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Por Verónica Almanza
Número
47
Resumen
Este trabajo revisa algunos de los estudios empíricos
que se han realizado sobre el consumo cultural,
desde ámbitos de investigación
académicos y de gobierno, como son las
universidades, los centros de investigación
y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
principalmente. Se comparan algunos datos estadísticos
que presentan las encuestas seleccionadas y se
evalúa las formas como se interpretan
tales datos. Presenta observaciones metodológicas
respecto al análisis de variables e indicadores
y asimismo se proponen pistas metodológicas
para el análisis y estudio del consumo
cultural que considere el acceso como un elemento
significativo para la construcción teórica.
En los últimos
diez años se han realizado diversos estudios
empíricos para explorar el consumo cultural,
principalmente, en poblaciones urbanas. Con sus
respectivas orientaciones teóricas-metodológicas,
proliferan estos estudios que se practican desde
las universidades, los institutos de investigación,
las propias industrias culturales o desde las
instituciones de gobierno encargadas de la cultura;
pero también, en otras ocasiones, son
resultado de una amalgama de instituciones académicas
y gubernamentales o, bien, constituyen un encargo
de unas instituciones a otras, involucrando hasta
los servicios que prestan empresas privadas especializadas
en estudios de mercado.
En las universidades,
la investigación regularmente está
orientada a ese afán de conocer públicos,
consumo y recepción de bienes culturales,
lo que significa incluidos medios de comunicación;
la intención es construir una teoría
en torno al consumo cultural, cuya búsqueda
permita el encuentro entre las ciencias sociales
y se concrete una “teoría sociocultural
del consumo” (García Canclini, 1995).
En el caso de las industrias culturales, aunque
no en todas, prevalece la investigación
diseñada como estudios de marketing; es
decir, donde se utilizan técnicas de investigación
cuantitativas que estudian la audiencia o públicos
para mejorar la comercialización de sus
propias mercancías, sean culturales o
de bienes y servicios, y donde los datos no son
dados a conocer, no se hacen públicos,
sino que se reservan para el uso de las agencias
de publicidad. Por último, en las instituciones
de gobierno se presume que la intención
de estos estudios es generar información
que les permita diseñar e implementar
políticas públicas culturales;
sin embargo, no pocas veces, sólo han
servido para justificar las políticas
ya existentes y no para reorientar o cambiar
los programas sexenales.
Hace ya varios
años, Juan Luis Cebrian Echarri (1992)
decía que en el futuro resultaría
imposible hablar de cultura a secas, sin referirse
a los medios de comunicación de masas.
Aunque ya poco antes Eco (1988) afirmó
que “la cultura es un fenómeno de
comunicación basado en sistemas de significación”
(p. 51), poco se le había asociado como
binomio consumo y medios de comunicación.
Hoy, cualquiera de los estudios sobre consumo
cultural, que por cierto son abundantes, incluye
a los medios de comunicación y el uso
(en el mejor de los casos, también el
acceso) de las nuevas tecnologías. Veamos
algunos ejemplos desde los tres ámbitos
formales en los que se adjudican dichas investigaciones:
el académico, el institucional y el de
las industrias culturales.
A nivel académico
son varios los investigadores que han participado
y contribuido al estudio del consumo cultural
en América Latina. Por nombrar algunos
tenemos a Jesús Martín Barbero,
Marcelino Bismal, Valerio Fuenzalida; y, específicamente
en México, a Néstor García
Canclini, Mabel Piccini y Ana Rosas Mantecón.
Ellos mantienen el debate y trabajo teórico-empírico
de la noción de consumo cultural, lo han
hecho desde el espacio de la academia pero también
con apoyo de las instituciones de gobierno.
