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Agosto - Septiembre
2004

 

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El Problema de aquel que Sueña Despierto
 

Por Juan Carlos Bonilla
Número 40

En las entrañas de los sueños se esconden realidades dispersas en un mundo fantasioso donde todo es posible, pero existen dos tipos de sueños fáciles de diferenciar. Todo aquel que ha tenido la virtud de soñar y despertar realmente afectado o alterado por la profundidad e intensidad de su sueño, puede dar un amplio testimonio de la diferencia de estos sueños, o hay una pesadilla endemoniada que hace a uno levantarse de aquel profundo letargo con la sensación de que nada pudo haber sido mas aterrador que aquellos cortos y a la vez enormes minutos de fantasía, pero que a la vez provoca una sensación de paz y tranquilidad el saber que todo fue una gran y poderosa mentira, o, regresa de un sueño dulce y armónico en el cuál todas nuestras grandes fantasías se hacen realidad y el despertar resulta una tortura, sobre todo por querer continuar en aquella realidad fresca y totalmente sensible.

En las pesadillas encontramos demonios producto de nuestra imaginación tan extraños que semejan una mala jugarreta de William Blake, o encontramos monstruos imprecisos producto de una broma de la debilidad de nuestro inconsciente, y es así que en una noche podemos morir acuchillados por nuestro propio padre, violado por el sacerdote de la iglesia o traicionado por aquel amor pasajero que juraríamos que es el idóneo y perfecto en aquellos días de somnolencia. También podemos caer en agujeros sin fondo, de edificios inmensos e interminables, podemos ser golpeados por una mano invisible e inmisericorde, ser producto de torturas psicológicas sin piedad alguna y ver morir frente a nuestros ojos a personas amadas en el mejor de los casos, y al final de todo esto, despertar sudando frío todavía con la sensación en la nariz de aquel terrible olor a sangre, punzante y compañero de todo el resto del día, pero con la alegría de saber que todo al fin y al cabo fue un sueño absurdo y vacilante.

No hace falta describir la dulzura de un buen sueño, entre risas y caricias todos hemos despertado con aquella sensación de haber besado a una bella mujer, de haber sentido el poder de viajar por los aires con el simple poder de nuestra mente, de haber gozado de los placeres más íntimos de la piel, haber tenido un banquete espléndido lleno de manjares, y en la mente retorcida de alguno que otro desequilibrado, el de haber matado a algún animal enfermo o el haber retorcido el pezcueso de alguna estrella del deporte, pero al fin y al cabo los placeres individuales son eso, personales, únicos e íntimos, así que cada quien pude soñar y gozar lo que se le de la gana, y despertar con un buen sabor de boca y siempre con la vaga e irónica sensación de bienestar y la impúdica frustración del saber que tan solo fue eso, un sueño.

Todas las personas tenemos las maravillosa posibilidad de dormir y soñar, por que queriéndolo o no, es un escape a nuestra realidad más inmediata, a nuestras reales y únicas frustraciones de una vida fragmentada, cotidiana y automática frente a un modelo de vida occidental y mediatizada. Pero no es mal intencionada, y no por eso errónea la afirmación de que no todos poseen la trágica, heroica, redentora, maldita, pero sobre todo paradójica y traicionera posibilidad de soñar despiertos. Aquella capacidad de ahondar en nuestros más apasionantes deseos, de navegar en un mundo rosa despegado completamente del suelo y liberar el alma en un suspiro inevitable mientras comemos, manejamos, viajamos en transporte público, pintamos, escribimos, cantamos, bailamos y sentimos que el mundo a nuestro alrededor no existe o simplemente sale de una pintura surrealista y benevolente. Pero he aquí el problema máximo de aquellos que solemos soñar despiertos. Los sueños despiertos, indudablemente son bellos, las pesadillas no existen aquí, pero son peores y potencialmente más fatídicas cuando despertamos, por que son en el momento de soltar el lazo del sueño despierto, son reales y no vienen ni de la imaginación ni del subconsciente, ellas vienen del mundo real, de la conciencia de despertar y saber que estamos siendo engañados por el mayor traidor y enemigo de nuestra dulce y natural forma primaria del ser, nosotros mismos.

Inspirados por un valor ajeno a toda disposición autónoma, existen exploradores intensivos del mundo de los sueños, cazadores incansables de aquella vida entre nubes y espejos de color, personas que no solamente sueñan despiertos cuando se encuentran en una profunda soledad, sino que en su vida cotidianamente social, construyen personalidades de ensueño alojadas en carne y hueso ubicadas en el común denominador sensorial, lo que quiere decir que en su trato cotidiano con las persona, suelen imaginar, inventar y hasta idealizar características de personas que aunque no se conozcan del todo, se juega una apuesta a un ideal estándar de humanidad.

Estas personas son fáciles de encontrar, y son comunes en la literatura, ya que son proyecciones de mentalidades un tanto desubicadas, existencialistas y con críticas y percepciones poco ortodoxas. Milán Kundera le llamo Teresa a una de ellas en La insoportable levedad del ser, en donde Teresa ejemplifica perfectamente la manera de vivir en la levedad de un mundo de sueños despiertos, e interpreta el mundo visto desde el cielo y los golpes de caer de nubes más allá de una realidad absurdamente dura. Otro de ellos es el personaje protagonista de Niebla de Unamuno. El mismísimo lobo estepario en aquel libro que lleva su mismo nombre, y por último como ejemplo, la caída de Fausto frente al abandono del sustento de sus sueños y la maldad de la pesadilla de Mefisto. Este tipo de personas tienen algo en común, sus intervalos de sueño despierto, y sus contactos con la realidad vienen en intervalos irregulares de tiempo. Sus horas de sueño son igualmente irregulares e impredecibles, como puede haber días que duerman durante horas y horas, como puede ser que el insomnio se apodere de ellos durante semanas. Son personas propensas a la depresión, por lo que su estado de ánimo oscila entre el eros y el tanatos.

Cuando un arquitecto construye un sueño, corre el riesgo de ser derrumbado al igual que un rascacielos hecho de azúcar, sin embargo su adicción, o su profesión es en sí misma su forma de vida, no tiene manera de escapar, y es aquí donde entran los conflictos y las depresiones, el conflicto de la esquizofrenia del héroe trágico. No hace falta decir que se piensa en morir, cuando se ha condenado a uno de la manera más cruel a vivir con la gente en su indómita alegría, que como ya lo ha dicho Alberto Cortés, se esfuerza el insulto arrogante de la palabra idiota. Y bueno, a la memoria del siglo de oro de la literatura española: … y en el mundo en conclusión, todos sueñan lo que son, aun que ninguno lo entienda. (Calderón de la Barca).


Juan Carlos Bonilla
Estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación del ITESM Campus Estado de México, México.