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Leyendas del Agua en México

 

Por Andrés González
Número 53

González Pagés, Andrés, Leyendas del agua en México,
Prólogo de Daniel Murillo Licea;
ilustraciones de Carlos Parra Sánchez;
diseño de Óscar Alonso Barrón,
IMTA, México, 2005;
versión en inglés, Water Legends of México, trad. de Carole Bullard, IMTA, México, 2005.

Introducción
Antes de referirnos al contenido concreto de este libro y a las distintas motivaciones específicas que animaron al autor al momento de escribirlo, así como a las reflexiones a que en algunos casos dieron lugar los temas incluidos, permítasenos una breve exposición de carácter formal-literario que pudiese contribuir a la mejor recepción de los textos por parte del lector.

En su segunda acepción del vocablo “leyenda”, el Diccionario de la Real Academia Española nos dice que es una “Relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o verdaderos.” (1, 2, 1371)

Pero esa relación de sucesos que la leyenda muestra no es una simple lista, sino que presenta una estructura narrativa. Es decir, se trata de una obra artística de determinadas características, sea que pertenezca sólo a la tradición oral o sea ya una obra literaria, lo cual significa que está escrita (del latín littera, letra) (1, 2, 1367). En esta segunda modalidad, las leyendas suelen conservar en todo el mundo su nombre subgenérico de “leyendas”, independientemente de la forma literaria en que se desarrollen, pudiendo tratarse de relatos, cuentos o novelas.

La afirmación de que se trata de obras artísticas debe entenderse como que en cualquier caso las leyendas buscan principalmente transmitir al escucha o lector emociones y sensaciones, y no sólo una serie de datos racionales o “fríos”, que son el dominio de la información que se transmite por medios distintos del arte.

Recordemos que la estructura del relato tiene una linealidad horizontal; esto es, que puede o no presentar conflictos o situaciones de tensión, a la vez que puede prescindir de un clímax o momento culminante. La estructura del cuento, en cambio, es asimismo lineal, pero ascendente. Arranca siempre con un planteamiento, llega a una etapa de tensión conocida como “nudo”, y culmina en un “desenlace”, necesariamente liberador, catártico, lo cual no obliga a que ese final sea agradable o “feliz”. Estas dos formas narrativas tienden a conservarse en una cortedad que no arriesgue su paralela intención de entretener al escucha o lector con base en un suceso aislado o en una corta serie de sucesos. Por último, en este mismo orden de ideas, puede afirmarse que la estructura de la novela tiende a parecerse a lo que podríamos nombrar el “plano emocional” de una ciudad: incluye varias o aun múltiples situaciones diversas, con varias o múltiples situaciones de tensión y, consecuentemente, puede incluir de igual modo varias o aun múltiples situaciones culminantes.

En Leyendas del agua en México se da cabida a una mayoría de relatos y a unos cuantos cuentos. Esto se debe en primer término a que el modelo inicial fue el texto de Felipe Garrido que lleva por título “Tajín y los siete truenos”(2), que es un cuento típico. Pero también obedece a que entre las leyendas reelaboradas privan esas dos estructuras, en congruencia, por su parte, con el contenido de las propias leyendas. Para lo que no había posibilidad alguna aquí era la inclusión de una novela, así fuera corta, toda vez que un propósito mayoritario del autor era bordar en torno a la creatividad manifiesta de los lugares a los que recurrió para recrear parte de su respectivo bagaje cultural, y hasta donde le ha sido dado enterarse no hay ninguna novela vernácula que hable de los temas aquí incluidos. Otra razón, quizás la definitiva, fue que el libro estaría dirigido a niños y a lectores muy jóvenes, quienes están accediendo a la cultura del agua en forma de complemento a sus planes oficiales de estudio, y difícilmente podría insertarse en ese contexto un libro de todos modos más largo que los que puedan presumir del carácter de complementarios.

En general, para las leyendas narradas el autor conservó, además de la estructura de las que le sirvieron de base, elementos originales de los textos que fueron sus fuentes, en especial muchos de sus parlamentos. Una excepción fue “Ndareje, Río Lerma”, en la que agregó un suceso (el deseo del niño de que el águila sea “buena”, y la revelación de que lo es) como factor de cohesión entre los otomís y los jñato. Por su parte, “La Llorona” es original (si bien fue dada a conocer en un texto anterior) (3) por cuanto se basa en información recibida por el propio autor de boca de supuestos protagonistas.

La estructura del libro
La composición misma del acervo de las leyendas mexicanas dio la pauta para el plan de este volumen:

A) Leyendas prehispánicas.
B )Leyendas coloniales.
C) Leyendas modernas.

