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Agosto - Septiembre
2005

 

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La Triste Historia de un Billete
 

Por Hildegard Albrecht
Número 46

Bien a bien no supo como vino a dar al fondo de ese gastado monederito de plástico rojo, por supuesto imitación piel de cocodrilo. Pero allí amaneció -bien dobladito y sólo, ya viejo, sucio, cansado y triste. Entró en una especie de”reverie” al contemplar su pasado y experimentó débil nostalgia por la ya lejana época de juventud, recién salido de la Casa de Moneda.

Salió a la vida con arrogancia y por años se había conservado fresco y limpio - crujiente de limpio, sin una sola arruga. Es que en aquel entonces no circulaba tanto ni tan aprisa.

Al principio vivió una vida fácil. Aun no conocía el triste frenesí de la oficialmente inexistente inflación rampante de hoy. Cuando viajaba, viajaba en cómoda billetera de finísima piel, la mayor de las veces acompañado por otros billetes bonitos. Pasaba de unas manos finas a otras igualmente cuidadas sin saber siquiera el motivo. Pero con el tiempo resultó cada vez mas acelerado su andar y poco a poco fue cobrando conciencia y comprendiendo su valor y su gran potencial para hacer felices a sus dueños. Lo valoraban y él se sabía valorar. Se daba su lugar.

Pero su vida se tornó cada vez más vertiginosa. Y en este vértigo conoció una gran gama de emociones. Tuvo sus momentos de heroísmo y de gloria como cuando con él pagaron al médico que salvó la vida de un bebé.

Le gustaba formar parte de los sueldos y pensiones – siempre esperado con ansiedad y siempre bien recibido.
También fue de su agrado servir como mensualidad para pagar una casa o para diversos esfuerzos de superación como colegiatura para estudios inglés, de computación, baile, gimnasia y demás.

Afligido y con vergüenza recordaba las múltiples veces en que fuera pasado “por debajo de la mesa”.

En cambio, recordaba con gusto la alegría que pudo proporcionar cuando recurrían a él para comprar los pasteles de boda, cumpleaños y otras elegantes fiestas familiares (Ahora apenas alcanzaba para unas pizzas, los refrescos y cuando mucho un ras cuache pastelito.

Tuvo sus descansos –vacaciones forzados- como cuando pasó larga temporada escondido entre las hojas de un grueso libro…o cuando pasó meses inactivo en el fondo de un cajón que olía a jabones perfumados, de donde un día lo sacaron los delgados dedos de una ancianita para llevarlo al banco. Una vez más supo de la rabia y la impotencia cuando a la viejita la asaltaron y para pronto a él lo pusieron de nuevo en circulación. Aun hoy retumba en sus oídos lo de aquel incidente cuando arrojado con furia al piso oyó la airada exclamación de dignidad femenina: “Guarda tu
mugroso billete y lárgate!” Pero cortó en seco el escalofrío que la produjo este recuerdo y suspirando pensó en las lindas billeteras que habitaba antes donde se estiraba a sus anchas entre foros de legítima piel.


Con leve sonrisa recordaba la gran ambición de su juventud: Quería salir en
la televisión! Y ser contado con manos hábiles ante las cámaras de algún
noticiero para que así fuera visto (aunque de relámpago) por los ojos de
media nación.

No pudo menos que alegrarse por haber nacido billete de quinientos y no de esos infelices de doscientos que han de pasar tremenda vergüenza al ser revisado por las cajeras contra luz con la mirada atravesando sus entrañas todo para comprobar su autenticidad.

Antes él solo bastaba para muchas transacciones. Últimamente, sin el apoyo de otros billetes de menor valor no alcanzaba para nada. Ahora se sabia definitivamente venido a menos Pisoteado su orgullo, rotas sus ilusiones, arrugada su faz, dobladas sus cuatro esquinas ya se encontraba dispuesto a un último viaje al banco para ser reemplazado. Solo quería al fin morir como creyó que mueren los billetes: cremados. Reducidos a la expresión mínima de humo y cenizas.

Cual no seria su sorpresa al descubrir que pronto sería triturado, lavado y reciclado en una manada junto con otros más para alcanzar la reencarnación en forma de otro billete nuevo, arrogante, crujiente y esperanzado.

¿Y el descanso final? ¿La Paz Eterna? ¡Que va! Sólo la promesa/amenaza de una nueva vida de billete de quinientos cuya gloria dependería no de él sino de sus dueños. Una vida sometida brutal e inexorablemente a la voluntad y los valores ajenos.


Hildegard Albrecht de Sotomayor
Escritora, miembro de la Sociedad de Escritores de Morelos, México.