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Don Jackson
Contribuciones para Pensar en la Interacción Televisiva desde la Familia*
 

Por Luis Guadarrama
Número 40

Introducción
La Escuela de Palo Alto irrumpe en el campo de la comunicación como una gran arteria capaz de concebir los problemas de conducta desde una perspectiva sistémica. Es decir, esta corriente de pensamiento encaró uno de los principales paradigmas que dominaban tanto en la psicología como en la psiquiatría, en el sentido de que las dificultades observadas en una persona no podían sólo ser atribuidas a escala individual, sino que debían ser analizadas, evaluadas y –en su caso—rehabilitadas teniendo en cuenta a las demás personas con las que convivía o interactuaba el paciente. En menos palabras, se trataba de concebir al comportamiento como el resultado complejo y múltiple de las relaciones e interacciones con los demás.

Esta contribución, generaría importantes movimientos teóricos y metodológicos cuando se comenzó a pensar en los campos de la comunicación interpersonal, la proxemia y, en general, en el ámbito de los modelos comunicacionales lineales que sólo concebían: fuente-emisor-mensaje-canal-receptor y que se empleaban para estudiar fenómenos como el impacto de los medios de comunicación y más específicamente la influencia de las campañas mediáticas en las audiencias radiofónicas.

Las aportaciones de la Escuela de Palo Alto constituyen parte de las raíces de lo que hoy concebimos como el complejo fenómeno de la comunicación, en tanto que con esas contribuciones se logró poner de manifiesto la trascendencia de lo interaccional para analizar el comportamiento tanto individual como social. Desde mi punto de vista, precisamente lo interaccional constituye uno de los aspectos neurálgicos del fenómeno comunicativo y por ello me parece necesario hacer un somero recuento de algunos de los planteamientos de esta importante escuela del pensamiento comunicacional.

Desde el año 1995 he mantenido mi atención en el tema de la familia y su interacción con los medios de comunicación, aunque de manera particular he tratado de abundar en la interacción televisiva, debido a la fuerte omnipresencia que mantiene en la vida cotidiana de los sistemas familiares (Guadarrama, 1995, 1996, 1997, 1998a, 1998b, 1999, 2000ª, 2000b, , 2001c, 2001ª). Este artículo tiene tres propósitos: 1). Hacer una revisión de los conceptos centrales que aportó Don Jackson y que constituyeron las bases para comprender desde una óptica sistémica a las familias; 2). Describir los vínculos de esta contribución con el desarrollo conceptual que pocos años después generó la terapia familiar sistémica, particularmente los autores que conformaron el denominado grupo de Milán (Andolfí, 1985, Cusinato, 1992; Minuchin y Fishman, 1993; Minuchin, 1994, 1993; Campanini y Luppi, 1991; Steinglass,1993; Camedessus y cols., 1995) y, 3). Ofrecer algunas ideas acerca de los alcances y limitaciones que ofrece la perspectiva sistémica cuando se tratar de pensar en los sistemas familiares y su interacción con los medios de comunicación, aunque con énfasis en la pantalla chica.

Wienner y Bertalanffy, las bases
Cuando se hace referencia a la teoría de sistemas inmediatamente acude a nuestra memoria el famoso aporte del biólogo austrocanadiense Ludwing Von Bertalanffy, quien hacia finales de la década de los años 40 construyó lo que entonces se denominaría como “Teoría general de los sistemas”. Von Bertalanffy introdujo conceptos fundamentales como relación e interacción y definió sistema como un conjunto de elementos interactuantes entre sí, presuponiendo de esta manera la existencia de una interdependencia entre las partes y la posibilidad de un cambio, a través de la reversibilidad de la relación (Bertalanffy, 1976). El mismo autor aclaró que un sistema no es igual a la suma de sus partes y que ello ha de obligar al traslado de la atención hacia el todo, puesto que: “no sólo es necesario estudiar las partes y los procesos en estado de aislamiento, sino también resolver los problemas decisivos que se encuentran en la organización y en el orden que unifican esas partes y esos procesos, que resultan de la interacción dinámica de las partes y que hacen que la conducta de las partes sea muy diferente cuando se la estudia dentro del todo, de cuando se la estudia en estado de aislamiento” (Bertalanffy, 1976: 64).

