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Por José Luis García
Número 40
Tener como profesión
la urgente necesidad de proclamar a los siete mares y las siete
tierras, en las siete casas que se visitan usando el televisor,
la radio o la prensa, alzar la voz, gritar, apresurar, denunciar
haciendo todo ello cuando se desea paz, silencio, tranquilidad,
resulta alarmante. Entramos en una disonancia cognoscitiva donde
nuestros valores se contradicen unos a otros, siendo tan diferentes
de nuestras acciones. Olvidamos que el comunicador está conminado
a defender la libertad de expresión, obligado al grillete
de la noticia, la publicidad, el ruido, la inevitable persuasión
cual llamada de atención. Quisiera, como el médico
o el sacerdote, jurar silencio, guardar secretos, omitir las culpas,
callar. Pero no puede. Sufre la paranoia de gritar a los cuatro
vientos, los cuatro puntos cardinales, la denuncia del pecado, el
diagnóstico del cáncer o del Sida social.
No se parecen a simple vista las
dos profesiones, la del médico y la del comunicador. Sin
acumular amarguras, siento pretender una denuncia más, la
de una ausencia que vive el profesional de los medios y la comunicación.
Que armoniosa es, para ejemplificar, la música, que combina
alegremente, con ritmo y ecualización, los silencios y los
tonos, la quietud con la algarabía, la vida con la muerte,
el goce y el sufrimiento. A ella le hace bien un lado de la moneda
y otro. Será su naturaleza. El comunicador, en cambio, no
debe callar nunca, es imperiosa su necesidad de captar la atención
de su público utilizando una gran habilidad de persuasión,
con un sin fin de artimañas propagandísticas y publicitarias.
Donde callar es perder, donde silenciarse es “no
existir”, cuando omitir es tendencioso, como quiera
está preparado para llenar los espacios vacíos que
deja el silencio amañado de los que hablan sin decir nada,
porque demanda la claridad, la transparencia de las instituciones,
la honorabilidad de las personas. Alguien que está hecho
para comunicar no puede estar hecho para callar. No se puede dar
el lujo de omitir, ni ser discreto, ni cumplir votos de silencio.
El médico por su parte, está
jurado para guardar la discrecionalidad de la vida de sus pacientes.
No puede confesar los aspectos particulares ni gritar a los vientos
que Don Mengano tiene cáncer o que Fulanito es cero positivo.
Tal como el médico de almas no puede romper el secreto de
la confesión. Su juramento hipocrático y su voto de
silencio son su guía, su fortaleza, su tesoro. El comunicador
tiene como precepto y como único tesoro la libertad de expresión.
¿Por qué entonces
la disonancia? ¿A qué se debe tal desequilibrio? ¿El
comunicador tiene obligación de difundir todo aquello que
sea de interés público? Imagine una fiesta: ¿cómo
sería ella sin ruido? Pomposo funeral. Un concierto de rock
entonando la marcha fúnebre o la nupcial que es lo mismo.
Setenta veces siete patochadas. Espejo sin reflejo, madre sin hijo,
camino sin regreso. Alguien debe aclarar el enredo pues un profesional
de la noticia tendría que estar obligado a la prudencia,
ello lo llevaría al juramento hipocrático contrario
a su religiosa libertad de expresión. Pero sí, también
debe estar obligado a guardar ciertos armónicos, musicales,
silencios. Espacios que equilibren su cotidiana sordidez para dar
tiempo a la reflexión, contemplación del quehacer
periodístico aunque no sólo se habla del comunicador
de medios, también de aquel mal llamado médico de
la empresa, el organizacional y corporativo, en quien se cimientan
las relaciones públicas y la imagen corporativa, los recursos
humanos y la creatividad empresarial; ellos como ninguno se deben
al secreto de confesión de las metas institucionales, su
estruendo no debe oírse más allá de las paredes
de la fábrica o el comercio. Pues aunque no juren a Hipócrates,
se deben a la ética profesional y a la discreción.
Esa es la disonancia, ese es el
desequilibrio mental. Los medios están haciendo girar al
mundo cada vez más rápido, mucho más de un
giga de kbps de velocidad; nuestra historia se acelera, el devenir
ya va de regreso. Come sin parar la nota, el artículo, la
editorial, el reportaje, sin detenerse a comprender la metáfora,
deglutiéndola, fagocitando basura, sin tiempo para la saludable
masticación del alimento informativo. Por eso, cuando surgió
el libro La muerte del filósofo de Vicente Herrasti,
parecía que hablaba del momento histórico de la no
reflexión; novela cuyo protagonista es el lenguaje, tiene
un título que hace pensar en la tesis de la profesión
noticiosa actual. ¿Quién puede filosofar con tanto
ruido? Sólo aquel que se aparte de los medios de comunicación.
