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Por Eduardo Vizer
Número 41
Las
ciencias sociales “nomotéticas” (las que buscan
regularidades y leyes estructurales en la economía, las instituciones
políticas y los procesos sociales), se debaten usualmente
entre dos paradigmas opuestos para abordar las determinaciones fundamentales
en los procesos sociales: la predominancia de las “estructuras”,
o bien las de los actores sociales (agentes económicos, políticos
o culturales). La vieja problemática intelectual planteada
en Alemania en las últimas décadas del siglo XIX sobre
la necesidad de comprender o explicar las acciones humanas, sigue
aún vigente1. Las estructuras
determinan “en última instancia” las conductas
de los hombres, pero éstos a su vez reconstruyen –consciente
o inconscientemente- a los contextos y las estructuras que sustentan
la urdimbre de sus vidas cotidianas así como a las estructuras
colectivas. El problema -tanto ontológico como epistemológico-
de los “dispositivos ideológicos”, sigue en plena
vigencia aunque en otros modalidades discursivas, hasta tanto no
se cuente con paradigmas teóricos que den cuenta del viejo
problema de las articulaciones entre estructura y acción
social, entre la explicación y la comprensión, y entre
las “determinaciones objetivas” y los procesos de construcción
de sentido y de valor intersubjetivo (o bien transubjetivamente,
en tanto procesos simbólico-culturales de naturaleza colectiva).
El paradigma comunicacional ha planteado
originalmente este problema en términos promisorios a partir
de las décadas sesenta y setenta, pero aún se ha mostrado
poco fructífero, posiblemente por cierto rechazo de los respectivos
mundos académicos. Pero a su vez los comunicólogos
(y sobre todo los comunicadores) no han sabido plantear la problemática
mas allá de las declaraciones altisonantes sobre la naturaleza
inter(o trans)disciplinaria de la comunicación. Y los Estudios
Culturales se han preocupado más en recoger las experiencias
etnológicas particulares que en abordar los problemas epistemológicos
de fondo que plantea una perspectiva comunicacional en la construcción
de las diferentes ciencias sociales. La denominación de ciencias
de la comunicación presenta una curiosa paradoja, al punto
de que la propia definición de la comunicación en
tanto disciplina científica aparece un tanto borrosa.
Una ciencia implica un conjunto
de conocimientos así como de procedimientos y prácticas
normalizadas y legitimadas por ciertos criterios de “verdad”,
así como por una comunidad de investigadores y un reconocimiento
social y cultural sobre su relevancia, autonomía y especificidad.
El conocimiento comunicológico aún se ubica en un
status borroso e incierto respecto a su propia madurez (y legitimidad).
Y esta opacidad aumenta a medida que su(s) objeto(s) de estudio
se aleja(n) de la “visibilidad fenomenológica”
de los medios de comunicación, o de los textos materiales.
Cuando la comunicación des-cubre las fronteras entre el mundo
objetivamente visible y el de los procesos simbólicos, los
de la formación de sentido y la propia subjetividad, la comunicación
se torna en un conocimiento más incierto, volátil
y alejado de los parámetros tradicionales del quehacer científico.
Pero es precisamente en ese territorio de procesos de “frontera”
entre el mundo objetivo y el de su resonancia simbólica e
imaginaria, donde la naturaleza del “objeto ontológico”
de la comunicación reconoce su identidad, y su presencia
como una ciencia sobre los procesos de formación de sentido,
tanto desde el nivel de la subjetividad personal como de la construcción
de los colectivos de la cultura.
Si eligiéramos una mirada
“informacional” de las ciencias de la comunicación,
podríamos definir la especificidad de su(s) objeto(s) de
estudio, como el abordaje de las regularidades y las regulaciones
de los procesos y los dispositivos que atañen a la (re)producción
de la vida social. Desde una perspectiva centrada en la comunicación
como construcción de sentido y de valor, diríamos
que la comunicación “instituye” a los dominios
y los universos de sentido que guían a los individuos en
los ámbitos de la cultura y la vida social. Como mapas de
un territorio imaginario, sirven de guía -y también
de construcción de certezas- para orientarse dentro de los
territorios de la vida social. Más aún, a partir de
los sobreentendidos y las experiencias sobre las que se construyen
los fundamentos de su propia vida, los sujetos construyen y “cultivan”
los valores, los contextos, las tramas y los relatos de sus “mundos
de la vida”. Aprenden a construir dispositivos de representación
de la realidad de sus entornos y de los recursos que usan y cultivan
cotidianamente.
Pero esta concepción “social”
o cultural de la comunicación se ha visto controvertida y
hasta cierto punto sutilmente descalificada como “ciencia
humanística”, por parte de los cultores de una visión
objetivamente tecnológica –ingenieril y aún
administrativa- sobre la comunicación en tanto dispositivo
cognitivo e informacional. Aclaremos, el problema que se plantea
no es sobre la concepción de la comunicación en tanto
“dispositivo”, ya que sería imposible su materialización
sin la existencia de “dispositivos socioculturales y lingüísticos”
preexistentes. La inquietud responde mas bien a la concepción
y al tipo de dispositivo en que se piense (simbólico, linguístico,
tecnológico o institucional) para diseñar y abordar
los procesos comunicativos.
