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Por Eduardo Harada
Número
46
Introducción:
la filosofía del sujeto, el giro lingüístico
y el pragmático
Es
un lugar común la idea de que el giro
lingüístico ha permitido a la filosofía
contemporánea superar los problemas de
la filosofía moderna del sujeto (Habermas,
1990, pp. 108-137). Sin embargo, en los últimos
años dentro de la filosofía de
la ciencia anglosajona ha surgido una crítica
a la consideración de las teorías
científicas como sistemas de enunciados
pues se piensa que el enfoque sintáctico
o enunciativo (Van Fraseen, 1996) conduce a la
idea de que las teorías son inconmensurables
y, con ello, al relativismo (Laudan, 1996, pp.
6-14).
Pero abandonar
el enfoque lingüístico a favor de
una postura “realista” no es la mejor
manera de escapar al relativismo, pues así
como no hay retorno al realismo ingenuo después
de la filosofía crítica, tampoco
lo hay en el caso del giro lingüístico
(Rorty, 1990 y 1989, pp. 127-155). Un mejor camino
para conseguir superar los problemas de la filosofía
que parte del giro lingüístico -problemas
que, en realidad, repiten los de la filosofía
del sujeto, pues el lenguaje es concebido como
un sujeto trascendental que constituye el mundo
de forma solipsista-, es el giro pragmático
(Apel, 1985).
En efecto, en
la filosofía de la ciencia anglosajona
se ha considerado al lenguaje casi exclusivamente
en las dimensiones sintáctica y semántica,
olvidándose de la pragmática, entendiendo
por ella no simplemente la relación entre
los hablantes y el lenguaje (Morris, 1969), sino,
fundamentalmente, las relaciones que los hablantes
establecen entre sí por medio de éste,
pues el lenguaje es ante todo una actividad social
sometida a reglas y valores (Habermas, 1989,
pp. 112-122).
Para realizar
el giro pragmático en la filosofía
de la ciencia anglosajona se podría recurrir
a filósofos de esa misma tradición,
como los teóricos de los actos de habla
(Austin, 1981 y Searle, 1990), o, incluso, al
“segundo Wittgenstein” (1988), pero
me parece que un mejor punto de partida se encuentra
en los filósofos llamados “continentales”
o “hermeneutas”, como Apel y Habermas,
entre otras razones porque ellos han asimilado
la filosofía del lenguaje analítica
desde la perspectiva de la hermenéutica
alemana. Aunque para aceptar esto sería
necesario superar los prejuicios que obstaculizan
el diálogo entre las diferentes tradiciones
filosóficas.
Por ello, antes
de pretender iniciar ese diálogo o de
siquiera intentar el giro pragmático,
hay que mostrar que la filosofía de alguno
de los principales y más respetados representantes
de la tradición anglosajona, como la de
Karl R. Popper, supone una concepción
del lenguaje pre-pragmática y que ello
deriva en una serie de problemas en su filosofía,
lo cual es, precisamente, lo que intentaré
mostrar en este texto.
La elección
de Popper no es arbitraria: algunos le consideran
un positivista lógico y, como tal, un
representante de la concepción sintáctica
o enunciativa de las teorías. Sin embargo,
en realidad Popper se opone a lo que llama “esencialismo”
y concretamente a la filosofía lingüística
(Popper, 1992, pp. 199-217; 1995, pp. 254-257
y 1994, pp. 23-42), como la de los positivistas
lógicos y de Wittgenstein (tanto la “primera”,
1994, como la “segunda”, 1988), es
decir, se opone a la idea de que no existen auténticos
problemas filosóficos, que éstos
son meramente lingüísticos y que
la única tarea de la filosofía
es analizar el lenguaje, pues para él
no vale la pena discutir acerca de palabras o
de términos, sino que lo importante son
los problemas reales, las aseveraciones acerca
de hechos y las teorías que se acercan
a la verdad. Para Popper la tarea de la filosofía
es colaborar a entender el mundo y nuestro lugar
dentro de él (Popper, 1995b, pp. 223-240).