Por su parte, Nobert Wienner, quien fundó la Cibernética en el año 1948, contribuyó con uno de los conceptos embrionarios que permitirían edificar lo que hoy conocemos de una manera más compleja como interacción. Wienner, quien estudiaba el tiro de los cañones antiaéreos, en realidad –como lo señala Yves Winkin—amplió el alcance del principio de retroacción o feedback en el que “las informaciones [circulares] sobre la acción en curso nutren a su vez al sistema, permitiéndole alcanzar su objetivo” (Winkin, 1984: 14).

Hasta aquí, se contaba con una visión que ya marcaba un quiebre de especial trascendencia pues el comportamiento de una persona podría variar dependiendo de la situación (sistema) en que se moviera o en se encontrara inscrita y, dicho comportamiento no tenía una naturaleza aleatoria sino que guardaba correspondencia [feedback o retroacciones] con respuestas de los demás que, a su vez, conformaban parte del sistema.

La Escuela de Palo Alto y la terapia familiar sistémica
A lo largo de las décadas cincuenta y sesenta, se fue constituyendo un importante grupo de investigadores precedentes de distintos campos del conocimiento (psiquiatría, antropología, sociología, psicología y lingüística) que darían cuerpo a lo que poco tiempo después se conocería como “La Escuela de Palo Alto”. Según lo señala María Dolores Cáceres, esta universidad invisible ya ha dado al estudio de los fenómenos sociales un total de tres generaciones (Cáceres, 2003)1. Ubicada en el famoso Mental Research Institute de Palo Alto, California puede decirse que dentro del marco de la terapia familiar sistémica la contribución de esta escuela se inscribe dentro del modelo estratégico. Se considera este modelo fue generado por Don Jackson, Paul Watzlawick, John Weakland y Jay Haley.

En términos generales, el planteamiento de esta perspectiva sistémica permitió entender cómo se puede diferenciar una familia <normal> de una <patológica>. El modelo puso énfasis en los niveles de flexibilidad que uno y otro tipo de familia desarrollan para adaptarse y responder a las dificultades cotidianas. En otras palabras, mientras los sistemas familiares <normales> emplean una amplia gama de conductas, los sistemas patológicos se muestran rígidos, bloqueados y carentes de alternativas.

Debido al interés central de este texto, abordaré algunos de los conceptos desarrollados por uno de los representantes emblemáticos de la Escuela de Palo Alto: Don Jackson: Pero de su trabajo sólo haré referencia a aquellos que me permitan rastrear la concepción de sistema familiar, a efecto de analizar las implicaciones que tiene para el estudio de las interacciones familiares de cara a los medios de comunicación.

La familia más allá de sus límites consanguíneos
El trabajo del psiquiatra y psicoanalista Don Jackson, me parece que aporta varios conceptos de especial relevancia para comprender mejor lo que constituye –incluso a la distancia de casi media centuria-- un sistema familiar. Uno de los primeros que convulsiona es el propio concepto de familia. Jackson propone que la familia puede desbordar a los parientes directos (padre, madre, hermanos, hermanas), es decir, que puede incluir tanto a otros familiares (tíos, abuelos) como a otras personas. Y agrega un componente más de especial interés para la visión diacrónica de la familia, a los “otros-que-cuentan” o que incluso han contado en la vida de la persona en etapas como la infancia o la adolescencia, por ejemplo (Jackson, 1953).

En otras palabras, quien fuera psicoanalista y posteriormente un importante pensador sistémico, nos lleva a romper la idea de las estructuras familiares conyugales nucleares o de estricta vinculación sanguínea, para comenzar a pensar en aquellas personas que tienen relevancia dinámica e interaccional en el sistema familiar del que cada uno forma parte. Adicionalmente, nos hace girar la atención hacia las vivencias pretéritas que también pudieron haber conformado parte de nuestro esquema interaccional contemporáneo. A este respecto, Jackson advierte “La tendencia a vivir el presente desde el punto del vista del pasado es tan constante, firme e impresionante como los latidos del corazón” (Jackson, 1953: 234).

