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2005

 

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Democratizar la Comunicación: Pensar en Micro Utopías*
 

Por Nancy Díaz
Número 45

El desafío que propone esta discusión, será abordado aquí desde una mirada muy específica, o mejor dicho puntual ya que no estamos hablando de su pertinencia. Trabajaremos con la categoría tiempo y con la dimensión temporal para dar cuenta de este debate. Pero primero intentaremos explicar los motivos de esta decisión.

La consigna de discusión de este texto introduce desde el comienzo la provocación necesaria en todo debate. Qué es democratizar la comunicación en tiempos de globalización y de revolución tecnológica de la información. En primera instancia, parece afirmar que es posible democratizar la comunicación; y en segundo lugar, también afirmaría que esto es posible en el contexto de la globalización y la revolución tecnológica.

Semejantes afirmaciones obligan a que vayamos por partes, tomando cada uno de estos postulados, reconstruyéndolos, para luego reconstruirlos.

Democratizar la comunicación implica pensar en puntos de encuentro, de comunión, de poner en común experiencias y aspectos materiales y simbólicos de la vida. Implica, también, hacer extensivos estos puntos de encuentro. Pero no nos confundamos, sabemos que la comunicación es constitutiva del ser humano. En este sentido no hay sujeto que no forme parte de procesos de comunicación.

Entonces, ¿Cómo democratizar lo que ya es de todos? Tal vez, el postulado refiera a garantizar la participación igualitaria de todos los sujetos. Pero una vez más caeríamos en una falacia, ya que también sabemos que la comunicación es un proceso asimétrico de producción de sentido. En ella, o a través de ella, se despliegan estrategias de poder.

El poder marca diferencias, pero sobre todo desigualdades. Y si hay algo que se ha incrementado en el mundo actual son justamente las desigualdades, que hoy se constituyen desde la exclusión social, política y económica más feroz que jamás hemos conocido.

Entonces, también es errático este camino para comprender la democratización de la comunicación.

Tal vez el camino menos conflictivo sea asimilar comunicación a información, que nos permitiría eliminar varios de los escollos anteriores, aunque no todos. Pero no será nuestro rumbo, dado el reduccionismo y facilismo que esto propone dejando de lado la complejidad del fenómeno comunicacional. Tal vez haya que explicitarlo una vez más: no es lo mismo comunicación que información, y esta discusión no es meramente técnica, sino que es fundamentalmente política e ideológica. Ya en la década del 60, en América Latina, el pionero Antonio Pasquali nos advertía sobre estos planteos.

Entonces, podemos aventurarnos por otros caminos que nos lleven a afirmar que democratizar la comunicación podría ser sinónimo de transformación. Transformación de las realidades concretas de existencia en el plano material y simbólico. Dicho cambio debe gestarse fundamentalmente en la vida cotidiana de los actores sociales y a la luz de estas circunstancias de vida. Y solo podría ser medible y valorable en virtud de sus mismas condiciones.

Pasemos al segundo punto: tiempos de globalización y revolución tecnológica de la información. Ya no se puede, o nunca se debería haber podido, pensar la complejidad de la globalización como el contexto o el marco en el cual se dan determinadas prácticas, que como tal las tiñe y no las constituiría medularmente. Este proceso no nos habla de la similitud exacta entre prácticas diversas, nos habla de instancias generalizadas, entre las que también se encuentra la diferencia, la desigualdad y la exclusión que enunciáramos párrafos atrás.

Entonces sí, no podemos negar el debate entre lo local y lo global, y la constitución del sujeto desde la cultura mediática. La globalización y la revolución tecnológica de la información, de la mano del proyecto político y económico que las sustenta, nos marca una vez más la imposibilidad de seguir pensando en las macro utopías de décadas pasadas. Si de utopías se trata, tal vez sea hora de la utopía entendida en términos propuestos por Freire, no como lo idealista inalcanzable, sino lo dialéctico que denuncia la estructura deshumanizante y anuncia la humanizadora.

Recorrido este camino, proponemos retomar la problemática desde la vida cotidiana. Situarnos en procesos micro sociales y dar debate desde allí. Este posicionamiento se sitúa abiertamente en complementariedad a los planteos desarrollados hace 25 años. Es decir, no pensaremos en postulados de denuncia generales (crítica a la concentración informativa o a la inequidad en la distribución de la información, grado de imposición tecnológica y de desigualdad que genera) y en propuestas macros (pedido de pluralidad de canales, de ampliar la propiedad de los medios o retomar las relaciones interpersonales).