Pero Popper
también es considerado por muchos como
el primero de los pospositivistas (Kuhn, Lakatos
y Feyerabend), por haber criticado algunos de
los principios básicos del positivismo
lógico, como la inducción, y por
haber propuesto algunas de las tesis características
del pospositivismo, como la carga teórica
de la experiencia y el holismo de las teorías
(Laudan, 1993). No obstante, se sabe que también
fue uno de los primeros críticos de los
pospositivistas, particularmente de Kuhn, pues
criticó tanto lo que él llamó
“el mito del marco común”
(esto es, la idea de que existe inconmensurabilidad
absoluta entre personas que parten de principios
diferentes) como la idea de que las teorías
son meros conjuntos de enunciados o marcos conceptuales
(Popper, 1997, pp. 17-43 y 45-72).
Así,
mucho antes que Van Fraassen o Laudan, Popper
criticó los excesos de la filosofía
lingüística por sus consecuencias
relativistas y antirrealistas.
Pero lo anterior
no quiere decir que se haya desinteresado por
completo del lenguaje o que éste no juegue
ningún papel en su filosofía. Por
el contrario, aunque no tiene una teoría
del lenguaje propiamente dicha, sí tiene
ciertas ideas sobre el lenguaje que deben ser
analizadas críticamente desde una perspectiva
pragmática, pues ésta nos permite
mostrar, mejor que cualquier otra, los límites
de aquélla.
En las siguientes
páginas trataré de mostrar que,
a pesar que la concepción de la ciencia
de Popper tiene como a priori a la intersubjetividad
y supone un enfoque decididamente pragmático
y hasta sociológico, no obstante, sus
ideas sobre el lenguaje son pre-pragmáticas.
La teoría
pre-pragmática del lenguaje de Popper
Popper
fue, ante todo, un filósofo de la ciencia,
pero en sus textos encontramos interesantes sugerencias
y desarrollos sobre el lenguaje: asume como suya,
con algunas correcciones, la del psicólogo
austriaco Karl Bühler (1980, pp. 43-52 y
1985) y le asigna un lugar fundamental en su
propia filosofía, concretamente en su
‘epistemología evolucionista’,
como parte de su explicación del surgimiento
del ‘pensamiento objetivo’, la crítica,
la ciencia y, por supuesto, el Mundo 3 (Popper,
1995b, pp. 242-251 y 1988, pp. 117-120). Por
eso, para entender lo que dice sobre el lenguaje
es necesario hablar primero de su epistemología
evolutiva (Popper, 1995c, pp. 17-41).
Popper sostiene
que el conocimiento humano utiliza el mismo “método”
que el conocimiento de todo ser vivo, a saber,
el método de ensayo y error, y que solamente
es un perfeccionamiento de éste: todo
conocimiento es un mecanismo adaptativo sometido
a las leyes de la selección natural (Popper,
1988, pp. 237-244).
Sin embargo,
con esa concepción del conocimiento surge
el problema de qué es lo específico
de la ciencia o cuál es la diferencia
decisiva entre una bacteria y un gran científico
como Einstein (Popper, 1995c, p. 22). Y Popper
responde que lo específico de la ciencia
reside en la aplicación consciente del
“método crítico”; es
decir, a diferencia del conocimiento precientífico
(ya sea animal o humano) que es “dogmático”,
el conocimiento científico es crítico
(Popper, 1996b, pp. 83-91 y 1997c, pp. 41-42).
Ahora bien,
¿por qué el conocimiento científico
puede ser “crítico”? Popper
contesta que es debido a que el ser humano posee
el lenguaje. En efecto, la expresión lingüística
“objetiva” al pensamiento y permite
el paso del pensamiento subjetivo o de la mera
certeza al pensamiento objetivo pues solamente
el pensamiento expresado lingüísticamente
puede someterse a la discusión pública
(Popper, 1997b, 41-48). Y la aparición
de la crítica es el resultado de un proceso
evolutivo, en el cual han surgido diferentes
funciones lingüísticas.
Es entonces
cuando Popper recurre al psicólogo Bühler
quien formuló la doctrina de las tres
funciones del lenguaje (Popper, 1995c, pp. 101-103):
1) la función expresiva o sintomática,
que consiste en manifestar el estado interno
de un organismo emisor, principalmente sus sentimientos
(valores: revelador/no revelador); 2) la función
estimuladora o señalizadora, que consiste
en provocar o desencadenar una reacción
en otro organismo receptor (valores: eficiencia/no
eficiencia) y 3) la función descriptiva,
en la que se representan estados de cosas (valores:
verdadero/falso) (Popper, 1991, pp. 355-361).
