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Por Begoña Siles
Número
46
Hacia
el encuentro de la visibilidad
“La
historia es la huella que deja detrás
de sí la búsqueda…”
Jean-Francois Lyotard
Una búsqueda
implica la ruptura de un equilibrio… la
desaparición de un sujeto o de un objeto.
A partir de aquí, se inicia el recorrido
en el espacio y en el tiempo para hacer visible
aquello que ya no está. En realidad se
podría pensar la historia como el relato
que va hacia el encuentro de una visibilidad.
Esto es, “hacer visible lo invisible”,
una de las frases más significativas para
definir los objetivos de la teoría-crítica
de la historia fílmica feminista. Annette
Kuhn (1991:87), teórica creadora de la
definición, señaló que “hacer
visible lo invisible” es, ante todo, una
actividad analítica-histórica que
debe exponer, por una parte, qué posición
ocupan las mujeres dentro de la industria cinematográfica,
y, por otra, cómo se representa la mujer,
lo femenino en el interior de los textos fílmicos.
Y éstos
son los dos objetivos que estructuran este artículo:
primero, hacer presente la ausencia real de una
de las mujeres públicas más emblemáticas
dentro de la industria audiovisual española:
PILAR MIRÓ; y, segundo, desvelar el sujeto
femenino, y por ende el masculino, que en los
textos fílmicos de esta directora se perfila.
Porque Pilar Miró, ante todo en el espacio
público, fue DIRECTORA DE CINE: “El
cine es el gran amor de mi vida. Los otros amores
van y vienen, pero el cine siempre permanece.”
(El País: sábado 25 de
agosto de 1990)
Pilar Miró:
una mujer pública en el mundo audiovisual
El 20 de
noviembre de 1975 muere el General Francisco
Franco, dejando como recuerdo póstumo
una Guerra Civil y cuarenta años de dictadura.
Un año más tarde, aproximadamente
el 20 de septiembre de 1976, Pilar Miró
estrena su primera película en Barcelona:
La petición.
Así pues,
Pilar Miró inició su carrera profesional
como directora de cine en plena transición
política española, tal y como John
Hopewell, historiador de cine español,
señala:
La más
clara transición del cine español
se produjo entre 1976 y 1977. Cumplida la primera
condición necesaria para desarrollar
una cinematografía liberal, es decir,
garantizada la libertad de creación (la
censura se suprimió el 1 de diciembre
de 1977 y apareció una nueva legislación
de cinematografía) el cine político
desplegó, en esos años, un abanico
de posturas que, aunque a menudo liberales,
cabe identificar con los nuevos partidos políticos
del país; se produjo una eclosión
de cines nacionales y de enfoques radicales
y, a veces, rupturistas (1985:16).
Aunque otros
historiadores discrepan de esta opinión
y consideran que la transición en el mundo
cultural, tanto literario como cinematográfico,
se inició en la década de los sesenta.
En esa década y hasta la muerte del General
Francisco Franco se publicaron títulos
literarios tales como Cinco horas con Mario
de Miguel Delibes, El tragaluz de
Antonio Buero Vallejo, San Camilo 36
de Camilo José Cela, Arde el mar de
Pedro Gimferrer, Dibujo de la muerte de
Guillermo Carnero; y se ruedan películas
tan emblemáticas como El espíritu
de la colmena de Víctor Erice, La
prima Angélica, Ana y los lobos
y Elisa, vida mía de Carlos
Saura. Obras todas ellas que dejaban en evidencia
cómo la censura se estaba resquebrajando,
a partir de los años sesenta, dentro de
la industria cultural española en general
y en la cinematográfica en particular.
A esta quiebra también le ayudó
el hecho de que las obras fílmicas dirigidas
en España no podían competir con
la televisión y con las películas
eróticas que procedían de Europa.
En realidad, se podría pensar que los
directores, productores y distribuidores empezaron
a presionar para que disminuyese la censura no
por razones políticas, sino más
bien por una necesidad de competencia económica.
Tras esta contextualización
histórica de los inicios cinematográficos
de Pilar Miró, cabe señalar que
a partir del estreno en 1976 de La Petición
y hasta su muerte el 19 de octubre de 1997,
Pilar Miró dirigió ocho películas
más: El crimen de Cuenca en 1979,
Gary Cooper que estás en los cielos
en 1980, Hablamos esta noche en
1982, Wether en 1986, Beltenebros
en 1991, El pájaro de la felicidad
en 1993, Tu nombre envenena mis sueños
en 1996 y, la última, El perro
del hortelano en 1996. Pilar Miró
hubiese dirigido más películas
si la muerte, más persistente que ella
a la hora de realizar su tarea no hubiese ido
a buscarla antes de lo previsto. Y lo cierto
es que la persistencia es lo que caracterizaba
la personalidad pública de Pilar Miró.
Ella permanecía firme y creyendo en sus
proyectos audiovisuales y en sus propuestas de
organización y creación que conllevaba
la gestión de los cargos públicos
de la Dirección General de Cinematografía
y de la Dirección General de Radio Televisión
Española (RTVE), que ocupó durante
los años de Gobierno Socialista en 1983-1985
y 1986-1989, respectivamente.
Una fe innata
y una profesionalidad sin límites que
le llevaban a realizar trabajos audiovisuales
que estaban condenados de antemano al fracaso,
según sus compañeros de profesión
y críticos audiovisuales. Esto fue, por
ejemplo, lo que ocurrió con su última
película, El perro del hortelano.
Un proyecto considerado “enloquecido”,
por muchos profesionales cinematográficos.
“Piensan (los productores) que es una locura
hacer cine sobre una obra teatral en verso. En
cambio, yo nunca he creído tanto en una
película como ésta” (El
País: sábado 3 de mayo de
1997). Así pues, esa persistencia suya
le llevó a adaptar sin temor la obra de
teatro El perro del Hortelano de uno
de los escritores más elogiados del Siglo
de Oro, Lope de Vega. Y conseguir una de las
películas más bellas y más
exitosas a nivel de público y crítica
de toda la historia de la industria cinematográfica
española.
Entusiasmada
tras el éxito obtenido por El perro
del hortelano, y como gran admiradora de
la obra de Lope de Vega, su siguiente proyecto
era llevar a la pantalla uno de los textos más
complejos de este autor: El castigo sin venganza.
Y claro que lo hubiese rodado, si el destino
de manera irreversible no le hubiese hecho cambiar
de planes. Planes que coincidían totalmente
con los de Andrea, la protagonista de su película
Gary Cooper, que estás en los cielos:
"[...] John Ford dirigió setenta
películas, Howard Hawks cincuenta y ocho,
Hitchcock cincuenta. Yo no quiero ser menos.
Esos son mis planes de futuro" .
Directora General
de Cinematografía. "La ley Miró"
Tras la
victoria electoral del PSOE (Partido Socialista
Obrero Español) en las elecciones de 1982
y una vez que se produce la toma de posesión
del gobierno por el presidente Felipe González,
el relevo político llega también
a la Dirección General de Cinematografía.
Pilar Miró fue nombrada Directora General
de Cinematografía. Un nombramiento que
sorprendió a la opinión pública,
política y cinematográfica por
dos motivos: primero, porque era la primera,
y la única vez, que una mujer accedía
a la Dirección General de Cine; y, segundo,
porque también por primera vez era una
profesional en ejercicio y con prestigio creativo
quien ocupaba dicho cargo, ya que durante los
periodos políticos anteriores, la dictadura
y la transición, dicho cargo era ocupado
por funcionarios o políticos que poco
o nada habían estado implicados con la
industria cinematográfica, hasta el momento
de su nombramiento.
