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Por Iñigo Sarriugarte
Número 43
A
lo largo del siglo XX hemos comprobado mediante la pintura y el
dibujo una dirección de retorno a un marco de expresión
simbólico y espiritual, que asumía las pautas expresivas
de las primeras manifestaciones artísticas del Paleolítico.
Con los planteamientos pictóricos y teóricos de Wassily
Kandinsky se reforzó la idea de retorno a una originaria
práctica pictórica y gráfica del ser humano.
Las premisas de intervención valorativa del dibujo en sus
mínimas expresiones, línea y punto, han vuelto a recuperar
la sinergia existencial del hombre prehistórico. Si observamos
el estudio sobre el punto realizado por Kandinsky en su libro “Punto
y línea sobre el plano”, veremos que se retoma el recuerdo
de las primeras impresiones de puntos y signos ideomorfos de tribus
de cazadores en África Meridional o Australia, en grutas
franco-cantábricas y en dibujos rupestres del Sahara y del
Levante español. Estos signos ideomorfos surgidos del punto
como forma básica es algo que continuamente reitera el teórico
y pintor ruso, ya que nos anuncia que el punto puede tomar infinitas
figuras. Este círculo perfecto es capaz de adquirir diferentes
variantes geométricas y desarrollar formas libres, por ejemplo,
puede ser puntiagudo, triangular, cuadrado, entre otras, ya que
su borde es fluctuante y las posibilidades formales son ilimitadas.
Estas formas son observadas con claridad en las primeras manifestaciones
artísticas de los primeros hombres prehistóricos.
Estos valores puntiformes e ideomórficos
mantienen una clara relación esquemática con figuras,
objetos, en ocasiones con órganos de figuras y manos. En
el siglo XX, el hombre regresa a su más ancestral expresión,
el origen de la expresión pictórica, el punto, asumiendo
continuamente valores espirituales, que son manifestados mediante
la representación gráfica mínima. En las composiciones
del pintor ruso Wassily Kandinsky, el punto mantenía una
referencia inevitable, caso de las obras de los años 20,
donde este elemento sígnico es llevado a su máxima
expresión mediante formas de mayor dimensión, séase
“Algunos círculos”, óleo realizado en
el año 1926; o en la obra de Kazimir Malevitch en su “Círculo
negro” realizado en los años 20. Esta condición
vaticinaba a comienzos del siglo anterior la aceptación de
muestras mínimas en valores que predicen otros condicionantes
terminológicos y simbólicos. Esta mínima presencia
especula con procesos de desmaterialización representativa,
pero a su vez se muestra como productora de los suficientes condicionantes
expresivos. De hecho, Kandinsky (1986, p. 40) afirmaba que los puntos
se encuentran en todas las artes y su fuerza interior crecerá
cada vez más en la conciencia del artista.
El punto es promotor e iniciador
de continuas propuestas pictóricas, tal y como se puede observar
en la obra de Kandinsky. Junto con la línea, se relaciona
con propuestas que se manifiestan por su potencial ordenador de
una composición determinada, a través de gestos que
marcan direcciones generativas, productivas y estructurales. El
punto, asumido en su extensión como línea, se fundamenta
en la ubicación de un gesto que concreta una futura estructuración,
enlazando con las diferentes actitudes primordiales de expresión
y construcción respecto a la descripción de las ideas
y los fenómenos de interpretación. Los trazos reconocidos
son los rastros fijos de esos gestos, que plantean el método
de conocimiento de las formas. En definitiva, el punto y la línea
no sólo comunican una idea o concepto, sino que informan
de la estructura con la que el espectador capta el fenómeno
y su posterior simbolización. La estructuración de
la composición, mediante el punto y la línea, se debate
entre la objetivización y la individualización del
valor interpretativo. En definitiva, la correlación entre
el carácter de estructura objetiva y los gestos impulsivos,
que surgen de la esencia presente interior, formalizan un acto de
proyección notoriamente creativo, estableciéndose
los procesos conclusivos de la obra gráfica.