Y no se vale.
La defiendo por ser una noble ciencia
a la que le endilgan hijos que no son suyos. Su nombre lo dice,
son medios ¡medios! No fines. La gente quiere escuchar rock,
que lo escuche y que aproveche el medio. Si desea aprender sicología
barata, que prenda cualquiera de los canales de televisión
en horarios matutinos, que aproveche el medio. Si desea ver al personaje
de una telenovela en lugar de leerlo en un buen libro, que aproveche
el medio. Si desea conocer las ofertas del día, que lea un
periódico y que aproveche el medio. ¿Qué culpa
tienen los medios de ser transmisores de información, cultura,
educación y entretenimiento? ¿Son responsables de
la receta que dio el médico en una entrevista? ¿Se
le puede culpar al medio de mostrar la pobreza de una comunidad
como si fuera el responsable del hambre que sufre? Sería
irresponsable si no denuncia el cáncer social y el hambre
intelectual de los políticos populistas. El medio muestra
su madurez cuanto más denuncia, cuanto más conciencia
genera en la gente. Pero que no lo culpen si con el afán
de informar, se muestra como propagador de noticias que la gente
no desea escuchar.
Que quede claro, los medios han
pulverizado gobiernos, arrancado prestigios, satanizado santos.
Citizen Kane lo pone en evidencia, pero debemos tener claro
el imprescindible valor actual de contar con ellos. Sólo
hay que pedirles, exigirles congruencia con su profesión.
No les es lícito expresar como verdades las falacias, va
contra su ética, contra su juramento. Cientos de jóvenes
egresan de la carrera de comunicación pero ¿están
todos ello formados con los valores de la verdad? ¿Están
conscientes de la delicada labor del bisturí que tienen en
sus manos? ¡Esto es ya una carnicería! Los medios son
más sangrientos que Freddy Krueger, y están pasando
tijera para aliviar el corazón por las rodillas. Urge ponerse
a valorar con la ciencia, investigar, medir no sólo a las
audiencias, también al daño en las conciencias. Que
juren a Hipócrates, que juren por su vida, por su madre y
por su padre que no habrán de alimentar al pueblo con escándalos
amarillentos sin considerar antes las consecuencias. El mundo está
frenético, pongámosle un freno reflexivo, unas pausas
melódicas, un respiro a cada bocado, un análisis profundo
de cada nota, de cada aspecto social.
Obliguémoslos a cumplir con
el ordenamiento temático de las urgencias sociales, previendo
el futuro que deseamos como sociedad. Los medios están en
medio de la polémica mundial, y no son las leyes las controladoras,
sino los espacios culturales, las academias, el consejo de sabios
que no es el senado, sino los letrados, las ONGs. (Organizaciones
no gubernamentales), las universidades y colegios. ¿Acaso
un político va a ponerles fin? Lo descalificarían
los propios medios. ¿Serán entonces los jóvenes
ávidos de revoluciones sociales, hartos de falsedades? Los
descalificarían también. ¿Serán las
madres de familia, rectitud por excelencia? Las descalificarían
por santurronas. ¿Acaso las iglesias? Lo mismo. ¿Quién
queda? ¿A quiénes no pueden vencer con argumentos?
Ya lo dije: a los sabios, al grupo privilegiado de la sociedad que
comprende, que filosofa, que conoce el futuro de cada acción.
Aquellos que tienen en sus mentes el poder de predecir el caos que
se avecina con el hambre mundial, todo por la mentira de los medios,
vendedores de productos de belleza para las medusas o panaceas de
la salud corporal, los tintes, las barras de granola y los poderosos
sortilegios de un político hablador.