Si el nombramiento de Pilar Miró fue sorprendente,
por novedoso y coherente, su gestión en
la Dirección General de Cinematografía
fue totalmente transparente. El periodo en que
Pilar Miró ocupó la dirección
(desde1982 hasta su dimisión en 1985)
estuvo marcado por una política y una
gestión cuyo objetivo era proteger y potenciar
un cine español con calidad creativa.
Un objetivo inscrito en un decreto-ley donde
se legislaba un sistema protector para el cine
español. En realidad, un decreto-ley conocido
popularmente como “Ley Miró”.
Una “Ley Miró” que marcó
no sólo el periodo en que esta directora
cinematográfica ocupó la Dirección
General de Cinematografía, sino que transcendió
hasta la década de los noventa.
La política
cinematográfica de Pilar Miró se
podría resumir en los siguientes puntos.
Entre aquellos aspectos que estaban excluidos
del Decreto-Ley del 28 de diciembre de 1983,
cabe destacar:
- La regulación
de la exhibición de las películas
clasificadas “X”.
- Los acuerdos entre RTVE y las asociaciones
nacionales de productores cinematográficos.
Este convenio fijaba primero una “cuota
de pantalla” de una emisión de
una película española por cuatro
extranjeras; segundo, regulaba los “derechos
de antena”, que consistía en que
TVE adquiría los derechos de emisión
de una película española antes
de que se empezase a rodar; y, finalmente, se
creaba la figura de “producciones asociadas”,
donde TVE arrendaba los servicios de productoras
cinematográficas para la realización
de películas, series televisivas, etc…
- La reconversión de la Dirección
General de Cinematografía en Instituto
de Cinematografía y de las Artes Audiovisuales,
el cual pasaba a ser un organismo autónomo,
pero integrado en el Ministerio de Cultura.
Y, por otro lado, entre los puntos que estaban
incluidos dentro del Decreto-Ley o “Ley
Miró”, subrayaríamos los
siguientes:
- La creación de normas para el apoyo
a la producción cinematográfica,
a través de diferentes mecanismos tales
como: la “subvención anticipada”
sobre proyecto de guión, propuesta de
equipo, presupuesto, plan financiero y memoria
explicativa. De tal manera que muchos proyectos
podían recibir hasta el 50% del presupuesto
de producción; la “subvención
adicional”, que estaba destinada a premiar
las películas de “alto presupuesto”;
la “subvención de taquilla”,
que consistía en asignar un 25% fijo
de los ingresos en taquilla a aquellas productoras
que habían conseguido que sus películas
se declarasen de “especial calidad”.
En el fondo,
la filosofía política y de gestión
de Pilar Miró sólo tenía
el objetivo de crear un sistema de protección
que dignificara el cine español tanto
a nivel estético, como industrial.
Directora General
de Radio Televisión Española
En 1986
Pilar Miró fue nombrada Directora General
de Radio Televisión Española. De
nuevo, y al igual que ocurrió con su anterior
nombramiento, el de Directora General de Cinematografía,
era la primera vez que una mujer accedía
a ese cargo. Y, con ella, al igual que sucedió
en la Dirección General de Cinematografía,
la renovación y la innovación llegó
a este ENTE Público de Comunicación.
Un ENTE formado en aquella época por Televisión
Española, Radio Nacional de España,
Radio Cadena Española y la Orquesta y
Coros.
La gestión
de Pilar Miró estuvo marcada por tres
objetivos primordiales que definieron las pautas
de los cambios que se llevaron a cabo a nivel
de organización laboral, económica
y de programación.
Así pues,
el primero de los objetivos fundamentales era
conseguir que RTVE fuese dependiente del Estado
e independiente del gobierno en el poder, en
este caso el PSOE (Partido Socialista Obrero
Español). Una independencia que se debía
plasmar a la hora de tomar decisiones en materia
de programación tanto a nivel formal como
de contenido (especialmente en los informativos)
y en la dirección de la empresa. El segundo
de los objetivos esenciales era mostrar total
transparencia en las decisiones que se tomasen
en las reuniones del Consejo de Administración
y en la distribución económica
del ENTE -80 millones de pesetas-. Para llevarlo
a cabo las reuniones del Consejo de Administración
pasaron a ser semanales y una vez finalizadas
se convocaba una rueda de prensa donde se informaba
tanto de los acuerdos tomados, como de todas
aquellas cuestiones que se habían tratado
más allá de que estuviesen en el
orden del día. El último de los
objetivos consistió en que los presupuestos
se dejaran de distribuir de manera global, para
repartirse según criterios de “dirección
por objetivos” en los diferentes organismos
que formaban el ENTE (TVE, RNE y RCE).
De este modo
estos tres objetivos fundamentales y primordiales
orientaron todas las demás decisiones
que se tomaron durante la dirección de
Pilar Miró. Decisiones tales como: aumentar
la producción y coproducción de
programas; renovar tecnológicamente el
ENTE; regionalizar la “Segunda Cadena”,
pasando todas las conexiones territoriales a
este canal, con el fin, por una parte, de estabilizar
los horarios de la primera y, por otra, aumentar
las horas de emisión tanto por la mañana
como por la noche; aumentar las compras de derechos
de antena de largometrajes -se subió la
cifra económica de pago por película
emitida a más de un 50 por 100, esto es
de 6 se pasó a 9 millones de pesetas-,
y, además, se empezó a pagar por
primera vez el canon de publicidad a la Sociedad
General de Autores de España; aumentar
las retransmisiones de deportes, óperas,
conciertos y, sobre todo, películas -se
emitían de 3 a 4 películas diarias
entre las dos cadenas -ni antes, ni después
hubo tanto cine en TVE-; establecer como sede
de la Orquesta y Coros de RTVE el Teatro Monumental
de Madrid -antes este organismo no tenía
una sede fija-; adquirir los Estudios Bronston
en Madrid y transformarlos en estudios para televisión
y cine -Estudios Buñuel, en la actualidad-;
unificar la Radio: suprimiendo RCA, S.A. e integrándola
en RNE, S.A.; informatizar la redacción
de los servicios informativos; y, por último,
autopromocionar los programas de RTVE -hasta
entonces no existía esta práctica
en el ENTE.
Todas estas
decisiones hicieron que la programación
y la organización de RTVE fuese más
productiva y creativa, de modo que pudiese competir
con las televisiones privadas que muy a corto
plazo se iban a implantar en España -exactamente
Tele 5 y Antena 3 iniciaron sus emisiones en
marzo de 1990 y en diciembre de 1989, respectivamente.
Pero a pesar
de su encomiable y eficaz gestión de la
Dirección de RTVE -el ejecutivo del ENTE
nunca y en un periodo tan corto había
materializado tantas decisiones-, su labor quedó
eclipsada por la acusación pública
de “malversación de fondos públicos”.
En concreto, se le acusó de pagar con
erario público la cantidad de 1.017.750
pesetas en 1987 y de 19.000.000 de pesetas en
1988 para la compra de vestuario y regalos no
reconocidos por el organismo económico
del ENTE como admisible inclusión en la
partida de “Atención a personalidades”.
