Razón y Palabra Bienvenidos a Razón y Palabra.
Primera Revista Electrónica especializada en Comunicación
Sobre la Revista Contribuciones Directorio Buzón Motor de búsqueda


Junio -Julio
2006

 

Número actual
 
Números anteriores
 
Editorial
 
Sitios de Interés
 
Novedades Editoriales
 
Ediciones especiales



Proyecto Internet


Carr. Lago de Guadalupe Km. 3.5,
Atizapán de Zaragoza
Estado de México.

Tels. (52)(55) 58645613
Fax. (52)(55) 58645613

Brecha Digital: Descartando un Término Equívoco*
 

Por Eduardo Villanueva
Número 51

La debilidad de un término
Común gracias a su utilización por los hacedores de políticas públicas, la brecha digital aparece como una de las cuestiones más críticas para el desarrollo de la así llamada sociedad de la información. Se propone a la brecha digital como una carencia crítica ante las necesidades de desarrollo económico y social, y por lo tanto como una de las principales razones para que los países en vías de desarrollo inviertan en tecnologías de información y comunicación y en la Internet; esto, debido a que se trata de una de las principales rutas para promover oportunidades digitales, y para participar / promover / desarrollar la ya mencionada sociedad de la información.

Sin embargo, es necesario indicar que la brecha digital es un término, no de un concepto. No ha sido formalizada, ni claramente definida, y suele ser usada de manera muy vaga, lo que permite una rica variedad de definiciones a la carrera, planteada según los intereses o sesgos de los que discuten el término. Si se busca algo parecido a una definición estándar, esta sería la propuesta en la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, a través de la Declaración de Principios:

Somos plenamente conscientes de que las ventajas de la revolución de la tecnología de la información están en la actualidad desigualmente distribuidas entre los países desarrollados y en desarrollo, así como dentro de las sociedades. Estamos plenamente comprometidos a convertir la brecha digital en una oportunidad digital para todos, especialmente aquellos que corren peligro de quedar rezagados y aún más marginados (WSIS, 2004) [énfasis en el original].

Aunque tomemos en cuenta que el Plan de Acción de la Cumbre establece la necesidad de indicadores y puntos de referencia más precisos, el reconocimiento que cualquier cambio significativo en el equilibro entre usuarios y no usuarios vendrá de crecimiento económico, implica que la brecha tiene su raíz en cuestiones más bien estructurales; al mismo tiempo, la aproximación general a la brecha digital es una de vaguedad, dándose por hecho su existencia, sin tomar en cuenta las consideraciones mencionadas.

Observaciones similar pueden hacerse sobre los intentos de conceptualizar la brecha digital en términos más analíticos. Autores como Norris (Norris, 2001) se basan en clara presunciones de la significativa importancia que las TIC y la Internet tienen para las naciones en desarrollo, gracias a la promesa de mayor productividad y su potencial participatorio. Dividiendo la cuestión en tres niveles, entre naciones (brecha global), entre los info-ricos y los info-pobres (brecha social) y entre los usan el potencial de la Internet para aumentar su participación en el proceso político y aquellos que no (brecha democrática), Norris trata de definir la brecha digital como un conjunto de deficiencias de acceso que afectan el desarrollo potencial que podría surgir del uso de tecnología. Desde esta perspectiva, la brecha debe atacarse para emparejar el terreno, permitiéndole a todos los usuarios potenciales aprovechar el potencial de la tecnología y de los recursos disponibles a través de ella, como por ejemplo la gran riqueza de información de la Internet.

Otros modelos (Di Maggioy Eszter, 2001; Tanner, 2003 y Gandy, 2002), proponen una aproximación más sofisticada a la brecha digital, tratando de pasar por encima de las obvias limitaciones de la idea. Por ejemplo, Chen y Wellman (Cheny Wellman, 2003), platean un modelo que cruza las variadas brechas en cuatro perspectivas: acceso a la tecnología, alfabetización tecnológica, acceso social y uso social. En este modelo, algunas de las preguntas más relevantes tienen que ver con el tipo de uso que la gente que usa la Internet y las TIC realmente hace. Al mismo tiempo, semejante modelo multifacético crea un problema, puesto que la naturaleza de la brecha digital termina siendo tan oscura y vaga como la del término usado por los hacedores de políticas públicas. Como lo dicen los autores,

While we caution once again that the lack of standardized measurements and definitions weakens the precision and comparability of all statistics, our international comparative study clearly suggests that the uneven diffusion and use of the Internet are shaped by –and are shaping– social inequalities (Cheny Wellman, 2003).

Debe notarse que la existencia de la brecha se entiende como resultado de una serie de deficiencias existentes previamente a la llegada de la Internet y la difusión masiva de las TIC; por otro lado, salvar la brecha se presenta como una ruta hacia no solo abundancia de información, sino también como una serie de oportunidades que podrían servir para corregir o desaparecer varias de las brechas preexistentes en una sociedad dada, resultando así en una solución estructural a muchos de los problemas del mundo en desarrollo. En algunos casos, y quizá sacadas fuera de contexto, algunas observaciones de funcionarios de organismos multilaterales, suenan a una aproximación de “varita mágica” al desarrollo.

