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Por Lorena Roncarolo
Número
46
A
fines del siglo XIX, los estados argentino y
chileno iniciaron la Campaña del Desierto
y la Pacificación de la Araucanía,
respectivamente, contra el pueblo mapuche, la
población indígena autóctona
del territorio patagónico. En Argentina,
los pueblos originarios fueron sometidos al exterminio
y los que quedaron, no tuvieron más opción
que la asimilación y la invisibilización.
Actualmente,
los jóvenes mapuches que residen en la
ciudad de San Carlos de Bariloche, al sur del
lago Nahuel Huapi, en la Patagonia Argentina,
están insertos en el sistema de producción
y el mercado de consumo. Consumen heavy metal,
tango, folklore, pop, cumbia villera; usan pantalones
“jeans”, remeras de grupos musicales
como Iron Maiden o Metállica; asisten
a recitales y discotecas y, por lo general, tienen correo
electrónico. Los que no estudian, trabajan.
Algunos que terminaron la escuela secundaria,
optaron por seguir carreras terciarias y universitarias
y, en este caso, trabajan para costearse los
estudios. En suma, los jóvenes mapuches
comparten con los no mapuches el gusto por la
parafernalia tecnológica y las costumbres
urbanas. Tal como plantea Luis Macas, el mundo
de la globalización es violento no sólo
en relación con las crisis económicas
sino porque también arrasa con culturas
y pueblos (2005, p. 24).
De alguna forma,
la juventud mapuche se ha visto inmersa en un
proceso de hibridación, en tanto mezcla
de ideas, imágenes, símbolos y
objetos generados en tiempos y espacios diferentes
(Archetti, 1997, p.49). Lo mapuche como sustancia
original absorbió y, aun lo hace, nuevas
influencias.
Sin embargo,
esta generación no ha sido producto de
un proceso de aculturación y, desde los
últimos años, asistimos a una re-emergencia
de la identidad mapuche. El proceso de construcción
de una idea de comunidad para unificar la dispersión
de la población mapuche así como
también la reconstrucción cultural
es encabezado por los mismos jóvenes que
tienen como finalidad fortalecer una conciencia
colectiva mapuche.
Gustavo es mapuche
y tiene 29 años. “He tenido una
educación a través de la cual se
me ha querido inculcar una cuestión de
argentinidad, de patriotismo, una educación
cristiana. Pero mis abuelos nunca nombraban a
Dios y esto no es lo mío. Me han querido
imponer ciertas cosas, me han querido disfrazar
de cosas que no soy. Llegué a tener una
existencia dual porque iba a la iglesia pero
también al camaruco. En un momento, tuve
que sacarme la careta y empezar a reconstruir
lo mío”, relata.
Actualmente,
Gustavo trabaja como promotor comunitario en
el municipio de Bariloche y como portero en el
Instituto de Formación Docente. Además,
estudia la carrera universitaria de Trabajo Social.
De acuerdo con
Grimson, las identidades son una abstracción,
una construcción simbólica que
constituyen el modo en que las comunidades se
imaginan. Suponen la existencia de la alteridad,
la producción social del “otro”
(1998, p. 18). En este sentido, los jóvenes
mapuches se construyen como un “nosotros”
en oposición a un “otro” no
mapuche que conforma un mundo extraño
y hostil. Los “otros” son un grupo
numeroso y poderoso que afecta sus vidas vigilándolos,
reprimiéndolos, despreciándolos,
usurpándoles sus tierras y obligándolos
a adaptarse al sistema occidental. Esta construcción
se reflejó fuertemente el 3 de mayo de
2003, en el marco de los festejos por el centenario
de la ciudad de Bariloche. En esa ocasión,
para sorpresa de las autoridades municipales,
representantes mapuches tomaron el micrófono
y leyeron un documento en el que insistieron
en que no son barilochenses, ni argentinos, ni
chilenos sino “un pueblo con propia identidad
oprimido por los estados” que habita la
región desde hace más de 101 años.
“Los mapuches
irónicamente hemos pasado a formar parte
del Bariloche marginal, desocupado, humillado
y delincuente; mientras hace apenas un siglo,
diminuta porción en la historia mapuche,
éramos protagonistas de nuestra vida.
Hoy en esta etapa de la historia, les avisamos
que estamos volviendo a levantar nuestra raíces
desde la política a la espiritualidad
y les decimos a nuestros hermanos que aquí
se encuentran, que han bajado de los barrios
Altos, la vergüenza de Bariloche, que vuelvan
a su raíz, que se alcen nuevamente frente
a los atropellos continuos, que demostremos nuestra
presencia ya no como figuras folklóricas
o de leyenda. (…) Sabemos que estamos bajo
la regla de los estados opresores por lo que
estamos obligados a convivir bajo una misma forma
de vida con ustedes e insertarnos bajo el pensamiento
occidental, hoy manifestado en la globalización
y el sistema capitalista”, manifestaron
ante una multitud que miraba atónita y
ante el ceño fruncido del intendente y
algunos concejales.