Gastos que los anteriores directores de RTVE
habían llevado a cabo, pero que nunca
se justificaban a través de facturas en
las cuales se detallaban los motivos del gasto,
tan minuciosamente como lo hizo Pilar Miró,
sino que incluían certificaciones sin
detallar el origen del gasto. De tal modo que
aquel objetivo primordial de total transparencia
económica en su gestión, fue el
motivo de su procesamiento. Tal y como reiteró
Pilar Miró en un comunicado público:
“mi voluntad ha sido siempre la de ejercer
mi responsabilidad dentro de una máxima
transparencia en la gestión al frente
de RTVE, por lo que nunca ha existido ánimo
de ocultación, sino todo lo contrario”
(El País: martes 25 de octubre de 1988).
Pilar Miró presentó su dimisión
en enero de 1989 y aceptó la decisión
de la Intervención General de la Administración
del Estado de ingresar el importe de los gastos
realizados en regalos y vestuario, tal y como
se recoge en El País (martes
21 de octubre de 1997).
Hay que señalar
que en los comunicados del Gobierno del PSOE
siempre se dejaba claro la honestidad de la Directora
de RTVE y que el hecho de recurrir a los presupuestos
del ENTE público para gastos de representación
de sus actividades públicas se había
producido con el convencimiento de la Directora
General de lo correcto de su actuación,
según señala El País
(martes 25 de octubre de 1988). Detrás
de esta acusación lo que existió
fue una división clara entre los miembros
del partido con respecto al nombramiento como
Directora General de RTVE a Pilar Miró.
Una división entre los partidarios del
presidente del Gobierno Felipe González
y el vicepresidente Alfonso Guerra; estos últimos
tenían otro candidato para la dirección
del ENTE. Así pues, cuando en el Consejo
de Administración de RTVE el partido de
la oposición pidió la destitución
de la directora Pilar Miró, este grupo
“guerrista” se abstuvo de votar en
contra, -votación que dejaba clara su
posición- (El País: martes,
25 de octubre de 1988). Pilar Miró declaró
que “lo de menos fue la imputación
del delito de malversación. Lo de más
era que la ejecutiva del PSOE no me quería
al frente de RTVE y que en aquella guerra se
jugó sucio” (La Esfera:
sábado 25 de octubre de 1997).
En 1992 Pilar
Miró fue absuelta de la acusación
de “malversación de fondos públicos”
y declarada inocente. Aún así,
como ella misma confesó años después,
la Dirección de RTVE fue la peor experiencia
pública de su vida. “De la experiencia
como directora de RTVE me queda una experiencia
dura” (El Correo Español. Pueblo
Vasco: sábado 7 de marzo de 1992).
La escritura
fílmica
El sentir
melancólico
Mi
única estrella ha muerto, y mi laúd
constelado. Lleva el sol negro de la melancolía.
(El desdichado de Gérard de Nerval, citado
por Kristeva, 1991: 120)
El universo
fílmico de Pilar Miró podría
decirse, siguiendo lo expuesto por Kristeva,
"lleva el Sol negro de la Melancolía".
La metáfora "el sol negro" del
verso El desdichado de Gérard de Nerval
trasluce el sentir apesadumbrado de la escritura
de Pilar Miró. Su obra cinematográfica,
exceptuando su última película
El perro del Hortelano, está
filtrada con un halo de tristeza que inunda todo
el relato.
Se podría
decir que casi todos sus relatos se sienten "abrumados
por la melancolía". Al igual que
recita Carmen, la protagonista de El pájaro
de la felicidad, y en palabras del poeta
Ángel González "en ocasiones,
el corazón se siente abrumado por la melancolía,
y al pensamiento llegan viejas palabras leídas
en libros olvidados: felicidad, misterio, alma,
infinito". (González, 1997: 174)
Freud definió
la melancolía como un sentir, en algunos
aspectos, semejante al duelo: “El duelo
es, por lo general, la reacción a la pérdida
de un ser amado o de una abstracción equivalente:
la patria, la libertad, el ideal, etc. Bajo estas
mismas influencias surge en algunas personas,
a las que por lo mismo atribuimos una predisposición
morbosa, la melancolía en lugar del duelo.(...)
La melancolía se caracteriza psíquicamente
por un estado de ánimo profundamente doloroso,
una cesación del interés por el
mundo exterior, la pérdida de la capacidad
de amar, la inhibición de todas las funciones
y la disminución del amor propio”.
(Freud, 1997: 2091)
Los relatos
de Pilar Miró hablan de ese "estado
de ánimo profundamente doloroso".
Los personajes que transitan por la narración
sienten ese abismo de tristeza, ese dolor incomunicable
que les agrieta por dentro hasta hacerles perder
el gusto por cualquier palabra, por cualquier
acto, inclusive, el gusto por la vida. Pero,
¿de dónde viene ese sol negro de
la melancolía?
La melancolía
que Freud denominó como un síntoma
que aqueja a todo sujeto desengañado por
la pérdida (real o no) de un objeto o
abstracción similar, tendría que
ver con el extravío de cierto sentido.
Un cierto sentido que los personajes de las películas
de Miró pierden cuando un hecho arbitrario,
azaroso y singular penetra en sus vidas resquebrajándolas.
De este modo, lo desconcertante que surge en
La petición es la propia construcción
social y cultural de lo femenino como maldad,
encarnado en el personaje de Teresa, lo oscuro
y tenebroso; en El crimen de Cuenca,
es la calumnia mediatizada por la ofuscación
ideológica de una confesión la
que enturbia la vida de los personajes; en Gary
Cooper que estás en los cielos, cuando
a Andrea, la protagonista, le diagnostican un
cáncer; en Hablamos esta noche,
la incertidumbre que rompe al personaje Víctor
se da cuando le comunican por una parte, en la
esfera privada, que su hijo es homosexual y,
por otra, en el espacio laboral, cuando el descubrimiento
de una falla en el terreno donde se está
construyendo una central nuclear amenaza con
irrumpir y causar miles de muertos; en Werther,
es la pasión amorosa lo que precipita
al Profesor hacia lo incontrolable, el suicidio;
en Beltenebros, dos sucesos invaden
la omnisciente seguridad del héroe, Darman,
un amor perdido y la traición política;
en El pájaro de la felicidad,
es la violación, el ultraje físico
y moral que varios hombres cometen contra Carmen,
el personaje principal; y por último,
en Tu nombre envenena mis sueños es
la Guerra Civil Española, con todos sus
muertos, el elemento perturbador.
Todas estas
experiencias quiebran la existencia controlada
y plácida en la que vivían los
personajes de la obra de Pilar Miró. La
herida abierta vislumbra la fragilidad de la
vida y empuja a los sujetos hacia la penumbra
de lo inexplicable. Por tanto, estos hechos,
inesperados, les arrancan repentinamente de esa
categoría que parecía normal, de
gente normal. Todo esto les proporciona bruscamente
otra vida, donde la presencia de la muerte inscribe
el sin sentido del estar melancólico.
En las fronteras
de la vida y de la muerte, a veces siento el
orgullo de ser testigo del sin sentido del Ser,
de revelar lo absurdo de los nexos y los seres.
(Kristeva 1991: 10)
La estética
de la tristeza melancólica
Los textos
de Pilar Miró dejan en evidencia la vulnerabilidad
de la realidad. En un instante y de manera azarosa
la existencia y la realidad de los personajes
se quiebra y se hace insoportable, al sentir
como traumático experiencias como la pasión,
la muerte, la enfermedad, la tortura, el sexo...
Así, la realidad que pesa, su pesar, deja
al descubierto el devenir sufriente de los sujetos
del enunciado.
