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Por Luz Ortega
Número
49
Introducción
Hace más de veinte años, cuando
iniciaba mis estudios universitarios en la ciudad
de México, en más de una ocasión
conocí personas que, al saber que yo era
mexicalense, preguntaban si Mexicali era parte
de Estados Unidos, y daban por hecho que debido
a mi origen, era casi obligado que yo hablara
inglés. En el imaginario de fines de los
años setenta, referirse a la frontera
norte de México era casi como hablar de
otro país, lejano y extraño, fuertemente
influenciado por la cultura norteamericana, y
poco vinculado con el centro.
De
entonces a la fecha, la televisión abierta
en cadena nacional ha extendido su alcance, y
la televisión de paga llegó con
más de 70 canales, no sólo de México,
Estados Unidos y el Reino Unido, sino de España
y Venezuela. Con ello la oferta televisiva para
los habitantes de Mexicali ha registrado un incremento
notable, y nuestros lazos con el centro del país
se han visto fortalecidos al compartir contenidos
que igual se ven en Tabasco que en Ciudad Victoria.
Así
mismo, en el plano académico mucho se
ha avanzado en el conocimiento de la cultura
fronteriza del norte de México, sobre
todo gracias a los trabajos que desde diversas
instituciones y por variados autores, han contribuido
a que –al menos en el ámbito de
la academia– se reconozca la complejidad
cultural de una región donde se manifiestan
múltiples identidades; sin embargo, la
difusión que se ha hecho de algunos rasgos
particulares de algunas ciudades específicas,
ha alimentado aquel imaginario con nuevos elementos
protagónicos: mujeres asesinadas, maquiladoras,
cholos, emigrados.
Pero
ni toda la frontera es Ciudad Juárez,
ni Mexicali es Tijuana.
Por
ello, y con el propósito de aportar elementos
para un mejor conocimiento de la cultura fronteriza
del norte de México, y específicamente
de la ciudad de Mexicali, en el año 2003
se llevó a cabo el estudio “Consumo
de bienes culturales en sectores populares de
la ciudad de Mexicali”, que contó
con el apoyo de la Universidad Autónoma
de Baja California (UABC) y el Instituto de Cultura
de Baja California (ICBC).
La
propuesta del proyecto partió de la falta
de estudios relativos al estado de Baja California
o a sus municipios, que posibiliten contar con
información descriptiva en materia de
cultura y comunicación. Para Mexicali,
al menos, se tenía tan sólo el
antecedente de un estudio de corte nacional en
el que participó un grupo de universitarios
de la UABC y que fue realizado hace más
de una década (González y Chávez.,
1996), con metodología y propósitos
diferentes a los del estudio que aquí
se reseña.
En
el caso de nuestro trabajo, el objetivo fue caracterizar
el consumo de bienes culturales en hogares de
sectores populares de la ciudad de Mexicali,
para lo cual se estableció utilizar una
metodología cuantitativa, específicamente,
el levantamiento de una encuesta entre el grupo
de población objeto del estudio.
Los
resultados obtenidos permiten identificar no
solamente el consumo de bienes culturales en
los hogares, sino estratificarlos por grupo de
edad, nivel económico y colonia, además
de mostrar las preferencias en cuanto a productos
televisivos, radiofónicos, de música
grabada y en conciertos en vivo; así como
la asistencia a los espacios que forman parte
de la infraestructura cultural de instituciones
que operan en la ciudad, como la UABC, el ICBC
y la Casa de la Cultura (hoy Centro Cultural
Municipal); aunque para este documento se presentan
únicamente los resultados en lo relativo
a consumo de medios masivos de comunicación.
Conceptos
básicos
Un primer paso para delimitar los alcances del
estudio es definir los términos que constituyen
el título de la investigación,
y entre ellos, el de «bienes culturales»
ocupa un lugar fundamental.
En la tradición
marxista, el concepto de «bien» alude
a la capacidad de uso, de disfrute o de satisfacción
que proporcionan los objetos, su valor de uso;
y se distingue del término «mercancía»
ya que esta última tiene la propiedad
de ser intercambiada por dinero: además
de valor de uso tiene valor de cambio. De ahí
que Marx mismo explica cómo puede haber
bienes que no son mercancías (Marx, 1978).