A diferencia
de años atrás, cuando los jóvenes
mapuches buscaban ocultar sus raíces por
la discriminación a la que eran sometidos,
hoy generan estrategias de visibilización
y manifiestan una fuerte necesidad de pertenencia
a su pueblo. La identidad implica la pertenencia
a un grupo determinado, según Barth (1976,
pp.78 y 79). En una sociedad que no es homogénea
y en la cual no todos pertenecen a un mismo grupo
cultural, se recurre a ciertos mecanismos de
identificación con un grupo y con ciertos
sujetos, buscando encontrar algo que dé
sentido de pertenencia (Barth, 1976, pp.78 y
79).
Contracultura mapuche
Los jóvenes
mapuches establecen relaciones contradictorias
de integración y conflicto que suelen
variar en función de la edad. La relación
con la cultura hegemónica se negocia de
distinta manera ya sea a través de la
adaptación o la constante confrontación.
Existen sectores
juveniles mapuches que se constituyen como contracultura
y como tal, expresan de manera explícita
una voluntad impugnadora de la cultura hegemónica
trabajando subterráneamente en la creación
de instituciones que se pretenden alternativas
(Hall y Jefferson, 1983, p.114). Por lo general,
son los mapuches de menor edad quienes manifiestan
su resistencia y repudio el sistema político,
económico y social dominante, “que
les han impuesto”. Propugnan volver a la
tradicional organización social y sistema
económico de sus antepasados; es decir,
la vida rural y el trabajo comunitario.
Constantemente,
estos jóvenes encabezan manifestaciones
sociales en las cuales reclaman por la autonomía
del pueblo mapuche, el respeto a los recursos
naturales y los territorios mapuches. Muchas
protestas, por ejemplo, se llevaron a cabo en
la localidad chubutense de Esquel, contra la
Compañía de Tierras del Sud Argentino
S.A., propiedad del empresario textil italiano
Luciano Benetton ya que lo acusan de expulsar
a familias mapuches de sus propias tierras. Cabe
destacar que en los últimos años,
Benetton adquirió aproximadamente 900
mil hectáreas de tierra en las provincias
patagónicas de Neuquén, Río
Negro, Chubut y Santa Cruz, en Argentina.
Asimismo, estos
sectores juveniles suelen inmiscuirse en actos
oficiales de gobierno a fin de hacer público
su rechazo al sistema hegemónico. En el
último aniversario de Villa La Angostura,
una localidad ubicada a 90 kilómetros
de Bariloche, los jóvenes de la comunidad
mapuche reprocharon a las autoridades presentes
por el uso de violencia contra la comunidad mapuche
“Paichil Antrao” que había
sido desalojada tiempo atrás por la policía
neuquina a metros de ese lugar. Los funcionarios
del gobierno de la Nación y el intendente
de la localidad, Hugo Panessi, se mostraron sorprendidos
ante aquella presencia.
Los jóvenes
también suelen pintar consignas y símbolos
en las paredes de la ciudad expresando la crítica
al orden impuesto. Dos años atrás,
tacharon los carteles de algunas calles de la
ciudad que, en su momento, fueron bautizadas
con nombres de militares, políticos, religiosos
que colaboraron en el exterminio del pueblo mapuche.
Facundo Huala
tiene 19 años y vive en el Barrio 169
Viviendas, uno de los más pobres y estigmatizados
de Bariloche. Respecto a la vida urbana, remarca:
“En el cemento, nosotros nos criamos, crecimos
y mantenemos nuestra lucha pero al cemento hay
que romperlo. A la gente no mapuche tampoco le
sirve esta ciudad, la forma de vida occidental.
Queremos construir algo distinto fuera de esta
mugre, en el campo con el trabajo comunitario.
Yo no quiero vivir de esta manera. Para muchos,
esto tiene muchas ventajas pero yo pienso: ¿de
dónde sacan la luz eléctrica? De
la represas para lo cual están desalojando
a mi gente en otras comunidades. Esos desalojos
de familias enteras formaron los cordones de
pobreza en la ciudad. Ojo, yo no estoy diciendo
vivamos con chiripá y eso”.
Oscar, de 24
años, agrega: “Acá en la
ciudad, muchas veces, los mapuches no tienen
papel higiénico y se limpian con diarios.
Es un ejemplo claro porque las papeleras, muchas
veces, desalojan a comunidades mapuches. Quizás
ese buzo que estás usando es de Benetton
que también está desalojando gente.
Le estás dando plata a tu propio asesino”.
La cultura juvenil
mapuche no es homogénea, ni estática
sino que encontramos una heterogeneidad interna.
Los jóvenes que, por lo general, superan
los 20 años, suponen que la forma de "ganar
la lucha contra el huinca" es a través
de sus propias herramientas. Por eso, estudian,
buscan insertarse en el mercado laboral e incluso,
muchos visitan escuelas para difundir la cultura
e historia mapuche. En general, se han adaptado
a la vida urbana.
“Hoy,
muchos jóvenes están orgullosos
de ser mapuches y quieren que sus hijos sean
mapuches y se reconozcan como tales. Cada uno
lucha para conseguirlo de distintas formas. Yo
soy mapuche y estoy inserto en esta sociedad
y, quiero quedarme acá porque en la ciudad
está la mayoría de nuestros peñis
[compañeros]. La mayoría está
en los barrios pobres porque a nuestro pueblo
lo destruyeron. Estos procesos nos han llevado
a perder la lengua, la organización y
a estar poblando los barrios pobres. Por eso,
hay que modificar todo: el aspecto cultural y
socieconómico. Por un lado, pretendemos
recuperar el pueblo y por otra, hacer justicia
y no podemos hacerlo fuera de la ciudad”,
señala Rubén (mapuche, 31 años).
