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2004

 

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Las Brujas del Desierto de Catorce
 

Por Jorge Cortés
Número 39

Real de Catorce es un emplazamiento minero semi abandonado enclavado en la montaña de los cuatro ecos, en el estado mexicano de San Luis Potosí, al pié de este monte se extiende una amplia franja desértica poblada por matorral bajo y cactus que recibe por extensión el nombre de El Desierto de Catorce. El número le viene, según la leyenda, de catorce bandoleros que durante la colonia asolaban la región y que tenían el pueblo como refugio. La zona desértica es rica en mineral y se da ahí, como en ninguna otra parte en el mundo, un pequeño cacto que contiene un alcaloide alucinógeno conocido como mezcalina, la cactácea, en forma de botón gajeado, se denomina peyote y es la planta sagrada de los Huicholes.

Año con año, esta etnia que habita en el occidental estado de Nayarit, realiza procesiones en busca del sagrado cacto, el cual utilizan en sus rituales mágicos y también, seco y pulverizado, mezclado con leche o agua, como reconstituyente y medicinal. La singular caravana se interna hacia mediados del mes de octubre, por la madrugada en el desierto, al momento en que despunta el sol, el guía y chamán toma su arco y lanza al aire una flecha, a partir del punto en que cae, los cosechadores empiezan a buscar el preciado botón. Donde lo encuentran, con cuchillos y machetes cortan cuidadosamente la parte visible dejando la raíz en tierra, luego van echando el “mezcalito” en un morral colgado del cuello, deben tener cuidado de no dejarlo caer a tierra una vez cortado, porque el Dios contenido en cada fruto se puede molestar, generando agudos malestares a quien comete este descuido.

Un grupo de compañeros del curso de antropología de la Universidad, Fidel, Leticia, Miguel, Emiliano y yo, decidimos documentar el evento y preparamos una expedición con tal fin, equipados con tienda de campaña, linternas, cámaras fotográficas y una grabadora, emprendimos el viaje el día previo a la procesión. Temprano, tomamos el tren que va de la capital potosina hacia Monterrey y tras dos horas y media de viaje bajamos en estación Catorce. Hacia las 10 de la mañana, después de aprovisionarnos en la estación de algunas latas, agua embotellada y gaseosas, emprendimos la marcha a pie hacia la profundidad del desierto, a cuatro horas de caminar bajo un tibio sol, -en octubre el clima es templado y el sol no resulta muy agresivo- llegamos a una ranchería habitada por unas veinte familias, una de las cuales era la del comisario ejidal del predio por el que cruzábamos. Este nos recibió con mucha amabilidad y por ser la hora de la comida, nos convido con tortillas, queso y salsa de chile que ellos mismos elaboraban. Al enterarse del motivo de nuestra visita nos pregunto:

- Piensan pasar la noche en el desierto-
- Si, -contesto Fidel- esperamos que no tenga inconveniente-
- No, por mi no hay problema, pero tengan cuidado con las brujas-
- ¿Las brujas? –repitió Leticia con nerviosismo- ¿cuáles brujas?-
- Por estas fechas –agregó- las brujas andan sueltas por el desierto, por lo regular no molestan a nadie, claro, siempre que no las molesten.
- Pero ¿de qué brujas se trata?, -preguntó Emiliano, ¿cómo son, donde se reúnen?, desde luego no quisiéramos importunarlas.
- No puedo decirles más –concluyó el comisario montando en su caballo- pero tomen sus precauciones- y se alejó.

Nos quedamos un tanto sorprendidos, jamás habíamos oído hablar de ningunas brujas, la hija mayor del comisario, que había escuchado en silencio la conversación se acercó entonces y nos dijo:

- No se apuren, no son peligrosas, pero si se acercan demasiado, conviene que tracen un círculo en torno a su campamento y pongan al centro dos varas en forma de cruz, así ya no se acercarán.

Esta recomendación nos dejó todavía más confundidos, y seguimos nuestro camino enfrascados en un intento de interpretar el significado de la advertencia.

