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Por Andrés González
Número
53
González
Pagés, Andrés, Leyendas del
agua en México,
Prólogo de Daniel Murillo Licea;
ilustraciones de Carlos Parra Sánchez;
diseño de Óscar Alonso Barrón,
IMTA, México, 2005;
versión en inglés, Water Legends
of México, trad. de Carole Bullard,
IMTA, México, 2005.
Introducción
Antes de referirnos al contenido concreto de
este libro y a las distintas motivaciones específicas
que animaron al autor al momento de escribirlo,
así como a las reflexiones a que en algunos
casos dieron lugar los temas incluidos, permítasenos
una breve exposición de carácter
formal-literario que pudiese contribuir a la
mejor recepción de los textos por parte
del lector.
En su segunda
acepción del vocablo “leyenda”,
el Diccionario de la Real Academia Española
nos dice que es una “Relación
de sucesos que tienen más de tradicionales
o maravillosos que de históricos o verdaderos.”
(1, 2, 1371)
Pero esa relación
de sucesos que la leyenda muestra no es una simple
lista, sino que presenta una estructura narrativa.
Es decir, se trata de una obra artística
de determinadas características, sea que
pertenezca sólo a la tradición
oral o sea ya una obra literaria, lo cual significa
que está escrita (del latín littera,
letra) (1, 2, 1367). En esta segunda modalidad,
las leyendas suelen conservar en todo el mundo
su nombre subgenérico de “leyendas”,
independientemente de la forma literaria en que
se desarrollen, pudiendo tratarse de relatos,
cuentos o novelas.
La afirmación
de que se trata de obras artísticas debe
entenderse como que en cualquier caso las leyendas
buscan principalmente transmitir al escucha o
lector emociones y sensaciones, y no sólo
una serie de datos racionales o “fríos”,
que son el dominio de la información que
se transmite por medios distintos del arte.
Recordemos que
la estructura del relato tiene una linealidad
horizontal; esto es, que puede o no presentar
conflictos o situaciones de tensión, a
la vez que puede prescindir de un clímax
o momento culminante. La estructura del cuento,
en cambio, es asimismo lineal, pero ascendente.
Arranca siempre con un planteamiento, llega a
una etapa de tensión conocida como “nudo”,
y culmina en un “desenlace”, necesariamente
liberador, catártico, lo cual no obliga
a que ese final sea agradable o “feliz”.
Estas dos formas narrativas tienden a conservarse
en una cortedad que no arriesgue su paralela
intención de entretener al escucha o lector
con base en un suceso aislado o en una corta
serie de sucesos. Por último, en este
mismo orden de ideas, puede afirmarse que la
estructura de la novela tiende a parecerse a
lo que podríamos nombrar el “plano
emocional” de una ciudad: incluye varias
o aun múltiples situaciones diversas,
con varias o múltiples situaciones de
tensión y, consecuentemente, puede incluir
de igual modo varias o aun múltiples situaciones
culminantes.
En Leyendas
del agua en México se da cabida a
una mayoría de relatos y a unos cuantos
cuentos. Esto se debe en primer término
a que el modelo inicial fue el texto de Felipe
Garrido que lleva por título “Tajín
y los siete truenos”(2), que es un cuento
típico. Pero también obedece a
que entre las leyendas reelaboradas privan esas
dos estructuras, en congruencia, por su parte,
con el contenido de las propias leyendas. Para
lo que no había posibilidad alguna aquí
era la inclusión de una novela, así
fuera corta, toda vez que un propósito
mayoritario del autor era bordar en torno a la
creatividad manifiesta de los lugares a los que
recurrió para recrear parte de su respectivo
bagaje cultural, y hasta donde le ha sido dado
enterarse no hay ninguna novela vernácula
que hable de los temas aquí incluidos.
Otra razón, quizás la definitiva,
fue que el libro estaría dirigido a niños
y a lectores muy jóvenes, quienes están
accediendo a la cultura del agua en forma de
complemento a sus planes oficiales de estudio,
y difícilmente podría insertarse
en ese contexto un libro de todos modos más
largo que los que puedan presumir del carácter
de complementarios.
En general,
para las leyendas narradas el autor conservó,
además de la estructura de las que le
sirvieron de base, elementos originales de los
textos que fueron sus fuentes, en especial muchos
de sus parlamentos. Una excepción fue
“Ndareje, Río Lerma”, en la
que agregó un suceso (el deseo del niño
de que el águila sea “buena”,
y la revelación de que lo es) como factor
de cohesión entre los otomís y
los jñato. Por su parte, “La Llorona”
es original (si bien fue dada a conocer en un
texto anterior) (3) por cuanto se basa en información
recibida por el propio autor de boca de supuestos
protagonistas.
La estructura
del libro
La composición misma del acervo de las
leyendas mexicanas dio la pauta para el plan
de este volumen:
A) Leyendas
prehispánicas.
B )Leyendas coloniales.
C) Leyendas modernas.