La discusión se establece
con lo que podríamos definir como concepción estrictamente
informacional y/o cognitiva de la comunicación. Una concepción
de la comunicación en tanto “sistema cerrado”,
reducido a “artefacto” para la formalización
de datos, del registro y la transmisión eficiente de paquetes
de información entre diferentes agentes sociales o bien tecnológicos.
Evidentemente, ésta información y sus respectivos
dispositivos inscriptos en cualquier sistema u organización,
conforman la infraestructura de base que sostiene a las tecnologías
modernas, a la producción económica, los sistemas
financieros, las administraciones burocráticas, las instituciones
de planeamiento y los mecanismos de creciente control social. Y
no debemos olvidar que las políticas de planificación
estatales de la segunda posguerra se asentaron en una fé
ingenua sobre la racionalidad económica y social implícita
en los programas y planes de desarrollo. Durante un par de décadas
su legitimidad académica aumentaba en la medida en que se
lograban acumular datos e informaciones objetivas, precisas y eficientes:
sobre recursos, demandas, necesidades, ciclos económicos,
proyecciones de consumo y tendencias del mercado. La econometría
representó en este sentido una cierta concepción idealizada
sobre la racionalidad de las proyecciones de la ciencia económica.
Mientras la econometría formaliza y “encierra”
al proceso económico en el dominio de los procesos previsibles,
la economía política por otro lado reintroduce los
contextos sociales reales marcados por la complejidad estructural,
la política, el juego de los intereses sectoriales y el interjuego
de los agentes internos y externos al “sistema”.
Nuestra observación crítica
se establece por un lado en la proposición de que la naturalización
del proceso económico es inseparable de una visión
“informacional”, y que esto reduce la materia de “lo”
social a ecuaciones sobre una naturaleza económica formal
(como por ej. la naturalización y universalización
del principio de la competencia en el mercado y entre los agentes
sociales, la noción del homo economicus, o de la toma de
decisiones de acuerdo a meros criterios apriorísticos sobre
una racionalidad abstracta y una única motivación
valedera para los individuos: el interés personal). La naturalización
de una estructura productiva -económica, institucional, política
o cultural- tiene al menos dos “lecturas”: por un lado
supone la existencia objetiva de una lógica interna de construcción
que ha mostrado ser consistente y autoreproductiva (podríamos
decir en sentido darwinista que ha logrado sobrevivir y evolucionar
con éxito). De ahí la posibilidad de hacer estudios
objetivos y explicativos sobre sus procesos regulares, como variables
cuanticualitativas, registrables como unidades de información
sobre el sistema en cuestión.
Por otro lado, es posible realizar
otro tipo de lectura. Podríamos hablar de una lectura interpretativa
o crítica. En primer lugar, poniendo en cuestión el
recorte del objeto de estudio, como un “sistema” cerrado
y autoreproductivo, extrayendo del análisis los factores
históricos, los contextos sociales, simbólicos e imaginarios
dentro de los cuales el “sistema” se generó,
definiendo sus fronteras y particularidades (podríamos mencionar
como ejemplos teóricos epistemológicamente opuestos,
a los análisis marxistas en relación a la Teoría
General de Sistemas, a la Teoría de los juegos, o la sociología
empírica).
Todas las proposiciones sobre la
Sociedad de la Información, o la Sociedad del Conocimiento,
llevan implícitas una visión marcada por los paradigmas
de la información, y la racionalidad funcional o instrumental
que guiaría el funcionamiento eficiente de las instituciones
y las estructuras sociales, en un mundo que nos permitiría
ocuparnos de la belleza creativa del conocimiento sin preocupaciones
por “los errores y la subjetividad en las decisiones de los
hombres” (las máquinas inteligentes nos librarían
de la arbitrariedad humana en la toma de decisiones, ya que las
alternativas que surgieran podrían plantearse a través
de algoritmos matemáticos o aleatorios como los que propone
la teoría de los juegos). Con ironía dramática,
podríamos parafrasear a Marx cuando menciona la posibilidad
de pasar históricamente de la era de la administración
sobre los hombres a la administración sobre las cosas. Los
peligros de una sociedad de la información con controles
centralizados estriban precisamente en pasar a una era de administración
de los hombres por las cosas (centrales robotizadas de inteligencia,
al estilo de G. Orwell, en su novela “1984”)2.
Mas allá del triunfalismo
tecnologicista, deberíamos preguntarnos: 1) ¿Desde
que posicionamiento podemos realizar un análisis crítico
sobre las implicancias de muchas proposiciones y argumentos sobre
la noción de sociedad de la información (o mal llamada
“de la comunicación”)? Existe una poco percibida
liviandad epistemológica y una bastante difusa y precaria
construcción de conceptos y modelos teóricos sobre
la propia naturaleza y las implicancias profundas de un modo (mediático,
light, ideológicamente “neutro”) de concebir
la sociedad, los modelos económicos, las políticas
y los procesos de administración pública, así
como las inciertas e inevitables consecuencias sobre las instituciones,
la política y la cultura. 2) ¿Desde donde hacer lo
propio con respecto a una concepción implícitamente
informacional de la “era de la comunicación”?
La “sociedad de la información” es una mera categoría
descriptiva de las transformaciones que se observan en el mundo
del trabajo y de las relaciones económicas, o pretende ser
–como la noción de sociedad del conocimiento- un modelo
de sociedad en el sentido de lo que los futurólogos de los
años setenta y ochenta denominaban “futuribles o futurables”
(o sea proyecciones sobre escenarios posibles o deseables de una
sociedad futura)? 3) ¿Cómo entendemos la diferencia
entre las nociones de información y la de comunicación?
