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Por Jorge Cortés
Número 39
Real
de Catorce es un emplazamiento minero semi abandonado enclavado
en la montaña de los cuatro ecos, en el estado mexicano de
San Luis Potosí, al pié de este monte se extiende
una amplia franja desértica poblada por matorral bajo y cactus
que recibe por extensión el nombre de El Desierto de Catorce.
El número le viene, según la leyenda, de catorce bandoleros
que durante la colonia asolaban la región y que tenían
el pueblo como refugio. La zona desértica es rica en mineral
y se da ahí, como en ninguna otra parte en el mundo, un pequeño
cacto que contiene un alcaloide alucinógeno conocido como
mezcalina, la cactácea, en forma de botón gajeado,
se denomina peyote y es la planta sagrada de los Huicholes.
Año
con año, esta etnia que habita en el occidental estado de
Nayarit, realiza procesiones en busca del sagrado cacto, el cual
utilizan en sus rituales mágicos y también, seco y
pulverizado, mezclado con leche o agua, como reconstituyente y medicinal.
La singular caravana se interna hacia mediados del mes de octubre,
por la madrugada en el desierto, al momento en que despunta el sol,
el guía y chamán toma su arco y lanza al aire una
flecha, a partir del punto en que cae, los cosechadores empiezan
a buscar el preciado botón. Donde lo encuentran, con cuchillos
y machetes cortan cuidadosamente la parte visible dejando la raíz
en tierra, luego van echando el “mezcalito” en un morral
colgado del cuello, deben tener cuidado de no dejarlo caer a tierra
una vez cortado, porque el Dios contenido en cada fruto se puede
molestar, generando agudos malestares a quien comete este descuido.
Un
grupo de compañeros del curso de antropología de la
Universidad, Fidel, Leticia, Miguel, Emiliano y yo, decidimos documentar
el evento y preparamos una expedición con tal fin, equipados
con tienda de campaña, linternas, cámaras fotográficas
y una grabadora, emprendimos el viaje el día previo a la
procesión. Temprano, tomamos el tren que va de la capital
potosina hacia Monterrey y tras dos horas y media de viaje bajamos
en estación Catorce. Hacia las 10 de la mañana, después
de aprovisionarnos en la estación de algunas latas, agua
embotellada y gaseosas, emprendimos la marcha a pie hacia la profundidad
del desierto, a cuatro horas de caminar bajo un tibio sol, -en octubre
el clima es templado y el sol no resulta muy agresivo- llegamos
a una ranchería habitada por unas veinte familias, una de
las cuales era la del comisario ejidal del predio por el que cruzábamos.
Este nos recibió con mucha amabilidad y por ser la hora de
la comida, nos convido con tortillas, queso y salsa de chile que
ellos mismos elaboraban. Al enterarse del motivo de nuestra visita
nos pregunto:
-
Piensan pasar la noche en el desierto-
- Si, -contesto Fidel- esperamos que no tenga inconveniente-
- No, por mi no hay problema, pero tengan cuidado con las brujas-
- ¿Las brujas? –repitió Leticia con nerviosismo-
¿cuáles brujas?-
- Por estas fechas –agregó- las brujas andan sueltas
por el desierto, por lo regular no molestan a nadie, claro, siempre
que no las molesten.
- Pero ¿de qué brujas se trata?, -preguntó
Emiliano, ¿cómo son, donde se reúnen?, desde
luego no quisiéramos importunarlas.
- No puedo decirles más –concluyó el comisario
montando en su caballo- pero tomen sus precauciones- y se alejó.
Nos
quedamos un tanto sorprendidos, jamás habíamos oído
hablar de ningunas brujas, la hija mayor del comisario, que había
escuchado en silencio la conversación se acercó entonces
y nos dijo:
-
No se apuren, no son peligrosas, pero si se acercan demasiado,
conviene que tracen un círculo en torno a su campamento
y pongan al centro dos varas en forma de cruz, así ya no
se acercarán.
Esta
recomendación nos dejó todavía más confundidos,
y seguimos nuestro camino enfrascados en un intento de interpretar
el significado de la advertencia.
-
Lo que pasa –decía Miguel- es que han de tomar por
brujos a los Huicholes, así pasa con estos campesinos que
cuando ven algo inusual en estos páramos, luego luego piensan
que se trata de cosas del diablo-.
