|
Por Juan Miguel Aguado, César San Nicolás
y Pedro Hellín
Número 39
En un contexto
dominado por la espectacularización de las experiencias expresivas
de los destinatarios colectivos de la comunicación social,
son las industrias culturales las responsables de haber re-definido
la dimensión conceptual inherente al concepto clásico
de cultura. La cultura popular, convertida en cultura cotidiana,
ha transformado sus estatutos a través de su conversión
en artefactos mercantiles al servicio de la industria de producción
de bienes culturales consumibles.
El espectáculo, socializado a través
del poder de mediación de los entornos comunicativos –los
medios, en su dimensión más global, como depósitos
de la memoria colectiva y de la acción comunicativa sobre
los distintos colectivos identitarios-, consigue configurar un nuevo
espacio experiencial donde las nuevas formas culturales configuran
los posmodernos espacios de sentido identificables con los escenarios
sociales donde se desarrolla la actividad de intercambio de bienes
culturales.
A nuestro modo de ver, sigue siendo el “centro
comercial y de ocio” el suprasigno capaz de emblematizar este
paradigma de reflejos, representaciones y propuesta de estilos de
vida moduladores de la esfera pública mediática cotidiana.
Ahora más que nunca un sujeto puede adquirir múltiples
identidades, en función de si desempaña uno u otro
papel dentro de la cadena del consumo simbólico de mercancías
culturales. Un joven, por ejemplo, moldea sus pautas identitarias
en función de los modelos de representación que la
propia publicidad estipula como prototípicos de un determinado
ideal de consumo. La representación del género –incluida
la representación del dominio y el contradominio de la ambigüedad
como nuevo género social (la consabida y manida “metrosexualidad”
que se ha convertido en debate socializado de la propia cultura
cotidiana y constituye objeto de charla, parodia y diatriba)-, ahora
más que nunca, se adscribe a pautas mito-hermenéuticas
identificadas éstas, a su vez, con proposiciones comerciales
donde lo social es lo cultural y viceversa. Nuevos géneros
sociales, en suma, que se identifican con formatos comunicativos
donde la filiación sexual se convierte en carta de acreditación,
en condición indispensable para poder optar a su descodificación
y consumo.
Ante esta tesitura de pluri-representaciones identitarias,
lo cotidiano sigue apareciendo aún con más fuerza,
caracterizando el poder propositivo de los medios, los cuales actúan
como una “gran superficie” donde promocionar panegíricamente,
de forma laudatoria, bienintencionadas mercancías culturales
de consumo que abundan en la quintaesencia del funcionalismo más
emocional (a pesar de parecer un contrasentido, la mercancía
más tangible y utilitarista se nos suele presentar como aquella
que mayor deseo despierta y mayor efecto emocional produce).
La televisión, en su papel de gran pantalla,
de caleidoscópico escaparate de tendencias y estilos de vida,
funciona al modo y manera de una gran teletienda donde una determinada
identidad va asociada a un producto o género de productos;
parece obvio, pues, que sólo exhibiendo el salvoconducto
de la filiación social, el sujeto puede optar al consumo,
a pesar de que ese consumo –que se presenta como exclusivo-
sigue anclado a su estatuto estandarizado y, por lo tanto, susceptible
de ser dirigido a colectivos cada vez más amplios de destinatarios,
consumidores o usuarios.
Es obvio que, antes que medios –pero
teniendo sobre todo en cuenta su papel de mediadoras- las industrias
culturales (el cine, la música, la radio, la televisión)
han trastocado las condiciones de elaboración y de circulación
de todas las formas de expresión cultural, hasta el punto
de que –como nos recuerda María Eugenia Reale- dicho
mercado de bienes culturales se apropia del hombre y éste
no puede vivir de espaldas a ese el mercado. Así, las industrias
culturales, cada vez más, producen, además de objetos,
estrategias para la creación de aquellos, patrones matriciales
de elaboración de símbolos y arquetipos culturales,
aderezados con el robusto y poderoso barniz de la high-tech,
como catalizadora. El resultado es la asunción de una
cultura efímera donde no hallamos rastros de la memoria,
fácilmente creable y destruible, como afirmara Héctor
Shmucler. Al día de hoy, la cultura cotidiana no se nos muestra
sino como una mera excusa comercial que actúa como una mera
función estética, desbancando así del ámbito
de la Cultura (con mayúsculas), a los actos correctos, justos
y bellos (aquellos que remitían al concepto clásico
de la paideia); de alguna manera asistimos a una sustitución
–una muerte- evidente de lo sublime en beneficio de lo ínfimo,
de lo espectacular; un triunfo de la escenografía frente
al trasfondo; una convalidación de las identidades sociales
de los sujetos por las identidades mediáticas propuestas
por las industrias de la cultura.