Diferencia “ontológica o bien epistemológica”
(o en ambos sentidos)? ¿Pueden ambos términos considerarse
visiones antagónicas sobre un mismo campo ontológico
de procesos de construcción de sentido, o bien correspondientes
a ámbitos socioculturales y cognitivos totalmente separados
entre sí? ¿Puede llegar a constituirse una concepción
complementaria –pero no reduccionista- entre ambas (del tipo
de infraestructura informacional vs. superestructura comunicacional,
como dos formas diferenciadas de construcción simbólica,
lógica, funcional y representacional en la formación
del sentido y de los valores en la sociedad?
Podemos adherir en este punto de
nuestra argumentación, a la proposición que realiza
Piaget (1966/1972) sobre los procesos de formación de sentido.
Este investigador propone una cuádruple categorización
para abordar una concepción genética sobre la construcción
de sentido por medio de cuatro diferentes dimensiones constitutivas:
funcional, simbólica, lógica y representacional. Desde
esta concepción sobre la naturaleza del sentido, podría
pensarse la diferencia –expresiva y cognitiva?- entre información
y comunicación, en términos del grado en que predomina
una o varias de estas dimensiones de acuerdo a contextos, a dispositivos
específicos y a funciones diferenciadas. Pensar en términos
de información conlleva implícitamente una determinación
lógica, precisa y funcional de una operación controlada.
Un “paquete” de datos y signos a ser codificados, registrados,
almacenados, reproducidos y transmitidos fielmente.
En otros términos, un sistema
cerrado, un (auto)referente en sí mismo, que para ser “abierto”
precisa de un dispositivo receptor y decodificador y de procedimientos
instrumentales (como las computadoras). Podemos brindar como ejemplo
a la metáfora clásica de la “caja negra”.
El científico desconoce la naturaleza interna de un proceso
o un fenómeno, aplica entonces en forma metódica una
serie de “estímulos” para observar las “respuestas
o efectos” de sus operaciones sobre la misteriosa caja. Generalmente,
lo único que consigue es ciertos datos a los que ordena como
información, o bien como un “modelo” sobre las
operaciones o el funcionamiento interno dentro de la caja (ya sea
un sistema físico, químico, psíquico o socioeconómico).
Para el ser humano, los datos precisan
de un proceso de interpretación. Interpretación que
procesa y reconstruye las relaciones entre las unidades de datos
para ser organizados y “construidos” en forma de información,
de textos, de argumentos, de ideas, etc. O sea, desde la perspectiva
cognoscitiva, los datos -como unidades de información-, para
ser relevantes en tanto información, -o sea, para ser reconocibles-,
deben ser transformados en unidades interpretativas (podemos agregar:
para que los datos o los hechos de una “realidad fáctica”
se transformen en información, inevitablemente precisan de
un interpretante, un procesador de símbolos y representaciones
que construyen sentido sobre una realidad determinada).
Desde la lógica, la unidad
de información adquiere sentido y valor en una relación
sujeto-objeto, mientras que la comunicación construye sentido
en la relación sujeto-sujeto, sea ésta presencial
o mediada a través de un soporte (observar una imagen, un
texto, una escultura, remite siempre a un sujeto y al desciframiento
de un sentido oculto y una intención). La característica
del mundo social consiste precisamente en la búsqueda permanente
de sentido y de valor –de lo significante y de lo significativo-.
Habitamos nuestros realidades como estrategas del sentido, construyendo
dispositivos de búsqueda y desciframiento del mundo que nos
rodea. Hacemos esto cara a cara con nuestros congéneres en
la vida cotidiana, y también cuando nos comunicamos a través
de cualquier medio, artefacto o soporte técnico de información,
ya sea digital o analógico (teléfono, e-mail, etc.).
En la comunicación, los conceptos de sentido y de valor serían
así efectos –expresivos?- construidos en una relación
definida por interpretantes. Si lo miramos desde la perspectiva
de la información, predomina el objeto, el funcionamiento
eficaz y eficiente de un dispositivo que debe ser operativo y funcional
a las necesidades de representación de ese objeto o realidad
original –datos sobre un hecho, o una situación, etc.-.
La información solo requiere de un observador, un interpretante
de datos, formas, objetos, y de un dispositivo que les dé
forma y estructura para generar sentido y valor. La racionalidad
tecnológica se fundamenta en reglas y procedimientos, ya
que debe ser instrumental y funcional al logro de fines. Cuando
estos fines se logran, se produce un registro interno de los procedimientos
en la memoria (como in-formación del sistema), el que se
refuerza con el logro de los fines, generando así un proceso
circular de regulaciones y estructuración de relaciones de
funcionamiento (como dispositivos de autoorganización). El
valor dominante es el logro de los fines, y el sentido predominante
es el de la funcionalidad de los dispositivos y los procedimientos
empleados. Esto es común tanto a los individuos como a los
grupos y se ha internalizado –y universalizado- como modelo
de paradigma organizacional en la sociedad y la cultura occidental
a partir de la Revolución Industrial. Lo que no sabemos es
si las promesas de la sociedad de la información profundizarán
o humanizarán esta tendencia.