Asimismo, Gustavo
(29 años) agrega: “En este sistema,
yendo a la escuela, yo descubrí que era
mapuche. Si tenés sentido crítico,
podés analizar. En un encuentro, algunos
chicos decían que no querían el
sistema winca, que no querían ir a la
escuela porque les iban a lavar la cabeza. Y
la longko [jefe] decía que hay que usar
las armas del blanco. Y la educación es
una de ellas. Ella no terminó la primaria
pero sabe que la jodieron, le sacaron su territorio
y la engañaron a través de la educación.
Las herramientas para recuperar lo nuestro son
las de este sistema porque tenemos que coexistir.
Yo soy empleado del estado y no lo niego. Tenemos
que tener un estado que se preocupe por los pueblos
originarios y estos tienen que plantar la propuesta”.
Lo cierto es
que, en los últimos años, se generó
un proceso de reivindicación de las alteridades
y reconstrucción de la identidad cultural
mapuche. Para recuperar las tradiciones, las
costumbres y la lengua, los jóvenes recurren
a la memoria colectiva, experiencia de los mayores
y al intercambio mutuo.
“Es una
carrera contra el tiempo porque nuestra gente
es muy anciana y, cuando se vayan ellos, nosotros
vamos a tener la responsabilidad de transmitir
lo poco que podamos”, admiten.
Imperialismo cultural
Los espacios de
diversión y de ocio (como la calle, el
baile y los recitales) constituyen ámbitos
de encuentro y relación de los jóvenes
mapuches, donde construyen estilos visibles que
integran elementos heterogéneos provenientes
de la moda, la música, el lenguaje y diversas
prácticas culturales (Feixa, 1999, p.
25).
Si bien la música
heavy metal suele apelar a la “urbanidad”,
la mayoría de los adolescentes mapuches
se definen como “metaleros o punks”.
Estos movimientos que suelen identificarse con
la “rebeldía”, la “agresividad”
y sobre todo, la “oposición al sistema”,
constituyen dos expresiones interesantes en la
reinvención de la identidad étnica.
“El Heavy
Metal y el punk son Movimientos Rebeldes ke tienen
una kausa. Nosotros komo MapuChe somos rebeldes
y tenemos una kausa. No podemos no serlo: la
miseria en ke nos han dejado, las muertes ke
han generado, la discriminación y la posición
de víktimas del sistema y del pensamiento
occidental y kristiano es lo ke genera nuestra
rebeldía. Son kasi las mismas kausas ke
generan el nacimiento rebelde del heavy y del
punk. (…) Se nos ponen los pelos de punta
kuando una violase distorsiona y pela un rif,
kuando escuchamos el loko ritmo del punk y más
aun kuando las letras de las kanciones nos reflejan
nuestra kruda realidad”, escribió
alguien llamado Wariacewala, en un fanzine mapuche
“Tayiñ Weichan” el 19 de julio
de 2003.
En relación
con este texto, cabe destacar que el hecho de
reemplazar la letra k por la c constituye en
los fanzines mapuche como así también
en los grafittis callejeros un diacrítico
étnico ya que el mapuzungun emplea la
k en lugar de la c.
En cuanto al
heavy metal, este género adquirió
un rol contestatario en Argentina y la causa
aborigen encontró terreno fértil
en él. Incluso, hay revistas argentinas
dedicadas a este género musical que publicitan
diversos compact disks. Lo llamativo es que la
imagen del cantante folklórico mapuche
Rubén Patagonia aparece junto a la del
rockero Marilyn Manson.
Por otra parte,
cabe destacar que muchos cantantes argentinos
han intentado abordar la situación de
los pueblos originarios denunciando la discriminación
a la que son sometidos permanentemente. La sigla
del grupo musical A.N.I.M.A.L., por ejemplo,
significa: “Acosados nuestros indios murieron
al luchar”.
Oscar (24 años) conduce un programa de
heavy metal los sábados a la madrugada
en una radio comunitaria -Gente de Radio- y asegura
que prefiere los grupos nacionales: “Hay
bocha. Block, que es una banda de heavy metal
de los ´80, es muy interesante por las
letras. Solamente sacó un disco que se
llamó Demolición que fue reeditado
hace poco tiempo. Después de la dictadura
militar, surgieron bandas de heavy metal con
letras contestarias, políticas y con mucha
bronca. En esa época, estaba muy reprimida
la juventud y el heavy metal fue un estilo musical
para canalizar todo ese silenciamiento, toda
esa opresión que vivimos los jóvenes.
Hablaban en contra de la dictadura, hay letras
ecologistas, antinucleares”.
Sin embargo,
no suele haber una preferencia de los jóvenes
mapuches por la música en castellano.
Por lo general, los grupos que cantan en inglés
son los predilectos; es decir que la búsqueda
de identidad no pasa porque el contenido de las
canciones sea comprensible sino por la impronta
del heavy metal y lo que representa.
Muchos suelen
usar remeras que llevan estampados los nombres
de grupos ingleses como, por ejemplo, Iron Maiden
o Saxon que, a través de las letras de
sus canciones, hacen referencia al espíritu
sajón elogiando las conquistas territoriales
del imperio británico. También
se destaca el grupo musical S.O.D. que, en 1985
grabó un disco cuyo nombre era “Speak
english or die” (“Hablar inglés
o morir”).