En el apartado
correspondiente a estas últimas, cabe
resaltar una leyenda que no ha dejado de vivir
hasta hoy, habiéndose gestado en el primero
de los tiempos que hacen dicha clasificación,
y habiendo extendido su presencia, además,
a un muy alto número de puntos del mapa
nacional. Se trata de “La llorona”,
sobre la que hablaremos luego con cierta amplitud.
Pertenecen al primer ámbito la leyenda
“‘Nahui Atl’: el Cuarto Sol,
o Sol de Agua”, de origen náhuatl;
“Hapunda”, purépecha; “Tajín
y los Siete Truenos”, totonaca, como antes
dijimos, en versión de Felipe Garrido
(2, 107-123); “Los árboles que lloran”,
maya, y “El Tlalocan, o Paraíso
de Tláloc”, teotihuacana, en versión
del autor de este artículo sobre una idea
del crítico de arte Antonio Rodríguez
(4).
Del acervo nacional
de leyendas coloniales se incluyen “El
puente de los carmelitas”, guanajuatense;
“Cuando se cambió el mundo, o cuando
cayó el diluvio”, nayarita; “El
manantial de la Alcantarilla”, michoacana;
“El origen del lago de Tequesquitengo”,
morelense, y “El pez que cenó San
Juan”, oaxaqueña, ésta en
versión del propio AGP sobre el texto
del mismo nombre del célebre escritor
Andrés Henestrosa (5).
Finalmente,
se incluyen las siguientes leyendas modernas:
“La Llorona”, hidalguense, versión
del autor de este artículo sobre un texto
propio (3, 106 y 107); “Las golondrinas
de agua del Salto de San Antón”,
morelense, texto original del autor de este artículo;
“Ndareje, Río Lerma”, mexiquense;
“Marina”, campechana, cuya versión
es de Justo Sierra Méndez (6; 1, 92-99),
y “Popchón y Xulubchón”,
chiapaneca, texto original, asimismo, del autor
de este artículo.
Las leyendas
sobre las que no se especifica origen, provienen
de distintos informantes compilados por José
Rogelio Álvarez (6), al margen de que
también la leyenda de Campeche y la de
Andrés Henestrosa aparecen en su obra.
Resúmenes
y comentarios de las leyendas incluidas en este
artículo
Al margen de que en el prólogo
de Daniel Murillo Licea pueden encontrarse de
modo general los fundamentos socioculturales
de las leyendas mexicanas del agua, el prologuista
nos proporciona también precisiones esporádicas
contundentes, como la que reza: “(en el
mundo prehispánico) El agua, los dioses
y la naturaleza formaban parte de un sistema
de relaciones”, o como esta otra, referente
ya a la época colonial mexicana: “El
hombre no era parte de la naturaleza, sino que
de alguna manera estaba colocado fuera de ella
para utilizarla. Su objetivo no era adaptarse
de manera sosegada a su hábitat, sino
dominarlo y cambiarlo...” (ésta
como cita de Michael Meyer, 7, 29). Entre las
dos se muestra con claridad un cambio fundamental
en la Historia de nuestro país que proyecta
consecuencias determinantes hasta la actualidad.
Respecto de esta última afirmación
haremos el comentario de “La llorona”,
leyenda que además ejemplifica bien, en
sus tres etapas, el proceso que señalamos.
Y esta serie de conceptos, al margen de que el
tercero queda aún por mostrarse en estas
páginas, resume lo que podríamos
llamar “la tesis subyacente del libro Leyendas
del agua en México”.
Ya en concreto,
van ahora, después del resumen de cada
leyenda que aparece en el libro, algunos reflexiones
que fueron surgiendo según el autor avanzaba
en su escritura:
a) Leyendas
prehispánicas:
1. “Nahui Atl, el Cuarto Sol o Sol de Agua”
(náhuatl).
Resumen:
Antes de nuestro tiempo, hubo otros cuatro, llamados
“soles”. Al término del último
de ellos, el dios Tezcatlipoca llama a Nene y
Tata, matrimonio virtuoso, y les ordena ahuecar
un ahuehuete para que puedan sobrevivir cuando
se “hunda el cielo”, o sea para cuando
caiga el diluvio. Pasado éste, y habiendo
encallado su tronco en arena nuevamente seca,
Nene y Tata traen hambre. Pescan y asan unos
peces, sin saber que son congéneres suyos
a quienes los dioses habían concedido
la vida en esa forma. El humo del asado importuna
el cielo, y Quetzalcóatl manda al mismo
Tezcatlipoca a que aplique un castigo menor a
la pareja. El humo hace toser al enviado, quien
se enoja y decapita a los responsables. Arrepentido,
quiere reparar el daño pegándoles
de nuevo la cabeza. Pero, cegado por el humo,
en vez de hacerlo sobre los hombros lo hace en
las nalgas, por lo cual Nene y Tata viven convertidos
en perros el resto del Cuarto Sol.