No obstante, en el contexto de la economía
de mercado, la terminología actual está
fuertemente influenciada por la economía
neoclásica, de manera que el concepto
de bienes no se distingue ya del de mercancía,
y optamos por el primer término.
Aunado a su
valor de uso, nos enfrentamos al problema de
que en el ámbito de la producción
cultural –que involucra a las artes–,
se tienen bienes fácilmente identificables
por su materialidad y permanencia; pero, a la
vez, existen otros no tan tangibles y de corta
duración –como una presentación
de danza o un programa de radio–, mas no
por ello menos materiales, y tampoco carentes
de la capacidad de ser disfrutados. Así,
por bienes se consideraron tanto objetos como
eventos y emisiones.
La característica
de los bienes, en nuestro caso, es que son bienes
«culturales», y para la operacionalización
del concepto se recurrió a las aportaciones
de Pierre Bourdieu (1993), ya que a partir del
establecimiento de campos sociales, este autor
francés identifica al campo de la producción
cultural constituido básicamente por dos
subcampos en oposición: el de la producción
restringida, que corresponde a la «alta
cultura» y al arte legitimado, con las
correspondientes instituciones legitimadoras;
y el de la cultura de masas, donde se ubican
las industrias culturales. Con ello, los bienes
culturales objeto del estudio se identifican
con la oferta de instancias específicas
como el ICBC, la UABC y el Ayuntamiento de Mexicali,
por un lado; y por otro, con los que son difundidos
por los medios masivos de comunicación
y a los cuales se tiene acceso en la ciudad de
Mexicali, B.C.
En cuanto al
término «consumo», retomamos
en un primer momento la propuesta de Néstor
García Canclini (1993, p. 24), quien lo
define como “el conjunto de procesos socioculturales
en que se realizan la apropiación y los
usos de los productos”, aunque no adoptamos
su posterior definición de consumo cultural.
Ese primer acercamiento
al concepto de consumo fue enriquecido con la
identificación hecha por Silverstone (en
Storey, 2003, pp. 165-166) respecto de que en
el proceso de consumo es posible distinguir seis
momentos: producción comercial (commodification),
imaginación, apropiación, objetivación,
incorporación y conversión. Esos
momentos pueden ubicarse en lo que para la economía
son las etapas de producción, circulación
y consumo de mercancías, donde la «producción
comercial» corresponde a la primera de
ellas; la «imaginación» podemos
localizarla en la esfera de la circulación,
promovida por la publicidad, que exalta propiedades
(reales o no) que permiten formarse una imagen
del producto; mientras que la «apropiación»,
la «objetivación» y la «incorporación»
se localizarían en lo que en economía
es propiamente el consumo, el momento en que
un producto sale del mercado para pasar al consumidor;
finalmente. En esos tres últimos momentos,
que se refieren a lo que el consumidor «hace»
con el producto, la apropiación se identifica
con la adquisición (en tanto mercancía)
o la recepción de un bien cultural, mientras
que la objetivación y la incorporación
–casi indisolublemente unidas– tienen
que ver con procesos de valoración subjetivos,
en los que el individuo asigna al bien un sentido
y una jerarquía entre el cúmulo
de bienes que consume, y lo hace parte de su
vida. La conversión, finalmente, se relaciona
con la forma en que el bien, ya apropiado, objetivado
e incorporado, puede ser utilizado para articular
significados públicos.
Con base en
los autores mencionados, así como en Douglas
e Isherwood (1979), se reconoce al consumo como
una práctica que realizan los individuos
en una sociedad, de modo que está condicionada,
por un lado, por las condiciones sociales del
individuo y por los significados que socialmente
se le han asignado tanto al consumo mismo como
a los bienes consumidos; y por otro, por aspectos
subjetivos.
