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Por Iñigo Sarriugarte
Número 39
El
día 19 de agosto de 2004 se cumple el segundo aniversario
del fallecimiento del escultor vasco Eduardo Chillida a la edad
de 78 años. Nuevamente, por estas fechas, más que
nunca se vuelve a recordar su figura con nostalgia y cierta tristeza
por el vacío que dejó en la escultura contemporánea.
Su
fallecimiento tuvo un amplísimo eco no sólo en toda
la prensa española, sino también en la internacional,
especialmente, en Alemania, donde el artista mantenía una
gran fama. Igualmente, la prensa latinoamericana y parte de la norteamericana
comentaron con gran pesar su defunción. No es de extrañar
el alcance de esta noticia en los medios latinoamericanos, ya que
la relación de los artistas vascos con diferentes creadores
de este continente ha sido algo habitual y común, de hecho,
este intercambio ya se remonta a los difíciles años
de la posguerra española. En esta misma línea, son
especialmente fructíferas las estancias de los escultores
vascos Néstor Basterretxea y Jorge Oteiza1
en tierras americanas.
Tras
la guerra civil española (1936-1939) y la consiguiente victoria
del dictador Franco, el arte comenzó a depender de una política
extremadamente retrógrada, con todas las connotaciones de
retraso y aislamiento intelectual que conllevaba. En este sentido,
los años 40 se caracterizaron no sólo por la escasa
actividad artística e intelectual, sino también por
el dominio del conservadurismo en todas las facetas culturales.
Esta situación obligó a que muchos artistas e intelectuales
de este país se vieran obligados al exilio; otros decidieron
colaborar con el nuevo régimen y para otros muchos el asentimiento
involuntario. Es aquí donde comienza un interesante y a la
vez forzado intercambio cultural, provocado más por causas
políticas que por necesidades culturales.
Los
obstáculos económicos, políticos y el propio
desconcierto de este nuevo y abnegado panorama marcarán el
inicio y desarrollo de los artistas vascos y de sus propios procesos
plásticos. Será sólo a finales de los años
40, exactamente en 1948, con el retorno de Jorge Oteiza, desde su
exilio de América, unido a los regresos en los próximos
años de Eduardo Chillida y Néstor Basterretxea entre
otros, cuando comienza un nuevo impulso artístico en la escultura
del País Vasco. De esta manera, los 50 prometían ser
una década de mayor creación artística en comparación
con años anteriores.
La
convocatoria de un concurso nacional de arquitectura para construir
un nuevo santuario en Aranzazu (Gipuzkoa-España) en 1950,
manteniendo las estructuras existentes del convento sin ningún
tipo de variación, generará la sensación de
un cierto renacer de la actividad artística. La adjudicación
de las obras recabarían en el arquitecto Sáez de Oiza,
la escultura en Jorge Oteiza, las pinturas de la cripta en Néstor
Basterretxea (recién llegado de su exilio de Argentina) y
del ábside en Carlos Pascual de Lara, así como las
pinturas del pórtico en Agustín Ibarrola, finalizando
el encargo con la realización de las vidrieras por parte
de Fray Javier María de Eulate. Más tarde, en 1954,
se unirá a este grupo el escultor Eduardo Chillida con el
propósito de efectuar las puertas. Este proyecto reunía
a los principales artistas del País Vasco, revitalizando
una comunicación, que se había perdido entre los diferentes
artistas por causas ajenas al arte, y favoreciendo, de esta manera,
un impulso moral de cara a futuros proyectos. Asimismo, se consolidaba
un sentimiento que se desarrollaría durante todo el franquismo
como era el papel social y comprometido del artista con la sociedad2.
Los
retornos del exilio de diversos artistas, el proyecto de Aranzazu
y el abandono por parte de Basterretxea de la pintura por la escultura
a partir de 1952 conforma los ingredientes necesarios para una verdadera
revitalización de la escultura abstracta durante la década
de los años 50 en el País Vasco y por ende en todo
el territorio español. Este proceso plástico se verá
consolidado con los éxitos internacionales de Jorge Oteiza
en la Bienal de Sao Paulo en 1957 y de Eduardo Chillida en la Bienal
de Venecia en 1958, con la exposición de doce esculturas.