Comentario:
Es evidente que el vocablo “sol”
equivale en este mito, además de a “edad”
o a “era”, a “gobierno”
o “poder”. Así, en el primer
caso quienes gobernaban el mundo eran los jaguares;
en el segundo el viento, en el tercero el fuego
(o la sequía) y en el último el
agua.
De otra parte,
resulta sorprendente que la ciencia contemporánea
establezca que a lo largo del tiempo geológico
ha habido cuatro oscilaciones climáticas,
las cuales debieron de terminar, cada vez, con
la vida que acaso estuviese desarrollándose
en la Tierra. (8, 50)
Cabe hacer notar
que si bien para la presente versión del
“Cuarto sol” se tomó mayormente
la referencia que Rafael Tena hace al códice
Chimalpopoca (9, 175-185), asimismo se tomó
la referencia del escritor “Chaneque”
(10) a la corrupción de la diosa Chalchiuhtlicue
por parte de Tezcatlipoca, para que destruyera
por cuarta vez a la humanidad desatando el diluvio
al clavar su cayado en la cima del cerro Atépetl.
Buscamos aval para este proceder en el criterio
de la pluralidad de las fuentes de la leyendística
prehispánica enunciado por Alfredo López
Austin (11, 434).
2. “Hapunda”
(purépecha).
Resumen:
Hapunda, la princesa de la isla de Yunuén,
era excepcionalmente bella y gentil. Llegada
su fama a oídos de unos invasores chichimecas,
se proponen raptarla y entregarla a su propio
rey. Los hermanos de la princesa le ofrecen defenderla,
pero ella sabe que el ejército enemigo
es mucho más poderoso, de modo que decide
escapar y contarle su drama al lago de Pátzcuaro,
que es su novio. Éste le aconseja que
se sumerja en sus aguas y se unan así
para siempre. Luego de hacerlo, Hapunda renace
en forma de garza blanca y vive en el lago al
que adorna y del que se nutre.
Comentario:
“Hapunda”, en purépecha antiguo,
significaba lago o laguna. Hoy, el vocablo correspondiente
es “Japunda”.
En la referida leyenda el nombre se da a la princesa
que se convierte en garza, y no al cuerpo de
agua, que es el de “Pátzcuaro”.
En otra leyenda michoacana del mismo nombre,
la que se refiere al origen del lago de Cuitzeo,
tampoco se le llama Hapunda al cuerpo de agua,
sino a una princesa, tan bella como una flor,
quien al llorar la muerte de su amado, el colibrí,
da origen a dos ríos que ulteriormente
forman el dicho lago.
No es éste el único caso en que
dos leyendas distintas llevan el mismo nombre,
si bien es de observarse que las dos que aquí
aparecen (la segunda sólo como referencia
en este comentario), pertenezcan a lugares muy
cercanos. El hecho encontraría explicación
por cuanto el nombre de ambas se refiere genéricamente
a los lagos o lagunas y no a ninguno de ellos
en particular.
3. “Los
árboles que lloran” (maya).
Resumen:
Yum Chaac, Señor de las Aguas, tenía
el encargo de repartir equitativamente el preciado
líquido en el Cielo y en la Tierra. Solicita
a sus hijos, el lozano Noh Zayab y la guapa Xbulel
que lo ayuden en su vasta tarea, pero ellos se
dedican a jugar en vez de hacer su trabajo. Xhoné
Ha era hija de ella y de Yaax Kin, el Sol Joven
a quien su propio padre, el Gran Sol, le había
pedido también ayuda en sus propios trabajos.
Enterado este último del comportamiento
de los hermanos, desencadena con su furia una
tormenta en la cual la pequeña Xhoné
Ha es arrastrada. El castigo del tío fue
convertirse en agua subterránea, y el
de la madre ser el agua que inunda, con una quejumbrosa
voz de vientos que buscan a la hija perdida.
Los árboles de chucum, bajo uno de los
cuales la pequeña dormía, fueron
condenados a llorar por no protegerla debidamente.
Comentario:
Se mezclan en esta leyenda elementos propios
de otras más conocidas, como son “El
diluvio” y “La Llorona”. Debido
a que al menos el tratamiento del tema de la
primera es colonial, se deduce que también
la de “Los árboles que lloran”
data del tiempo en que México estuvo dominado
por la corona española. Sin embargo, como
ocurre por lo general con las narraciones en
que se suceden hechos inmemoriales, sobre todo
si aparecen en ellas nombres u otros vocablos
prehispánicos, hay algo que obliga, como
es el caso presente, a considerarlas anteriores
al periodo al que se adjudican, en este caso
la Colonia. “La Llorona”, como veremos
más adelante, pudo aportar algo aquí
dado su origen prehispánico, adoptado
con modificaciones por la Colonia y sobreviviente
en la actualidad.
De otra parte,
el árbol llamado chucum se conoce también
como tzalam en la propia península yucateca,
como pinsán en Michoacán (12, 855)
y como guamúchil en el resto del país.
Y debido a que no sólo crece aquí,
sino en distintos países de Hispanoamérica
y aun en España, debe mencionárselo
asimismo como pinsón, que es el nombre
que recibe en esas tierras.
