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El Hombre en el Espejo: Un Acercamiento a la Ética de Sigmund Freud
 

Por Alejandro Ocampo
Número 42

Sigmund Freud, el tercero y último pensador de la sospecha, es también el más incisivo y el que volteó definitivamente su mirada hacia el hombre. Si bien Nietzsche y Marx habían ya centrado su filosofía en la existencia hic et nunc del hombre, es hasta Freud con quien la introspección y la indagación al interior hace explicar al hombre no sólo en sus relaciones con los demás o en el sentido de un fin-proyecto, sino en los problemas consigo mismo, con su mente, con su cuerpo, con sus necesidades, con lo que busca y no encuentra, la cuestión es pues, más psicológica que filosófica. Con reservadas proporciones, Freud se guarda ciertas similitudes con Kiekegaard en la medida que la búsqueda es hacia adentro, sin embargo, mientras el danés encuentra la solución a su problema en la religión mediante la fe, Freud recurre a la ciencia mediante la concepción de una metodología, sin mencionar que la salida de Kiekegaard es estrictamente personal y la de Freud tiene pretensiones universales y busca los porqués en cada uno.

Freud va sobre lo más íntimo del hombre, sobre lo que nadie se había atrevido a indagar, abrir esa puerta significó tanto como abrir la caja de Pandora en todos y cada uno. Al escudriñar la mente, Freud encuentra cosas tan desgarradoras como reveladoras, para ello, toma a la ciencia y con su ayuda crea el psicoanálisis y con él, destapa la enorme debilidad y horror que le causa al hombre ver en un espejo su insoportable realidad sin la coraza que le da el reflexionar sobre ella desde la ciertamente más cómoda abstracción mental. No es casualidad que las vidas de Nietzsche y Kiekegaard, humanistas al fin, hayan sido una auténtica galería de sufrimientos, depresiones y altibajos. Freud no discute sobre la forma de árbol, ni para qué lado debe crecer, ni cómo debe crecer, ni si lo que hay arriba es cielo o no, Freud va a las raíces a buscar el porqué el árbol es cómo es. Por decirlo de alguna manera, la investigación de Freud es ética, es consigo mismo, es para entenderse, es para continuar el ideal socrático de “Conócete a ti mismo” ahora bajo el marco de la ciencia. Por ello celebró tanto el que Carl Jung, hijo pródigo y desobediente a la vez, llevara al psicoanálisis al mundo“Casi diría que sólo su aparición ha podido salvar al psicoanálisis de convertirse en una preocupación nacional judía” (Rodríguez en Freud, 1999, p. 48) dijo en 1908. Así pues, como colofón, es posible afirmar que Freud oscila entre la psicología y la biología. Su visión va más allá o más acá de la filosofía según se quiera ver, no se trata de especular, se trata de entender al psicoanálisis como la ciencia de lo psíquico inconsciente.

Hombre y Cultura
La relación entre el hombre y la cultura ha resultado siempre incómoda para el hombre. El eje de la discusión es si el hombre como creador de la cultura, puede modificarla y dirigirla hacia donde él mismo decida o, por el contrario, si la cultura es la primer creación humana que, cual cuento de ciencia ficción, se ha revelado contra su creador y es ella quien modifica al hombre y lo lleva por donde quiere. La única base desde la que se puede partir con cierta seguridad, es que sin hombre no hay cultura. El hombre crea pues cultura. Respecto al primer punto, aunque el mismo Freud no lo trata explícitamente, no es difícil concluir que no sólo es la cultura quien modifica al hombre, sino que, y esto es el centro del problema en Freud, le hace pagar al hombre un precio por culturizarse y ese precio es la represión de sus pulsiones. Freud coincide con Aristóteles en aquella vieja frase en la que se afirma que el que vive fuera de la polis o es una bestia o es un dios, nótese que esta frase la expresó Aristóteles precisamente contra los bárbaros que no tenían la producción cultural griega-ateniense. Así pues, si quieres vivir en la polis, el peaje a pagar es la culturización, lo cual implica aprender a ganar debates y persuadir a otros en el ágora con argumentos y no con golpes. Esta es, diría Nietzsche, la tiranía del logos.