Para Kandinsky, “el punto
geométrico es invisible. De modo que debe ser definido como
un ente abstracto. Pensando materialmente, el punto semeja un cero.”
Este cero identificado por el escultor y teórico Jorge de
Oteiza1 con el vacío y
el hueco de los cromlechs y ciertas construcciones megalíticas
no fue más que el origen de un estudio, que aborda la historia
del arte, desde el punto de vista del hueco o vacío, y el
estudio de su propia obra como conclusión en el vacío.
En este sentido, afirmaba lo siguiente: “a nuestro cromlech
vacío no solamente le falta un pedazo, le falta todo y todo
aquello que le falta es realmente lo que tiene, lo que es. Estoy
afirmando que es una obra de arte igual a cero.” (Oteiza,
1983, sección 110). Más adelante vuelve a añadir:
“En el arte contemporáneo se está entrando en
una conclusión semejante a nuestro cero-cromlech neolítico
final, es por lo que afirmo que es la hora de interpretarnos y de
comprendernos.” (Oteiza, 1983, sección 112)
Según las diferentes teorías
de este escultor, en el arte existen dos fases, que se contraponen
y que no pueden existir una sin la otra: una primera fase de acumulación
y mayor materialización técnica y una segunda de desmaterialización
e interiorización. En esta primera etapa, se da un incremento
en la expresión, donde aparecen numerosos problemas de estructura.
En cada una de las etapas históricas, desde la Prehistoria
hasta nuestros días, hay un periodo de crecimiento, de acumulación
y expresividad. Es una fase, donde el arte parte del cero, de la
nada para comunicarse e identificarse con la realidad física
de la Naturaleza. La segunda etapa, que también existe en
cada una de las épocas anteriores, resulta una fase conclusiva.
La expresividad disminuye, la comunicación en vez de ser
exterior se torna interior, debido a una desacumulación y
desmaterialización. Son periodos conclusivos que consideran
el cero o la nada final como un punto de llegada, ahora la relación
con la naturaleza tiende a manifestarse interior y espiritual. De
una física del arte se pasa a una metafísica del arte.
Según este escultor (Oteiza, 1988, p. 241), en la Prehistoria
se concluye con el cero del cromlech vasco, en Grecia con el Partenón,
en el Renacimiento con las Meninas de Velázquez, en el arte
contemporáneo con Malevich, Mondrian y con las Cajas Metafísicas
de este artista vasco. Este vacío o cero se correlaciona
igualmente con el punto de Kandinsky entendido como inicio y conclusión
en la historia del arte.
En la Prehistoria, se parte del
punto como elemento generador de nuevas proyecciones artísticas.
Por otra parte, en el siglo XX, el punto y el plano vacío
son los objetivos metafísicos de una parte de la pintura
abstracta (recuérdese los cuadros de Kandinsky, Malevich
y la pintura minimalista). El punto, el cero y el vacío no
son más que principios surgidos desde los primeros años
de creación artística del ser humano y que posteriormente
en el arte del siglo XX han vuelto a ser reutilizados, como valores
de un proceso concluido y finalizado. Como afirma Jorge de Oteiza
(1983, índice epilogal, en “arte concluye”) “el
arte concluye como comenzó.”
Si en algunas composiciones pictóricas
y gráficas del siglo XX, el punto ha sido el marco de retorno
al origen creativo del hombre prehistórico, curiosamente,
encontramos que esta teoría toma más peso si observamos
las nuevas tecnologías infográficas, donde el punto
o píxel resulta más válido que nunca a partir
de la década de los años 60 con el tratamiento informático.
Recordemos que las creaciones infográficas están fundadas
sobre los conceptos de Imagen Digital e Imagen Numérica,
es decir, una imagen donde su especificidad básica se reduce
a los pequeños elementos que la constituyen, llamados pixels.
Así cada pequeño punto o pixel es cualificado y cuantificable
separadamente en cuanto a color, textura, luminosidad y a la localización.