4. “El
Tlalocan, o Paraíso de Tláloc”
(teotihuacana).
Resumen:
Era éste un lugar de delicias ubicado
en el interior del cerro de La Malinche. Tláloc,
a quien estaba dedicado, y Chalchiuhtlicue, su
esposa, organizaban de continuo juegos y banquetes
de exquisitos manjares. Los pobladores eran sobre
todo los muertos por haberse ahogado o por haber
sido tocados por el rayo, o las mujeres fallecidas
durante el parto. Un día un valiente guerrero
salva a una mujer que iba a caer en una zanja
con agua, pero al hacerlo cae él y se
ahoga. Quetzalcóatl le dice que lo espera
en su paraíso, pero Tláloc lo reclama
para sí y convence al dios supremo. Al
guerrero no le queda sino ir al Tlalocan y entra
en él llorando, si bien no evade decir
el discurso de agradecimiento al que estaban
obligados todos quienes allí llegaban.
La comunidad del Tlalocan integra de inmediato
al recién llegado, que arriba de tal modo
a la felicidad.
Comentario:
Alfonso Caso, el padre de la arqueología
mexicana, interpretó que la imagen del
orador recién llegado al Tlalocan muestra
con sus lágrimas su pesar por la larga
peregrinación que hubo de hacer a través
del reino de la muerte. De otra parte, Salvador
Toscano, eminente estudioso del mundo prehispánico,
opinó que el Tlalocan aludía a
Tamoanchan, el lugar de la alegría, donde
hasta las ‘raíces florecen’.
Para el crítico
de arte Antonio Rodríguez, el hecho de
que a Tamoanchan se le señale en los códices
con el jeroglífico de un árbol
quebrado (por lo cual los hombres, viendo en
ello quizás un designio de los dioses,
abandonaron el paraíso inicial, el propio
Temoanchan), justificaría el llanto del
hombre, que agita las ramas quebradas mientras
pronuncia un largo discurso, por cuanto ese recién
llegado no pudo alcanzar algo mejor.
“A nosotros nos parece más lógico
—dice Rodríguez— que el hombre
llore por entrar a un simple paraíso terrenal,
en vez de integrarse como todos los seres humanos,
hechos dioses en Teotihuacán, al gran
conjunto de las fuerzas universales divinizadas”
(4, 41).
A estas palabras
todavía puede agregarse la experiencia
común de que quien sale de una circunstancia
crítica (el tránsito por el camino
de la muerte, caso de los que llegaban al Tlalocan,
según Caso destaca) lo hace con un buen
ánimo que borra de inmediato, quizás
hasta como defensa psicológica, el recuerdo
de las precedentes vicisitudes. Salvo, quizás,
tratándose de un espíritu débil,
lo que de ningún modo podría atribuirse
a un guerrero náhuatl, o al menos a uno
que ha alcanzado a entrar en un paraíso,
aunque sea menor.
De otra parte,
cabe recordar que si la voluta y la voluta florida
como representaciones de la palabra y del canto
son prácticamente exclusivas de la plástica
prehispánica, esporádicamente se
dan algunos ejemplos cercanos en el arte pictórico
de otras culturas. Uno de éstos es el
de la pintura renacentista de Alessandro Botticelli
llamada La primavera. Aquí, de la boca
de la ninfa Cloris sale una guirnalda florida
que según una tradición de la época
representa el canto con el cual ella le agradece
a Céfiro, dios alado del viento, el impulso
que le da para que se convierta en Flora, precisamente
la diosa de esa estación feliz (20, 150).
b) Leyendas
coloniales
1. “El puente de los carmelitas”
(guanajuatense).
Resumen:
A Salvatierra, Guanajuato, la cruza el río
Lerma Santiago, que un día se llamó
Río Grande. Como la producción
de maíz y distintas frutas estaba al otro
lado, año con año el río
cobraba muchas víctimas entre los habitantes
de la ciudad, quienes debían cruzarlo
para ir a adquirirlos allí. A fin de solucionar
el problema, fray Diego de Cristo, del convento
del Carmen, idea la construcción de un
puente. Obtiene el permiso del superior, y todo
comienza bien; pero al paso de los días
el fraile se vuelve soberbio, y ello acaba por
afectar la obra, que se suspende. Un fuereño
ofrece terminarla, aunque con el alto costo de
hospedarse en el convento. Su proyecto es aceptado,
y se avanza de nuevo. Pero él y fray Diego
provocan la indisciplina entre los religiosos.
Una tormenta hace crujir un día las columnas
del puente, ya casi terminado. El superior invoca
a la Virgen y el fuereño, que es el Diablo,
huye ante la imagen sagrada para dejar vivir
en adelante en paz al convento y a la propia
ciudad de Salvatierra.
Comentario:
Es de suponer que en algún momento el
puente de esta leyenda sirvió de albergue
a tejedores de lana, quienes habrán trabajado
allí con aparatos de los llamados “batanes”,
por lo que el propio puente adquirió ese
nombre, que aún lleva.