Se desprende,
por tanto, de la escritura de esta directora
una sombría complicidad entre la muerte
y el sinsentido. Una complicidad que se metaforiza
en una tristeza melancólica que el relato
inscribe estéticamente. ¿Cómo,
entonces, escribe el relato esa tristeza melancólica
que exhala tanto a nivel de enunciado como de
enunciación?
a. El de-venir
del cuerpo abyecto
No
es por lo tanto la ausencia de limpieza o de
salud lo que vuelve abyecto, sino aquello que
perturba una identidad, un sistema, un orden.
(Kristeva, 1988: 11)
En las películas
de Pilar Miró el cuerpo en su materialidad
más radical se hace presente. El cuerpo
es sentido como un espacio donde lo abyecto se
ha instalado; entendiendo lo abyecto como aquello
que está del lado del azar, de lo singular
-por impredecible- en definitiva, de lo real.
Y podemos pensar lo real como aquello que “afecta
de manera decisiva a la comprensión misma
del sujeto” y, por tanto, hace sentir al
sujeto que la realidad no está hecha a
su imagen y semejanza, (Gónzalez Requena,
1996: 22). Una experiencia, ésta, que
los personajes de Pilar Miró se obstinan
en no querer sentir, ni pensar. De este modo,
ver el cuerpo del lado de lo real, es sentirlo
en su abyecta materialidad y carnalidad, y, por
tanto, rompe al sujeto que lo habita.
Los sujetos
de los enunciados de Gary Cooper que estás
en los cielos, El pájaro de la
felicidad y El crimen de Cuenca,
sienten cómo sus respectivos “yos”
se fragmentan al percibir sus cuerpos como desconocidos,
algo ajenos a su propia imagen. Unos cuerpos
vividos como “lo otro”, por extraño,
que se manifiesta violenta y repentinamente,
arrastrando al “yo” omnipotente del
sujeto hasta la melancolía. Trágico
momento éste, donde el propio cuerpo se
re/presenta como un desconocido. Por una parte,
Andrea y Carmen, las respectivas protagonistas
de Gary Cooper que estás en los cielos
y El pájaro de la felicidad,
no reconocen sus propios cuerpos reflejados en
el espejo. Esa imagen unificadora que cada sujeto
tiene de sí mismo se les ha desmoronado
en fragmentos. Fragmentos de cuerpo que por mucho
que Andrea recorra desesperadamente y Carmen
limpie concienzudamente debajo de la ducha no
van a poder apresar, reconocer. En realidad,
la lógica escópica se ha roto en
el instante en que el cuerpo se ha hecho presente,
en el caso de Andrea como portador de una metástasis
y en el de Carmen tras el ultraje al que ha sido
sometido. Así pues, cuando se resquebraja
esa identificación primaria -narcisista-
donde se anuda la ilusión de ver una imagen
total y reconocible del propio cuerpo, ya sólo
se puede sentir el cuerpo como un “otro”
extraño. Un “otro” por abyecto.
La experiencia abyecta deja al descubierto la
fragilidad de todo sujeto, cuando el cuerpo deja
de ser un espacio imaginario, carente de fisuras.
Tal es lo que Lacan llamó narcisismo primario:
una experiencia visual-escópica, en la
cual el sujeto se identifica imaginariamente
con otro -antes que nadie su madre, en tanto
objeto absoluto del que depende la supervivencia.
Sobre el modelo de esa imagen del otro, que es
a la vez aquello que desea, es sobre la que el
sujeto construye prematuramente su imagen de
sí. Prematuramente, porque el sujeto todavía
no es capaz de nombrarse y pensarse como un yo
dividido. Así pues, el “yo del sujeto
se construye sobre un doble déficit, sobre
una alienación esencial: a partir de la
imagen misteriosa del otro con el que se identifica.
Pues lo que desea, después de todo, es
ser deseado por el otro. El deseo del sujeto
es, así, inevitablemente, el deseo de
otro”. (González Requena y Ortíz
de Zárate, 1995: 17)
Por otra, El
crimen de Cuenca narra la ausencia del cuerpo
de “el Cepa” y, en su lugar, inscribe
la presencia de los cuerpos de “el Gregorio”
y “el León”. Esto es, la desaparición
del pastor de Tresjuncos, apodado “el Cepa”,
lleva a la deducción por parte del pueblo
y de las autoridades, que ha sido asesinado por
sus compañeros “el Gregorio”
y “el León”; éstos
serán detenidos y torturados hasta gritar
una confesión falsa: que ellos cometieron
el asesinato de José María Grimaldos,
apodado “el Cepa”. Una confesión
que se intentará arrancar de sus cuerpos
a través de la tortura más vejatoria
y atroz. La tortura como procedimiento autoritario
para conseguir una confesión. Una confesión
que no tiene por qué ser verdadera; basta
con que contenga la verdad que el poder perverso
quiere oír. Para el sociólogo Jesús
Ibáñez, las palabras citadas en
él revelan el objetivo que tiene la confesión
para el poder: “Mediante la confesión…
el poder reduce la palabra de los hombres a mera
repetición de la ley -ofreciendo perdón
a cambio del sometimiento y el amor al poder”.
(1986: 14)
Sólo
experimento abyección cuando Otro se
instaló en el lugar de lo que será
‘yo’. No otro con el que me identifico
y al que incorporo, sino otro que precede y
me posee, y que me hace ser en virtud de dicha
posesión. (Kristeva, 1988: 10)
b. Violencia,
sexo
En La
petición, Hablamos esta noche,
Beltenebros, y Tu nombre envenena
mis sueños lo que se pone en juego,
entre otras cosas, es precisamente el cuerpo
de las pulsiones. El cuerpo pulsional comparece
sin ningún tipo de límite ante
el ansia sexual de los personajes. El cuerpo
agitado va al encuentro gozoso con el otro cuerpo.
Un encuentro donde no hay obstáculos,
ni interposiciones. Y si el cuerpo se encuentra
con algún impedimento para la unión
física entonces se compra como, sucede
en la película Beltenebros. Freud
(1993: 252) asegura que el factor motor de una
pulsión, lo que la define, es su “carácter
apremiante, esto es, la suma de fuerza o la cantidad
de exigencia de trabajo que representa”.
Esta imperiosa exigencia pulsional se muestra,
pues, contraria a cualquier límite ya
que, en su propia lógica interna, rechaza
que se impongan cortapisas a sus fines. Nada
que obstaculice, que ponga freno a lo que en
el cuerpo más se resiste al límite:
una satisfacción inmediata.
Lo veníamos
anunciando desde el principio: es del cuerpo
agitado y de su encuentro gozoso con otro cuerpo
de lo que en La petición, Hablamos
esta noche, Beltenebros y Tu
nombre envenena mis sueños se da
buena cuenta. Un cuerpo a cuerpo que, de terminar
ahí, podría ser, no más,
el relato de cierto despertar al sexo en La
petición, o de encuentros amorosos
y pasionales en Hablamos esta noche,
Beltenebros y Tu nombre envenena
mis sueños. Pero no. Hay algo más.
Estos filmes no dejarán de hablar de una
cierta violencia. O mejor aún: será
la violencia del cuerpo la que no dejará
hablar víctima del desorden de los sentidos.
Jacques Van Rillaer comenta: “Una conducta
amistosa disimula a veces sentimientos hostiles,
y el comportamiento agresivo de un individuo
puede no ser otra cosa que una defensa contra
su propia inclinación amorosa…¿Cuál
es, en definitiva, el sentido propio de la intención
agresiva? Se trata esencialmente de una protección
o de una expansión de sí mismo
que se realiza en oposición con el entorno.