Quiero detenerme un momento en las ideas planteadas por el autor de referencia. A pesar de esta importante contribución para entender a los sistemas familiares más allá de los vínculos consanguíneos y de las estructuras convencionales, una buena cantidad de estudios en el campo de la comunicación, particularmente aquellos relacionados con temas como familia y televisión o familia y radio, han mantenido una visión convencional de la familia (Orozco, 19901, 1991, 1992, 1993; Barrios, 1992; Llano,1992; Segura, 1992; Covarrubias, et. al., 1994; Cornejo, 1992, 1994, 1995; Renero, 1992, 1995; Aguilar, et. al., 1995, Uribe, 1993; Guadarrama, 1997, 1998a, 1998b, 1999, 2000ª, 2000b, , 2001c, 2001ª ). Sin duda, hace falta emplear un concepto que corresponda con las nuevas condiciones de los sistemas familiares. Por ejemplo, desde estructuras en las que sólo está presenta la madre y los hijos, o en la que la presencia cotidiana e interaccional de una persona contratada para la realización de los quehaceres domésticos y el cuidado de los hijos, en realidad es parte integrante del sistema y por ende de la dinámica y las interacciones que se fraguan todos los días en la familia y algunos de sus integrantes.

Lo que sí creo que se ha logrado incorporar a las investigaciones que versan sobre familia y televisión o familia y radio, es la dimensión diacrónica, sobre todo en aquellos trabajos que han empleado la técnica de la historia de vida, para tratar de explorar cómo determinados integrantes de los sistemas familiares fueron incorporando gustos por ciertos géneros musicales o determinadas barras programáticas (Gómez, 1994, 1995)2.

Homeostasia familiar
Otro de los conceptos que aportó Jackson fue el de homeostasia familiar. Con relativa frecuencia he escuchado –sobre cuando se alude verbalmente al enfoque sistémico—un acepción bastante caricaturizada; suele referirse básicamente mediante un sinónimo: el equilibrio que tiende a buscar o que trata de recuperar todo sistema. Desde luego que Jackson hacía referencia a una idea un poco más compleja. Veamos. Este concepto emerge como resultado de la práctica que ejercitaba Jackson, en su calidad de terapeuta. Como el propio autor lo apunta, retoma “el termino homeostasia familiar sobre la base de los trabajos de Claude Bernard y Walter Cannon [y agrega]. En efecto, este término hace hincapié en la relativa constancia del medio interno, una constancia mantenida, en realidad, por todo un juego de fuerzas dinámicas” (Jackson, 1953: 232-233).

La homeostasis familiar permite poner de relieve precisamente las interacciones que ocurren entre el sistema familiar y el entorno. Cuando un elemento o información proveniente del entorno (es decir, de otro sistema) ingresa a la estructura y dinámica familiar, el sistema reacciona y trata de “recuperar” o de generar un nuevo esquema interaccional o nuevas formas de operación intra o extrasistémicas. Si en efecto el sistema sólo pretendiera “recobrar” su equilibrio, sería muy difícil pensar en las mutaciones o microexpansiones que de suyo presentan las familias paulatinamente y por ende a lo largo de su trayectoria.

Como el tema de Jackson era el campo terapéutico, hace alusión expresa al hecho de considerar qué cambios se pueden presentar en el sistema familiar de un paciente a partir de que él inicia su intervención como terapeuta. El planteamiento es de capital importancia porque ilustra con diversos ejemplos las distintas maneras en que puede reaccionar un sistema familiar, haciendo operar su cualidad homeostática. Estas formas de operación pueden ir desde una transformación interaccional que contribuya al logro de los objetivos que busca el terapeuta para contribuir a la salud del sistema, hasta las mutaciones interaccionales y dinámicas que pueden hacer accionar los demás integrantes del sistema para “defenderse” de las nuevas pautas que propone el terapeuta y que amenazan con romper ese equilibrio sui géneris en todo el sistema familiar. Desde luego, en ambos casos, opera el concepto de homeostasia familiar, desde un punto de vista de la teoría de la comunicación jacksoniana.

En tal sentido, el propio Jackson subrayaba lo siguiente: “ A veces se olvida que una razón por la que muchos de nosotros seguimos manifestando alteraciones neuróticas estriba en que nos las arreglamos para encontrar personas con las que integrarnos en un nivel neurótico” (Jackson, 1953: 234). Trasladando este planteamiento a los estudios de las interacciones sistémico-familiares con la televisión, podríamos decir que las escenas en las que vemos interaccionar a dos hermanos o hermanas sobre la base de conflictos recurrentes provocados por la posesión del telemando de la pantalla chica, constituye un ejemplo de la homeostasia familiar. Dicho concepto sería también aplicable si la misma escena tuviese como regla implícita el uso alternado del control remoto sin que mediara conflicto alguno.

