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Por Alejandro Ocampo
Número
52
Esta
editorial, la de la edición 52, es acaso
la editorial más triste que he escrito
y la que ciertamente me ha costado más
trabajo escribir. Y es que tratar de encontrar
las palabras para expresar la profunda pena que
significa el haber perdido a un amigo es sólo
comparable a la alegría que, en vía
de la resignación, significa haberlo conocido
y haber compartido con él un pedazo de
nuestra vida. Es de un agradecer infinito poder
decir que las coincidencias en tiempos y espacios
nos llevaran a conocernos y a descubrir en ese
indispensable otro una esperanza y una guía
que irradia latente la posibilidad de que las
cosas pueden ser diferentes.
El pasado mes
de julio, nuestro amigo, compañero y maestro,
Javier Vilchis, murió. Para todos quienes
lo conocimos -personalmente o a través
de sus textos, en los que se revelaba indudablemente-,
la actitud y el carácter -así,
a la manera aristotélica que a él
tanto le iba- de Javier lograron ganar rápidamente
nuestro cariño, confianza y admiración.
Filósofo de formación académica
y beatnik por convicción personal, su
interminable confianza en la persona nos evidenciaba
a cada instante sus incondicionales generosidad
y bondad al prójimo. Su interés
por las clases -las que sólo dejó
de impartir por razones verdaderamente importantes
por lo que fueron ínfimas en casi 25 años
de ejercer su vocación en el Tecnológico
de Monterrey Campus Estado de México-,
en las que buscaba, a la usanza socrática,
despertar a sus estudiantes de la vacuidad de
la parafernalia consumista, de la importancia
de un íntegro desarrollo personal basado
en la no explotación del otro y de la
búsqueda auténtica de uno mismo,
sin duda marcaron a muchas generaciones de egresados
que tuvimos la suerte de tenerlo como profesor.
Paradójicamente
formado en el tomismo de estilo ortodoxo, Javier
encontró en Kierkegaard a su filósofo
más apasionante y favorito. Estudioso
de la contracultura -de la que nunca se alejó,
por ello estaba siempre con los jóvenes:
“son ellos los que hacen los cambios”
decía- y admirador empedernido de The
Doors, Pink Floyd, The Beatles
y Bob Dylan, tenía al jorobado danés
como inspiración para enfrentarse a la
vida, a su propia vida, desde su individualidad
bien recortada, desdeñando así
a los abstractos que están en todos lados
y en ninguna parte y centrándose en el
que fuera su principal interés: la problemática
existencial. Era común que dejara en crisis
a sus alumnos, que nos hiciera reflexionar si
esta vida, la única que teníamos,
la estábamos viviendo con toda la energía
y la pasión que nuestra humanidad demandaba,
o tan sólo éramos fantasmas atolondrados
por el tener y aparentar. Sólo la crisis
es oportunidad y esa reflexión nos obligaba
a ponernos al timón de nuestras propias
vidas para entonces entender a cabalidad la angustia
que produce el decidir conscientemente y la desesperación
que produce el chocar contra nuestros límites.
Había mucho de libertador en él.
En este momento
en que los recuerdos resurgen y se agolpan uno
a uno, puedo decir muchas cosas muy buenas de
Javier, una lista verdaderamente interminable,
sin embargo, me parece que hoy más que
nunca la trascendencia de Javier está
en su obra, auténtica, como él.
Su legado lo hará mantenerse entre nosotros
indefinidamente, esa es la virtud que sólo
tienen los grandes hombres y él lo era,
indudablemente. Pero también, como su
estudiante que fui, quiero dejar testimonio del
regalo más grande que, he comprendido
ahora en su totalidad, un maestro puede darle
a un alumno y que fue el que me hizo a mí
y eso no lo olvidaré jamás. Para
septiembre de 2003 se publicaba su primer libro,
Persona, educación y destino que
sintetizaba en buena medida el pensamiento de
Javier. Muchos años de pensar, de vivir,
de sentir, se condensaban en una obra que, lo
sé de cierto, estaba dedicada y hecha
por y para los alumnos. Pues bien, aunque pudo
haber invitado a prestigiados filósofos,
importantes directivos y a reconocidos académicos,
quienes le conocían y lo veían
con admiración para que presentaran su
libro, prefirió que fueran sus alumnos
y amigos quienes lo hicieran. En aquella ocasión
los maestros Juan Cruz, Miguel Martínez,
Rafael García y este que leen, presentamos
su obra. Juan y Miguel eran amigos muy cercanos
de Javier, mientras que Rafael y yo fuimos sus
alumnos. Esto me permitió confirmar con
absoluta certeza su humildad frente al conocimiento,
su actitud y su aprecio para con sus alumnos
y sus amigos, así como su inagotable generosidad
al compartirnos sus reflexiones.