En el apartado correspondiente a estas últimas, cabe resaltar una leyenda que no ha dejado de vivir hasta hoy, habiéndose gestado en el primero de los tiempos que hacen dicha clasificación, y habiendo extendido su presencia, además, a un muy alto número de puntos del mapa nacional. Se trata de “La llorona”, sobre la que hablaremos luego con cierta amplitud.
Pertenecen al primer ámbito la leyenda “‘Nahui Atl’: el Cuarto Sol, o Sol de Agua”, de origen náhuatl; “Hapunda”, purépecha; “Tajín y los Siete Truenos”, totonaca, como antes dijimos, en versión de Felipe Garrido (2, 107-123); “Los árboles que lloran”, maya, y “El Tlalocan, o Paraíso de Tláloc”, teotihuacana, en versión del autor de este artículo sobre una idea del crítico de arte Antonio Rodríguez (4).

Del acervo nacional de leyendas coloniales se incluyen “El puente de los carmelitas”, guanajuatense; “Cuando se cambió el mundo, o cuando cayó el diluvio”, nayarita; “El manantial de la Alcantarilla”, michoacana; “El origen del lago de Tequesquitengo”, morelense, y “El pez que cenó San Juan”, oaxaqueña, ésta en versión del propio AGP sobre el texto del mismo nombre del célebre escritor Andrés Henestrosa (5).

Finalmente, se incluyen las siguientes leyendas modernas: “La Llorona”, hidalguense, versión del autor de este artículo sobre un texto propio (3, 106 y 107); “Las golondrinas de agua del Salto de San Antón”, morelense, texto original del autor de este artículo; “Ndareje, Río Lerma”, mexiquense; “Marina”, campechana, cuya versión es de Justo Sierra Méndez (6; 1, 92-99), y “Popchón y Xulubchón”, chiapaneca, texto original, asimismo, del autor de este artículo.

Las leyendas sobre las que no se especifica origen, provienen de distintos informantes compilados por José Rogelio Álvarez (6), al margen de que también la leyenda de Campeche y la de Andrés Henestrosa aparecen en su obra.

Resúmenes y comentarios de las leyendas incluidas en este artículo
Al margen de que en el prólogo de Daniel Murillo Licea pueden encontrarse de modo general los fundamentos socioculturales de las leyendas mexicanas del agua, el prologuista nos proporciona también precisiones esporádicas contundentes, como la que reza: “(en el mundo prehispánico) El agua, los dioses y la naturaleza formaban parte de un sistema de relaciones”, o como esta otra, referente ya a la época colonial mexicana: “El hombre no era parte de la naturaleza, sino que de alguna manera estaba colocado fuera de ella para utilizarla. Su objetivo no era adaptarse de manera sosegada a su hábitat, sino dominarlo y cambiarlo...” (ésta como cita de Michael Meyer, 7, 29). Entre las dos se muestra con claridad un cambio fundamental en la Historia de nuestro país que proyecta consecuencias determinantes hasta la actualidad. Respecto de esta última afirmación haremos el comentario de “La llorona”, leyenda que además ejemplifica bien, en sus tres etapas, el proceso que señalamos. Y esta serie de conceptos, al margen de que el tercero queda aún por mostrarse en estas páginas, resume lo que podríamos llamar “la tesis subyacente del libro Leyendas del agua en México”.

Ya en concreto, van ahora, después del resumen de cada leyenda que aparece en el libro, algunos reflexiones que fueron surgiendo según el autor avanzaba en su escritura:

a) Leyendas prehispánicas:
1. “Nahui Atl, el Cuarto Sol o Sol de Agua” (náhuatl).
Resumen:
Antes de nuestro tiempo, hubo otros cuatro, llamados “soles”. Al término del último de ellos, el dios Tezcatlipoca llama a Nene y Tata, matrimonio virtuoso, y les ordena ahuecar un ahuehuete para que puedan sobrevivir cuando se “hunda el cielo”, o sea para cuando caiga el diluvio. Pasado éste, y habiendo encallado su tronco en arena nuevamente seca, Nene y Tata traen hambre. Pescan y asan unos peces, sin saber que son congéneres suyos a quienes los dioses habían concedido la vida en esa forma. El humo del asado importuna el cielo, y Quetzalcóatl manda al mismo Tezcatlipoca a que aplique un castigo menor a la pareja. El humo hace toser al enviado, quien se enoja y decapita a los responsables. Arrepentido, quiere reparar el daño pegándoles de nuevo la cabeza. Pero, cegado por el humo, en vez de hacerlo sobre los hombros lo hace en las nalgas, por lo cual Nene y Tata viven convertidos en perros el resto del Cuarto Sol.

Comentario:
Es evidente que el vocablo “sol” equivale en este mito, además de a “edad” o a “era”, a “gobierno” o “poder”. Así, en el primer caso quienes gobernaban el mundo eran los jaguares; en el segundo el viento, en el tercero el fuego (o la sequía) y en el último el agua.

De otra parte, resulta sorprendente que la ciencia contemporánea establezca que a lo largo del tiempo geológico ha habido cuatro oscilaciones climáticas, las cuales debieron de terminar, cada vez, con la vida que acaso estuviese desarrollándose en la Tierra. (8, 50)

Cabe hacer notar que si bien para la presente versión del “Cuarto sol” se tomó mayormente la referencia que Rafael Tena hace al códice Chimalpopoca (9, 175-185), asimismo se tomó la referencia del escritor “Chaneque” (10) a la corrupción de la diosa Chalchiuhtlicue por parte de Tezcatlipoca, para que destruyera por cuarta vez a la humanidad desatando el diluvio al clavar su cayado en la cima del cerro Atépetl.
Buscamos aval para este proceder en el criterio de la pluralidad de las fuentes de la leyendística prehispánica enunciado por Alfredo López Austin (11, 434).