No son pocos
los jóvenes mapuches que se identifican
con elementos estéticos visibles (cortes
de pelos, atuendos y accesorios). De acuerdo
a Clarke, las subculturas juveniles se identifican
por la posesión de objetos, “la
chamarra de los teds, el cuidado corte de pelo
y la scooter de los mods, las botas y el pelo
rapado de los skinheads, etc. Sin embargo, (…)
por sí solas no hacen un estilo. Lo que
hace un estilo es la organización activa
de objetos con actividades y valores que producen
y organizan una identidad de grupo” (1983,
p.75).
En el momento
de la entrevista, Facundo viste un buzo negro
con capucha, pantalones beige de corderoy, con
algunas inscripciones escritas con lapicera,
y borcegos. Tiene un alfiler de gancho atravesado
en la oreja y una muñequera plateada y
negra características de los punks. “Escucho
heavy metal y me identifico un montón
con estos movimientos. Voy a recitales y siento
la música adentro. Los metaleros son mis
hermanos en todo el mundo porque pensamos igual
en un montón de cosas. Cuando era más
chico, era anarco-punk o algo así; no
por una moda, por algo que me identificó
en ese momento en contra del sistema. Ahora me
sigo vistiendo igual”, destaca Facundo.
La manera en
que los objetos y los símbolos inconexos
son reordenados y recontextualizados comunican
nuevos significados. La ornamentación
corporal y el atuendo de Facundo son significativos
estilísticamente y representan “la
rebeldía”, “la dureza”,
“la transgresión” y “la
provocación”.
Por otra parte,
los jóvenes mapuches suelen hacer uso
de un discurso generacional empleando palabras
de moda de la sociedad no mapuche. “Copado”,
como sinónimo de agradable; bocha”,
mucho; “chabón”, joven u hombre;
“bardear”, agredir, burlar; “escabiar”,
beber; “conchetitos”, jóvenes
de buena situación económica; “sobrar”,
agredir, entre otros términos. Se trata
de un discurso híbrido producto de realidades
globalizadas en las que los indígenas
están inmersos (Bengoa, 2000).
En este sentido,
cuando se lo consulta sobre su consumo musical,
Facundo dice: “Escucho bandas de todos
lados mientras sean under y tengan ideas copadas
o hagan buena música. Iorio no me gusta
porque es muy facho el chabón. Tiene una
placa en vivo que dice: ´Hay muchos que
tildan mi propuesta como puras ideas del nacionalismo
pero esos porque no son argentinos´. El
chabón tiene bardos por bardear a los
judíos”.
Sin duda, estos
estilos no son receptores pasivos de los medios
masivos de comunicación que influyen en
las preferencias socioculturales de los jóvenes.
La mayoría de los jóvenes admitió
consumir gran cantidad de horas frente al televisor.
Los predilectos son los programas políticos
que se emiten por la noche, los noticieros, los
programas de entretenimiento e informes de Discovery.
En cuanto a libros, eligen a escritores como
Edgar Alan Poe, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar,
Gabriel García Márquez, Michel
Foucault y Eric Howsband. Son muchos los que
prefieren los fanzines.
Por otra parte,
los jóvenes mapuches aseguraron ser consumidores
de la oferta nocturna de la cultura urbana: unos
pocos suelen acudir a discotecas; otros, por
lo general mujeres, prefieren las bailantas donde
se baila música popular y la mayoría,
opta por los pubs y los recitales que se realizan
en los centros comunitarios de barrios marginales.
Según
Margulis, la noche se impone para concretar encuentros
y contactos entre pares generando espacios ya
sea para integrarse o diferenciarse y, construir
señales de identidad (1997).
En el caso que
se analiza, la relación de los jóvenes
mapuche con la cultura dominante está
mediatizada, principalmente, por la escuela y
los medios de comunicación (Feixa, 1999,
p.67). Estos sectores juveniles aseguran que
el hecho de consumir determinados productos culturales
no los hace “más o menos”
mapuches. Si nos remontamos a Dolores Juliano,
esta autora propone abandonar la idea de que
nuestra cultura es algo acabado, de lo que somos
portadores y que se puede desintegrar en el contacto
con otros (Bayardo y Lacarrieu, 1997, 42). Por
otra parte, Mario Margulis plantea que, si bien
lo local y lo global suelen entrar en confrontación,
también se integran. Lo global no destruye
lo local, a veces como productor de la diversidad,
lo intensifica (Bayardo y Lacarrieu, 1997, p.
54).
Jóvenes urbanos
En los últimos años, surgió
“Mapurbes”, un grupo conformado por
jóvenes mapuches que tienen como finalidad
posicionarse como jóvenes urbanos a través
de ciertas actividades como el teatro, por ejemplo.
Este grupo no se coloca en un lugar de sumisión
sino de resistencia.
Según
la Escuela de Chicago, la vida urbana implica
procesos de desorganización social e inadaptación
individual, la persistencia de ciertas subculturas
autónomas y su resistencia a la integración.