- Lo que pasa –decía Miguel- es que han de tomar por brujos a los Huicholes, así pasa con estos campesinos que cuando ven algo inusual en estos páramos, luego luego piensan que se trata de cosas del diablo-.
- Pero también puede ser –inquirió Fidel, un tanto en broma tratando de asustar a Leticia- que de verdad habiten espíritus chocarreros en los cactos y salgan por la noche lanzando toda suerte de encantamientos-
- A lo mejor hay alguna brujita joven, cachondona –terció Emiliano

La conversación siguió en tono jocoso y tres horas después de caminar desierto adentro, ya nos habíamos olvidado de las brujas, del comisario y de su hija. La tarde avanzaba y empezábamos a resentir el cansancio de la caminata, cuando vimos a lo lejos que se acercaba una carreta tirada por una vieja y famélica yegua, que finalmente paso de largo como a cincuenta metros de donde marchábamos, saludamos con la mano al hombre que la conducía y este se levantó del asiento y sin detenerse nos gritó algo que no comprendimos en el primer momento.

Cuando lo vimos alejarse a la distancia pregunte a mis acompañantes si alguno había entendido lo que nos quiso decir, Leticia estaba pálida, se veía desolada y dijo en un murmullo

- Tengan cuidado con las brujas

Durante todo el trayecto, habíamos ido buscando por el suelo los consabidos peyotes, en el supuesto de que una vez que los halláramos, no estaríamos lejos del sitio en que tendría lugar la ceremonia huichol, pero no tuvimos éxito, así que decidimos caminar, sin dejar de buscarlos, hasta que la noche cayera sobre nosotros. Cuando se extinguió el último rayo de sol, nos dispusimos a levantar el campamento, rápidamente armamos la tienda y buscamos a los alrededores matorrales secos con los cuales encender una fogata. Hambrientos por la larga caminata, abrimos algunas latas y nos tendimos a descansar y comer algo sólido, Fidel puso en la grabadora un cassete de blues, ya que el silencio nocturno era apabullante, ni la leve brisa levantaba sonidos en aquella extensión abierta hacia todas partes.

La noche era oscura, de luna nueva y el espectáculo celeste era maravilloso, jamás había visto, ni he vuelto a ver un cielo tan cuajado de estrellas. En verdad invitaba a la contemplación y pronto estábamos todos recostados sobre nuestras bolsas de dormir mirando hacia la tachonada cúpula que se extendía sobre nosotros, identificando constelaciones y pidiendo deseos al paso de muchas estrellas fugaces. Permanecimos dos o tres horas en ese delicioso ejercicio estelar mientras planeábamos lo que haríamos por la mañana. Al alba, levantaríamos el campamento y alcanzaríamos la procesión, que sin duda veríamos desde el punto en que nos encontrábamos. Solamente Fidel se levantaba de tanto en tanto, a voltear o cambiar la cinta en la grabadora cuando se requería.

Fue una de esas veces que Fidel advirtió un punto luminoso que oscilaba a lo lejos

- Miren, alguien viene por allá con una lámpara sorda.
- Seguramente es gente de alguna ranchería que oyó la música y viene a ver de que se trata guiándose por la luz de la fogata –señalé-
- Debemos estar prevenidos, -dijo Emiliano- no vayan a ser ladrones.
- No empieces con paranoias, -reconvino Miguel- vamos a dejar que llegue quien sea y luego vemos lo que hay que hacer.

Nos percatamos al bajar la vista del cielo, que no se podía ver más allá de cinco o siete metros que alcanzaba a iluminar el pequeño fuego que se extinguía con rapidez, la lucecilla oscilante parecía estar aún muy lejos, así que volvimos a mirar la estrellas mientras esperábamos que, quien fuera, se acercará lo suficiente para poderlo distinguir en medio de aquella oscuridad.

Transcurrió poco más de media hora y el tramo A de “el lado oscuro de la luna” de Pink Floyd llegó a su conclusión, y la pequeña luz que nosotros creíamos de una lámpara, seguía oscilando justo en el mismo sitio donde la vimos por primera vez.

- Que extraño –dijo Leticia- ya era para que hubiera llegado hasta aquí.
- Tal vez –dije- no es una lámpara, sino un foco de algún lejano caserío que se mueve con el viento.
- No hay viento, -corrigió Fidel- no se percibe ni una leve brisa, además es poco probable que haya cableado de luz eléctrica hasta acá
- Debe ser la luz de la estación de ferrocarril –aventuró Leticia-
- La estación esta para el otro lado y a un chingo de kilómetros de aquí –sentenció Emiliano.
- Es posible que se trate de la procesión huichola –apuntó juiciosamente Miguel- se han de haber estacionado allá y celebran algún tipo de liturgia, algo así como quemar copal.
- Pero al menos se escucharían murmullos o voces, -señalé- y ahora, ya sin música, el silencio es sepulcral.

