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Mayo
2006

 

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Breve Encomio de una Tradición Digital
 

Por Eduardo Villanueva
Número 50

Una de las características de la comunicación contemporánea es la rapidez del cambio. Apreciada por tantos como aquellos que la detestan, esta rapidez sirve como demostración de la ansiada destrucción creadora del capitalismo, o como recuerdo constante de la brevedad de la vida. Sea la orilla que sea, el cambio nos resulta ineludible.

El contraste del cambio permanente debería ser la tradición: una díada imprescindible, puesto que necesitamos tener un referente claro frente al cual juzgar el cambio. Las tradiciones, que no por serlo dejan de cambiar y desarrollarse, nos anclan en el tiempo y nos sirven para comprender nuestra propia transformación. Por ello, necesitamos de tradiciones, siquiera para denigrarlas de cuando en cuando.

En el ámbito de la reflexión comunicacional sobre lo digital, también nos enfrentamos a la necesidad de encontrar un remanso. Más que en otros campos, la comunicación social ha recibido y sigue recibiendo el impacto de la transformación digital desde antes de la popularización masiva de la Internet, allá por 1995; este impacto sigue alterando a los medios, a los actores pero también a los conceptos de la comunicación social de maneras complejas, multidisciplinarias y sobre todo difíciles de discernir en el corto plazo. Lo que parecía evidente, o al menos lógicamente inevitable, en un año pasa a ser un vago recuerdo al siguiente; lo que le queda al científico social preocupado por estos temas es volver a su gabinete e intentar elucubrar qué vendrá y cómo interpretarlo.

Entender el proceso de cambio, al que convencionalmente podríamos llamar revolución digital a falta de un designador mejor, requiere mantener una distancia crítica que al mismo tiempo signifique entender lo que ocurre no como visitante o como lejano observador, sino como participante comprometido. El comunicador interesado en lo digital ejerce su actividad analítica sobre el espacio que explora, disfruta y explota cotidianamente; cierta complicidad con el objeto de estudio parece indispensable.

Por ello, es imprescindible recoger la pluralidad de compromisos, y entenderlos en el tiempo. La aparente impermanencia de la realidad, su manifestación heraclitea de flujo que nada puede detener, nos exige reconocer que no es posible mirarla de manera individual, ni siquiera desde colectivos convencionalmente definidos por espacios o tiempos “reales” , sino que el afán debe hacerse desde varias plazas en varios tiempos. El compromisos que ejerzo hoy en mi oficina o en mi hogar, con mis alumnos o mis colegas, no es igual que aquel que mis conocidos colegas mexicanos o argentinos o españoles, o mis desconocidos colegas de otros rumbos, ejercen. Lo fascinante es que el ejercicio se da sobre la misma red, los mismos contenidos, los mismos servicios, los mismos aplicativos. La Red, que es global y una, es experimentada de maneras individualmente colectivas desde las múltiples encarnaciones de hace tiempo atrás el poeta llamó nuestramérica.

El espacio natural para el encuentro de experiencias, y su mantenimiento en el tiempo, es la misma Red; qué duda cabe. Visitar un sitio web para revisar lo que está siendo pensando en nuestra colectividad profesional es el lógico acto de una comprensión creativa y crítica de la transformación digital. Mejor si tras el sitio hay una idea articuladora y un interés general en la cuestión digital. De eso se trata el sitio que alberga estas líneas.

Razón y Palabra, un nombre reconociblemente mexicano, es un sitio global; latinoamericanamente global, o globalmente latinoamericano, como se prefiera. Tiene la intención de permitirnos encontrar lo que de común hay en la diversidad de la experiencia regional, y opta por definir región bajo la doble lógica del espacio geográfico e histórico común, y de la esfera cultural creada por el idioma compartido (o mejor digamos aún, los idiomas compartidos). Con paciencia, ha eslabonado una secuencia de reflexiones y de momentos, ambos imbricados por el tiempo y las preocupaciones transcurridas, que permiten pensar en un reflejo medianamente coherente de la incoherencia natural que resulta de un campo de estudio en flujo y de una esfera profesional menos conectada de lo que sería deseable.

