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Por Vilma Rodríguez
Número 43
Desde
el año 1900, en la Hacienda Huápalas, en la provincia
de Morropón (Piura, Perú), quienes vivían allí
y a sus alrededores escuchaban todos los días al llegar la
medianoche, los pasos a ritmo enérgico, de una persona caminando
sobre el piso de madera.
Sin
embargo, no se trataba únicamente de pisadas, sino que al
caminar arrastraba algo, que en un comienzo no lograban definir
exactamente, pero no duró mucho tiempo esta incógnita,
pues reconocieron que se trataba de un largo traje, de los que solían
usar en aquella época, pero algo más almidonado que
los que usaban las damas de la antigüedad. Todos los pobladores
se preguntaban ¿Por qué entra aquella señora
a nuestras habitaciones?
Como
si fuera poco y lejos de encontrar una respuesta, con el transcurrir
de los años, en vez de alejarse esta extraña sensación,
más bien aumentaban los ruidos raros. La presencia de esa
señora venía después acompañada por
un fuerte viento que hacía cerrar las puertas y ventanas,
durante el verano y las abría durante el invierno. Tan fuerte
era el aire que entraba, que apagaba las lámparas que se
solían dejar durante la madrugada. Esto aumentaba mucho más
el pánico, sobre todo en quienes acudían a la hacienda
sólo durante las vacaciones. Los jóvenes más
avezados llegaron a hacer planes para mantenerse en vigilia desde
las once y quince de la noche.
Sin
embargo, cuando empezaban los ruidos y ellos estaban provistos de
pequeños lamparines, se les apagaba en forma simultánea,
pero previamente sentían sobre sus rostros un aire helado
que incluso llegaba a ahogar a quienes, sorprendidos por los sucesos,
se quedaban boquiabiertos.
Un día uno de los jóvenes quiso ser más audaz,
preparó varias ondas para cuando apareciera aquella sensación,
empezaría a tirar hacia la dirección por donde venía
el ruido o el viento. Sin embargo, esa noche en que estuvo preparado,
y al sentir el viento helado, lo primero que hizo fue dirigir su
onda hacia ese lado, pero no se percató que tiró la
piedra con tal fuerza que rebotó sobre la pared de enfrente
y le cayó en la cabeza dejándolo inconsciente durante
esa noche. Sus primos, alarmados, no sabían qué hacer
cuando lo encontraron tirado sobre el piso, una vez que encendieron
sus lámparas, es decir cuando el ambiente se había
calmado, ya no había ruido y el viento había dejado
de soplar.
El
mayor de ellos decidió buscar a uno de los peones más
antiguos. Y cuando lo trajeron hasta el lugar del herido, llegó
y después de persignarse empezó a rezar. Algunas de
las oraciones eran sumamente particulares y las decía casi
en silencio, arrodillado y con la cabeza muy pegada al chico. Después,
lo cogió y lo llevó a la habitación de los
muchachos. Dijo que no se podía hacer nada más porque
la "Traje Tieso" se enfurecería y regresaría
a hacer más daño aún.
Al
día siguiente, cuando todos estaban en la mesa listos para
el desayuno, los primos no podían seguir escondiendo lo que
había ocurrido la noche anterior, por eso decidieron contárselo
a sus padres. Fue entonces cuando los dueños de la hacienda
preguntaron dónde estaba el muchacho y cuando ellos contestaron
que en su habitación, todos, olvidándose del desayuno,
corrieron hacia allí. Hicieron todo lo posible por despertarlo,
pero el chico no respondía. Fue entonces cuando se dieron
cuenta que no había nada más que hacer.
El joven no tenía padres pero estaba bajo la tutela de sus
tíos, quienes se encargaron de todo lo referente al sepelio.
Lo trasladaron a Chulucanas, la capital de la provincia, donde fueron
todos los parientes y conocidos. En el momento de la sepultura,
un remolino hizo volar las flores y los sombreros que llevaban los
asistentes, las campanas del templo empezaron a hacer sentir su
redoble, pero era cada vez con mayor intensidad.
Los
primos y los peones más antiguos empezaron a darse cuenta
que la "Traje Tieso" estaba presente y no sólo
eso, estaba furiosa. En el camino de regreso a Huápalas,
nadie habló. Llegó cada familia a su respectiva casa
y después de tomar sólo una taza de té, en
la casa- hacienda, donde el primo había muerto, se retiraron
a sus habitaciones. Los primos, que dormían juntos, no pudieron
ni siquiera cerrar los ojos esa noche. Tal era el miedo que tenían,
que ninguno se atrevía a iniciar la conversación.
Hasta que uno de ellos empezó a llamar a los otros y cuando
se les estaba yendo el pánico, se golpeó una puerta,
con una intensa fuerza que ellos saltaron de sus camas.
Luego
vinieron las pisadas, pero más que el ruido del traje largo
almidonado, se escuchaba arrastrar una pesada cadena, como si alguien
estuviera atado a ella. Después dejó de sonar casi
en la puerta del dormitorio de ellos pero se oyó el crujir
de una puerta. Los chicos estaban espantados, casi paralizados,
sentados al borde de la cama. Todo estaba oscuro, los latidos de
su corazón estaban cada vez más acelerados. Se daban
cuenta que no podían resistir más. De pronto se escucharon
nuevamente pasos, ellos aún más atemorizados vieron
un reflejo de luz y una voz varonil les dijo: Descansen en paz.
Lic.
Vilma Rodríguez de Rosales
Escritora Peruana |