De otra parte,
por más que en esta leyenda el diablo
haya sido “corrido” con cajas destempladas,
su presencia sigue en el puente mismo, que no
hubiera podido terminarse sin su ayuda. Es éste,
así, un caso más, y por demás
espectacular, del conocido sincretismo que se
nombra precisamente “El Diablo en la Iglesia”.
En la ribera
del río Lerma Santiago, que es el que
aparece en esta leyenda, abundan diversas especies
arbóreas que pudieron ser aprovechadas
para fabricar los batanes: ahuehuete, sabino,
sauce y carrizal. Hay también pino en
las áreas montañosas.
2. “Cuando
se cambió el mundo, o cuando cayó
el diluvio” (nayarita, huave).
Resumen:
Juan vive con sus dos perros. Varias noches Dios
se le aparece en sueños para decirle que
“el mundo se va a acabar”, por lo
que debe torcer mucha palma y hacer una larga
soga. Dios se le revela como tal durante el tercer
sueño. Le dice que cuando comience el
diluvio deberá atar a la punta de la soga
la mano del metate, lo cual luego le servirá
de ancla para regresar a su casa. Subirá
a su canoa con eso, además de con sus
tres alimentos (maíz, frijol y calabaza)
y con sus dos perros. Cuando la inundación
baja, toda la gente ha muerto. Luego, al regresar
Juan de su faena diaria, se sorprende dos días
seguidos de que en su casa ya estén hechas
las tortillas. Al tercer día regresa temprano
y espía desde detrás de la barda.
Descubre entonces que son sus perros quienes
las hacen, habiéndose quitado la piel
y cobrado forma de un niño y una niña.
Al cuarto día regresa otra vez temprano,
roba las pieles de sus perros, les echa sal y
las esconde lejos, por lo que los niños
se quedan ya así. Pero luego se casan
y vuelven a poblar el mundo.
Comentario:
En el texto de la socióloga y escritora
para niños Elisa Ramírez, uno de
los que sirvió de base a la presente versión,
no se menciona la lluvia en ningún momento.
Ello es interesante
porque una hipótesis sobre el “Diluvio
universal”, presentada hace pocos años
por los arqueólogos marinos Walter Pitman
y William Ryan, de la Universidad de Columbia,
es la de que dicho desastre sobrevino sin relación
con la precipitación pluvial, y no en
tierras de la antigua Mesopotamia sino en el
punto que hoy conocemos como estrecho del Bósforo,
en Turquía. Según esta opinión,
el diluvio ocurrió al ceder un dique natural
que separaba al Mar Mediterráneo del Mar
Negro, que estaba a menor altura. (1)
Asimismo, es pertinente referir que la versión
huave del diluvio que aquí se presenta
está emparentada en parte con la que aparece
en el cuento náhuatl totonaco “El
Diluvio y la Nana”, según registra
María Elena Aramoni Burguete. (14) En
esta última, además de que el principio
regenerador de la humanidad es una perra que
vuelta mujer echa las tortillas, se hace mención
clara de que el diluvio consistió en una
prolongada lluvia.
Debe recordarse
que también se hace mención de
la lluvia como causa del diluvio en el capítulo
V de la Historia de los mexicanos por sus
pinturas, copia de un documento redactado
antes de 1544 probablemente por fray Andrés
de Olmos, y en la Leyenda de los soles,
interpretada en 1558 a partir del Códice
Chimalpopoca. Consecuentemente, hacen igual mención
de la lluvia muchos cuentos populares mexicanos
que se derivan de estas narraciones prehispánicas,
y por todo ello no se excluye de la presente
versión.
De otra parte,
la corriente junguiana de psicoanálisis
pudiera encontrar en el hecho de la intervención
de Juan al cuarto día, después
tres anteriores de observación desde detrás
de la barda para robar la piel de sus perros,
una conexión con la teoría del
número cuatro como “totalidad”.
3. “El
manantial de La Alcatarilla” (michoacana).
Resumen:
Condolido de la población que sufre la
sequía que azota Pátzcuaro, Vasco
de Quiroga hace el milagro de obtener agua de
la tierra, enterrando su cayado en ella. Paralelamente,
en el municipio asimismo michoacano de Zacapu
el benefactor local, fray Jacobo Daciano, produce
un milagro de la misma espaecie. Pero existe
la opinión de que los hechos ocurrieron
de otro modo: en medio de la dura sequía,
Quiroga, buen observador, vio a un pajarillo
entrar varias veces seco a un matorral y salir
de él siempre mojado. Al buscar en las
plantas de referencia, encontró el manantial
que años más tarde, al conducirse
por razones de urbanismo a la alcantarilla cercana,
recibió el nombre con el que aún
se lo conoce.