Como ejemplos
claves están los estudios que han trabajado
García Canclini, Mabel Piccini y Ana Rosas
Mantecón. En 1989 se práctica una
encuesta sobre consumo cultural en la Ciudad
de México, aplicada a 1500 hogares, coordinada
por García Canclini y Mabel Piccini (1993)
y apoyada por instituciones educativas como la
Escuela Nacional de Antropología e Historia
y la Universidad Autónoma Metropolitana,
así como por un organismo internacional,
la Organización de Estados Americanos
(OEA) y por una institución de gobierno
como el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(CONACYT). Los resultados no son simples números
absolutos o relativos, éstos se nutren
de observaciones en torno a las implicaciones
causales de los números; de este modo
se enfatiza en: la importancia de “la baja
correspondencia entre el crecimiento urbano y
la estructura y distribución de los equipamientos
culturales” (p. 44); la expansión
de la marcha urbana, cuyo proceso no constituyó
a su vez una “expansión descentralizada
de los servicios y de la oferta cultural”
(p. 46); y cómo el desajuste entre distribución
poblacional y distribución de equipamientos
culturales crea una situación desigual
entre los bienes simbólicos situados que
requieren asistencia al lugar (cine, salones
de baile) y los medios de comunicación
electrónica que llevan los bienes simbólicos
a domicilio (radio y televisión) (p.47).
Algunos números al respecto se expresan
así:
El 45.9 por
ciento de los habitantes del Distrito federal
no leyó ningún libro en el último
año; un 41.2 por ciento dice que hace
más de un año que no va al cine
o no recuerda cuando fue la última vez.
El 62.5 por ciento de los entrevistados que
afirmó gustar del teatro, no asistió
a ninguna obra en el último año
o no pudo precisar cuando lo hizo. El 89.2 por
ciento no va a conciertos de música clásica
(p. 50)
La importancia
de esta encuesta radica en dos aportes metodológicos:
el primero consiste en que la exégesis
profunda de los datos, no descarta elementos
como las políticas culturales, el sistema
transnacional de la producción y circulación
de bienes simbólicos y el condicionamiento
del tiempo libre a partir del factores económicos
y educativos; el segundo aporte reside en el
reconocimiento de la necesidad de utilizar metodologías
cualitativas para ampliar la comprensión
de la diversidad y complejidad de la vida cotidiana
con relación al consumo cultural.
También
resultan interesantes los resultados acerca del
uso del tiempo libre: el 24.7 por ciento dice
que ve televisión, un 16.3 por ciento
sólo descansa o duerme y el 10.7 por ciento
se ocupa de tareas domésticas (p.51),
entre otras prácticas culturales se suma
que el 75 por ciento realiza actividades en la
esfera de lo privado, como ver televisión,
escuchar música, leer revistas, platicar,
convivir, etc. (p. 59); además, el 48
por ciento declara ver televisión de una
a dos horas por día, el 35 por ciento
de tres a cuatro horas y el restante 17 por ciento
ve cinco horas o más (p.65). Otros datos
importantes son sobre el equipamiento de los
hogares con tecnologías audiovisuales:
“el 5 por ciento cuenta con videojuegos,
el 1 por ciento con computadora y un porcentaje
similar con Cablevisión” (p.62).
La encuesta
intenta incorporar un porqué a los números.
La pregunta se formula ¿por qué
ve televisión?, el 40 por ciento elige
entre las opciones la de “por gusto”,
el 21 por ciento elige “porque no hay nada
que hacer”, el 11 por ciento “por
gusto de quedarse en casa” y el 8 por ciento
“para estar informado”. Aquí
se muestra claramente como las opciones que se
proponen al entrevistado son indicadores dispares
que no dan cuenta de una correlación de
variables y que están lejos de encontrarse
con variables como el acceso a la oferta cultural.
Son indicadores dispares porque hay una gran
distancia entre decidir por la opción
“por gusto” que constituye una medición
actitudinal y decidir “porque no hay otra
cosa que hacer en casa” o “para estar
informado” que sería una cuestión
de opinión y quizás ese porqué
tendría que buscarlo el investigador en
un trabajo de correlación de variables
y no pedirle al encuestado que le dé la
respuesta.