No obstante,
debido al carácter cuantitativo del estudio
y a las limitaciones propias de recursos y tiempo,
el término «consumo», en este
trabajo, se circunscribió al momento que
Storey denomina «apropiación»;
es decir, por un lado, la recepción de
aquellos bienes culturales «menos materiales»,
que se efectúa en el acto de acudir al
lugar en el que se lleva a cabo una representación
o exhibición (generalmente en espacios
propios de las instituciones culturales, aunque
no exclusivamente), como serían los casos
de las obras de teatro, presentaciones de danza,
exposiciones de artes plásticas y fotografía,
conciertos, funciones de cine, etc. Por otro
lado, el concepto incluye también la apropiación,
como adquisición, de los productos de
las industrias culturales; y en tal sentido,
no se trata tan sólo de comprar discos
o películas, sino que consideramos que
la exposición en el hogar a los mensajes
de la radio y la televisión, por ejemplo,
aunque parece ser gratuita, implica un gasto,
ya que el acto mismo de prender el aparato consume
energía eléctrica que se tendrá
que pagar en la fecha que marca el recibo.
Por lo que se
refiere a los sectores populares, el título
del estudio se refiere así a grupos de
población de la ciudad de Mexicali, Baja
California, en tanto consumidores de bienes culturales,
de modo que es nuevamente con base en Bourdieu
como nos acercamos a su identificación.
Para dicho autor,
existe una homología entre el campo de
la producción y el consumo, así
como una asociación entre cada tipo de
producto y su público, de manera que los
productos populares corresponden a los estratos
inferiores del campo de la producción
cultural (medios masivos de comunicación);
y de modo similar, los consumidores de esos productos
se ubican, en la estructura social, en los estratos
inferiores (Bourdieu, 1993), que excluyen a los
grupos más pudientes de la sociedad.
Así,
con el propósito de identificar a los
sectores populares de la ciudad de Mexicali se
tomó como base un estudio realizado en
el Instituto de Investigaciones Sociales de la
UABC, que lleva por título “Estudio
exploratorio de marginalidad en Baja California”
(Ranfla et al., 2001)., y que dio como resultado
la caracterización de cinco niveles de
marginalidad, así como su distribución
espacial en la mancha urbana, dividida en áreas
geoestadísticas básicas (AGEB).
De los cinco
niveles identificados, el 1 corresponde al de
más bajo nivel de marginalidad, y para
el caso de Mexicali, en él se ubica el
27.6% de la población, que corresponde
a la de mayores ingresos y acceso a los servicios
públicos e infraestructura urbana. Por
el contrario, el nivel 5 es el que muestra mayor
grado de marginalidad (o menor nivel de bienestar),
y corresponde a 0.4% de la población.
Sin embargo, dado que el estudio implicaba el
levantamiento de una encuesta que incluía
la recepción de productos de medios masivos
como la radio y la televisión, para los
cuales la energía eléctrica es
indispensable, se decidió descartar a
las AGEB ubicadas en el nivel 5 de marginalidad,
que corresponden generalmente a asentamientos
urbanos irregulares, de difícil y riesgoso
acceso para los encuestadores, y con poca o nula
disposición de energía eléctrica.
Con ello, la población incluida en el
término «sectores populares»
quedó definida como el 70% de habitantes
de la ciudad de Mexicali, ubicados en las AGEB
con niveles 2 a 4 de marginalidad, que corresponden
a un total de 90 AGEB, con 99 574 viviendas (INEGI,
2000).
La muestra
Una vez definido el tamaño de la población
objetivo, la muestra fue calculada con base en
Scheaffer, Mendenhall y Ott (1987), con error
de estimación de 5%, por lo que el resultado
fue de 399 viviendas, muestra que mantenía
la proporcionalidad del peso de cada perfil socioeconómico
en el total poblacional. Debido a que se adicionó
el diez por ciento de entrevistas al tamaño
de la muestra para garantizar el número
de cuestionarios válidos respondidos,
se tuvo un total de 439 viviendas encuestadas.
La selección de las AGEB, así como
de las colonias y manzanas a encuestar, se llevó
a cabo de manera aleatoria. A cada AGEB se le
asignó un número consecutivo, del
1 en adelante, y a partir de la emisión
de números aleatorios por computadora,
se seleccionaron los números de las AGEB
que formarían parte de la muestra. El
mismo procedimiento se repitió para las
colonias en cada AGEB, y para las manzanas en
cada colonia.
