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Por Alejandro
Ocampo
Número 41
Llegamos ya a la
recta final de este 2004. Ciertamente un momento decisivo que anticipará
el 2005. Elecciones, guerra, economía, conformación
de grupos de interés a nivel micro y macro, entre otras cuestiones,
es lo que nos espera en lo que queda de este 2004. Al tiempo.
En Razón y Palabra, con la
edición 41 practicamente cerramos el año 9 de estar
en línea y lo celebramos con la presentación de este
número completamente en portugués. El doctor André
Lemos, destacado investigador brasileño, coordina esta edición
que se dedica a explorar los impactos y trascendencia de las comunicaciones
móviles. Se trata de una colección de textos que extienden
la mirada a este fenómeno desde distintas perspectivas, que
van desde el comunicarse, hasta la creación artística
y hasta estética que ofrecen estas tecnologías.
En esta editorial, y como mensaje
de este bimestre, me gustaría traer a esta tribuna a un humanista
de dimensiones muy mayores. Malinterpretado, llevado a extremos
y cargado de una serie de significaciones de las que bien se podría
hacer un abanico en todas direcciones, sino, en algunos casos, mutuamente
excluyentes. Personajes, como al que me refiero, merecen nuevas
lecturas, merecen ser leídos con nuevos ojos y entenderlos
más allá de estigmatizarlos. Me refiero a Karl Marx.
Si bien la obra de Marx es extensa,
y en ocasiones un tanto radical y volcada definitivamente hacia
la economía, se ha olvidado –o tal vez querido olvidar-,
a un Marx humanista que pide a gritos que lo escuchen y cuya preocupación
central no es ni siquiera el obrero o el trabajador, sino la persona.
Más allá de “Proletarios del mundo, uníos”
o la tan llevada “La religión es el opio del pueblo”,
que ni siquiera es de Marx, sino de su amigo de juventud Bruno Bauer,
Marx esboza una antropología y una ética de verdad
interesantes. Baste una cita para ilustrarlo:
Nosotros partimos de un hecho
económico, actual.
El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce,
cuanto más crece su producción en potencia y en
volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto
más barata cuanto más mercancías produce.
La desvalorización del mundo humano crece en razón
directa de la valorización del mundo de las cosas.
El trabajo no sólo produce mercancías; se produce
también a sí mismo y al obrero como mercancía,
y justamente en la proporción en que produce mercancías
en general (Marx, Manuscritos económico-filosóficos,
p. 104. Ed. Alianza) [las negritas son mías].
El trabajo enajenado no sólo
vuelve al hombre indefenso, sino le quita la posibilidad de encontrarse
y realizarse a sí mismo. Tal vez la visión de Marx
de hace 150 años no es tan distante de la realidad actual,
particularmente en nuestra América Latina.
En fin, gracias a todos los que
participaron en esta edición y muchas gracias a ti, estimado
lector. Esperamos que encuentres interesante esta edición.
Un abrazo
Alejandro
Ocampo
Director de Razón y
Palabra. |