Ante este panorama, dos son las cuestiones por
dilucidar desde una perspectiva integradora, donde han de revertir
los modos de comunicar de los nuevos escenarios de la espectacularidad,
de la comercialización de las experiencias expresivas de
las identidades de los sujetos-usuarios. En primer lugar, la extensión
de una lógica enunciatario-anunciataria (publicitaria en
suma) al conjunto de los escenarios de consumo y, en segundo término,
la cuestión de la viabilidad (o no viabilidad) del sujeto
en la mediación comunicativa de masas (comunicación
social, si aceptamos la surgencia de dicha denominación).
Es indudable que en el actual panorama
mediático, el discurso publicitario está omnipresente.
Desde los mensajes publicitarios convencionales, que han conseguido
eliminar de su estructura la categoría del intercambio, porque
contribuye a crear un relato con un ritmo narrativo vertiginoso
y porque evita la narración de la adquisición del
dinero, pieza clave del intercambio; hasta los nuevos formatos,
más indefinibles e infiltrados-incrustados en el resto de
contenidos de los Media.
Queremos llamar la atención sobre cómo
las competencias del discurso publicitario (una actividad económico-pragmático-semiótica)
inundan con sus modos de hacer, decir y comunicar todo el espectro
informativo, lúdico y persuasivo de esos mismos Media a los
que sirven, a partir de su original labor fiscalizadora.
Ahora, los mensajes que las organizaciones
difunden a través de los Media –incluso los propios
mensajes de los Media, en tanto corporaciones- adoptan
todas las formas posibles, con el objetivo de captar la atención
de las audiencias. De forma que los contenidos tienen que ser “ligeros”
y fragmentados para poder así emitir más mensajes
y con más posibilidades de ser percibidos, que convierten
en espectáculo, en puro simulacro, la relación de
las audiencias con los medios.
La estrategia general para la creación de
los contenidos se centra en el intento de “fijar” las
audiencias (para obtener así mayor rentabilidad de la venta
del –cada vez mayor- espacio publicitario) produciendo marcos
de referencia para las mismas, de forma que las identidades individuales
y colectivas aparecen reflejadas (y readaptadas al objetivo de mercado),
con sus mundos de referencia y sus imaginarios particulares.
La saturación del mercado ha impuesto en
nuestros días unas técnicas persuasivas fundamentadas
en las motivaciones emocionales donde el deseo actúa como
un prescriptor y la reacción de las personas ante todos los
productos no es sólo racional, sino principalmente irracional.
En nuestras sociedades de economía desarrollada, pocas veces
existen razones estrictamente racionales para elegir un producto
en vez de otro, ya que suelen presentar las mismas características
técnicas; por eso las razones emocionales son de gran importancia.
Ya hace tiempo que se sostiene la idea de que el
individuo permanece unido al objeto de consumo por la existencia
del deseo, porque el deseo proviene del sueño, del terreno
más onírico y personal de cada uno. Es caprichoso,
aleatorio, provisorio, transitorio. Su ventaja es que si el deseo
no resulta satisfecho, el individuo no lo siente como una carencia
y orienta su conducta con miras a obtener su satisfacción.
Este hecho es utilizado en las agencias de publicidad constantemente
cuando se construyen mensajes circulares que transforman los deseos
en necesidades y que, satisfechas estas, crean nuevas necesidades
a partir de nuevos deseos. No importa tanto retener en propiedad
el objeto como gozar de él y de los valores adheridos a él
mediante operadores psicológico-sugestivos y los connotativos
de la semántica.
Para que el sujeto que desea exista
hay que crear deseos que se transformen en necesidades, es decir,
cambiar un querer-hacer por un deber-hacer.
Si aceptamos que la ideología del consumo
es una estrategia de seducción para atrapar el deseo de los
espectadores, comprenderemos que el ritmo interior de la narración
publicitaria exige la precipitación-anticipación del
desenlace final, que comprende un sema modal (la euforia), y un
sema aspectual (la intensidad), de modo que, enfatizado con estos
rasgos, el deseo ha de terminar convirtiéndose en pasión.