Eduardo Chillida (n. 1924) ha realizado un viaje continuista por
el mundo de los materiales y sus propiedades físicas: yeso
(primeras obras figurativas), hierro, acero, madera, alabastro,
hormigón, tierra chamota, porcelana, papel......, es decir,
esculturas hechas a la gloria de la materia, tal y como afirmaba
Gaston Bachelard. (1976, 27) Su objetivo ha sido dominar las peculiaridades
y propiedades físicas y maleables de los diferentes soportes
matéricos en su relación con el espacio. Una vez elegida
la materia se interviene en ella mediante procedimientos que van
desde la tradición artesanal a prácticas industriales
más recientes. Su obra es analítica y plantea “un
diálogo limpio y neto que se produce entre la materia y el
espacio, la maravilla de ese diálogo en el límite”
(Chillida, 1996), resultando esta investigación una de las
prácticas más habituales de la escultura en la segunda
mitad del siglo XX.
El
prolífico trabajo artesanal e industrial que se realizaba
habitualmente en el País Vasco, principalmente con el hierro
y la madera, fomentó un apropiado caldo de cultivo para la
posterior utilización de estos materiales por parte de los
escultores vascos. Este entorno económico y social familiarizó
a los diferentes artistas con el empleo de sus técnicas y
procesos.
A
principios de los años 50, su propuesta experimental se fundamenta
en las características de la tradición artesanal vasca
del hierro forjado. Para Edward Lucie-Smith (1984, 233), las piezas
de Chillida se diferencian claramente de las de David Smith o Anthony
Caro, ya que estos trabajan de una manera más cercana al
contexto angloamericano de la industria pesada, rechazando la tradición
de objetos de artesanía. Evidentemente, nos movemos dentro
de unos contextos socio-económicos totalmente ajenos, por
este motivo, el contexto local incide de manera diferente en estos
artistas.
En
1951, realiza las piezas "Ilarik" (palabra en lengua vasca
que significa Estela Funeraria), con una pretendida tensión
formal y "Tximista" (Rayo), donde se observa la resistencia
del hierro a ser sometido y plegado. Emplea tanto técnicas
modernas como las empleadas en las viejas ferrerías vascas
con el propósito de elaborar nuevas formas, que permitan
expresar toda la potencia matérica del hierro, pero ante
todo controlado siempre bajo un programa racional.
En
1954, realiza las cuatro puertas de la Basílica de Aranzazu,
cuatro puertas de hierro forjado, trabajadas a la manera de un collage
con la acumulación de chapas de diferente bruñido.
Cinco años después, realiza su primera obra en madera
“Abesti Gogora” (Canto Aspero) y en acero "Rumor
de límites IV", caracterizada por su gran linealidad.
Más tarde, la madera pasará de ser soporte a convertirse
en pieza central en la obra "Abesti Gogora", donde a parte
de tantear el material, resalta la modulación espacial, elaborada
de una forma caligráfica.
En el año 1963, después de un viaje a Grecia y un
serio estudio de la obra de Medarno Rosso, inicia sus investigaciones
con el alabastro, material que manifiesta sugerentemente el concepto
de la luz. De 1965 a 1969, trabaja intensamente con este material
y lo vuelve a retomar en su "Homenaje a Goethe", siete
años más tarde. Posteriormente, realiza "Elogio
de la luz" y "Elogio de la Arquitectura", con el
primero pasará a la serie de la "Traba", recordándonos
las formas de las antiguas llaves de madera del País Vasco,
mientras que con el segundo plantea la modulación espacial.
Su
experimentación con el hormigón, material de referencias
industriales, comienza en 1971, aunque ya antes lo había
utilizado en "Iru Harri" (Tres Piedras). Con el hormigón,
se estudia la relación del espacio con la pesadez material,
es decir, se plantea la dialéctica masa-espacio y conceptos
propios de la ley de la gravedad. Son esculturas de gran tamaño,
que se suspenden en el aire, dejando en un segundo plano el motivo
espacial por la elevación del peso material, rompiendo el
sentido común de esta relación. El primer trabajo
serio con este material, donde se plantean estas características,
será "Lugar de Encuentros III". Sus esculturas
hasta finales de los años 70 han sido de pequeño o
mediano formato, pero a partir de estos años hay un salto
evidente, sobrepasando en muchos casos las 30 y 40 toneladas de
peso.