La cultura en Freud es, a la vez, padre represor que padre amoroso. Por la cultura se experimentan sentimientos tan mutuamente excluyentes como poderosos, pues, si bien por un lado, como decía Kant, representa una coraza protectora del mundo y de la naturaleza agreste, por otro, es la gran represora de instintos. Freud la describe así:

Pues es forzoso reconocer la medida en que la cultura reposa sobre la renuncia a las satisfacciones instintuales: hasta qué punto su condición previa radica precisamente en la insatisfacción (¿por supresión, represión o algún otro proceso?) de instintos poderosos. Esta frustración cultural rige el vasto dominio de las represiones sociales entre los seres humanos y ya sabemos que en ella reside la causa de la hostilidad opuesta a toda cultura (Freud, 1999, p. 90).

Freud toma forma un ideal de hombre ciertamente distinto de cualquier concepción filosófica, la incorporación de la ciencia y el estudio no del ser, sino del hombre en sí en su más profunda intimidad, vuelven al hombre-pensador como el sujeto-objeto de lo que está buscando. Es importante destacar que la formación académica de Freud es como médico psiquiatra y que hizo interesantes estudios fisiológicos sobre el funcionamiento del cerebro, así como de neurología. También ejerció como psiquiatra en el Hospital General de Viena en donde se centró en estudiar la neurosis, pero sobre todo, la histeria, cuestiones que finalmente lo llevarían a desarrollar el psicoanálisis. De hecho, sobre la neurosis afirma:

Comprobose así que el ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales (Freud, 1999,. 81).

Así pues, la neurosis, no es sino el resultado de una cultura francamente represora frente a un individuo naturalmente hedone-eudemonista.

Cultura, Moral y Ética
El punto de partida de Freud es que el hombre tiene algunas inclinaciones tan naturales como necesarias. La primera de ellas es su agresividad, por eso dice a propósito de la frase “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que considera francamente absurda, irrealizable y por ende, cargada con una dosis significativa de represión cultural:

La verdad oculta tras de todo esto, que negaríamos de buen grado, es la de que el hombre no es una criatura tierna y necesitada de amor; que sólo osaría defenderse si se le atacara, sino por el contrario, un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad. Por consiguiente, el prójimo no le representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también un motivo de tentación para satisfacer en él su agresividad, para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirla, para aprovecharlo sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, para humillarlo, para ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo. Homo hominis lupus (Freud, 1999, p. 102).

Se desprende de aquí la idea de que la cultura busca el dominio de la agresividad humana, lo cual, conlleva ciertos contras, pues entra en oposición con la naturaleza del hombre mismo. Las pasiones instintivas son más poderosas que los intereses racionales, Platón lo entendió bien cuando expulsó de la República a los poetas estableciendo así, toda una cultura. La necesidad de imponer la ley o una normatividad como eje regulador de las relaciones humanas, es cierto, puede reprimir el sentimiento agresivo franco, pero no alcanza a las manifestaciones más discretas y sutiles de la agresividad el hombre que, efectivamente, se dan simplemente por la naturaleza humana. La felicidad pues, que produce el ejercer esas pasiones e instintos se ve limitada fuertemente y deja al hombre dos salidas: la primera es la de convertirse un franco rebelde anticultural o al menos darse espacios de desahogo a través de alguna forma para evitar la neurosis y la segunda, sublimar esos instintos, es decir, recurrir a los desplazamientos de la libido previstos en el aparato psíquico. Esto último es particularmente interesante, pues se trata de reorientar los fines instintivos de tal manera que eludan la frustración del mundo exterior, de esta forma se obtienen satisfacciones similares a las que el artista experimenta en la creación, a las que el investigador experimenta al encontrar soluciones. A través de estas canalizaciones, se experimentan placeres o felicidad de fuentes superiores a las puramente naturales o instintivas, sin embargo, las satisfacciones que se obtienen de esas fuentes son tan pasajeras como cada vez más insuficientes. El problema de la voluntad schopenhaueriana se lee en cada reflexión de Freud, por ello el principio del placer es imposible de llevar a cabo, sin embargo, también lo es renunciar a su búsqueda.