La agresividad puede definirse como una disposición
dirigida a defenderse o a afirmarse frente alguien
o algo”. (1978: 23)
Veamos pues,
la violencia de la que se nutren estos filmes.
En La petición, tiene su origen
en esa vivencia de la pulsión del cuerpo
como fatalidad. Violencia que, no lo olvidemos,
procede de ese fondo sin palabras en el que se
sumergen los protagonistas nada más comenzar
el filme. Y que se materializa en una relación
sadomasoquista donde uno de los protagonistas
muere. En Hablamos esta noche, la relación
entre los amantes queda sustentada en la agresividad
que surge de la ambición laboral de los
protagonistas. En Beltenebros y Tu
nombre envenena mis sueños, la Guerra
Civil Española empaña trágicamente
las relaciones amorosas de los protagonistas,
haciendo que la pulsión de los cuerpos
de los amantes esté teñida de la
traición y la venganza. Cuerpos arrastrados
por la pulsión los de estos protagonistas
que se precipitan hacia la violencia y la muerte.
Bataille lo anuncia con precisión: “Lo
más violento para nosotros es la muerte;
la cual, precisamente, nos arranca de la obstinación
que tenemos por ver durar el ser discontinuo
que somos.” (1997:21) Y estos personajes
obstinados en el acto sexual, obstinados por
dominar la discontinuidad que supone siempre
el otro, terminan por encontrarse con la muerte.
c. La muerte
/ El cadáver
La muerte y, con ella, el cadáver como
máxima representación del cuerpo
abyecto, está nombrada en todos los relatos
de Pilar Miró. El cadáver de los
otros, o el pensar su cuerpo como futuro cadáver,
es lo que arrastra a los protagonistas hacia
el estado melancólico.
El cadáver
(cadere, caer), aquello que irremediablemente
ha caído, cloaca y muerte, trastorna
más violentamente aún la identidad
de aquél que se le confronta como un
azar frágil y engañoso. (…)
Ya no soy yo (moi) quien expulsa, “yo”
es expulsado. (Kristeva, 1988: 10)
Los relatos
fílmicos de Pilar Miró se ven abocados
trágicamente a establecer una cadena metonímica
y metafórica entre el cuerpo pulsional,
el abyecto y el cuerpo muerto: cuerpo muerto
por accidente en La petición,
por suicidio en Hablamos esta noche y
Werther, o por asesinato en Beltenebros
y Tu nombre envenena mis sueños.
En todos los relatos la muerte está presente,
aunque el cadáver no lo esté, como
ocurre en Gary Cooper que estás en
los cielos, El crimen de Cuenca,
El perro del hortelano, El pájaro
de la felicidad. La muerte es representada
como un ritual ceremonioso inherente a la melancolía
-el suicidio o la muerte como trágico
destino. Una fascinación por la muerte
que alcanza su máxima espectacularidad
en la última secuencia de Beltenebros,
con el asesinato del personaje del comisario
Ugarte.
Y es que la
muerte, las muertes, en el cine de Pilar Miró
sobrepasa sus funciones narrativas para significar
otras direcciones. Direcciones que abren el texto
hacia nuevos sentidos, hacia un exceso de sentido,
que revelan el vacío melancólico
que habita en los personajes de estos relatos.
La insoportable
levedad de la palabra
Por querer
nombrarlo todo, tropiezan…con lo innombrable.
Esta parece ser la triste paradoja del destino
de los personajes de Pilar Miró: encontrarse
con lo innombrable…con lo inexplicable.
Sus realidades ordenadas y controladas se desmoronan
ante esos sucesos que han irrumpido en sus vidas.
Orillados en su dolor y su tristeza ni hablan,
a pesar de un deseo irrefrenable de querer hablar.
En estos relatos
fílmicos la palabra parece desmoronarse,
al igual que se desmoronan las máscaras
que cubrían a los personajes de las historias.
Estas máscaras que les convertían
en personas prepotentes, fuertes e independientes
tanto económica como emocionalmente se
desprenden. Máscaras trazadas con las
huellas de los valores lógicos, instrumentales,
pragmáticos del espacio público.
Máscaras marcadas por un yo racional que
piensa que todo puede ser legible. Entonces cuando
un hecho ininteligible, como la enfermedad, la
muerte, la guerra, la tortura, la violación
se tropieza en sus vidas, aquella palabra que
tanto controlaban, por semiótica, por
estar del lado de lo nombrable, se hace inservible
y se suspenden en el vacío. Sujetos a
la nada, buscan en las palabras el hilo que los
sujete, de nuevo, al sentido de la vida.
a. La imposibilidad
Si hay
algo que caracteriza a los personajes femeninos
y masculinos de las películas de Pilar
Miró es su deseo de hablar. Protagonistas
o no de la historia se ven abocados a sentir
la inexorable necesidad de tener que hablar.
Se agitan a lo largo del relato enraizados en
problemas tan dispersos que abarcan desde los
sentimentales -relaciones familiares y conyugales-
hasta productivos -situaciones laborales-. Y
sólo parece que pueden ser resueltos a
través de una conversación hablada.
Es tal la obsesión por hablar que hasta
el título de la película Hablamos
esta noche ya manifiesta este deseo que
estructura todos o casi todos los relatos fílmicos
de esta directora.
Buscan, como
dice Jesús González Requena, esa
“palabra que quiere hacer legible lo ininteligible
de los hechos”. (1996: 31) Esto es, tapar
a través de una palabra lógica,
racional, el desgarro interno que se ha producido
en sus vidas. Seguramente porque en estos hechos,
la muerte y el sexo, hay un exceso de materia,
de corporeidad, de significante. A saber, un
resto que no se deja atrapar por el significado.
Y ese resto que se escapa, y que produce la fisura,
es tan insoportable para los personajes de las
películas de Pilar Miró que prefieren
no saber nada, no hablar; o intentar tapar ese
resto con la palabra lógica, coherente,
pragmática, racional que estructura el
discurso de los personajes. En cualquier caso,
no comparece nunca una palabra que, sabiendo
de la angustia, sea capaz de trazar avenidas
a la decepción que supone la incompletud
humana.
Pero el relato
parece estar sordo a esos gritos angustiosos
que articulan los personajes por compartir la
desesperación con el otro (amigo, pareja,
hijo). El relato, como el suicida, "se guarda
el derecho de no hablar" -como sucede en
la película Hablemos esta noche-.
En este caso, se aguardaría el derecho
a desvanecer, a disuadir la conversación
entre los personajes, tanto a nivel de diégesis
como de discurso. Como si el relato supiese que
el orden lógico del lenguaje, donde se
quieren resguardar los personajes del cine de
Pilar Miró, es insuficiente para explicar
esos hechos de la existencia que han comparecido
en sus vidas.
Sí, el
relato habla de esa grieta que se ha abierto
en los personajes y les hunde en una impotencia
comunicativa, propia de los estados melancólicos.
Y nos habla, por una parte, a través de
un discurso diacrónico entre la imagen
y el sonido; a saber, mutila el sincronismo y
la simultaneidad (Bordwell/Thompson, 1995: 292-327)
entre la palabra y la imagen. Las voces de los
personajes están superpuestas, como flotando
sobre las imágenes. Así ocurre
en ciertas secuencias de Gary Cooper que
estás en los cielos, en Werther,
en El pájaro de la felicidad,
y en Tu nombre envenena mis sueños.