Comentario:
Es ésta una leyenda profundamente arraigada
en la cultura local y en la creencia religiosa
de la región del lago de Pátzcuaro,
en el estado mexicano de Michoacán, y
las referencias documentales sobre la misma son
numerosas. Existe incluso en la ciudad del mismo
nombre, como se dice en el texto del libro que
aquí comentamos, un monumento de cantera
en el punto donde brota el manantial, con una
lápida en la que se hace alusión
al ya aquí referido milagro de Vasco de
Quiroga.
La señalada
duplicidad de esta leyenda, con versiones en
los municipios de Pátzcuaro y de Zacapu,
se ve reforzada en el último texto de
Leyendas del agua en México, el cual
se cita en último lugar en esta misma
serie de comentarios y en el que muestra propiamente
el nacimiento de una nueva en el estado de Chiapas.
De igual modo, debemos mencionar que al menos
en el municipio de Pátzcuaro hay personas
que aseguran haber presenciado algunos de los
prodigios que hacen el contenido de alguna de
sus leyendas.
Es el caso de
una mujer que vio a una princesa purépecha
arrojar en el centro del lago un “encanto”
de varias campanas de oro, las que ahora atraen
al agua a quien se acerca a ellas para que se
ahogue y muera (15, 79).
Por último,
cabe recordar que fue también al clavar
la diosa Chalchiuhtlicue su cayado en la tierra
en tiempos del Cuarto sol, según cuenta
la leyenda respectiva, que se desató la
lluvia que acabó con la vida en el mundo.
4. “El
pez que cenó San Juan” (oaxaqueña,
zapoteca, Andrés Henestrosa).
Resumen:
Antes de ser santo, san Juan era pescador en
uno de los pueblos mareños de Oaxaca.
Después de la pesca, cenaba, asándolos
en las orillas de la laguna, algunos de los pececillos
que había pescado. Una noche, habiendo
dado apenas el primer bocado a su pececillo,
le avisan que por un pueblo vecino va pasando
Cristo, a quien él quiere conocer. Entusiasmado,
sale corriendo a encontrarlo, arrojando inopinadamente
su cena al lago. El pececillo cobra entonces
nueva vida y da origen a una clase de arenques
que, al parecer ya hoy extinguidos, presentaban
un hueco entre la cabeza y el vientre, dejando
ver el costillar de esa parte de su cuerpo.
Comentario:
Salvo la referencia al diluvio —que por
su parte no es exclusiva de la historia sagrada
católica—, la adopción de
temas bíblicos como asunto de recreación
por parte de los pueblos indígenas mexicanos
es más bien infrecuente. De tal modo,
la serie de leyendas que Andrés Henestrosa
dio a conocer en forma de relatos en su bello
y célebre libro titulado Los hombres
que dispersó la danza, aparecen como
un capítulo de significativa excepción
en el acervo leyendístico del país.
De otra parte,
al referir Henestrosa esta leyenda como Zapoteca,
hay lugar a las siguientes conjeturas:
Los pueblos
zapotecos del Istmo de Tehuantepec son principalmente
agricultores, siendo los huaves los principalmente
pescadores. Éstos se dan a sí mismos
el nombre de “mareños”, que
prefieren al otro, el cual les fue impuesto por
los zapotecos con el significado de “gente
que se pudre en la humedad”. Los mareños
han tomado su nombre de los pueblos Santa María
del Mar, San Dionisio del Mar, San Francisco
del Mar y San Mateo del Mar, todos ribereños
del sistema lagunar del Istmo de Tehuantepec,
a donde fueron relegados por los zapotecos en
épocas pasadas.
A este respecto
existe la leyenda, apuntada por Ezequiel Zárate
Toledo (16, 3), de que “San Vicente, patrono
de Juchitán, advirtió a San Dionisio
y a San Francisco sobre la llegada de un ciclón.
Éstos no avisaron a San Mateo y por esa
razón los matellanos se quedaron en los
terrenos planos y los de San Dionisio y San Francisco
buscaron refugio en los cerros en los que están
ubicados.” Y añade Zárate
Toledo el siguiente comentario: “Este mito
es muy importante para aproximarnos al estudio
de la interrelación entre mareños
y zapotecos, ya que muestra el emparentamiento
actual entre los zapotecos y los mareños
de los pueblos que sí encontraron refugio,
sucediendo lo contrario con el caso de San Mateo”.
Los mareños
se dan a sí mismos la categoría
de “mero ikooc”, que en su lengua
(el huave) significa “verdaderos nosotros”.
Reconocen otras dos categorías de humanos:
los extranjeros o “moel”, y la gente
del Istmo o “missig”.
No obstante
que los mareños siguen teniendo en sus
relaciones con la actividad pesquera principalmente
un sistema de creencias de raigambre prehispánica,
por ser los pueblos zapotecos, como ya se dijo,
principalmente agricultores, y siendo por ese
motivo los dichos zapotecos más prósperos
que los mareños, existe la posibilidad
de que la leyenda del pez que San Juan “cenó”
sea, precisamente, de origen mareño y
no zapoteco.
Es difícil
suponer la creación de un mito por parte
de un pueblo cuya actividad relacionada con él
es de orden secundario.