Nuestro planteo se alejará radicalmente del postulado que a mayor concentración de medios, menor diversidad y su consecuencia inevitable sería la disolución de la identidad. No concebimos que exista pérdida de identidad, ya que la identidad es una construcción relacional, y nuestra esencia latinoamericana es ser mestizos culturales, lo cual nos debería llevar a perder el miedo a los incesantes cambios culturales.

La propiedad de los medios es otro punto que no tocaremos, no porque no exista nada para decir al respecto (y en esto el actual debate de la ley de radiodifusión en Argentina es un claro ejemplo de vigencia de estos planteos), sino por la perspectiva enunciada anteriormente.

Si hay algo que estos planteos no han tenido en cuenta, desde su mirada instrumental y lineal de la comunicación es, precisamente, que dar la voz a los otros no siempre garantiza una mirada contra hegemónica o distinto signo en los discursos.

Si pensamos a la comunicación como el factor dinámico pero a la vez reproductor de la cultura, no podemos dejar de pensar en la dimensión intersubjetiva en la cual también se juegan estos procesos.

La comunicación como campo de saber ha priorizado a lo largo de su constitución el abordaje y el estudio de los medios de comunicación.

Al menos dos grandes líneas han ido contra esta corriente (o tal vez, complementariamente). Primero, algunos trabajos al interior de la escuela de Palo Alto, que con sus estudios interdisciplinarios ha centrado su mirada en las prácticas cotidianas, rescatando abordajes comunicacionales propios de las relaciones interpersonales y priorizando la comunicación cara a cara y la comunicación no verbal.

Segundo, la perspectiva de comunicación/cultura que se conforma en la década de los ochenta y que viene a recuperar terrenos y objetos de estudios extraviados, nunca encontrados o siquiera buscados, retomando los aportes de los estudios culturales.

Estos últimos abordajes parten de pensar a las prácticas sociales como lugar de análisis indiscutible para el estudio de la comunicación. Dichas prácticas son protagonizadas por los sujetos, en contextos sociohistóricos y culturales específicos, y bajo determinadas conformaciones y representaciones de tiempo y espacio.

Estas representaciones temporoespaciales se constituyen como algo más que meras coordenadas objetivables socialmente. Son construcciones intra e intersubjetivas que preñan cada acto, cada postura, cada modo de ser, estar y actuar en el mundo.

El espacio, como punto de encuentro con los otros y conformado por y conformador de la relación con esos otros ha sido abordado por miradas sociales, culturales y comunicacionales. De aquí se desprenden los estudios sobre la ciudad, entre otros. Sin embargo, el tiempo no ha corrido la misma suerte desde los estudios de comunicación. Aún queda mucho camino por recorrer desde una mirada comunicacional de la problemática, que construya desde un lugar diferente aquello que ha sido tradicionalmente abordado por la física y la filosofía, y en un segundo lugar por la perspectiva psíquica y también biológica.

No hay que perder de vista que las concepciones temporales han sido ampliamente trabajadas en ciencias sociales. Muchos han sido sus abordajes y conceptualizaciones. Desde la modernidad, básicamente se ha retomado al tiempo desde una secuencia constituida por un pasado, un presente y un futuro. Si bien nuestro propio modo de comprender el tiempo no escapa a la vivencia cotidiana de esta conceptualización, se toma aquí a la categoría tiempo como culturalmente variable e históricamente construida, constituida por múltiples capas de superposición y no únicamente con instancias sucesivas.

Ninguna práctica puede realizarse, pensarse, recordarse o proyectarse sin recurrir a dimensiones de espacio y tiempo. Sin embargo, estas dimensiones no son únicas, estables u homogéneas para toda circunstancia o sujeto, a diferencia de lo que nos presenta nuestra primera referencia basada en el sentido común. El tiempo no es sólo lo cronológico, medido por reloj, ni el espacio es sólo el lugar físico en el cual estamos. Ambos son construcciones culturales, las cuales se expresan en las experiencias de los sujetos vivenciadas tanto interna como externamente. La mayoría de los analistas sociales abordan las dimensiones espaciotemporales como ‘contornos de la acción’, asumiendo la posible medición cronológica. Esta postura mayoritaria no contempla que las relaciones de espacio y tiempo son constitutivas de la producción y reproducción de lo social y a la inversa; es decir, las dimensiones espaciotemporales son estructuradas por la cultura y, a la vez, tienen un efecto estructurador al interior de las relaciones sociales.

