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Febrero - Marzo
2005

 

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Científicos o Periodistas
 

Por Alberto Arruti
Número 43

Es un tema eterno contestar a la pregunta quién debe hacer el periodismo científico, si los periodistas o los científicos. Lo que nos conduce a algunas consideraciones. En primer lugar, qué entendemos por periodismo científico. El periodismo es la búsqueda de la información y la transmisión de la misma al lector, al oyente de radio o al espectador de televisión. En principio, el periodismo abarca toda la realidad, pero de ésta debe seleccionarse aquélla, que se sospecha pueda tener algún interés para ese hombre medio, hombre de la calle, que es el consumidor de información. Y este aspecto nos lleva a la necesidad de tener que hacer una selección de la realidad.

Dentro de esa realidad, sólo es objeto del periodismo lo que despierta algún interés, lo que puede mover la sensibilidad, el pensamiento o, por lo menos, la atención del posible receptor.

Lo que nos conduce a la pregunta de sí la ciencia es capaz de despertar la atención del posible consumidor de información. Ciertamente, no puede hablarse de ciencia, lo que es nada más que una abstracción, sino de ciencias, cada una con su objeto y su método de investigación. En seguida, comprendemos que la mayor parte de las ciencias son incapaces de movilizar la atención de ese receptor, al que se dirige el periodismo. Pero, a la vez, comprendemos inmediatamente que, en cada momento histórico, hay una ciencia o, mejor dicho unas ciencias que, tampoco en su totalidad, sino en algunas partes de las mismas, en algunos capítulos, son capaces de cautivar la atención del posible receptor. Dicho con otras palabras, constituyen un aspecto de la realidad, susceptible de ser transformado en noticia. Esta transformación es debida a múltiples causas. Es algo como investigar por qué un libro cautiva la atención de una época y, unos años más tarde, se nos cae de las manos y es sólo objeto de estudio por parte de algún investigador.

Podríamos citar multitud de ejemplos. “El capital” de Marx o “El origen de las especies”, de Darwin, fueron los libros de mayor impacto en aquel siglo XIX, que hoy nos parece tan lejano. Sartre, cuyo centenario celebramos este año, escandalizó a Francia y, en cierto sentido, a Europa, con sus escritos, allá por los años del final de la Segunda Guerra Mundial y los 50. Cuando le dieron el Premio Nobel, en 1964, ya no era leído. Y, en Mayo del 68 era sólo un icono roto o, como diría Savater, un significante. Todo esto puede aplicarse a las ciencias. La termodinámica pertenece al siglo XIX, lo mismo que la Comuna o Balzac. Era la época de los motores térmicos y la termodinámica aparecía como una ciencia cerrada, que se basaba, sobre todo, en dos principios. El tercero era más bien la definición de una escala.

Hoy, sin duda alguna, los grandes campos de investigación se ubican en la física de partículas, la física nuclear, con la esperanza de hacer algún día factible la fusión nuclear, la electrónica en todos sus aspectos, incluyendo la informática y la física del estado sólido. La biología está llamada a ser la ciencia del siglo XXI, la ciencia que ha destronado a la física que, hasta ahora, era la reina de las ciencias. Pero el gran debate jurídico, ético y hasta religioso se está centrando ya, y se centrará cada día más, en la biología, de manera especial en la biología molecular y en la biotecnología.

Quedan las ciencias del medio ambiente. Aquí se unen multitud de disciplinas, que van desde la física hasta la biología, pasando por la climatología, la meteorología, la limnología, la oceanografía, etc. Lo que, más o menos, se conoce con el nombre de ecología, entendiendo por este término la ciencia que se ocupa de las relaciones entre los seres vivos y su medio ambiente y que estudia las comunidades vivientes dentro de su espacio vital. La palabra ecología fue introducida hace más de cien años por el biólogo Ernst Haeckel. Problemas tan acuciantes como el cambio climático o la biodiversidad, constituyen temas de permanente interés para el hombre medio. Tenemos, en otro extremo de la realidad científica, la matemática, que apenas tiene cabida en los medios de comunicación. Sólo la solución del mítico problema de Fermat fue capaz de conseguir, incluso, las primeras páginas de la prensa internacional. Pero, poder dictaminar si un número es o no es primo, es decir divisible solamente por sí mismo y por la unidad, dentro de un tiempo razonable, es un paso de gigante que han dado, en fecha reciente, tres jóvenes matemáticos indios y que ha pasado sin pena ni gloria.

Información y divulgación
Otro aspecto a considerar, dentro de una posible teoría del periodismo científico es la distinción entre información y divulgación. Son dos conceptos que guardan muy poca relación entre sí. La información está estrechamente relacionada con la actualidad y necesita profesionales que vigilen ese campo. Su relación con la actualidad es permanente. Otra cuestión es la divulgación, que no tiene nada que ver con la actualidad. Divulgar es explicar de forma amena y comprensible un tema científico. No tiene nada que ver con el periodismo. Yo puedo escoger, para divulgar, un tema cualquiera, que me llame la atención, aunque no tenga ninguna relación con la actualidad en aquel momento. En el año 2003 se editaron en España 98 libros de periodismo científico y tecnológico. Eso sólo en castellano. Además, aunque muy pocos, que se editaron en catalán, gallego y vasco. Grandes científicos han sido también grandes divulgadores. Basta citar a Einstein, cuya “Física, aventura del pensamiento” es un magnífico ejemplo de lo que venimos diciendo. El divulgador debe tener presente lo que Mario Bunge ha llamado ciencia de la ciencia y comprende la historia de la ciencia, la sociología de la ciencia y la filosofía de la ciencia.

Divulgar un hecho científico es también colocarlo en el contexto de las ideas de su época, sean estas filosóficas, sociales o, incluso, políticas. Incluso, la relación de la ciencia con el arte ha sido estudiada por Sthéphane Lupasco, quien ha podido relacionar las artes plásticas abstractas o no figurativas con los fenómenos cuánticos y “las relaciones de indeterminación y algunas revelaciones capitales de la biología”.

Periodista o científico
No se puede pronunciar por uno de estos dos términos. Puede tratarse de un científico con capacidad de exponer y que, además de su especialidad, se encuentre abierto a toda la actualidad de la ciencia y tenga, además, sentido u olfato para conocer aquello que puede interesar al hombre medio. Puede tratarse también de un periodista con conocimientos científicos, inclusive con estudios científicos, pero que no haya ejercido ninguna profesión científica, pero sea capaz de entender y, en consecuencia, de explicar y de exponer cualquier noticia científica.

El español, que más ha trabajado por elaborar una posible teoría del periodismo científico, ha sido Manuel Calvo Hernando, quien, ante esta dualidad, periodista o científico, jamás se ha pronunciado por ninguno de los dos extremos.


Dr. Alberto Miguel Arruti
Profesor Emérito de la Universidad San Pablo CEU, España.