De otra parte,
con todo el respeto y la admiración que
como escritor de alta calidad sentimos por Andrés
Henestrosa, salta la posibilidad de que este
maestro haya podido “apropiarse”
—como se dice hoy eufemísticamente
al plagio—, la leyenda en cuestión,
para enaltecimiento de su raza, que es la zapoteca.
Desafortunadamente,
debemos recordar como refuerzo a esta suposición
una vieja polémica sostenida entre Henestrosa
y otro célebre escritor oaxaqueño,
Gabriel López Chiñas, sobre la
paternidad nada menos que de la principal leyenda
recreada en el libro de aquél, que citamos
en las referencias del presente trabajo. Esa
leyenda lleva por nombre “Vinigulasa”
o “Vinigundasa”.
Por si fuera
poco, en el apartado respectivo a “Santo
Domingo Tehuantepec”, de la Enciclopedia
de los Municipios de México (17),
en concreto en la ficha biográfica del
“personaje ilustre” local Carlos
Irribarren Sierra, se afirma que éste
criticó una vez a Henestrosa por haber
plagiado el son llamado “Micaela”
y haberle puesto el de “Martiniana”.
Estos datos
refuerzan nuestra sospecha de que la leyenda
“El pez que cenó San Juan”,
quizás con otro nombre o aun sin nombre,
pudo haber nacido entre los mareños —respetando
siempre su autodenominación—, y
no entre los zapotecos.
No es interés
del autor inculpar a Henestrosa, sino marcarse
un camino de reflexión que vuelva congruente
el sentido de la mencionada leyenda con el carácter
del pueblo que pudo haberla generado. Por ahora,
debido a sus antecedentes históricos en
la región y con base en la actividad pesquera
de la misma (pese a que en Santa María
del Mar esté desarrollándse modernamente
la agricultura), su conclusión es la de
que resulta difícil otorgar el crédito
respectivo a los zapotecos.
c) Leyendas
modernas
1. “La Llorona” (hidalguense, otomí,
AGP).
Resumen:
En la época de lluvias, la región
hidalguense de Los Llanos de Apam es testigo
de las apariciones de una sonriente mujer vestida
de blanco, a la cual los hombres (únicos
a quienes se aparece) llaman “La Llorona”.
El trance consiste en un rapto del que los hombres
despiertan a mucha distancia del lugar donde
se operó el prodigio, mismo que transcurrió
sin palabras ni temor alguno.
Comentario:
Los hechos de la leyenda colonial respecto de
los que ocurren en la prehispánica sugieren,
en primera instancia, un intento —que se
logró por completo— de anular el
mito azteca debido a su contenido altamente subversivo.
Para superponer el carácter urbano distractor
de la leyenda colonial al rural subversivo de
la prehispánica, hubo de reducirse la
tragedia de todo un pueblo a una tragedia familiar,
si bien dolorosa y reveladora del carácter
machista de la sociedad colonizadora.
De otra parte,
cabe establecer una notoria relación de
valor inverso entre el contenido de la leyenda
prehispánica y el de una versión
del texto de una célebre pieza de alfarería
de la civilización cicládica, del
Siglo XVII a. C., conocida como el “Disco
de Festós”. En este último,
que es la arenga de una mujer a sus guerreros
para que defiendan su ciudad frente a unos invasores,
hay frases como éstas: “...¡Creta
va a muerte contra los bárbaros! (...)
¡Háganse todos a la mar y líbrenme
de tal desventura!”, las cuales nos hacen
ver que aquel pueblo tenía esperanza de
no ser anulado, lo cual sugiere la posesión
de una tecnología competitiva que los
prehispánicos no tenían respecto
de los españoles.
Es de hacer
notar la interpretación que Helena Rivas
(18) hace de una circunstancia anotada por Artemio
de Valle Arizpe, en el sentido de que la Llorona
prehispánica, al llorar, se arrodillaba
hacia el Oriente (19): “Posiblemente sea...
una última llamada al renacimiento, pues
algunos pueblos, como los totonacas, creían
que al Oriente estaban las almas de los niños
que volverían a nacer”. El hecho
de que la actual Llorona de los Llanos de Apan,
en Hidalgo, que es la que se comenta en la parte
respectiva de Leyendas del agua en México,
tenga una relación amorosa con los hombres
a quienes rapta (3, 106 y 107), en vez de dedicarse
a lamentar la muerte de sus hijos, podría
inscribirse en el señalado proceso de
reivindicación.
Finalmente,
cabe recordar la circunstancia en cierto sentido
cercana que Cervantes narra en el Quijote,
respecto del licenciado Torralva, “al que
los demonios llevaron por los aires de Madrid
a Roma”. (21, 344.) En su comentario a
la mencionada novela cervantina (22, 1756-57),
Diego Clemencín anota varios casos más
en los que algún personaje es trasladado
con rapidez sorprendente a través de grandes
distancias, por obra del Demonio en persona,
de algún caballo (lo cual les sucedió
asimismo alguna vez a don Quijote y a su escudero)
o del simple “encantamiento” de la
inconciencia, como sería el caso de los
raptados por La Llorona.