- Pero también puede ser –inquirió Fidel,
un tanto en broma tratando de asustar a Leticia- que de verdad
habiten espíritus chocarreros en los cactos y salgan por
la noche lanzando toda suerte de encantamientos-
- A lo mejor hay alguna brujita joven, cachondona –terció
Emiliano
La
conversación siguió en tono jocoso y tres horas después
de caminar desierto adentro, ya nos habíamos olvidado de
las brujas, del comisario y de su hija. La tarde avanzaba y empezábamos
a resentir el cansancio de la caminata, cuando vimos a lo lejos
que se acercaba una carreta tirada por una vieja y famélica
yegua, que finalmente paso de largo como a cincuenta metros de donde
marchábamos, saludamos con la mano al hombre que la conducía
y este se levantó del asiento y sin detenerse nos gritó
algo que no comprendimos en el primer momento.
Cuando
lo vimos alejarse a la distancia pregunte a mis acompañantes
si alguno había entendido lo que nos quiso decir, Leticia
estaba pálida, se veía desolada y dijo en un murmullo
-
Tengan cuidado con las brujas
Durante
todo el trayecto, habíamos ido buscando por el suelo los
consabidos peyotes, en el supuesto de que una vez que los halláramos,
no estaríamos lejos del sitio en que tendría lugar
la ceremonia huichol, pero no tuvimos éxito, así que
decidimos caminar, sin dejar de buscarlos, hasta que la noche cayera
sobre nosotros. Cuando se extinguió el último rayo
de sol, nos dispusimos a levantar el campamento, rápidamente
armamos la tienda y buscamos a los alrededores matorrales secos
con los cuales encender una fogata. Hambrientos por la larga caminata,
abrimos algunas latas y nos tendimos a descansar y comer algo sólido,
Fidel puso en la grabadora un cassete de blues, ya que el silencio
nocturno era apabullante, ni la leve brisa levantaba sonidos en
aquella extensión abierta hacia todas partes.
La
noche era oscura, de luna nueva y el espectáculo celeste
era maravilloso, jamás había visto, ni he vuelto a
ver un cielo tan cuajado de estrellas. En verdad invitaba a la contemplación
y pronto estábamos todos recostados sobre nuestras bolsas
de dormir mirando hacia la tachonada cúpula que se extendía
sobre nosotros, identificando constelaciones y pidiendo deseos al
paso de muchas estrellas fugaces. Permanecimos dos o tres horas
en ese delicioso ejercicio estelar mientras planeábamos lo
que haríamos por la mañana. Al alba, levantaríamos
el campamento y alcanzaríamos la procesión, que sin
duda veríamos desde el punto en que nos encontrábamos.
Solamente Fidel se levantaba de tanto en tanto, a voltear o cambiar
la cinta en la grabadora cuando se requería.
Fue
una de esas veces que Fidel advirtió un punto luminoso que
oscilaba a lo lejos
-
Miren, alguien viene por allá con una lámpara sorda.
- Seguramente es gente de alguna ranchería que oyó
la música y viene a ver de que se trata guiándose
por la luz de la fogata –señalé-
- Debemos estar prevenidos, -dijo Emiliano- no vayan a ser ladrones.
- No empieces con paranoias, -reconvino Miguel- vamos a dejar
que llegue quien sea y luego vemos lo que hay que hacer.
Nos
percatamos al bajar la vista del cielo, que no se podía ver
más allá de cinco o siete metros que alcanzaba a iluminar
el pequeño fuego que se extinguía con rapidez, la
lucecilla oscilante parecía estar aún muy lejos, así
que volvimos a mirar la estrellas mientras esperábamos que,
quien fuera, se acercará lo suficiente para poderlo distinguir
en medio de aquella oscuridad.
Transcurrió
poco más de media hora y el tramo A de “el lado oscuro
de la luna” de Pink Floyd llegó a su conclusión,
y la pequeña luz que nosotros creíamos de una lámpara,
seguía oscilando justo en el mismo sitio donde la vimos por
primera vez.
-
Que extraño –dijo Leticia- ya era para que hubiera
llegado hasta aquí.
- Tal vez –dije- no es una lámpara, sino un foco
de algún lejano caserío que se mueve con el viento.
- No hay viento, -corrigió Fidel- no se percibe ni una
leve brisa, además es poco probable que haya cableado de
luz eléctrica hasta acá
- Debe ser la luz de la estación de ferrocarril –aventuró
Leticia-
- La estación esta para el otro lado y a un chingo de kilómetros
de aquí –sentenció Emiliano.