Los
"Peines del Viento" empezaron a instalarse en 1977. En
estas obras, utiliza diversos materiales desde los más tradicionales
hasta los más industriales. Se trata de unas estructuras
de desarrollo abierto y caracterizadas por una evidente flexibilidad
de formas. Durante este mismo año, comienza a elaborar piezas
con tierra chamota (barro de doble cocción) mezclada con
óxido de cobre, denominadas “lurrak” (tierras),
donde se cuestiona nuevamente el problema espacial en las delimitaciones
cromáticas. Se evidencia la linealidad del grafismo en un
doble lenguaje de perforación en sus cortes y de impresión
en las tintas de óxido. Seguramente, su admiración
por la civilización maya repercutió en la utilización
de estas tierras chamotas.
La
iconografía de Chillida ha sido ampliamente analizada por
pensadores, como Gaston Bachelard, Martín Heidegger y Rene
Thon, y poetas, como Octavio Paz, Gabriel Celaya, José Ángel
Valente, Jacques Dupin, Claude Esteban, Edmond Jabes e Yves Bonnefoi.
Eduardo
Chillida supo aunar las bases de una herencia tradicional con la
puesta a punto de unos contenidos y experimentaciones propios del
arte moderno internacional, es decir, su actitud fue la de “un
vasco universal” en un propósito de construir lo moderno
con “la memoria de lo antiguo.” (Manterola, 1991, 13)
Su objetivo fue mostrar el espíritu vital de su entorno cultural
mediante un lenguaje internacional.
Su
obra despuntó antes en el extranjero que en la España
franquista. En el año 1958, participa en una colectiva en
el Museo Guggenheim de Nueva York, un año después
en la Documenta de Kassel, donde obtiene un notable éxito.
Durante estos y los siguientes años, se relaciona con Gaston
Bachelard (quien le denominó el “herrero del espacio”),
J.J. Sweeny, Alberto Giacometti, Georges Braque, Marc Chagall, Joan
Miró y Franz Meyer. En el año 1968, volvió
a la Documenta de Kassel; allí tuvo un encuentro con el filósofo
Martin Heidegger, escribiendo un año después el ensayo
“El Arte en el Espacio” 3,
que otorgaría gran prestigio a la obra de Chillida en todos
los círculos intelectuales de los países occidentales.
Su
relación con el filósofo alemán fue profunda.
Ambos compartían la preocupación por el lugar como
algo diferente al espacio de la geometría y las matemáticas
modernas, interesándoles las calidades específicas
del espacio y como se manifiesta y circula por sus esculturas.
Igualmente
de fructífera fue su relación con el literato mejicano
Octavio Paz. Este poeta tuvo ocasión de coincidir en numerosas
ocasiones con el escultor vasco, forjándose una amistad encomiable
entre ellos, por otra parte, debemos recordar que este poeta escribe
el texto para el catálogo de la exposición celebrada
en el Guggenheim Museum de Nueva York en 1980, donde el artista
vasco presenta 68 esculturas y obra en papel.
Los años 70 se caracterizan por su total reconocimiento en
países como Estados Unidos4,
Japón, Alemania y Suiza, entre otros. En estos países,
se hacen retrospectivas de su trayectoria. La lista de logros conseguidos,
méritos, premios, exposiciones resulta larguísima.
Su
legado queda repartido por todo el mundo, pero especialmente en
un rincón mágico para el artista: el caserío
de Zabalaga (Chillida Leku), viejo “baserri” (caserío)
del siglo XVI en Hernani (Gipuzkoa-España). Se trata de un
auténtico museo al aire libre con 12 hectáreas y la
ubicación de unas 42 esculturas de gran tamaño en
hierro y granito, que lo adornan, y unas 120 obras menores y dibujos
en su interior.
Los
largos preparativos del “Chillida Leku“ culminaron el
16 de septiembre de 2000, con su inauguración. Debemos resaltar
que a parte de las más relevantes autoridades locales y nacionales
también estuvo el canciller alemán Gerhard Schröder,
a quien conoció con la instalación de la enorme escultura
“Berlín” en la cancillería alemana. Durante
el primer año de apertura, lo han llegado a visitar unas
90.000 personas.
Quizás,
sólo le ha quedado algo pendiente, el proyecto de la montaña
de Tindaya en Fuerteventura (Islas Canarias-España) con su
objetivo de sacar la materia de la montaña para llenarla
de espacio5.
