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Por Juan Carlos Bonilla
Número 39
De libertad, amor
y fugas están hechos los sueños, de miradas, sentimientos
y culpas, está hecha la piel.
Ahora, tal como no se esperaba,
de junta recreo mi vida, y si tuviera que entrevistarlos, seguramente
lo haría en ese lugar de algarabía, con paredes pintadas
de brisa mágica, mesas de ceniza fundida y sillas de estorbo
vacilador.
- Está hecho, ahí
los veo – digo yo, sabiendo anticipadamente que los iba a
dejar plantados. Solamente acompañarlos con una pluma omnisciente,
desde mi cuarto los voy a observar.
Llegaron los tres, indistintamente
vestidos igual, el primero y más pequeño de los tres
se llamó pelón, el segundo, de aproximadamente veintitrés
años, se llama Juancho, que a diferencia del primero, llevaba
pantalones rectos y una playera menos holgada, y ya por último,
si por eso menos o más importante, el señor Bonilla,
que al estar vestido igual que los anteriores, llevaba un traje
formal, tan formal como los tenis de sus dos compañeros,
pero tan fachoso como una historia de quien sabe cuantos años.
Yo los observaba desde la otra esquina
aproximadamente a diez kilómetros y dos centímetros
de ahí, con mirada inquisidora y tratando de no perder detalle
de todo el espacio que los cuatro al mismo tiempo ocupábamos.
Algo extraño ocurrirá
aquí, fue como si desde un principio ya se conocieran, cada
uno a su estilo se veía suelto y confiado, acompañado
de dos personas que aunque nunca se hubieran visto ya se conocían,
porque sucede que personas de tan distintas edades entre unos siete
y cuarenta y tantos años por lógica se repelen. Pero
en este caso, en el silencio de mi ausencia, se sentía la
franqueza y la confianza que se respiraban uno a otro.
Sin duda alguna fue una extraña
experiencia saber que me esperaban y sin embargo parecía
no importarles mi tardanza, pero nada tan extraño como la
forma en que se hablaban entre ellos, y más que se entendieran.
Fue difícil asimilarles a partir de que escuché la
primera voz, que fue la del pelón, este niño perspicaz
y un tanto inquieto que miraba con ojo analítico cada centímetro
del cuarto y una cierta ansiedad, que en un encuentro que sucederá
después, él me dijo que tiene prisa por irse corriendo
a su entrenamiento de fútbol que sucedió dentro de
dos horas a partir de mañana. Qué raro, ya no sólo
pienso, si no también escribo como aquellos tres personajes
que me sorprenden cuando hablarán aquella tarde, fue demasiado
supondré el impacto de esta entrevista que desde aquella
silla observo con inquietud.
El momento seguramente tenía
que ser brillante, así que lo mejor que pudo pasar fue escuchar
una canción que los tres conocerán, una especie de
himno que los unió desde el principio, una canción
que los acompaña, acompañó y acompañará
varias veces. La canción que sonaba al mismo tiempo en cinta
magnetofónica, CD y Mp3, era “Paradise City”
del ya no fallecido grupo de rock “Guns n’ Roses”,
bajo la fatídica voz de Axl Rose.
Yo sabré leer las miradas
de los tres, en la del pelón se advertía la magia
y novedad de la nueva canción de Axl y la cantaba en silencio
prendido por las percusiones. Juancho sentía la nostalgia
de haberla cantado en una fiesta bien retro hace dos semanas., y
el señor Bonilla pensaba en sus viejos, sabía que
la gozaba igual que ellos hubieran gozado “Yesterday”
en sus tiempos.
Aunque nunca llegué, lancé
una primer pregunta al aire, y aunque no me escucharon por estar
tarareando concentradamente “where the grass is green and
the girls are pretty…”, los tres contestaron al mismo
tiempo que era súper, chida, excelente canción. No
me quedó la menor duda, es una buena rola.
Increíblemente las historias
provocan diferentes tipos de compasión, y no creeré
que por la edad suceda que nos cuesta más trabajo sentir
y pensar de la misma manera y con la misma intensidad que cuando
niños, adultos o a medio fallecer. Yo sabré que pensar
en mamá me causa tanto placer como escribirle.
Miraba yo el techo del cuarto, pensaba
qué podría preguntarles con la intención de
que los tres me pudieran contestar, así que pensé
en la familia, pero no, quién sabe si para alguno sería
como abrir una llaga, luego pensé en el amor, pero al pelón
no le iba a emocionar tanto, el deporte, no tampoco, la escuela,
mmmm no, tampoco y de política ni hablar – se acabó,
me largo y que hagan lo que quieran – digo al instante en
que una voz interrumpe mi partida y me obligue a regresar al instante
a mis anotaciones.