En el ámbito
institucional destacan los estudios realizados
o encargados por el Consejo Nacional para la
Cultura y las Artes (CONACULTA). Varios son los
estudios empíricos que se han aplicado
en México por parte de este organismo,
pero sólo veamos dos ejemplos: el estudio
llamado Bibliotecas públicas y conducta
lectora (1988,1989) encuesta elaborada por
la Dirección General de Bibliotecas Públicas
(DGB), dependiente de la Secretaría de
Educación Publica, levantada en 1985 a
1476 personas; y la Encuesta Nacional de
Prácticas y Consumo Culturales (2004),
encargada a la unidad de estudios sobre Opinión,
del instituto de investigaciones Sociales de
la Universidad Nacional Autónoma de México
(UNAM), quién por no contar con la infraestructura
para su levantamiento a nivel nacional, contrata
a la empresa Consulta Mitofski para que aplique
el instrumento en viviendas a 4050 personas de
15 años o más, en 27 estados, en
diciembre de 2003.
Entre una y
otra existe una distancia de 18 años años,
tiempo durante el cual la noción de consumo
ha tenido cambios. En el discurso teórico
de los investigadores ya no se presenta como
una relación entre necesidades y producción
de bienes para satisfacerlas, sino como un conjunto
de procesos socioculturales en que se realizan
la apropiación y los usos de los productos
García Canclini (1995). No obstante en
la metodología de investigación
siguen siendo muy similares, y por tanto algunos
resultados también reflejan una similitud.
Pese a que la
primera encuesta no tiene una orientación
propiamente hacia el consumo cultural; ésta
arroja algunos datos significativos para la comparación.
Así, con relación al consumo de
programación televisiva, muestra que la
telenovela era el producto de mayor consumo:
entre 13 programas, el 30 por ciento declara
su preferencia por ellas. El dato se vuelve significativo
al comparar los números que actualmente
reportan algunas compañías dedicadas
al monitoreo del rating o, mejor dicho
de los porcentajes de audiencia televisiva; por
ejemplo, las telenovelas, “el manantial”
y “entre el amor y el odio” alcanzaron
el 39.77 por ciento, 37.8 por ciento, respectivamente
(IBOPE AGB, 2005), lo que significa que el consumo
de la telenovela ha estado desde hace mucho tiempo
en una posición culturalmente importante.
Y sólo para tener un referente útil
a la comparación anotemos algunos otros
números de audiencia máxima en
televisión: Big Brother en vivo 33.33
por ciento, televisión azteca con la película
“sexto sentido” 21 por ciento, canal
once 2 por ciento y canal 22 con películas
de cine mexicano alrededor del 4 por ciento (IPOBE
AGB, 2005).
Otro aspecto
que aborda la encuesta de la DGB es sobre el
consumo de los medios impresos. De los géneros
de lectura: libros, revistas, historietas y periódicos,
sólo el 31 por ciento de las personas
encuestadas acostumbran leer revistas, y de éstas
el 55 por ciento las leía por interés
en los artículos y por entretenimiento,
el 16 por ciento por aprender y otro 16 por ciento
para obtener información. Aquí
se percibe una situación similar, y desafortunadamente
inoperante, entre el instrumento de la encuesta
de García Canclini y Mabel Piccini y esta
última, con respecto a la búsqueda
de los porqués. Las opciones para responder
un porqué, se traslapan; esto es que realmente
la opción por “interés”
también se pueden aludir a las otras dos
opciones y entonces leerse: por interés
en aprender o por interés en obtener información,
lo cual significa que tenemos el mismo problema
de cómo encontrar la respuesta a ¿por
qué consume los productos culturales?
y ¿por qué no los consume?, es
tarea del investigador.
La encuesta
levantada por Mitofsky es más puntual
en sus propósitos: “contar con información
confiable y actualizada sobre temas como asistencia
a recintos culturales, la lectura, la exposición
a medios audiovisuales, el equipamiento cultural,
el uso del tiempo libre y conocimiento y opinión
sobre el CONACULTA” (CONACULTA, 2004).