Quedamos todos callados intentando encontrar algún indicio de actividad humana, y nada, ni un ocasional grillo rompía aquel denso y apabullante silencio.

- Me están asustando –recriminó Leticia- mejor vamos a dormir y ya mañana veremos de que se trataba.
- Es lo más prudente –la apoyó Fidel- tu metete a la tienda, si quieres, yo prefiero dormir teniendo el cielo por techo.

Leticia se encaminó hacia la tienda y cuando se disponía a entrar exclamó

- Oh, oh, parece que no sólo viene una persona por allá, de este otro lado también se acerca alguien con una linterna

Todos volteamos hacia el punto que nos señalaba y en efecto, otra luz oscilaba en el lado opuesto

- Estamos rodeados –dijo Miguel señalando hacia un tercer punto luminoso-
- Bueno, tranquilos –dije tratando de atemperar la inquietud que ya se apoderaba de nosotros- ni modo que se trate de los fantasmas de los catorce ladrones.
- Pues nueve de ellos, o no tienen lámparas o están descansando, -advirtió Fidel-porque por aquel lado vienen otros dos

Instintivamente echamos tierra a la fogata extinguiendo los últimos rescoldos, apagamos la grabadora y nos acercamos espalda con espalda, cuidando todos los flancos. Fidel echo mano de una navaja de hoja larga que traía en su mochila y Emiliano se armó con la gruesa y larga vara que llevaba para apoyarse, recogida en algún sitio durante la caminata.

Nada, ni un ruido, el silencio era completo, no se oían ni voces, ni pasos, ni parecía acercarse nadie, porque diez o quince minutos esperamos expectantes y las luces seguían en el mismo sitio, sin avanzar ni retroceder.

- Nos tienen miedo –dijo Emiliano- tal vez piensan que estamos armados y no se atreven a acercarse
- Es posible que sean soldados –aventuro Leticia- quizá alguna guardia militar ronda por los alrededores y de ahí la prudencia.
- En tal caso no hay nada que temer –inferí, no muy seguro- nos pedirán que nos identifiquemos y expliquemos que hacemos aquí.
- Pero ¿por qué no se acercan? –preguntó Miguel- ¿qué caso tiene quedarse tan lejos? De seguro desde allá no pueden vernos como nosotros no los podemos ver, y si acaso nos ven, con esos sofisticados prismáticos nocturnos infrarrojos, ya se habrán dado cuenta que somos un grupo de estudiantes desarmados.

Lo que nos ponía nerviosos era precisamente que las luces oscilaban, como si estuvieran haciendo algún tipo de señal, o simplemente caminaran en nuestra dirección, pero no había evidencia de aproximación.

De pronto ocurrió.

Una de las luces, la que había advertido Leticia detrás de la tienda se acercó, vertiginosamente, sin un suspiro, creciendo mientras se acercaba, y se convirtió en una elevada llama, de más o menos metro y medio, rojo azulada que se balanceaba a unos 20 metros de nosotros.

- Ah cabrón –grito Emiliano- que chingados es eso
- ¡Las bru-bru-brujas! –contestó temblorosamente Leticia metiéndose a la tienda de campaña.

Después de un momento de franca estupefacción de todos, Miguel arrebató la vara de las manos de Emiliano y empezó a trazar con ella un círculo en torno a nuestro campamento, luego la partió en una rodilla y depositó ambos trozos entre la tienda y lo que quedaba de fogata formando una cruz.

- Por si las dudas –dijo-

La llama permaneció por espacio de varios minutos bailando sinuosamente frente a nosotros, no perdíamos detalle de sus evoluciones, de hecho, estábamos como hipnotizados, sin poder quitarle la vista de encima, no se oía ni un ruido, solo la voz de Leticia que preguntaba ansiosamente desde el interior de la tienda

- ¿ya se fue?, contesten, ¿sigue ahí?

