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Por Daniel Murillo
Número
46
Tepito-Te-Henúa,
ombligo del mar grande,
taller del mar, extinguida diadema.
Pablo
Neruda
En el Pacífico,
como parte del territorio chileno, está
la Isla de Pascua para los occidentales; Mata
Ki Te Rangi (“ojos que miran la cielo”),
para los antiguos polinesios; Te Pito Henúa
(“ombligo del mundo”) y Rapa Nui
(“isla grande”), para los descendientes
de los antiguos.
Los Moai, esas
enigmáticas figuras de piedra de una cultura
olvidada, guardianes de la isla, vestigios de
una cultura arrancada de su mundo simbólico,
actualmente son, también, como dice Régis
Debray, una muestra de que pueden coexistir tres
edades de la mirada: la logosfera, la
gragosfera y la videosfera.
Ahu Akapu. Fotografía:
Daniel Murillo.
Nostalgia de
una tierra perdida más allá del
mar, el archipiélago de Hawaii, los antiguos
pascuenses crearon en esta isla, ombligo del
mundo, las figuras de los Moais, inmensos ídolos
que representaban el culto a sus muertos. Sobre
los Ahu, cuidaban las aldeas que se encontraban
frente a ellos y siempre estaban de espaldas
al mar. Sólo en un Ahu existen siete moais,
representaciones de los viajeros que llegaron
por primera vez a esta isla con el encargo de
explorarla. Éstos miran, con ojos llenos
de nostalgia, hacia la isla madre, hacia el Este,
siempre hacia el Este. En los Moais se guarda
un tiempo inmóvil o, si se quiere, un
tiempo eterno: un tiempo mágico y religioso
que llenaba a la isla de una presencia constante
de divinidades y de difuntos, una “mirada
sin sujeto”1,
presencias pétreas que no eran de nadie
y nadie era el autor. Moais, objetos de creencia,
de presencia, de arquetipo.
Cantera Rano Raraku. Fotografía:
Daniel Murillo.
La Isla de Pascua
es un lugar en donde coexistieron varios fenómenos
que terminaron con la cultura de los descendientes
de los polinesios: el crecimiento demográfico,
la explotación de recursos naturales,
las luchas entre pueblos, la colonización
de holandeses (1722), españoles (1770)
y franceses (1859-1863) y la esclavización
y exterminio de los habitantes. Los Moais terminaron
por ser derrumbados, símbolo de la “pérdida
de sentimiento religioso y olvido de la milenaria
devoción de los antepasados”2.
Los Moais, desde el suelo, congruentes con la
propia cultura pascuense ya que, como dice Alicia
Poloniato3
“así como vemos, nos vemos a nosotros
mismos, así como oímos, nos oímos”.
Una cultura basada en la nostalgia era derruida:
los Moais ya no veían más hacia
su gente ni a sus lugares de habitación,
sino hacia el cielo y hacia la tierra, probablemente
en la búsqueda de sus divinidades y de
sus muertos.
Luis Poirot, fotógrafo, se da a la tarea
de registrar a los Moais, algunos erigidos de
nuevo, debido a la reconstrucción encargada
a arqueólogos japoneses. La mirada de
Poirot es más que la mirada de un estereotipo
de las imágenes turísticas de la
Isla de Pascua, en donde todo sentimiento de
nostalgia se ha perdido. Es aquí donde
encontramos la oposición entre gragosfera
y la videosfera, en un mismo espacio
o territorio y con un mismo tiempo, si reconocemos
el tiempo de los Moais como uno eterno. La mirada
occidental de Poirot desdobla el carácter
autóctono de las figuras de piedra: el
conjunto de fotografías es un arte que,
a su vez, es representación de una cultura
perdida, registro histórico, prototipo,
“cuestión de gusto”, diría
Debray.
Siendo congruente
con el sentimiento que inspira la isla, Poirot
plasma en su trabajo esa nostalgia, a la que
bien hace referencia Debray4:
“Ninguna cualidad de la mirada es superior
a la otra, pues es posterior a ésta, y
aún menos exclusiva. El ídolo no
es el grado cero de la imagen sino su superlativo.
De ahí nuestras nostalgias”.
Poirot, conocedor
de la historia de los Moais, registra con su
cámara, convencido de que “El poder
de la imagen no está en su visión
sino en su presencia”5.
Siguiendo a Debray, Poirot no tiene un encargo,
ni siquiera un sentimiento mítico-religioso
en relación con la cultura de la isla,
sino que goza del placer estético relacionado
con su mirada, su vivencia y su cámara
fotográfica. Es la toma de la palabra,
de nuevo con Debray, para decir: “Estuve
ahí y así observé”.
En contraposición al “Están
ahí” de los antiguos. Es la conjunción
de un lugar y de un discurso.
Te Pito Kura. Fotografía:
Daniel Murillo.
Pero, ¿qué
pasa con la última de las edades de la
mirada apuntadas por Debray? Raúl Zurita
lo dice explícitamente6:
“A diferencia de toda esa invasión
de iconografías dulzonas o pintorescas,
de tarjeta postal o de álbum turístico,
las imágenes de Poirot nos devuelven hoy
la parte más expuesta y desolada de esos
ojos que contemplaron por primera vez el cielo
sobre los volcanes de Mata Ki Te Rangi. Verlas
hoy es volver a experimentar en la propia carne
la construcción y el derrumbe de esa primera
mirada”. En contraposición a la
mirada de Poirot, hay piedra sin significado,
ídolo sin mito y sin historia, cultura
desheredada, la imagen de los Moai de tarjeta
postal, de álbum familiar: la escritura
al reverso, el estereotipo de lo arcaico, de
lo autóctono, la importancia de retratarse
junto al coloso de piedra. Curiosidad en medio
del Pacífico, donde, como dice Poloniato,
“lo que no se puede ver, pues...no existe”,
como no existe la cultura simbólica completa
de Rapa Nui. De un nuevo régimen visual.
Fragmentación e indicio de algo desconocido,
mito virtual, souvenir.
Pero los Moai
continúan allí. Y esos siete viajeros
petrificados, volteados de nuevo hacia el Este,
esperando, siempre esperando, con la paciencia
como recurso natural inagotable, viendo hacia
el cielo, esperando que Make-Make sea piadoso
y les devuelva un mensaje desde su tierra de
origen.
Notas:
1
Debray,
Régis, Vida y muerte de la imagen.
Historia de la mirada en Occidente, Paidós,
Barcelona, 1994. Pág. 197.
2
Zurita, Raúl
y Poirot, Luis; Tepito O Te Henúa,
Dolmen, Santiago de Chile, 1997, pág.
81.
3
Poloniato, Alicia;
“Imágenes y transformaciones culturales:
apuntes para una reflexión”, Tecnología
y Comunicación Educativa, ILCE, México,
núm. 29, enero-junio de 1999.
4
Debray, Régis,
op. cit. Pág. 184.
5
Régis,
Debray, op. cit. pág. 190.
6
Zurita, Raúl,
op. cit. pág. 93.
Dr.
Daniel Murillo Licea
Sociedad de Escritores de
Morelos. México. |