- Es posible que se trate de la procesión huichola –apuntó
juiciosamente Miguel- se han de haber estacionado allá
y celebran algún tipo de liturgia, algo así como
quemar copal.
- Pero al menos se escucharían murmullos o voces, -señalé-
y ahora, ya sin música, el silencio es sepulcral.
Quedamos
todos callados intentando encontrar algún indicio de actividad
humana, y nada, ni un ocasional grillo rompía aquel denso
y apabullante silencio.
-
Me están asustando –recriminó Leticia- mejor
vamos a dormir y ya mañana veremos de que se trataba.
- Es lo más prudente –la apoyó Fidel- tu metete
a la tienda, si quieres, yo prefiero dormir teniendo el cielo
por techo.
Leticia
se encaminó hacia la tienda y cuando se disponía a
entrar exclamó
-
Oh, oh, parece que no sólo viene una persona por allá,
de este otro lado también se acerca alguien con una linterna
Todos
volteamos hacia el punto que nos señalaba y en efecto, otra
luz oscilaba en el lado opuesto
-
Estamos rodeados –dijo Miguel señalando hacia un
tercer punto luminoso-
- Bueno, tranquilos –dije tratando de atemperar la inquietud
que ya se apoderaba de nosotros- ni modo que se trate de los fantasmas
de los catorce ladrones.
- Pues nueve de ellos, o no tienen lámparas o están
descansando, -advirtió Fidel-porque por aquel lado vienen
otros dos
Instintivamente
echamos tierra a la fogata extinguiendo los últimos rescoldos,
apagamos la grabadora y nos acercamos espalda con espalda, cuidando
todos los flancos. Fidel echo mano de una navaja de hoja larga que
traía en su mochila y Emiliano se armó con la gruesa
y larga vara que llevaba para apoyarse, recogida en algún
sitio durante la caminata.
Nada,
ni un ruido, el silencio era completo, no se oían ni voces,
ni pasos, ni parecía acercarse nadie, porque diez o quince
minutos esperamos expectantes y las luces seguían en el mismo
sitio, sin avanzar ni retroceder.
-
Nos tienen miedo –dijo Emiliano- tal vez piensan que estamos
armados y no se atreven a acercarse
- Es posible que sean soldados –aventuro Leticia- quizá
alguna guardia militar ronda por los alrededores y de ahí
la prudencia.
- En tal caso no hay nada que temer –inferí, no muy
seguro- nos pedirán que nos identifiquemos y expliquemos
que hacemos aquí.
- Pero ¿por qué no se acercan? –preguntó
Miguel- ¿qué caso tiene quedarse tan lejos? De seguro
desde allá no pueden vernos como nosotros no los podemos
ver, y si acaso nos ven, con esos sofisticados prismáticos
nocturnos infrarrojos, ya se habrán dado cuenta que somos
un grupo de estudiantes desarmados.
Lo
que nos ponía nerviosos era precisamente que las luces oscilaban,
como si estuvieran haciendo algún tipo de señal, o
simplemente caminaran en nuestra dirección, pero no había
evidencia de aproximación.
De
pronto ocurrió.
Una
de las luces, la que había advertido Leticia detrás
de la tienda se acercó, vertiginosamente, sin un suspiro,
creciendo mientras se acercaba, y se convirtió en una elevada
llama, de más o menos metro y medio, rojo azulada que se
balanceaba a unos 20 metros de nosotros.
-
Ah cabrón –grito Emiliano- que chingados es eso
- ¡Las bru-bru-brujas! –contestó temblorosamente
Leticia metiéndose a la tienda de campaña.
Después
de un momento de franca estupefacción de todos, Miguel arrebató
la vara de las manos de Emiliano y empezó a trazar con ella
un círculo en torno a nuestro campamento, luego la partió
en una rodilla y depositó ambos trozos entre la tienda y
lo que quedaba de fogata formando una cruz.
-
Por si las dudas –dijo-
La
llama permaneció por espacio de varios minutos bailando sinuosamente
frente a nosotros, no perdíamos detalle de sus evoluciones,
de hecho, estábamos como hipnotizados, sin poder quitarle
la vista de encima, no se oía ni un ruido, solo la voz de
Leticia que preguntaba ansiosamente desde el interior de la tienda
-
¿ya se fue?, contesten, ¿sigue ahí?
