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Por Octavio Islas
Número 41
La ciencia se
encuentra actualmente en una crisis de principios. La racionalidad
de la crisis determina su amplitud. No es un fenómeno local
y episódico, que se presente en una o varias ciencias con
caracteres independientes.
Eduardo Nicol
Crisis de las ciencias
de la comunicación y el periodismo
Las crisis epistemológicas
representan fenómenos recurrentes en el devenir histórico
de cualquier ciencia. En ocasiones, las crisis inclusive pueden
contribuir a la gestación y desarrollo de nuevos esquemas
explicativos, estimulando además la evolución de los
esquemas existentes, conduciéndoles a los límites
históricos de sus posibilidades interpretativas. Las llamadas
“ciencias de la comunicación”, hoy enfrentan
una aguda e inquietante crisis epistemológica, la cual muchos
académicos e investigadores no desean siquiera reconocer.
El formidable desarrollo que han alcanzado las avanzadas tecnologías
de información y comunicaciones, particularmente en los años
recientes, parece haber desbordado las posibilidades explicativas
de muchos de los esquemas interpretativos que ayer todavía
nos proporcionaban relativa confianza en la evolución teórica
de nuestra disciplina. Para resolver favorablemente algunos de los
dilemas que nos ha impuesto la formidable evolución de las
avanzadas tecnologías de información y comunicaciones,
los investigadores de las ciencias de la comunicación debemos
emprender la rigurosa, sistemática y profunda revisión
crítica de muchas de las “certezas teóricas”
en las cuales hemos permanecido cómodamente instalados. La
renovación conceptual de cualquier ciencia únicamente
es posible a partir del recurso de la crítica. Si renunciamos
al recurso de la crítica, las crisis que hoy enfrentamos
en el campo de las ciencias de la comunicación, inevitablemente
se agudizarán. La revisión crítica de cada
una de nuestras “certezas” interpretativas deberá
convertirse en práctica permanente. Sólo así
podremos evitar las tentaciones del dogmatismo. Toda forma de dogmatismo
representa una categórica renuncia a la evolución
misma del conocimiento.
En América Latina, durante
varias décadas, no pocos académicos e investigadores
de la comunicación restaron importancia al estudio de las
nuevas tecnologías de información y comunicaciones,
por considerarles asunto periférico y de menor jerarquía
conceptual en la investigación de las ciencias de la comunicación.
En la década de 1970, un extenso grupo de académicos
e investigadores de la comunicación, contagiados por el radicalismo
althusseriano1, sostenía
que los “aparatos ideológicos de difusión”
estaban subordinados a propósitos de dominación de
las clases hegemónicas del imperialismo. Tales interpretaciones
ideológicas aún eran recurrentes a principios de la
década de 1990. En el año de 1992, por ejemplo, el
destacado investigador mexicano Jesús Galindo Cáceres,
sostenía:
Los aparatos de difusión
de masas convierten la ideología de la clase dominante
en la principal ideología dominante del conjunto social.
Los medios de comunicación producen, transmiten e inculcan
colectivamente las diversas ideologías dominantes y sus
subconjuntos ideológicos, que requieren las distintas clases
y fracciones de clases, nacionales y extranjeras, para consolidar
a partir de sus respectivos mecanismos y proyectos de fetichización
de la realidad, sus múltiples programas de acumulación
de capital. Se trata de producir la armonía social que
requiere la dinámica de conservación de la formación
capitalista, según sea el grado de consolidación
en que se efectúa dicha operación (…) Los
medios masivos de comunicación se han convertido en poco
tiempo en las principales puntas de la hegemonía de las
clases en el poder. Como aparatos ideológicos tienden a
constituir dos áreas de influencia básicas, la del
poder civil vía la publicidad y el consumo, y la del poder
político vía la propaganda y la idea de la unidad
y el orden sociales. Las instituciones de los medios son cada
día más complejas, más poderosas, más
sofisticadas, se enrolan en las relaciones del poder económico,
civil y el poder político, adquiriendo su propio status
en tanto adquieren fuerza corporativa. Los aparatos ideológicos
anteriores a los medios se enriquecieron con su potencialidad,
y a la vez surgieron otros con su aparición. Los medios
son instrumentos del poder, y a la vez son ellos mismos una forma
más de poder, de un nuevo y formidable poder (Galindo.
1992: 104-105).
