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Por Ma. Luisa Sánchez
Número
52
Cuántos
persuadieron y aún siguen persuadiendo
a tantos y sobre tantas cuestiones con sólo
modelar un discurso falso
Cada una de
las partes que constituye un discurso reside
en: el talante del que habla, en la predisposición
del oyente y la última en el discurso
mismo, en función de lo que este demuestra
o parece demostrar. El uso adecuado de cada una
de las partes sigue teniendo hoy bastante importancia
en diferentes ámbitos de la vida social.
Por ejemplo, en los discursos de los políticos,
en las leyes que nos gobiernan, en la publicidad,
los contratos y en toda la información
que nos llega a través de los medios de
comunicación que hacen uso del poder de
las palabras y del uso deliberado de las mismas.
Una vez más
comprobamos como las tesis defendidas por el
filósofo griego Aristóteles permanecen
vigentes. El concepto de orador persuasivo (éthos),
que en otro momento de la antigüedad se
le consideró como charlatán, manipulador
o virtuoso de la palabra es hoy conocido como
orador creíble. Para valorar la credibilidad
que este transmite, el oyente sigue principalmente
dos criterios: el racional y el de la simpatía,
teniendo en cuenta tanto las palabras como las
acciones pasadas y presentes del orador. Este
concepto es algo que pocos comunicadores llegan
a poseer y se fundamenta en tres atributos1
personales: competencia, fiabilidad y dinamismo.
Así
que, cuando los oradores engañan en lo
que dicen o sobre lo que dan consejo, ello es
por todas estas causas o por alguna de ellas;
porque, o bien por insensatez no tienen una
recta opinión, o bien, opinando rectamente,
callan por malicia su parecer, o bien son sensatos
y honrados, pero no benevolentes, por lo cual,
aún conociendo lo que es mejor, sucede
que no lo aconsejan.
En el momento
en que un orador inicia su discurso, se pone
en marcha un complejo proceso en el que intervienen
multitud de factores. Conocerlos puede ayudar
a tomar conciencia de los pasos que se deben
dar para mejorar cualquier intervención
pública: la intervención de un
político en la cámara, la lección
de un profesor, la presentación de un
proyecto, o las palabras en un homenaje, etc.
Otro de los
componentes es el receptor, oyente o
espectador del discurso o mensaje. Para Aristóteles
la figura del “Oyente-juez” es fundamental
en retórica y por ello le dedica un gran
número de páginas al Estagirita.
Es fundamental para él el análisis
de sus emociones o estados de ánimo. Como
destinatario del discurso es quien decide si
la información recibida es o no válida.
Por tanto es primordial que el orador persuada
al auditorio teniendo en cuenta sus necesidades,
su edad, su clase social, su riqueza y su poder.
Llevado esto a situaciones actuales lo encontramos
por ejemplo en la actuación de los políticos
en cualquiera de sus intervenciones públicas,
que conociendo los sondeos de opinión
lo utilizan para conocer los deseos de sus electores.
Y más aún cuando esos políticos
hacen sus discursos a la juventud. Recuerdo en
este sentido como unos meses antes de las pasadas
elecciones generales (2004) el actual Presidente
del Gobierno José Luís Rodríguez
Zapatero se dirigió al alumnado de la
Universidad Carlos III de Madrid, seleccionado
como auditorio joven más vinculado a una
ideología, clase social e incluso cultural
que otros públicos de otras universidades
madrileñas.
Y en último
término está la argumentación
del mensaje. La buena retórica es la que
sirviéndose de argumentos retóricos
coloca ante el oyente todos los medios necesarios
para tomar una decisión, es decir la que
ejercita la capacidad de deliberación.
Pero sea cual sea la forma que utilicemos en
la argumentación2
de nuestro discurso lo importante es que esté
bien estructurado y que se utilice el lenguaje
adecuado. La observación de muchas presentaciones
en distintos auditorios me han revelado que cuando
el orador expone las ideas claras, bien ordenadas
sus palabras y sus gestos brotan con fuerza y
con espontaneidad el discurso resultaba brillante.