Reglas en los sistemas
Finalmente, otro de los planteamientos de Jackson, consistió en entender que la familia es un sistema gobernado por reglas en el que sus miembros se comportan entre sí de modo organizado y repetitivo, constituyendo uno de los principios de la vida familiar. Sin embargo, debemos tener cuidado para evitar concebir la idea de que las reglas que operan en los sistemas familiares lo hacen de manera rígida. Aunque Jackson no desarrolló con detalle la tipología de las reglas familiares, Paul Watzlawick, planteó que dichas reglas de interacción o de relación pueden ser de tres tipos: 1) aquellas que se establecen abiertamente; 2) aquellas de las que no han hablado, pero en las que estarían de acuerdo si se refirieran y, 3) aquellas que un observador externo podría percibir, pero que probablemente negaría la pareja o alguno de los miembros restantes (citado por Cusinato, 1992).

Debemos recordar que Watzlawick estuvo interesado durante muchos años en las formas de interacción que se establecían en las familias con un integrante psicótico. Sin duda, ello permitió arrojar luz sobre las formas de interacción que se podían esperar --en contraste—en los llamados sistemas “normales”.

Hacia la terapia familiar sistémica [Grupo de Milán]
El gran legado de la Escuela de Palo Alto generó un amplio movimiento en el campo de la terapia familiar y produjo como resultado que varios psicoanalistas empezaran a elaborar nuevas categorías conceptuales en aras de buscar una forma de trabajo terapéutico, tomando como eje fundamental las relaciones del presente y no sólo el pasado y las vivencias individuales (Cf. Campanini y Luppi, 1991). A partir de entonces, han surgido y se han desarrollado distintos enfoques terapéuticos de la familia. Básicamente a partir de los años setenta, la terapia familiar sistémica se desarrolló vertiginosamente en Italia y en los Estados Unidos de Norteamérica. Actualmente se ha diversificado considerablemente y se puede encontrar un breve recuento de los principales enfoques en otro trabajo publicado con anterioridad (Ver Guadarrama, 220ª). Lo que interesa ahora es continuar con el desarrollo conceptual del enfoque sistémico acerca de la familia para luego plantear algunas reflexiones básicas acerca de la interacción mediática, aunque con énfasis en el tema de la televisión.

La familia, un sistema
De acuerdo con Mario Cusinato, un sistema se puede definir como cualquier entidad abstracta o concreta, constituida por partes interdependientes. Los organismos vivos se conceptúan como sistemas abiertos, debido a que intercambian material con el ambiente que les rodea. Así, el estado normal de un organismo vivo o sistema abierto no es el equilibrio. Debido a ello, dentro de la concepción sistémica se presta atención al comportamiento interactivo y a los procesos de autorregulación y transformación del sistema familiar como conjunto compuesto por individuos (Cusinato, 1992: 228-237).

La familia, vista desde el enfoque sistémico, es un sistema abierto; entidad dinámica que está en proceso de cambio continuo, lo mismo que sus contextos sociales, es decir, recibe y envía descargas desde el medio extrafamiliar o, si se quiere, recibe presión del exterior originada en los naturales requerimientos que le demanda el contexto socio-histórico para acomodarse a las instituciones sociales significativas que influyen sobre los miembros familiares. Al mismo tiempo, está sometida a presión interna provocada por la evolución de sus propios miembros y subsistemas. Por ello, este grupo relacional primario siempre ha sufrido cambios que guardan cierta correspondencia con las modificaciones que suceden en la sociedad a la que pertenece y de la cual forma parte. Sus funciones, en lo interno, son la protección psicosocial de sus miembros y, en lo externo, como lo marca Minuchin, “la acomodación a una cultura y a la transmisión de esa cultura” (Minuchin, 1994:78).

Esta unidad ha de ser vista como totalidad en tanto compuesta por formas de vida diferentes, donde cada parte cumple su papel, pero, como lo indican Minuchin y Fishman, “el todo constituye un organismo de múltiples individuos, que en sí mismos son una forma de vida” (Minuchin y Fishman, 1993:26).

Reglas familiares
La familia, al estructurarse, tiende a establecer reglas generales para regir la organización y el funcionamiento global, formando así una jerarquía con distintos niveles de autoridad en la que hay complementariedad de funciones e interdependencia entre los miembros, en particular entre los de un mismo nivel jerárquico, por ejemplo los cónyuges, los hermanos, los abuelos.

