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Por Jerónimo Rivera
Número
44
En
lugar de ser simplemente lo contrario de la realidad,
la ficción nos comunica algo acerca de
la realidad1
Sentado
frente al televisor paso las tardes calurosas
de junio. Es 1982 y a medida que las horas pasan
soy Superman y puedo volar muy alto, me convierto
en un super agente capaz de hablar por un teléfono
portátil instalado en mi lapicero y, como
el hombre nuclear, puedo tener dispositivos que
me permiten mirar más allá y llegar
a donde otros no pueden. Mientras tanto en el
salón de la justicia, los superamigos
discuten si es la imaginación de un niño
la que lo lleva a perder sus límites de
la realidad o si son ellos los culpables de que
a tanto infante idealista le haya dado por tirarse
de la terraza con una capa sobre los hombros.
La fantasía
nutre la imaginación de cualquier niño,
pero es importante no olvidar que ésta
no surge de la nada y que nada es totalmente
imaginado. Lo que llamamos imaginación
no es más que un tercer paso en el proceso
de asimilación del sentido de la imagen,
en el cual somos capaces de crear imágenes
que en ocasiones pueden ser únicas y originales,
pero que siempre se construyen a partir de otras
ya conocidas.
A menudo creemos
que la imaginación es el terreno de lo
ilimitado, donde el tiempo y el espacio parecieran
obedecer a caprichos y al reino de la locura,
pero hasta la locura tiene su cordura. Lo que
en una época puede parecer propio de la
fantasía y ha llevado a tildar a muchos
de locos (basta pensar en la historia de Robert
Koch, el descubridor de los microbios), puede
ser perfectamente posible en otra gracias a los
inventos científicos que a menudo parten
de la ficción para materializarse en la
vida cotidiana.
Es popular aquel
dicho de que las brujas no existen… pero
de que las hay, las hay. Pues yo confieso desde
mi radical escepticismo que sí existen
y yo las he visto… miles de veces he soñado
con ellas, las he imaginado y hasta las he visto
reproducidas en cine y televisión. ¿En
que podría basarse alguien para afirmar
categóricamente que no existen? Tal vez
en que no hay pruebas científicas de su
existencia, pero este argumento no es válido
si entramos al terreno de la ficción,
que no es, como muchos afirman, lo contrario
de la realidad, porque más bien, como
plantea Schmidt “la auténtica ficción
es que la realidad existe”2.
El cine, para
muchos la imagen con mayor iconicidad, nos ha
presentado una gran cantidad de ideas que han
aportado a esta incertidumbre, con películas
como Matrix y Abre los Ojos, que han puesto en
entredicho la realidad a partir del concepto
de la simulación. ¿qué es
la realidad? Si la respuesta fuera que realidad
es todo lo que podemos percibir a través
de nuestros sentidos, entonces el simulacro se
presentaría como una realidad cuya claridad
y verosimilitud puede representar e inclusive
sustituír la realidad en la cual fue inspirada.
Hace algunos
años estábamos muy seguros de cuáles
eran nuestros límites, antes de Copérnico
lo estaban aún más, pero nuestra
Era está atravesada por la complejidad3
y la convivencia armónica de contrarios
que ya no parecen tal, si no dos lados de una
misma moneda que sobreviven el uno gracias al
otro. Según Omar Calabrese, estamos en
la época del fragmento y la globalización,
del límite y el exceso, en definitiva,
del más o menos y el no sé que,
una época en la que hemos llegado a dudar
hasta de la duda y a ser, según Regis
Debray, “la primera generación que
puede creerse autorizada por los aparatos para
dar crédito a sus ojos”.
Virtualidad
y simulacro
Pero,
a todas estas, ¿en dónde termina
la realidad?. Algunos dirían, de manera
equivocada, que termina en la virtualidad o que
la ficción es sólo un escape a
la realidad. La historia del arte ha tomado partido
al señalar al surrealismo como una forma
de realidad, que presenta de manera sugerente
una realidad compuesta por imágenes oníricas
que evocan sueños sólo existentes
en la mente de quien los genera y que no obedecen
a las lógicas positivistas, pareciendo
en ocasiones que escapan a cualquier lógica.
Sin embargo,
incluso el cine de ciencia ficción tiene
normas estrictas que definen sus límites,
apelando a la coherencia de la película
y ocasionando una autorregulación que,
paradójicamente, le permite a los creadores
tener una mayor libertad.
En su afán
por encontrar los límites de la realidad,
muchos han opuesto a ella la virtualidad, pero
después se ha propuesto que lo virtual
no es más que la realidad en potencia,
lo que aún no ocurre en nuestro espacio
- tiempo, pero que es susceptible de ocurrir.
¿Quién
podría decir, por ejemplo, que un piloto
no experimenta un vuelo real con un simulador?.
Estos aparatos han sido usados desde hace muchos
años para reproducir las condiciones y
sensaciones de un vuelo real, eliminando el riesgo
como posibilidad. Gracias a los simuladores no
encontramos aviones de enseñanza surcando
nuestros cielos.
Por lo tanto,
es muy válido argumentar que cada vez
somos más conscientes de que ignoramos
los límites de nuestro mundo conocido.
Nuestra capacidad de asombro es menor y la realidad,
que muchas veces supera a la ficción nos
ha demostrado que, virtualmente, todo es posible.
Notas:
1
W. Iser “La realidad de la ficción”
citado por Fernando Vásquez Rodríguez
en “El lobo... viene el lobo. Alcances
del Relato en la Educación” , documento
inédito Pontifica Universidad Javeriana
2 Sigfried
Schmidt, citado por Fernando Vásquez Rodríguez
en “¡El lobo... viene el lobo! Alcances
del Relato en la Educación”, documento
inédito Pontifica Universidad Javeriana
3 Objeto de
estudio del teórico francés Edgar
Morin, que ha estructurado toda una teoría
acerca del pensamiento complejo.
Jerónimo
León Rivera Betancur
Docente Investigador, Director del Grupo IMAGO,Facultad
de Comunicación,Universidad
de Medellín,Colombia |