Al cabo de unos diez minutos, la llama pareció perder interés y se alejó como había llegado, vertiginosamente y en silencio, hasta convertirse de nuevo en un punto de luz en la lejanía.

- Ya se fue –susurró Fidel, como si temiera que alguien más que Leticia lo escuchara- ya puedes salir.

Asomó la cabeza volteando para todas partes y salió apresuradamente reuniéndose con nosotros, que permanecíamos muy juntos en derredor de los rescoldos que escasamente recobraban por momentos algo de brillo, para entonces ya eran más de ocho los puntos luminosos en todas direcciones.

- Vámonos de aquí –propuso Miguel- regresemos a la estación
- A dónde vamos a ir con esta oscuridad, -inquirí- la estación está a horas de camino y lo más seguro es que nos perderíamos, sin contar el agotamiento, y movernos nos sería más riesgoso que permanecer donde estamos.
- Jorge tiene razón –aprobó Fidel- sea lo que sea eso nos alcanzará a donde quiera que nos movamos, lo mejor es quedarnos aquí.
- Estoy de acuerdo, vamos a quedarnos tranquilos y en paz –agregó Emiliano- lo que sea “eso” ya vino, nos vio y se fue y con suerte ya no regresa.
- Ojalá y no vuelva, pero y si fue a avisarle a las demás lo que encontró –presagió Leticia-

Como si esas palabras fueran proféticas, la misma llama volvió, rápidamente, al mismo sitio, del mismo tamaño e igual de sinuosa, un par de minutos después, la primera luz que habíamos visto se aproximó igual, algo mayor a un metro, aunque nosotros la veíamos inmensa, danzando también a escasos metros de donde nos apretujábamos.

Tres o cuatro lucecitas se acercaron enseguida a una velocidad sorprendente, alcanzando dimensiones similares y situándose poco más atrás de las primeras, sin orden aparente. Leticia se metió de nuevo en la tienda.

- ¿Qué quieren de nosotros? –grito Emiliano- ¿qué les hemos hecho?

Pero nadie respondió.

Las llamas permanecieron rodeándonos durante largo tiempo, pasaba ya la media noche y ahí seguían, alternativamente, una y otra se alejaban hasta cobrar la dimensión de una luz de linterna, luego regresaban.

Leticia se asomaba de tanto en tanto y se volvía a meter en la tienda, hasta que empezó a sollozar

- Tengo miedo –decía-
- No creo que haya nada que temer –la consoló Fidel- si pudieran hacernos algún daño, ya lo habrían hecho.
- Pero, puta madre, -exclamó Emiliano- por que no se van y nos dejan tranquilos de una buena vez
- ¿Por que no vas y se los dices? –retó Miguel-
- No, ni madres, yo no salgo del círculo –dijo Emiliano y se sentó con las piernas cruzadas poniendo una mano en la cruz formada con su improvisado cayado-
- Pues yo si – sentenció Fidel, limpiando en la palma de la mano la navaja de explorador- voy a enfrentarme a esa cosa sea lo que sea
- Estas loco –lo increpó Leticia saliendo de la tienda- ¿para qué las provocas?, aquí por lo menos parece que estamos seguros
- No pienso pasarme toda la noche contemplando como bailan esas llamas, cúbranme las espaldas por si acaso
- No mames güey, -dijo Emiliano- no las vayas a acelerar

Pero Fidel ya se había lanzado corriendo hacia la llama más alta y más cercana.

Todos contemplamos como Fidel pasaba materialmente a través de la llama y se seguía de largo, esta osciló de manera violenta por unos momentos y recobró su estabilidad. Caminó diez o quince metros más allá y cambió de dirección hacia otra de las llamas que se contoneaba en el otro extremo, paso a su lado logrando en ella un estremecimiento, luego regresó hasta donde estábamos.

- Ya ven, -dijo triunfal- me tuvieron miedo
- ¿Que hiciste? –le pregunté-
- Nada, en cuanto me acerqué, huyeron
- ¿Cómo que huyeron? –corrigió Miguel- si siguen ahí
- Ah, ya volvieron, pues conforme me acercaba, ellas se alejaban
- Ahora me toca a mí –dije, y me encaminé con paso rápido hacia la que tenía más cerca

En efecto, mi percepción era que cuanto más me acercaba, la llama se alejaba con rapidez hasta convertirse en un punto luminoso lejano, sin embargo, los demás veían que la llama permanecía en su sitio y que al pasar sobre ella, sólo se estremecía.