Sólo un reducido número
de académicos e investigadores de las ciencias de la comunicación,
principalmente aquellos dedicados al estudio de la comunicación
educativa, entonces había comprendido la necesidad de estudiar
y utilizar las avanzadas tecnologías de información
y comunicaciones, apartándose de posiciones ideológicas.
Tan afortunado “pragmatismo” les permitió desarrollar
exitosos programas de “educación a distancia”,
cuando la mayor parte de las investigaciones en el campo de la comunicación
que se producían en América Latina se distinguía
por su elevado nivel de teoricidad2.
Sobre los excesos e inercias del “teoricismo ideológico”,
el destacado investigador mexicano, Enrique Sánchez Ruiz
(1994: 35), puntualmente señaló:
Se tomaron ciertos dogmas y ciertas
verdades absolutas que impedían hacer la investigación
concreta. A los investigadores latinoamericanos en los años
sesenta y setenta se les olvidaban operar con rigor las teorías,
las metodologías y las técnicas de investigación.
Entonces elaboraban un discurso muy acabado, a veces con un respaldo
factual, pero no dejaba de ser discurso.
Destacados académicos e investigadores
de la comunicación organizacional, como el doctor Carlos
Fernández Collado, por ejemplo, también infirieron
la trascendencia que admitiría en el desarrollo de las teorías
de la comunicación, un libro publicado en el año de
1964: Understanding media: The extensions of man (La comprensión
de los medios como extensiones del hombre). Su autor, Marshall McLuhan,
hasta la fecha sigue siendo objeto de apasionados cuestionamientos.
Una de las primeras descalificaciones corrió a cargo del
célebre intelectual mexicano Carlos Monsiváis (1988:
364), quien en el libro Días de Guardar, cuya primera
edición fue publicada en diciembre de 1970, incluyó
el ensayo “México a través de McLuhan”.
En el referido ensayo, Monsiváis señala:
Marshall McLuhan. Síntesis
tan breve como falsa como inevitable como rudimentaria: Marshall
McLuhan, profesor y pensador canadiense. Sus teorías, acerbamente
originales, sospechosamente aplicables a cuanto cabe entre cielo
y tierra, se han difundido a través de un medio para él
obsoleto: la imprenta. Sus libros básicos: (The Mechanical
Bride, The Gutenberg Galaxy, Understanding Media, The Médium
is the Message, War and Peace in the Global Village, Verbo Voco
Visual Explorations) lo han situado bajo la peligrosa luz cotidiana
de los mass media. Profeta de la era electrónica, se ha
visto homologado con Einstein, descendido a farsante, ascendido
a genio, rebajado a simulador.
Enseguida un amplio número
de académicos e investigadores de las ciencias de la comunicación,
en América Latina, fermentaron un sensible menosprecio hacia
el pensamiento de McLuhan, quien sencillamente fue estigmatizado
como “gringo y funcionalista”, aún cuando McLuhan
en realidad nació en Canadá. La mayoría de
los detractores de McLuhan además ignoraban la contribución
teórica del visionario canadiense al desarrollo de una de
las más importantes escuelas de comunicación: la “Media
Ecology” (Ecología de los Medios)3.
De acuerdo con el destacado investigador español Miquel de
Moragas, catedrático de la Universidad Autónoma de
Barcelona (1997: 28):
El interés preferente por
los aspectos ideológicos de los discursos sociales impidió
a muchos analistas comprender la validez de las principales intuiciones
de McLuhan respecto de los cambios en los usos de los medios,
o respecto de las distintas relaciones culturales que pueden establecerse
entre los medios y sus receptores.
Los medios de comunicación
efectivamente admiten ser considerados prolongaciones del hombre
–como toda tecnología-, y las avanzadas tecnologías
de información y comunicaciones representan complejas “remediaciones”
de anteriores medios o dispositivos. Hoy las avanzadas tecnologías
de información y comunicaciones son capaces de transformar
nuestra percepción del tiempo y el espacio, imponiendo además
nuevas prácticas de entretenimiento para el tiempo libre
y el consumo cultural de las sociedades. En la actualidad un gran
número de nuestras comunicaciones ordinarias las realizamos
a través de interfases inteligentes, las cuales desplazamos
con nosotros a cualquier parte. Avanzados dispositivos multimedia,
portátiles, permiten integrar el teléfono celular,
la cámara digital, la grabadora de voz, el reproductor de
MP3 y navegar en Internet. Cada nueva tecnología de información
va transformando la forma cómo creamos y cómo nos
comunicamos (Johnson: 1997).