Por otra parte, el discurso también inscribe
la melancolía con diálogos entre
los personajes, llevados a cabo a través
de voces internas, donde ningún personaje
puede oír al otro en el espacio diegético,
sólo los espectadores pueden escuchar
esas conversaciones. Y, por último, se
percibe esa melancolía mediante esas figuras
encuadradas por separado, que hacen difícil
la reconstrucción espacial y, por ende,
la ubicación de los propios personajes
dentro del “campo”. Así sucede
en las secuencias del cementerio, en Werther
y Tu nombre envenena mis sueños,
y en la de la habitación del hospital,
en Gary Cooper que estás en los cielos.
En todas ellas resulta difícil, dada la
fragmentación, dotar de coherencia a la
escena, sobre todo en Gary Cooper que estás
en los cielos y en Werther. En
estos dos relatos, incluso la disposición
física parece, a tenor de las imágenes,
desencajada, como fuera de lugar. El tiempo de
las palabras y el espacio donde se ubican los
cuerpos no concuerdan con la lógica narrativa
sostenida hasta ese momento. Es como si el recuerdo
de la madre en Carlota, la protagonista de Werther,
o el recuerdo de la relación sentimental
vivida entre Andrea y Bernardo, en Gary Cooper
que estás en los cielos, hubiera
provocado la ruptura con la lógica del
espacio y con la cronológica del tiempo
en el discurso.
Podríamos
decir que esa estructura del discurso, donde
las voces internas generan diálogos silenciados,
produce un cierto delirio. Un delirio para escapar
de la realidad y crear otra cuyas leyes nada
tengan que ver con la lógica. Delirio
que lleva implícito la nostalgia de lo
que se dejó, de lo que se perdió.
Y lo que se dejó es pensado por estos
personajes como un espacio y un tiempo tan irreal
como lleno de hermosura. Por eso la cercanía
del tiempo, de ese tiempo que deja huellas y
hace meditar, produce la desazón del que
no encuentra a su alrededor la hermosura del
“otro tiempo” vivido . Un tiempo
que, desde este estado melancólico, se
piensa sin herida. De ahí que estas voces
internas simulando diálogos silenciados
no puedan fusionarse con la carnalidad de los
cuerpos de los protagonistas de las películas.
No hay palabra
en la melancolía.
La melancolía
termina entonces en la falta de simbolización,
la pérdida de sentido: si ya no soy capaz
de traducir o de metaforizar, me callo y muero.
(Kristeva, 1991: 41)
En realidad,
los personajes de Pilar Miró carecen de
una palabra simbólica para dialogar consigo
mismos y con los demás. Esa palabra simbólica
que, como señala Jesús González
Requena (1996: 30-31), introduce en su interior
aquello innombrable e inexplicable. Así
pues, rodeados por un abismo de incomprensión
con respecto a los demás, unidos inevitablemente
a su soledad, sólo les queda enfrentarse
con esa experiencia que les ha quebrado el orden
y el control de sus vidas. Una pugna con unos
hechos como la pasión, la muerte, la enfermedad,
la tortura, el sexo prohibido que no pueden ser
hablados, ni nombrados porque no entran dentro
de lo lógico y la razón de la palabra,
sino de los sentimientos y emociones. Es ahí
donde se vislumbra la fragilidad de la vida y
empuja a los sujetos hacia la penumbra de lo
inexplicable.
Y desde aquí,
a estos seres enmascarados con un proyecto racionalista,
a la vez profesional y público, sólo
les queda huir hacia otros lugares o hacia la
muerte al verse desbordados por todo aquello
que no pueden explicar, que no pueden nombrar,
y que ha aparecido en sus vidas con tanta intensidad.
La búsqueda
imaginaria
Situados
en ese estado melancólico donde la realidad
pragmática y el lenguaje funcional se
desvanece en el sin sentido, los personajes de
Pilar Miró vuelven la mirada hacia aquellos
espacios y tiempos donde creen que pueden recuperar
el sentido perdido. Lugares y tiempos sentidos
sin fisuras, sin las heridas que ahora duelen:
espacios y tiempos imaginarios donde el yo no
se siente resquebrajado. Lo hemos dicho ya: la
melancolía conduce a la angustia por cuanto
la plenitud soñada tiende a resquebrajarse
y porque la palabra como saber incompleto resulta
inaceptable. Melancolía debida al objeto
pleno que, por momentos, desaparece, y melancolía
causada por una palabra incapaz de articular
la falta de su saber.
a. Un pasado
hipertrofiado
El tiempo
se hace forma en los relatos de esta directora:
del pasado imperfecto al presente, del presente
al pasado perfecto, del presente al pasado imperfecto
y de nuevo al presente… La anacronía
temporal -el flashback- compone los discursos
de estos relatos como un juego de cajas chinas
o de muñecas rusas. Tal es la reversibilidad
temporal a nivel de estructura discursiva, que
en Beltenebros presente y pasado se
fusionan en una acronía donde las diferencias
temporales son casi imperceptibles. El tiempo
del relato se estructura de manera lineal únicamente
en Gary Cooper que estás en los cielos
y en Hablamos esta noche, aunque
el pasado no representado palpite en ambos textos.
De esta forma,
el tiempo, su marcada presencia, cobra especial
protagonismo tanto a nivel extradiegético
como a nivel diegético. Frente a la reversibilidad
del tiempo a nivel de discurso, nos encontramos
con la irreversibilidad del tiempo a nivel de
historia. Todos los personajes viven la irreversibilidad
del tiempo: el recuerdo del pasado, el dolor
por el tiempo perdido, la conciencia amarga de
la distancia que separa definitivamente el presente
del pasado.
Todos miran
al pasado con cierta nostalgia, porque allí
perdieron algo que ahora desde el presente añoran.
Algo que ya se inscribe en el título mismo
de la película El pájaro de
la felicidad. Todos los relatos rememoran
el pasado como un espacio donde "el pájaro
de la felicidad" se posó. Estas son
las palabras de Carmen, la protagonista de El
pájaro de la felicidad: "Tengo
la intención de volverme a mirarme atrás".
Ella, como la mayoría de los personajes
de Pilar Miró (Gary Cooper que estás
en los cielos, Hablamos esta noche,
Werther, Beltenebros, El
pájaro de la felicidad, Tu nombre
envenena mis sueños), mira y hasta
vuelve al pasado con el fin de recuperar ese
lugar situado del lado de su imaginario. El pasado
es el espacio donde se quedó el objeto/sujeto
de deseo.
En la mayoría
de los relatos se dejó a alguien en el
camino. Así: en Gary Cooper que estás
en los cielos, a Bernardo, el novio; en
Hablamos esta noche, a la hermana; en
Werther, al padre; en Beltenebros,
a la amante, Rebeca Osorio; en El pájaro
de la felicidad, al primer amor, el muchacho
llamado Emili; en Tu nombre envenena mis
sueños, a la mujer amada, Julia Buendía.
Pero tenemos que matizar que la tristeza de estos
personajes no es por el sujeto real perdido,
sino, como dice Julia Kristeva, “más
bien la representación incierta que guardo
de ellos y que orquesto en la habitación
negra convertida en consecuencia en mi tumba
psíquica, sitúa de entrada mi malestar
en lo imaginario.” (1991: 56)
Así pues,
el pasado se mira con la melancolía con
la que se vive el presente. Porque, finalmente,
en el presente sólo se siente la herida,
la carencia, la impotencia debido precisamente
a la pérdida de aquel sujeto amado.