Las dos primeras
son las funciones primarias, presentes incluso
entre las plantas, los animales y hasta en algunas
máquinas, y la tercera es la superior,
exclusiva de los seres humanos. Además,
Popper agregó una cuarta función
superior que es la argumental o explicativa,
que consiste en dar razones para defender o atacar
la verdad o falsedad de alguna proposición
(valores: validez/invalidez).
Como vemos,
frente a otras concepciones, Popper nos dice
que el lenguaje no sólo es vehículo
de emociones y estímulos, no sólo
expresa y comunica, sino que también sirve
para entablar pretensiones de verdad y validez.
La función
argumentadora es la más elevada y es la
última en aparecer en el proceso evolutivo.
La crítica es la invención de una
selección consciente de teorías
que substituye a la simple selección natural:
si una teoría o hipótesis sobre
la realidad es equivocada, se le deshecha. Es
decir, se deja morir las teorías en lugar
de poner en peligro la propia vida o de la especie.
Incluso, por medio de la crítica, se les
deshecha antes de que hayan sido puestas en práctica
(Popper, 1997b, pp. 127- 41).
En efecto, el
lenguaje permite, primero, la objetivación
de las teorías, segundo, su crítica
intersubjetiva y, tercero, su selección
consciente y racional, en lugar de una selección
natural que trae consigo la muerte de los organismos
en caso de que sus teorías estén
equivocadas. La crítica es la continuación
de la tarea de la evolución, pero de modo
consciente (Popper y Lorenz, 1992, pp. 45-50
y 54-55).
Para Popper
el lenguaje humano no es sino un desarrollo y
perfeccionamiento de una capacidad “natural”,
pero señala que, además de expresar,
estimular o, en general, comunicar, en él
se puede argumentar en torno a la verdad y falsedad
de las teorías, cosa imposible en el lenguaje
de los niveles inferiores.
Pero, además,
con las funciones superiores del lenguaje se
origina un mundo nuevo, accesible sólo
para los seres humanos: el mundo de los productos
objetivos del pensamiento o el Mundo 3 (el Mundo
1 es físico o natural y el Mundo 2 es
el psicológico o subjetivo). Éste
es el mundo no sólo de las teorías
científicas, sino también de las
obras de arte, es decir, de la cultura, pues
una vez creada una teoría o una obra se
independiza de su autor, tiene consecuencias
imprevistas e imprevisibles, pero completamente
necesarias y puramente lógicas, de tal
modo que aquél tiene que descubrirlas
y tratar de entenderlas.
Por otro lado,
aunque el Mundo 3, emerge gracias a los Mundos
1 y 2 y tiene sus condiciones de posibilidad
y de existencia en ellos e interaccionada con
ellos, no se reduce ni se identifica con ninguno
de ellos, sino que es autónomo o se rige
por medio de leyes propias. Sus productos tienen
propiedades que no poseen los mundos previos:
precisamente, la verdad y la validez (Popper
y Eccles, 1985, 44-54).
Por ello, no
es raro que Popper sostenga que el interés
primero de la ciencia y de la filosofía
sean las funciones superiores (descriptiva y
argumental), pues, para él, una teoría
es un sistema argumentativo cuyo rasgo esencial
es predecir o explicar un fenómeno particular
por medio de un conjunto de leyes universales
y condiciones iniciales (y en caso de que la
predicción sea falsa, una o todas las
leyes quedan “falsadas”) (Popper,
1988, pp. 180-191).
Crítica
pragmática a las ideas popperianas sobre
el lenguaje
Las
ideas de Popper sobre el lenguaje son sumamente
interesantes, sin embargo, se podría cuestionar
su sustento científico, es decir, hasta
qué punto la biología las apoya.
Sin embargo, de momento me interesa hacerles
otro tipo de cuestionamientos, referentes al
lugar que le asignan a la pragmática.
Popper se opone,
con razón, a las teorías expresionistas
para las cuales el lenguaje se reduce a un medio
de expresión del estado interno de un
sujeto y frente a ellas afirma que el lenguaje
también sirve como vehículo de
“productos objetivos”, tales como
las teorías científicas. Pero,
igualmente, se opone a las teorías conductistas
que sólo dan una explicación física
o causal del lenguaje y que no pueden dar razón
de las funciones superiores de éste. Sin
embargo, parece no conocer otras opciones a esas
doctrinas que el cognitivismo pre-pragmático
que sostiene, el cual, como mostraré en
seguida, entraña serios problemas.