A comienzos de la década
de 1990, destacados investigadores de la comunicación, como
el doctor Guillermo Orozco Gómez (1992: 116), advertían
la gravedad de la crisis que ya enfrentaban los estudios sobre comunicación:
La deficiencia congénita
de los estudios sobre comunicación se traduce actualmente
en el hecho de que los académicos de la comunicación,
estamos a punto de ser completamente irrelevantes para la sociedad
en general y en particular para la formación de nuevos
comunicadores. Los mercados laborales están fuera de nuestro
control; no logramos que los empleadores acepten nuestros productos;
los comunicadores recién egresados no tienen una identidad
o en todo caso tienen una identidad 6difusa ante sí mismos
como profesionistas de la comunicación. Hemos improvisado
a los docentes a que la expansión galopante, desarticulada
y caprichosa de facultades de comunicación en suelo latinoamericano.
Hemos dirigido la investigación a problemáticas
o de moda o derivadas de intereses personalistas, desvinculando
la producción de conocimiento de la formación de
nuevos profesionistas. Y seguimos aferrados a sostenes disciplinarios
que cada vez nos oscurecen más la salida.
Ya avanzada la década de
1990, y a pesar del formidable desarrollo que había alcanzado
Internet en el mundo, en América Latina, no pocos académicos
e investigadores de la comunicación todavía se negaban
a reconocer a Internet como medio de comunicación. En
La tercera ola, Alvin Toffler (1981: 170) afirmó que
el medio de comunicación distintivo de la “tercera
ola”, no sería un medio masivo:
Lo que, en la superficie, parece
ser un conjunto de acontecimientos carentes de relación
entre sí, resulta ser una ola de cambios estrechamente
interrelacionados que barren el horizonte de los medios de comunicación,
desde los periódicos y la radio, en un extremo, hasta las
revistas y la televisión, en el otro. Los medios de comunicación
de masas se hallan sometidos a intenso ataque. Nuevos y desmasificadotes
medios de comunicación están proliferando, desafiando
–y a veces, incluso reemplazando- a los medios de comunicación
de masas que ocuparon una posición tan dominante en todas
las sociedades de la segunda ola. La tercera ola inicia así
una Ola verdaderamente nueva, la era de los medios de comunicación
desmasificados. Una nueva infosfera está emergiendo a lo
largo de la nueva tecnosfera. Y esto ejercerá un impacto
más trascendental sobre la esfera más importante
de todas, la que se alberga en el interior de nuestros cráneos.
Pues, tomados en su conjunto estos cambios revolucionan nuestra
imagen del mundo y nuestra capacidad para entenderlo.
Con mucha anticipación al
sociólogo Manuel Castells, Toffler anticipó algunas
de las principales características de la sociedad de la información,
como el desarrollo de entornos inteligentes, el teletrabajo, el
advenimiento de las comunidades virtuales, la e-democracia, el hogar
electrónico. Desafortunadamente en América Latina
Toffler siguió una suerte similar a McLuhan, pues también
fue calificado como pragmático y simplista, y sus obras fueron
consideradas “best sellers”, de pobre “rigor académico”.
De acuerdo con el doctor José Carlos Lozano (1995:15), destacado
investigador del Tecnológico de Monterrey, Campus Monterrey,
director de la Cátedra de Comunicación e Información,
en América Latina las ciencias de la comunicación
se habían convertido en una "profesión en peligro”:
En la década de los ochenta
y a principios de los noventa, las teorías de la comunicación
en México y América Latina han experimentado una
renovación saludable y necesaria. Importantes investigadores
de la comunicación han criticado la sobreideologización
de los enfoques teóricos, la escasa producción técnica
de los autores en los diferentes métodos cuantitativos
y cualitativos de investigación, y el divorcio inadecuado
entre los estudiosos de la comunicación y los profesionales
de la misma.
Mientras los comunicólogos
emprendíamos extenuantes discusiones bizantinas, para determinar
si Internet admitía ser considerado como medio de comunicación,
la Red prolongaba notablemente sus posibilidades comunicativas,
extendiendo la amplitud de la irreversible convergencia tecnológica
en la cual hoy estamos inmersos, la cual ha contribuido a desmoronar
muchas de las fronteras que anteriormente prevalecían entre
las telecomunicaciones, los medios de difusión masiva, la
realidad virtual, la electrónica de consumo doméstico,
la robótica, la informática, la ingeniería
genética y la biotecnología.