2. “Hapunda” (purépecha).
Resumen:
Hapunda, la princesa de la isla de Yunuén, era excepcionalmente bella y gentil. Llegada su fama a oídos de unos invasores chichimecas, se proponen raptarla y entregarla a su propio rey. Los hermanos de la princesa le ofrecen defenderla, pero ella sabe que el ejército enemigo es mucho más poderoso, de modo que decide escapar y contarle su drama al lago de Pátzcuaro, que es su novio. Éste le aconseja que se sumerja en sus aguas y se unan así para siempre. Luego de hacerlo, Hapunda renace en forma de garza blanca y vive en el lago al que adorna y del que se nutre.

Comentario:
“Hapunda”, en purépecha antiguo, significaba lago o laguna. Hoy, el vocablo correspondiente es “Japunda”.
En la referida leyenda el nombre se da a la princesa que se convierte en garza, y no al cuerpo de agua, que es el de “Pátzcuaro”. En otra leyenda michoacana del mismo nombre, la que se refiere al origen del lago de Cuitzeo, tampoco se le llama Hapunda al cuerpo de agua, sino a una princesa, tan bella como una flor, quien al llorar la muerte de su amado, el colibrí, da origen a dos ríos que ulteriormente forman el dicho lago.
No es éste el único caso en que dos leyendas distintas llevan el mismo nombre, si bien es de observarse que las dos que aquí aparecen (la segunda sólo como referencia en este comentario), pertenezcan a lugares muy cercanos. El hecho encontraría explicación por cuanto el nombre de ambas se refiere genéricamente a los lagos o lagunas y no a ninguno de ellos en particular.

3. “Los árboles que lloran” (maya).
Resumen:
Yum Chaac, Señor de las Aguas, tenía el encargo de repartir equitativamente el preciado líquido en el Cielo y en la Tierra. Solicita a sus hijos, el lozano Noh Zayab y la guapa Xbulel que lo ayuden en su vasta tarea, pero ellos se dedican a jugar en vez de hacer su trabajo. Xhoné Ha era hija de ella y de Yaax Kin, el Sol Joven a quien su propio padre, el Gran Sol, le había pedido también ayuda en sus propios trabajos. Enterado este último del comportamiento de los hermanos, desencadena con su furia una tormenta en la cual la pequeña Xhoné Ha es arrastrada. El castigo del tío fue convertirse en agua subterránea, y el de la madre ser el agua que inunda, con una quejumbrosa voz de vientos que buscan a la hija perdida. Los árboles de chucum, bajo uno de los cuales la pequeña dormía, fueron condenados a llorar por no protegerla debidamente.

Comentario:
Se mezclan en esta leyenda elementos propios de otras más conocidas, como son “El diluvio” y “La Llorona”. Debido a que al menos el tratamiento del tema de la primera es colonial, se deduce que también la de “Los árboles que lloran” data del tiempo en que México estuvo dominado por la corona española. Sin embargo, como ocurre por lo general con las narraciones en que se suceden hechos inmemoriales, sobre todo si aparecen en ellas nombres u otros vocablos prehispánicos, hay algo que obliga, como es el caso presente, a considerarlas anteriores al periodo al que se adjudican, en este caso la Colonia. “La Llorona”, como veremos más adelante, pudo aportar algo aquí dado su origen prehispánico, adoptado con modificaciones por la Colonia y sobreviviente en la actualidad.

De otra parte, el árbol llamado chucum se conoce también como tzalam en la propia península yucateca, como pinsán en Michoacán (12, 855) y como guamúchil en el resto del país. Y debido a que no sólo crece aquí, sino en distintos países de Hispanoamérica y aun en España, debe mencionárselo asimismo como pinsón, que es el nombre que recibe en esas tierras.

4. “El Tlalocan, o Paraíso de Tláloc” (teotihuacana).
Resumen:
Era éste un lugar de delicias ubicado en el interior del cerro de La Malinche. Tláloc, a quien estaba dedicado, y Chalchiuhtlicue, su esposa, organizaban de continuo juegos y banquetes de exquisitos manjares. Los pobladores eran sobre todo los muertos por haberse ahogado o por haber sido tocados por el rayo, o las mujeres fallecidas durante el parto. Un día un valiente guerrero salva a una mujer que iba a caer en una zanja con agua, pero al hacerlo cae él y se ahoga. Quetzalcóatl le dice que lo espera en su paraíso, pero Tláloc lo reclama para sí y convence al dios supremo. Al guerrero no le queda sino ir al Tlalocan y entra en él llorando, si bien no evade decir el discurso de agradecimiento al que estaban obligados todos quienes allí llegaban. La comunidad del Tlalocan integra de inmediato al recién llegado, que arriba de tal modo a la felicidad.