Eduardo
Chillida tuvo gran amistad con el escultor mejicano Juan Sebastián,
a quien conoció hace 20 años en Dublín; con
el escultor puertorriqueño Pablo Rubio y el escultor chileno
Francisco Gazitúa, quien trabajó en su taller, afirmando
continuamente que fue un claro referente en su obra. Tanto estos
artistas, con quien tuvo una relación profesional y de amistad,
como otros muchos con los que no tuvo contacto directo, tomaron
como punto de referencia los planteamientos del escultor vasco,
trabajando, de esta manera, pautas geométricas, espaciales
y matéricas relacionadas principalmente con los metales.
Por
ejemplo, la producción escultórica de Juan Sebastián
(n.1947) se rige por los principios constructivos de la geometría
y la racionalidad, con un perfecto sentido del equilibrio. El artista
puertorriqueño Pablo Rubio (n.1944) es reconocido en su país
como el maestro de la escultura en metal. Subvierte la estética
minimalista, ahondando en pautas poéticas, que se alejan
de la dureza, la gravedad, el pretendido anonimato y la glacial
frialdad del acero inoxidable.
Para
numerosos escultores, como el chileno Francisco Gazitúa (n.1944),
este creador vasco ha sido uno de los más importantes de
la segunda mitad del siglo XX, junto a figuras como Anthony Caro,
manteniendo dentro de los límites materiales un silencio
resonante. Ambos compartieron interesantes momentos de trabajo en
el taller. La trayectoria de F. Gazitúa está claramente
cercana a la escultura europea. En 1977, ingresa en Saint Martin's
School of Art, de Londres, realizando cursos de escultura avanzada.
Luego, será profesor en ese mismo lugar, hasta 1985.
Francisco
Gazitúa realiza esculturas en diversos soportes, estudiando
su condición matérica, al igual que lo había
hecho el escultor vasco con la madera, el hierro y la piedra de
granito. De estas materias, el artista extrae partes que agrega
a una nueva construcción orgánica, que se mueve entre
la figuración y la abstracción. En la construcción
metálica "La Rueda de Larmahue", emplazada a un
costado del Museo Interactivo Mirador (Santiago de Chile), se examinan
cuestiones de masa-espacio, al igual que lo había realizado
E. Chillida en sus moles de hormigón. En este caso, levanta
600 kilos por un costado, y por el otro permanece, metafóricamente,
vacío. Sus principales motivos de estudio en la obra de Chilida
fueron los grandes volúmenes y la importancia que le otorga
a los espacios, aspectos que se observan en esta última escultura.
Igualmente,
el trabajo del joven artista chileno José Vielva (alumno
de Francisco Gazitúa) ha estado influenciado fuertemente
por la tradición británica y la del País Vasco,
donde actualmente reside y realiza una tesis doctoral. Ha conocido
y estudiado la obra de Chillida y Oteiza, entre otros artistas internacionales.
Mediante el acero forjado y soldado, crea piezas que ahondan en
el estudio abstracto de formas y volúmenes.
En la exposición colectiva "El Acero en la Escultura
Chilena"6, ubicada en la
Fundación Telefónica de Madrid, se reunieron obras
de 30 destacados artistas chilenos. Para muchos de estos, sus referencias
plásticas han partido de las piezas del escultor vasco. En
esta muestra, estuvieron presentes esculturas de artistas de diferentes
generaciones, escuelas y tendencias7.
Por ejemplo, Sergio Castillo Mandiola (n.1925) ha destacado por
el constante trabajo con los materiales, especialmente con los metales
(cobre y hierro soldado). Sergio Castillo ha sido el precursor de
la escultura metálica en Chile y lo ha difundido de manera
masiva, a partir de los años cincuenta, experimentando con
las innovaciones tecnológicas, que aporta la industria siderúrgica
y sus propias investigaciones de taller, en pocas palabras, una
metodología cercana a la practicada por Eduardo Chillida.
Este escultor afirmó lo siguiente del creador vasco: “No
sólo fue uno de los grandes escultores españoles y
del mundo de la segunda mitad del siglo XX, sino una persona excepcional,
que acogió a cientos de artistas latinoamericanos”
(DV/Agencias, 2002) Igualmente, para el escultor e historiador chileno
Gaspar Galaz (n.1941) Chillida ha llevado la escultura en plancha
de hierro a una dimensión anteriormente desconocida, relacionando
la escultura con la industria de la metalurgia.