El formidable desarrollo que ha
alcanzado Internet provocó algunos reacomodos en la academia
latinoamericana de comunicación. No pocos académicos
e investigadores que ayer afirmaban su compromiso ideológico
con el radicalismo althusseriano, se traicionaron a sí mismos
para intentar figurar como expertos en temas de cibercultura y en
el estudio de la Sociedad de la Información. Sin embargo,
también es justo reconocer que algunos destacados investigadores
de la comunicación, como el belga Armand Mattelart y el mexicano
Javier Esteinou Madrid, con admirable congruencia efectivamente
han sostenido las mismas tesis que venían afirmando desde
la década de 1970.
En los años recientes, empresas
e instituciones de todo tipo y tamaño, han realizado considerables
inversiones para establecer su infraestructura de comunicaciones
digitales, la cual, de acuerdo con Bill Gates, representa el “sistema
nervioso digital de las organizaciones”, y así poder
enfrentar en condiciones más favorables la competencia mundial
que desplaza consigo la globalización de las economías
(Pavlik: 1998). La introducción de avanzados sistemas de
información y comunicaciones digitales en las organizaciones,
inevitablemente exhibió las graves deficiencias formativas
y la pobre capacidad de adaptación de muchos profesionales
de comunicación, egresados precisamente de nuestras universidades.
Acostumbrados al rutinario manejo de los medios de comunicación
analógicos y convencionales, no pocos de nuestros egresados
optaron por aceptar que toda decisión relativa al diseño,
desarrollo y administración de sistemas de información
en línea, y de acciones comunicativas a través de
avanzados dispositivos digitales, fuera delegada a ingenieros en
sistemas computacionales.
De esa forma quizá creían
poder evitar problemas innecesarios, y conservar sus empleos mientras
la “moda” de Internet paulatinamente se extinguía.
Evidentemente se equivocaron. La alta dirección de esas organizaciones
rápidamente advirtió cuan absurdo representaba contar
con los servicios de profesionales de la comunicación que
únicamente dominaban el “hemisferio analógico”
de los procesos comunicativos, y que sólo resultan capaces
de realizar su trabajo a través de los canales y medios de
comunicación convencionales. Las exigencias de la comunicación
institucional estratégica hoy son muy complejas. Las organizaciones
deben reparar en la importancia de su imagen institucional, relaciones
públicas, publicidad y promoción, comunicaciones internas,
imagen pública, cabildeo, mercadotecnia social, comunicación
en crisis, comunicación filantrópica, protección
de la información crítica, etc. Cada una de las referidas
modalidades de la comunicación institucional estratégica
hoy depende del eficiente soporte de las comunicaciones digitales.
Hoy la expresividad institucional
(Cees Van Riel, 2003) es compleja y eminentemente estratégica.
Los comunicadores estrictamente “analógicos”
resultan poco competitivos para las organizaciones. Quienes se desempeñan
como responsables de cualquier unidad de comunicación institucional
también deben dominar el “hemisferio digital”
de los procesos comunicativos, pues un considerable número
de acciones comunicativas institucionales suponen el inteligente
empleo de Internet, de sus múltiples herramientas de comunicaciones,
y en general, de avanzadas tecnologías de información
y comunicaciones multimedia.
En el ocaso del privilegio
informativo
El acceso a la información y la difusión de hechos
noticiosos ya no representan indisputables privilegios de periodistas,
profesionales de la información y medios de difusión
masiva. La apertura informativa que desplaza consigo el desarrollo
de Internet ha impuesto nuevas reglas en la competencia por la información.
A través de los llamados weblogs, por ejemplo, cibernautas
independientes han empezado a competir por la primicia de determinados
hechos noticiosos, susceptibles de atraer la atención mundial.
En el desarrollo de la invasión
de Irak, el desempeño informativo de algunos weblogers independientes,
indudablemente les permitió erigirse en obligada referencia
noticiosa para miles de cibernautas en el mundo. Las desafortunadas
prácticas de autocensura que observaron determinados medios
informativos estadounidenses, definitivamente resultaron propicias
para el llamado boom de los weblogers. A la instantaneidad
noticiosa y sofisticados recursos multimedia que desplegaron las
principales cadenas de televisión en el mundo, los weblogers
opusieron el recurso del “hiperrealismo testimonial”
en la cobertura mediática de la invasión de Irak.