La creación de Mapurbes trajo aparejada
una división de opiniones ya que un sector
de jóvenes mapuches cree que no es posible
ser mapuche en la ciudad, la responsable de la
aniquilación de la forma de vida y cultura
mapuche. “La contaminación, la destrucción,
la opresión… eso es la ciudad”,
destacan.
“Yo me
defino como mapuche de la zona de los lagos.
Quizás se pueda decir que soy mapuche
urbano por accidente o por consecuencia de la
historia. Pero yo peleo por poder, en algún
momento, volver a las comunidades al campo, dejar
estas ciudades de porquería que son inventos
del winca. Por eso, estamos luchando: por la
tierra y por demostrar que hay otra forma de
vida posible, o sea, la forma de vida mapuche”,
manifiesta Facundo.
Todas las culturas
tienen contradicciones internas y no es posible
evitar los conflictos. Es utópico pretender
que exista armonía y homogeneidad (Bayardo
y Lacarrieu, 1997, p.46). Otros jóvenes
mapuches no rechazan la ciudad: “En Bariloche
tenemos tres comunidades, el lago Nahuel Huapi
y un montón de nehuenes [elementos de
la naturaleza] que nos necesitan. Por eso, no
podemos abandonar este territorio. Si nos vamos
al campo, va a terminar ganando el blanco. Es
necesario estar dentro del mismo campo de batalla
que el enemigo”, señala Rubén
de 31 años.
Por su parte,
Oscar resalta: “La comunidad mapuche de
Neuquén, por ejemplo, plantea que el mapuche
tiene que andar todo el día vestido de
mapuche. Eso queda en el folklore y, para nosotros,
la lucha pasa por otro lado. Es más necesario
hacer todo un rescate y no criticar si tiene
o no la vestimenta. Además, de esta manera,
entraríamos mucho más en conflicto
con el blanco. Hay una cuestión más
importante que es el tema cultural, político,
tratar de recuperar las tierras, tratar de tener
las tierras que tenemos. Ese es el camino”.
Un grupo de
jóvenes mapuches intenta integrarse a
la vida urbana para ser legitimado, para pertenecer
a la sociedad barilochense sin ser excluído.
Buscan funcionar como nexo entre su cultura y
la cultura occidental para redefinir su identidad
colectiva frente al otro cultural.
“Ser indio es algo malo”
El relato eurocéntrico, hegemónico
en Bariloche, asocia la inmigración europea
al progreso, el adelanto, el impulso y el desarrollo
de la ciudad. Paralelamente, se vincula a los
mapuches e inmigrantes de países limítrofes
a la tensión social, el atraso y la inseguridad
urbana. Constituyen la cara oculta, no visible
de Bariloche, los discursos sobre alteridad.
No es para menos. En una sociedad que busca reflejarse
constantemente en Europa, la migración
limítrofe y los pueblos originarios hacen
entrar en crisis el mito de la “Suiza argentina”,
una versión épica local, sustentada
por historiadores aficionados locales.
Aunque la mayoría
de los jóvenes mapuches, hoy, se asume
como tal y reivindica su cultura, la discriminación
étnica sigue latente, especialmente en
el ámbito escolar. Por eso, algunos adolescentes
intentan ocultar su origen y son definidos por
sus pares como “mapuches ahuincados”.
En estos últimos, la presión social
ha sido tan fuerte que han optado por una igualdad
diferenciada. Muchos jóvenes trabajan
para revertir esta situación.
Luis, un mapuche
de 35 años, recuerda con tristeza: “A
mi me tocó hacer la primaria en una zona
rural y cuando se cumplieron los 100 años
de la conquista del desierto, en la escuela donde
iba yo, te hacían poner: Primer Centenario
de la Conquista del Desierto. Eso se nos metió
tan fuerte que los chicos mapuches nos creímos
que eso estaba bien, que era una cosa buena para
la sociedad y que además todo ese proceso
que había generado el general Roca también
estaba bien entonces, crearon una muy fuerte
contradicción entre lo que nosotros veíamos
en la escuela y lo que muchas veces, íbamos
a preguntar a la casa en las tareas para el hogar.
Y era una contradicción: los trabajos
eran lisa y llanamente preguntas agresivas para
nuestra familia”.
Al respecto,
María Isabel tiene 18 años y manifiesta:
“Hoy, ya no nos paramos como se paraban
los mapuches de antes. Antes, lloraban; ahora,
cuando nos dicen algo en la escuela, nos paramos
y pegamos… [risas] En la escuela, hay discriminación
y, muchas veces, por parte de los mismos mapuches.
Hay automarginación: `yo no quiero ser
indio porque me rechazan´. Ser indio significa
ser discriminado y eso pasa porque nuestros padres
reprodujeron eso: `ser indio es algo malo´”.
Por su parte,
Gustavo agrega: “A mi, me mandaron a catecismo,
en algún momento, hice el servicio militar
y juré la bandera como soldado argentino.
Pero, de alguna manera, a través de la
educación formal, fui comprendiendo ciertas
cosas. Había como una cierta cuestión
de protección que, hoy la comprendo porque
había vergüenza de ser mapuche, ser
indio. Mi tío decía que, cuando
iba a la escuela primaria, a los mapuches los
sentaban al fondo y a los más blanquitos,
los sentaban adelante frente a la maestra. Mi
abuelo también cuenta que, cuando iba
a la escuela primaria, se burlaban de él
porque hablaba en mapuzungun. Por eso, los viejos
reprimieron tantas cuestiones de nuestro pueblo
como una protección para las nuevas generaciones.