Cuando faltan estas condiciones el discurso se
vuelve errático y vacilante.
Como decía
Aristóteles sobre los elementos subjetivos
de la persuasión:
Puesto que
la retórica tiene por objeto formar un
juicio y dado que también se juzgan las
deliberaciones y la propia acción judicial,
resulta necesario atender a los efectos del
discurso. No sólo a que sea demostrativo
y digno de crédito, sino también
a cómo ha de presentarse uno mismo y
a cómo inclinará a su favor al
que juzga.
Comprobamos
en la actualidad que estas tesis siguen conviviendo
con otras teorías más modernas
porque son muchos los científicos que
siguen acudiendo al filósofo griego para
apoyar sus modernos estudios de persuasión
y comunicación3.
Pero también se acude a las doctrinas
y planteamientos de otro rétor hispanoromano
como fue el español Marco Fabio Quintiliano4
(30-100 a. C). Un autor que produjo el más
ordenado y claro manifiesto del fenómeno
retórico (T. Albadalejo, 1991: 29) gracias
a su gran capacidad sintetizadora. Quintiliano
considera al orador como un hombre bueno con
capacidad para hablar bien, reconoce que tiene
que tener una formación integral y tiene
que poseer dotes naturales que debe mejorar.
La obra de Quintiliano es el tratado de retórica
más ordenado y extenso de los conocidos
y resume la tradición y los textos griegos
y los latinos que la consolidan en Roma. Los
12 libros que la componen recogen sus experiencias
como docente y son reconocidos como un manual
pedagógico, un curso de gramática,
una Retórica y una preceptiva literaria.
De Quintiliano
tomamos como referencias muchas de sus técnicas
de oratoria y retórica incluidas hoy algunas
de ellas en cursos especializados para formación
de portavoces oradores, expertos en comunicación,
políticos, personajes públicos,
etc., como también lo fue en su tiempo
para la formación de ciudadanos cultos.
Hoy son incluidas en los planes de estudios y
formación de distintas universidades americanas,
como es el caso de la Universidad de Columbia5,
en Estados Unidos y de otras universidades europeas.
En este sentido
constatamos que muchas técnicas comunicativas
aplicadas habitualmente por expertos en comunicación,
formaron parte del repertorio de sociedades pasadas
que ya la emplearon en sus comunicaciones. Entre
ellas, el mensaje que deben dar los portavoces,
la división del discurso, las técnicas
de persuasión al auditorio, pertenecen
entre otras a este repertorio.
También
Maquiavelo en El Príncipe, refleja
en su capítulo XXIII lo que hoy denominamos
“comunicación ascendente”.
Lo que Maquiavelo produjo con su obra según
K. Burke6 fue
una “retórica administrativa”
y hace algún tiempo también un
artículo muy popular escrito por los autores
Antony y Jay (1967), titulado “Management
and Machiavelli”, fue incluido en las lecturas
obligatorias de programas de desarrollo para
ejecutivos en Estados Unidos.
Una aplicación
de estas mismas técnicas que venimos estudiando
fue instituida por el reformador social e industrial
Robert Owen (1771-1858), en su fábrica
de Escocia durante la primera mitad del siglo
XIX. Owen dedicó muchos años a
estudiar las relaciones entre patronos y trabajadores
(comunicación ascendente, descendente
y horizontal) y llegó a imponer en su
empresa un moderno pensamiento de la comunicación:
la política de puertas abiertas7.
Una técnica que fue utilizada años
más tarde por estudiosos como Elton Mayo,
como base científica para la denominada
Teoría de las Relaciones Humanas. Esta
teoría mantiene los principios de las
relaciones humanas basadas en una gran proporción
de principios y normativas originadas en los
siglos pasados.
Sus teorías
trascendieron a lo largo de los años,
pero un acontecimiento clave se produjo cuando
en 1949 apareció un manifiesto firmado
por un grupo de líderes representantes
de empresas en los diversos sectores llamado
“Human Relations in Modern Business”.
Este documento denominado por los expertos como
la Carta Magna de las relaciones humanas, contenía
muchos de los principios de R. Owen propuestos
ya a principios de siglo XIX y que se mantuvieron
vigentes en numerosos estudios, artículos,
libros y lecturas prohibidas durante los años
20, 30 y 40.