Consciente de
los límites de todo pensamiento y más
del suyo, recuerdo que cuando me invitó
a presentar su obra, y cuidadoso de que por ser
sus alumnos y amigos quienes presentáramos
el libro aquello se convirtiera en una interminable
andanada de alabanzas, me hizo un fuerte hincapié
en ser muy crítico. De esa petición
podrán
dar testimonio Juan, Miguel y Rafael, a quienes
estoy seguro les dijo lo mismo. El acto resultó
estupendo. Hubo excelentes comentarios hacia
la obra, así como algunas críticas
que Javier atendió como el aprendiz más
disciplinado. El libro me sigue pareciendo extraordinario,
justo reflejo de su autor. Por supuesto, aún
conservo la invitación y la atesoro más
que nunca.
En abril de
2005 decidimos realizar una mesa redonda sobre
Kierkegaard, a propósito de su 150 aniversario
luctuoso. Participaron extraordinarios filósofos:
Luis Guerrero -quizá quien más
ha estudiado al autor de Temor y
Temblor en México-, Rafael García
–el mismo quien presentó también
su libro y se encuentra en la fase final de su
tesis doctoral-, Alberto Constante –también
mi inquieto, lúcido y genial maestro-
y por supuesto Javier. Cito aquí el último
párrafo de su conferencia que por su asertividad,
desbordamiento hacia el otro y esperanza, cada
vez que leo, sólo me parece más
hermoso y más definitivo de lo que Javier
pensaba y buscaba:
En efecto;
si en la sociedad opulenta de mediados de los
cincuenta había surgido el movimiento
de contracultura, es porque sus valores son
insuficientes para el reclamo de la voluntad
humana. Kierkegaard nos explica el fenómeno
subrayando que todo individuo que se instale
únicamente en la inmediatez del placer
de los sentidos está desesperado lo sepa
o no. Sin embargo, sabía también
que lo valioso de la juventud es que los jóvenes
todavía tienen la suficiente receptividad
para creer en los grandes ideales. Esta es la
razón de la predilección de Sócrates
por la juventud, pero dice Anti-Climacus: esta
receptividad juvenil se pierde también
con los años. No hay que olvidar que
en los años sesenta se decía entre
los jóvenes que no se puede confiar en
una persona mayor de treinta años. Porque
en efecto, el movimiento beat fue el antecedente
de la contracultura de los años sesenta.
Cuando aparece el rock y se convierte en poesía
inspirada en la generación beat (no hay
que olvidar que beat también significa
el golpeteo de la batería de ahí
el origen de la palabra Beatles) se
produce entonces, con esta unión de rock
y poesía, una formidable arma de comunicación
“indirecta” para despertar la conciencia
narcisista de una juventud cómodamente
instalada en el confort de una sociedad burguesa.
A través de la poesía transmitida
a ritmo de rock, la fuerza de la palabra se
transforma en interioridad subjetiva que hace
surgir una pasión por la problemática
existencial, una expansión de la conciencia
juvenil por una falta de satisfacción
y de sentido. En la música de Bob Dylan,
Paul Simon, John Lennon, entre otros, se expresaron
los grandes ideales que tenían como característica
común el anhelo imaginario de una comunidad
fraternal universal. Si la fe “es una
pasión”, como dice Johannes de
Silentio (Kierkegaard, 1996), sinónimo
de Kierkegaard, entonces estos jóvenes
realmente creían que podían cambiar
el mundo. Por eso en 1968 escribieron en la
Universidad de Paris: “No queremos vivir
en un mundo cuya condición de no morir
de hambre sea la de morir de aburrimiento, tampoco
queremos vivir en un mundo en que la felicidad
de los unos debe coexistir con el sufrimiento
de los otros”. Es verdad que sus demandas
eran imposibles, y que la realidad de un sistema
económico mundial extremadamente complejo
terminó pronto con el sueño, pero
aún ahora a 37 años del 68 y a
los 150 años de la muerte de Kierkegaard,
si queremos seguir siendo jóvenes no
hay que olvidar las palabras de Johannes de
Silentio: “sólo el caballero de
la fe triunfa sobre lo finito, el caballero
de la resignación es aquí un extraño
un transeúnte” recordando estas
palabras podemos entender ahora porqué
los estudiantes del 68 escribieron también:
“seamos realistas exijamos lo imposible”.
En fin, aunque
alabanza en boca propia es vituperio, no me cansaré
jamás de felicitarme por haberlo invitado
a escribir en Razón y Palabra, publicación
que hizo suya y que quiso tanto que se tomó
la iniciativa de invitar a colaborar también
a sus amigos y compañeros. Para todos
ellos nuestro reconocimiento y gratitud. Por
esta afortunada razón, buena parte de
la producción intelectual de Javier se
encuentra precisamente aquí. La enlisto
como invitación a revisarla, analizarla
y criticarla, indudablemente lo merece:
Vilchis, J.
(2001, octubre). Prometeo posmoderno. Razón
y Palabra, 23. Recuperado el 1 de agosto
de 2005, de http://www.razonypalabra.org.mx/fcys/2001/octubre.html
Vilchis, J.
(2002, julio). La importancia del respeto como
valor fundamental de la responsabilidad social.
Razón y Palabra, 27, Recuperado
el 1 de agosto de 2005, de http://www.razonypalabra.org.mx/fcys/2002/julio.html
Vilchis, J.
(2002, septiembre). El 11 de septiembre y la
banalidad del mal. Razón y Palabra,
28, Recuperado el 1 de agosto de 2005, de
http://www.razonypalabra.org.mx/fcys/2002/septiembre.html
Vilchis, J.
(2002, diciembre). A 22 años del asesinato
de John Lennon: Mark David Chapman y el Guardian
entre el Centeno. Razón y Palabra,
30, Recuperado el 1 de agosto de 2005, de
http://www.razonypalabra.org.mx/fcys/2002/diciembre.html
Vilchis, J.
(2003, abril). Big Brother y la anorexia kafkiana.
Razón y Palabra, 32, Recuperado
el 1 de agosto de 2005, de http://www.razonypalabra.org.mx/fcys/2003/abril.html
Vilchis, J.
(2005, junio-julio). Criminales espirituales
y resentimiento autócrata. Razón
y Palabra, 45, Recuperado el 1 de agosto
de 2005, de http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n45/jvilchis.html
Vilchis, J.
(2005, agosto-septiembre). Kierkegaard y la generación
Beat. Razón y Palabra, 46, Recuperado
el 1 de agosto de 2005, de http://www.razonypalabra.org.mx/anteriores/n46/jvilchis.html
Algunas otras
obras publicadas de Javier:
Vilchis, J.
(1999). ¿Competir hasta la neurosis?.
Istmo, 240, 34-37.
Vilchis, J.
(2003). Big Brother y el porvenir orwelliano:
¿Hacia un totalitarismo de la banalidad?.
En Islas, O., Gutiérrez, F. & Benassini,
C. (Eds.), Reality shows. México:
CECSA-ITESM.
Su libro:
Vilchis, J.
(2003). Persona, educación y destino.
México: Plaza y Valdés.
Todos los que
integramos el Proyecto Internet y Razón
y Palabra y profesábamos por Javier un
especial aprecio: Octavio Islas, Fernando Gutiérrez,
Claudia Benassini, Norma CampoGarrido y este
que leen, extendemos solemnemente nuestro más
sentido pésame a Violeta, su esposa, así
como a Daniela, Mariana y Javier, sus hijos.
Gracias Javier,
maestro, compañero y amigo, por todo lo
que nos diste, no te olvidaremos jamás.
Sobre la edición
52, les presentamos las ponencias de la mesa
Internet, Sociedad de la Información y
Cibercultura del congreso de la ALAIC celebrado
en Brasil durante el mes de julio. De igual manera,
Octavio Rojas, importante publirrelacionista
mexicano, nos honra con su presencia intelectual
desde España al coordinar la nueva sección
llamada "Comunicación Corporativa
Hoy". Enhorabuena Octavio, muchas gracias
y bienvenido.
Alejandro
Ocampo Almazán
Director de Razón y Palabra |