Se hace evidente la diferencia profunda
entre la constitución de los procesos de la información
en tanto ecuaciones algorítmicas y su procesamiento a través
de dispositivos funcionales, y la comunicación en tanto proceso
expresivo, simbólico, y representacional, sujeto tanto a
transformaciones lógicas y epistemológicas, como a
las emociones de la socialidad humana. Al mismo tiempo, la comunicación
humana es posible porque la cultura, y miles de generaciones sucesivas,
han hecho posible la construcción de dispositivos culturales
exitosos (como el lenguaje, la escritura y las imágenes),
dispositivos que los humanos usamos y ”procesamos” para
comunicarnos. Desde la infancia aprendemos a construir, a reproducir
y a utilizar artefactos y dispositivos corporales, orales, visuales,
mentales o formales para establecer relaciones y vínculos
sociales (o sea para comunicarnos). Un dispositivo es una estructura
dinámica que se refuerza a través de la acción
(o sea, con el “uso” que se le dá). Los resultados
–y efectos observables- de nuestras acciones –corporales
y/o semióticas- nos ayudan a usar, evaluar y reconstruir
los dispositivos que usamos en los entornos de la vida cotidiana.
A este proceso de relaciones dinámicas y (re)productivas
con el entorno –ya sea físico, social o simbólico-
lo denomino cultivo social.
Nos sirve este abordaje “comunicacional”
de los procesos de construcción de sentido en las relaciones
humanas para echar luz sobre la noción de estructura como
información –o bien información como estructura-
? Cómo operan las relaciones entre las determinaciones de
la estructura (económica, política, social o cultural)
sobre o dentro de los procesos de construcción de sentido
y de valor en la vida social? Hace un par de décadas atrás
se hubiera planteado (erróneamente) en los siguientes términos:
“como opera la macro dentro o sobre lo micro” (y viceversa),
o bien: como determina la estructura a la acción social?
El concepto de ideología se constituyó en tema de
argumentaciones y discusiones más que en proposiciones efectivas,
y finalmente en algo así como un comodín teórico,
o un disparador de investigaciones no muy fructíferas. La
propia oposición entre ciencia e ideología no ha resistido
los embates del relativismo y las proposiciones de los ambiguamente
denominados nuevos paradigmas.
Considero que los paradigmas comunicacionales
pueden ayudar a construir un aporte relevante, siempre y cuando
no se los entienda solamente como dispositivo lingüístico,
o como discurso. Además del lenguaje, los seres humanos se
comunican por medio de gestos, por acciones (concientes o no, intencionales
o no), por reconocimiento o interpretación de contextos sociales,
institucionales, cognitivos, representacionales y conductales de
todo tipo. Sin “sobreentendidos” la vida social normal
sería imposible. Y el sobreentendido puede ser una función
lógica que no implica forzosamente un proceso consciente.
Puede estar en una mera forma cultural preestablecida hace generaciones,
e internalizada a través de los procesos de socialización.
Cuando un analista institucional dice que “la institución
habla”, o que existe una “cultura institucional no escrita”
que los miembros reconocen y entienden, se está refiriendo
a esta noción de comunicación (institucional). La
comunicación se establece en tres registros simultáneos:
por una mediación física o material (sonidos, imágenes,
etc.); por un registro simbólico (signos y significados de
diferentes lenguajes, o acciones sociales “codificadas”
y reconocibles); o bien por medio de “registros imaginarios”
que proyectan y articulan los universos de sentido colectivos de
una cultura con los del individuo.
Desde esta perspectiva amplia (¿y
antropológica?) de los procesos de comunicación, se
los puede concebir como procesos a la vez conductales, semióticos,
simbólicos e imaginarios, como la acción de cultivar
un entorno. Como reconocimiento de la acción condicionada
sobre los contextos sociales y sus “recursos”.
Las hipótesis y proposiciones sobre las relaciones entre
el individuo y las estructuras sociales, se pueden enriquecer y
plantear como un fructífero campo de investigación.
Una generación atrás, este “campo problemático”
hubiera sido llamado el de la praxis.
Desde la perspectiva de una lógica
de formación del valor, la diferencia entre información
y comunicación se hace evidentemente mayor: no es posible
concebir la noción de valor sino como una relación
objetal, en la que el “valor” es proyectado y depositado
en un objeto (material, simbólico o informacional). Y es
siempre determinado por sujetos (ya sean éstos económicos,
sociales o religiosos; individuos, instituciones o clases sociales).
Desde una lectura económica-informacional –y tecnológica-,
podríamos argumentar que el “valor de uso” de
una mercancía se halla determinado no por la demanda (su
“valor de cambio”?) sino por la cantidad y calidad de
la información-trabajo incorporados en su elaboración.
O sea: un valor construido estructural e históricamente por
el trabajo de transformación de los recursos y del entorno
ambiental de una sociedad y una cultura.
En cambio el “valor”
de la comunicación se constituye como función de la
relación y el intercambio entre sujetos (ya sea que estén
interactuando o no, o que se produzca como efecto de una recepción-consumo).
Se puede manifestar, por ej., en el valor que atribuímos
a una obra de arte producida hace muchas generaciones atrás,
o en las inferencias que hace un arqueólogo al descubrir
yacimientos con objetos sobre los cuales desconoce su uso o su significación
simbólica (o sea los valores de uso y los valores simbólicos
atribuidos por una cultura desaparecida).
El valor de la comunicación
es una doble proyección entre sujetos, mediada por textos,
imágenes, construcciones materiales, artefactos o meramente
miradas. Mientras para los procesos informacionales el valor y el
sentido funcional de un signo es fundamental, para un proceso comunicacional,
el sentido y el valor es casi siempre ambiguo e indeterminado, simbólico
e imaginario al mismo tiempo. El dispositivo (y las reglas) de la
comunicación pasan a segundo plano, dejando en primer plano
al proceso, a la acción, a los contenidos –de una conversación
por ej.- entendidos no como contenidos referenciales y objetivos,
sino como expresiones personales o interpersonales de los sujetos
en tanto actores sociales en situación. La comunicación
se constituye en tanto praxis simbólica e imaginaria entre
actores-observadores sociales que construyen sentidos y valores
a través de su praxis (ya sea mediada o no).
En los imaginarios cultivados por
los medios masivos de comunicación los términos información
y comunicación (en especial cuando se los asocia a “sociedad
de la”) cobran una naturaleza idealizada, una proyección
de valores y de modelos sociales a los que se promueven –consciente
o inconscientemente- y se las asocia a visiones sobre la modernización
como proceso y tendencia permanente al que se debería alimentar
con políticas, proyectos y actitudes positivas (y muchas
veces futuristas). Mas aún, dentro de las presiones por “estar
al día”, los sistemas educativos asumen y realimentan
estos discursos en la práctica educacional para “preparar
a los jóvenes para el mundo del mañana”. Y los
jóvenes ingresan a las instituciones de educación
superior exigiendo que se les enseñen “conocimientos
útiles” para un mundo profesional y competitivo. La
idea y los valores que pensamos sobre la comunicación pasan
a ser una idea considerada utópica, o bien un mero instrumento
más a ser repensado como una herramienta para tener éxito
profesional, capacidad para las “relaciones humanas”,
habilidades de venta, o para “triunfar en la vida”.
La noción de sociedad de
la información remite en principio a una visión “productivista”
y económica de la sociedad: transformaciones en las relaciones
de producción (posterciarias, cuaternarias), en las formas
de trabajo “white collar intellectual”, tecnología
moderna y eficiencia, insumos y producción relacionadas con
valores mas “abstractos” que concretos (como determinar
el valor de una “mercancía informacional”?, como
medir la cantidad de tiempo y de trabajo inserto en él?).
La noción de sociedad de la información implica una
redefinición de la posición estructural de y entre
diferentes sectores de la producción (sectores, grupos, clases
sociales), etc.
Una primera duda se impone: en que
momento de la historia (presente) se definen las características
propias de una sociedad de la información?. Acaso no toda
forma o modo de producción histórica, incorporaba
implícitamente –o se basaba- en conocimientos y técnicas
que incluían dispositivos informativos? (acaso toda técnica
no implica una forma de saberes y de información incorporadas
a la misma?). Acaso -desde una perspectiva antropológica-
la tradición cultural no es una combinatoria entre técnicas-información
que aseguran la reproducción de los recursos y las condiciones
materiales de supervivencia de una comunidad, y paralelamente, un
complejo de prácticas culturales y simbólico-comunicacionales
que reproducen los universos de sentido y de valor que constituyen
las instituciones, los vínculos y todo lo que hace a la construcción
de las identidades sociales?
Una cuestión epistemológica
fundamental se hace evidente cuando pensamos en proposiciones sobre
la sociedad de la información o la sociedad del conocimiento:
estamos hablando de procesos y relaciones socioeconómicas
“objetivas”, o bien estamos navegando en una ola de
discursos sociales y mediáticos sobre las transformaciones
que tienen lugar en el mundo de la producción? En otras palabras:
no estaremos hablando realmente sobre dos cosas –o realidades-
diferentes? Sobre dos temas que se construyen socialmente sobre
territorios diferentes, confundidos en el maremagnum de discursos
mediáticos? En este caso, nuestro punto de partida apunta
hacia la formación de discursos, de significados y de valores.
O sea, estamos en el reino de la comunicación, en el reino
de la búsqueda de sentido. Al mismo tiempo, se impone la
necesidad perentoria de promover también la investigación
sobre las modificaciones estructurales que se producen a pasos agigantados
en el mundo del trabajo, de los sistemas y las relaciones de producción
regionales, sectoriales y transnacionales con métodos y técnicas
naturalistas. Cuando I. Wallerstein propone la revisión epistemológica
de los conceptos y la redefinición de las fronteras entre
las ciencias sociales delimitadas en los siglos XIX y XX, al mismo
tiempo propone complejizar y enriquecer objetivamente el estudio
de los sistemas socioeconómicos e históricos a nivel
mundial. Sus unidades de análisis se expanden hacia lo que
denomina economía-mundo y sistema-mundo. Se mantienen (o
se abren aún más) las puertas que conducen a estudios
combinados (naturalistas, interpretativos y críticos) sobre
la naturaleza profunda y compleja de los procesos de transformación
en que se debate el mundo actual.
De todos modos, las ciencias de la comunicación participan
desde diferentes niveles de análisis, del proceso de construcción
de conocimiento sobre las transformaciones del mundo actual (como
mapas y cartografías diferentes, al decir de Barbero). Tener
varios mapas de un territorio puede llegar a generar confusión,
pero ciertamente disminuye las probabilidades de que nos perdamos
en el camino, considerando que nuestro único mapa pudiera
ser erróneo. Así, a más mapas, más información,
o sea, más elementos para considerar en nuestras decisiones
de llegar a buen puerto. No hay un solo método válido,
como no hay ningún mapa perfecto (isomórfico al territorio
que pretende representar), a menos que un fanático piense
que el suyo es el único mapa “verdadero”.
En la aún corta historia
de las ciencias (digamos a partir de mediados del siglo XVII), las
ciencias de la información y las de la comunicación
(así como la biotecnología), son las que representan
–tal vez mas fielmente- ciertas características fundamentales
de las transformaciones sociales y culturales que tuvieron lugar
en el siglo XX. Objetivamente, podemos mencionar el desarrollo de
las tecnologías y las industrias culturales masivas, pero
también podemos incluir el universo simbólico abierto
por las concepciones teóricas planteadas en los denominados
nuevos paradigmas de pensamiento. Podemos decir que por primera
vez en la historia de las ciencias, posiblemente se cierre un ciclo
de diferentes etapas fundacionales en el des-cubrimiento de territorios
–ontológicos, objetales- de realidad: del objeto material
de las ciencias físicas y naturales al objeto-institución
y sociedad de las ciencias sociales en la segunda mitad del siglo
XVIII y el XIX. Del objeto psíquico de la psicología
y el psicoanálisis del siglo XIX, hasta el objeto sentido,
o los objetos virtuales de los tecnodispositivos informacionales
y comunicacionales actuales.
Los objetos se han ido “virtualizando”:
procesos de formación de sentido, dispositivos de información
y de comunicación, pero también dispositivos mentales,
además de los artefactos corporales conectados a áreas
asociadas a funciones mentales del cerebro; realidades virtuales
procesadas por computadora, etc. Así como los “territorios
de la realidad” se han ido multiplicando, tecnologizando y
complejizando, nuestros mapas mentales exigen una creatividad creciente.
También se deben desarrollar y respetar ciertas normas de
“control de calidad” sobre nuestras proposiciones, y
las hipótesis de investigación. Por último,
es necesario desarrollar métodos que permitan triangular
entre sí nuestras modelizaciones teóricas. En otras
palabras, contrastar nuestras estrategias de mapeo, con los territorios
reales que estamos efectivamente habitando.
Culturas tecnológicas
y culturas de la comunicación
El siglo XX marca
una nueva etapa en la historia de la ciencia y la tecnología
y sus implicancias sociales. Es sobre todo esa última la
que brinda los recursos instrumentales para la transformación
del entorno y los ambientes naturales reconstruidos por la sociedad
como ámbitos sociales, como cultura y como mercado. La consecuencia
de la revolución tecnológica consistió en posibilitar
la producción ilimitada de la oferta de bienes, a tal punto
que por primera vez en la historia, la escasez deja de ser un problema
técnico y de falta de recursos. Las limitaciones son sólo
de naturaleza socioeconómica y sujetas a la demanda de los
mercados, y la demanda de los mercados es a su vez dependiente de
los ingresos de la gente. En este sentido, las consecuencias realmente
transformadoras para la sociedad no ha sido tanto la posibilidad
de creación ilimitada de oferta –condición técnica-,
sino la aceleración exponencial en la creación de
nuevos mercados consumidores y sus consecuencias económicas,
sociales y culturales, y por ende condicionantes del surgimiento
de nuevas formas de la subjetividad.
Los inventos del cine, la radio
y la televisión también son una consecuencia ejemplar
del mismo proceso de desarrollo del mercado (la mayoría de
los inventores trabajaban con los ojos puestos en él), y
tuvieron como consecuencia principal la aparición de nuevas
organizaciones de producción y reproducción de productos
culturales para la transformación de un mercado de consumo
simbólico -mercado potencial en un comienzo- hasta transformarse
en un mercado de consumidores real y global. La producción
específica de la industria cultural y de los medios de comunicación,
se manifiesta en los productos para el consumo cultural, pero la
consecuencia fundamental de la expansión de los medios fue
la creación de nuevos públicos masivos en la primera
mitad del siglo XX. La reproducción técnica ilimitada
de los sonidos y las imágenes por parte del cine, luego de
la radio y la televisión -como se ha dicho muchas veces-,
ha sido responsable de las tranformaciones en la percepción
y en los procesos de representación de la realidad, y de
los ejes del espacio y del tiempo. Esto se hizo posible por medio
de las tecnologías que transformaron el modo de registrar
y recrear realidades en ficciones y ficciones en realidades.
Realidades captadas y registradas en cámaras, grabadoras,
procesadoras y reproductoras. En una nueva etapa (las dos últimas
décadas del siglo XX), el “producto ségnico”
material, elaborado y procesado por la industria cultural (películas,
videos, libros, etc.), es crecientemente digitalizado y difundido
a todo el mundo merced a las nuevas tecnologías informáticas
y en red. Este proceso se ha expandido hasta el punto de que no
hay lugar en la tierra –ni el espacio-, donde no sea posible
realizar estas “transformaciones” entre ficción
y realidad. El gran tema para los investigadores de la comunicación
social, fue por decenios el problema de los “efectos”
y la mediatización social. Se quiso –se quiere- conocer
que efectos producen los medios y hasta donde inciden en la cultura,
la sociedad y los diferentes públicos. Hubo muchas investigaciones
y muchos datos pero no hay acuerdo definitivo sobre los efectos
a corto o largo plazo.