- Mamá debe estar preocupada,
siempre lo está y papá viaja mucho, mejor le hablaré
un día de estos – dice el pelón intentando hacer
plática y jugando con la fantasía de su mente en la
que se siente independiente y seguro. – Mi viejo también
solía viajar mucho, y me gustaba acompañarlo –
suena del otro lado de la mesa, es el Sr. Bonilla que quería
hablar también, pero ninguno de los dos parece escucharle,
y esto se ha repetido desde que llegó, a nadie parece importarle
este viejo de cara larga y gestos amables, inclusive a mi él
me agrada, pero no me provoca ninguna inspiración, si pudiera
lo excluiría –¿Quién rayos lo invitó?-
Juancho parecía divagar hondamente,
se veía distraído de la conversación, pero
igualmente le interesaba lo que ahí sucedía, y aun
que borrosamente percataba la presencia del Sr. Bonilla, decidió
iniciar una charla con el pelón.
- Yo recordaré cuándo
tendré tu edad como me gustaba jugar fútbol, pero
me acuerdo más de cuándo mamá declamaba sus
poemas en la carretera y mis hermanas y yo escuchábamos con
quejas, aun que en realidad nos gustara escucharla entre bromas-
y terminando de decir esto, dio un trago a la cerveza que yo le
proporcioné abierta y helada esperando el momento en el que
dijera algo.
- A mi madre también le gustaba
la poesía – ¡aghhhhh!, ¿qué acaso
no entiende este señor que nadie lo escucha?, sin embargo
esto no parece importarle, observa con impávida seguridad
y asombro a sus compañeros, como hechizado por su juventud
no tan perdida y la espontaneidad de sus comentarios tan extraños
y fuera de lugar.
-Oiga, usted, si usted, podría
darme a mi un refresco Zubba, hace mucho que no lo he probado, y
por como lo veo, será difícil que lo vuelva a probar
– Me sorprendo de que el pelón me pida a algo tan extraño,
pero no puedo negar algo tan lógico como un refresco de uva
que se vende solamente en provincia, así que por el momento
me retiro a conseguir aquel refresco.
No había ganado casi nada
de esta entrevista, no tengo información y al parecer no
la tendré, regreso igual que como vine pero ahora acompañado
de un refresco de uva sin gas, para encontrarme con la noticia de
que se han ido, los he perdido, por lo menos hasta que vuelvan a
estar juntos, con la misma ropa y las mismas ganas de concedérseme
verlos, supongo que están molestos por que nunca llegué,
pero que igualmente les agrado, tanto como ellos me agradan a mi,
si no, simplemente no hubieran tenido la atención de dejar
esta nota que dice así:
Estimado señor, en vista
de su tardanza, no hubo más remedio que retirarnos, realmente
nunca hubo un refresco como usted podrá darse cuenta, y al
ser nosotros un producto de su poco ingenio y su falta de seriedad,
decidimos retirarnos, usted ha decidido olvidarse de cuanto sucedió
con el pelón, pero no se preocupe, los niños no sienten
ese resentimiento característico de la gente adulta, pero
tome en cuenta cuanto ha dejado pasar y cuanto ha olvidado acerca
de lo que una vez de niño pelón pudo enseñarle.
Por otro lado, justificamos la ausencia y el deseo de desaparecer
de usted, a cualquiera le daría miedo enfrentarse a una entrevista
con su propio yo, ya que sabemos que respuestas a preguntas personales
y de carácter íntimo, son difíciles de encontrar,
sobre todo por esa carencia profunda de información, pero
no se tenga resentimiento, no puede odiar lo que usted a fuerza
de rutina no ha tenido tiempo de indagar, a lo mejor la misma monotonía
que le hizo olvidar cuanta fantasía salió en algún
momento de ese niño perspicaz, analítico e inquieto,
y en el mismo sentido, a Juancho a lo mejor ni siquiera pareció
importarle. Y ya como conclusión, justifico su poca intención
de conocerme a mi, su yo inmediato, el miedo a lo desconocido es
tan valido como el miedo al olvido al que se ha abandonado a sí
mismo, pero no guardo ningún recelo, seguramente soy la única
persona a la que le aseguro va a volver a ver, y antes de lo que
usted se imagina.
P.D. Haga de esto un buen momento,
que valga la pena el tiempo que lo esperaron, por que yo seguramente
lo estaré esperando.
Atte. Sr. Bonilla
Juan
Carlos Bonilla
Estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación del
ITESM Campus Estado de México,
México. |