Son muchas las
obras, situaciones o épocas en las que
se perciben estrategias que ayudan a persuadir
al auditorio como estamos reflejando. Sirva también
como ejemplo cinematográfico la versión
que en 1953 realizó el director de cine
J.L. Mankiewicz interpretada por Marlon Brando,
del acto III de Julio César de W. Shakespeare.
En su discurso magistral, Marco Antonio defiende
la figura de su amigo César mediante la
utilización de ciertas tácticas
persuasivas como la fiabilidad, recompensa, el
miedo o la sorpresa, que hacen cambiar la opinión
del pueblo romano.
En estos días
he observado la publicidad que realizaba televisión
española sobre uno de sus programas de
televisión. El espacio que lleva por título
“59 segundos” hacía su reclamo
diciendo así: “Todo en 59 segundos:
controlar los nervios, ser directo y claro, no
dormir al auditorio y saber acabar a tiempo”.
¿No se asemeja esto a como argumentar
utilizando una adecuada retórica en el
discurso?
Conclusión
Como resumen decir que el objetivo de este artículo
no es hacer una síntesis de la historia
de la retórica clásica. Más
bien se desea hacer mención a la importancia
que esta ciencia ha tenido y sigue teniendo en
los diversos ámbitos de la vida a los
que afecta el uso de la palabra y su argumentación
en el discurso. De esta forma observamos como
en la actualidad, cualquier discurso político,
la formación de portavoces, el mensaje
publicitario o el discurso de la información
que nos llega a través de los medios de
comunicación son objeto de conocer la
obra de Aristóteles y la del español
Quintiliano.
En este sentido
no parece nada anacrónico apelar a la
orientación ofrecida por los autores clásicos
para tomar conciencia del poder de las palabras,
que en ningún caso es inocente y siempre
sigue siendo una parte fundamental en la argumentación
de cualquier rétor. Y terminar como empezamos,
con una frase de Aristóteles que dice8:
"Cuántos persuadieron y aún
siguen persuadiendo a tantos y sobre tantas cuestiones
con sólo modelar un discurso falso".
Notas:
1
Estos tres ingredientes de la credibilidad es
un paso importante para llegar a la cima de la
persuasión. La competencia supone dominar
y poseer la técnica y el conocimiento
de lo que se habla. Fiabilidad estriba en que
el orador cumpla lo que promete en su discurso.
Y dinamismo es un componente de la personalidad.
2 Aristóteles
hablaba de tres géneros de discursos retóricos:
el deliberativo, el judicial y el epidíctico.
Lo propio de la deliberación es el consejo
y la disuasión que es precisamente lo
que hacen aquellos que hablan ante el pueblo.
En el discurso judicial los que pleitean deben
hacer una acusación o una defensa. Y en
el discurso epidíctico predomina el elogio
y la censura.
3 MILLER, G.
R., BURGOON, M, “The functions of human
communication in changing attitudes and gainning
compliance” en ARNOLD, C. , Handbook of
rhetorical and communication theory, 1984, p.
401.
4 Marco Fabio
Quintiliano nació en Calagurris (act.
Calahorra) regentó la primera escuela
de retórica sufragada por el Estado. Y
escribió uno de los manuales de retórica
más conocidos.
5 Entrevista
mantenida en Febrero de 2004 en el programa de
Fernando Delgado en la Cadena SER con el Alcalde
de Calahorra (Zaragoza).
6 BURKE, K.
Rhetoric of motives, Prentice-Hall ,Nueva York,
1950, pp. 158-159.
7 GEORGE, C.S.,
The history of management thought, Prentice-Hall,
Englewood Cliffs, N.J., 1972, p. 62.
8 Aun cuando
existe duda sobre el autor de la frase, pues
hay quien la atribuye al conocido sofista Gorgias,
nuestras investigaciones nos permiten afirmar
que se debe al estagirita.
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Dra.
Mª Luisa Sánchez Calero
Profesora de Periodismo, Universidad
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