Comentario:
Alfonso Caso, el padre de la arqueología mexicana, interpretó que la imagen del orador recién llegado al Tlalocan muestra con sus lágrimas su pesar por la larga peregrinación que hubo de hacer a través del reino de la muerte. De otra parte, Salvador Toscano, eminente estudioso del mundo prehispánico, opinó que el Tlalocan aludía a Tamoanchan, el lugar de la alegría, donde hasta las ‘raíces florecen’.

Para el crítico de arte Antonio Rodríguez, el hecho de que a Tamoanchan se le señale en los códices con el jeroglífico de un árbol quebrado (por lo cual los hombres, viendo en ello quizás un designio de los dioses, abandonaron el paraíso inicial, el propio Temoanchan), justificaría el llanto del hombre, que agita las ramas quebradas mientras pronuncia un largo discurso, por cuanto ese recién llegado no pudo alcanzar algo mejor.
“A nosotros nos parece más lógico —dice Rodríguez— que el hombre llore por entrar a un simple paraíso terrenal, en vez de integrarse como todos los seres humanos, hechos dioses en Teotihuacán, al gran conjunto de las fuerzas universales divinizadas” (4, 41).

A estas palabras todavía puede agregarse la experiencia común de que quien sale de una circunstancia crítica (el tránsito por el camino de la muerte, caso de los que llegaban al Tlalocan, según Caso destaca) lo hace con un buen ánimo que borra de inmediato, quizás hasta como defensa psicológica, el recuerdo de las precedentes vicisitudes. Salvo, quizás, tratándose de un espíritu débil, lo que de ningún modo podría atribuirse a un guerrero náhuatl, o al menos a uno que ha alcanzado a entrar en un paraíso, aunque sea menor.

De otra parte, cabe recordar que si la voluta y la voluta florida como representaciones de la palabra y del canto son prácticamente exclusivas de la plástica prehispánica, esporádicamente se dan algunos ejemplos cercanos en el arte pictórico de otras culturas. Uno de éstos es el de la pintura renacentista de Alessandro Botticelli llamada La primavera. Aquí, de la boca de la ninfa Cloris sale una guirnalda florida que según una tradición de la época representa el canto con el cual ella le agradece a Céfiro, dios alado del viento, el impulso que le da para que se convierta en Flora, precisamente la diosa de esa estación feliz (20, 150).

b) Leyendas coloniales
1. “El puente de los carmelitas” (guanajuatense).
Resumen:
A Salvatierra, Guanajuato, la cruza el río Lerma Santiago, que un día se llamó Río Grande. Como la producción de maíz y distintas frutas estaba al otro lado, año con año el río cobraba muchas víctimas entre los habitantes de la ciudad, quienes debían cruzarlo para ir a adquirirlos allí. A fin de solucionar el problema, fray Diego de Cristo, del convento del Carmen, idea la construcción de un puente. Obtiene el permiso del superior, y todo comienza bien; pero al paso de los días el fraile se vuelve soberbio, y ello acaba por afectar la obra, que se suspende. Un fuereño ofrece terminarla, aunque con el alto costo de hospedarse en el convento. Su proyecto es aceptado, y se avanza de nuevo. Pero él y fray Diego provocan la indisciplina entre los religiosos. Una tormenta hace crujir un día las columnas del puente, ya casi terminado. El superior invoca a la Virgen y el fuereño, que es el Diablo, huye ante la imagen sagrada para dejar vivir en adelante en paz al convento y a la propia ciudad de Salvatierra.

Comentario:
Es de suponer que en algún momento el puente de esta leyenda sirvió de albergue a tejedores de lana, quienes habrán trabajado allí con aparatos de los llamados “batanes”, por lo que el propio puente adquirió ese nombre, que aún lleva.

De otra parte, por más que en esta leyenda el diablo haya sido “corrido” con cajas destempladas, su presencia sigue en el puente mismo, que no hubiera podido terminarse sin su ayuda. Es éste, así, un caso más, y por demás espectacular, del conocido sincretismo que se nombra precisamente “El Diablo en la Iglesia”.

En la ribera del río Lerma Santiago, que es el que aparece en esta leyenda, abundan diversas especies arbóreas que pudieron ser aprovechadas para fabricar los batanes: ahuehuete, sabino, sauce y carrizal. Hay también pino en las áreas montañosas.

2. “Cuando se cambió el mundo, o cuando cayó el diluvio” (nayarita, huave).
Resumen:
Juan vive con sus dos perros. Varias noches Dios se le aparece en sueños para decirle que “el mundo se va a acabar”, por lo que debe torcer mucha palma y hacer una larga soga. Dios se le revela como tal durante el tercer sueño. Le dice que cuando comience el diluvio deberá atar a la punta de la soga la mano del metate, lo cual luego le servirá de ancla para regresar a su casa. Subirá a su canoa con eso, además de con sus tres alimentos (maíz, frijol y calabaza) y con sus dos perros. Cuando la inundación baja, toda la gente ha muerto. Luego, al regresar Juan de su faena diaria, se sorprende dos días seguidos de que en su casa ya estén hechas las tortillas. Al tercer día regresa temprano y espía desde detrás de la barda. Descubre entonces que son sus perros quienes las hacen, habiéndose quitado la piel y cobrado forma de un niño y una niña. Al cuarto día regresa otra vez temprano, roba las pieles de sus perros, les echa sal y las esconde lejos, por lo que los niños se quedan ya así. Pero luego se casan y vuelven a poblar el mundo.