En este sentido, la categoría de tiempo es a la vez universal y particular (toda cultura posee categorías temporales, pero cada una le otorga sus propios significados). Incluso conviven distintas temporalidades dentro de una misma sociedad.

Si se concibe que el tiempo no es externo a las acciones sociales, sino que es parte constitutiva de ellas, se está en condiciones de afirmar, siguiendo a Norbert Lechner, que el tiempo no es una variable externa y de existencia previa a las acciones políticas, sino un objeto de estas acciones. Esta perspectiva avala considerar al tiempo como una instancia central (aunque no la única) en las prácticas sociales. En esta centralidad compartida de la categoría de tiempo al interior de las prácticas sociales se visualiza la importancia política de la misma como conformadora de la subjetividad. Si el tiempo es un modo a través del cual se ponen en juego las relaciones de poder, analizar su relación con la subjetividad al interior de un planteo de democratización de la comunicación, no es tarea menor.

Tiempo, comunicación y percepción
Pensar en la relación entre comunicación y tiempo es pensar en varios niveles de análisis. Por un lado podemos partir del indiscutible nivel temporal de todo proceso comunicacional. Es decir, toda comunicación se da en un tiempo cronológico social. No existe la producción social del sentido en una supuesta dimensión atemporal. Todo proceso de producción de significados se produce en un presente, que puede o no ser el mismo presente para los distintos sujetos que forman parte de dicho proceso.

En este sentido, por otra parte, el tiempo se constituye en una indiscutible coordenada de la percepción de los sujetos que a la vez construyen procesos sociales de comunicación.

Las representaciones y percepciones se construyen, afirmamos aquí, ligadas a las concepciones temporales que se tenga, entre otros elementos que entran en juego. Según sea las concepciones temporales que la sociedad tenga, y las vivencias propias temporales de cada sujeto, las representaciones y percepciones del mundo y de las prácticas sociales en él, variarán.

Se parte de concebir que la modernidad ha conformado trayectorias sociales pautadas o hegemónicas. Es decir, daría la sensación que la modernidad se encargó de prefijar en el imaginario de los sujetos “modos” exitosos de transitar por la vida. Estos modos jerarquizan ciertas prácticas, ciertos capitales, pero no de manera anárquica, sino que también se estipula el orden y la concepción temporal en que dichas prácticas deben ser realizadas, marcando de este modo ciertas trayectorias “ideales” o hegemónicas. Se plantea aquí que un sujeto puede realizar prácticas reconocidas socialmente pero en un momento diferente al pautado de manera hegemónica. También se plantea que el tiempo puede ser considerado de diferente manera, pero que culturalmente está condicionado.
Se entiende por trayectoria el desplazamiento que los sujetos van desarrollando a lo largo de la vida por diversas posiciones sociales. Dichas trayectorias incluyen las relaciones que los sujetos van estableciendo con los otros sujetos y con los capitales culturales y económicos. Si bien las trayectorias son individuales, se definen desde parámetros sociales o relacionales.

Cuando un sujeto construye socialmente otra trayectoria diferente a la pautada en términos sociales puede alterar, por ejemplo, el orden de aquellas prácticas promovidas. Este nuevo orden generaría concepciones del tiempo diferenciales.

Es decir, si un sujeto realiza prácticas reconocidas, pero a “destiempo”, en algún sentido rompe con parte de la trayectoria hegemónica. Este desfasaje está dado desde el orden de las prácticas, en la sucesión temporal en la que van siendo realizadas.

Por lo anteriormente expuesto, un supuesto importante es que la concepción temporal que se tenga, se encuentran íntimamente relacionadas con las trayectorias de los sujetos.
Se parte de pensar que los sujetos se desplazan por el espacio social ocupando posiciones, las cuales están dadas por los diversos capitales que el sujeto posee. Los desplazamientos entre las distintas posiciones van estructurando una trayectoria, que si bien es individual, debe comprenderse como relacional.

Es pertinente aclarar que cuando se enuncia a las trayectorias propuestas por la modernidad como hegemónicas, se habla de recorridos ideales y no de “biografías anticipadas”. Si estuviéramos pensando en biografías anticipadas no estaríamos reconociendo las construcciones de los sujetos o la movilidad de las trayectorias. Se indagarán prácticas emergentes, por lo tanto, se parte de una concepción que contempla el cambio como parte de la dinámica social (que puede ser a corto o a largo plazo). Asimismo, se parte del supuesto de una dinámica del conflicto, ya que se considera que el manejo del tiempo y las representaciones sobre él forman parte de una disputa social.