Este estudio resulta atrayente porque incorpora
datos sobre el perfil sociodemográfico
como el sexo, grupos de edad, escolaridad, ocupación
e ingresos; asimismo, incluye el perfil territorial
como región, ciudad, municipio y tamaño
de población. Si bien ofrece un análisis
de correlación de algunos indicadores,
las variables siguen presentando un funcionamiento
independiente y no hay mecanismos que expliquen
el funcionamiento de su relación, entonces
sigue siendo una descripción sustentada
en los porcentajes. Tomemos algunas muestras:
Sobre lectura,
se reporta que el 39.9 por ciento de las personas
mayores de 15 años no leyó un libro
al año. No se registran diferencias significativas
entre la proporción de número de
libros leídos por hombres y mujeres: el
40.8 por ciento de los hombres y el 39 por ciento
de las mujeres no leyó ningún libro
en el año (p. 88), pero sí hay
gran diferencia en función de la escolaridad,
el número de libros leídos o comprados
aumenta conforme aumenta ésta; de modo
que “la proporción que leyó
al menos un libro al año pasa de 13% entre
personas sin formación escolar a 36.6%
para quienes tienen primaria y 58% para secundaria,
todos estos grupos por debajo del promedio nacional
(60.1%)” (p.91), y más de 70 por
ciento de la población universitaria compró
cuando menos un libro, igual que más del
60 por ciento de la población con educación
preparatoria, descendiendo hasta un 5 por ciento
para quienes no tienen ninguna escolaridad.
Como se observa
el análisis no es muy fino sólo
correlaciona libros leídos o comprados
por escolaridad, asimismo ofrece otras correlaciones:
libros leídos por ingreso, por ocupación,
por región, etc., pero no proporciona
un análisis multifactorial que diga: en
el Distrito federal, las mujeres de tal edad
y de tal ocupación compran o leen tantos
libros. Quizás hay que admitir que los
resultados, en algunos casos, pueden no ser significativos,
pero también es posible que sí
lo sean y entonces se abre un abanico de posibilidades
que permitiría conformar un horizonte
de análisis más amplio, lo cual
daría la posibilidad de contrastar y establecer
un distintivo entre consumo y acceso.
En las similitudes
de resultados encontramos que en esta encuesta
igualmente se reporta que el 26.4 por ciento
lee revistas al menos una vez a la semana, la
pequeña diferencia al 30 por ciento, que
reporta la encuesta de la DGB, es que en la de
CONACULTA, para medir la frecuencia de lectura,
atinadamente sólo considera tres medios
impresos: periódicos, revista e historietas,
porque el género de libro lo aborda como
un rubro importante de la temática “la
lectura”.
Con respecto
al consumo de medios audiovisuales,. CONACULTA
reporta que el 87 por ciento de los entrevistados
acostumbran oír la radio, pero que no
hay diferencias en los hábitos de consumo
por nivel de escolaridad, de ingresos o entre
regiones (p.107), y que el 95 por ciento manifiesta
que acostumbra ver la televisión, pero
también con pocas diferencias significativas
según sexo, edad, escolaridad o ingresos
(p.112). En la preferencia sobre programación
televisiva, los noticieros ocupan el primer lugar
con un 49.5 por ciento y le sigue la telenovela
con un 39.2 por ciento (p. 112).
La preferencia
para ver algún canal cultural se expresa
en un 24 por ciento, pero de igual forma que
la encuesta coordinada por Canclini y Mabel Piccini
(1993) explica los motivos o los porqués
principalmente en dos factores: la falta de información
y la de interés, Esto es: el 36 por ciento
no conoce o no sabe cuáles son los canales,
el 18.9 por ciento no conoce su programación,
el 17.9 por ciento no le interesa su programación
y el 10.7 por ciento piensa que son aburridos.