El mensaje publicitario siempre va a intentar crear
la sensación de obligatoriedad en los destinatarios, aunque
el sujeto pueda o no asumir -y crear o no crear- personalmente el
deber. En el primer supuesto, se instaura como tal por sí
mismo y, en el segundo caso, al no asumir personalmente el deber,
su actividad resulta mecánica y superficial.
Esta distinción opera de
un modo decisivo en el lenguaje de lo publicitario, donde el deseo
(querer), transformado en necesidad (deber-ser),
no deja otra alternativa que deber-hacer, es decir, la
prescripción. Es precisamente este tono solícitamente
prescriptivo el que coloniza el resto de escenarios de la comunicación,
evidenciando una omnipresencia palpable de la esencia corporativa-persuasiva
sobre el conjunto de los relatos y los discursos sociales, afectando,
pues, a la confección y delimitación de las identidades
de aquellos sujetos conformadores de la realidad sociocultural cotidiana.
Por lo que respecta a la cuestión de la
viabilidad del sujeto, es pertinente afirmar que ésta se
ha constituido en el punto de encuentro reflexivo tanto entre los
enfoques moderno y posmoderno como entre aquellas perspectivas críticas
y aquellas otras de naturaleza más marcadamente descriptiva
o funcional. En todos los casos el problema de la viabilidad del
sujeto en la sociedad contemporánea otorga a los medios de
comunicación carta sociológica de primer orden, no
ya tanto en cuanto a superestructuras o herramientas de intervención,
sino en cuanto a formas culturales esencialmente implicadas en la
configuración de los mundos de la vida cotidiana.
El problema de un análisis
sociológico de la mediación comunicativa de masas,
como ha señalado certeramente Eric Macé (1994), se
condensa en la dicotomía de aquellas perspectivas que abordan
un sistema sin actores (como en el caso de las teorías críticas
o la semiótica estructural) y aquellos otros enfoques que
la conciben como un conjunto de actores sin sistema (como
en el caso del funcional-conductismo y de los estudios de audiencias).
El resultado de esta oposición paradójica es bien
conocido: de un lado, una concepción que dibuja al medio
y la cultura mediática como sobredeterminación de
los sujetos a través de la configuración de identidades;
del otro, una concepción de resonancias ilustradas que describe
al individuo como autodeterminante respecto de un libre mercado
de ofertas identitarias y simbólicas. El contraproducto de
ambos enfoques es una problemática desconexión, en
ambos sentidos de la vertical determinista, entre la inserción
social del sujeto, por un lado, y la inserción social del
medios, por otro. Una mirada sociológica hacia la cultura
mediática contemporánea capaz de dar respuesta al
problema de la viabilidad del sujeto, debe, a nuestro entender,
no sólo dar cuenta del engarce sociocultural de los actores
en la dinámica de construcción de identidades (como
apuntan los estudios culturales) sino también de la contextualización
del medio en esa misma dinámica social y cultural. Se trata,
nuevamente de acuerdo con Macé, no ya de considerar a la
cultura como efecto resultante de las dinámicas mediáticas,
sino, al mismo tiempo, considerar las dinámicas mediáticas
como encarnación tecnológica y simbólica de
una deriva cultural que antecede, sin duda, al mero hallazgo tecnológico.
Así pues, esta perspectiva obliga a centrar
la mirada no sólo en lo que los medios hacen con los públicos,
sino también, de forma simultánea y coordinada, en
lo que los públicos hacen con los medios. Y ello no sólo
por un prurito de ‘eficacia sociológica’, a la
manera de la Teoría de los Usos y Gratificaciones, sino porque
la práctica de producción mediática, precisamente,
integra las dinámicas sociales de las que se nutren los sujetos
en la producción de identidades. La proverbial fragmentación,
heterogeneidad y evanescencia de las propuestas mediáticas
identitarias es así, al mismo tiempo, el resultado de esa
dinámica de co-implicación de los actores sociales
en la producción mediática y de la producción
mediática en la constitución de los actores sociales,
tanto como de la inserción de la cultura mediática
en una deriva social marcada por la obsolescencia de las categorías
ilustradas –el sujeto posmoderno, dice Duque (2000), son las
prácticas– y por la crisis de la idea de proyecto,
que afecta tanto al sujeto individual (ahora fragmentario, presentizado
y transversal) como a los meta-sujetos ilustrados por excelencia
(las instituciones y su producción discursiva en la forma
de relatos).