Por ello, este organismo familiar procede según reglas preexistentes pero eventualmente pueden suceder cambios que demandan transformaciones, debido a que las personas que conforman a la familia, en cada una de sus interacciones, solo manifiestan parte de sus repertorios comportamentales. Estas suelen ser múltiples y acaso insospechadas, pero emergen solo algunas debido a las características y condiciones que ofrece la estructura del contexto. Cuando los contextos sufren modificaciones, es decir, se amplían o surgen quiebres es factible que se presenten nuevas interacciones. Las personas se acomodan en forma de caleidoscopio para lograr la reciprocidad que posibilita las relaciones humanas. Por ejemplo, un cambio en la posición jerárquica en el seno de la familia produce un cambio en cada uno de sus miembros y en lo que se considera permitido en las interacciones entre ellos.

Sistemas de coacción y subsistemas
Las pautas transaccionales regulan la conducta de los miembros de la familia y son mantenidas por dos sistemas de coacción. El primero es genérico e implica las reglas que gobiernan la organización familiar. Por ejemplo, existe una jerarquía de poder en la que los padres y los hijos poseen niveles de autoridad diferentes. A este respecto, Jorge González señala que dentro de las familias “se conforman diferentes tipos de redes de distribución y ejercicio del poder” (González, 1993: 330). Y que éste ofrece una visión configuracional, primero, y luego, móvil de las relaciones ternarias del poder. Por ello, destaca González, “Una madre puede dominar ciertos tópicos o escenarios familiares; pero ante otras situaciones someterse a la “autoridad” o al dominio de otro miembro mejor colocado” (González, 1993: 330). También existe una complementariedad de las funciones, en la que el marido y la esposa aceptan la interdependencia y operan como un equipo, por disparejas que estén distribuidas las responsabilidades.

El segundo sistema de coacción es idiosincrático, e implica las expectativas mutuas de los diversos miembros de la familia. El origen de estas expectativas se encuentra sepultado por años de negociaciones explícitas e implícitas entre los miembros de la familia, relacionadas a menudo con los pequeños acontecimientos diarios. De este modo, el sistema se mantiene a sí mismo. Ofrece resistencias al cambio más allá de cierto nivel y conserva las pautas preferidas durante tanto tiempo como puede hacerlo.

Todo sistema posee subsistemas
El sistema familiar se diferencia y desempeña sus funciones a través de sus subsistemas. Los individuos son subsistemas en el interior de una familia. Las díadas como la de marido-mujer o madre-hijo (a), hermano(a)-hermano(a) pueden ser, respectiva y diferencialmente, subsistemas conyugal, parental o fraterno. Los subsistemas pueden formarse en arreglo a generación, sexo, interés o función. Cada individuo pertenece a diferentes subsistemas en los que posee diferentes niveles de poder y en los que aprende habilidades diferenciadas.

El subsistema conyugal
Se constituye cuando dos personas de sexo diferente se unen con la intención expresa de constituir una familia. Posee tareas o funciones específicas, vitales para el funcionamiento de la familia. Las principales cualidades requeridas para la implementación de sus tareas son, como se ha dicho, la complementariedad y la acomodación mutua.

Al inicio del matrimonio o de la unión, una joven pareja debe enfrentar un cierto número de tareas. Los esposos deben acomodarse mutuamente en un gran número de pequeñas rutinas. Debe existir una rutina para comer, para salir y regresar a trabajar, para ver televisión y elegir los programas, asear la casa, etcétera. En este proceso de mutua acomodación, la pareja desarrolla una serie de transacciones, formas en que cada esposo estimula y controla la conducta del otro y, a su vez, es influido por la secuencia de conducta anterior. Estas pautas transaccionales constituyen una trama invisible de demandas complementarias que regulan muchas situaciones de la familia, entre ellas, por supuesto, <ver televisión>.

El subsistema parental
Cuando nace el primer hijo se alcanza un nuevo nivel de formación familiar. En una familia intacta, el subsistema conyugal debe diferenciarse entonces para desempeñar las tareas de socializar al hijo sin renunciar al mutuo apoyo que caracteriza al subsistema conyugal. (Minuchin, 1994: 94)

El arribo de una hija(o) señala un cambio radical en la organización de la familia. Las funciones de los cónyuges deben diferenciase para enfrentar a los requerimientos de la niña (o), de atención y alimento y para encarar las restricciones así impuestas al tiempo de los padres. Por lo general, el compromiso físico y emocional con el hijo requiere un cambio en las pautas transaccionales de los cónyuges. A medida que los niños y niñas crecen, es posible que acepten las reglas. L@s niñ@s comunican necesidades con distintos grados de claridad, y realizan nuevos requerimientos a los padres.