El acceso sólo se mide con la opción
referida a si se captan los canales en la localidad
del encuestado (15.9 por ciento no los capta),
dejando de lado la posibilidad de una correlación
(múltiple) de variables en torno al análisis
del acceso.
En este marco
los cambios tecnológicos son foco de atención,
sobre el uso de la computadora se reporta un
crecimiento acelerado, el 30.3 por ciento manifiesta
que utiliza la computadora y de ese porcentaje
el 81 por ciento utiliza internet, pero aquí
sí son significativas las diferencias
por sexo, edad, escolaridad y el nivel de ingresos
(CONACULTA, 2004, p. 129).
Otros órganos
de gobierno han provocado una amalgama de participación
de instituciones y académicos para la
realización de estudios cuantitativos,
que si bien no son específicos sobre consumo
cultural, sí lo incluyen como un eje de
interés. A manera de ejemplo comparativo
mencionemos la Encuesta Nacional de Juventud
2000, auspiciada por el Instituto Mexicano de
la Juventud (IMJ) y con intenciones muy similares
a las otras: “actualizar y profundizar
en el conocimiento sobre las y los jóvenes
mexicanos, como un elemento fundamental para
la construcción de políticas y
programas” (IMJ, 2000, p.4). Participaron,
el Centro de Investigación y Estudios
sobre Juventud (CIEJ) del mismo instituto IMJ;
en el diseño conceptual estuvieron destacados
investigadores, especialistas de cada una de
las áreas que formaron parte de la encuesta;
en la realización del diseño muestral
y de la estrategia de aplicación, captura
y validación de resultados estuvo a cargo
el Instituto Nacional de Estadística,
Geografía e Informática (INEGI)
y de apoyo financiero a la primera etapa la Fundación
Ford, México (IMJ, 2000. p.4). La cobertura
de la encuesta nacional, incluyó a 54,
500 viviendas, donde se encuestó a personas
de 12 a 29 años de edad; de esas viviendas
en 33.4 por ciento no había jóvenes
de esa edad y en las 66.6 por ciento de viviendas
restantes el promedio de levantamiento fue de
1.5 jóvenes.
Uno de los ejes
de la encuesta lo constituye el de Consumos y
prácticas culturales de los jóvenes.
En este reporte, aunque no lo explícita
sí considera un elemento importante para
categorizar el acceso al consumo, dice así:
El acceso que
tienen los jóvenes a aparatos eléctricos
se da en el contexto del uso general que tiene
su familia; la televisión y la radio
grabadora son los más comunes, seguidos
por el reproductor de CD y la video casetera;
solo 38% posee teléfono en su casa y
29% algún vehículo. En los aparatos
de uso exclusivo de los jóvenes destacan
la radio grabadora, la televisión y el
reproductor de CD (IMJ, 2000, p.16)
En el mismo
sentido apunta la encuesta de CONACULTA, donde
se refiere a los hábitos de consumo, respecto
a la comercialización. Esto es, el lugar
que la población acostumbra comprar bienes
culturales, como discos compactos y videos. En
un porcentaje significativo lo hace en el mercado
informal: “78.9% de quienes compran música
grabada manifiesta que recurre en ocasiones al
tianguis o a los vendedores ambulantes”
(P.119); y la compra o venta de videos en primer
lugar se da en los videoclub (65 por ciento),
pero en un 41.6 por ciento se realiza en el tianguis
o con vendedores ambulantes (p.125)
La encuesta
del IMJ, tal vez parte de otros indicadores como
tiempo que dedican a diversas actividades en
días regulares y días de descanso
(por ejemplo a la televisión dedican 2.4
y 2.9 horas, respectivamente;), con quien pasan
su tiempo libre, lugares en los que se reúnen
con sus amigos, temas de conversación,
etc. pero son notorias la similitudes entre ésta
y la de CONCULTA cuando se habla de los tipos
de música que escuchan.