De este modo, el círculo
vicioso de la proverbial esquizofrenia mediática (el medio
como institución social de naturaleza comercial integrada
en e integradora de las lógicas del mercado y el medio
como espacio social de construcción de identidades y de cultura
en la forma de la ‘vida cotidiana’) deviene un círculo,
si no virtuoso, cuando menos productivo del mundo social en que
existimos. Es, precisamente, a esa intersección de las lógicas
del mercado y las lógicas identitarias de la cultura mediática
donde la mirada crítica debe, a nuestro entender, dirigir
su atención para evitar la antinomia de un sistema sin actores
frente a un actor sin sistema.
En este contexto, los conceptos observacionales
de tradición ilustrada que tradicionalmente han vertebrado
la reflexión sobre la cultura mediática se muestran
no obstante insuficientes. Ni la concepción cognitivo-informacional
del medio ni la concepción racional-instrumental de su producción
y consumo resultan operativos para resolver la paradoja, pues ambos
desembocan bien en una visión intervencionista del medio
desconectada del público en tanto que tejido social, bien
en una concepción instrumental de la mediación en
la que el individuo soberano y autosuficiente dispone de los signos
en tanto que mercancías y, en consecuencia, aparece como
ajeno a la dinámica de mediación en tanto que proceso
social.
Es en este punto donde, a partir de la confluencia
entre la sociología fenomenológica y una relectura
de las propuestas de Debord, junto con las reflexiones baudrillardianas
a propósito del simulacro y los apuntes de la escuela parisina
de Touraine y Mafessoli acerca de la necesidad de renovar la mirada
hacia el sujeto posmoderno desde categorías no ilustradas,
proponemos el concepto de experiencia como eje observacional desde
el que insertar las dinámicas mediáticas en el proceso
social de producción de identidades subjetivas, así
como insertar a los sujetos en el proceso simultáneamente
simbólico y comercial de la mediación comunicativa
de masas. Los medios resultan, así, a un tiempo mercado de
la experiencia, donde los sujetos sociales acceden a propuestas
identitarias integrables en su propia experiencia social y, por
ende, en su relato identitario, y, por otro lado, contexto caótico
de articulación de subjetividades en la forma de un nuevo
espacio público desestructurado, de una institución
posmoderna en tanto que borrosa, una pseudoinstitución.
En tanto que institución desestructurada
y en tanto que dispositivo de comercialización de la experiencia
por la vía de la mediación tecnológica (Rifkin,
2000), la dinámica mediática contemporánea
cataliza la construcción individual de coherencias en las
experiencias sociales a través de una singular tensión
entre homogeneización y estandardización, de una parte,
y de un marcado potencial de diversificación e individuación,
de la otra. Así, no extraña que, desde ese peculiar
desorden planificado, desde su fluidez y maleabilidad, el medio,
al contrario que las instituciones tradicionales de raigambre ilustrada,
muestre una particular adaptabilidad en el manejo de las incertidumbres
sociales, absorbiéndolas en la forma de marcos experienciales
reintegrables en la vida individual y grupal según diversos
ejes de coherencia. En términos cotidianos, el medio ofrece
la posibilidad de un ‘zapping experiencial’ que, más
allá de la dimensión emocional del instante, conecta
operativamente con la naturaleza de ese sujeto posmoderno heterogéneo,
evanescente, fragmentario, tan lejano de la idea ilustrada de individuo-ciudadano.
Si la novela aparecía como
la piel simbólica de aquel sujeto dieciochesco, caracterizando
a ambos en tanto que identidad narrativa unitaria, lineal y proyectiva
marcada por el signo-determinante, por la distancia enunciativa
y la proximidad lógico-racional, el espectáculo emerge
ahora como la epidermis de un sujeto proteico cuyos rasgos son los
del presente continuo, la modularidad y el signo-difuso (la marca),
por el mestizaje enunciativo (la proverbial ‘interactividad’)
y el juego de distancia y proximidad experiencial: al contrario
que el relato, que sitúa su centro de gravedad en la interacción
simbólica respecto de la experiencia, el espectáculo
se configura paradigmáticamente como meta-experiencia,
ocultando el signo y situando su centro de gravedad en la experiencia
evocadora de experiencias. De ahí la instauración
del signo difuso y la pertinencia de la relectura debordiana tanto
como del simulacro baudrillardiano. En este sentido, resulta paradójico,
siquiera etimológicamente, que la forma significante de la
denominada ‘era digital’ sea, precisamente, la analogía
experiencial.