Cuando l@s hij@s son pequeños, predominan las funciones de alimentación. El control y la orientación asumen una mayor importancia luego. En el transcurso de la adolescencia, los requerimientos planteados por los padres comienzan a entrar en conflicto con los requerimientos de los hijos para lograr una autonomía adecuada a su edad. La relación de la paternidad se convierte en un proceso de difícil acomodación mutua.

Es imposible que los padres protejan y guíen sin --al mismo tiempo-- controlar y restringir. Los niños no pueden crecer e individualizarse sin rechazar y atacar. El proceso de socialización es inevitablemente conflictivo. Pero el funcionamiento eficaz requiere que los padres y los hijos acepten el hecho de que el uso diferenciado de autoridad constituye un ingrediente necesario del subsistema parental.

Los niños se hacen adolescentes y luego adultos. Nuevos hermanos se unen a la familia, o los padres se convierten en abuelos. En diferentes periodos del desarrollo, se le requiere a la familia que se adapte y reestructure. Los cambios de la fuerza y productividad relativa de los miembros de la familia demandan acomodaciones continuas, al igual que el cambio general de la dependencia de los niños frente a sus padres que se convierte en dependencia de los padres en relación con los hijos.

El subsistema fraterno
Es el primer laboratorio social en el que los niños pueden experimentar relaciones con su iguales. En el marco de este contexto, los niños se apoyan, aíslan, descargan sus culpas y aprenden mutuamente. En el mundo fraterno, los niños aprenden a negociar, cooperar, competir.

En las familias amplias, el subsistema fraterno posee otras divisiones, ya que los hijos más pequeños, que se mueven aún en las áreas de seguridad, alimentación y guía en el seno de la familia, se diferencian de los niños mayores que realizan contactos y contratos con el mundo extrafamiliar. La significación del subsistema fraterno se observa con mayor claridad en caso de su ausencia. Los niños sin hermanos desarrollan pautas precoces de acomodación al mundo adulto, que pueden manifestarse en un desarrollo anticipado. Al mismo tiempo, pueden mostrar dificultades para el desarrollo de la autonomía y la capacidad de compartir, cooperar y competir con otros.

Los miembros de subsistemas o familias desligados pueden funcionar en forma autónoma, pero poseen desproporcionado sentido de independencia y presentan bajo sentido de lealtad, pertenencia y, por ende, pocas veces registran la necesidad de ayuda cuando la necesitan. (Minuchin, 1994).

Sistemas familiares e interacción mediática
Como se puede apreciar, varios años después de aquellas aportaciones de la Escuela de Palo Alto, seguía vigente el interés por la interacción pero desde el trabajo del grupo de Milán, empezaron a llamar la atención sobre las características intrasistémicas que presentan las familias así como la influencia del entorno o del exterior en el comportamiento de sus integrantes. Para el caso particular de la interacción con los medios de comunicación y sus contenidos, hoy podemos apreciar de manera más clara, y acaso con mayor velocidad y circularidad, cómo es que la presencia de una parte del entorno --a través de los medios de comunicación que cobran cada día más presencia en la vida de las personas-- ha acentuado distintas formas de relación e interacción entre cada uno de los subsistemas que conforman a las familias.

Hacia los años 60 y parte de los 70, cuando las familias empezaban a relacionarse e interaccionar con la oferta de pantalla catódica, la mayor parte de los sistemas familiares urbanos operaban reglas que marcaban la pauta de mirar la televisión en la sala de la casa y sobre la base de la elección que había hecho el padre o la madre. Desde luego, ello correspondía con el contexto socio-histórico de una estructura familiar basada en la decisión patriarcal; plenamente acorde con un proveedor económico; con la colocación del televisor en la sala, a fuerza de su tamaño y alto costo; con una oferta programática reducida (que iniciaba alrededor de las cuatro de la tarde) y que privilegiaba al televidente adulto sobre el resto de los subsistemas familiares.