Aspectos económicos
Muchos de los ejemplos que sirven para demostrar la existencia de la brecha digital están basados en deficiencias de acceso o de disponibilidad de servicios y productos de gran escala, asociados con información digital, mientras que muchas de las soluciones propuestas son más bien ejemplos de éxitos individuales, proponiendo siquiera implícitamente de las acciones individuales de muchos emprendedores digitales resultarán en una transformación radical, en lo social y lo económico, de las sociedades afectadas por la brecha digital. Estas historias son sin duda buenos ejemplos de los cambios positivos que la introducción de tecnología podría producir en una sociedad en desarrollo, como una combinación de ingenio tecnológico y “emprendedurismo” resulta en el descubrimiento de espacio específicos de innovación, tanto dentro de un país como en la economía global. El tema que aparece aquí es el desequilibrio entre el problema de gran escala propuesto y las soluciones de pequeño alcance encontradas, y específicamente la viabilidad de extrapolar éxitos individuales en logros sociales.

Aun si segmentos completos de la economía de un país en desarrollo fuese a estar completamente conectados, haciendo pleno uso de los todas las posibilidades de la Internet y las TIC, la pregunta sigue en pie: ¿cuándo escalables son estos éxitos? Su existencia puede servir para probar que un país tiene una significativa presencia de capacidades humanas y técnicas para enfrentar las demandas propias de una presencia de la economía global, pero sin despreciar este hecho, dichas capacidades no son necesariamente transferibles al resto de la población de un país, por una serie de razones incluyendo los desequilibrios educativos y culturales, falta de acceso al crédito y los servicios financieros, etcétera. Hablar de una “brecha digital” en este caso sería caer en el reduccionismo, convirtiendo un situación compleja en una mera cuestión de “acceso”.

Puesto que la ausencia de los recursos para lograr que toda la población tenga educación y calidad de vida apreciables, es una de las causas que provocan los desequilibrios de acceso a la tecnología, la relevancia del término “brecha digital” debería yacer en otra parte. Por ejemplo, en la falta de acceso a la Internet por parte de amplio sectores de la población de un país que son, al menos en teoría, capaces de utilizar los recursos disponibles de manera creativa, como por ejemplo los estudiantes de educación superior, o trabajadores con grados universitarios; también se podría considerar a los empresarios y trabajadores “informales”, parte de la economía informal o paralela, que funcionan fuera de los marcos legales y financieros, alimentan un porcentaje importante del PBI de las economías en desarrollo.

Ene este caso, la falta de acceso puede ser una de muchas razones que explican la al parecer insuperable barrera que los participantes de la economía informal enfrentan, cuando tratan de incrementar su participación en el proceso de creación de riqueza, como ha sido explicado por varios autores. Determinar cuán relevante es este factor en particular, resulta una pregunta muy compleja, que no corresponde plantear aquí. Peor al menos aproximarse al tema desde este ángulo en particular puede servir para considerar el debate de la brecha digital como un asunto relevante para los países en desarrollo.

Pero el punto crítico de muchos argumentos yace en el mismo lugar: la brecha digital es una cuestión de acceso a tecnología, y su potencial para transformar reside en los usos que el público, los agentes económicos y los educadores puedan acometer, pero también en la posibilidad que el público en general use y consuma los productos y servicios puestos a su disposición a través de las tecnologías. Aquellos que no tenga acceso a la tecnología está excluidos de sus beneficios potenciales, y por ello la brecha digital es, finalmente, crítica para el futuro de una nación, puesto que puede volver inamovibles las actuales desigualdades de ingreso y riqueza.

Ahora bien, lo mismo puede decirse de una larga lista de productos y servicios, desde agua potable y saneamiento hasta educación superior de alta calidad. Vistas como claras manifestaciones de las distancias entre una nación desarrollada y otra en desarrollo, el acceso a los servicios público o privados, de cualquier tipo, puede ser interpretado como una “brecha” entre naciones, o entre segmentos de la población en un nación. Visto desde esta perspectiva, la mera idea de una brecha es inútil, puesto que es tan solo un nombre elegante para una colección de deficiencias que se manifiestan de distintas maneras.

Dos variantes
Aceptando incluso la existencia de deficiencias de acceso, se puede dividir su naturaleza mediante un marco analítico que propone dos matrices de origen diferentes para estas carencias. En países desarrollados como en los subdesarrollados, la predominancia de varones entre 20 y 35 años de edad como usuarios de la Internet aparece como un factor a considerarse1. Digamos que esto es un aspecto claramente generacional, pero también incluye un componente de oportunidades que se puede y se debe enfrentar; de la misma manera, la diferencia significativa entre usuarios varones y mujeres, o la ausencia de representantes de minorías étnicas o culturales.

Constatada y aceptada la existencia de desigualdades entre sectores que tradicionalmente cuentan con acceso a una serie de oportunidades, frente a aquellos que a su vez no cuentan con ellas, se podría considerar también que esta parte de la problemática de la brecha digital es la única que merece una caracterización como brecha, puesto que políticas de promoción a todo nivel pueden cambiar la situación. En otras palabras, dado que una brecha implica una distancia salvable entre dos puntos, las limitaciones de acceso de sectores sociales por razones no estructuralmente económicas pueden corregirse mediante mecanismos compensatorios o de promoción, especialmente si estamos hablando de sociedades que cuentan con los recursos para hacerlo.

