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2005

 

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La Familia en la Génesis del siglo XXI
 

Por Ana Zermeño
Número 45

Mientras el discurso social reproduce la idea y el miedo sobre el ocaso de la familia, en las encuestas de opinión y en las de investigación dura, aparece una y otra vez el deseo de los jóvenes de formar sus propias familias y el de los adultos de mantenerse viviendo en familia. Está claro que se ha extendido la turbación y generado incertidumbre sobre el futuro de la familia como la primera institución social, baste ejemplificar con los discursos mediáticos que nos muestran el declive de los valores tradicionales y el aumento de la tasa de divorcios. Pero también queda claro que la gran mayoría de las personas queremos vivir en el amor, compartir nuestra vida con otra persona y todavía en muchos casos trasladar ese “amor” a otros: a los hijos (sean biológicos o adoptados). También queda claro que el punto de refugio más importante sigue siendo la familia. Entonces, ¿qué es lo que realmente está pasando? Porque lo que es indudable es que algo se está moviendo con relación a la configuración y a las formas de convivencia de la familia, tal y como la hemos venido concibiendo.

Para responder esa pregunta debemos tomar conciencia del momento histórico-social en el que estamos viviendo y que algunos han bautizado como posmodernidad, otros como modernidad tardía y otros tantos como capitalismo tardío o multinacional. Cualquiera que sea el nombre, lo cierto es que se han descentrado nuestros marcos de referencia y con ello se han instalado al menos dos tendencias que replantean las dinámicas familiares: la individualización y la urbanización. Ante esto, nos obliga a que continuemos el cuestionamiento: ¿qué le espera a lo que hasta ahora hemos llamado familia? ¿cuáles son las predicciones que podemos hacer sobre su fragilidad, resistencia y capacidad de acomodación? Para lo cual presento una exploración sobre tres puntos que se entrelazan y que considero fundamentales: la concepción clásica de la familia moderna, las problemáticas de la familia contemporánea y las tendencias de acomodación o perspectivas a futuro.

La concepción clásica de la familia moderna
En el II Congreso de La familia en la sociedad del siglo XXI, que se realizó en Madrid el año pasado, Ricardo Montoro señalaba acertadamente por qué la familia es tan vital para una sociedad y para el ser humano, dijo al respecto, que por la simple economía de recursos, ya que ninguna otra instancia ordena de manera tan “natural”, procesos tan elementales y complejos para la reproducción social, como lo son la reproducción biológica, la socialización de los más jóvenes, la reproducción económica básica, las relaciones intergeneracionales, la regulación y canalización de los sentimientos y la regulación de la conducta sexual (Montoro Romero, 2004). Veamos más cercanamente cómo desarrolla la familia estas funciones:

Gracias a que gran parte de la vida social está organizada desde la vida familiar podemos saber “quién es hijo de quién”; es decir, podemos ordenar la reproducción, algo tan aparentemente sencillo pero que nos ha orillado a inventarnos un sistema de clasificación que indica las líneas de descendencia y ascendencia. Este sistema de etiquetas son los apellidos. Al ordenar la reproducción, la familia también ha regulado la conducta sexual, porque ha evitado que “todos se apareen con todos”, reduciendo las conductas incestuosas y la multiplicación de hijos sin padres reconocidos. Por otra parte, los apellidos han colaborado además a ordenar los procesos de herencia, linaje y responsabilidades legales.

Antes de continuar con las funciones sustantivas de la familia occidental moderna, tenemos que aceptar que la constancia de legitimidad mediante los apellidos es ya obsoleta en nuestros días. Los avances genéticos han revolucionado las nociones de familia, actualmente los conocimientos sobre el genoma humano (ADN) nos permiten determinar con exactitud la paternidad y con ello la responsabilidad; por otra parte, la inseminación artificial ha aumentado la tipificación de familias, sólo hay que echarle un ojo a los periódicos y a la literatura médica sobre reproducción y fertilidad para ver las combinaciones reales y potenciales (Beck-Gernsheim, 2003).

Otra tarea fundamental de la familia es la de educadora y formadora de los niños. La socialización en las formas de vida reconocidas por la comunidad es la base de la reproducción social. Si bien el Estado colabora a través de la educación formal y los medios de comunicación hacen lo suyo afectando en las maneras de entender el mundo en procesos acumulativos y a largo plazo (Martín López, 2000), es en el seno de la familia donde el niño construye sus primeros referentes, los que le servirán para asimilar y acomodar todos los estímulos que a lo largo de su vida recibe. No voy a detenerme en el análisis del valor y la formación de las estructuras de referencia de los infantes porque no es el objeto de esta ponencia, pero sí subrayo la incidencia preponderante de estas en la concepción de una vida adulta “sana” (Delval, 2002).