Comentario:
En el texto de la socióloga y escritora para niños Elisa Ramírez, uno de los que sirvió de base a la presente versión, no se menciona la lluvia en ningún momento.

Ello es interesante porque una hipótesis sobre el “Diluvio universal”, presentada hace pocos años por los arqueólogos marinos Walter Pitman y William Ryan, de la Universidad de Columbia, es la de que dicho desastre sobrevino sin relación con la precipitación pluvial, y no en tierras de la antigua Mesopotamia sino en el punto que hoy conocemos como estrecho del Bósforo, en Turquía. Según esta opinión, el diluvio ocurrió al ceder un dique natural que separaba al Mar Mediterráneo del Mar Negro, que estaba a menor altura. (1)
Asimismo, es pertinente referir que la versión huave del diluvio que aquí se presenta está emparentada en parte con la que aparece en el cuento náhuatl totonaco “El Diluvio y la Nana”, según registra María Elena Aramoni Burguete. (14) En esta última, además de que el principio regenerador de la humanidad es una perra que vuelta mujer echa las tortillas, se hace mención clara de que el diluvio consistió en una prolongada lluvia.

Debe recordarse que también se hace mención de la lluvia como causa del diluvio en el capítulo V de la Historia de los mexicanos por sus pinturas, copia de un documento redactado antes de 1544 probablemente por fray Andrés de Olmos, y en la Leyenda de los soles, interpretada en 1558 a partir del Códice Chimalpopoca. Consecuentemente, hacen igual mención de la lluvia muchos cuentos populares mexicanos que se derivan de estas narraciones prehispánicas, y por todo ello no se excluye de la presente versión.

De otra parte, la corriente junguiana de psicoanálisis pudiera encontrar en el hecho de la intervención de Juan al cuarto día, después tres anteriores de observación desde detrás de la barda para robar la piel de sus perros, una conexión con la teoría del número cuatro como “totalidad”.

3. “El manantial de La Alcatarilla” (michoacana).
Resumen:
Condolido de la población que sufre la sequía que azota Pátzcuaro, Vasco de Quiroga hace el milagro de obtener agua de la tierra, enterrando su cayado en ella. Paralelamente, en el municipio asimismo michoacano de Zacapu el benefactor local, fray Jacobo Daciano, produce un milagro de la misma espaecie. Pero existe la opinión de que los hechos ocurrieron de otro modo: en medio de la dura sequía, Quiroga, buen observador, vio a un pajarillo entrar varias veces seco a un matorral y salir de él siempre mojado. Al buscar en las plantas de referencia, encontró el manantial que años más tarde, al conducirse por razones de urbanismo a la alcantarilla cercana, recibió el nombre con el que aún se lo conoce.

Comentario:
Es ésta una leyenda profundamente arraigada en la cultura local y en la creencia religiosa de la región del lago de Pátzcuaro, en el estado mexicano de Michoacán, y las referencias documentales sobre la misma son numerosas. Existe incluso en la ciudad del mismo nombre, como se dice en el texto del libro que aquí comentamos, un monumento de cantera en el punto donde brota el manantial, con una lápida en la que se hace alusión al ya aquí referido milagro de Vasco de Quiroga.

La señalada duplicidad de esta leyenda, con versiones en los municipios de Pátzcuaro y de Zacapu, se ve reforzada en el último texto de Leyendas del agua en México, el cual se cita en último lugar en esta misma serie de comentarios y en el que muestra propiamente el nacimiento de una nueva en el estado de Chiapas. De igual modo, debemos mencionar que al menos en el municipio de Pátzcuaro hay personas que aseguran haber presenciado algunos de los prodigios que hacen el contenido de alguna de sus leyendas.

Es el caso de una mujer que vio a una princesa purépecha arrojar en el centro del lago un “encanto” de varias campanas de oro, las que ahora atraen al agua a quien se acerca a ellas para que se ahogue y muera (15, 79).

Por último, cabe recordar que fue también al clavar la diosa Chalchiuhtlicue su cayado en la tierra en tiempos del Cuarto sol, según cuenta la leyenda respectiva, que se desató la lluvia que acabó con la vida en el mundo.