El problema de “género”, por ejemplo, es significativamente distinto en sociedades en las que las leyes y los programas del estado pueden promover que las mujeres accedan a una amplia gama de oportunidades, mientras que en países subdesarrollados, que las mujeres no tengan oportunidades es un reflejo de las carencias estructurales que colocan a un porcentaje de la población en situación de pobreza endémica. Se trata entonces de dos problemas distintos, inconmensurables.

La brecha digital, compensable mediante mecanismos de promoción, puede calificarse como una versión “suave” de la idea, al indicar una carencia de oportunidades específica en una sociedad que en general, las ofrece2. No se trata de carencias estructurales que requieren soluciones igualmente estructurales. A esta versión suave corresponden las barreras de acceso a las personas con limitaciones físicas, los inmigrantes y las minorías en los países desarrollados en general, y la barrera de género. La promoción de la igualdad de oportunidades, a todo nivel, debería bastar para que el proceso de cierre de la brecha sea efectivo. Ciertamente, no es un ejercicio banal ni sencillo, requiriendo inversiones significativas; y las consecuencias de la inacción pueden ser importantes si se tiene como objetivo la igualdad de oportunidades, dado que si no se actúa en este plano, otras políticas de promoción pueden ser insuficientes o incompletas. En la versión suave de la brecha digital, la urgencia proviene de lograr una visión comprehensiva de la promoción de oportunidades.

La versión “dura” de la brecha digital consistiría en el conjunto de desigualdades estructurales entre países o entre sectores de la sociedad, antes que desequilibrios de acceso que pueden explicarse generacional o culturalmente, o por oportunidades de acceso. La brecha digital se entendería como la separación entre sectores “info-ricos” e “info-pobres”. Ambos grupos pueden convivir en una misma sociedad como pueden existir en países distintos. En una visión global de la relación entre tecnología y sociedad, la brecha digital sería una manifestación específica de la brecha estructural: la solución a la brecha digital pasa por una solución a los problemas estructurales. La lucha contra la pobreza podría tener como una de sus estrategias el aprovechamiento de oportunidades brindadas por las tecnologías, pero apenas como una de varias rutas y tomando en cuenta que el objetivo primordial subordina por completo la tecnología a la economía y el desarrollo social.

Pero este razonamiento no suele ser central en la discusión sobre la brecha digital. Más bien, se insiste en la relación entre brecha digital y oportunidades digitales como una ruta autónoma, carente de contacto con los problemas estructurales, o en todo muy importante por sí misma incluso para la solución de dichos problemas. La clave de este razonamiento reside en la relación entre riqueza de información y riqueza económica en la base misma de la noción habitual de una sociedad de la información, como la expone entre otros Castells (Castells, 1997 y Webster, 1995). Se entiende, de manera implícita y a veces explícita, que la tecnología de información y comunicación ofrece un potencial enorme para acceder a la información necesaria para compensar las limitaciones que existen para un grupo social determinado; la información necesaria, disponible gracias a las tecnologías, serviría para salvar la actual carencia de oportunidades para el desarrollo económico y por lo tanto, traería el progreso. Ergo, el desarrollo de la economía y con él, el desarrollo general de una sociedad, dependerían en gran medida de la creación de oportunidades digitales. Superar la brecha digital se convierte en una urgencia considerable para el desarrollo, imaginándose la sociedad como resultado de sus tecnologías, en una versión social de la autonomía tecnológica que Langdon Winner (Winner, 1989) llama mitoinformación.

Sirva como ejemplo esta formulación sobre el tema tomada de la Carta de Okinawa sobre la Sociedad Global de la Información, del Grupo de los Ocho

Reducir la brecha digital en y entre países tiene una importancia crítica en nuestras respectivas agendas nacionales. Todos deberían poder disfrutar el acceso a las redes de información y comunicación. Reafirmamos nuestro compromiso con los esfuerzos que están siendo desarrollados para formular e implementar una estrategia coherente sobre este tema (DOT Force, 2000).

Hay que notar un aspecto importante: la brecha digital debe ser salvada a través del acceso generalizado a las redes de información y comunicación. La carencia de acceso es la clave del proceso, porque se asume que contando con este acceso, la brecha sería fácilmente superada. Obviamente, la creación de acceso requiere la promoción activa desde el Estado y la sociedad civil de conectividad, lo que se emparienta con todo el razonamiento basado en el Consenso de Washington que se discutió en el capítulo anterior: el acceso a estas redes crearía oportunidades que no existen en las condiciones actuales. Las oportunidades, ellas solas, no garantizan el desarrollo, pero servirían al menos como un camino a seguir, el que podría como no ser tomado por las naciones actualmente perdidas en el subdesarrollo. Por ello, es imprescindible el desarrollo de infraestructura de telecomunicaciones e información, que permita lograr la tan ansiada disponibilidad.

Aun aceptando la pertinencia de esta argumentación, hay dos problemas con esta formulación “dura” de la brecha digital. La primera reside en el tema, muy importante, de las prioridades. Desarrollar una infraestructura digital tiene dos partes: las redes mismas, que son asuntos de las empresas de telecomunicaciones, y el acceso a estas redes, que en muchos casos tiene barreras insalvables de costos de implementación y de uso. El ejemplo canónico sería el acceso a la Internet. ¿cómo lograr que la población acceda a la Internet? Primero se necesita una infraestructura de telecomunicaciones, y luego una infraestructura de acceso. Conectividad y acceso son las dos partes de esta ecuación. No se trata de comparar estos ejercicios con las políticas que incorporan la dimensión de la Internet y las tecnologías a la educación o el gobierno, puesto que estamos hablando de políticas sectoriales, mientras que la brecha digital se suele presentar como una carencia social, más sistémica. Podría pensarse en que un sector de la población que contase con acceso a la Internet desde las escuelas pero no mediante centros comunitarios, podría acceder a los beneficios de las tecnologías para el proceso educativo pero perderlos una vez que se convirtiese en un simple grupo de ciudadanos.