Por otra parte, la familia ordena los comportamientos económicos básicos porque si bien a nivel macro éstos están regulados de manera externa por el mercado laboral, la familia ha pasado a ser la célula de consumo por excelencia, cuando antes fuera la célula productiva por antonomasia. Antes de continuar con este argumento, habrá que apuntalar la idea de que a raíz de la industrialización el patrimonio y los modos de producción de riqueza, se transformaron y con ello se transformó la vida interna de la familia: la urbanización aparece en escena. Hay un desplazamiento de las zonas rurales a las urbanas en busca de mejores condiciones de vida, el principal capital familiar deja de ser el patrimonio agrícola y ahora es la posesión de un puesto de trabajo remunerado (en el mejor de los casos fijo y bien pagado); esta tendencia modifica la estratificación social que desde entonces se basa en las diferencias profesionales, constituyéndose la educación formal en su principal soporte. Ahora bien, cuando la familia deja de ser una fuente autónoma de producción, tiene que obtener externamente los insumos que requiere para su supervivencia, con lo cual entra de lleno a las lógicas de consumo masivo y así soporta al macro sistema de producción económico. Baste analizar las dinámicas de mercadotecnia de los malls o plazas comerciales, pensadas para las compras en familia y no para los individuos (Montoro Romero, 2004).

En ningún otro espacio social se dan las luchas de poder y negociación generacionales o de género como en la familia. Es en familia donde aprendemos los roles de hombres y mujeres, pero también es el espacio donde se ordenan las relaciones intergeneracionales. A propósito de la fuerza que el mercado laboral aplica al interior de las familias, están los neo-reencuentros entre los roles de los nietos y los abuelos.

A raíz de la creciente urbanización y de la nueva configuración del mercado laboral, los lazos con la familia extensa se han roto; pero también a raíz del incremento de las mujeres como sujetos económicamente activos y remunerados, sea por estrategia ante el coste de la vida o como búsqueda de superación personal, son los abuelos (abuelas principalmente) quienes apoyan a la madre en el cuidado de los hijos. Por otra parte, la familia se convierte en el campo de batalla entre lo viejo y lo nuevo, por lo mismo, en familia se resguarda lo bueno de lo viejo y se renuevan las ideas; es decir, se negocian formas de conducta más operativas para el mundo moderno.

En familia también se regulan y canalizan los afectos y sentimientos porque es ahí donde podemos mostrarnos como realmente somos, es ahí donde saben de nuestros verdaderos defectos y virtudes y por lo mismo el fluir de los afectos es más auténtico. Cuando González Requena refiere a las telenovelas, dice que su éxito es posible porque se referencian desde el universo de lo familiar; con lo cual, nos da una pauta para comprender la fuerza de las emociones que ahí se dan cita y que no son posibles en otro espacio:

Sólo hay un lugar donde la más cruel de las agresiones, donde el más odioso de los insultos no conduce a una ruptura definitiva; la familia (...) las redes familiares introducen, en suma, una tensión centrípeta que frenan las tensiones centrífugas que los conflictos debieran generar y hace posible, paradójicamente, una permanente e indefinida producción de nuevos conflictos” (González Requena, 1992: 123).

La familia contemporánea
La familia actual, como apuntaba al principio, debe analizarse a la luz del momento histórico que le corresponde, lo cual supone y ha supuesto oportunidades y presiones para su consolidación. En este sentido, las lógicas de la vida contemporánea han dejado de centrarse en los ideales homogéneos y definidos que caracterizaron la época moderna y se han trasladado en la desmitificación, el individualismo y el riesgo que se manifiestan en el hedonismo, el consumo masificado, la fragmentación y la precariedad.

Los peligros de la modernidad tardía, implican que al darse la ruptura con el modelo basado en la tradición, se ha obligado al individuo (por lo tanto a la familia) a fundamentarse en sí mismo, ha tomado conciencia sobre las implicaciones de sus elecciones y con ello ha visualizado la expansión correlativa de los riesgos y los miedos han entrado a escena (Beriain, 1996). Es decir, antes, la tradición implicaba que al casarte lo “lógico” era la llegada de los hijos y que si por algún motivo había problemas, rezabas para que las cosas mejoraran; en ese acto delegabas a Dios la búsqueda de soluciones y quedabas cobijado en su sabiduría. Ahora, la sola percepción de tener un abanico de posibilidades dispuestas y factibles de ser elegidas por el individuo, deviene en una realidad caótica porque lo que se hace evidente es la responsabilidad del que elige, los errores u omisiones son referidos directamente al sujeto y no a una divinidad o entidad externa.