4. “El pez que cenó San Juan” (oaxaqueña, zapoteca, Andrés Henestrosa).
Resumen:
Antes de ser santo, san Juan era pescador en uno de los pueblos mareños de Oaxaca. Después de la pesca, cenaba, asándolos en las orillas de la laguna, algunos de los pececillos que había pescado. Una noche, habiendo dado apenas el primer bocado a su pececillo, le avisan que por un pueblo vecino va pasando Cristo, a quien él quiere conocer. Entusiasmado, sale corriendo a encontrarlo, arrojando inopinadamente su cena al lago. El pececillo cobra entonces nueva vida y da origen a una clase de arenques que, al parecer ya hoy extinguidos, presentaban un hueco entre la cabeza y el vientre, dejando ver el costillar de esa parte de su cuerpo.

Comentario:
Salvo la referencia al diluvio —que por su parte no es exclusiva de la historia sagrada católica—, la adopción de temas bíblicos como asunto de recreación por parte de los pueblos indígenas mexicanos es más bien infrecuente. De tal modo, la serie de leyendas que Andrés Henestrosa dio a conocer en forma de relatos en su bello y célebre libro titulado Los hombres que dispersó la danza, aparecen como un capítulo de significativa excepción en el acervo leyendístico del país.

De otra parte, al referir Henestrosa esta leyenda como Zapoteca, hay lugar a las siguientes conjeturas:

Los pueblos zapotecos del Istmo de Tehuantepec son principalmente agricultores, siendo los huaves los principalmente pescadores. Éstos se dan a sí mismos el nombre de “mareños”, que prefieren al otro, el cual les fue impuesto por los zapotecos con el significado de “gente que se pudre en la humedad”. Los mareños han tomado su nombre de los pueblos Santa María del Mar, San Dionisio del Mar, San Francisco del Mar y San Mateo del Mar, todos ribereños del sistema lagunar del Istmo de Tehuantepec, a donde fueron relegados por los zapotecos en épocas pasadas.

A este respecto existe la leyenda, apuntada por Ezequiel Zárate Toledo (16, 3), de que “San Vicente, patrono de Juchitán, advirtió a San Dionisio y a San Francisco sobre la llegada de un ciclón. Éstos no avisaron a San Mateo y por esa razón los matellanos se quedaron en los terrenos planos y los de San Dionisio y San Francisco buscaron refugio en los cerros en los que están ubicados.” Y añade Zárate Toledo el siguiente comentario: “Este mito es muy importante para aproximarnos al estudio de la interrelación entre mareños y zapotecos, ya que muestra el emparentamiento actual entre los zapotecos y los mareños de los pueblos que sí encontraron refugio, sucediendo lo contrario con el caso de San Mateo”.

Los mareños se dan a sí mismos la categoría de “mero ikooc”, que en su lengua (el huave) significa “verdaderos nosotros”. Reconocen otras dos categorías de humanos: los extranjeros o “moel”, y la gente del Istmo o “missig”.

No obstante que los mareños siguen teniendo en sus relaciones con la actividad pesquera principalmente un sistema de creencias de raigambre prehispánica, por ser los pueblos zapotecos, como ya se dijo, principalmente agricultores, y siendo por ese motivo los dichos zapotecos más prósperos que los mareños, existe la posibilidad de que la leyenda del pez que San Juan “cenó” sea, precisamente, de origen mareño y no zapoteco.

Es difícil suponer la creación de un mito por parte de un pueblo cuya actividad relacionada con él es de orden secundario.

De otra parte, con todo el respeto y la admiración que como escritor de alta calidad sentimos por Andrés Henestrosa, salta la posibilidad de que este maestro haya podido “apropiarse” —como se dice hoy eufemísticamente al plagio—, la leyenda en cuestión, para enaltecimiento de su raza, que es la zapoteca.

Desafortunadamente, debemos recordar como refuerzo a esta suposición una vieja polémica sostenida entre Henestrosa y otro célebre escritor oaxaqueño, Gabriel López Chiñas, sobre la paternidad nada menos que de la principal leyenda recreada en el libro de aquél, que citamos en las referencias del presente trabajo. Esa leyenda lleva por nombre “Vinigulasa” o “Vinigundasa”.

Por si fuera poco, en el apartado respectivo a “Santo Domingo Tehuantepec”, de la Enciclopedia de los Municipios de México (17), en concreto en la ficha biográfica del “personaje ilustre” local Carlos Irribarren Sierra, se afirma que éste criticó una vez a Henestrosa por haber plagiado el son llamado “Micaela” y haberle puesto el de “Martiniana”.

Estos datos refuerzan nuestra sospecha de que la leyenda “El pez que cenó San Juan”, quizás con otro nombre o aun sin nombre, pudo haber nacido entre los mareños —respetando siempre su autodenominación—, y no entre los zapotecos.

No es interés del autor inculpar a Henestrosa, sino marcarse un camino de reflexión que vuelva congruente el sentido de la mencionada leyenda con el carácter del pueblo que pudo haberla generado. Por ahora, debido a sus antecedentes históricos en la región y con base en la actividad pesquera de la misma (pese a que en Santa María del Mar esté desarrollándse modernamente la agricultura), su conclusión es la de que resulta difícil otorgar el crédito respectivo a los zapotecos.

c) Leyendas modernas
1. “La Llorona” (hidalguense, otomí, AGP).
Resumen:
En la época de lluvias, la región hidalguense de Los Llanos de Apam es testigo de las apariciones de una sonriente mujer vestida de blanco, a la cual los hombres (únicos a quienes se aparece) llaman “La Llorona”. El trance consiste en un rapto del que los hombres despiertan a mucha distancia del lugar donde se operó el prodigio, mismo que transcurrió sin palabras ni temor alguno.

Comentario:
Los hechos de la leyenda colonial respecto de los que ocurren en la prehispánica sugieren, en primera instancia, un intento —que se logró por completo— de anular el mito azteca debido a su contenido altamente subversivo. Para superponer el carácter urbano distractor de la leyenda colonial al rural subversivo de la prehispánica, hubo de reducirse la tragedia de todo un pueblo a una tragedia familiar, si bien dolorosa y reveladora del carácter machista de la sociedad colonizadora.

De otra parte, cabe establecer una notoria relación de valor inverso entre el contenido de la leyenda prehispánica y el de una versión del texto de una célebre pieza de alfarería de la civilización cicládica, del Siglo XVII a. C., conocida como el “Disco de Festós”. En este último, que es la arenga de una mujer a sus guerreros para que defiendan su ciudad frente a unos invasores, hay frases como éstas: “...¡Creta va a muerte contra los bárbaros! (...) ¡Háganse todos a la mar y líbrenme de tal desventura!”, las cuales nos hacen ver que aquel pueblo tenía esperanza de no ser anulado, lo cual sugiere la posesión de una tecnología competitiva que los prehispánicos no tenían respecto de los españoles.

Es de hacer notar la interpretación que Helena Rivas (18) hace de una circunstancia anotada por Artemio de Valle Arizpe, en el sentido de que la Llorona prehispánica, al llorar, se arrodillaba hacia el Oriente (19): “Posiblemente sea... una última llamada al renacimiento, pues algunos pueblos, como los totonacas, creían que al Oriente estaban las almas de los niños que volverían a nacer”. El hecho de que la actual Llorona de los Llanos de Apan, en Hidalgo, que es la que se comenta en la parte respectiva de Leyendas del agua en México, tenga una relación amorosa con los hombres a quienes rapta (3, 106 y 107), en vez de dedicarse a lamentar la muerte de sus hijos, podría inscribirse en el señalado proceso de reivindicación.

Finalmente, cabe recordar la circunstancia en cierto sentido cercana que Cervantes narra en el Quijote, respecto del licenciado Torralva, “al que los demonios llevaron por los aires de Madrid a Roma”. (21, 344.) En su comentario a la mencionada novela cervantina (22, 1756-57), Diego Clemencín anota varios casos más en los que algún personaje es trasladado con rapidez sorprendente a través de grandes distancias, por obra del Demonio en persona, de algún caballo (lo cual les sucedió asimismo alguna vez a don Quijote y a su escudero) o del simple “encantamiento” de la inconciencia, como sería el caso de los raptados por La Llorona.

2. “Las golondrinas de agua del Salto de San Antón” (morelense, AGP).
Resumen:
Citlalli, hija del cacique de San Antón, y Felipe, hijo de un soldado de Hernán Cortés, se enamoran. Antes de partir el ejército español a la conquista de Tepuztlán, se comprometen para casarse y acuerdan solicitar a sus respectivos padres el permiso para hacerlo. Cada quien recibe por su lado la decepción de la negativa, y fulano huye para regresar a unirse con su amada. Los dioses de ella les aconsejan morir juntos, por lo que la joven se lanza al vacío para convertirse en la cascada que da nombre a la leyenda, mientras él danza en círculo frente a ella hasta convertirse en la primera de las “golondrinas de agua” del lugar.

Comentario:
Se trata de una leyenda inédita, recogida y recreada por el autor del libro. En ella, la hija del cacique del lugar y el hijo de un soldado de Hernán Cortés son objeto de una negativa de sus respectivos padres a su intención de unirse en matrimonio. De tal modo, siguiendo el consejo de ciertos dioses prehispánicos, optan por convertirse, ella en el chorro de agua hoy conocido como “salto” de San Antón, y él en la primera de las “golondrinas de agua” (vencejos) que viven en torno a esa cascada.

3. “Ndareje, río Lerma” (mexiquense, mazahua).
Resumen:
Un águila aparece en el cielo de el valle donde los jñatjos cultivan la tierra y los otomís cazan. El ave trae en el pico una serpiente que se muestra viva y vigorosa a los ojos de los dos grupos humanos. Los dos interpretan el hecho como un prodigio, y dejan que el águila se asiente en una colina y deje libre a la serpiente. Ésta, para gusto del niño de la pareja de protagonistas jñatjos, que había deseado que la serpiente fuera buena y no mala (en cuyo caso su propio padre hubiera tenido que matarla), se convierte en agua y da lugar a la formación del río Lerma.

Comentario:
La imagen de un águila que tiene en el pico a una serpiente, semejante a la incluida en el mito que guió a los aztecas en su camino hacia la fundación de Tenochtitlan, se halla justificada nada menos que en la cotidianidad del campo mexicano. En efecto, no es extraña la referencia oral de un águila que lleva una serpiente en el pico. La variación, en la leyenda mazahua que aquí se presenta, estriba en que el ave no está devorando al reptil, como en el mito azteca.