Los viejos no querían que viviéramos
esa discriminación”.
Al día
de hoy, los pueblos originarios de la Patagonia
Argentina constituyen una minoría que
constantemente es objeto de discursos xenófobos.
Mediante un proceso de reducción y de
generalización, se los construye vinculados
a la pobreza, la falta de educación e
incluso se los asocia con la delincuencia.
Los mapuches
son estereotipados como “ignorantes”,
“conflictivos”, “sucios”
e incluso como “peligrosos para la soberanía
nacional”. Los historiadores aficionados
locales suelen referirse a los mapuches como
“invasores” y consideran al proceso
migratorio de los mapuches a la Argentina como
la pretensión de usurpación del
territorio argentino por autoridades chilenas.
En el mes de
abril de 2003, en un noticiero de la ciudad de
Bariloche, se generó una polémica
cuando Parsons manifestó que los mapuches
“son invasores y que fueron quienes absorbieron
a los tehuelches”. Además, aseguró
“que él y muchos barilochenses conformarían
un movimiento nacionalista para terminar con
los invasores”. Muchos televidentes se
comunicaron con la producción periodística
del noticiero adhiriendo al historiador. Un grupo
reducido de personas que conforman la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos (A.P.D.H.)
lo denunció ante el INADI (Instituto Nacional
contra la Discriminación).
En el mes de
julio de este año, un grupo de jóvenes
de las agrupaciones Ruka Mapuche y Mapuche Autónomos
Independientes de Bariloche repudiaron al antropólogo
Rodolfo Casamiquela momentos antes de que dictara
una conferencia en la sede local de la Universidad
FASTA. “Durante mucho tiempo hemos tenido
que soportar las mentiras que este y otros personajes
racistas (...) que se han encargado de difundir
sobre nosotros, alegando que hemos invadido y
exterminado a los pueblos originarios de la actual
Argentina, en un sucio acto de quitar la responsabilidad
genocida y usurpadora de los estados para con
nosotros y los otros Pueblos”, manifestaron.
Lo cierto es
que los mapuches ocupan las tareas más
bajas en la escala laboral y viven en los barrios
más pobres de la ciudad; es decir que
la discriminación hacia el mapuche no
es sólo una cuestión étnica
sino que también está basada en
condiciones económicas.
Gustavo cree
que: “La discriminación del pueblo
mapuche es como la del boliviano, el paraguayo,
el chileno. Yo estuve estudiando Trabajo Social
en la localidad de General Roca. Yo iba a ciertos
lugares y me quedaba parado en una esquina durante
unos minutos porque la gente tenía ciertas
reacciones. Iba con el pelo despeinado, vestido
con capucha, y me paraba al lado de gente vestido
formal. Me miraban y se alejaban. A mi siempre
me para la policía por la calle, me pide
documentos, me preguntan a dónde voy y
cosas así”.
En las décadas
de 1970 y 1980, la población de bajos
ingresos de Bariloche fue desplazada hacia “el
Alto”, los barrios ubicados al sur de la
ciudad. Allí, se podían adquirir
tierras a bajo costo que, aunque habían
sido loteadas, no tenían calles, ni servicios
básicos. Actualmente, la denominación
“Alto” carga un estigma discursivo,
tiene una carga peyorativa que se manifiesta
en los discursos y en las políticas hegemónicas.
Los sectores dominantes asocian la población
del Alto a la marginación, al atraso,
a la violencia y la delincuencia.
En Bariloche,
cada lugar está asignado a un determinado
grupo social que se identifica, a la vez, por
marcas de aspecto y de indumentaria racializadas.
La “población blanca” de los
kilómetros y el centro se contraponen
a “los negros” del Alto. En este
contexto, no es llamativo que gran parte de la
población mapuche resida en el Alto.
“En el
centro, los conchetitos pasan sobrándonos.
Igual, el centro es como la selva. A nosotros,
la policía nos saca cagando del centro
los fines de semana a la noche. Muchas veces,
nos dijeron que dábamos mal aspecto a
la ciudad. `De la Brown para arriba, hagan lo
que quieran, de la Brown para abajo, no molesten´.
Vamos caminando por la calle y por ahí,
nos paran. Son cosas cotidianas. La represión,
los abusos policiales son cotidianas para la
gente mapuche”, comenta Facundo.
Los jóvenes
consideran que el ejemplo más visible
de la discriminación es el imponente monumento
al general Julio Argentino Roca en el Centro
Cívico cuando fue él quien emprendió
la Campaña del Desierto y mató
a unos 3700 indígenas combatientes. Según
García Canclini, los monumentos suelen
ser las obras con que el poder político
consagra a las personas y los acontecimientos
fundadores del Estado.
El arquitecto
Ezequiel Bustillo, creador del tradicional Centro
Cívico de la ciudad, escribió:
“Desde hacía algún tiempo,
habíamos lanzado la iniciativa de erigir
en Bariloche una estatua del general Roca, conquistador
del desierto y que además, de definir
sus límites, había organizado el
gobierno territorial de aquellas apartadas zonas
e iniciado una embrionaria colonización.