Con estas premisas, y aun aprovechando la infraestructura de telecomunicaciones montada para el acceso desde colegios, faltarían los medios para el acceso comunitario. Pero ¿quién financia el acceso? Específicamente, ¿cómo se consiguen los mecanismos de acceso, las computadoras y los medios físicos necesarios?; y luego, ¿cómo se financia el uso de estas computadoras, su renovación, mantenimiento, y sobre todo su operación cotidiana, bastante más complicada que la de una radio o televisor?

En países con recursos limitados, las prioridades sociales son difíciles de establecer. El desarrollo del acceso requiere inversión, que no necesariamente cuenta con los fondos necesarios para ser llevada a cabo. Esta inversión debe priorizar el acceso a la Internet frente a otras necesidades sociales, que pueden o no, ser vistas como más urgentes. La cuestión entonces es cómo definirlas y sobre todo, como hacer para que los grupos que no siente al acceso a la Internet como más prioritario que las carreteras la salud básica y preventiva, y la educación acepten la reorganización de las prioridades.

Claro esta, no es tan simple como esto, y entre las variables a considerar esta la cuestión de usar la tecnología y el acceso a la misma para salvar más de una brecha, matando dos o más pájaros con un solo tiro. Por ejemplo, establecer una conexión a la Internet en un área alejada puede permitir dar servicios de salud preventiva a través de promotores y no requerir los mismos gastos que exigirían convencionalmente el envío de promotores de salud o de profesionales de la salud, al menos a nivel preventivo, y en comunidades sensibilizadas en una cultura de prevención. La actualización de profesores podría abaratarse, y la difusión de materiales educativos de última generación ser más sencilla mediante la tecnología que mediante los medios convencionales.

Esto requiere mucha planificación y una implementación cuidadosa, transversal, de la tecnología, bajo la premisa que los resultados no necesariamente tienen que ser inmediato y sobre todo que las percepciones iniciales no son necesariamente parejas con los resultados, quizá modestos, que se obtendrían al inicio. No se trata de descartar los beneficios a priori, pero si de ponderarlos con cuidado.

Aquí, sin embargo, surge el segundo problema, que tiene que ver con los verdaderos resultados. Hasta ahora, los beneficios propuestos se ubican en el campo de los servicios sociales, los que sin duda servirían de paliativo para la pobreza de las condiciones de vida en los países en desarrollo. Pero la cuestión reside finalmente en la caracterización de la brecha digital como un problema de desarrollo, el cual tiene como componente principal el aspecto económico. Dicho de otra forma: todos los intentos de compensar la pobreza a través de la tecnología no servirán de mucho sin que haya un esfuerzo claro para desarrollar las economías, de manera de lograr servicios que efectivamente se sostenga y mejoren con la mejoría general del nivel de vida de la ciudadanía. Si, al ser salvada, la brecha digital no crea oportunidades económicas, entonces continuará existiendo. La pregunta de fondo es otra: ¿realmente, el solo acceso a la tecnología es una solución para la ausencia de oportunidades en países en que los sectores económicos vibrantes y enganchados a la economía mundial son la gran minoría?

Se puede entonces plantear que en países donde se experimenta la versión “dura” de la brecha digital, los sectores en donde habrá un impacto directo y beneficioso de las estrategias de reducción serán aquellos que tengan la capacidad de crear riqueza, capital social o humano, de manera relativamente rápida, sin que necesariamente haya un correlato con las causas estructurales de la brecha. Por ejemplo, en la educación superior, las instituciones deberían poder aprovechar la Internet para mejorar la enseñanza y facilitar los procesos de creación intelectual, mientras que en la educación rural, limitada por cuestiones más estructurales, el impacto podría ser menor o a más largo plazo. La reducción de la brecha, planteada como una cuestión de acceso a la tecnología, sería entonces pertinente en los sectores donde la posibilidad de un salto cualitativo, gracias a acceso a la Internet, esté al alcance.

Una nueva serie de preguntas surge luego de estas observaciones: ¿por qué el acceso a la Internet cambiaría significativamente la forma como un grupo o una nación crea riqueza, mejora el proceso democrático o fortalece los vínculos sociales? Tal vez se trate que la forma en que cada grupo o nación accede la Internet sirve de demostración de las particulares deficiencias que este grupo o nación tiene, que la promoción del acceso a la Internet, sin la intención ulterior de cambiar la forma como la gente actúa, está destinada a fortalecer prácticas sociales que no son necesariamente conducen a la creación de riqueza, participación democrática o cohesión social. La brecha digital puede ser la manera equivocada de llamar algo distinto, algo que puede ser crítico para el desarrollo de los países pobres, si se busca su participación medianamente constructiva en la sociedad en red.