¿Cómo querer limpiar
las cloacas con agua sucia y carroña? ¿Cómo
dar de beber al sediento unas papas fritas? Los medios se deben
a la ética igual que un médico. Se deben a las pausas
reflexivas igual que los silencios a la música y los políticos
a su pueblo. Un buen comunicador debe sobrevivir a las más
duras pruebas de credibilidad, honestidad, respeto, tolerancia y
dignidad. Los planes de estudio de los comunicadores deberán
ser teñidos con profundas investigaciones sociales, análisis
críticos de los contenidos, hasta deberían pasar la
prueba del polígrafo, pasando por la jurisdicción
del lenguaje sin olvidar que su retórica persuasiva es capaz
de mutilar en la mesa de operaciones cual bisturí, destazando
al pueblo sin piedad. No podemos dejar pasar a los alumnos corruptos
desde los exámenes, pues ellos tendrán un arma muy
filosa en sus manos: la manipulación de las conciencias sociales
y la seguridad nacional.
La farándula que rodea a
los medios es otro peligro inminente, como si el médico se
juntara con borrachos y drogadictos, ávidos de operar al
paciente de su amigo. Tarde o temprano convencerán al galeno
para quitarle el escalpelo y cual carnicero atizar las reses del
matadero. Infinidad de artistas controlan a los medios de manera
profesional, al igual que los políticos; ¡cuidado!
El comunicador debe tener mucho cuidado y para ello le hacen falta
los espacios silenciosos de reflexión, de análisis
para comprender el enorme daño que pueden estar causando.
Volvamos al comunicador un filósofo, que aprenda a observar
que debajo de la piedra que ha de levantar puede estar un alacrán,
ponzoñoso, letal.
Han pasado años desde la
Guerra del Golfo y aun no se ha distinguido su causa formal, todavía
se manifiestan las dudas especulativas y todavía no para,
pues una guerra ocasionó otra. No podemos pedir que los volvamos
ermitaños desprendidos del mundo, pero si podemos exigirles
que no actúen como rebeldes inconscientes, sin mirar las
consecuencias de su frenética borrachera estruendosa, glamorosa;
y para evitar la cruda de la nota roja de la juerga de anoche, bebamos
otra, permanezcamos borrachos y ahoguemos, compadre, nuestras penas
en una noche más de copas, en una noche más de escándalos.
¿Cuándo estará sobria esta beoda sociedad noticiosa?
Les informo que será noticia cuando no la haya, cuando un
silencio sepulcral calle a los medios llenará las ocho columnas
de todos los diarios ¡Silencio, el mundo no gira!
De nada sirve que en Barcelona se
reúnan en un Forum, si los comunicadores no lo consideran
noticia. “Si no hace ruido no pasa” parece la consigna.
Ruido, ruido, ruido. ¡Y no se han dado cuenta que el ruido
es una causa para que el mensaje no llegue al receptor! Y al grito
de qué, quién, cómo, dónde, cuándo
y por qué se les ha olvidado el para qué.
El comunicador y el médico
debieran parecerse un poco más, considerar su objeto de estudio
como delicado, su campo laboral como respetable, en condiciones
higiénicas, pulcro. Los profesionistas no han optado todavía
por la mejor parte que puede tener un comunicador, ese ser honorable
y digno de confianza, guía, consejo y compromiso. Para ello
falta mucho, pues el dinero rápido es más
tentador. ¡Es que es una empresa, es un negocio! ¿Y
qué? ¿Qué acaso no existen negocios honorables?
¿No pueden ser los medios ecológicamente sustentables?
¿No se puede pensar como una industria no contaminante? No,
claro, es más fácil venderse al mejor postor y descalificar
así a una encomiable, laudatoria profesión del comunicador;
ellos pueden ser los ojos del ciego, pueden ser los oídos
del sordo, las manos del manco y la suerte de los infortunados,
pero prefieren ser los cómplices del asesino, las garras
del avaro, las balas de la guerra.
Son medios pero como todo medio
pueden no transmitir el mensaje como es, codificando y decodificando
mañosamente, haciendo que los sordos sean más sordos
y que además los vuelvan ciegos. ¡Qué daño
puede hacer un profesionista mal preparado! ¡Cuánto
duele un secreto cuando es contado! ¿Cómo acabar con
ese cáncer con un cuchillo oxidado?
Comunicadores del mundo ¡Uníos!
Por la dignificación de nuestra profesión, por la
hipocratización de nuestras convicciones, por el bien social,
por el mundo mejor, por la armonía melodiosa del ritmo mundial.
Hagamos el llamado antes que los cultos también caigan en
la confusión binaria del ruido sobre el mensaje. ¡Polígrafos
a todos los comunicadores! Rayos X para transparentar la profesión
y dignificarla.
Mtro.
José Luis García Barcala
Coordinador de Posgrados de la Escuela de Comunicación y Diseño
en la Universidad del Mayab,Yucatán,
México |