Por Carlos Fara y Fabián
Melamed
Número
49
Algo
se terminó de romper el 19 de diciembre
de 2001 por la noche. A partir de ese momento,
en cuanto surge un conflicto, los afectados se
olvidan de los canales institucionales y salen
a la calle para reclamar por sus demandas. En
ese momento la duda era si esa “costumbre”
se mantendría en el tiempo, o se acabaría
en cuanto la economía volviese a crecer.
La economía volvió
a crecer a tasas sin precedentes, pero la gente
no se fue a su casa, sino que sigue alerta en
función de los conflictos que se le presentan.
Las Heras, Gualeguaychú y Colón,
Misiones –para nombrar solo tres desde
que empezó el año- fueron epicentros
de movilización social, que una vez echados
a andar, se desenvuelven con total autonomía
de las estructuras políticas, perdiendo
éstas todo tipo de control. Por supuesto:
siempre hay “activistas” o “agitadores”.
Pero sin pólvora no hay explosión.
En todo caso, los operadores del caos solo acercan
la mecha encendida.
A partir de estos sucesos
se reavivan varios interrogantes: 1) ¿no
era que ahora todo se aplacaría porque
estaba restituida la autoridad presidencial,
perdida con De la Rúa y Duhalde?; 2) ¿no
era que había vuelto la política
a poner orden y contención, luego que
“el mercado” había desarticulado
a la sociedad en sus diversos estamentos?; 3)
¿no era que con crecimiento económico
las demandas se aplacarían para volverse
totalmente manejables?
Las
papeleras: un caso testigo
No
importa quién tiene la razón, si
se tensó demasiado la cuerda del conflicto,
si la culpa es de Busti, si el gobierno nacional
no tomó el problema a tiempo. Lo cierto
es que hace rato todo el mundo dice que la solución
es política, que se tienen que sentar
a negociar los dos presidentes, que la resolución
debe darse en el marco del Mercosur, etc. Pero
el final de la historia todavía no se
conoce, pese a la tregua. ¿Por qué
sucede esto en territorio argentino?
Porque dejó de
existir hace tiempo una sociedad civil organizada,
que responda a ciertos parámetros de legitimidad
de los actores de mediación política.
El conflicto no estuvo conducido. El presidente
diría que estaba “desordenado”.
Antes de 2001, la gobernabilidad
era más un pacto entre partidos. Hoy esto
mutó. Se impuso la lógica de que
si se cede a dejar el corte, ¿qué
garantía tienen los entrerrianos de que
se verán satisfechas sus demandas?
Cuando se producen conflictos de este tipo, en
los cuales hay una sociedad movilizada de manera
persistente, informada, sensibilizada, conciente
del impacto de sus acciones, los arreglos entre
bambalinas corren el riesgo de quedar en aguas
de borrasca. El fracaso en el que hasta ahora
ha caído la negociación respecto
al conflicto de las papeleras es un buen ejemplo
de esto.
Una posición tan
enraizada en el público local y con bastante
apoyo social externo (50 % de la zona metropolitana
está de acuerdo con los cortes de ruta
por este tema, vs. el 42 % que está en
desacuerdo), no puede ser negociada en un proceso
paralelo, no consensuado y fuera de un contexto
de debate público.
La gente exige participación,
y esto se verá acentuado en los próximos
tiempos en la Argentina, sobre todo en lo atinente
a conflictos medio ambientales.
El gobierno tiene a su
alcance muchos recursos para informar, sensibilizar
y ordenar las demandas. Si no lo hace con el
respaldo real de los participantes más
activos, será poco sustentable y puede
devenir en un paso más en la escalada
del conflicto, con lo cual su intento de solución
solo lo convierte en un problema mayor.
Incluso puede haber un
deterioro de la autoridad presidencial, lo que
puede animar a otros grupos sociales a recorrer
este camino para la negociación de sus
intereses. Minar la imagen de la máxima
autoridad en contextos de tensiones agazapadas
como las que vive el país es algo delicado.
El gobierno necesita establecer
un sistema abierto de negociación que
incluya a los actores más comprometidos,
dándole mayor legitimidad aún a
través de una estrategia de comunicación
social que sensibilice al resto del país
y le brinde a la mesa de negociación un
sostén de mayor transparencia. Existen
acciones simbólicas, de reconocimiento,
visibilización y legitimación de
la demanda que generan resultados positivos para
la gobernabilidad.
Epílogo
Cuando
algo no funciona bien, no significa que deba
desaparecer por completo. Las estructuras políticas
cumplen una función fundamental dentro
del sistema político: amputarlas significa
desmejorar al conjunto, no terminar con la enfermedad.
La destrucción sistemática de dichas
estructuras ajenas al control del oficialismo,
y no reemplazadas por nada sólido, permite
pensar que no importa cuánta conflictividad
social se registre, en adelante será más
difícil de encauzar.
Ya no hay nadie
que pueda “armar” un nuevo 19 de
diciembre de 2001. Pero si se produce, tampoco
habrá quien lo contenga.
Carlos
Fara
Director general de Carlos
Fara y Asociados, Argentina
Fabián Melamed |