El cuestionario
aplicado consta de 40 reactivos y sus correspondientes
incisos, y está organizado en 6 secciones:
datos sociodemográficos generales, uso
del tiempo libre y las actividades de fin de
semana, equipamientos para la recepción
y exposición a los medios masivos de comunicación,
consumo de bienes culturales fuera de la vivienda
y las preferencias de los habitantes de la misma,
preferencias de lectura y otras actividades,
y asistencia a espacios propios de la oferta
cultural institucional.
Algunos resultados
Los resultados generales de estudio muestran
que la actividad de consumo de bienes culturales
más ejecutada durante el tiempo libre
es ver televisión, aunque con diferencias
según el grupo de edad, ya que en los
niños de 12 años o menos, jugar
fue la actividad más mencionada (60.7%)
y los adultos mayores de 60 años prefieren
descansar (28.6%). No obstante, en ambos casos,
la segunda opción elegida como respuesta
fue la de ver televisión. A estos datos
hay que agregar que, tratándose de equipamientos
para la recepción de medios masivos, 99.3%
de las viviendas encuestadas tienen al menos
un televisor, en contraste con 84.3% que tienen
receptor de radio.
Para los fines
de semana, el dilema de salir o no salir está
siempre presente: en 51.5% de los hogares salen
de casa el fin de semana, mientras que en 48.5%
se quedan, y lo que hacen es, principalmente,
ver televisión (43.5%). Y respecto de
los que eligen salir, la respuesta más
frecuente fue que van a la casa de algún
familiar (29.7%).
Encontramos
con base en estos datos, que entre los sectores
estudiados el tiempo libre, generalmente asociado
con el consumo de bienes culturales, tiene como
protagonista principal a un medio masivo: la
televisión, y coincide con lo registrado
para la ciudad de México por García
Canclini y Piccini (1993), en el sentido de la
reclusión familiar en la vivienda y la
preferencia por consumir, en ella, los bienes
producidos por las industrias culturales. En
los hogares mexicalenses estudiados, la televisión
se mantiene prendida un promedio de 6.6 horas
al día.
Observemos ahora
con mayor detalle la información: en 73.2%
de los hogares con niños, estos prefieren
el canal 5 de Televisa (XHGC), y lo mismo ocurre
en 47.7% de las viviendas con adolescentes; y
en ambos casos, el segundo canal mencionado fue
el 2 de Televisa (XEW) (cuadros 1 y 2). Dichos
canales se reciben tanto por televisión
abierta como de paga, así que la disponibilidad
de cable en la vivienda no estableció
diferencias notorias.
En las viviendas
con adultos (18 a 59 años) y adultos mayores
(60 años o más) el canal más
sintonizado es el 2 de Televisa (50% y 47.2%
respectivamente), aunque como segunda opción
las respuestas difieren: mientras para los adultos
es el canal 5 de Televisa, para los adultos mayores
es Azteca 13 (XHDF) (cuadros 3 y 4).
* El canal Fox 9 se recibe
en Mexicali, pero la señal proviene de
El Centro, California.
A casi 3 000 kilómetros
de Mexicali, en la ciudad de Colima, los canales
que las familias ven con más frecuencia
son los mismos que en Mexicali: el 2 y el 5 de
Televisa (Zermeño, 2000); y en el Distrito
Federal, la encuesta realizada mostró
que 45% de los encuestados preferían canal
2, y 28.2% eligieron el canal 5 (García
Canclini y Piccini, 1993, p.68).
Si a partir
del consumo televisivo se intentara buscar diferencias
entre los mexicalenses de los sectores populares
y los habitantes la ciudad de México o
los colimenses, no las habría.
La variedad en la oferta local de medios electrónicos
muestra ser inversamente proporcional al tamaño
de la inversión requerida para tener un
medio y a los costos de producción asociados
(Thompson, 1990). Así, mientras en cine
–con sus millonarias producciones–
la oferta predominante es de factura hollywoodense,
en televisión abierta se cuenta con cadenas
nacionales y repetidoras locales, mientras que
en radio aumenta la existencia de emisoras administradas
localmente, aun cuando formen parte de grandes
cadenas nacionales. Los radioescuchas, sin embargo,
son pocos; y las respuestas, tan variadas como
las estaciones.