La contribución de los weblogers al desarrollo de
la industria de la información representa un importante precedente
que de ninguna manera puede ser ignorado. En lo sucesivo, la competencia
por la información será más abierta, y de ninguna
manera estará restringida a la participación de periodistas,
profesionales de la información y medios de difusión
masiva.
A pesar de las nuevas condiciones
de competencia informativa que impone el tránsito a la llamada
Sociedad de la Información y el Conocimiento, de ninguna
manera será posible prescindir de los servicios que prestan
periodistas profesionales, aún cuando miles de cibernautas
independientes relatarán determinados hechos noticiosos.
El periodista es el historiador de lo cotidiano, y como atinadamente
afirma el destacado escritor mexicano Carlos Fuentes: “es
factor indispensable para que los hombres y las mujeres, bien informados,
actúen política, social y personalmente para mejorar
su entorno” (Fuentes, 2003).
El tránsito a la Sociedad
de la Información y el Conocimiento, efectivamente impone
nuevas exigencias formativas a los profesionales del periodismo
y la información. En la academia es imperativo reconocer
la necesidad de formar un nuevo tipo de profesionales de la información:
los periodistas multimedia, quienes habrán de realizar sus
labores informativas empleando las más avanzadas tecnologías
de información y comunicaciones. A diferencia de quienes
afirman que Internet terminará por extinguir al periodista
profesional, es posible confiar en que el periodista multimedia
se perfilará como el profesional de la información
en las “Sociedades de la Información y el Conocimiento”.
A pesar de la sostenida expansión
que es posible advertir en la práctica del periodismo digital
en Iberoamérica, la formación de comunicólogos
y periodistas digitales representa una más de las asignaturas
pendientes que enfrenta la atribulada academia de comunicación.
En el escenario aúlico pronto tendremos que encontrar respuestas
efectivamente satisfactorias para contribuir a formar a los periodistas
multimedia que hoy ya está demandando el desarrollo de la
llamada Sociedad de la Información y el Conocimiento. En
nuestra profesión ya es posible advertir la presencia de
sensibles “brechas profesionales”, las cuales agudizan
las crisis epistemológicas que perturban hasta la definición
misma de nuestra disciplina. La expansión del periodismo
digital se perfila como un proceso que definitivamente admite ser
reconocido como irreversible. Mientras tanto, indiferentes a ese
hecho, en la academia seguimos insistiendo en la necesidad de formar
periodistas fundamentalmente “analógicos”. Tal
omisión además viene acompañada de una costosa
factura en materia de oportunidades de desarrollo profesional, la
cual desafortunadamente tendrán de pagar muchos de nuestros
egresados.
Al inicio de la delicada recesión
que hoy enfrenta la economía argentina, Walter Napoli, director
de La Nación On Line –versión en Internet
del reconocido diario de Buenos Aires, Argentina-, refería
uno de los primeros efectos de la llamada brecha digital en nuestro
oficio. Mientras que el periódico impreso registraba constantes
despidos de periodistas, en la versión “online”
se abrían plazas para incorporar a periodistas con habilidades
multimedia. Tal situación generaba evidente frustración
entre los periodistas que fueron despedidos de la versión
impresa del diario La Nación, quienes objetaban
que jóvenes recién egresados de las universidades
ocuparan inmediatamente las plazas vacantes que demandaba la versión
en línea del mismo periódico.
En la mayoría de las universidades
latinoamericanas en las cuales se imparten programas de la licenciatura
o posgrado en ciencias de la comunicación, definitivamente
no hemos reparado en la necesidad de realizar las adecuaciones pertinentes
a nuestros programas de estudios para incorpora todas aquellas asignaturas
o especialidades que pudieran elevar la eficiencia terminal y la
competitividad de nuestros egresados, y responder así a las
nuevas exigencias profesionales que ha impuesto el acelerado desarrollo
de las comunicaciones digitales. Desdichadamente, en la actualidad
no pocos académicos e investigadores de la comunicación,
quienes imparten clases en algunas de nuestras universidades, siguen
afirmando que el tema de las computadoras representa un asunto que
básicamente compete a ingenieros en sistemas computacionales,
no a comunicólogos.
