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Febrero - Marzo
2005

 

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La Traje Tieso
 

Por Vilma Rodríguez
Número 43

Desde el año 1900, en la Hacienda Huápalas, en la provincia de Morropón (Piura, Perú), quienes vivían allí y a sus alrededores escuchaban todos los días al llegar la medianoche, los pasos a ritmo enérgico, de una persona caminando sobre el piso de madera.

Sin embargo, no se trataba únicamente de pisadas, sino que al caminar arrastraba algo, que en un comienzo no lograban definir exactamente, pero no duró mucho tiempo esta incógnita, pues reconocieron que se trataba de un largo traje, de los que solían usar en aquella época, pero algo más almidonado que los que usaban las damas de la antigüedad. Todos los pobladores se preguntaban ¿Por qué entra aquella señora a nuestras habitaciones?

Como si fuera poco y lejos de encontrar una respuesta, con el transcurrir de los años, en vez de alejarse esta extraña sensación, más bien aumentaban los ruidos raros. La presencia de esa señora venía después acompañada por un fuerte viento que hacía cerrar las puertas y ventanas, durante el verano y las abría durante el invierno. Tan fuerte era el aire que entraba, que apagaba las lámparas que se solían dejar durante la madrugada. Esto aumentaba mucho más el pánico, sobre todo en quienes acudían a la hacienda sólo durante las vacaciones. Los jóvenes más avezados llegaron a hacer planes para mantenerse en vigilia desde las once y quince de la noche.

Sin embargo, cuando empezaban los ruidos y ellos estaban provistos de pequeños lamparines, se les apagaba en forma simultánea, pero previamente sentían sobre sus rostros un aire helado que incluso llegaba a ahogar a quienes, sorprendidos por los sucesos, se quedaban boquiabiertos.

Un día uno de los jóvenes quiso ser más audaz, preparó varias ondas para cuando apareciera aquella sensación, empezaría a tirar hacia la dirección por donde venía el ruido o el viento. Sin embargo, esa noche en que estuvo preparado, y al sentir el viento helado, lo primero que hizo fue dirigir su onda hacia ese lado, pero no se percató que tiró la piedra con tal fuerza que rebotó sobre la pared de enfrente y le cayó en la cabeza dejándolo inconsciente durante esa noche. Sus primos, alarmados, no sabían qué hacer cuando lo encontraron tirado sobre el piso, una vez que encendieron sus lámparas, es decir cuando el ambiente se había calmado, ya no había ruido y el viento había dejado de soplar.

El mayor de ellos decidió buscar a uno de los peones más antiguos. Y cuando lo trajeron hasta el lugar del herido, llegó y después de persignarse empezó a rezar. Algunas de las oraciones eran sumamente particulares y las decía casi en silencio, arrodillado y con la cabeza muy pegada al chico. Después, lo cogió y lo llevó a la habitación de los muchachos. Dijo que no se podía hacer nada más porque la "Traje Tieso" se enfurecería y regresaría a hacer más daño aún.

Al día siguiente, cuando todos estaban en la mesa listos para el desayuno, los primos no podían seguir escondiendo lo que había ocurrido la noche anterior, por eso decidieron contárselo a sus padres. Fue entonces cuando los dueños de la hacienda preguntaron dónde estaba el muchacho y cuando ellos contestaron que en su habitación, todos, olvidándose del desayuno, corrieron hacia allí. Hicieron todo lo posible por despertarlo, pero el chico no respondía. Fue entonces cuando se dieron cuenta que no había nada más que hacer.

El joven no tenía padres pero estaba bajo la tutela de sus tíos, quienes se encargaron de todo lo referente al sepelio. Lo trasladaron a Chulucanas, la capital de la provincia, donde fueron todos los parientes y conocidos. En el momento de la sepultura, un remolino hizo volar las flores y los sombreros que llevaban los asistentes, las campanas del templo empezaron a hacer sentir su redoble, pero era cada vez con mayor intensidad.

Los primos y los peones más antiguos empezaron a darse cuenta que la "Traje Tieso" estaba presente y no sólo eso, estaba furiosa. En el camino de regreso a Huápalas, nadie habló. Llegó cada familia a su respectiva casa y después de tomar sólo una taza de té, en la casa- hacienda, donde el primo había muerto, se retiraron a sus habitaciones. Los primos, que dormían juntos, no pudieron ni siquiera cerrar los ojos esa noche. Tal era el miedo que tenían, que ninguno se atrevía a iniciar la conversación. Hasta que uno de ellos empezó a llamar a los otros y cuando se les estaba yendo el pánico, se golpeó una puerta, con una intensa fuerza que ellos saltaron de sus camas.

Luego vinieron las pisadas, pero más que el ruido del traje largo almidonado, se escuchaba arrastrar una pesada cadena, como si alguien estuviera atado a ella. Después dejó de sonar casi en la puerta del dormitorio de ellos pero se oyó el crujir de una puerta. Los chicos estaban espantados, casi paralizados, sentados al borde de la cama. Todo estaba oscuro, los latidos de su corazón estaban cada vez más acelerados. Se daban cuenta que no podían resistir más. De pronto se escucharon nuevamente pasos, ellos aún más atemorizados vieron un reflejo de luz y una voz varonil les dijo: Descansen en paz.


Lic. Vilma Rodríguez de Rosales
Escritora Peruana