Al
cabo de unos diez minutos, la llama pareció perder interés
y se alejó como había llegado, vertiginosamente y
en silencio, hasta convertirse de nuevo en un punto de luz en la
lejanía.
-
Ya se fue –susurró Fidel, como si temiera que alguien
más que Leticia lo escuchara- ya puedes salir.
Asomó
la cabeza volteando para todas partes y salió apresuradamente
reuniéndose con nosotros, que permanecíamos muy juntos
en derredor de los rescoldos que escasamente recobraban por momentos
algo de brillo, para entonces ya eran más de ocho los puntos
luminosos en todas direcciones.
-
Vámonos de aquí –propuso Miguel- regresemos
a la estación
- A dónde vamos a ir con esta oscuridad, -inquirí-
la estación está a horas de camino y lo más
seguro es que nos perderíamos, sin contar el agotamiento,
y movernos nos sería más riesgoso que permanecer
donde estamos.
- Jorge tiene razón –aprobó Fidel- sea lo
que sea eso nos alcanzará a donde quiera que nos movamos,
lo mejor es quedarnos aquí.
- Estoy de acuerdo, vamos a quedarnos tranquilos y en paz –agregó
Emiliano- lo que sea “eso” ya vino, nos vio y se fue
y con suerte ya no regresa.
- Ojalá y no vuelva, pero y si fue a avisarle a las demás
lo que encontró –presagió Leticia-
Como
si esas palabras fueran proféticas, la misma llama volvió,
rápidamente, al mismo sitio, del mismo tamaño e igual
de sinuosa, un par de minutos después, la primera luz que
habíamos visto se aproximó igual, algo mayor a un
metro, aunque nosotros la veíamos inmensa, danzando también
a escasos metros de donde nos apretujábamos.
Tres
o cuatro lucecitas se acercaron enseguida a una velocidad sorprendente,
alcanzando dimensiones similares y situándose poco más
atrás de las primeras, sin orden aparente. Leticia se metió
de nuevo en la tienda.
-
¿Qué quieren de nosotros? –grito Emiliano-
¿qué les hemos hecho?
Pero
nadie respondió.
Las
llamas permanecieron rodeándonos durante largo tiempo, pasaba
ya la media noche y ahí seguían, alternativamente,
una y otra se alejaban hasta cobrar la dimensión de una luz
de linterna, luego regresaban.
Leticia
se asomaba de tanto en tanto y se volvía a meter en la tienda,
hasta que empezó a sollozar
-
Tengo miedo –decía-
- No creo que haya nada que temer –la consoló Fidel-
si pudieran hacernos algún daño, ya lo habrían
hecho.
- Pero, puta madre, -exclamó Emiliano- por que no se van
y nos dejan tranquilos de una buena vez
- ¿Por que no vas y se los dices? –retó Miguel-
- No, ni madres, yo no salgo del círculo –dijo Emiliano
y se sentó con las piernas cruzadas poniendo una mano en
la cruz formada con su improvisado cayado-
- Pues yo si – sentenció Fidel, limpiando en la palma
de la mano la navaja de explorador- voy a enfrentarme a esa cosa
sea lo que sea
- Estas loco –lo increpó Leticia saliendo de la tienda-
¿para qué las provocas?, aquí por lo menos
parece que estamos seguros
- No pienso pasarme toda la noche contemplando como bailan esas
llamas, cúbranme las espaldas por si acaso
- No mames güey, -dijo Emiliano- no las vayas a acelerar
Pero
Fidel ya se había lanzado corriendo hacia la llama más
alta y más cercana.
Todos
contemplamos como Fidel pasaba materialmente a través de
la llama y se seguía de largo, esta osciló de manera
violenta por unos momentos y recobró su estabilidad. Caminó
diez o quince metros más allá y cambió de dirección
hacia otra de las llamas que se contoneaba en el otro extremo, paso
a su lado logrando en ella un estremecimiento, luego regresó
hasta donde estábamos.
-
Ya ven, -dijo triunfal- me tuvieron miedo
- ¿Que hiciste? –le pregunté-
- Nada, en cuanto me acerqué, huyeron
- ¿Cómo que huyeron? –corrigió Miguel-
si siguen ahí
- Ah, ya volvieron, pues conforme me acercaba, ellas se alejaban
- Ahora me toca a mí –dije, y me encaminé
con paso rápido hacia la que tenía más cerca
En
efecto, mi percepción era que cuanto más me acercaba,
la llama se alejaba con rapidez hasta convertirse en un punto luminoso
lejano, sin embargo, los demás veían que la llama
permanecía en su sitio y que al pasar sobre ella, sólo
se estremecía.
Durante
los siguientes minutos todos nos pusimos a perseguir llamas, e invariablemente,
todos percibíamos el mismo fenómeno, se alejaban al
acercarnos, pero para los demás continuaban ahí, meciéndose
sin ton ni son.
Un
tanto exhaustos de las carreras, nos dimos a la tarea de recoger
algo más de yesca seca para atizar la hoguera y nos sentamos
en torno a reconsiderar la situación.
-
Veamos –empezó Leticia- nos encontramos en un desierto
y no tenemos puntos exactos de referencia con respecto a la distancia,
sobre todo por la oscuridad de la noche.
- Debajo, en el subsuelo –agregó Fidel- hay una gran
cantidad de mineral de todo tipo.
- Entiendo –continuó Emiliano- seguramente estos
pinches metales liberan fósforo.
- Ya caigo –participó Miguel- lo que vemos como llamas
son gases de fósforo que al contacto con el aire parecen
fuegos.
- Efectivamente –añadí- las emanaciones, que
están por todas partes, pueden ser leves o intensas, por
eso creemos que van y vienen, pero en realidad siempre han estado
en un mismo punto.
- Por eso cuando nos acercamos –concluyó Leticia-
cuando estamos sobre dichas emanaciones no las vemos con claridad,
pero los que están lejos si que la ven.
- Fabuloso –dijo Miguel-, fuegos fatuos, que bromas nos
puede jugar la naturaleza. Por lo pronto intentaré sacar
con mi cámara algunas impresiones.
Cualquier
resquicio de temor desapareció por completo, El fenómeno
tenía ahora una explicación racional que a nadie asustaba
y después de exponer algunas fotografías, dormimos
plácidamente el resto de la noche, aún con la seguridad
de que las llamas nos protegían, en caso de que hubiera,
como antes sugirió Emiliano, ladrones o curiosos.
Dormimos
de más, el sol estaba ya alto cuando Leticia nos sacudía
yendo de bolsa en bolsa.
-
Levántese guevones, ya se nos fue la procesión
- Que onda –dijo Emiliano- pues que hora es
- En quince minutos serán las ocho –informó
Leticia y agregó- amaneció a eso de las seis y cuarto,
si nos tardamos más no alcanzaremos el tren que pasa por
la estación hacia el medio día.
- ¿Por que no nos despertaste?
- Por que yo también acabo de abrir los ojos
- Esta claro que hagamos lo que hagamos, no alcanzamos el de las
doce, pero hay que darnos prisa para no perder el de las seis
–dijo Miguel mientras se desperezaba y extendía,
abierta a todo lo ancho su bolsa de dormir sobre la tienda-
- Allá, por aquellas lomas –dijo Fidel señalando
unos puntos apenas visibles en las lejanas colinas bajas,- allá
va la procesión Huichola, ... van de regreso, la perdimos.
- Si hubiéramos encontrado el rastro de peyotes –añadí-
tal vez los hubiéramos tenido lo suficientemente cerca
como para detectarlos y seguirles los pasos.
- Si, -dijo Fidel- la próxima vez habrá que traer
un arco y una flecha para localizar la mata – y lanzó
a lo lejos su cuchillo- por lo pronto habrá que juntar
algo de leña para poner café.
- Y un Chamán –agregó Emiliano- porque pinches
brujas, que mal rato nos hicieron pasar anoche
Mesuradamente,
entre Leticia y yo empezamos a desarmar la tienda y a reacomodar
las mochilas, enrollando cuidadosamente las bolsas de dormir, entre
tanto, Emiliano y Miguel acomodaban el hogar para encender una nueva
fogata que nos permitiera calentar agua para café. Fidel
fue en busca del cuchillo que había lanzado a lo lejos, recogiendo
trozos de yesca y matorrales secos.
Lo vimos agacharse a recoger la hoja metálica, y permanecer
unos minutos más de lo normal en esa posición, de
pronto dio un brinco hacia atrás y nos gritó...
-
Aquí está, toda una familia de botones
- ¿Que cosa? –preguntamos a un tiempo, mientras corríamos
a ver lo que había encontrado-
- Peyote – sentenció señalando un gran racimo
de botones color tierra, de muy diversos tamaños, que afloraban
justo al lado de donde se encontraba la daga sumida hasta la mitad
en la tierra.