Si tratamos de visualizar a la familia en este escenario podemos detectar una serie de “nuevas” condiciones que la vuelven un fenómeno complejo a nuestra comprensión, entre las que puedo destacar la instalación de la filosofía de la igualdad, la emancipación de la mujer y el papel errático del Estado.

La percepción de igualdad con el otro (o los otros), de tener derechos y prerrogativas a nivel horizontal, de ejercer una vida más democrática, deja de ser privativa del debate público y se instala en la esfera de lo privado. El espacio de lo privado por excelencia, ha sido el de la familia, es ahí donde las ideas se engendran porque al final de cuenta los pensadores también viven en familia, es ahí a donde también regresan ya reelaboradas por la opinión pública y en el proceso de “apropiación” o “naturalización”, tales ideas transforman tanto a la familia como a la sociedad. Así, la percepción de igualdad en la familia, se detecta en varios niveles. Un síntoma claro del, llamémosle, síndrome de la percepción de la igualdad, es lo que sucede en la relación entre padres e hijos:

a) Mientras los padres, después de tantos discursos sociales que recomiendan, a propósito de la democracia y del modelo padres-amigos con educación horizontal, en sucesión al modelo padres-formadores o autoritarios, sufren la indecisión del rol que deben tomar, “temen el autoritarismo que ellos vivieron, y no saben cómo ejercer la autoridad” (Montoro Romero, 2004: 18). Esto, que parece hasta “simplón”, trae como consecuencia el debilitamiento de la autoridad de los padres, de los profesores y en general de los adultos para educar no sólo en las normas sociales, de urbanidad o profesionalización a los más chicos, sino en la construcción de valores. ¿Cómo puede un padre o un adulto ser tomado en serio en la inculcación de lo correcto si carece de autoridad para dirigir y decidir lo que es bueno y malo?

b) Por otra parte, esta percepción de que somos iguales viene abrigando la posición cómoda de los hijos o de los jóvenes de merecer lo que se tiene sin tener qué ganárselo, por lo menos como cuando nos tocó ser jóvenes, dice Montoro (2004). La mayoría, sobre todo los estudiantes (con sus excepciones claro) pese a no tener condiciones socioeconómicas favorables, despliegan una actitud hedonista, que subrayo, no es privativa de los jóvenes pero que en este momento toca analizarla desde ahí. Los hijos, instalados en la casa paterno-materna, rechazan trabajos por considerarlos de poca monta (meseros, dependientes, oficinistas, etc.)1; aún así, requieren de ropa, calzado (a la moda por supuesto), enseres y satisfactores de ocio (televisión, computadora, Internet, walkman, CD, automóvil, viajes, entre otros) que por supuesto toca a los padres la responsabilidad de pagar por ellos. Sin embargo, pese a que son los padres quienes solventan los gastos son incapaces de exigir a los hijos que cumplan con las normas de casa, cuando las hay, porque no saben muy bien cómo habrán de hacerlo. Porque, también habrá que decirlo, el síndrome del igualitarismo se combina con el síndrome de la culpabilidad de los padres que trabajan. Hoy por hoy ambos padres laboran, lo cual ha generado la idea de que no se dedica el tiempo suficiente para “educar” o “estar” con los hijos. Entonces el problema se agrava porque no se entiende bien el concepto de autoridad y todavía existe la culpabilidad para ejercerla.

Al ampliarse los beneficios sociales a los diversos grupos de población, especialmente el acceso de la mujer a la educación superior, trajo como consecuencia lógica que quisiéramos probar fortuna allende las fronteras domésticas. El espacio a conquistar, como era de esperarse, fue el mercado laboral. La incursión de la mujer a la fuerza de trabajo remunerado (porque siempre hemos trabajado pero sin salarios) movió nuevamente los referentes de la familia. La emancipación de la mujer ha implicado luchas en la arena pública, en el ámbito doméstico y en la conciencia de nosotras mismas.

Para ganar terreno en los derechos de las mujeres, no ha sido suficiente el debate en las diferentes instancias donde se dirimen los asuntos de orden público, quizá, las negociaciones más fuertes han tenido que librarse, primero, en la autopercepción como mujeres, como sujetos con derechos, como sujetos pro-activos; y después, paradójicamente, en el espacio donde se supone que somos las “reinas”: el hogar. Por supuesto que talas negociaciones han tenido que realizarse con el “rey” de cada historia: el padre o el esposo.

