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2006

 

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Lugares Comunes
(Des) Aforismos

 

Por Jorge Martínez
Número 51

Considerando en frío, imparcialmente,
que el hombre es triste, tose y, sin embargo,
se complace en su pecho colorado;
que lo único que hace es componerse de días
que es lóbrego, mamífero y se peina...

Considerando también
que el hombre es en verdad un animal
y, no obstante, al voltear, me da con su tristeza
en la cabeza...
César Vallejo

El alcance de nuestro entendimiento está anclado en nuestras tripas.

Lo más profundamente animal que hemos hecho es Dios.

El mejor destino para el pensamiento que se repite y deja de serlo es la oración.

Tarde se dio cuenta Goethe de su pensar botánico: más luz es una satisfacción de árbol.

¿Dios piensa?

Lo mismo que hace al hombre pensar lo hace cagar.

¿Dios vive?

El verbo está hecho de vida, el espíritu no la necesita pero parece amarla.

¿Estamos seguros de que la mosca no reflexiona?

La verdad científica sólo sirve para calcular.

Para escapar del matamoscas, la mosca calcula, tiene espíritu científico.

Veritas suele ser una vanalidad gramática.

En el hombre moderno la inteligencia vive en la estupidez.

La inteligencia de las plantas es la de mayor eficacia: no necesita de palabras ni de símbolos, siempre es luminosa, lúcida.

El deseo no necesita de lenguaje, a menos que no se alcance.

De nuestra matriz instintiva vienen la bestia y el artista, que tanto se parecen.

La metonimia del isóseles velludo en un vientre dibujado basta para que un músculo inconsciente se levante.

Refiera, confiera, difiera, infiera, prefiera: no sea fiera.

El vacío está lleno de lo que no percibimos.

Con todo, no somos capaces de experimentar nada mejor que el orgasmo, igual que las ratas o las ballenas.

Algunos chimpancés aprenden a mentir, quiere decir que algo tienen de poetas. Los chimpances mentirosos son los genios de su estirpe.

En el hombre, mentir es una capacidad innata, insalvable, que está en la base de la poiesis. Por fortuna todos mentimos.

No se puede mentir sin imaginación.

La mentira está en nosotros, es espontánea, un atributo de la especie. La verdad hay que encontrarla, es artificial, se escapa, es siempre incompleta, fría. Por eso la cortejamos, la deseamos.

Seguimos discutiendo qué es verdad pero siempre hemos sabido qué es mentira.

¡Qué similares, el infinito y el instante! ¿Serán fractales?

Sin veritas no hay tecnología. Sin aletheia, poetizar es una ambición improbable.

En la sociedad contemporánea los imbéciles tienen mayor posibilidad de subsistir.

Cuando nace, la lujuria aguza el ingenio, espolea la voluntad, agita la imaginación.

Antes de serlo, la lujuria fue ternura.

Después de haberla disfrutado, la lujuria favorece el pensamiento.

La lucidez cristiana de San Agustín proviene de su sensualidad pagana, de su lujuria.

El enamoramiento es un atavismo mamífero.

Los buenos no son tipos de fiar. Los malos tampoco, pero su hipocresía es más tangible.

La diferencia entre el bien y el mal es una abstracción o fallida o perversa.

Soy libre de cumplir con la fatalidad de mi destino... igual que el piojo o la semilla.

Caras vemos, coitos no sabemos.

Bajo la mesa, mi mano desensortija sus vellos. Una lágrima en mis dedos.

La mujeres se enamoran cuando algo de ellas forzamos al poseerlas, o cuando ellas creen que somos capaces de hacerlo. Es un vestigio del celo.

El varón no se enamora, se empecina... igual que el cerdo barraco.

El enamoramiento es una conducta hembra que no tiene que ver con el género.

La fidelidad no es un asunto sexual.

El placer es un dolor cultivado.

La perversidad es lo humano del sexo.

Aceptamos ya que los órganos genitales comienzan en la lengua, somos mamíferos. El olfato sigue reprimido.

La sabrosura de las mujeres comienza en su olor... ¿o en su dolor?

Apretadas circunvoluciones: el cerebro y los intestinos. La misma pauta en el origen de las ideas y de las heces.

A juzgar por la manera como se refleja en el hombre, Dios ha de tener mal gusto. Con los caballos de Protágoras al menos habría sido más estético.