Al mismo tiempo, es aparente que la brecha digital está siendo propuesta como un punto de política relevante para los países en desarrollo, si bien en una forma vaga y no necesariamente útil, mientras que el verdadero debate ocurre en otra parte. Pero la noción de una brecha implica la existencia de un desequilibrio claro, mensurable, relacionado con la disponibilidad de TIC, sea al nivel del acceso o al de los resultados, es decir en el uso efectivo de estas tecnologías para crear crecimiento y riqueza. Por ello, la discusión a seguir es establecer la relevancia de un concepto, en vez de un término, para establecer objetivos nacionales de crecimiento económico, social, y educacional, en países en desarrollo.

Tarea difícil, sin duda. El propósito de esta comunicación es más modesto. Se busca proponer un marco analítico para acercarse a este término, basado en un conjunto de observaciones empíricas desde la realidad peruana, así como una revisión extensa de la bibliografía internacional sobre el tema; se plantea la irrelevancia del uso del término brecha digital en el contexto de una formulación coherente de políticas tanto de comunicación como de desarrollo de la sociedad de la información. Sin negar la relevancia de la presencia de la Internet en las sociedades latinoamericanas, ni la importancia de contar con esta herramienta como parte del bagaje de acción para el desarrollo, cuestionar desde una perspectiva propia de los estudios de comunicación la pertinencia del término pasa por tratar de establecer una definición así como por darle perspectiva en la misma discusión sobre la difusión, uso y aplicación de la Internet y otros nuevos medios, con objetivos sociales y económicos¬ claros, antes que tecnológicos o industriales.

La aproximación directa a la realidad del uso de la Internet puede servir para hacer el análisis más adecuado y preciso. Por ello, y descartando la vaguedad de los pronunciamientos nacionales e internacionales, y más bien enfocando la pertinencia de los indicadores de acceso en una ciudad como Lima, la capital del Perú, podría ser posible contar con una comprensión más adecuada del conjunto de carencias que estaría detrás de la idea de una brecha digital. Específicamente, la brecha como una cuestión de acceso a la tecnología se discuta bajo la evidencia que una porción significativa de la población usuario potencial de la Internet de esta ciudad ya tiene acceso, gracias a medios alternativos, mientras que al mismo tiempo el tipo de acceso hecho posible a través de estos medios alternativos ha configurado la forma como la Internet y las TIC son usadas por el público, de manera tal que nos plantea nuevas, diferentes y sin duda complicados desafíos.

De esta manera, se propone un intento de aproximación al debate desde una perspectiva distinta, y quizá proponer una discusión distinta.

Un caso sin brecha: la Internet peruana
El caso peruano sirve como modelo para cuestionar la situación. Dado que es imposible pensar en cubrir las necesidades de acceso a través de recursos institucionales o privados / familiares, el acceso a la Internet se logra a través de los telecentros, pequeñas empresas con fines de lucro que brindan acceso como un servicio comercial, a precios muy asequibles. Conocidas en el Perú como cabinas públicas3, abundan en prácticamente todo centro poblado de tamaño medio para arriba (sobre los 5.000 habitantes), y a precios sumamente asequibles, por debajo de un dólar de los EEUUAA por hora de conexión. Tanto evidencia empírica casual como estudios sistemáticos indican que para el Perú, la cuestión no es el acceso (Colona, 2002; Fernandez, 2001; OSIPTEL, 2001 y Villanueva, 2004). Si la entendemos como una cuestión de acceso, la brecha digital en el Perú esta más o menos controlada, si bien la calidad del acceso no es la ideal ni mucho menos, como se verá a continuación.

Resultado de una iniciativa de diversificación de la Red Científica Peruana, entidad promotora original de la Internet en el Perú, las cabinas públicas fueron propuestas como parte de una estrategia de IT4D, o Tecnología de Información para el Desarrollo, incorporando beneficios como el “empoderamiento” de la sociedad civil, oportunidades económicas para grupos minoritarios, y mejoramiento general de la gobernabilidad. Conjuntamente con las iniciativas “desarrollistas”, la RCP trató de establecerse como ISP comercial, sin éxito significativo, y en la actualidad subsiste fundamentalmente como administrador del centro de registro nacional de nombres de Internet4.

Si bien la RCP trató de establecer un telecentro modelo, en sus oficinas principales en un distrito de cale media de Lima, su iniciativa no tuve resultados, dado que los pocos telecentros puestos a funcionar fuera de Lima fueron mal administrados por gobiernos locales, que no lograron encontrar una utilidad social concreta ni pudieron actuar como negocios, desapareciendo poco a poco. Pero al mismo tiempo, la idea de acceder a la Internet comenzó a tomar atractivo ante el público en general, en especial entre los jóvenes estudiantes universitarios y de institutos técnicos, expuestos a la Internet en sus cursos de informática, a través de la prensa y de la opinión de sus profesores.

Para mediados de 1998, primero en Lima y luego en ciudades del interior, las cabinas comenzaron a popularizarse. Estas iniciativas comerciales guardaban la mínima conexión con las comunidades en las que se ubicaban, pero fueron fuertemente promovidas desde las empresas de telecomunicaciones, que vieron en ellas una excelente oportunidad para ampliar sus servicios.