La imagen digital se presenta como una matriz de números
en filas y columnas en la memoria del ordenador. Los parientes más
próximos del pixelismo son las artes visuales desde 1800
y la Animación Fílmica. De hecho, los artistas informatizados
descienden directamente del puntillismo. El pixelismo es un movimiento
que empezó cuando los ordenadores se usaron por primera vez
para crear gráficos. Desde el advenimiento del ordenador
personal, el movimiento se ha expandido hasta convertirse en un
desarrollo artístico internacional.
Centrándonos nuevamente en
el apartado más pictórico, debemos afirmar que el
hombre primitivo intenta potenciar la ocupación espacial,
enfatizando la prioridad simbólica y mágica, mientras
que el artista contemporáneo tiende a una desocupación
espacial mediante sus elementos mínimos: la línea
y el punto. El punto es la forma más escueta. Su fusión
con lo que le rodea es mínima y su tendencia se presenta
de una manera estática, no afirmando ninguna dirección
en concreto. Nuevamente, podemos decir que el punto es el elemento
primario de la pintura. Su manifestación se presenta como
la máxima reducción de la composición, siendo
la imagen primaria de la expresión pictórica.
Como ya hemos dicho, el punto tiende
a una ocupación espacial, caso de las figuras que aparecen
en la Cueva de Covallanas en Cantabria (España), realizadas
en el Auriñaciense antiguo (30.000-20.000 a.d.C.), donde
las figuras son conseguidas por la sucesión de puntos, que
dan idea de una línea seguida, generando 3 ciervos con cuatro
patas, e incluso con pezuñas; o la formación lineal
a base de puntos en la Cueva del Castillo, en el denominado periodo
III del Paleolítico (hace 20.000-15.000 años) sito
en la misma provincia; o la formación de puntuaciones en
la Marsoulas (Francia) de la misma época. La aparición
en estos lugares de puntos rojos se vuelve a reflejar nuevamente
en el siglo XX en obras como “Mancha roja II”, realizada
en el año 1921, de Kandinsky.
El punto llevado a su máxima
expresión de tamaño, alcanzado los límites
extremos y superándolos, conlleva que como tal desaparezca
y en su lugar se genere el estado embrionario del plano. También,
este teórico y artista ruso realiza una profunda investigación
en torno a las relaciones y conexiones entre el tamaño del
punto, el plano y otras formaciones sobre el plano.
Según Kandinsky (1986, p.
21), el punto no es más que un enlace básico entre
palabra y silencio. En este sentido, las probabilidades de relación
con diversas disciplinas del saber pueden ser amplias y variadas,
caso de la relación gramatical y la conexión con el
ballet y la música.
El valor de aprehensión sutil
de las ideas y de los objetos proporciona una multiplicidad de sentidos
e interpretaciones, que son emitidos mediante la pintura y el dibujo.
Lo concreto es aprehendido de manera intuitiva, conceptual y representado
bajo una referencia de prácticas científicas, técnicas
o artísticas.
Las distintas modalidades de dibujo,
desde las más conceptuales a las más naturalistas,
serían consecuencia de la utilización de lenguajes
de convenciones gráficas de una menor o mayor riqueza y articulación.
En este sentido, el dibujo más abstracto (composición
en base a una ilógica figurativa de puntos y líneas)
se proyecta mediante un amplio repertorio de imágenes procedentes
de un lenguaje universal, relegando el control de la racionalidad
mental. Pero, en todas ellas las bases aplicativas de partida son
el punto y la línea. Es aquí donde asumimos su correlación
y correspondencia con las primeras fases de la creación artística,
encontrando un evidente desarrollo metafísico y simbólico.