En franco contraste
con la televisión, la radio se prende
un promedio de 2.86 horas diariamente. Los adolescentes
que escuchan radio en su hogar sintonizan en
mayor proporción la estación 91.5,
de la cadena Exa FM (21.8%), que transmite música
rock y pop en español e inglés,
así como hip-hop, con un formato similar
en toda la república mexicana. En 12.9%
de los hogares con adultos, estos prefieren “La
Dinámica” 105.9 FM, de Organización
Radiorama, cuya programación en español
es predominantemente de música grupera
y de banda, con programas de votación
telefónica directa con el operador de
cabina. Y es sólo en el grupo de los adultos
mayores donde la estación preferida (50%
de respuestas) es una que los propios mexicalenses
reconocen como identificatoria de su ciudad:
una estación caracterizada por la presencia
dominante de un locutor que durante décadas
ha sido titular del principal programa de esa
estación, en el que se leen los periódicos,
se comentan las noticias y obituarios, se dan
avisos sobre pasaportes extraviados, y el pronóstico
del tiempo se acepta como dogma de fe. Es “Radio
Mexicana” en el 910 AM, también
de Radiorama, que transmite el programa Sonorama
Deportivo o “de Bermúdez”,
como muchos encuestados lo mencionaron, por su
conductor Augusto Hernández Bermúdez.
Un programa que pocos saben como se llama, pero
muchos conocen que existe, y que en su programación
musical presenta baladas románticas y
algo de música ranchera, todo en español.
Cabe destacar
que en el grupo de adolescentes sólo hubo
una referencia a un canal de televisión
de EUA (Fox 9), y en adolescentes y adultos se
anotó una estación de El Centro,
California (94.5 FM, “Superestrella”),
que al formar parte de la cadena Univisión
transmite en español para el público
hispano de EUA y cuenta con programas hablados
de entrevistas, chistes y llamadas del público,
además de balada pop predominantemente
de cantantes de origen latino.
A lo anterior
cabe agregar que en lo relativo a compra de música
grabada, en 36.2% de los hogares se reportó
haber comprado discos compactos o casetes durante
el año anterior al levantamiento, y aun
cuando las preferencias en cuanto a géneros
musicales son muy diversas, se puede afirmar
que los preferidos por este sector de población
son los de pop en español, grupera, romántica
y ranchera (cuadro 5). La cercanía con
Estados Unidos, no parece, pues, ser condición
para preferir canciones en inglés.
En cuanto a
medios impresos, dos periódicos –ambos
producidos localmente, pero filiales de grandes
empresas nacionales– se disputan las preferencias
en aquellos hogares (64.9%) donde se presenta
la lectura de este medio: La Voz de la Frontera
y La Crónica de Baja California. El primero,
parte de Organización Editorial Mexicana,
fue mencionado en 66% de los casos donde se lee
el periódico, mientras que su competidor
–de Periódicos Healy– apenas
alcanzó 17% de menciones (cuadro 6).
Por lo que se
refiere a la lectura de revistas, libros, cómics,
etc., en 60.4% de las viviendas se lleva a cabo
esta actividad por parte de alguno de sus habitantes,
y a pesar de la diversidad de respuestas, se
puede observar que las preferencias se relacionan
con el grupo de edad a que se pertenece. La proporción
de hogares donde los niños leen es muy
baja (6.8% de los hogares), y el material de
lectura son los textos escolares (36.7% de los
casos). Para los adolescentes que leen –aunque
muy pocos– sus actividades estudiantiles
condicionan que la primera elección sea
la de libros escolares; y además de eso,
en 10.4% de los casos prefieren la revista TV
y Novelas, que publica Editorial Televisa,
y que es para los adultos la primera opción
(12.5%), seguida por la Biblia (10.3%)
(cuadros 7 y 8). Los adultos mayores, por su
parte, concentran 40% de sus preferencias en
temas religiosos, ya sea leyendo la Biblia (27.5%)
o revistas con aquél carácter (12.5%)
(cuadro 9). Se observa cómo, a medida
que avanza la edad, los temas de lectura se orientan
hacia contenidos espirituales y se alejan de
publicaciones estrechamente vinculadas con el
mundo del espectáculo. De manera similar,
de acuerdo con García Canclini y Piccini
(1993), en el D.F. una proporción significativa
(28.4%) de los encuestados por ellos leía
revistas derivadas de la televisión, como
TV y Novelas, Teleguía,
y Eres.