Con la 1ª “revolución”
de la comunicación, podemos hablar de una transformación
perceptual, de un cambio cualitativo en las relaciones entre realidad
y fantasía, ambas mediadas por la tecnología, y vislumbradas
casi mesiánicamente por Mc Luhan. Pero recién en las
últimas tres décadas del siglo XX, con el desarrollo
explosivo de la 2ª. revolución –la de las “Nuevas”
tecnologías de la información y la comunicación”-
se han dado las condiciones para un proceso que por primera vez
en la historia, toma un carácter exclusivamente tecnológico
e instrumental (la “razón instrumental”). Representa
la apertura de un campo de conocimiento que efectivamente podemos
considerar como un nuevo dominio ontológico para la sociedad,
la cultura y las transformaciones de la subjetividad. Un dominio
ontológico que atraviesa todos los órdenes de la sociedad
(por esta razón hablo de “Cultura Tecnológica”
en mi tesis doctoral del año 1982). Ya no se trata solamente
de nuevas formas de recepción y de consumo cultural, ahora
nos hallamos ante nuevas “fuerzas productivas” de producción
simbólica (producción e intercambio de información,
y construcción de conocimientos). Se produce una gran autonomía
de decisión y la capacidad de crear canales, redes y estructuras
globales capaces de operar sobre realidades locales en tiempo real
(sin necesidad de perder un tiempo precioso para la difusión
de la información). Los que tienen acceso a las TIC´s
y los medios y recursos necesarios, pueden transformarse en actores
estratégicos de nuevos procesos de producción, y lograr
el acceso a mercados mundiales; o bien pueden transformarse en nuevos
actores con un grado creciente de capacidad de expresión,
y de generación de "comunidades virtuales". A diferencia
de la revolución industrial, no precisan ser los propietarios
de sus medios de producción, les basta con tener acceso
a ellos y competencia para su empleo. De ahí la gran importancia
que reciben los temas del acceso a las tecnologías de información
y comunicación. Sin las TIC´s no se hubieran dado las
condiciones básicas para la concepción de una “Nueva
Economía” (a pesar de su reciente crisis), ni hubiera
sido posible la nueva revolución biotecnológica (de
los dos equipos que trabajan en el proyecto del Genoma humano, uno
surge por la apuesta al uso masivo de los procesadores para adelantar
el proyecto; y la clonación tampoco sería una posibilidad
sin los nuevos conglomerados científico-tecnológicos).
Podemos decir que la revolución tecnológica (y sus
expresiones culturales) atraviesan aceleradamente ya no sólo
a la mayoría de los órdenes de la vida social, sino
a la propia naturaleza física. Para quienes tienen acceso
a las TIC´s y a los productos tecnológicos de avanzada,
las limitaciones del tiempo y el espacio físico disminuyen
rápidamente. La transmisión instantánea de
información y datos reemplazan el tiempo y el espacio físico
por el tecnológico, así como la misma realidad puede
ser “clonada” por tecnologías de realidad virtual.
Y la aparatología que se “engancha” a las redes
de TIC´s permite gradualmente tomar decisiones que inciden
en forma precisa, directa e instantánea en acciones concretas
que se hacen producir a miles de kilómetros de distancia
(como las cirugías realizadas por control remoto a miles
de kilómetros de distancia). Una conclusión evidente
del cambio cualitativo que se ha desencadenado es que las fantasías
–y aún las peores locuras de las mentes mas enfermas-
pueden ahora transformarse en realidad por decisiones tomadas en
cualquier lugar del mundo: ya sean los bombardeos dirigidos por
satélite, las nuevas formas de terrorismo criminal sin límite,
el terrorismo informático (que no es virtual sino “real”),
o las inquietantes consecuencias que surgen del uso generalizado
e indiscriminado de los bancos de datos y la información
privada sobre las personas.
Estos desafíos de la complejidad
creciente de las relaciones entre el desarrollo científico
y tecnológico y sus implicancias sociales, económicas,
políticas y culturales, nos llevan a concluir que desde la
perspectiva de la investigación científica en ciencias
sociales, se convalida la necesidad y la validez de la coexistencia
y la cooperación entre el método científico
naturalista con la de los métodos interpretativo y el crítico
dentro de un mismo campo de problemas de investigación: la
economía política, la sociología o la semiótica,
las industrias culturales o la comunicación organizacional.
Pueden coexistir el cognitivismo y la hermenéutica en la
comunicación; las teorías económicas, políticas
o semióticas sobre la sociedad de la información,
y el análisis de los procesos de formación de sentido
y de valor (simbólico, ideológico, imaginario, etc.).
Por último, es importante
mantener abiertas las discusiones sobre los riesgos de naturalizar
y racionalizar las relaciones sociales, sustentadas en una visión
individualista e instrumental de la sociedad de la información,.
Hace falta marcar las diferencias con una sociedad de la comunicación
concebida como una sociedad abierta, integrada y diversa, construida
entre sujetos y colectividades interpretantes, creativas pero también
solidarias.