La creciente sustitución
tanto en la esfera económica como en la esfera individual
del par identitario propiedad/pertenencia por el par acceso
(a servicios)/acceso (a procesos identitarios) coloca, pues,
a la conexión contemporánea entre la economía
de la cultura y la auto-construcción del sujeto en el contexto
de un horizonte de meta-experienciabilidad. El espectáculo
emerge aquí como la forma comunicativa dominante en que confluyen
la crisis de los sujetos ilustrados (el individuo y la institución),
la evolución de una economía del consumo a una economía
de la imagen, de la pulsión escópica (‘capitalismo
de ficción’, lo han llamado Ibáñez y
Verdú) y la transformación de las socialidades en
un espacio público que ya no ejerce como punto de encuentro,
sino más bien como lugar de paso, haciendo posible, en definitiva,
un salto cualitativo en la naturaleza de los procesos de construcción
social de la identidad: la subjetividad, como la imagen en términos
estratégicos, no se alza ya sobre el tejido coherente de
experiencias, sino sobre la experiencia fragmentaria de experiencias.
Con este panorama sociocultural
y comunicativo, y teniendo en cuenta las cuestiones epistemológicas
y fenomenológicas de fondo (espectacularización, comercialización
de la experiencia, omnipresencia de una lógica publicitaria
y viabilidad de los sujetos-destinatarios del tránsito simbólico-comunicativo),
hemos seleccionado, para este número de la revista Razón
y Palabra, una variada y sincrética muestra de algunas
de las perspectivas de estudio que pueden abordarse tomando como
telón de fondo la cuestión ecosistémica de
“La Nueva Sociedad del Espectáculo: Los Media
y el Mercado de la Experiencia”.
Diversos son los frentes de desarrollo y diferentes
los enfoques, no obstante en todos, subyace un prístino interés
por establecer una conexión inherente entre los fenómenos
de la representación de los nuevos escenarios de la comunicación
en su versión de trasfondo experiencial y espectacular.
Así, encontramos en la aportación
de Antía López y Enrique
Castelló, de la Universidad de Santiago de Compostela,
una profundización en las consecuencias y mecanismos que
acompañan a la integración de la experiencia en las
dinámicas de consumo características de los medios,
planteando un creciente alejamiento de la “cultura mediática”
respecto de los paradigmas estético y comunicativo propios
de otras épocas y contextos culturales.
Por su parte, Douglas Kellner,
de la University of California-Los Angeles, desarrolla
una interesante relectura de Guy Debord en el contexto de la cultura
mediática como triunfo del espectáculo, abundando
en ejemplos significativos de esa dinámica espectacularizante
que conecta y otorga coherencia a una amplia diversidad de productos
mediáticos.
Joaquín Guerrero,
de la Universidad Católica San Antonio, aborda el
tema de la corporeidad como eje de articulación de la experienciabilidad
y la emocionalidad que caracterizan a una sociedad mediática
fuertemente espectacularizada. El cuerpo deviene, en este contexto,
signo virtualizante y espectacular (el cuerpo ficcionalizado como
ámbito de consumo), al tiempo que núcleo de los rasgos
que jalonan la identidad del suejto contemporáneo: incertidumbre,
angustia, placer.
Gonzalo Lucas,
investigador de doctorado de la Universidad de Murcia,
llama la atención sobre la contextualización de la
dinámica mediática en la deriva sociocultural, trazando
una interesante genealogía del sujeto posmoderno como sujeto
mediático, y que jalona la evolución desde la crisis
ilustrada de la idea de proyecto a la gestación de lo que
denomina como 'sujeto residual'. Es, precisamente, en torno a ese
'sujeto residual', en torno al que se configuran las formas, procesos
y operatividad que caracterizan a la cultura mediática contemporánea.
En el trabajo elaborado por Antonio
Gómez Aguilar y Mª Ángeles Martínez
García, investigadores de doctorado de la Universidad
de Sevilla, es la violencia mediática el pretexto para
conectar las nociones de sociedad del espectáculo (Debord)
con sociedad del riesgo (Beck), al hilo de lo que consideran un
nuevo terrorismo en red: las organizaciones terroristas utilizan
las dinámicas de representación de la sociedad del
espectáculo como armas de riesgo en su lucha armada, hasta
el punto que aprovechan el enorme potencial de los medios para dar
a sus acciones un carácter de inmediatez y universalidad
como nunca se había conocido antes.
Tecnocultura y juventud,
se convierten en los dos ejes fundamentales sobre los que pivota
la aportación de Miguel Ángel Nicolás
Ojeda, de la Universidad Católica San Antonio.