Es por ello que me permito, con cierta excesiva confianza, proponer a Razón y Palabra como una tradición digital latinoamericana. No solo porque ha logrado ese convencional pero igualmente valioso logro, durar diez años y publicar cincuenta fascículos; me atrevería a pensar este acontecimiento como trivial, al lado de lo que creo es más importante. Razón y Palabra se ha convertido en una tradición porque es un referente.

Referente para ver qué hemos hecho y qué hemos dejado de hacer. Referente para ver cuán cerca o que tan lejos estamos de las grandes preguntas celestes que los colegas del mundo desarrollado se hacen en sus espacios tradicionales, sus core journals y sus papers of record. Referente porque nos ilustra en acto y potencia.

Pero también referente porque no tiene una articulación regional, porque ha estado ausente de ciertos debates o de ciertas tomas de posición, porque han faltado voces.

Con la naturalidad propia del parvenu, que no llegó al inicio ni a la mitad de la historia que ya es de todos los que leen el sitio, me permito alegrarme con los fundadores y los impulsores, con los habitues y los ocasionales, con los críticos y con los criticones, con los logros logrados y de los momentos vividos. La misma naturalidad me da la autoridad de argumentar por mejoras. ¿quién sino los amigos –quizá miembros de facto, invasores de la casa– para elevar un pliego petitorio para la mejora del espacio común? Me atribuyo, gracias a la generosidad de los anfitriones, este rol.

Razón y Palabra es necesaria, casi imprescindible. No hay sitio más completo para ver nuestra reflexión, en el doble sentido de la palabra, intelectual y especular, sobre lo digital en la región. Pero también es espacio por construir y fortalecer. ¿Puedo tomarme la libertad de sugerir caminos para dicho fortalecimiento? Supongo que sí.

Nuevo diseño, sin duda. Más limpio, con versiones más fáciles de imprimir de los artículos y con espacios para el intercambio en vivo de ideas, con rincones que faciliten discutir lo efímero tanto como grandes salas para articular debates que requieren más tiempo y mejor reflexión. No es apenas una cuestión de modas o estéticas del momento, sino que la forma debe facilitar el fondo. El contenido lo merece.

Un impulso nuevo hacia espacios de discusión de temas que, aunque los académicos contribuyentes no hayan explorado a profundidad aún, son imprescindibles. La gran discusión sobre lo que implica para las políticas de comunicación el indetenible proceso transformativo de la tecnología digital y los medios digitales; la no menos inmensa discusión sobre el acceso a la información, las libertades de expresión y la expansión del control corporativo sobre la generación y distribución de contenidos; la innovación tecnológica como motor y al mismo tiempo como definidor de las nuevas posibilidades; las conceptualizaciones sobre lo que disponer o no de acceso a tecnologías o medios digitales significan en nuestras sociedades. Quizá alguna forma de corresponsalías o editores regionales, para recoger lo que pasa en las distintas zonas de nuestra región.

Ideas sueltas, algo atrevidas, puesto que no consideran que finalmente le debemos esta tradición digital a un grupo de personas concretas en un lugar concreto. Es pues obligatorio saludarlas, agradecerles lo que han hecho, pero también molestarlas con nuevos compromisos.

Una tradición siempre es cambiante, siempre se adapta. Solo así se mantiene. Gracias de nuevo por lo que se ha logrado, por lo que se nos ha permitido hacer, como lectores o como aportantes. Gracias por cincuenta números que merecen un aplauso del Río Grande a la Patagonía, a través de océanos y selvas, de cordilleras y llanuras. Un abrazo con cada acento en español y portugués. Pero por encima de todo, un brindis por lo que podremos seguir haciendo, por las nuevas tradiciones que saldrán de este espacio vital y fundamental. Que las buenas gentes que han hecho esto posible sepan que estamos todos a bordo, y que festejaremos los cien números y los veinte años con una publicación llena de vida, que recoja siempre el espiritu de los pocos (que no en vano riman con locos) que iniciaron esta generosa tradición que hoy saludamos.

Lima, abril del 2006.


Eduardo Villanueva Mansilla
Departamento de Comunicaciones, Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú.