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Por José Rojas
Número 39
Una
prominente línea audiovisual, jactándose de aprovechar
al máximo los adelantos tecno-lógicos, entre ellos
la alta definición, se empeña en llevar a sus últimas
consecuencias la idea del cine y los medios audiovisuales como total
duplicación de la sensación de realidad, la más
absoluta verosimilitud posible de lo relatado.
Pero,
¿en qué medida resultan logros cinematográficos,
audiovisuales o estéticos; y en qué medida son necesarios,
posibles o circunstanciales? O, ¿podrán ser, más
bien, una persis-tencia del naturalismo y del “realismo”
tradicional en los ámbitos del cine y toda la audio-visualidad?
Las
tensiones entre estética y tecnología nos mueven una
vez más en la búsqueda de diluci-daciones.
Naturalismo vs. Imaginación
Los medios audiovisuales
empecinados en la representación “realista” de
las “realidades”, siguen afanados en crear, aún
en las más efervescentes fantasías, aquella “ilusión
de reali-dad” tan ansiada por la mentalidad racionalista—pragmática
y sensorialista que se desató desde el renacimiento y campeó
por sus respetos a lo largo de los tiempos modernos hasta el siglo
XIX, sin expirar, ya lo vemos en el siglo XX, ni en el XXI recién
iniciado. Aún lo fantástico debe filtrarse como “natural”
y la imagen percibida debe asumirse como “representación”
en plena correspondencia con “lo natural, real o sustancial”.
Así, lo más fantástico e imaginativo deviene
servil, en última instancia, del viejo relato realista.
Y las comillas y reiteraciones del
párrafo anterior fueron muy intencionales. Nadie desco-noce
ya (sobre todo desde Panofski, Gombrich, Arheim y un interminable
catálogo de ilus-tres nombres y obras de psicólogos,
historiadores y sociólogos del arte y la cultura) el signi-ficado
tan relativo y convencional de tales “realismos” y “realidades”.
Sin embargo, he ahí a la
telenovela, al cine predominante y otras muchas expresiones au-diovisuales,
empecinadas en crear las ilusiones de realidad tan añoradas
por las antiguas concepciones pragmáticosensorialistas; a
la inversa de las artes plásticas e incluso de la literatura,
que avanzaron desde el realismo a la abstracción, desde la
ilusión de realidad hasta la potenciación de la imaginación
creadora del receptor, y aún —¡fecunda parado-ja!—
desde la imagen sensorial al concepto; y a la inversa del más
actualizado pensamiento social, psicológico, científico
y filosófico que tan bien ha desmitificado las viejas formas
de concebir las realidades y nuestras percepciones de ellas.
¿Podemos concebir a la mayoría
de los pintores de hoy pintando aún como Tiziano, Velás-quez,
Rembrandt o Corot; a los escritores escribiendo como Cervantes,
Balzac y Chejov; a los músicos componiendo como Mozart, Beethoven
y Brahms?
Conste que siguen admirándome
y deleitándome barrocos, realistas, románticos, impresionistas.
Lo admito, los escucho tanto o más que a otros de nuestros
días; y la dialéctica del arte es quizás la
única dialéctica “acumulativa”, la única
que nos permite e incluso nos demanda conservar y disfrutar lo de
antes y no sólo “lo de ahora”. Pero es una dialéctica
de crecimiento y enriquecimiento de posibilidades, y si el disfrute
de lo nuevo no impide el de lo antiguo, también se impone
no quedarnos fijados, narcisicistas, inmaduros, en estadios anteriores,
temerosos e incapaces de lo nuevo.
En fin, mientras las artes y todo
el ámbito estético más fecundo y renovador
ha devenido —quizás a veces exagerando el otro extremo—
en iconoclasta constructor de eidos, por un lado, y de
mundos personales, por otro; demasiado cine y demasiada producción
audiovi-sual sustituye incluso a lo real (en la medida en que podemos
hablar de lo real) con imágenes que supuestamente lo duplican,
cuando en verdad suplantan lo ortodoxamente real por su convencional
doble imaginario.
Quizás sea el cine o, mejor
aún, quizás sea el ámbito de la audiovisualidad
massmediática el único reino que
se permita seguir insistiendo y evaluando al mismo nivel de gustos
y de logros la narración más realista y el antirrelato
más abstracto o conceptualista…, y donde dominan, con
preocupante ventaja, los tradicionalmente realistas, como si no
hubiese pasa-do tanto desde Goddard y las nuevas olas de
los sesenta, desde Bergman y luego Tarkovski y luego Greeneway y
otros muchísimos hasta hoy donde no podemos ignorar hitos
del cine documental como Godfrey Reggio, Michael Moore y Craig Baldwin.
¿Y la alta definición?
Interesante paradoja:
el desarrollo tecnológico, los avances científicos
y técnicos parecen más bien reforzar, servil, sumisamente,
las formas, gustos y tendencias antiguas bajo las estridentes máscaras
de ilusiones novedosas.
Satisfaciéndose en la percepción
de una imagen redundante por hipercorregida, falsa e in-útilmente
perfecta aunque vendida como perfectamente necesaria y cimera, los
medios ali-mentan la obsesión de ir desde el realismo a un
hiperrealismo, pero no al hiperrealismo con los significados conceptuales
y contextuales del conocido hiperrealismo pictórico,
sino, de hecho, a uno cada vez más esclavo del viejo realismo
que aún cuando parece llenarse de fantasía suele quedar
en luminotecnia castrante de la verdadera imaginación, de
la creadora. Golosina audiovisual, hipnosis, seducción,
terminales de la red…: alertan diversos estudio-sos a
quienes admiro mucho, quizás con tono demasiado preocupado
sin que falten razones, aunque no creo en el dilema de apocalípticos
e integrados. Y si el dilema fuese insalvable yo sería,
en última instancia y en este asunto de las comunicaciones,
los medios y la alta tecnología —que no en otros como
bien se ve— integrado, claro, a mi manera amante de los deslindes.
¿Quién habrá
demostrado que el arte necesita la alta definición, u otras
altas tecnologías? Los artistas podrán utilizarla
o no; y lo que si está probado como condición necesaria
para el arte, es esa imaginación capaz de crear la ilusión
auténtica, esa que puede recrear la rea-lidad convencional
y consensual o, por el contrario, las más ricas fantasías.
¿Espectáculo
y Tecnología Vs. Arte?
La más sofisticada
tecnología y la alta definición parecen consagrar
al espectáculo como si fuese “el arte”. Como
no hay por qué renunciar al disfrute de un buen espectáculo,
como no hay por qué sentir fobia por el buen entretenimiento;
disfrutemos, entretengámonos. Mas no me parece bien que me
priven del arte en nombre del espectáculo: denme espectáculo
y arte y, preferencia personal, denme arte y el espectáculo
que se desprende de él.
La oposición arte—espectáculo
constituye un falso dilema. Siempre las artes, sobre todo las escénicas,
aprovecharon las síntesis posibles y los avances tecnológicos
de su tiempo. Dí-ganlo, por ejemplo, las puestas en escena
multimediales del Sturmflut de Edwin Piscator,
ya en 1926, en la infancia del cine, por Alfonse Paquet.
Podemos remontarnos a la edad de
las cavernas, cuando el humo y una piedra afilada eran la tecnología
“de punta”; podemos recordar, mucho más acá,
las despampanantes maquina-rias del teatro barroco; hasta la pintura
al fresco fue un alto descubrimiento técnico, y ¿cuánto
significó la imprenta para la literatura?
Siempre el arte asumió el
desarrollo tecnológico; pero siempre los más talentosos
artistas atinaron a crear arte en su medio altamente tecnológico,
aprovechando o no la más alta tec-nología de su tiempo.
¿Videoarte, Video-clip,
Arte?
Quizás más
que el cine tradicional, quizás más
que otras manifestaciones —sin abandonar el reino de los “quizás”—
muchos de los problemas álgidos del arte y la cultura actuales
confluyan en el video—clip y el videoarte.
Permítanme decir algo sin
su demostración, no porque falten argumentos sino porque
no procede extender mucho estas páginas: Si la televisión
ha enriquecido con alguna clase de imágenes más o
menos propia el mundo de la audiovisualidad, tendremos en el video—clip
el mayor exponente de dicha prosperidad.
No pensemos en docudramas, revistas,
noticieros, documentales, reportajes, telenovelas, que son claros
y desenmascarados herederos del cine, la literatura, el teatro y
otras artes y medios previos a la televisión.
Por supuesto, el clip tiene
mucho que ver con el cine tradicional y, si bien lo queremos, podemos
observarlo como un tipo muy especial de filmación: planos
cortos y entrecorta-dos, montaje ágil, intensificación
de la banda sonora musical, efectos especiales…. Pero aún
así no dejaríamos de ver que ha cobrado una personalidad
distinguida.
Asimismo, tampoco creo que merezca
ser despojado de sus dotes artísticas o, más bien
has-ta ahora, estéticas argumentando su índole promocional
y comercial. Abundan los clips plenos en esteticidad, y un estudio
suyo implicaría muchas cuartillas más. Junto a ello
cuen-tan posibles argumentos anti-kantianos apoyados en analogías
con la arquitectura y otras manifestaciones utilitarias o que no
se adscriben tan perfectamente al universo de la “fina-lidad
sin fin”.
Es suficiente aquí señalar
al clip como reino fecundo para la confluencia de espectáculo,
técnica y estética.
Algo similar ocurre con el videoarte.
¿Quién, acostumbrado
a ver y oír (a la audiovisión) de videoclips
y de videoartes podría negar la posible riqueza de la
síntesis tecnología—espectáculo—arte,
conjunción abarcado-ra desde la plástica, la música,
la danza, todo arte escénico hasta la infografía,
la alta defini-ción y otros recursos, nunca obligatorios,
siempre opcionales o posibles según las intencio-nes, los
proyectos y los estilos artísticos?
¿Acaso no tienen estas manifestaciones
las máximas potencialidades para priorizar el ámbi-to
de significantes por encima de los referentes, el de los interpretantes
por el de los obje mtos, el de las imágenes imaginativas
y creativas por encima de las falsas reproducciones, imitaciones
o recreaciones de la supuesta “realidad” y de la simple
ilusión realista de lo fantástico?
Profesión de Fe Mediática y Técnico—artística
Creo que, al menos
en este ámbito de problemas estamos, sí, en un momento
nuevo, pero no tan totalmente nuevo como se nos induce a pensar.
Abundan las experiencias dignas de ser revividas una y otra vez
en la historia del arte y la cultura.
Creo en la tecnología, en
la alta definición, en la informática, la infografía,
la imagen vir-tual y disfruto juegos y espectáculos, y …también
el arte.
Creo que todos son posibles y valiosos,
uno a uno y en infinidad de combinaciones.
Creo que el arte no supone nunca
el uso obligado de la tecnología de punta, y no hay que confundir
arte y espectáculo, ni supeditar uno a otro.
Creo, por ello mismo, que no todo
espectáculo ha de ser necesariamente artístico (o
inten-samente estético), que la alta definición no
supone necesariamente valores artísticos (ni siquiera para
la más empedernida estética realista), que ésta
no es de uso obligado y que vale la pena tomar precauciones contra
los supuestos “realismos” cuyo encanto podemos disfrutar
pero al cual no hay por que esclavizarse.
Creo en el uso y validaciones de
antirrelatos, estéticas de descentrado, difuminaciones, montajes
especiales, las trucas y animaciones, el cine casi ya no “experimental”
y la multi-tud de formas enriquecedoras del inagotable ámbito
audiovisual
Creo que, en última instancia,
los mejores y más ricos usos de la alta tecnología
en el arte y en toda experiencia estética, dígase
informática, alta definición y nuevos procesos químicos
—con independencia de su válida aplicación y
disfrute a la convencional representación “realista”
o creación de “ilusión de realidad”—
se encaminan por los senderos de la creación y desarrollo
de las nuevas formas y manifestaciones, como el video—clip,
el videoarte y el todavía llamado cine experimental
cada día menos experimental y más habitual.
¿Cómo armonizarán
sus tendencias la estética y la tecnología de nuestro
tiempo? ¿Cómo asumir del modo más rico y pleno,
desde una perspectiva estética y humana, la alta defini-ción,
la imagen virtual y las más sofisticadas técnicas
digitales?
Creo que seguirán las interrogantes
y las reflexiones sobre el cine, el arte y la cultura ya en proceso
y venidera; afortunadamente con disímiles respuestas y con
muchas propuestas artísticas cuyos logros, también
muy felizmente, devienen más fehacientes cada día,
aun-que, como espectadores, como consumidores o público,
tendremos que responder positiva-mente a una última pregunta:
¿Seremos capaces de superar las ancianas ataduras, las res-trictivas
condicionantes del viejo relato, estructuras y formas del realismo
entronizado des-de el Renacimiento hasta la modernidad, y hacer
a un lado, al menos de modo alternativo, el empecinamiento en supeditar
los avances tecnológicos a las más viejas y convencionales
nociones y gustos?
Dr.
José Rojas Bez
Profesor Titular del Instituto Superior de Arte
de Cuba, Cuba |