Actualmente, hay sobre 1000 cabinas en Lima, y se estima un número ligeramente mayor para la suma de cabinas en el interior del Perú, concentradas en áreas urbanas que representan el 72% de la población del país. Cerca del 10% de los habitantes urbanos del Perú son calificados como “pobres extremos”, viviendo con menos de un dólar diario. Excluyendo a este grupo, a los menores de 8 años y al pequeño grupo de analfabetos que no están en el sector de pobres extremos, así como a los mayores de 65 años, el público potencial total para las cabinas es de alrededor de 12 millones de personas. En el caso de Lima, la población estimada de 8 millones deja unos 4,5/5 millones como usuarios potenciales, de los cuales más de dos millones se estima usan las cabinas con un mínimo de asiduidad, con unos 400.000 usuarios de la Internet usando predominantemente acceso domiciliario o institucional.

Si hablamos en los términos planteados para acercarnos a la brecha digital en su versión “dura”, que sería el caso peruano, entonces tenemos que cerca del 50% de la población limeña, y alrededor del 35% a 40% de la población del país, considerada como pasibles de obtener resultados gracias a la Internet, ya acceden a esta red. La pregunta obvia es ¿qué pasa tras el acceso?

Varios estudios sirven para establecer con certeza el uso de que se hace de la Internet en las cabinas públicas. La mayor parte del público de las cabinas está compuesto de estudiantes secundarios y universitarios, con algunos menores de 15 años y adultos aportando un porcentaje importante. Mientras que la mayoría de los que responden encuestas sobre las cabinas suelen decir que el uso principal que realizan es con fines de estudios o académicos, el patrón observado de uso suele consistir en sesiones cortas, orientadas a servicios específicos para los adultos (correo electrónico, algo de banca electrónica o servicios gubernamentales, telefonía IP y algo de navegación), mientras que para los jóvenes el patrón más bien es juegos en línea, mensajería instantánea y otras actividades de comunicación interpersonal, y poca navegación. En el caos de los estudiantes universitarios, algo de investigación se realiza, si bien muchas veces consiste en obtener trabajos terminados de sitios como monografías.com o rincondelvago.com

La experiencia de la cabina resulta definida en dos dimensiones distintas: para los jóvenes, con tiempo en sus manos y una percepción menos urgente del uso de la Internet, la intención principal es el entretenimiento y ocio; para el estudiante y el adulto, con necesidades específicas y urgido de tiempo, la intención está orientada a resultados concreto. Esta orientación a resultados es válida incluso para los estudiantes, que buscan documentos con fines precisos, que no pueden llamarse convencionalmente investigación, pero que resultan muy eficientes.

Como un espacio de tránsito, la cabina se define por la circulación del público. Tanto los jóvenes con un consumo orientado al ocio, como los adultos que buscan soluciones rápidas a problemas concretos, configuran su acceso a la Internet en función de la utilidad que son capaces de encontrar en el servicio, como en las facilidades específicas que hallan en el sitio donde se produce el acceso al servicio. Los usos de la cabina configuran su “imaginación” como espacio público, no en un sentido clásico, sino de acceso público pero bajo control privado. La Internet y sus cabinas aparecen como una extensión del centro comercial, pero más pobre y menos variada en apariencia.

Vista bajo esta óptica, la configuración de la Internet por los consumidores de cabinas hace pensar que el acceso resulta siendo una dimensión sumamente flexible. Dar mecanismos de acceso en un contexto domiciliario debería ofrecer cambios en la manera como la familia aprovecha la información, pero también en cómo organiza su tiempo y cómo articula la vida familiar; de la misma manera, la presencia de la Internet en un contexto institucionalizado implica cambios o al menos posibilidades de cambios en la gestión del tiempo, las relaciones de poder y el acceso a la información en cada contexto institucional.

Pero si el acceso a la Internet está fuera de un contexto concreto, y es apenas un servicio comercial más, ¿qué Internet tenemos? Y particularmente relevante para esta discusión, ¿bajo qué criterios vale la pena juzgar el acceso a la tecnología, y ultimadamente, la brecha digital?

Consumo y articulación de la vida social
Resulta evidente de la observación del uso de la Internet en cabinas públicas, que el interés fundamental reside en el consumo de nuevos medios, sea el chat, la mensajería instantánea, los juegos en línea, o los productos culturales que se bajan a través de redes de intercambio de archivos. Los usos orientados a productividad personal, trabajo o estudio son concurrentes con el consumo de medios. Este consumo es similar a que pueden realizar los jóvenes del mundo entero, con la atingencia que las cabinas, al estar basadas en computadoras formato PC, no permiten acceder a los contenidos desarrollados para consolas de juegos.

Estas cabinas sirven como mecanismo de acceso al consumo de contenidos protegidos por derechos de autor, en muchos casos a través de espacios “liberados” como los portales Nuke, servicios como KaZaa, Durie, Gnutellas y bitTorrents. En esta medida, las cabinas permiten, gracias a la velocidad de acceso y a la falta de supervisión, participar en la Darknet, la red creada sobre la Internet que existe para el tráfico paralelo de contenidos (Villanueva, 2002).

Dada la actitud orientada a resultados del uso de la Internet, incluso el acceso con fines académicos y profesionales puede consistir en conseguir contenidos pret-a-porter, como trabajos escolares y universitarios, reemplazando la tarea de investigación por la adquisición de documentos ya hechos. En todas sus formas, el consumo de contenidos y medios que ofrece la Internet a través de las cabinas, convierte a estos sitios en espacios de aprovechamiento muy preciso, comercial, de la red. La contradicción con el propósito original salta a la vista. La imaginación original de las cabinas era una de espacios orientados al desarrollo individual y social. La realidad nos ofrece una experiencia distinta.