Nadie puede
escapar a esta sensación trágica
de sentir el tiempo. Como dice Andrea Soriano,
la protagonista de Gary Cooper que estás
en los cielos: "Tiempo es aquello que
no puedo darte". También la poesía
que recita Carmen, la protagonista de El
pájaro de la felicidad, nos expresa
esta sensación: "Añorar el
futuro que no existe / es aceptar la vida despojada
/ de sus días mejores, / y vivir es igual
que haber vivido / ya, sin que ese haber vivido
/ suponga -por desgracia- estar ya muerto".
(Fragmento de la poesía Palabras casi
olvidadas de Ángel González,
1997).
En ese estado
melancólico de sentir el tiempo presente,
éste quiere ser inhalado por los personajes.
Y en esa inhalación, detenerlo. Los personajes
desean detener el presente mediante la inmersión
en el hacer cotidiano. Las acciones más
cotidianas adquieren así un grado tal
de transcendencia para estos personajes que la
cámara no puede evitar mostrarlas. El
discurso nos muestra, casi suprimiendo las elipsis,
a los personajes llevando a cabo las acciones
más nimias de su vida diaria. De este
modo, el paso del tiempo se ralentiza, dando
una sensación de cierta viscosidad y espesura.
Los personajes son atrapados por la pesadez de
la realidad. Para ellos, todo parece estar presente.
Los objetos que componen su realidad adquieren
el fulgor de una lúcida presencia. Se
convierten en significantes que estigmatizan
el estado de melancolía en el que viven.
Fijado al pasado,
en regresión respecto del paraíso
o del infierno de una experiencia irrebasable,
el melancólico es una memoria extraña:
todo resulta caduco –parece decir- pero
continúo fiel a esa caducidad, estoy
clavado ahí, no hay revolución
posible, no hay futuro... (Kristeva, 1991: 55)
Los objetos
se revelan, pues, con una transparencia fascinante;
porque cuando la existencia que se pensaba controlada
se resquebraja, entonces ya sólo queda
mirar y palpar la insignificancia de los objetos.
Todos los objetos se miran, se palpan, como si
tuviesen la propiedad de cerrar las heridas abiertas
durante el transcurso del presente. Así,
detienen su mirada sobre ellos. Una mirada fija
con la que intentan parar el tiempo, de modo
que el pasado les alcance de nuevo. Sólo
quieren absorber contemplativamente aquello que
del pasado queda en los objetos. Un pasado que
rememoran ausente de fisuras, sin carencias...digámoslo
así, un pasado imaginario. El sujeto melancólico
al habitar en ese tiempo truncado por el pasado,
como comenta Kristeva, “es, necesariamente,
un habitante de lo imaginario”. (1991:
56)
Ahí están:
en Gary Cooper que estás en los cielos,
la vasija romana, el soldadito de plomo, las
cartas y la fotografía de Bernardo, el
antiguo novio, y las fotos de los actores preferidos,
especialmente la de Gary Cooper, las medallas
militares que simbolizan a la figura paterna,
aquel padre que ella siente ausente y autoritario
en su vida; en Hablamos esta noche,
los retratos de Laura, la hermana pequeña
que se suicida; en Werther, la casa
paterna con todos los objetos que contiene, en
particular el revólver del padre y las
cartas de su amante; en Beltenebros,
los libros escritos por Rebeca Osorio, la mujer
que amó el protagonista.
Todos ellos,
por tanto, objetos del pasado que ahora se contemplan
con cierta nostalgia desde un presente vivido
con angustia. Y no podría ser de otro
modo cuando para estos personajes el presente
es una mirada retrospectiva hacia el pasado,
ya que el futuro se presenta como un espacio
inexistente.
Si el presente
se vive impregnado por la melancolía,
el pasado se mira con añoranza y el futuro
no existe, es lógico que los relatos de
Pilar Miró terminen con una imagen congelada.
No se puede seguir avanzando. El tiempo direccional
que apunta a algún sitio carece de sentido
para los sujetos que pululan por estos relatos.
Y los dos únicos relatos, Beltenebros
y Werther, que no concluyen con
una imagen en pausa tampoco escapan a esta lógica,
puesto que las últimas imágenes
de ambos nos muestran, respectivamente, la negrura
de un túnel y un cementerio solitario
y abandonado.
En suma, el tiempo se congela, no avanza, muere.
Es así que en todos los relatos de Pilar
Miró el transcurso del tiempo, como experiencia,
pierde su sentido. De ahí que, finalmente,
no se pueda seguir avanzando.
De esa forma,/
porvenir y pasado se confunden, / y el tiempo
no / sucede, / y uno existe /sin recuerdo ni
afanes, / igual que un dios pequeño y
miserable / que no tiene memoria / porque todo
para él está presente. (Fragmento
de la poesía Palabras casi olvidadas
de Ángel González, 1997).
b. La omnipresencia
del hogar familiar
No cabe
duda que el sentir melancólico de los
relatos de Pilar Miró, le lleva a vivir
una temporalidad anclada en un pasado imaginario.
Y no cabe duda que lo más situado en el
pasado para los personajes de las historias de
esta autora es la casa familiar. La casa familiar
es invocada como un espacio imaginario, donde
el mito de un pasado sin herida quiere sentirse
representado. Por tanto, es allí donde
se dirige cuando el sentido de su existencia
ha caído en el vacío. Así
son sentidos los hogares de: Gary Cooper
que estás en los cielos, Werther,
El pájaro de la felicidad, Tu
nombre envenena mis sueños.
De este modo,
estos personajes impotentes para comunicarse
con otros seres ajenos a su círculo familiar,
se dirigen a la casa familiar con la esperanza
de encontrar esa palabra que hable de lo real
que se ha asentado en sus cuerpos y se ha apoderado
de su experiencia. Pero, digámoslo ya,
la esperanza queda truncada: la casa familiar,
donde se construye el triángulo edípico,
no es un espacio por donde discurre la palabra
simbólica que demandan los personajes
de Pilar Miró. Esa palabra simbólica
que, como dice Jesús González Requena,
“hace surco al encuentro con lo real”.
(1996: 32) Entendiendo lo real como aquello que
desestructura nuestra realidad. Esto es tal y
como lo define González Requena: “(…)
la realidad como aquello del mundo que manejamos,
que entendemos, que pensamos, que se somete a
cierta lógica y que, por ello mismo, nos
resulta inteligible. Lo real es lo otro: lo que
queda fuera, lo que está siempre excluido
del orden de los discursos, aquello que se manifiesta,
frente a ellos, como nuestra resistencia. Aquello
que, en el límite, es siempre ininteligible;
lo absolutamente Otro. Es posible una definición
más sencilla: lo real es lo que se deduce
del hecho, asumido radicalmente, de que el mundo
no está hecho para nosotros…”
(1997: 56) Pero en el encuentro con las figuras
materna y paterna no hay posibilidad para hallar
esa palabra que se plantee la cuestión
de sentido. Un sentido que va más allá
de lo objetivado y codificado del significado
del signo, porque se halla enfocado a la experiencia,
siempre singular, de un sujeto que afronta o
intenta afrontar lo real.
Esto es así,
porque si hay algún rasgo que caracteriza
a dos de las figuras del triángulo edípico
-la madre y el padre- es su presente ausencia.
Esta es la trágica paradoja de la figura
materna y paterna de estas narraciones. Estar,
están, se les ve, se les oye, pero son
incapaces de escuchar la angustiosa demanda de
sus descendientes; se sienten impotentes para
comprometerse a nivel sentimental o de palabra.
No pueden dar a sus hijos esa palabra que han
ido a buscar al seno familiar. Una palabra que
dé sentido a ese sinsentido de su existencia.