Hace algunos años, el destacado
investigador español Javier Díaz Noci, se cuestionaba
sobre el tipo de habilidades y conocimientos que deberán
distinguir al nuevo periodista: “Estamos ante un nuevo modo
de hacer periodismo, o lo único nuevo es la técnica
y el modo en el que se presenta la información periodística”
(Díaz, 1999). El periodista digital y el periodista multimedia
efectivamente deben dominar las técnicas inherentes al oficio,
afirmando siempre un compromiso ético con la permanente búsqueda
de la verdad. Todo ello significa que las bases y fundamentos del
periodismo no han cambiado. A pesar de las grandes transformaciones
tecnológicas que en los años recientes ha resentido
la industria de la información, los mismos principios siguen
siendo vigentes en el periodismo. Sin embargo, la nueva generación
de periodistas que demandan nuestros “nuevos tiempos modernos”
deberá ser capaz de manejar los lenguajes multimedia, pues
texto, audio, video, gráficos y animaciones están
estrechamente relacionados.
En la Sociedad de la Información
y el Conocimiento, el periodista será un periodista multimedia,
capaz de realizar su trabajo en todos los medios y con todos los
medios. Su sólida formación ética y profesional
le permitirá distinguirse de las tareas informativas que
asumirán entusiastas cibernautas, quienes con el paso de
los años seguramente conformarán una extensa red de
corresponsales autónomos que disputarán a periodistas
profesionales el privilegio de referir hechos noticiosos de interés
mundial.
A pesar del formidable desarrollo
que en los años recientes han registrado las avanzadas tecnologías
de información y comunicaciones, en la mayoría de
las universidades de Iberoamérica en las cuales se imparten
programas de licenciatura o postgrados en comunicación y
periodismo, desafortunadamente no se ha reparado en la necesidad
de realizar las adecuaciones pertinentes a los planes de estudio
para incorporar todas aquellas asignaturas o especialidades que
pudiesen contribuir a incrementar la eficiencia terminal y la competitividad
de nuestros egresados. Gabriel García Márquez, presidente
de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano,
destacó cuan graves ya resultaban las limitaciones formativas
que advertía en muchas de las escuelas y universidades que
imparten programas de licenciatura o posgrados en ciencias de la
comunicación y periodismo, en la conferencia que dictó
en el marco de la 52ª Asamblea de la Sociedad Interamericana
de Prensa, evento celebrado en octubre de 1996, en Pasadera, California,
Estados Unidos:
[Gabriel García Márquez]
expresó sus dudas sobre la capacidad actual de las escuelas
y facultades para preparar convenientemente a los profesionales
de la Comunicación. Los avances tecnológicos y las
nuevas necesidades sociales han provocado que algunos centros
educativos se hayan quedado anticuados. Se queja de que el oficio
de periodista no ha logrado evolucionar a la misma velocidad que
sus instrumentos y de que los periodistas se han extraviado en
el laberinto de una tecnología disparada sin control hacia
el futuro. Según el Premio Novel, el infortunio de las
facultades de Comunicación Social es que enseñan
muchas cosas útiles para el oficio, pero muy poco del oficio
mismo (Meso, 2003).
Reacios a la necesidad de reaprender
para transmitir conocimientos efectivamente productivos a nuestros
alumnos, en muchas escuelas y facultades, en las cuales se imparten
programas de licenciatura o posgrados en comunicación y periodismo
en Iberoamérica, seguimos empecinados en formar “comunicólogos
analógicos”, a pesar de que el mercado profesional
demanda las habilidades y conocimientos de los “comunicólogos
digitales”. En la radio, televisión, industria publicitaria,
relaciones públicas, comunicación organizacional,
en la industria de la información y el periodismo, –además,
por supuesto, de cada uno de los campos emergentes de desarrollo
profesional que introduce Internet-, hoy son demandados los servicios
de profesionales de la comunicación y del periodismo, capaces
de diseñar, desarrollar y ejecutar acciones comunicativas
que impliquen el inteligente empleo de las avanzadas tecnologías
de información y comunicaciones.
La honesta y profunda autocrítica
de lo que ahora estamos enseñando en nuestras universidades,
definitivamente exhibiría cuan graves ya resultan muchas
de nuestras limitaciones formativas. Si efectivamente nos interesa
que nuestros egresados obtengan mejores condiciones de empleo en
el mercado profesional, deberíamos emprender a la brevedad
la profunda revisión de cada una de las asignaturas que integran
nuestros planes de estudios, procediendo a incorporar un mayor número
de asignaturas relacionadas con el aprendizaje de las comunicaciones
digitales.