Durante los siguientes minutos todos nos pusimos a perseguir llamas, e invariablemente, todos percibíamos el mismo fenómeno, se alejaban al acercarnos, pero para los demás continuaban ahí, meciéndose sin ton ni son.

Un tanto exhaustos de las carreras, nos dimos a la tarea de recoger algo más de yesca seca para atizar la hoguera y nos sentamos en torno a reconsiderar la situación.

- Veamos –empezó Leticia- nos encontramos en un desierto y no tenemos puntos exactos de referencia con respecto a la distancia, sobre todo por la oscuridad de la noche.
- Debajo, en el subsuelo –agregó Fidel- hay una gran cantidad de mineral de todo tipo.
- Entiendo –continuó Emiliano- seguramente estos pinches metales liberan fósforo.
- Ya caigo –participó Miguel- lo que vemos como llamas son gases de fósforo que al contacto con el aire parecen fuegos.
- Efectivamente –añadí- las emanaciones, que están por todas partes, pueden ser leves o intensas, por eso creemos que van y vienen, pero en realidad siempre han estado en un mismo punto.
- Por eso cuando nos acercamos –concluyó Leticia- cuando estamos sobre dichas emanaciones no las vemos con claridad, pero los que están lejos si que la ven.
- Fabuloso –dijo Miguel-, fuegos fatuos, que bromas nos puede jugar la naturaleza. Por lo pronto intentaré sacar con mi cámara algunas impresiones.

Cualquier resquicio de temor desapareció por completo, El fenómeno tenía ahora una explicación racional que a nadie asustaba y después de exponer algunas fotografías, dormimos plácidamente el resto de la noche, aún con la seguridad de que las llamas nos protegían, en caso de que hubiera, como antes sugirió Emiliano, ladrones o curiosos.

Dormimos de más, el sol estaba ya alto cuando Leticia nos sacudía yendo de bolsa en bolsa.

- Levántese guevones, ya se nos fue la procesión
- Que onda –dijo Emiliano- pues que hora es
- En quince minutos serán las ocho –informó Leticia y agregó- amaneció a eso de las seis y cuarto, si nos tardamos más no alcanzaremos el tren que pasa por la estación hacia el medio día.
- ¿Por que no nos despertaste?
- Por que yo también acabo de abrir los ojos
- Esta claro que hagamos lo que hagamos, no alcanzamos el de las doce, pero hay que darnos prisa para no perder el de las seis –dijo Miguel mientras se desperezaba y extendía, abierta a todo lo ancho su bolsa de dormir sobre la tienda-
- Allá, por aquellas lomas –dijo Fidel señalando unos puntos apenas visibles en las lejanas colinas bajas,- allá va la procesión Huichola, ... van de regreso, la perdimos.
- Si hubiéramos encontrado el rastro de peyotes –añadí- tal vez los hubiéramos tenido lo suficientemente cerca como para detectarlos y seguirles los pasos.
- Si, -dijo Fidel- la próxima vez habrá que traer un arco y una flecha para localizar la mata – y lanzó a lo lejos su cuchillo- por lo pronto habrá que juntar algo de leña para poner café.
- Y un Chamán –agregó Emiliano- porque pinches brujas, que mal rato nos hicieron pasar anoche

Mesuradamente, entre Leticia y yo empezamos a desarmar la tienda y a reacomodar las mochilas, enrollando cuidadosamente las bolsas de dormir, entre tanto, Emiliano y Miguel acomodaban el hogar para encender una nueva fogata que nos permitiera calentar agua para café. Fidel fue en busca del cuchillo que había lanzado a lo lejos, recogiendo trozos de yesca y matorrales secos.

Lo vimos agacharse a recoger la hoja metálica, y permanecer unos minutos más de lo normal en esa posición, de pronto dio un brinco hacia atrás y nos gritó...