Era una de las más destacadas figuras
de nuestra Patagonia y nosotros anhelábamos
que nuestra repartición fuera no sólo
la iniciadora de ese justo homenaje sino también
la que la llevase a cabo” (1970, p. 56).
Incluso a través
de determinadas operaciones, se tiende a invisibilizar
los mapuches basándose en la idea de la
extinción. El mapuche es asumido como
el remanente de la barbarie, la incivilización
que se resiste a la modernización y al
progreso.
Luis (35, Cerro
Alto) manifiesta: “Un caso es ver en los
colegios el tema de la historia patagónica
y el tema indígena como una cosa de desvalorización.
No se hacía mención de la cultura
mapuche pero la cultura indígena en general
había sido como una cosa del pasado que
no permitía el avance, el progreso y demás
por eso que Roca tuvo que venir y matar a los
indígenas para crear una nueva sociedad.
Tuvo que venir la gente de la iglesia, salesianos
y misioneros, para inculcar la cristianidad y
a partir de ahí incorporar el alma a las
personas y demás. Esa era la visión
que se daba en los colegios”.
En la primera
parte de este testimonio, resalta la dicotomía
entre civilización y barbarie. El discurso
dominante de los “indígenas como
bárbaros e incivilizados” prevalece
al día de hoy en algunos sectores de la
sociedad.
El resurgimiento
mapuche
A fines de 1970 y comienzos de 1980, con la finalización
de la última dictadura militar argentina,
se dio un proceso de apertura, de revalorización
de las culturas antiguas y respeto a la diversidad.
Surgieron diversos movimientos sociales: reivindicaciones
feministas, grupos de homosexuales, movimientos
religiosos y ecologistas.
A mediados de
la década de 1980, se creó en Bariloche
el Centro Mapuche que tiene como finalidad preservar
la cultura mapuche y dar a conocer la cosmovisión
mapuche a occidentales. Recién en la Reforma
de la Constitución Argentina de 1994,
se reconoce la preexistencia étnica y
cultural de los pueblos indígenas. En
la década de 1990, también se efectuaron
contactos con instituciones religiosas y, actualmente
en el seno de la Iglesia Católica funciona
la Pastoral Aborigen.
Por otra parte,
en los últimos años, se generó
una resemantización del término
“mapuche” a través del cual
un tipo social que era considerado inculto, marginal
e incivilizado fue apropiado, reelaborado y adquirió
un nuevo significado transformándose en
símbolo de la identidad regional.
“Hay como
una revalorización de algunas cuestiones
que vienen de afuera. Por ejemplo, el tema de
los pueblos originarios, sus conocimientos y
saberes. Este tema de los paradigmas que se derrumban
y empiezan a surgir otros. Hay una nueva conciencia,
una posibilidad de resurgir y reconstruir. El
mapuche atrae al turismo, es el nativo. Se dan
ciertas condiciones: la democracia, la educación,
convenios internacionales, la Constitución
Nacional favorece mucho. Hay otro clima”,
resalta Gustavo.
Paralelamente,
se comenzó a percibir otro posicionamiento
por parte de los jóvenes mapuches que
trabajan fuertemente en el rescate de la cultura,
los valores y la forma de vida mapuche. Existe
la necesidad de encontrar un espacio a través
del cual integrarse y diferenciarse, construir
su identidad.
Actualmente,
la gran mayoría de jóvenes intenta
aprender la lengua mapuche a través de
los mayores. La lengua se estaba perdiendo ya
que, durante la última dictadura militar
argentina, recuerdan algunos mapuches, quienes
hablaban mapuzungun eran reprimidos por la Gendarmería
por considerar que hablaban “un idioma
prohibido”. Razón suficiente para
que los adultos hablaran cada vez menos la lengua,
e incluso no se la transmitieran a sus hijos,
al punto de perderla.
“Estamos
aprendiendo el idioma y es una necesidad fundamental
porque detrás de cada palabra, hay un
montón de cosas. Nos van enseñando
nuestros mayores. Por ahí, te ponés
a charlar con alguna persona mayor que sabe la
lengua en los camarucos o por ahí, el
intercambio entre nosotros: uno aprende algo
que el otro sabe. Por ahí hablás
con tus vecinos que son mapuches y no se hacen
cargo pero te dicen: mi abuela hacía tal
cosa. Esos son conocimientos que vamos sumando.
Apuntamos a reconstruir el pueblo mapuche”,
destaca Oscar.
En los recitales
punks o en manifestaciones populares, hoy, muchos
jóvenes se saludan en mapuzungun. Gustavo
trabaja como promotor social en el municipio
de Bariloche y aprovecha para saludar en mapuche
a muchas abuelas mapuche que se acercan a pedir
algún tipo de asistencia; asimismo, genera
proyectos que tienen como objetivo que la gente
reconstruya su identidad.
“Tengo
descendencia mapuche y cuando lo entendí,
tuve que ir hacia atrás a reencontrarme
con lo mío. Tomé historias que
mi madre me contaba acerca de mi abuelo en el
campo. Él practicaba ciertos rituales
en ciertas épocas del año y, yo
no sabía de dónde venían.