En este trabajo, se nos ofrece una sólida reflexión
sobre la construcción de identidades juveniles en el discurso
publicitario y sobre cómo ese mismo imaginario publicitario
presenta construcciones alejadas de la propia caracterización
social, en un esfuerzo de re-creación de experiencias expresivas
fácilmente codificables y “vendibles” a unos
colectivos que presentan unas “marcadas” señas
de identidad mediática. Todo ello canalizado a través
de las bases estructurales de lo que se ha dado en llamar la tecnocultura.
José Luis Campos
García, investigador de doctorado de la Universidad
de Sevilla, focaliza su contribución sobre el papel
de la innovación tecnológica de la comunicación
en la producción cultural, con el propósito de captar
el sentido que hoy cobra la circulación de bienes simbólicos
como la música en canales de difusión intangibles
como Internet. Desde un enfoque semiótico, el autor nos plantea
un acercamiento a los conceptos de comunicación digital,
expresividad musical y producción cultural.
Antonio Parra,
de la Universidad de Murcia, nos propone una visión
transhistórica, donde se analizan los procesos que conducen
a la creación de una cultura como espectáculo, los
cuales corren paralelos al nacimiento de la prensa moderna, a partir
del siglo XVIII. Entendiendo el mercado de la cultura como un gran
“bazar” universal (J. M. Marinas), como retablo conformador
de una nueva concepción del consumo, el autor nos conduce
en su recorrido metafórico-exploratorio hasta el momento
actual (“la última galería del mundo-mercancía”),
donde podemos hablar en puridad de la existencia de un fenómeno
de descorporeización de los sujetos-destinatarios; individuos
sin contacto, mediados y mediatizados por los grandes medios de
comunicación.
Una mirada crítica sobre
la resurrección de la corporeidad como objeto de
estudio, no sólo de la historiografía, sino también
por parte de las Ciencias Sociales, caracteriza la propuesta de
Rafael Vidal Jiménez, de la Universidad
de Sevilla. En continuo diálogo con los planteamientos
de M. Foucault, el autor nos propone una indagación sobre
lo corpóreo, superando filiaciones metafóricas y temporales,
y vinculando dicho item con la subjetivación, la sexualidad
y lo mercantil en el escenario teatral de nuestra “sociedad
del espectáculo”.
Con la contribución de Antonio
Caro, de la Universidad Complutense de Madrid,
se clausuran las perspectivas de enfoque analítico trenzadas
en torno al número monográfico que nos compete coordinar.
Caro centra su trabajo en torno al establecimiento de una nueva
visión de los mass-media conforme a la terminología
marxista, como superestructura-media: esto es, como dispositivo
de carácter epifenoménico cuya razón de ser
hay que encontrar en la base estructural o infraestructura que existe
tras la misma y a cuyo servicio funciona.
Referencias:
BAUDRILLARD, J. (1998): Cultura
y simulacro. Barcelona: Kairós.
DEBORD, G. (1976) La sociedad del espectáculo, Madrid:
Castellote.
DUQUE, F. (2000) Filosofía para el fin de los tiempos.
Madrid: Akal.
ESTEINOU, J. (1996-97): “Final de siglo, modernización
cultural y cambio de conciencia humana”, en Razón y
Palabra, Número 5, Año 1, diciembre-enero, url: <http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n5/javi.htm>
FLOCH, J. M (1993): Semiótica,
marketing y comunicación, Barcelona: Paidós.
IBÁÑEZ, J. (2002)
Sociologías de la vida cotidiana. Madrid: Siglo
XXI.
SCHMUCLER, H. (1992): “La
Escuela de Frankfurt y Walter Benjamin contra las Estrategias Tranquilizantes”,
en VII Encuentro Latinoamericano de Facultades de Comunicación
Social: Comunicación, Identidad e Integración Latinoamericana,
Acapulco: México (cit. en María Eugenia Reale (2000):
“La industria cultural origina sociedades gregarias”,
en Cuaderno de Materiales. Filosofía y Ciencias Humanas,
Madrid, url: <http://www.filosofia.net/materiales/
ensa/ensa28.htm>).
Juan Miguel Aguado
Terrón
César San Nicolás
Romera
Pedro A. Hellín
Ortuñoz
Grupo de Investigación en Comunicación Social, Cultura
y Tecnología.
Facultad de Comunicación y Documentación
Universidad de Murcia. España. |