La crítica que Freud hace a la cultura y a sus dos hijas pródigas: la moral y la religión, se centra en que su imposición conlleva necesariamente la renuncia y al establecimiento de un seguro de felicidad que se asemeja más a un espejismo, pues se trata de una protección contra el dolor mediante una transformación delirante de la realidad. Para Freud las religiones son delirios colectivos en las que las personas buscan caminos desesperados a la felicidad que no llevan a ningún lado, pues la realidad es más fuerte.

El super-yo cultural ha elaborado sus ideales y erigido sus normas. Entre éstas, las que se refieren a las relaciones de los seres humanos entre sí, están comprendidas en el concepto de la ética. En todas las épocas se dio el mayor valor a estos sistemas éticos, como si precisamente ellos hubieran de colmar las máximas esperanzas. En efecto, la ética aborda aquel punto que es fácil reconocer como el más vulnerable de toda cultura. Por consiguiente, debe ser concebida como una tentativa terapéutica, como un ensayo destinado a lograr mediante un imperativo del super-yo lo que antes no pudo lograr la restante labor cultural (Freud, 1999, p. 131).

Sólo en este pequeño párrafo y en un par más, Freud alude explícitamente a la ética, lo curioso es que la concibe como un ensayo terapéutico, pues trata de resolver lo que la cultura no pudo ni puede. Esto es, al ser el súper-yo un supresor de pulsiones y, por ende, generador de malestar ya que las renuncias que éste impone llevan irremediablemente a la insatisfacción del campo pulsional, lo que la ética va a generar son satisfacciones en plano cultural. Así pues, para ponerlo en palabras de Freud, la ética es un ensayo destinado a lograr mediante un imperativo del súper-yo lo que antes no pudo lograr la restante labor cultural: satisfacción, logrando de esa manera una salida terapéutica al malestar cultural por la represión pulsional y es que el hombre necesita forzosamente obtener alguna satisfacción y una acción o comportamiento éticos parecen ser los únicos que pueden proveerle cierto descanso en medio de su malestar.

Conclusiones
Como en el caso de Marx, en Freud no hay una propuesta ética explícita ni mucho menos un acercamiento al hombre en términos filosóficos, pero definitivamente existe una crítica y una reflexión sobre la cultura y, por ende, sobre la moral, sin embargo, Freud no vive de abstracciones, sino que va a encontrarse directamente con la realidad y de ahí, al motivo de esa realidad que es la suya y la de cada uno. Paradójicamente, Freud retoma marcadas enseñanzas tanto socráticas como aristotélicas para fundirlas mediante el proceso ciencia: “Conócete a ti mismo” y “Animal político”, son rescatadas por este médico vienés sólo para hacer recordar una cosa: después de todo el hombre no es sino un animal, un simple y sencillo animal que, pese a todos sus esfuerzos no puede dejar su condición de animal y en su profunda necesidad de diferenciarse de los demás animales, se ha preocupado por conocerlo todo, ha creado e inventado todo, incluyendo un complejo sistema tanto tangible como intangible, dejando la introspección y el estudio sobre sí mismo para después, pues ha caído en cuenta de la terrible desesperación que le puede producir hacerlo, ya que puede significar romper con esa tan melosa y necesitada idea de efectiva libertad individual y llegar a una conclusión tan orgullosamente demoledora como el determinismo. Después de todo, el hombre sólo es un animal que no ha querido conocerse.

Freud psicoanaliza la cultura, la cuestión es que está imposibilitado para hacer una propuesta, pues generaría cultura y ello nuevamente a empezar con esto. En realidad, lo desesperanzador de Freud es que no hay salida, el hombre vivirá siempre en tensión entre la cultura impuesta y su realidad natural, vivirá permanentemente el malestar en la cultura.

Como punto final, hay una corta frase que, en buena medida, sintetiza de una manera bastante acertada, parte del pensamiento freudiano sobre el hombre y la cultura: “Por consiguiente, la cultura domina la peligrosa inclinación agresiva del individuo, debilitando a éste, desarmándolo y haciéndolo vigilar por una instancia alojada en su interior, como una guarnición militar en la ciudad conquistada” (Freud, 1999, pp. 114-115).


Referencias:

Freud, S. (1999). El malestar en la cultura. Madrid: Biblioteca nueva


Mtro. Alejandro Ocampo Almazán
Director de Razón y Palabra y profesor del Departamento de Comunicación del ITESM Campus Estado de México, México