El tiempo es de temperamento voluble, es inestable, acomodaticio. Baila según el ritmo que la escala toque. En la pequeñez infinita desaparece, a una magnitud cósmica también. A la velocidad de la luz se subsume en ella. En la masa constreñida de un agujero negro se extingue. En el vacío –que no existe- sigue existiendo.

Del tiempo, nuestro saber es negativo: estamos seguros que no es lo que nombramos presente. En tanto que pasado y futuro son palabras rudimentarias, expresiones burdas de la percepción de nuestros sentidos animales. Presente, pasado, futuro revientan su contundencia con un simple “hubiera”.

Todavía no hemos logrado que el tiempo y la razón escapen a la dictadura de la gramática.

El espíritu no es carne, pero sin ella no ha sabido existir. El placer, el sufrimiento, la serenidad, la lucidez, la beatitud participan de la carne del espíritu.

Somos moléculas sucesivamente unidas y dispersas en instantes, en milenios, en gusanos, en montañas, en personas.

El sexo es un recurso cómplice de la muerte que es un invento de la vida que se vale del sexo.

Nunca he podido ser indiferente a la indiferencia.

Al pedirme que juzgara he votado por la inocencia de su culpabilidad.

En la formación de la conciencia ha sido circunstancial, si no es que irrelevante, la inteligencia, ambas pertenecen a campos lógicos y de percepción distintos.

La inteligencia por sí sola, al margen de acotaciones religiosas o filosóficas se convierte en técnica sometedora de la naturaleza.

El camino del Zen conduce a una conciencia de la que la inteligencia se ha vaciado. La fe cristiana es una conciencia en la que se ha excluido a la razón.

La conciencia, más allá de la razón y de la inteligencia y libre de las ataduras de la fe todavía tiene que vencer las tiranías de la afectividad y de la sensibilidad.

La inteligencia es un fenómeno de la vida, es biológica, la conciencia abre un agujero a través del cual comenzamos a fisgar más allá.

A la inteligencia y a la verdad apenas el azar ha sido capaz de juntarlas: se mezclan tanto como el agua y el aceite.

La justicia, el bien, la belleza son indiferentes para la inteligencia.

Con la inteligencia calculamos, tomamos decisiones, con la razón podemos llegar a preguntarnos por qué hemos decidido lo que decidimos, con los órganos afectivos sentimos nostalgia por la elección desechada.

La razón es indispensable para equivocarnos. La intuición no corre el riesgo de equivocarse salvo cuando se enuncia pero entonces ya cayó en el dominio de la inteligencia.

Dotados de razón pero incapaces de sensualidad los ángeles concluyeron que su inmortalidad se llama infierno.

Cuando la razón alcanza el grado de conciencia vuelve sobre la carne. La lujuria es el segundo útero de la conciencia.

Al contrario de lo que Pascal creía el pecado no corrompe sino que sostiene a la razón. Prohibir y pecar humanizan la razón, la elevan a la condición de conciencia.

Químicamente el afán de poder es testosterona. Perseguir el poder esclaviza al varón. Castrada, la mujer es más proclive a la libertad y a la ética.

Sin colesterol el cerebro no funciona, la grasa es indispensable para pensar, en tanto que la gracia es indispensable para alcanzar la poiesis.

La hembritud es el estado más cabal de la conciencia, las mujeres se empeñan en abandonarlo.

La virilidad es una hipertrofia de la estupidez causada por el exceso de testosterona.

Antes de serlo la fe fue instinto.

Para no repetir lo dicho desde hace 5 000 años habríamos de volver a pensar sin palabras.

Ya lo sabía Aristóteles: el enamoramiento es una infección.

Avanzar a ser humano es un vislumbre de otra condición.

El primer parto de la conciencia es la prohibición y el inmediato anhelo de quebrarla.

El horizonte de la conciencia se limita a sí misma.

Hemos sido incapaces de comprender otras conciencias, ni siquiera podemos percibirlas.

Protagónicos, buscamos otras conciencias a partir de nuestra escala humana: ¿y si la amiba fuera consciente?

La indagación sobre la conciencia la hemos restringido a la vida orgánica: ¿y si la roca fuera consciente?

¿En el cosmos otras conciencias estarán ciegas de nosotros?

Lo probable es que varias formas de conciencia estemos ahora, y desde siempre, conviviendo indiferentes, ciegas las unas de las otras.

¿Cómo pensar una conciencia que no sea la nuestra?


Jorge Martínez Ruiz
Miembro de la Sociedad de Escritores de Morelos, México