Debe tomarse en cuenta que los aztecas llegaron a la meseta del Anáhuac cuando ya los alrededores del lago de Texcoco estaban habitados por diversos pueblos. La concepción de ser devorada la serpiente por el águila es afín al espíritu guerrero de los nuevos inmigrantes al valle, que no sólo iban a someter ulteriormente a los pueblos de los alrededores del lago, sino que hubieron, además, de sobrevivir un tiempo alimentándose de las víboras del islote que les fue asignado y en el que habían encontrado, según su propia leyenda, la buscada señal para su establecimiento definitivo.

Necesariamente, en una leyenda como la del río Lerma la imagen inicial de marras, naturalista desde luego, debía ser pasiva, o pacífica, si se quiere, a modo de que su consecuencia al final del relato pudiera ser lógica y no antitética a ella.

En principio, dicha imagen pudiera sugerir una negación del símbolo azteca, que además de todo habría de devenir símbolo patrio. Pero a juicio del autor ya la simple existencia de tal imagen en la leyenda mazahua refuerza el carácter finalmente histórico del mito azteca.

4. “Marina” (campechana, Justo Sierra Méndez).
Resumen:
Marina es seducida por el joven al que ama, mismo que pese a haber alardeado en la fiesta de san Román que la haría su esposa, se aleja de ella para siempre. Su padre, que es pescador, le plantea al padre de él y jefe suyo la necesidad de que sus respectivos hijos se unan en matrimonio, pero éste le informa que ha mandado a su vástago a Europa, a fin de que olvide a Marina. Ella, encinta, está dejándose morir cuando Ramón, que siempre la ha querido, le ofrece casarse con ella y darle nombre a su futuro hijo. Habiendo accedido la muchacha, el día de la boda su novio le impone que luzca durante la ceremonia el velo blanco que en tal ocasión sólo pueden usar las vírgenes. Como consecuencia, Marina se quita la vida ahogándose en el mar y dejando que el velo flote en el punto donde ella se sumergió.

Comentario:
Por varias razones, la presente leyenda reviste especial importancia:

En primer término, guarda parentesco con el tema primario de la versión colonial de la “Llorona”, pues la protagonista desaparece en las aguas luego de haber sufrido una decepción amorosa.

De otra parte, se diferencia de ella, y radicalmente, en que aquí la protagonista tiene una segunda oportunidad para la vida, antes de desaparecer en las aguas.

Además, debido a que Sierra Méndez induce a la especulación en torno a la causa de la muerte de la joven Marina, dicho texto se convierte prácticamente en un cuento, que en su caso parecería buscar ser recibido como una realidad humana del pasado, paralela y motivadora de su carácter legendario. En efecto, puede hacerse la lectura de que Marina es ofendida dos veces, y que por ello termina suicidándose. La primera ofensa le fue infringida por el seductor, y la segunda por su prometido, que iba a rescatarla de la deshonra. Pero éste se traiciona a sí mismo y la traiciona a ella no aceptando finalmente que haya perdido la virginidad, e imponiéndosela arbitrariamente para cubrir de modo convencional las apariencias mediante el simbólico velo nupcial.

5. “Popchón y Xulubchón” (chiapaneca, tzotzil. AGP).
Resumen:
Este relato no es propiamente una leyenda, si bien incluye una (el suicidio colectivo de un grupo de chiapanecas acorralados por los conquistadores) y esboza el nacimiento de otra (la serpiente que representaría el azolve de los ríos de la zona). De otra parte, da cuenta de diversos esfuerzos colectivos para recuperar la salud del ecosistema y se enfoca a secundar el llamado social para fomentar esa actitud positiva.

Comentario:
Si bien, como en otras narraciones de este mismo libro, el presente texto no es una leyenda, hay en él (como en aquéllas) un momento en el cual la leyenda se hace presente. Es, en este caso, el que se refiere al suicidio colectivo de un grupo de chiapanecas, al saberse vencidos sus integrantes por los invasores españoles. Esta leyenda es conocida en Chiapas, y de ella, como es común al subgénero, circulan distintas versiones.

Pero, asimismo, aparece en este texto el germen de una leyenda más, una leyenda en cierne: la de las serpientes Popchón y Xulubchón. De ellas sólo contamos con el enunciado que Manuel le dice a la investigadora Guiteras Holmes, y que sin duda es susceptible de desarrollo —o pudiere estar ya desarrollándose— por parte de los tzotziles de allá del cañón del Sumidero.
Entre los móviles para la creación de leyendas que pudieren estar codificados, habrá que identificar, con base en “Popchón y Xulubchón”, la jerarquía de la necesidad de compensar una realidad que ofende con la belleza del acto imaginativo.


Referencias:

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Andrés González Pagés
Instituto Mexicano de Tecnología del Agua - Sociedad de Escritores de Morelos, SEM, México.