Por ejemplo, mi mamá contaba que cada
24 de junio, mi abuelo iba a la vertiente se
lavaba con agua y luego, le hacía tomar
agua a ellos y luego, hacía algún
tipo de rogativas que tampoco entendían
qué significaba. Era la ceremonia de año
nuevo. Después, en algún momento
del año, también decía mi
vieja que mi abuelo recorría alrededor
de 50 o 60 kilómetros para llegar a Anecón
Grande y celebrar el camaruco. Yo no entendía
ni siquiera qué era un camaruco. Se lo
nombraba simplemente como una anécdota”,
recuerda Gustavo.
Las tradiciones
están siendo reinventadas por los jóvenes
a través de los relatos de los adultos.
Actualmente, festejan el Año Nuevo Mapuche
el 24 de junio y, desde los últimos seis
años, cada mes de febrero, realizan una
ceremonia consistente en la renovación
del compromiso con los elementos de la naturaleza.
Sin duda, esta generación se identifica
especialmente por la adscripción subjetiva
de los actores, por un sentimiento de “contemporaneidad”
expresada por “recuerdos en común”
(Augé, 1987, p. 33).
“Cada
cosa que aprendo, la voy transmitiendo. No me
gusta guardármelas porque sería
muy ignorante. Es necesario transmitir todo lo
que uno va aprendiendo. De hecho, nuestra cultura
se mantuvo viva así”, manifiesta
Rubén quien, junto con un compañero,
organizó la ceremonia de fin de año
en el barrio Pilar II, donde los ancianos la
desconocían. Asimismo, reestablecieron
una rogativa que suele hacerse por las mañanas
en una comunidad mapuche residente en la localidad
Vuelta del Río.
Diez años atrás, Rubén comenzó
ofreciendo charlas en escuelas primarias, secundarias
y universidades sobre la espiritualidad, la cultura,
el pensamiento, la filosofía y el arte
mapuche.
“Muchas
veces, los chicos se empiezan a reír pero
yo los entiendo porque a mi me hubiera pasado
lo mismo. El hecho de no saber, de sentir vergüenza…
la principal defensa es la risa. Llevo instrumentos,
telares, grabados en piedras, utensillos y les
muestro todo eso. A pesar de que se poco de la
lengua, trato de traducirles sus apellidos, lo
que significan. Por ahí, te encontrás
con un Nahuel entonces, les digo: `¿Sos
Nahuel? Sos un tigre´. Y los chicos mapuches
de ser los más tímidos, introvertidos,
se sienten mejor”, cuenta Rubén.
Asimismo, un
mapuche conduce un programa de radio en Radio
Nacional a través del cual transmite la
cultura de su pueblo y a través de diversas
páginas de Internet, como Indymedia, se
difunde la historia del pueblo. Continuos procesos
de uso, apropiación y negociación
suelen darse entre la cultura hegemónica
y la cultura subalterna, en este caso mapuche
(Bajtin, 1987, p.77). Los usos son conocimientos
y simbolismos impuestos por el orden dominante
(De Certau, 1986, p. 24), no son rechazados,
ni cambiados por los mapuches sino que los usan
con otros fines. Los jóvenes tomaron conciencia
de que, una vez que mueran sus mayores, serán
ellos los responsables de transmitir lo aprendido
y recuperado. En este sentido, Internet, el e-mail
y los medios de comunicación son herramientas
fundamentales.
En conclusión,
si bien existe una dependencia tecnológica
y económica por parte de la juventud mapuche,
el hecho de reconocerse como indígenas,
la vigencia de la lengua, la fidelidad hacia
las tradiciones y la insistencia en vivir en
forma colectiva, nos permiten afirmar hoy que
los jóvenes mapuche no han perdido su
identidad en el sentido de haber olvidado su
historia, no saber bien quiénes son, de
no pertenecer. Incluso, puede afirmarse que esta
generación de jóvenes mapuche constituye
el nexo que une biografías, estructuras
e historia (Feixa, 1999, p.42).
Referencias:
-Barth, Fredrik,
“Introducción”, Los grupos
étnicos y sus fronteras. La organización
social de las fronteras étnicas,
México, Fondo de Cultura Económica,
1976
-Bayardo, Rubens y Lacarrieu, Mónica (compiladores),
Globalización e identidad cultural,
Ediciones Ciccus, 1997
-Bengoa, José, La emergencia indígena
en América Latina, Fondo de Cultura
Económica, 2000
-Bustillo, Ezequiel, El despertar de Bariloche,
Casa Pardo, Buenos Aires, 1970
-Castells, Manuel, Problemas de investigación
en sociología urbana, Siglo Veintiuno
Argentina Editores S.A., 1975
-Feixa, Carles, De jóvenes, bandas
y tribus. Antropología de la juventud,
Editorial Ariel S.A., 1999
-Grimson, Alejandro, “Introducción".
Construcciones de alteridad y conflictos
interculturales, Documento de la Cátedra,
septiembre 1998
-Hall, S. y Jefferson, T., Resistance Through
Rituals. Youth Subcultures in post-war Britain,
Hutchinson, London, 1983
-Margulis, Mario, “La cultura de la noche”,
En La cultura de la noche, la vida nocturna
de los jóvenes en Buenos Aires, Editorial
Biblos, 1997
Lic.
Lorena Natalia Roncarolo
P roductora periodística del noticiero
Noticias de Bariloche,
corresponsal del diario Noticias
de la Costa, que se edita en Viedma y de
la revista Rumbos.
Bariloche, Argentina. |