Popper reconoce
la existencia de otras funciones, además
de la expresiva, estimuladora, descriptiva y
argumentativa, como la prescriptiva o directiva,
pero sostiene que, en esencia, éstas son
parte de las funciones inferiores, concretamente
de la estimuladora, pues consisten, según
él, simplemente, en desencadenar ciertas
reacciones en otros organismos.
No obstante,
es sumamente cuestionable que la función
por medio de la que se interactúa con
otros seres humanos, y dentro de la cual está
incluido el lenguaje de la moral, se reduzca
a un mero proceso de estímulo-respuesta.
Lo cierto es
que las relaciones entre individuos en una sociedad
no se reducen a relaciones causales, sino que
están regidas por reglas y valores, los
cuales pueden justificarse racionalmente y, debido
a esto, los sujetos pueden entablar pretensiones
de validez respecto de ellas.
Por otra parte,
Popper sostiene que la función descriptiva,
que permite plantear el problema de la verdad,
es la más importante de todas.
Ciertamente,
concede un lugar privilegiado a la función
argumentativa, pero la concibe de una forma particularmente
estrecha, como dedicada a la discusión
de las descripciones del mundo y regida por un
valor puramente sintáctico, pues su idea
de validez es la relación deductiva que
se da entre la forma lógica de los enunciados.
Sin embargo,
la verdad es que la función argumentativa
supone la intersubjetividad, pues argumentar
no es solamente establecer relaciones lógicas
entre enunciados, sino que consiste en interactuar
con otros sujetos y no únicamente estimulándolos,
sino, principalmente, llegando a acuerdos racionales
con ellos (Popper, 1995b, pp. 185-188).
No toma en cuenta
que las funciones descriptiva y argumental suponen
y son posibles gracias a la pragmática,
entendiendo por ella no, desde luego, las relaciones
de estímulo-respuesta entre organismos
ni tampoco solamente la relación entre
el lenguaje y el usuario de éste sino,
fundamentalmente, las relaciones que establecen
entre sí los hablantes del lenguaje, pues
el lenguaje es un tipo acción -desde luego,
social-, sometida a reglas y valores, que permite
llegar a acuerdos, es decir, que hace posible
el racionalismo crítico y la sociedad
abierta que propone y defiende.
Para la filosofía
de la ciencia, dice Popper, no es importante
lo que expresa el sujeto (si es revelador o no)
ni el estímulo que produce (si es eficaz
o no lo es), sino únicamente lo que describe
(si es verdadero o falso) y cómo lo justifica
(válida o inválidamente); es decir,
sólo es importante el contenido semántico
o la estructura sintáctica del lenguaje,
no los efectos psicológicos o físicos
y mucho menos los propiamente pragmáticos.
Por ejemplo,
un caso de la función estimuladora sería
un rugido, ya que por medio de él un animal
puede provocar una reacción en otros organismos,
sean de su misma especie o de otra especie. Pero
para Popper también lo sería una
orden, la cual, obviamente, es completamente
diferente a un simple rugido, pues quien ordena
no simplemente provoca una reacción instintiva
o mecánica (o expresa su estado interno),
sino que entabla una pretensión de validez
la cual, a su vez, supone la aceptación
por parte del receptor de un conjunto de reglas
y valores así como de una comunidad no
sólo lingüística sino, inclusive,
de forma de vida (y, dependiendo de esto, esa
orden será o no obedecida).
Popper parece
creer que las relaciones entre los seres humanos
son relaciones puramente causales, por lo que
no pueden estar regidas por otro valor que no
sea la eficacia.
No distingue,
entonces, en términos habermasianos, entre
la acción estratégica, medios-fines
y orientada al éxito, y la acción
comunicativa, orientada al entendimiento y a
llegar a consensos.
Sin embargo, la acción estratégica
sólo tiene que ver con objetos y relaciones
entre ellos o con seres humanos o personas tomadas
como objetos, es decir, como medios o instrumentos
para conseguir ciertos fines.
Lo anterior
pone de manifiesto que, por lo menos en el caso
de su concepción de las funciones del
lenguaje, Popper sigue preso del paradigma del
sujeto, pues sólo a una conciencia encerrada
en sí misma el mundo social se le presenta
como un conjunto de objetos que ha de modificar
según sus intereses y no como formado
por personas con las que tiene que entenderse
o llegar a acuerdos.
Popper acepta
que, sobre todo en el lenguaje humano, en una
misma situación lingüística,
pueden coexistir varias de las funciones antes
mencionadas o incluso todas (por ejemplo, un
emisor, al aseverar y argumentar acerca la verdad
de un estado de cosas, también puede expresar
su estado de ánimo e intentar modificar
la conducta del receptor).
Pero en su perspectiva
la función argumentativa está claramente
subordinada a la descriptiva, pues, en realidad,
nos dice, sólo se puede argumentar racionalmente
entorno a cuestiones de hecho, acerca de su verdad
o falsedad, y no sobre cuestiones normativas,
o sólo se puede argumentar sobre ellas
si se les trata como aseveraciones acerca de
estados de cosas, esto es, sobre el estado físico
de los sujetos, su conducta, la adecuación
de ésta respecto de ciertos patrones,
etc., pero olvidándose totalmente de su
especificidad propia.
Y para Popper
en la función argumentativa sólo
se puede discutir acerca de cuestiones cognoscitivas
porque, como los positivistas lógicos,
no sólo distingue tajantemente entre cuestiones
lógicas y de hecho, sino también
entre éstas y las cuestiones de derecho,
referentes al deber ser, las cuales sólo
son, según él, asunto de decisión
personal, gusto, emociones y sentimientos, pero
no de lógica y de pruebas empíricas
y, en ese sentido, son irracionales (Popper,
1992, pp. 689-690).
La única
discusión posible referente a una acción
o regla moral sería, desde su perspectiva,
en términos de su eficacia o de su relación
lógica respecto de otras reglas o acciones,
pero no en términos de su validez o justificación
y, mucho menos, en términos de su bondad
o justicia (Habermas, 1994, pp. 77-79).
Lo anterior conduce a varios problemas en la
filosofía popperiana porque recordemos
que en ella el establecimiento de la base empírica
para la contrastación de las teorías
científicas depende de una convención,
es decir, de una decisión (Popper, 1990,
pp. 89-99).
Por otra parte,
algo más grave, la decisión misma
a favor de la racionalidad se convierte igualmente
en una cuestión irracional, pues obviamente
no es un asunto meramente lógico ni se
puede derivar directamente de los hechos; y con
la elección entre formas de gobierno y
su justificación sucede lo mismo. En efecto,
la ingeniería social, gradual, por partes
o fragmentaria, que propone Popper en su filosofía
política, se plantea únicamente
el problema de cómo conseguir ciertos
fines, pero no cuáles son los fines se
han de buscar (Popper, 1996, pp. 72-84).
Finalmente, el defensor de la racionalidad, el
archienemigo del irracionalismo, el crítico
implacable de aquellos que hacen consideraciones
sociológicas respecto de la ciencia (Popper,
1992), se ve imposibilitado de dar cuenta racionalmente,
ya no digamos de la racionalidad, la ciencia
y la sociedad abierta, sino incluso de su propia
postura (Habermas, 1988, pp. 21-70).
Conclusiones:
el método crítico, la intersubjetividad
y la objetividad de la ciencia
Antes
he dicho que la concepción del lenguaje
de Popper adolece de ciertas carencias, principalmente
de una concepción inadecuada de la dimensión
pragmática del lenguaje. No obstante,
su concepción de la ciencia tiene como
a priori a la intersubjetividad y supone un enfoque
pragmático.
Lo anterior
puede resultar extraño ya que Popper es
conocido como crítico del convencionalismo,
el sociologismo y de toda forma de relativismo
y para algunos la simple mención de cuestiones
sociales corre el riego de infectar mortalmente
de irracionalismo a cualquier planteamiento dentro
de la filosofía de la ciencia.
No obstante,
desde La Lógica de la investigación
científica, consideró que el único
método científico es el método
crítico, el cual consiste no sólo
en enunciar claramente los problemas, proponer
soluciones y examinarlas, analizar las consecuencias
lógicas de cada propuesta o esforzarse
por echar abajo cada solución, en lugar
de defenderla, sino que también consiste
en averiguar qué han pensado y dicho otros
acerca del problema en cuestión, por qué
han tenido que afrontarlo, cómo lo han
formulando y tratado de resolver (Popper, 1990,
pp. 89-95).
Así,
mientras que las primeras características
parecerían dejar abierta la posibilidad
de que un sujeto individual, sin necesidad de
contacto o cooperación con otros sujetos,
pudiera adoptar una actitud crítica, las
últimas dejan en claro que la crítica
es fundamentalmente un asunto intersubjetivo
(Popper, 1998, pp. 134-197).
Popper dice,
efectivamente, que la crítica consiste
en la discusión racional con los demás,
presentando argumentos y contrargumentos, es
decir, supone una comunidad lingüística,
sujetos que utilizan efectivamente el lenguaje,
reglas y valores que les rigen, etc.
La crítica
no es algo meramente natural o heredado genéticamente,
no se reduce a una actitud subjetiva o a cierto
estado mental ni tampoco a un procedimiento formal
o lógico, sino que es una actividad social.
Incluso, podríamos decir que es una práctica
históricamente constituida, pues no ha
existido en todas las sociedades. De hecho, para
Popper la crítica es una tradición
surgida en Grecia alrededor del siglo VI antes
de nuestra Era (Popper, 1991, pp. 156-173).
Y si para él
la crítica supone ciertas condiciones
sociales específicas, lo que hace objetiva
a la ciencia es el carácter público
de su método, lo cual implica instituciones
sociales creadas para fomentar esa objetividad.
En efecto, la objetividad sólo puede explicarse
en términos de ideas sociales como la
competencia, la tradición, las instituciones
y el poder del estado (Popper, 1996, pp. 167-174).
Lo anterior
nos remite más allá de la mera
pragmática, a saber, al estudio de las
relaciones entre la ciencia y las condiciones
sociales e históricas, sin embargo, ése
es tema de otro trabajo.
Al menos espero
haber sugerido en este que en la filosofía
de la ciencia actual existe la necesidad tanto
de profundizar el giro lingüístico
a través de un giro pragmático
así como de iniciar el diálogo
entre las diferentes tradiciones filosóficas,
ya que en unas podemos encontrar respuesta a
algunos de los problemas de las otras.
Sería
una irresponsabilidad plantear el giro sociológico
en la filosofía de la ciencia (sobre todo,
la propia de la tradición anglosajona
o analítica), cuando todavía se
desconoce el pragmático. Por el momento,
debo conformarme con haber hecho algunas precisiones
pragmáticas sobre el racionalismo crítico
de Popper.
En concreto,
traté de mostrar que su concepción
de la ciencia no sólo nos remite a un
enfoque pragmático sino incluso sociológico,
pues nos dice que la ciencia se basa en el método
crítico y éste, a su vez, es posible
gracias a la intersubjetividad y a diversas instituciones
sociales.
Sin embargo,
el justificado rechazo popperiano del psicologismo
le llevó a un rechazo injustificado y
dañino de la pragmática y de todo
enfoque sociológico de la ciencia; digo
“dañino” porque debido a él
no puede dar cuenta cabal de la ciencia ni de
su propio trabajo, por lo que termina por introducir,
por la puerta de atrás, los factores sociales
y pragmáticos.
Así,
aunque a nivel proposicional tiene una concepción
incorrecta de la pragmática y rechaza
los enfoques sociológicos, de todas maneras,
para dar cuenta de la ciencia hace uso de ella
y, también, de nociones sociológicas,
como la intersubjetividad.
No estoy diciendo
que su filosofía está completamente
equivocada o que se encuentra invalidada por
una gran contradicción pragmática,
sino, más bien, que debe ser desarrollada
y completada por medio del giro pragmático.
De hecho, sería
bueno recordar que Habermas, partiendo de la
teoría del lenguaje de Bühler y de
la propia teoría popperiana del mundo
3, además de la teoría de los actos
de habla y de la hermenéutica alemana,
desarrolló su teoría de la acción
comunicativa en el libro del mismo nombre (Habermas,
1989, pp. 354-359 y 367-407).
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-----, Investigaciones filosóficas,
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Mtro.
Eduardo Harada Olivares
Prof. de Carrera Titular B Definitivo en la ENP
de la UNAM, México,
D.F., México. |