- Vamos a cortar algunos –propuso Leticia- porque no es
tan fácil encontrarlos, digo, para presentarlo como prueba
en nuestro reporte, ya que se nos fue la procesión.
- Te equivocas, -le dijo Miguel a dos metros de distancia- acá
hay otra familia y más grande que aquella.
- Por acá hay más –acotó Emiliano-
Lo
cierto era que por todas partes, a donde volteáramos, la
tierra estaba cubierta con botones de cactos, solitarios o en extendidas
familias, con flores en los gajos o un único gris botón
compacto.
Recogimos
algunos siguiendo el ritual Huichol de no perturbar la raíz,
lo sorprendente fue que todo el camino de regreso, apenas unos quinientos
metros atrás de la ranchería del comisariado ejidal,
el suelo estaba, por varios kilómetros, cuajado materialmente
del buscado cacto, sin que lo hubiéramos advertido, ni por
accidente, en nuestro viaje de ida.
-
¿Cómo se nos pudo haber escondido?, lo veníamos
buscando por todo el trayecto, -señaló Miguel-
- Ahí ha estado siempre, pero no se le antojaba que lo
viéramos –dijo.
- Es la magia de “mezcalito”, el Dios que se refugia
en el peyote, según los Huicholes - Sentencio Fidel-, nos
puso a prueba anoche y parece que ahora nos ve con agrado.
Desandamos
el camino hasta la ranchería, la casa del comisario ejidal
estaba cerrada y nadie se acercó a convidarnos algo de comida.
Una mujer preparaba masa para tortillas en el extremo del pueblo,
apenas si levanto la vista para vernos pasar
- Buenas tardes –dijimos-
- Buenas, -contesto- y siguió concentrada en su labor.
Llegamos
a estación catorce pasadas las cuatro de la tarde, varias
familias de la etnia permanecían dispersas sentadas a lo
largo de la vía. Intentamos conversar con algunos de ellos,
al principio nos veían con curiosidad, pero al no hablar
su lengua, y siendo de natural discretos, parcos y desconfiados,
obtuvimos solo monosílabos y evasivas. Un hombre ataviado
con plumas y adornos en su vestimenta y con un gran morral de notable
colorido, -de lo cual dedujimos que era el Chaman o guía-
se acercó decididamente a nosotros, tenía un rostro,
aunque un tanto inexpresivo, amable y envejecido, que emanaba bondad
y paz por los ojos pequeños y obscuros.
-
¿Usted conduce la procesión? –Preguntó
Leticia-
- Quisiéramos saber como les fue en el desierto –Inquirió
Fidel-
- ¿Vieron los fuegos en la noche? –quiso saber Emiliano
- ¿Habla español? –pregunté casi al
mismo tiempo-
Por
toda respuesta nos dijo:
- Me llamo Leandro, si quieren tomar fotos, tienen que darle a
los hermanos cinco pesos por cada una.
- Donde están los demás, -lo interrogó Miguel
sacando de su mochila un botón grande del cacto que habíamos
recogido- nos pareció que eran más cuando los vimos
en el desierto.
- Los demás se fueron en el tren de la mañana, nosotros
esperamos hasta que el sol se guarde. –contestó,
y añadió señalando al botón- guarde
eso, si lo anda presumiendo y manoseando, lo va a castigar “hiculi
gualula”.
Y
se alejó sin más.
A
las 6:00 en punto de la tarde llegó el tren de regreso a
San Luis Potosí. Nunca entendimos como pudieron realizar
los demás el largo trayecto para alcanzar la locomotora del
mediodía, en el breve tiempo de abordaje subimos con nuestros
bártulos y nos acomodamos como pudimos en un carro.
El
regreso fue cansado y traqueteado, llegamos a San Luis cuando caía
la tarde. Al día siguiente mandamos revelar los carretes
de película y nos dispusimos a preparar nuestra exposición
escolar. Fue lamentable que las impresiones resultaran, en su mayoría
borrosas y mal enfocadas, sobre todo las de las llamas.
Una
de las fotos, la única legible tenía, sin embargo,
aunque un poco difusa, bastante nítida, una sugerente figura
femenina en medio de una carcajada.
Dr.
Jorge Cortés Montalvo
Facultad de Filosofía y Letras – UACH,
Chihuahua, México. |