Si bien una primera interpretación asocia fuertemente, como decíamos anteriormente, el presente al pasado, se vislumbra un puente hacia el futuro. Pero este puente no se construye en alguna arista del propio accionar, sino en los otros. Aquí entran en juego los sucesores, y los significados se trasladan hacia ellos. Este desplazamiento habla del cambio pero aceptando la finitud de la vida y, por sobre todas las cosas, un tiempo social que se impone por sobre las trayectorias individuales. La resignación se muestra en el propio hacer y proyectar, pero la resistencia se proyecta en los otros que son modos de continuar lo que cada uno piensa que no puede concluir.

La tensión permanente entre las nuevas apropiaciones y las que repiten modelos ya consolidados se visualiza en cada acto y en cada discurso. Tensión que permite múltiples lecturas a la luz de cada perspectiva. Es imposible visualizar instancias puras de reproducción o cambio. Según el lugar, la balanza se inclina a uno u otro lado. Aún así, no deja de tener dos lados y no deja de ser un choque permanente que instala la pregunta en un lugar central, jerarquizando el cruce entre las instituciones y la comunicación.

La identidad relacional se construye desde la noción temporal, donde los jóvenes y los adultos, por ejemplo, marcan el universo simbólico de sus prácticas sociales y de su propia motivación.

Otro modo de comprender el tiempo es desde el marco que establece Martín Barbero en tanto temporalidades sociales. En este sentido, el acento está puesto en las diferentes temporalidades que atraviesan los pueblos latinoamericanos, temporalidades que implican modos de vida diferentes en contraposición a aquellas temporalidades que hablan del atraso y del subdesarrollo.

Esta característica inhibe de plano pensar las reproducciones y cambios desde una mirada lineal, evolutiva. Superposiciones, destiempos, marcas contradictorias que anulan cualquier predicción. No solo entran en juego los destiempos para la conformación de estas nuevas trayectorias, sino también los modos mismos en como se conforman.

Estas líneas han intentado repensar algunos de los elementos que conforman la construcción de la subjetividad a la luz de las representaciones temporales de los sujetos.

La democratización de la comunicación en clave temporal
Entonces, pensar la democratización de la comunicación en clave temporal, implica repensar las conformaciones socioculturales atendiendo a la diversidad que allí reina. Implica reconocer a los otros en todos y cada uno de los distintos planos, de los cuales la temporalidad es solamente uno.

Si las trayectorias ideales impregnadas de la lógica de la globalización y la revolución tecnológica de la información, que instalan la disociación entre tiempo y espacio, tienen modos particulares de concebir la temporalidad, también tienen (y no por un movimiento de causa efecto) un modo hegemónico de concebir la comunicación. A temporalidades sociales diversas, le corresponden concepciones comunicacionales también diversas. Por supuesto que este planteo se impregna necesariamente del debate sobre la desigualdad. La particularidad del objeto de estudio marca en sí misma una apertura imposible de abarcar en este trabajo. Creemos necesario retomar en otro trabajo la pregunta por la temporalidad para poder profundizar estos esbozos.

Lo que sí podemos afirmar es que la respuesta a qué es democratizar hoy la comunicación, en parte debería estar constituida por un diagnóstico más certero del mundo en que vivimos, y trazando líneas de inclusión más que de exclusión.
Sin embargo, no podemos seguir pensando la conformación de las políticas comunicacionales solamente desde el centro, o desde las prácticas hegemónicas. Tampoco hablar desde los márgenes, ya que ello ratifica el centro. Hay que plantear en virtud de cada lógica las particularidades comunicacionales de cada grupo o sector. En este sentido, hay que alentar procesos contra hegemónicos y pensar en procesos instituyentes.

Democratizar la comunicación implica un doble movimiento, transformación de las realidades concretas atendiendo a las particularidades esbozadas (entre ellas la temporal) y transformación de las mismas lógicas que utilizamos para pensar la comunicación, donde el derecho a comunicarse no es el derecho a informarse, sino a saber y formar saberes críticos, pero sobre todo poner en común modos de ver el mundo. Es decir, democratizar la comunicación es legitimar todos los modos de nombrarla y apropiársela, no desde una postura del relativismo cultural, sino de la inclusión social.


Notas:

* Ponencia presentada en el panel 1: "Qué es democratizar la comunicación en tiempos de globalización y de revolución tecnológica de la información" del III Seminario Latinoamericano de Investigación en Comunicación ALAIC.


Nancy Díaz Larrañaga