A la distancia de más de cuatro décadas, las familias de los medios urbanos han reducido ostensiblemente su tamaño [bordean entre tres y cuatro integrantes]; el número de televisores media entre dos y tres aparatos; dado su abaratamiento y miniaturización los sistemas familiares han optado por ubicarlos en espacios más íntimos como las alcobas, lo que ha generado no sólo interacciones subsistémicas o individualizadas sino que las reglas para seleccionar los contenidos televisivos ahora escapan tanto a la decisión patriarcal como a la supervisión adulta; la oferta programática ha crecido a tales alturas que es frecuente observar pautas de interacción basadas en el zapping (Guadarrama, 1995) y por ende con una hipersegmentación del contenido televisivo que reduce y transforma la posibilidad de ver un programa a la vez. Adicionalmente, en aquellos sistemas familiares en los que se mantienen unidos ambos cónyuges y tienen empleo, usualmente los infantes y jóvenes pueden interaccionar con los contenidos mediáticos prácticamente a voluntad, con lo que la presencia del entorno publicitario ha logrado perfilar nuevos estilos y formas interaccionales entre adolescentes, jóvenes, cónyuges, padres e hij@s y madres e hij@s y, desde luego, a escala sistémica.

Hoy, los sistemas familiares están viviendo procesos de transformación más rápidos y la presencia e interacción con el entorno no implica tener que salir de los límites físicos de las casas de las familias. Literalmente, una buena parte del entorno se ha metido en los otrora espacios privados e íntimos de los sistemas. En correspondencia, se puede estar-en-casa- pero mantener fuertes ligas tanto con el entorno como con otras comunidades y con otros sistemas de vida.

A manera de cierre
Desde los años 50 hemos contado con una importante arteria para orientar la investigación en el campo de la comunicación. Actualmente me parece de capital importancia continuar la revisión cuidadosa de muchos de los conceptos que aportó la “universidad invisible” conformada por Birdwhistel, Jackson, Watzlawick, Goffman, Hall y otros más. Por ahora, en este breve documento, me he abocado a buscar algunos vínculos entre el trabajo conceptual de Don Jackson, los planteamientos centrales de la terapia familiar sistémica y su aplicación a la interacción familiar y la televisión.

Si bien sigo pensando que el enfoque sistémico puede ayudarnos a edificar un valioso marco teórico para entender de mejor manera lo que está sucediendo con el fenómeno interaccional tanto en la familia como de cara a los medios de comunicación, también considero que la concepción particular de familia que hasta ahora ofrece esta perspectiva se ha quedado atrapada en una visión conservadora, aún a pesar de la valiosa consideración del propio Jackson --al advertirnos que la familia puede trascender lo consanguíneo— pues se ha quedado impregnada de una visión en la que subyace lo heterosexual y concibe como parte consustancial de los sistemas el que se tengan o hayan concebido y criado hij@s propi@s.

Bien vale el esfuerzo por acometer una concepción más contemporánea de los sistemas familiares a los que hoy asistimos a través de nuevas formas de estructurar y fundar parejas, en tanto que ya comienzan a erigir nuevos sistemas familiares que, sobra decir, también interaccionan con los contenidos mediáticos.

El término angustia refiere múltiples connotaciones semánticas. Lo cierto es que la angustia, unas veces entendida como angustia vital, otras como angustia existencial o como angustia neurótica ha presidido un número casi inabarcable de obras


Notas:

*Este trabajo se desprende de un proyecto de investigación más amplio denominado Familias Mediáticas, mismo que ha sido financiado por la Universidad Autónoma del Estado de México [UAEM]. Asimismo, constituye parte del trabajo colectivo que se realiza en el Cuerpo Académico: Formas de Interacción y Mundos de Vida de la UAEM.
1 La primera generación estuvo representada por Gregory Bateson, Don Jackson, Ray Birdwhistell, Erving Goffman y Edward Hall. A lo largo de la década de los años sesenta, nacería la segunda generación, encabezada por Paul Watzlawick y Albert Scheflen.
2 Como lo ha señalado Héctor Gómez, dichas preferencias no sólo pueden mantenerse y pasar de una generación a otra, sino que la lógica de producción radiofónica y su condición empresarial, permite comprender la emergencia intergeneracional de otros gustos musicales (Gómez, 1994, 1995).


Referencias:

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Mtro.Luis Alfonso Guadarrama Rico
Profesor-investigador de la Facultad de Ciencias Políticas y Administración Pública de la Universidad Autónoma del Estado de México, México. Coordinador Ejecutivo de la Red Iberoamericana de Investigación en Familia y Medios de Comunicación [FAMECOM]