- Aquí está, toda una familia de botones
- ¿Que cosa? –preguntamos a un tiempo, mientras corríamos a ver lo que había encontrado-
- Peyote – sentenció señalando un gran racimo de botones color tierra, de muy diversos tamaños, que afloraban justo al lado de donde se encontraba la daga sumida hasta la mitad en la tierra.
- Vamos a cortar algunos –propuso Leticia- porque no es tan fácil encontrarlos, digo, para presentarlo como prueba en nuestro reporte, ya que se nos fue la procesión.
- Te equivocas, -le dijo Miguel a dos metros de distancia- acá hay otra familia y más grande que aquella.
- Por acá hay más –acotó Emiliano-

Lo cierto era que por todas partes, a donde volteáramos, la tierra estaba cubierta con botones de cactos, solitarios o en extendidas familias, con flores en los gajos o un único gris botón compacto.

Recogimos algunos siguiendo el ritual Huichol de no perturbar la raíz, lo sorprendente fue que todo el camino de regreso, apenas unos quinientos metros atrás de la ranchería del comisariado ejidal, el suelo estaba, por varios kilómetros, cuajado materialmente del buscado cacto, sin que lo hubiéramos advertido, ni por accidente, en nuestro viaje de ida.

- ¿Cómo se nos pudo haber escondido?, lo veníamos buscando por todo el trayecto, -señaló Miguel-
- Ahí ha estado siempre, pero no se le antojaba que lo viéramos –dijo.
- Es la magia de “mezcalito”, el Dios que se refugia en el peyote, según los Huicholes - Sentencio Fidel-, nos puso a prueba anoche y parece que ahora nos ve con agrado.

Desandamos el camino hasta la ranchería, la casa del comisario ejidal estaba cerrada y nadie se acercó a convidarnos algo de comida. Una mujer preparaba masa para tortillas en el extremo del pueblo, apenas si levanto la vista para vernos pasar

- Buenas tardes –dijimos-
- Buenas, -contesto- y siguió concentrada en su labor.

Llegamos a estación catorce pasadas las cuatro de la tarde, varias familias de la etnia permanecían dispersas sentadas a lo largo de la vía. Intentamos conversar con algunos de ellos, al principio nos veían con curiosidad, pero al no hablar su lengua, y siendo de natural discretos, parcos y desconfiados, obtuvimos solo monosílabos y evasivas. Un hombre ataviado con plumas y adornos en su vestimenta y con un gran morral de notable colorido, -de lo cual dedujimos que era el Chaman o guía- se acercó decididamente a nosotros, tenía un rostro, aunque un tanto inexpresivo, amable y envejecido, que emanaba bondad y paz por los ojos pequeños y obscuros.

- ¿Usted conduce la procesión? –Preguntó Leticia-
- Quisiéramos saber como les fue en el desierto –Inquirió Fidel-
- ¿Vieron los fuegos en la noche? –quiso saber Emiliano
- ¿Habla español? –pregunté casi al mismo tiempo-

Por toda respuesta nos dijo:

- Me llamo Leandro, si quieren tomar fotos, tienen que darle a los hermanos cinco pesos por cada una.
- Donde están los demás, -lo interrogó Miguel sacando de su mochila un botón grande del cacto que habíamos recogido- nos pareció que eran más cuando los vimos en el desierto.
- Los demás se fueron en el tren de la mañana, nosotros esperamos hasta que el sol se guarde. –contestó, y añadió señalando al botón- guarde eso, si lo anda presumiendo y manoseando, lo va a castigar “hiculi gualula”.

Y se alejó sin más.

A las 6:00 en punto de la tarde llegó el tren de regreso a San Luis Potosí. Nunca entendimos como pudieron realizar los demás el largo trayecto para alcanzar la locomotora del mediodía, en el breve tiempo de abordaje subimos con nuestros bártulos y nos acomodamos como pudimos en un carro.

El regreso fue cansado y traqueteado, llegamos a San Luis cuando caía la tarde. Al día siguiente mandamos revelar los carretes de película y nos dispusimos a preparar nuestra exposición escolar. Fue lamentable que las impresiones resultaran, en su mayoría borrosas y mal enfocadas, sobre todo las de las llamas.

Una de las fotos, la única legible tenía, sin embargo, aunque un poco difusa, bastante nítida, una sugerente figura femenina en medio de una carcajada.


Dr. Jorge Cortés Montalvo
Facultad de Filosofía y Letras – UACH, Chihuahua, México.