Por Marisa Avogadro
Número 40
Un secreto
especial
Venía la liebre corriendo
rapidísimo con un mensaje: el encuentro era esta tarde en
el campo, donde las jarillas abren paso a la tierra salina.
Todos escuchaban con mucha atención.
Los conejos blancos y grises llevaban canastas de zanahorias recién
cortadas. Un grupo de abejas que zumbaban aquí y allá,
traían vasijas perfumadas de miel de alfalfa. Las mariposas,
revoloteaban por el lugar dando color al paisaje. Cada animal venía
con sus manos llenas: galletas dulces, chocolates, caramelos, bizcochos.
Estaba todo preparado. Un mantel
impecable azul noche se estiraba en el marrón del piso. Un
ramo de rosas inundaba todo con aroma a paz. Las canastas, la comida
y nosotros escondidos tras los arbustos.
Eran las cinco de la tarde cuando
empezamos a escuchar las voces. Los chicos y las chicas que salían
de la escuela rural y atravesaban el campo como siempre en la tarde.
Llegó la hora de la sorpresa, corría la liebre diciéndonos
a todos. Y justo, a la altura del mantel, salimos cada uno de nosotros
del escondite en los árboles deseándoles a todos los
niños felicidades en su día.
Quedaron más que sorprendidos.
Los perros movían sus colas al compás de la música
de los jilgueros y zorzales. Las palomas acompañaban los
ritmos. Los sauces movían sus largas cabelleras y todo era
una fiesta.
Mas se haría de noche, así
que teníamos que terminar. Repartimos los dulces a los niños
y les dijimos que íbamos a pedirles algo: a partir de ahora,
entre ellos y nosotros, iba a haber un secreto especial, la fiesta
que los habitantes de la naturaleza le hacemos a los niños
en su día, en el campo.
Azabache
Negro nocturno. Azabache. Bravío.
Crines al viento y resoplidos. Lo miro a la distancia esbelto, trotando
por el campo abierto. Verdes y ocres se pierden entre aromas a lavanda,
tilos y recuerdos.
Negro nocturno, de noche. Cuando
sale a recorrer los pastizales a paso lento o al trote.
Azabache, azabache también
son sus ojos grandes, vivaces. Cada mirada es un gesto, una expresión
de amor, un movimiento.
Decidí acercármele
con terrones de azúcar, que comió rápidamente
y de nuevo sus ojos brillaron con un gracias dulce y salvaje, mezcla
de miel y menta.
Y volvió a correr al campo;
desafiando el viento. Habitante silencioso de nuestros suelos. Tras
él; cabalgan jinetes invisibles en caballos alados; los orígenes
de nuestras tierras. Los caciques vigilando, a campo traviesa.
Mgter.
Marisa Avogadro
Catedrática universitaria. Magister
en Comunicación y Educación |