El origen del arte se basa en la
identidad entre la representación y lo representado, siendo
la imagen no sólo el sustituto de otra realidad, sino una
forma de precisar una identificación entre dos realidades
diferentes. Para Heidegger (1950, p. 13), “el origen de algo
es la procedencia de su esencia.” El origen del arte, especialmente
de la pintura, se fundamentaría en el punto, como elemento
cero de inicio. El origen de algo “sirve para convertir subrepticiamente
lo que hay en raíces del pasado y en espejo del
futuro, en contenido esencial” (Jiménez, 1992, p. 207),
de ahí la conexión del uso prehistórico del
punto y su vuelta al uso en el arte moderno. El concepto de origen
se entiende desde los fundamentos esteticistas y desde posiciones
esencialistas, en términos de progreso histórico o
de evolución, desde lo primitivo a lo civilizado, convirtiéndose
en norma o modelo de lo que es específicamente diferente,
por la diversidad de situaciones culturales. En este sentido, nuestro
interés se centra en la esencia como valor de desarrollo
inicial, asumiéndolo como proceso de inicio y conclusión
de una existencia pictórica.
La historia del arte demuestra diversos
valores simbólicos desde los albores de la historia, mientras
que posteriormente la perfección y el dominio de la reduplicación
técnica conlleva nuevamente renovados conceptos de simbolización,
asumiendo los valores de la mínima materialización
aplicativa en una máxima proyección expresiva. Las
primeras fases creativas del arte como en los actuales procesos
artísticos se vinculan a prácticas en términos
de borrones, manchas, puntos y líneas. Mediante estos anteriores
elementos, se retoma mediante una mínima expresión
nuevamente una máxima valoración simbólica
y espiritual.
Notas:
1
Jorge Oteiza nace en 1908 en Gipuzkoa (España). En 1929,
se matricula en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid, donde permanecerá
un breve tiempo. En 1935, viaja a Argentina con el pintor Balenciaga.
Durante este mismo año, presenta su informe "Encontrismo"
(análisis morfológico para la expresión formal).
Al año siguiente, en Santiago de Chile participa en la creación
del teatro político experimental. En 1941, es profesor en
la Escuela Nacional de Cerámica de Buenos Aires y al año
siguiente el Gobierno de Colombia le contrata para la organización
de la enseñanza oficial de la cerámica. También,
en 1947, dará un curso de química cerámica
en la Escuela de Ingenieros de Trujillo en Perú. Al año
siguiente, regresa a España y en 1950 se le adjudica por
concurso el proyecto escultórico para la Basílica
de Aranzazu. En 1958, finaliza su experimentación escultórica,
abandonando la escultura un año después. En 1976,
participa con Agustín Ibarrola y Eduardo Chillida en la Bienal
de Venecia. Entre los principales textos escritos por el artista,
destacamos los siguientes: "Carta a los artistas de América.
Sobre el arte nuevo en la posguerra" en 1944; "Interpretación
Estética de la Estatuaria Megalítica Americana"
y "Renovación de la estructura en el arte actual"
en 1952; "Propósito Experimental 56-57" en 1957;
"El final del arte contemporáneo, razones por las que
abandono la escultura" en 1969. Igualmente, destacan los libros:
"Quousque Tandem...!" en 1963; "Ejercicios espirituales
en un túnel" en 1966.
Referencias:
Heidegger,
M. (1950). Holzwege. Frankfurt: V. Klostermann.
Jiménez, J. (1992). Imágenes del hombre. Fundamentos
de estética. Madrid: Tecnos.
Kandinsky, W. (1986). Punto y línea sobre el plano. Barcelona:
Labor.
Oteiza, J. (1983). Quousque Tandem....! Ensayo de interpretación
estética del alma vasca. San Sebastián: Hordago.
Oteiza, J. (1964). Ideología y técnica para una Ley
de los Cambios en el arte. Ponencia para el 13º Congreso Internacional
de Crítica de Arte en Italia sobre Ideología y Técnica.
Madrid. 1964. Publicado en VV.AA. (1988). "Oteiza, Propósito
Experimental". Madrid: Fundación Caja de Pensiones.
Iñigo
Sarriugarte Gómez
Profesor Asociado en el Departamento de Historia del Arte de la Facultad
de Filología, Geografía e Historia, Universidad
del País Vasco, España |