Es evidente que se profundiza una
característica esencial de las sociedades modernas atravesadas
y sustentadas por una tecnología omnipresente en todos los
órdenes de la vida y la cultura (y señalada críticamente
hace ya medio siglo atrás por Adorno, Horkheimer y luego
Habermas). Esto es, el predominio de la racionalidad tecnológica
que rige las reglas de construcción y funcionamiento de los
dispositivos de organización sociotécnica, y que tiende
a hegemonizar los dominios de la cultura, las instituciones sociales
y la propia subjetividad. Sin embargo la racionalidad científica
moderna no ha logrado eliminar los “misterios” en éstos
cinco siglos que han pasado desde la Edad Media. La necesidad de
la fé y la búsqueda de lo sagrado (a las que la razón
ha sustituído por la búsqueda de la interpretación
y el “sentido” de lo que no conocemos) parece sobrevivir
a lo largo de los siglos y a todos los cambios impuestos por la
modernidad. Para Sfez (1995), “lo sagrado es en parte el secreto
que se revela sólo progresivamente (y nunca del todo) por
el uso intensivo del comentario y del comentario del comentario
y de historias que recuerdan una historia que recuerda una historia...”
Es la búsqueda del sentido oculto, la hermenéutica
de los textos, y la interpretación de la interpretación
(infinita) que busca develar el sentido. Claramente, estamos hablando
de comunicación en su sentido mas profundo, y contrapuesto
a las versiones instrumentales y light de una comunicación
ingenuamente “transparente” y obvia. Para resumir: el
poder de las nuevas tecnologías y la búsqueda de medios
sofisticados para controlar -o al menos condicionar- aspectos de
la cultura, las creencias y los imaginarios de la gente, nos obliga
a desconfiar de la figura de los sujetos del poder. A combatir pero
no a temer a las tecnologías del terror, a precavernos del
surgimiento de nuevos Leviatanes, aunque éstos se presenten
con un discurso protector y paternalista. Esta vez deberemos pensar
en nuevos contratos sociales, desde abajo y a escala mundial.
Notas:
1
M. Augè (1992) nos recuerda que “La etnología
se preocupó durante mucho tiempo por recortar en el mundo
espacios significantes, sociedades identificadas con culturas concebidas
en sí mismas como totalidades plenas: universos de sentido
en cuyo interior los individuos y los grupos que no son más
que su expresión, se definen con respecto a los mismos criterios,
a los mismos valores y a los mismos procedimientos de interpretación”.
“De estos universos, en gran medida ficticios, se podría
decir que son esencialmente universos de reconocimiento. Lo propio
de los universos simbólicos es constituir para los hombres
que los han recibido como herencia, un medio de reconocimiento más
que de conocimiento: universo cerrado donde todo constituye signo,
conjuntos de códigos que algunos saben utilizar y cuya clave
poseen, pero cuya existencia todos admiten, totalidades parcialmente
ficticias pero efectivas, cosmologías que podrían
pensarse para hacer las delicias de los etnólogos”.
(Augé M., Los “no-lugares”. Espacios del anonimato.
Una antropología de la sobremodernidad. Gedisa, Barcelona
1992.)
2 Es interesante observar que
la expansión (globalización-mundialización)
de los medios masivos de comunicación, presenta una modalidad
más “extensiva” que transformadora a nivel de
las redes mundiales. Esto significa que sus reglas fundamentales
de funcionamiento obedecen –a pesar de la transnacionalización
y la centralización económica- todavía a lógicas
de comienzos del siglo XX, correspondientes a la época de
la aparición de la radio y la televisión. Sin embargo
las Tecnologías de Información y Comunicación
(TIC’s), y básicamente Internet, generan lógicas
de funcionamiento y de (des)organización técnica,
económica, social, cultural y perceptiva totalmente diferentes
a las de los medios tradicionales. Plantean una transformación
cualitativa que trasciende la mera tecnología, generando
la posibilidad de nuevas formas de mediatización y recreación
de lazos y redes de asociatividad. Podemos decir que mientras los
espacios y los tiempos en los medios masivos son determinados por
su propio funcionamiento y la competencia entre los mismos, en el
caso de las TIC’s, son los propios actores sociales los que
definen y deciden sobre los tiempos, los espacios (físicos
y simbólicos) y los contenidos que generan. Si esto se comprueba
efectivamente, podríamos llegar a una curiosa conclusión:
el sistema de los medios masivos -aún mundializado- responde
a lógicas estructurales de funcionamiento de tipo informacionalmente
restringido, y no a las lógicas y los valores de la comunicación
(tal como entiendo a ambos términos en el presente trabajo).
Evidentemente, las industrias culturales masivas y tradicionales
–en el sentido que le atribuyó Adorno (1988)- responderían
estructuralmente a la misma lógica fundamentalmente económica,
lo que no sería el caso de las creaciones culturales y estéticas
populares y las surgidas de los actuales artistas y “militantes
ciberespaciales” de las TIC’s.
Referencias:
Horkheimer M. & Adorno Th.,
Dialéctica del Iluminismo. Sudamericana, Bs. As., 1988
Piaget J., Psicología de la inteligencia. Ed. Psique, Buenos
Aires. 1966
--------, La formación
del Símbolo en el niño. FCE, México 1972.
Sfez L., Crítica de la comunicación. Amorrortu, Bs.
As, 1995.
Wallerstein I., Impensar las ciencias sociales. Límites de
los paradigmas decimonónicos. Siglo XXI, México 1998.
Dr.
Eduardo Vizer
Profesor Titular de la Carrera de C. de la Comunicación, Universidad
de Buenos Aires. Coordinador de Epistemología y Teoría
del Conocimiento: Maestría en Estudios Sociales y Culturales,
Univ. Nacional de La Pampa.. Miembro Internacional
Board of Editors de Psychline (Chicago)
y Cyberlegenda (Univ. Fiuminense, R.
de Janeiro). Argentina |