Se
podría extender el artículo con numerosas conexiones
entre este creador vasco y los artistas latinoamericanos, no obstante,
acabaremos a modo de homenaje con las siguientes palabras del pintor
y escultor abstracto puertorriqueño Luis Hernández
Cruz (1936) al definirlo como “uno de los pilares de la escultura
del siglo XX” (DV/Agencias, 2002)
Notas:
1
Jorge Oteiza (1908-2003) ha sido uno de los artistas vascos que
más actividades culturales ha realizado en tierras latinoamericanas.
En 1935, realiza su primer viaje a Argentina, al año siguiente,
participa en Santiago de Chile en la creación del teatro
político experimental. En 1941, es profesor en la Escuela
Nacional de Cerámica de Buenos Aires y al año siguiente
el Gobierno de Colombia le contrata para la organización
de la enseñanza oficial de la cerámica. También,
en 1947, dará un curso de química cerámica
en la Escuela de Ingenieros de Trujillo en Perú. Al año
siguiente, regresa a España.
2 Esta actitud social ha sido
una constante en la vida de Eduardo Chillida, no sólo en
los años del franquismo, sino posteriormente en lucha por
la ecología contra la central nuclear de Lemoniz, a favor
de la amnistía tras la muerte de Franco y defendiendo a las
víctimas de ETA............
3 Cuando Martín Heiddeger
escribió por primera vez en 1969 “Die Kunst und der
Raum” (El Arte en el Espacio) en una edición para bibliófilos,
pidió a Chillida que realizara siete lithocollages para acompañar
su texto. Finalmente, se publicó el libro, pero sin estas
litografías, aunque fueron reproducidas posteriormente parte
de estas en la revista “Kunst und das schöne Heim”
en 1972.
4 Por ejemplo, durante 1971 fue
profesor-invitado en el Carpenter Center for the Visual Arts de
la Universidad de Harvard.
5 Mediante este proyecto el Cabildo
Insular (Gobierno Autonómico de las Islas Canarias) intenta
generar una demanda y corriente de visitantes hacia una zona caracterizada
por la falta de turismo, de hecho, el objetivo era que la montaña
pudiera convertirse en uno de los complejos escultóricos
más importantes del mundo. Con este proyecto, se calculan
alrededor de 40.000 millones de pesetas de beneficios netos en los
primeros 30 años, según un estudio elaborado por Andersen
Consulting que publicó el periódico “Canarias-7”
el viernes 24 de julio de 1998. El análisis indica que la
inversión inicial de 8.500 millones de pesetas se recuperaría
a los 12 años de explotación, con lo que a partir
de entonces los beneficios serían íntegros. La consultora
calcula que en el primer año de apertura la obra de Chillida
podría ser visitada por 786.000 personas y en el año
2033 lo verían 2.376.000 visitantes.
6 Esta muestra, que se pudo ver
dentro del ciclo temático “La materia en la escultura
chilena”, se celebró entre el 5 de abril y el 2 de
junio de 2002.
7 Algunos de los participantes
fueron Elisa Aguirre, Jaime Antúnez, Verónica Astaburuaga,
Sergio Castillo, Felipe Castillo, Sergio Cerón, Gaspar Galaz,
Francisco Gazitúa, Carlos González, Félix Maruenda,
Elisa Naranjo, Lorena Olivares, Carlos Ortúzar, Osvaldo Peña,
Cristina Pizarro, Alejandra Ruddoff, Paula Rubio, Cristián
Salineros, Jessica Torres, Javier Arentsen, José Vielva,
Francisca Cerda, Paola Vezzani, Hernán Puelma y Gregorio
Berchenko.
Referencias:
Bachelard, G. (1976). El cosmos de hierro. Revista
de Occidente, 3.
Chillida, E. (1996). Discurso pronunciado por D. Eduardo Chillida
con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad
de Alicante. Pronunciado el 22 de marzo de 1996, publicado en <http://www.ua.es/es/presentacion/doctores/chillida/discurso.htm>
DV/Agencias. (2002). Tributo desde Latinoamérica, publicado
en <http://www.diariovasco.com/especiales/chillida/10b.htm>
Lucie-Smith, E. (1984). Movimientos artísticos desde 1945.
Barcelona: Ediciones Destino.
Manterola, P. (1991). La escultura vasca, una cuestión de
límites. Oviedo.
Iñigo
Sarriugarte Gómez
Profesor Asociado en el Departamento de Historia del Arte de la Facultad
de Filología, Geografía e Historia, Universidad
del País Vasco, España |