Las cabinas aparecen ante nosotros como un ejemplo del potencial de la Internet para ser recreado por el uso que recibe de la gente. Mientras que la imaginación original lo convertía en una ruta de desarrollo, la práctica demuestra valores distintos. El problema es que discusiones como las de la brecha digital descansan en darle un valor único de uso a la Internet, descartando la posibilidad de que se quede anclado en las prácticas de consumo sin que los individuos que usan la Red opten por explotar el potencial originalmente identificado.

Lo que da importancia social a la Internet no es acceder a esta Red, sino usarla de maneras concretas. Algunos usarán la Internet para ampliar sus conocimientos, o para ser más competitivos, o para vender o comprar; otros consumirán contenidos culturales o enviarán mensajes a sus amigos. Muchos, usarán la Internet para hacer todo esto, incluso al mismo tiempo. Lo fascinante es que a pesar de todo lo que se pueda decir, el sitio donde se hace uso de la Internet sigue importando, puesto que las necesidades concretas, así como las limitaciones concretas puestas tácita o implícitamente por las instituciones, permiten hacer cosas distintas en cada lugar. Las cabinas aparecen en esta interpretación como espacios antes de que híbridos, hibridizables, que pueden ser convertidos en una amplia gama de oportunidades de uso, de acuerdo a los intereses de la gente pero también según las posibilidades que cada sitio brinda.

Detenerse en los usos específicos y concretos de cada cabina, según cada juego de posibilidades, requiere esfuerzos muy específicos de investigación, aun pendientes para nuestros países. Pero una pista aparece en los estudios disponibles en el caso peruano: las cabinas son espacios de acción social donde la tecnología es transformada por el uso que la gente hace de ella, en particular por el consumo de nuevos medios. El uso y el consumo sitúan la tecnología y la transforman en un ámbito cotidiano de acción social, en el que las prácticas, buenas o malas, creativas o consumistas, son recreadas y potenciadas por la tecnología, pero no necesariamente transformadas; un caso de domesticación tecnológica, como lo llaman Silverstone y Haddon (Silverstone y Haddon, 1996).

El caso de los trabajos escolares pret-a-porter ya mencionado sirve como ejemplo de este acto de situar la tecnología en prácticas sociales concretas: los usuarios acuden a las cabinas, con motivos declaradamente académicos, pero reproduciendo un estilo de trabajo escolar que no por preexistente es bueno o conveniente, que es hacer trampa, o copiar. Copiar un trabajo ya disponible como mecanismo para cumplir con la obligación escolar. La tecnología facilita el proceso de copiado, da más facilidades y amplia el corpus de material a copiar, pero no transforma la actitud de los estudiantes o de sus familias frente a las obligaciones escolares. Esto no es un uso académico pero es presentado como tal, porque los usuarios están reproduciendo, usando nuevos medios, una costumbre adquirida frente a la educación.

Ignorar esta dimensión, realzando la preocupación por el acceso, es banalizar la importancia de la Internet en la sociedad contemporánea, y ciertamente en sociedades como las nuestras. La tecnología tiene un potencial transformativo, pero las prácticas sociales no desaparecen porque se cuente con un medio con potencial, a pesar de la insistencia en el determinismo tecnológico, compartida por muchos promotores de la brecha digital, cultivadores de las “mitologías digitales” (Valovic, 2000). Para ello, el cambio es institucional o directamente estructural, y aumentar el acceso a la tecnología no tiene que producir este cambio. Discutir la brecha digital como una problemática de acceso es pues, irrelevante y banal.

Banalidad esencial frente a un programa de investigación
La brecha digital, como se dijo al inicio de este trabajo, es un término que ha sido cargado de significaciones. Insistentemente promovido desde la industria de las telecomunicaciones, acogido por multilaterales y gobierno, se asume tanto la consistencia como la pertinencia de la idea que, intuitivamente, es expresada al mismo tiempo en variedad de formulaciones. El problema, aparte de la ya mencionada debilidad conceptual tras el término, es que aun cuando se logre darle un carga concreta y mensurable, convirtiéndolo en un concepto útil para el análisis social, no sirve para aproximarnos sino de una manera muy limitada, a la realidad del acceso y uso a las tecnologías de información y comunicación y a los nuevos medios.

Así pues, descartar la brecha digital es urgente si queremos contar con conceptualizaciones útiles tanto para los estudios sociales (comunicación, sociología, culturas) como para políticas públicas. Lo que se requiere es un programa de investigación, que incorporando la dimensión uso a la dimensión acceso, permita entender con precisión qué hace la gente que no tiene un acceso “convencional”, es decir enmarcado en un espacio socialmente institucionalizado, a la Internet.

Parte de este programa requiere estudios más precisos sobre la importancia del uso de las cabinas en distintos contextos. Por un lado, diferenciar con claridad a la población que accede a la Internet mediante cabinas primaria o exclusivamente, frente a los que hacen uso de estos recursos de manera ocasional, complementariamente, o para uso específicos, como los juegos en línea. Pero por otro lado, es urgente estudiar el consumo de nuevos medios y su real conexión con las actividades que los usuarios declaran, como la educación o la investigación, para determinar entre otras cosas, cuánto de esta educación tiene relación con lo que podríamos llamar la lógica del educador, o cuánto es en realidad apenas aprovechamiento para salvar el paso.

