Por Hildegard Albrecht
Número
46
Bien
a bien no supo como vino a dar al fondo de ese
gastado monederito de plástico rojo, por
supuesto imitación piel de cocodrilo.
Pero allí amaneció -bien dobladito
y sólo, ya viejo, sucio, cansado y triste.
Entró en una especie de”reverie”
al contemplar su pasado y experimentó
débil nostalgia por la ya lejana época
de juventud, recién salido de la Casa
de Moneda.
Salió a la vida con
arrogancia y por años se había
conservado fresco y limpio - crujiente de limpio,
sin una sola arruga. Es que en aquel entonces
no circulaba tanto ni tan aprisa.
Al principio vivió una
vida fácil. Aun no conocía el triste
frenesí de la oficialmente inexistente
inflación rampante de hoy. Cuando viajaba,
viajaba en cómoda billetera de finísima
piel, la mayor de las veces acompañado
por otros billetes bonitos. Pasaba de unas manos
finas a otras igualmente cuidadas sin saber siquiera
el motivo. Pero con el tiempo resultó
cada vez mas acelerado su andar y poco a poco
fue cobrando conciencia y comprendiendo su valor
y su gran potencial para hacer felices a sus
dueños. Lo valoraban y él se sabía
valorar. Se daba su lugar.
Pero su vida se tornó
cada vez más vertiginosa. Y en este vértigo
conoció una gran gama de emociones. Tuvo
sus momentos de heroísmo y de gloria como
cuando con él pagaron al médico
que salvó la vida de un bebé.
Le gustaba formar parte de
los sueldos y pensiones – siempre esperado
con ansiedad y siempre bien recibido.
También fue de su agrado servir como mensualidad
para pagar una casa o para diversos esfuerzos
de superación como colegiatura para estudios
inglés, de computación, baile,
gimnasia y demás.
Afligido y con vergüenza
recordaba las múltiples veces en que fuera
pasado “por debajo de la mesa”.
En cambio, recordaba con gusto
la alegría que pudo proporcionar cuando
recurrían a él para comprar los
pasteles de boda, cumpleaños y otras elegantes
fiestas familiares (Ahora apenas alcanzaba para
unas pizzas, los refrescos y cuando mucho un
ras cuache pastelito.
Tuvo sus descansos –vacaciones
forzados- como cuando pasó larga temporada
escondido entre las hojas de un grueso libro…o
cuando pasó meses inactivo en el fondo
de un cajón que olía a jabones
perfumados, de donde un día lo sacaron
los delgados dedos de una ancianita para llevarlo
al banco. Una vez más supo de la rabia
y la impotencia cuando a la viejita la asaltaron
y para pronto a él lo pusieron de nuevo
en circulación. Aun hoy retumba en sus
oídos lo de aquel incidente cuando arrojado
con furia al piso oyó la airada exclamación
de dignidad femenina: “Guarda tu
mugroso billete y lárgate!” Pero
cortó en seco el escalofrío que
la produjo este recuerdo y suspirando pensó
en las lindas billeteras que habitaba antes donde
se estiraba a sus anchas entre foros de legítima
piel.
Con leve sonrisa recordaba la gran ambición
de su juventud: Quería salir en
la televisión! Y ser contado con manos
hábiles ante las cámaras de algún
noticiero para que así fuera visto (aunque
de relámpago) por los ojos de
media nación.
No pudo menos que alegrarse
por haber nacido billete de quinientos y no de
esos infelices de doscientos que han de pasar
tremenda vergüenza al ser revisado por las
cajeras contra luz con la mirada atravesando
sus entrañas todo para comprobar su autenticidad.
Antes él solo bastaba
para muchas transacciones. Últimamente,
sin el apoyo de otros billetes de menor valor
no alcanzaba para nada. Ahora se sabia definitivamente
venido a menos Pisoteado su orgullo, rotas sus
ilusiones, arrugada su faz, dobladas sus cuatro
esquinas ya se encontraba dispuesto a un último
viaje al banco para ser reemplazado. Solo quería
al fin morir como creyó que mueren los
billetes: cremados. Reducidos a la expresión
mínima de humo y cenizas.
Cual no seria su sorpresa al
descubrir que pronto sería triturado,
lavado y reciclado en una manada junto con otros
más para alcanzar la reencarnación
en forma de otro billete nuevo, arrogante, crujiente
y esperanzado.
¿Y el
descanso final? ¿La Paz Eterna? ¡Que
va! Sólo la promesa/amenaza de una nueva
vida de billete de quinientos cuya gloria dependería
no de él sino de sus dueños. Una
vida sometida brutal e inexorablemente a la voluntad
y los valores ajenos.
Hildegard
Albrecht de Sotomayor
Escritora, miembro de la Sociedad
de Escritores de Morelos, México. |