Los personajes -hijos/as- de estos relatos sólo
pueden toparse con el vacío de la figura
materna y paterna.
La representación
de la figura paterna y materna se estructura
en dos grandes bloques con respecto al modo que
tienen de hablar “su” verdad de la
vida a sus hijos/as: castradores y fálicos.
Esto es, por una parte, los padres castradores
cierran todo contacto con esa experiencia angustiosa
vivida por sus hijos utilizando una palabra autoritaria,
prepotente y pragmática que asfixia toda
comprensión de esa experiencia traumática.
En realidad, anulan todo aquello que está
fuera de lo considerado normal en todos los ámbitos
sociales, educativos o sexuales, ya que hablan
a través de un discurso escrito por la
tradición y los valores dominantes; una
figura que habla y habla sin ninguna sombra de
duda. Esta figura está encarnada en el
padre de La petición, El
crimen de Cuenca, Gary Cooper que estás
en los cielos, Hablamos esta noche,
Werther, y en la madre de El Pájaro
de la felicidad y Tu nombre envenena
mis sueños.
Por otra, el
padre y la madre considerados fálicos
quieren, a través de su palabra cariñosa,
emocional y tierna, proteger y encerrar a sus
hijos en ese espacio imaginario donde las heridas
de la vida queden fuera. Estos padres sensibles
sostienen un discurso inscrito en la duda y en
la indecisión, porque de este modo anulan
el conflicto con el otro miembro de la pareja
que sostiene siempre una palabra autoritaria.
De este modo, el padre de El pájaro de
la felicidad y Tu nombre envenena mis sueños
y la madre de Gary Cooper que estás en
los cielos representan a este modelo.
En suma, dos
modelos diferentes de representar la figura materna
y paterna, pero en el fondo ambos modelos no
pueden a través de su discurso hablar
de la angustia que habita a sus hijos, a pesar
de la demanda de éstos.
El rostro de
Narciso
Freud,
en su estudio Duelo y Melancolía,
ya señaló que una de las peculiaridades
de la melancolía es su metamorfosis en
el rostro de Narciso. “Así, pues,
la melancolía toma una parte de sus caracteres
del duelo y otra , del proceso de la regresión
de la elección de objeto narcisista al
narcisismo”. (1997: 2096)
De tal modo,
el sentir melancólico lleva al sujeto
a un reforzamiento de su yo, y de la realidad
que rodea a éste; a marcar un cierto grado
de megalomanía y de delirios de grandeza.
Así pues, Julia Kristeva, siguiendo la
teoría de Freud sobre el narcisismo inherente
a la melancolía, comenta que el ser melancólico
no sabe perder, “encontrar una contrapartida
válida para la pérdida. Se desprende
entonces que toda pérdida trae consigo
la pérdida de mi ser y del Ser mismo”.
(1991:10) Y como consecuencia de ello, el sujeto
melancólico muestra delirios de grandeza,
y atributos propios de la megalomanía:
“Una hiperestimación del poder de
sus deseos y sus actos mentales, la “omnipotencia
de las ideas”, una fe en la fuerza mágica
de las palabras y una técnica contra el
mundo exterior, la “magia”, que se
nos muestra como una aplicación consecuente
de tales premisas megalómanas”,
tal y como dice Freud (1997: 2018).
a. Delirios
de grandeza
Mis planes
de futuro no los cambia nada. Hace diez años
que tengo los mismos: dirigir una película,
cuando me dejen, cuando encuentre un productor
que se deje convencer, al que pueda engatusar
con mi tremendo talento, una película,
dos películas, veinte películas.
John Ford dirigió setenta películas,
Howard Hawks cincuenta y ocho, Hitchcock cincuenta.
Yo no quiero ser menos. Esos son mis planes
de futuro”. (Palabras de Andrea Soriano,
la protagonista de Gary Cooper que estás
en los cielos)
Los personajes
femeninos y masculinos de las películas
de Pilar Miró tienen muy claro que en
el espacio público hay que saber lo que
se quiere. Hay que acceder al espacio público
con el fin de materializar unos determinados
objetivos. Sus palabras se amoldan perfectamente
a los dictados de la racionalidad moderna, así
como a una cierta omnipotencia con respecto a
la realidad. Lo imprevisible, aquello que está
del lado del azar, no entra dentro de sus planes.
No hay diferencia:
lo femenino y lo masculino se mueven por el mismo
espacio público, productivo y racional
dejando al margen el espacio privado y de las
emociones. El mundo de los sentimientos queda
relegado a un segundo plano, porque de lo que
se trata es de que nada interfiera en el plan
trazado. He aquí la lógica que
al menos desde la Ilustración ha constituido
el eje de la razón dominante.
b. Del dominio
a la impotencia
La obra
de Pilar Miró se halla atravesada por
la paradoja que anida en el interior de la racionalidad
instrumental y pragmática: tanto más
se pretende dominar el discurso, tanto más
comparece la impotencia o el vacío en
el seno de ese mismo discurso.
Si el objetivo
de esa razón práctica es impedir
que nada imprevisto surja, su incontenible aparición
será vivida con angustia al no contar
con esa otra palabra que se hace cargo de lo
ilógico. Así, la escritura de Pilar
Miró verá cómo su narrativa
se quiebra en los momentos más indecibles,
al tiempo que los personajes pierden su seguridad
cuando la lógica se hace insostenible.
Ante la enfermedad, la pérdida del objeto
amado, la guerra o la violación, los personajes
que protagonizan los films de esta directora
se muestran incapaces de llenar con su palabra
(palabra que, desde luego, no tiene ya nada que
ver con esa otra lógica y racional) el
vacío que esos hechos producen.
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una mujer pública”, Texturas.
Nuevas Dimensiones del texto y de la imagen,
núm.13, pp. 70-72, 2005.
--------------------. “El crimen de Cuenca:
La crónica de lo real”, Texturas.
Nuevas Dimensiones del texto y de la imagen,
núm.13, pp. 82-96, 2005.
------------------- “El perro del hortelano:
Ni come ni deja comer”, Texturas. Nuevas
Dimensiones del texto y de la imagen, núm.13,
pp. 107-120, 2005.
-------------------, “Gary Cooper que estás
en los cielos: El de-venir de la muerte”,
Texturas. Nuevas Dimensiones del texto y
de la imagen, núm.13, pp. 120-129,
2005.
VAN RILLAER, Jacques. La agresividad humana,
Barcelona, Herder, 1978.
Hemerografía
citada sobre Pilar Miró:
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en El País, 26 diciembre de 1984.
.
CRUZ, Juan, "El político no debe
ejercer bajo sospecha", en El País,
25 agosto de 1990.
CHÁVARRI, Jaime, "Áspera cal,
arena deslumbrante", en El País,
martes 21 de octubre de 1997.
GALÁN, Diego, "Juicio militar contra
Pilar Miró", en El País,
29 abril de 1980.
La Esfera: sábado 25 de octubre de 1997.
MATEO, Jorge, "Pilar Miró",
en El Correo español- el Pueblo Vasco-,
7 marzo 1992.
MOLINA FOIX, Vicente, "La cultura española
pierde una gran creadora. Flores al hombre",
en El País, martes 21 de octubre
de 1997.
El País, martes 25 de octubre de 1988.
TORRES, Rosana, "Pilar Miró: "Lope
se adelanta a su tiempo en los personajes femeninos",
en El País, 3 mayo de 1997.
Dra.
Begoña Siles Ojeda
Titular de Narrativa Audiovisual en la Universidad
Cardenal Herrera-Ceu (Valencia). España.. |