En 57.6% de
las viviendas encuestadas alguno de los habitantes
había ido al cine durante el año
anterior, y el promedio de asistencia general
es de casi ocho veces al año, aunque con
diferencias, nuevamente, según la edad:
los promedios de asistencia son de 4.77, 7.38,
9.92 y 8.75 veces para los niños, adolescentes,
adultos y adultos mayores, respectivamente; y
los géneros más mencionados fueron
las películas infantiles, para los niños,
y las de acción para el resto de los grupos
de edad. En este caso la oferta está dominada
por las producciones estadounidenses, aunque
sí se llegó a mencionar a las películas
mexicanas: 1.6% de los adolescentes, 3.8% de
los adultos y 5.3% de los adultos mayores habían
visto producciones nacionales.
Conclusiones
A partir de los datos, es posible establecer
cuatro tipos de consumo de los medios masivos
de comunicación, fuertemente relacionados
con las condiciones en que se presenta la oferta
y con la forma en que –según sus
propias características– cada medio
es consumido.
En primer lugar,
se observa que hay un consumo que podríamos
llamar «global», identificado con
la oferta de la industria cinematográfica,
en especial la de Hollywood, presente no sólo
en Mexicali, Baja California o México,
sino a la vez en el resto del mundo, con estrenos
simultáneos en diversas latitudes, que
colocan a los consumidores en el plano de la
cultura globalizada, y que se consume en compañía
de múltiples desconocidos que, al igual
que uno, acceden por la pantalla grande a contenidos
elaborados muy lejos de su butaca, conformando
un escenario que bien puede ser igual en Suiza
que en Australia o Colima. En este caso, la oferta
en Mexicali es muy reducida: en una semana de
proyección –como la del 12 al 17
de noviembre de 2004–, en las 35 salas
cinematográficas de la ciudad se podía
encontrar un total de 15 películas, de
las cuales 12 eran hollywoodenses, y de las tres
restantes, una era francesa, otra canadiense,
y otra española, con lo que las elecciones
del consumidor tienen márgenes muy estrechos.
Por otra parte,
se tiene un segundo tipo de consumo, que puede
llamarse «nacional»: el de la oferta
televisiva, donde si bien se cuenta con otra
gran cadena nacional –Televisión
Azteca– y algunas repetidoras locales,
la empresa Televisa mantiene el predominio en
nuestro país, y que en el caso de los
sectores populares de Mexicali no tiene competencia
significativa. Los contenidos, elaborados en
México (aunque a veces como copia de producciones
extranjeras), favorecen la sensación de
pertenencia a un grupo con el que compartimos
idioma, territorio y referentes comunes, en no
pocas ocasiones reforzados o creados por la misma
empresa. Es el de la televisión un consumo
que se realiza dentro del hogar, en un ámbito
de mayor privacidad, donde nuestros acompañantes
–cuando los hay– son conocidos muy
cercanos. En este plano, las similitudes entre
Mexicali, Colima y el Distrito Federal se presentan
como obvias. Dos
canales dominan el panorama en todos los grupos
de edad de los sectores encuestados: el primero,
con contenidos totalmente «nacionales»
(canal 2); el otro (canal 5), con series extranjeras
dobladas a la vez que algunos programas nacionales,
establece un puente con lo global, consumido
«a la mexicana».
En tercer lugar
tendríamos un consumo que aparece como
«local», caracterizado sobre todo
por la radio, ya que si bien las estaciones forman
parte de grandes cadenas, las características
propias del medio permiten al consumidor representarse
una relación de familiaridad con los locutores
–que generalmente son habitantes de la
ciudad o de la región–, a través
de los comentarios sobre situaciones locales:
qué tan larga es la fila en la garita,
los saludos a las escuelas o a los habitantes
de determinadas colonias, las llamadas de radioescuchas,
el “ahí nos vemos en tal restaurante”,
las promociones de regalos a quien vaya a la
cabina, etc. A diferencia de la televisión,
el radio puede acompañarnos fuera del
hogar, en la oficina, en el carro, en el camión,
con lo que transita del disfrute individual al
compartido. Observamos en este rubro, que las
preferencias de consumo se diversifican según
la edad de los consumidores.
