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Febrero - Marzo
2005

 

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Luz Platino
 

Por Alicia Contursi
Número 43

Levantó los ojos de la computadora y miró en derredor. La habitación rebosaba el mediodía de su Mendoza invernal. Debía concentrarse y continuar. Apenas había probado unos bocados en el almuerzo para no interrumpir demasiado el trabajo.

La voz de Alma y sus manos cálidas acariciando su cuello lo sobresaltaron.

-Querido, vamos a dormir una siesta. Tomate un descansito.-
-Sabés que no puedo. Debo entregar mañana a primera hora. -

Cuando volvió a desprenderse de la hipnotizante pantalla reparó en que la luz del Sol había seguido su camino y comenzaba a abandonarlo. Miró por la ventana. Era el momento exacto del poniente. El cruce del día y la noche. Los rayos de fuego oscureciéndose hasta tornarse lenguas moribundas. El resplandor final y la oscuridad creciente. Era noche de Luna Llena.

El olmo desnudo se recortaba sobre un cielo mortecino, casi blanco, que nunca antes había visto. Se puso de pie y se acercó a los vidrios impecablemente traslúcidos. Desde el primer piso de su casa podía, por un milagro que se repetía cotidianamente, participar del bullicio de la vida en movimiento sin entrar en el fárrago desgastante, como un espectador. Ver pasar los autos y la gente, los gorriones acurrucados y algún perro transeúnte.

Pero ahora era distinto. El blanco crecía en el cielo y se extendía hacia abajo, hasta donde sus ojos podían ver. Cubría el panorama cotidiano. No sabía de donde venía. No era algo conocido.

Las ramas despojadas parecían costillas de un inmenso esqueleto. La luz inquietante pero encantadora tomaba su atención, obnubilaba sus pensamientos, absorbía su mente.

Casi sin proponérselo, se dejó ir. El blanco lo rodeó.

Sensaciones ingrávidas, profunda paz y la seguridad de que todo estaba bien lo acompañaban. Caminó girando en una brújula interna, sin poder determinar si iba hacia adelante o hacia arriba, si transcurría tiempo o perduraba un instante. De pronto unos brazos y un perfume de rosas lo rodearon. Se sintió acariciado, contenido. La intensa luz impedía ver el rostro e intentó adivinarlo. Se parecía a Alma. Pero era distinta. Etérea, angelical, su cuerpo se confundía con la luz, como si fuesen una sola cosa.

Se sintió flotar y comenzaron una danza. Giraban en círculos e iban describiendo figuras como si recorrieran un laberinto de espirales. La sensación era maravillosa.

De pronto entendía su vida, la Vida, la unidad primordial. Qué pequeñas le parecían sus preocupaciones, su mandato interior de trabajar y trabajar, su necesidad imperiosa de acumular dinero.

Veía su cuerpo girar y era un punto en medio de otros muchos puntos que también giraban. Vibraba en el conjunto, como un instrumento de una orquesta sinfónica. Participaba del Todo.
Volvió a sentir los brazos y el perfume que lo transportaban. Ese ser femenino era tan real como él mismo, pero no enteramente corpóreo. No de carne y huesos, como una mujer. Era pura energía. Los brazos, lo único que contactaba, eran firmes; parecían hechos de platino.

Estaba fuera del tiempo común, el de todos los días. Los giros continuaban como un eterno presente mientras un sonido creciente surgía de la luz. Notas muy altas de un violín sostenido lo llevaban a estallar.

Entendiéndose en su verdad más profunda, profirió un grito de alegría y amor, que surgió de sus entrañas: “-¡Alma! –“ Perdió la conciencia.

Dulcemente explorado por manos humanas recobró el conocimiento de cada una de sus células, estimuladas por esas amantes caricias. Los límites de su cuerpo lo devolvían a la realidad externa.

Estaba en el suelo. Se encontró con la piel aterciopelada de Alma, que lo abrazaba, agachada junto a él y tratando de reanimarlo. Le hablaba entre tierna y preocupada. La tranquilizó y terminó de recobrarse.

Era de noche. El reloj marcaba casi las 12. Miró por la ventana. La Luna Llena brillaba en lo alto. Parecía hecha de platino.
Iba a sentarse frente a su computadora para finalizar con lo que estaba escribiendo. Pero no era eso lo que le surgía de adentro.

Decidió postergar la continuación de su trabajo.
“-Vamos a la cama, mi amor, ya es tarde”-


Lic. Alicia Contursi
F ilosofía y escritora argentina.