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Por Alberto Arruti
Número 43
Es un tema eterno
contestar a la pregunta quién debe hacer el periodismo científico,
si los periodistas o los científicos. Lo que nos conduce
a algunas consideraciones. En primer lugar, qué entendemos
por periodismo científico. El periodismo es la búsqueda
de la información y la transmisión de la misma al
lector, al oyente de radio o al espectador de televisión.
En principio, el periodismo abarca toda la realidad, pero de ésta
debe seleccionarse aquélla, que se sospecha pueda tener algún
interés para ese hombre medio, hombre de la calle, que es
el consumidor de información. Y este aspecto nos lleva a
la necesidad de tener que hacer una selección de la realidad.
Dentro de esa realidad, sólo
es objeto del periodismo lo que despierta algún interés,
lo que puede mover la sensibilidad, el pensamiento o, por lo menos,
la atención del posible receptor.
Lo que nos conduce a la pregunta
de sí la ciencia es capaz de despertar la atención
del posible consumidor de información. Ciertamente, no puede
hablarse de ciencia, lo que es nada más que una abstracción,
sino de ciencias, cada una con su objeto y su método de investigación.
En seguida, comprendemos que la mayor parte de las ciencias son
incapaces de movilizar la atención de ese receptor, al que
se dirige el periodismo. Pero, a la vez, comprendemos inmediatamente
que, en cada momento histórico, hay una ciencia o, mejor
dicho unas ciencias que, tampoco en su totalidad, sino en algunas
partes de las mismas, en algunos capítulos, son capaces de
cautivar la atención del posible receptor. Dicho con otras
palabras, constituyen un aspecto de la realidad, susceptible de
ser transformado en noticia. Esta transformación es debida
a múltiples causas. Es algo como investigar por qué
un libro cautiva la atención de una época y, unos
años más tarde, se nos cae de las manos y es sólo
objeto de estudio por parte de algún investigador.
Podríamos citar multitud
de ejemplos. “El capital” de Marx o “El origen
de las especies”, de Darwin, fueron los libros de mayor impacto
en aquel siglo XIX, que hoy nos parece tan lejano. Sartre, cuyo
centenario celebramos este año, escandalizó a Francia
y, en cierto sentido, a Europa, con sus escritos, allá por
los años del final de la Segunda Guerra Mundial y los 50.
Cuando le dieron el Premio Nobel, en 1964, ya no era leído.
Y, en Mayo del 68 era sólo un icono roto o, como diría
Savater, un significante. Todo esto puede aplicarse a las ciencias.
La termodinámica pertenece al siglo XIX, lo mismo que la
Comuna o Balzac. Era la época de los motores térmicos
y la termodinámica aparecía como una ciencia cerrada,
que se basaba, sobre todo, en dos principios. El tercero era más
bien la definición de una escala.
Hoy, sin duda alguna, los grandes
campos de investigación se ubican en la física de
partículas, la física nuclear, con la esperanza de
hacer algún día factible la fusión nuclear,
la electrónica en todos sus aspectos, incluyendo la informática
y la física del estado sólido. La biología
está llamada a ser la ciencia del siglo XXI, la ciencia que
ha destronado a la física que, hasta ahora, era la reina
de las ciencias. Pero el gran debate jurídico, ético
y hasta religioso se está centrando ya, y se centrará
cada día más, en la biología, de manera especial
en la biología molecular y en la biotecnología.
Quedan las ciencias del medio ambiente.
Aquí se unen multitud de disciplinas, que van desde la física
hasta la biología, pasando por la climatología, la
meteorología, la limnología, la oceanografía,
etc. Lo que, más o menos, se conoce con el nombre de ecología,
entendiendo por este término la ciencia que se ocupa de las
relaciones entre los seres vivos y su medio ambiente y que estudia
las comunidades vivientes dentro de su espacio vital. La palabra
ecología fue introducida hace más de cien años
por el biólogo Ernst Haeckel. Problemas tan acuciantes como
el cambio climático o la biodiversidad, constituyen temas
de permanente interés para el hombre medio. Tenemos, en otro
extremo de la realidad científica, la matemática,
que apenas tiene cabida en los medios de comunicación. Sólo
la solución del mítico problema de Fermat fue capaz
de conseguir, incluso, las primeras páginas de la prensa
internacional. Pero, poder dictaminar si un número es o no
es primo, es decir divisible solamente por sí mismo y por
la unidad, dentro de un tiempo razonable, es un paso de gigante
que han dado, en fecha reciente, tres jóvenes matemáticos
indios y que ha pasado sin pena ni gloria.
Información y divulgación
Otro aspecto a considerar,
dentro de una posible teoría del periodismo científico
es la distinción entre información y divulgación.
Son dos conceptos que guardan muy poca relación entre sí.
La información está estrechamente relacionada con
la actualidad y necesita profesionales que vigilen ese campo. Su
relación con la actualidad es permanente. Otra cuestión
es la divulgación, que no tiene nada que ver con la actualidad.
Divulgar es explicar de forma amena y comprensible un tema científico.
No tiene nada que ver con el periodismo. Yo puedo escoger, para
divulgar, un tema cualquiera, que me llame la atención, aunque
no tenga ninguna relación con la actualidad en aquel momento.
En el año 2003 se editaron en España 98 libros de
periodismo científico y tecnológico. Eso sólo
en castellano. Además,
aunque muy pocos, que se editaron en catalán, gallego y vasco.
Grandes científicos han sido también grandes divulgadores.
Basta citar a Einstein, cuya “Física, aventura del
pensamiento” es un magnífico ejemplo de lo que venimos
diciendo. El divulgador debe tener presente lo que Mario Bunge ha
llamado ciencia de la ciencia y comprende la historia de la ciencia,
la sociología de la ciencia y la filosofía de la ciencia.
Divulgar un hecho científico
es también colocarlo en el contexto de las ideas de su época,
sean estas filosóficas, sociales o, incluso, políticas.
Incluso, la relación de la ciencia con el arte ha sido estudiada
por Sthéphane Lupasco, quien ha podido relacionar las artes
plásticas abstractas o no figurativas con los fenómenos
cuánticos y “las relaciones de indeterminación
y algunas revelaciones capitales de la biología”.
Periodista o científico
No se puede pronunciar
por uno de estos dos términos. Puede tratarse de un científico
con capacidad de exponer y que, además de su especialidad,
se encuentre abierto a toda la actualidad de la ciencia y tenga,
además, sentido u olfato para conocer aquello que puede interesar
al hombre medio. Puede tratarse también de un periodista
con conocimientos científicos, inclusive con estudios científicos,
pero que no haya ejercido ninguna profesión científica,
pero sea capaz de entender y, en consecuencia, de explicar y de
exponer cualquier noticia científica.
El español, que más
ha trabajado por elaborar una posible teoría del periodismo
científico, ha sido Manuel Calvo Hernando, quien, ante esta
dualidad, periodista o científico, jamás se ha pronunciado
por ninguno de los dos extremos.
Dr. Alberto
Miguel Arruti
Profesor Emérito de la Universidad San
Pablo CEU, España. |