Hay pues una agenda interesante para acercarnos a la Internet. Esta agenda no carece de urgencia, puesto que la inversión constante en ejercicios de conectividad por los gobiernos de la región seguirá existiendo, así como la presión de los operadores para seguir creando conexiones e instalando equipos, y la ilusión de la población por los beneficios que la tecnología brindará no dejarán de estar presentes, hasta que una novedad tecnológica aparezca en el horizonte, reemplace a la Internet como canto de sirena y nos obligue a reiniciar el debate. Esto último habrá finalmente, fatalmente de suceder; mientras tanto, el debate nos llama.


Notas:

* Este trabajo fue originalmente una ponencia para el III Congreso Panamericano de Comunicación, Buenos Aires, julio 2005.
1 En el caso norteamericano, donde hay 52% de mujeres para 48% de varones, hay 49% de usuarios de la Internet varones, lo que indica un ligero predominio sobre su participación demográfica; en países europeos la distancia entre varones y mujeres es significativamente favorable a los varones. Para esta y otra cifras demográficas, puede consultarse <www.clickz.com/stats>.
2 Las ideas aquí expuestas aparecen también en [7]
3 Este nombre es claramente local: en otros países se las llama “cafés Internet” o “locutorios Internet”.
4 Para mayores detalles sobre la labor de la RCP, y la Internet en el Perú en general, ver Villanueva, 2002.


Referencias:

Castells, Manuel (1997): La era de la información: economía, sociedad y cultura. Madrid: Alianza. 3 tomos.
Colona, Carla (2002): Las Cabinas Públicas de Internet en Lima: Procesos de comunicación y formas de incorporación de la tecnología a la vida cotidiana: informe de investigación. Disponible en: <http://www.pucp.edu.pe/fac/comunic/ccolona.doc>
Chen, Wenhong y Barry Wellman (2003): Charting and bridging digital divides: comparing socio-economic, gender, life stage, and rural-urban Internet access and use in eight countries. Toronto: Centre for urban and community studies, University of Toronto, for the AMD global consumer advisory board.
DiMaggio, Paul y Eszter Hargittai (2001): From the “digital divide” to “digital inequality”: studying Internet use as penetration increases. Princeton: Center for arts and cultural policy studies, Woodrow Wilson School, Princeton University (Working paper #15).
DOT Force (2000): Carta de Okinawa sobre la Sociedad Global de la Información. Firmada por los presidentes y jefes de gobierno del Grupo de los Ocho. Traducción de Eduardo Villanueva. En: <http:// www.dotforce.org/reports/it1.html>.
Fernandez Maldonado, Ana María (2001): Diffusion and use of new information and communication technologies in Lima. Delft University of Technology. Presentado ante el Seminario Internacional de Investigación en la sostenibilidad social de redes tecnológicas, abril 2001.
Gandy, Oscar H., Jr. (2002): The real digital divide: citizens versus consumers. En: Leah Lievwrouv y Sonia Livingstone, eds., Handbook of new media, New York: Sage, pp. 448-460.
Norris, Pippa (2001): Digital divide: civic engagement, information poverty and the Internet worldwide. Cambridge: Cambridge University press.
OSIPTEL (2001): La situación de Internet en el Perú: documento de trabajo, noviembre del 2001. Disponible en <http://www.osiptel.gob.pe>, sección Prensa y publicaciones.
Silverstone, Roger y Leslie Haddon (1996): Design and the domestication of information and communication technologies: technical change and everyday life. En: Communication by design : the politics of information and communication technologies / edited by Robin Mansell and Roger Silverstone. Oxford: Oxford University Press, pp. 44- 74.
Tanner Hawkins, Eliza (2003): Bridging Latin America’s digital divide: government policies and Internet access. In: Journalism and mass communication quarterly, 80(3), autumn 2003, pp. 646-665.
Valovic, Thomas (2000): Digital mythologies: the hidden complexities of the Internet. New Jersey: Rutgers.
Villanueva, Eduardo (2002): La experiencia de Internet en el Perú: a diez años de la Red Científica Peruana. En: <http://macareo.pucp.edu.pe/evillan/exper.html>
Villanueva, Eduardo (2004): Internet availability and politics in Peru: a preliminary report on an apparent paradox. Presentada en PISTA: International conference on politics and information systems: technologies and applications, Julio 2004 (ISBN: 980-6560-21-3).
Villanueva, Eduardo (2005): Senderos que se bifurcan: desafíos y dilemas de la sociedad de la información. Lima: PUCP.
Webster, Frank (1995): Theories of the information society. Londres: Routledge.
Winner, Langdon (1989): The Whale and the reactor : a search for limits in the age of high technology . Chicago: the University of Chicago Press.
WSIS (2004): Declaración de principios: Construir la sociedad de la información, un desafío global para el nuevo milenio. Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información. Documento WSIS-03/GENEVA/4-S, 12 de mayo 2004. Original en inglés. En:<http://www.itu.int/dms_pub/itu-s/md/03/wsis/doc/S03-WSIS-DOC-0004!!PDF-S.pdf>


Mag. Eduardo Villanueva Mansilla
Departamento de Comunicaciones, Pontificia Universidad Católica del Perú, Perú.