Cuando la madre ya no pudo cubrir en todo momento, todas las necesidades de todos los miembros de la familia (del esposo, de los hijos y muchas veces de los padres, de los suegros, de los tíos…): como el ser la educadora, nana, enfermera, cocinera, afanadora, confidente, entre otras cosas, porque tenía que combinar tales actividades con las demandas laborales que, en caso de pretender la renombrada superación profesional, implican la actualización permanente, tiempo extra en la oficina, tiempo fuera de oficina para innovar, además de los viajes y demás compromisos; hubo entonces que replantearse las formas de organizar las tareas domésticas. El problema es que el hombre no ha estado entusiasmado por compartir la carga del hogar, los hijos han pasado a la tutela temporal de abuelos, familiares, nanas o guarderías, quienes en el mejor de los casos protegen la integridad física pero no la espiritual y el Estado no ha estado a la altura de los compromisos que implica este nuevo modelo de familia, después retomaremos este aspecto.

Como es lógico, el empoderamiento de la mujer y la apertura de posibilidad de hombres y mujeres de elegir, ambas cosas por demás deseables, ha devenido en el riesgo de la ruptura de los contratos matrimoniales, de la fragilidad o vulnerabilidad de las parejas. Se ha instalado, para bien y para mal, el divorcio. Con esta nueva condición el modelo de familia se diversifica porque ahora es más común ver hogares formados sólo por alguno de los padres y los hijos, o bien, por los padres y los hijos de parejas anteriores. Por supuesto que el modelo de familia y de pareja tiene otras tantas variantes que borran la posibilidad de entender a cabalidad el objeto; sobre todo porque cada vez más vemos que la gente se asombra menos ante las nuevas formas de convivencia y amor, dejando poco a poco de lado la estigmatización social cuando no se coincide con el modelo tradicional. Al haber tantas opciones, es factible entonces, la comprensión y la apatía sobre las múltiples realidades; también cabe decir que las posturas tradicionales recalcitrantes o nostálgicas no han desaparecido. Es parte de los riesgos con los que actualmente debemos convivir.

Las tendencias de acomodación
Aún cuando hay muchas opciones de vida parece haber una tendencia importante: la gente valora la familia. Quizá no formará la propia pero aprecia el nicho del que proviene o bien, quizá el divorcio deshizo una estructura familiar pero muchas personas divorciadas parecen inclinadas a iniciar otra familia (monogamia sucesiva). La familia parece estar ahí, como alternativa ante un mundo lleno de competencia, de ritmos acelerados, de individualismo, de riesgos, de rupturas. Por un lado parece estar rebasada como respuesta de vida en común de las parejas, pero por otro es revalorizada porque representa, junto con la religión (véase que ambas son instituciones primigenias), asideros ante la soledad, los miedos y la incertidumbre.

Este texto sólo trazó burdamente la complejidad del tema, el horizonte es todavía muy amplio y requiere mayor atención para arrojar luces sobre el tema y fijar directrices factibles de aplicarse en el diseño e implementación de políticas públicas encaminadas a preservar a la familia como núcleo de apoyo, aun cuando aceptemos que su estructura seguirá cambiando.

Quedan muchas inquietudes pendientes, entre ellas: ¿Qué otros riesgos se avizoran para la familia, entendida como institución básica de la sociedad? ¿Cuáles son las fortalezas de la familia actual que podrían proyectarla al futuro? ¿Cómo? ¿Cuáles son las alternativas más viables? ¿El Estado debería tener un papel más activo en la configuración de alternativas para la familia? ¿le interesa? ¿debería interesarle? ¿cómo debería ser su intervención? El camino es largo.


Notas:

1 La encuesta de juventud da cuenta de la tendencia de desempleo de los jóvenes por opción.


Referencias:

Beck-Gernsheim, E. (2003). La reinvención de la familia (P. Madrigal, Trans.). Barcelona: Paidós.
Beriain, J. (Ed.). (1996). Las consecuencias perversas de la modernidad (1ra ed.). Barcelona: Anthropos.
Delval, J. (2002). El desarrollo humano (11a. ed.). México: Siglo XXI.
González Requena, J. (1992). El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad. Madrid: Cátedra.
Martín López, E. (2000). Familia y Sociedad. Madrid: Rialp.
Montoro Romero, R. (2004, 24 de febrero). La familia en su evolución hacia el siglo XXI. Paper presented at the II Congreso la familia en el siglo XXI, Madrid.


Dr. Ana Isabel Zermeño Flores
Investigadora del Programa Cultura, del Centro Universitario de Investigaciones Sociales (CUIS), de la Universidad de Colima, Col., México