Más allá de las evidentes
brechas generacionales, las ecologías culturales de nuestros
claustros docentes y los estudiantes de comunicación no solo
presentan sensibles diferencias, en algunas ocasiones los ambientes
comunicacionales (Lance Strate, 2004), resultan ser incompatibles
y hasta excluyentes. Las avanzadas tecnologías de información
y comunicaciones forman parte del entorno cotidiano en el cual se
desenvuelven nuestros estudiantes. Muchos de los dispositivos que
ellos portan consigo son interfases inteligentes. La tecnología
representa un principio de actualización y deviene en lógica
extensión de la moda. McLuhan ya había advertido
la importancia del narcisismo en la adopción de nuevas tecnologías
de información y comunicaciones. Es posible afirmar que,
en la actualidad, tecnología y moda se encuentran íntimamente
asociados. En no pocas facultades de comunicación y periodismo,
para muchos académicos e investigadores de la comunicación
la simple posibilidad de reemplazar la vieja máquina de escribir
por una computadora todavía representa un auténtico
choque cultural. En cambio, muchos de nuestros estudiantes entienden
con perfecta naturalidad las nuevas tecnologías de información
que los propios profesores. Mientras los profesores especulamos
sobre los posibles usos y aplicaciones de las avanzadas tecnologías
de información y comunicaciones, los estudiantes, más
pragmáticos y conocedores, simplemente las usan y portan
consigo.
En la academia latinoamericana de
comunicación, abundan predicadores de las bondades que suponen
inherentes a la “Sociedad de la Información y el Conocimiento”,
incurriendo, por supuesto, en interpretaciones de orden “teoricista”.
Pocos, sin embargo, son capaces de transmitir conocimientos efectivamente
prácticos para contribuir al desarrollo de las habilidades
de los estudiantes, quienes demandan nuevas habilidades y conocimientos
para adecuarse a las exigencias del mercado profesional.
No debemos soslayar el hecho de
que la formación de comunicólogos capaces de desarrollar
sus conocimientos y habilidades en el horizonte de las industrias
digitales, hoy impone la necesidad de realizar considerables inversiones.
Evidentemente no todas las instituciones educativas en las cuales
se imparten programas de licenciatura o posgrado en comunicación,
disponen de los recursos económicos necesarios para realizar
las adecuaciones pertinentes a sus instalaciones e infraestructura.
Para el equipamiento de las impresionantes instalaciones con que
hoy cuenta la Facultad de Periodismo y Comunicación de la
Universidad de Sevilla, por ejemplo, fue necesario invertir millones
de euros. Algunos organismos internacionales aportaron los recursos
necesarios para convertir a la Facultad de Periodismo y Comunicación
de la Universidad de Sevilla en obligado referente para la e-formación
de comunicólogos y periodistas en Iberoamérica. Fernando
Contreras, responsable de infraestructura de la Facultad de Periodismo
y Comunicación de la Universidad de Sevilla, dedicó
varios años al exhaustivo análisis de las propuestas
de equipamiento que sometieron a su consideración decenas
de importantes proveedores de soluciones de tecnología. En
los próximos años podrán advertirse los primeros
resultados, y por supuesto, en los años próximos inevitablemente
tendrán que realizarse considerables inversiones para seguir
disponiendo de las más avanzadas tecnologías de punta
para la enseñanza del periodismo y la comunicación.
Para no pocos empresarios de la
educación, las escuelas y facultades de comunicación
y periodismo hoy ya no representan un negocio atractivo y seguro.
La brecha digital no sólo establece importantes diferencias
en materia de calidad de vida mediática entre ciudadanos
y gobiernos, la brecha digital también se ha extendido a
las instituciones educativas en las cuales se imparten programas
de licenciatura o posgrados en comunicación y periodismo,
marcando importantes diferencias en la calidad del aprendizaje.
Hoy es indispensable realizar cuantiosas inversiones para disponer
de la infraestructura idónea que efectivamente permita responder
a las expectativas que el mercado profesional ha depositado en la
formación de los profesionales de la comunicación
y el periodismo. Seguramente muchas instituciones educativas, manejadas
por empresarios de la educación, no realizarán las
inversiones necesarias para incorporar las más avanzadas
tecnologías de información y comunicaciones en las
escuelas y facultades de comunicación y periodismo que “administran”.