No obstante,
el aspecto local de la oferta radiofónica
está apenas en que la estación
podemos localizarla en una calle específica
de la ciudad y al locutor lo podemos encontrar
en un restaurante o un bar, ya que los contenidos
musicales comparten con la televisión
un fuerte componente «nacional» en
el interés de las disqueras por promover
a determinados cantantes y grupos. De ahí
que la música grabada, como producto asociado
a la radio, muestra rasgos similares en cuanto
a las preferencias de los consumidores estudiados,
y la más reciente canción de Shakira
o de Ramón Ayala que se escucha en Mexicali
es la misma que en el resto del país.
Finalmente,
los medios impresos establecen una modalidad
de consumo predominantemente individual, y por
lo tanto altamente subjetiva. Por ello, si arriba
la radio aparece como una transición entre
lo nacional y lo local, aquí el consumo
de periódicos establece un tercer puente:
entre lo local y lo individual. La Voz de la
Frontera, cuyo eslogan la ubica como “La
voz de los cachanillas”, explota los más
de cuarenta años de existencia del periódico
y su raigambre en la región, en contraste
con La Crónica de Baja California, que
llegó a Mexicali llevando a cuestas el
nombre de un diario nacional: Novedades de Baja
California. En ambos casos los diarios pertenecen
a organizaciones nacionales, pero predominan
las noticias regionales y locales, que es una
característica inherente a su naturaleza,
por lo que el único dato que distinguiría
al consumo de medios en nuestra ciudad respecto
de otras, se vuelve también una similitud:
en cada ciudad hay un diario local que da cuenta
del acontecer.
Por otra parte,
y excepción hecha de las obras que por
obligación se tienen que leer (los escolares),
en el caso de lectura de libros y revistas las
preferencias se multiplican, aunque matizadas
por la relación entre la televisión
y sus empresas editoriales derivadas. Nuevamente
en este caso, los sectores populares de Mexicali
guardan similitudes con los habitantes de la
ciudad de México merced a su afición
a la revista TV y Novelas.
Vemos pues,
que en el consumo de bienes culturales provenientes
de los medios masivos de comunicación
la condición fronteriza de la ciudad de
Mexicali, B.C. no establece necesariamente una
distinción particular, sino por el contrario,
nos acerca más al centro del país.
En este caso, lo masivo hace honor a su nombre.
No obstante,
hay que destacar que además de los condicionamientos
propios del medio y de la oferta, que surgen
de las condiciones de producción y circulación
(Alsina, 1995), el consumo de bienes culturales
se lleva a cabo en condiciones diferenciales,
no sólo debido al grupo de edad en que
su ubican los consumidores, sino también
en función de su nivel socioeconómico.
Aun cuando en este documento no se detallan los
datos relativos a las características
del consumo según perfil de marginalidad,
los resultados muestran diferencias que permiten
afirmar la importancia de la situación
del consumidor en la estructura social, que ya
fue demostrada ampliamente por Pierre Bourdieu
(1984).
A ello cabe
agregar que el estudio deja fuera aspectos del
consumo que tienen que ver con las condiciones
de recepción y con los procesos de decodificación-recodificación
que se llevan a cabo, por lo que nos unimos a
quienes proponen que los trabajos descriptivos
como el que aquí se reseña, sean
acompañados de estudios cualitativos que
hagan posible construir una imagen más
nítida y menos fragmentaria de los procesos
socioculturales involucrados en el consumo.
Mientras tanto,
cabe esperar que estas cifras, estos datos, contribuyan
en algo a quienes se interesan por el estudio
de la realidad local y regional de la frontera
norte de México.
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Colima: Univ. de Colima-Univ. de Guadalajara-Conacyt.
Mtra.
Luz María Ortega Villa
Profesora de tiempo completo de la Facultad de
Ciencias Humanas de la Universidad
Autónoma de Baja California, México. |