan
dentro de lo que G. Imbert (1992: 147) denomina la lógica
escópica construyendo una imaginería social basada
en la espectacularización de los objetos (los atentados)
y de los sujetos (los terroristas).
Estamos ante un verdadero carnaval
de imágenes, en el que la noticia es, pues, la imagen y
no ya el suceso: lógica que obedece a una lógica
escópica (…) El atractivo espectacular se constituye
así en una variable extrainformativa de la noticia.
(…) El espectáculo que nos ofrecen los mass media
es un espectáculo desimbolizado en el que la información,
cual Saturno, devora a sus propios contenidos (Imbert, 1992: 147,
148).
Dentro de esta lógica escópica
la sociedad mediática es una extensión de la sociedad
mediatizada donde prima la generalización, la aceleración
del espectáculo y la multiplicación de los héroes.
De todas formas, no se trata simplemente de una extensión
sino de una mutación.
El uso mediático
de la violencia espectacular
Con la mundialización de la comunicación (Mattelart,
1998) para muchos países poderosos lo más importante
es que la información se ha vuelto planetaria y es lo que
rige la economía mundial. Para Estados Unidos el dominio
de las tecnologías de la información y la comunicación
les permitiría ganar en el siglo XXI. Ampliando
su capacidad de información los Estados Unidos creían
contar con una creciente e incontestable autoridad. Pero las poderosas
multinacionales mediáticas y los estados no son los únicos
beneficiarios de la nueva instrumentación; en el seno de
una cultura preindustrial y de una secta islámica conservadora
y antimodernista liderada hoy por Osama Bin Laden desde una oscura
cueva de Afganistán ha surgido una red que ataca a los que
durante un tiempo iban a ser los países menos vulnerables
a las fuerzas que trataran de minarlos. La creación de una
extensa red de información electrónica ha acelerado
este proceso, favoreciendo que en lugares dispersos se concentren
influencias que se han vuelto incontrolables.
La respuesta de los estados a las
acciones mediáticas de los terroristas opera también
dentro del modelo irradiante de la mediatización promoviendo
el lugar del intercambio simbólico una interacción
movida por simulacros, redes o centros de conmutación, que
provoca la autonomización de los lenguajes codificados y
desustancializa las referencias clásicas de lo real.
La eficacia de las teletecnologías
militares y civiles relega a un segundo plano los modos tradicionales
de representación de lo real, tejiendo nuevas formas de
socializad en las que los lazos intersubjetivos son indirectos
o mínimos (Sodré,2001:81).
A. Toffler (1994) denominaba los
nuevos tipos de incursiones militares de los estados como guerra
de reductos y lo consideraba un modelo de respuesta bélica
a los que pretendieran desafiar el nuevo orden económico
mundial. En este tipo de guerras se coordinan estrategias que incluyen
sofisticado armamento militar, espionaje y todo lo que implique
pensamiento y propaganda. La guerra de reductos utiliza
los medios de comunicación y avanzadas tecnologías
de información para aplacar agitaciones sociales con la transmisión
de noticias e información desde las áreas conflictivas.
El papel de la CNN, la BBC o nuestra Televisión Española
es el de convertirse en “vehículos fiables, que no
plantean problemas, y ofrecen noticias e información que
desanima a los disidentes, quienes quiera que sean” (Schiller,
1996: 65).
Por medio de estos mecanismos los
Estados ‘distraen’ al público con la generación
de sistemas generadores de imaginarios que regulan las identificaciones
sociales y simula patrones de conducta. Dentro de una ética
y estética de la desaparición las retransmisiones
mediáticas eliminan los muertos del World Trade Center o
los cadáveres de la actual guerra de Irak, llegando incluso
a condenar a aquellos que, traicionando la óptica institucional,
revelan visiones no ‘oficiales’ de los conflictos. No
se trata por tanto de transmisión de información,
sino de producción y gestión de una sociabilidad artificiosa.