En cambio aquellas instituciones educativas que pretendan mantener
facultades o escuelas de comunicación y periodismo que efectivamente
dispongan de las más avanzadas tecnologías de punta,
tendrán que reparar en la necesidad de negociar financiamientos
externos, pues difícilmente el monto de las colegiaturas
que pagan los estudiantes de comunicación y periodismo podrá
amortizar el costo de las inversiones que periódicamente
deberán realizar para disponer de las más avanzadas
tecnologías de punta. Quizá en algunas universidades,
determinadas carreras que dispongan de una elevada matrícula,
y que no necesariamente demanden elevadas inversiones en materia
de tecnología, como derecho, por ejemplo, permitirán
transferir recursos a las escuelas de comunicación y periodismo.
Es posible inferir que tal panorama producirá una incómoda
y peligrosa dependencia.
La competitividad de los egresados
de las escuelas de comunicación y periodismo de ninguna manera
ya podrá depender del prestigio que han logrado acumular
los claustros de profesores de determinadas universidades. A las
facultades de comunicación y periodismo de esas universidades,
seguramente les resultará traumático el despertar
del letargo en el cual habían decidido permanecer cómodamente
instaladas, para advertir que los cambios que han impuesto las avanzadas
tecnologías de información y comunicaciones, en las
ciencias de la comunicación, resultan tan dramáticos
como irreversibles.
Nuestro trabajo, como académicos
e investigadores de la comunicación, es poder proporcionarles
la mejor preparación posible a nuestros alumnos, para que
ellos efectivamente puedan encontrar trabajo, realizándose
plenamente como seres humanos y profesionales de la comunicación.
Es tiempo de ser más humildes y reconocer que el aprendizaje
es dialéctica pura, y que los cambios son tan necesarios
como inevitables. Debemos aprender a cambiar. El doctor Gastón
Melo, quien fue discípulo del destacado comunicólogo
Abraham Moles, y principal asesor de Emilio Azcárraga Milmo,
principal accionista de Televisa, suele afirmar que no hay nada
más práctico que una buena teoría. Para superar
las crisis que hoy perturban el devenir de las ciencias de la comunicación,
resulta indispensable atender el llamado de la realidad. Aún
nos queda tiempo, debemos reaccionar.
Notas:
1
La obra seminal de Louis Althusser es La filosofía como Arma
de la Revolución, texto en el cual el célebre pensador
francés abordó el tema de los “aparatos ideológicos
del Estado”.
2 Término propuesto por
Daniel Prieto para designar el trabajo teórico francamente
improductivo que realizaban no pocos académicos e investigadores
de la comunicación-.
3
Neil Postman, estadounidense, catedrático de la Universidad
de Nueva York y destacado investigador de la comunicación
estadounidnse, en 1968 introdujo el concepto “media ecology”
(ecología de medios), para designar al conjunto de teorías
propuestas por Marshall McLuhan, Walter Ong, Harold Innis y el propio
Postman, que centran su atención en el papel que desempeñan
los medios de comunicación en la construcción de los
escenarios y ecologías culturales. En la actualidad, la ecología
de los medios –también conocida como Escuela de Toronto
o “mediología”-, admite ser considerada como
la más importante escuela de comunicación de Norteamérica.
El presidente de la Media Ecology Association es el doctor Lance
Strate, investigador de la Fordham University, Nueva York, Estados
Unidos. Sobre la contribución de McLuhan en la construcción
de la escuela dedicada al estudio de la ecología de los medios,
recomendamos consultar: Casey Man: “The Intellectual Roots
of Media Ecology”. En The New Jersey Journal of Communication.
Vol. 8. Número 1. Primavera de 2000, p.1-8. También
recomendamos: Lance Strate: “A Media Ecology Review”.
En Communication Research Trenes. Centre for the study of Communication
and Cultura. Volume 23, No. 2, 2004, p. 3-39.
Referencias:
ALTHUSSER, L. (1982). La filosofía
como arma de la revolución. México, Cuadernos
Pasado y Presente.
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Dr.
Octavio Islas
DIrector de la Cátedra de Comunicaciones
Estratégicas y Cibercultura, Tecnológico
de Monterrey, Campus Estado de México, México. |