En el caso de
la investigación desde la propia industria
cultural es reconocida la encuesta anual del
periódico Reforma sobre el uso de los
medios de comunicación en la ciudad de
México, realizada desde 1994 hasta 1999,
la cual fue interrumpida sin ninguna explicación
(Mantecón, 2005). Por ejemplo, en la séptima
entrega de consumo cultural y medios de comunicación
de Reforma se reporta que 3.5 horas son el tiempo
promedio que los capitalinos dedican a ver televisión
y que el 80 por ciento ven televisión
diario (CONACYT, 2005)
Lo que se percibe
claramente es que en estos estudios predomina
el análisis descriptivo y pocas veces
se exploran las variables causales. No basta
el porcentaje, sino que resulta una necesidad
científica el responder por qué
se asiste o no a un recinto cultural (museos,
cine, exposiciones, teatro, etc.), por qué
gusta en la misma proporción, de una época
a otra, cierto género musical, por qué
la televisión sigue siendo el medio de
mayor penetración, por qué se reportan
esos niveles de lectura, por qué se consume
en el comercio informal, en qué forma
se enlazan los factores sociodemográficos
en el consumo, qué probabilidad existe
de que ciertos factores demográficos o
sociodemográficos incidan en el consumo
cultural y muchas otras preguntas que nos lleven
a la correlación multifactorial.
Sin duda las
condiciones socioeconómicas de la población
son un factor importante para determinar las
formas de acceso o niveles de consumo cultural.
Por ejemplo, según datos de la OCDE, en
México el promedio de escolaridad de la
población, en un rango de edad entre 25
y 64 años, es de siete años; mientras
que en otros países miembros es de 12
años. Dice García Canclini (2003):
Sigue habiendo
desigualdad en la apropiación de los
bienes simbólicos y en acceso a la innovación
cultural, pero esa desigualdad ya no tiene la
forma simple y polar que creíamos encontrarle
cuando dividíamos cada país en
dominantes y dominados, o el mundo en imperios
y naciones dependientes (p.93).
Para García
Canclini (1995) no sólo los agentes económicos
modelan el consumo, sino que propone “una
teoría más compleja acerca de la
interacción entre productores y consumidores,
entre emisores y receptores, tal como la desarrollan
algunas corrientes de la antropología
y la sociología urbana” (p.59).
Esta teoría requerirá entonces
“profundizar en la relación entre
consumo y acceso” (Sunkel, 2005). Pero,
a su vez se requiere de una verdadera democratización
de las políticas culturales que destinen
recursos tanto a la infraestructura municipal
como a la educación para el consumo cultural.
Referencias:
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Encuesta Nacional de Consumo Cultural. En
Consulta Mitofsky. Recuperado 25 de agosto de
2005, <http://www.consulta.com.mx/interiores/15>
CONACYT (2005). Medios de Comunicación
en México. Recuperado 12 de septiembre
de 2005, <http://www.conacyt.mx/conferencia/2dareunión_ordinaria>
García Canclini N. y Piccini, M. (1993).
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México: CONACULTA.
García Canclini, N. (2003). Cultura
híbridas. Estrategias para entrar y salir
de la modernidad. México: Grijalbo.
García Canclini, Néstor (1995).
Consumidores y Ciudadanos. Conflictos multiculturales
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Grijalbo.
Eco, U. (1992) Tratado de semiótica
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IBOPE AGB (2005) Ratings TV: IBOPE AGB. Revista
electrónica NEO. Consulta el 15 de
agosto de 2005 <http://www.revistaneo.com/base/superratingtv.asp>.
Rosas Mantecón, R (2005). Los estudios
sobre consumo cultural en México. Recuperado
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Sunkel, G (2005). Una mirada otra. La cultura
desde el consumo. Recuperado 22 de agosto de
2005, <http://www.168.96.200.17/ar/libros/cultura/sunkel.doc>
Verónica
Almanza Beltrán
Universidad Autónoma
de la Ciudad de México,
México. |