Esto no garantiza que las masas se comporten exactamente como marca
el patrón mediático, pero si establece cual es la
versión oficial del aparato tecnoburocrático del Estado
e intenta mantener a las masas ‘silenciosas’ en la ‘esfera
pública’ (Sodré,2001:83). Cabría la duda
en este caso de preguntarse si es posible, efectivamente, mantener
el mundo en orden incluso contando con un considerable dispositivo
de información y un estrecho control de los flujos mundiales
mientras en un estado de derecho las fuerzas económicas de
iniciativa privada pudieran contribuir a desestabilizar la distribución
de ingresos y la utilización de recursos tanto a escala local
como mundial (Schiller, 1996: 66).
Esta situación nos desvela
que vivimos en una era de riesgo que es global, individualista y
más moral de lo que suponemos. La globalización y
la extensión de las redes de comunicación instantáneas
implican el debilitamiento de las estructuras estatales; de la autonomía
y del poder del estado. Como decía P. Virilio (1999: 19),
allí donde las antiguas
distancias de tiempo producían, hasta la revolución
de los transportes del siglo pasado, el alejamiento propicio entre
las distintas sociedades, en la era actual de la revolución
de las transmisiones, el incesante feed-back de las actividades
humanas engendra la amenaza invisible de un accidente.
El marco de la sociedad del riesgo
conecta áreas que hasta hoy habían sido inconexas.
Sigue siendo muy difícil predecir exactamente cómo
se desbordarán en cada país en concreto los nuevos
riesgos sociales y políticos. Pero muchos sostienen ahora
que el riesgo de una reacción contra Occidente que se manifiesta
ahora a través del terrorismo internacional, sobre todo el
islámico.
Los riesgos se han convertido
para los estados en una de las principales fuerzas de movilización
política, y las organizaciones terroristas lo saben, por
este motivo utilizan sus redes de células terroristas y las
dinámicas de representación de la sociedad del espectáculo
como armas de riesgo en su lucha armada. En la sociedad del riesgo,
áreas de intervención y acción política
que aparentemente carecen de importancia están cobrando extraordinaria
relevancia, y cambios ‘menores’ están induciendo
transformaciones básicas en el juego de poder de la política
del riesgo global. Por este motivo, el concepto de ‘sociedad
del riesgo global’, llama la atención sobre la controlabilidad
limitada de los peligros que nos hemos creado.
Referencias:
Bronowsky,
(1981): Los orígenes del conocimiento y la imaginación.
Barcelona, editorial Gedisa.
Eco, U. (2000): Tratado de semiótica general. Barcelona,
editorial Lumen.
Gubern, R. (2004): “La guerra en red de Al Qaeda” en
El País, sábado 13 de marzo de 2004, p. 12.
Imbert, G. (1992): Los escenarios de la violencia. Conductas
anómicas y orden social en la España actual.
Barcelona, Icaria editorial.
Libicki, M. (1999- 2000): “Rethinking war: the mouse´s
new roar?”, en Foreign Policy, nº 117, invierno,
pp. 30- 43).
Lull, J. (1997): Medios, comunicación, cultura. Aproximación
global. Buenos Aires, Amorrortu editores.
Mansell, R. (ed.)(2003): La revolución de la comunicación.
Modelos de interacción social y técnica. Madrid,
Alianza editorial.
Martínez Bonati, F. (1992): La ficción literaria.
Su lógica y ontología. Murcia, Universidad de
Murcia.
Schiller, H. I. (1996): Aviso para navegantes. Barcelona,
Icaria editorial.
Schmidt, S. J. (1997): “La auténtica realidad es que
la realidad existe. Modelo constructivista de la realidad, la ficción
y la literatura”, en Garrido Domínguez, A. (comp.):
Teorías de la ficción literaria. Madrid,
Arco libros.
Sodré, M. (1998): Reinventando la cultura. La comunicación
y sus productos. Barcelona, editorial Gedisa.
Sodré, M. (2001): Sociedad, cultura y violencia.
Buenos Aires, Grupo editorial Norma.
Virilio, P. (1999): La bomba informática. Madrid,
Cátedra.
Williams, P. (2003): “Redes transnacionales de delincuencia”
en Arquilla, J. y Ronfeldt, D. (2003), Redes y guerras en red.
El futuro del terrorismo, el crimen organizado y el activismo político,
Madrid, Alianza editorial.
Ma. de
los Ángeles Martínez García
Antonio Gómez
Aguilar
Facultad de Comunicación, Universidad
de Sevilla, España. |