2. “Las
golondrinas de agua del Salto de San Antón”
(morelense, AGP).
Resumen:
Citlalli, hija del cacique de San Antón,
y Felipe, hijo de un soldado de Hernán
Cortés, se enamoran. Antes de partir el
ejército español a la conquista
de Tepuztlán, se comprometen para casarse
y acuerdan solicitar a sus respectivos padres
el permiso para hacerlo. Cada quien recibe por
su lado la decepción de la negativa, y
fulano huye para regresar a unirse con su amada.
Los dioses de ella les aconsejan morir juntos,
por lo que la joven se lanza al vacío
para convertirse en la cascada que da nombre
a la leyenda, mientras él danza en círculo
frente a ella hasta convertirse en la primera
de las “golondrinas de agua” del
lugar.
Comentario:
Se trata de una leyenda inédita, recogida
y recreada por el autor del libro. En ella, la
hija del cacique del lugar y el hijo de un soldado
de Hernán Cortés son objeto de
una negativa de sus respectivos padres a su intención
de unirse en matrimonio. De tal modo, siguiendo
el consejo de ciertos dioses prehispánicos,
optan por convertirse, ella en el chorro de agua
hoy conocido como “salto” de San
Antón, y él en la primera de las
“golondrinas de agua” (vencejos)
que viven en torno a esa cascada.
3. “Ndareje,
río Lerma” (mexiquense, mazahua).
Resumen:
Un águila aparece en el cielo de el valle
donde los jñatjos cultivan la tierra y
los otomís cazan. El ave trae en el pico
una serpiente que se muestra viva y vigorosa
a los ojos de los dos grupos humanos. Los dos
interpretan el hecho como un prodigio, y dejan
que el águila se asiente en una colina
y deje libre a la serpiente. Ésta, para
gusto del niño de la pareja de protagonistas
jñatjos, que había deseado que
la serpiente fuera buena y no mala (en cuyo caso
su propio padre hubiera tenido que matarla),
se convierte en agua y da lugar a la formación
del río Lerma.
Comentario:
La imagen de un águila que tiene en el
pico a una serpiente, semejante a la incluida
en el mito que guió a los aztecas en su
camino hacia la fundación de Tenochtitlan,
se halla justificada nada menos que en la cotidianidad
del campo mexicano. En efecto, no es extraña
la referencia oral de un águila que lleva
una serpiente en el pico. La variación,
en la leyenda mazahua que aquí se presenta,
estriba en que el ave no está devorando
al reptil, como en el mito azteca.
Debe tomarse
en cuenta que los aztecas llegaron a la meseta
del Anáhuac cuando ya los alrededores
del lago de Texcoco estaban habitados por diversos
pueblos. La concepción de ser devorada
la serpiente por el águila es afín
al espíritu guerrero de los nuevos inmigrantes
al valle, que no sólo iban a someter ulteriormente
a los pueblos de los alrededores del lago, sino
que hubieron, además, de sobrevivir un
tiempo alimentándose de las víboras
del islote que les fue asignado y en el que habían
encontrado, según su propia leyenda, la
buscada señal para su establecimiento
definitivo.
Necesariamente,
en una leyenda como la del río Lerma la
imagen inicial de marras, naturalista desde luego,
debía ser pasiva, o pacífica, si
se quiere, a modo de que su consecuencia al final
del relato pudiera ser lógica y no antitética
a ella.
En principio,
dicha imagen pudiera sugerir una negación
del símbolo azteca, que además
de todo habría de devenir símbolo
patrio. Pero a juicio del autor ya la simple
existencia de tal imagen en la leyenda mazahua
refuerza el carácter finalmente histórico
del mito azteca.
4. “Marina”
(campechana, Justo Sierra Méndez).
Resumen:
Marina es seducida por el joven al que ama, mismo
que pese a haber alardeado en la fiesta de san
Román que la haría su esposa, se
aleja de ella para siempre. Su padre, que es
pescador, le plantea al padre de él y
jefe suyo la necesidad de que sus respectivos
hijos se unan en matrimonio, pero éste
le informa que ha mandado a su vástago
a Europa, a fin de que olvide a Marina. Ella,
encinta, está dejándose morir cuando
Ramón, que siempre la ha querido, le ofrece
casarse con ella y darle nombre a su futuro hijo.
Habiendo accedido la muchacha, el día
de la boda su novio le impone que luzca durante
la ceremonia el velo blanco que en tal ocasión
sólo pueden usar las vírgenes.
Como consecuencia, Marina se quita la vida ahogándose
en el mar y dejando que el velo flote en el punto
donde ella se sumergió.
Comentario:
Por varias razones, la presente leyenda reviste
especial importancia:
En primer término,
guarda parentesco con el tema primario de la
versión colonial de la “Llorona”,
pues la protagonista desaparece en las aguas
luego de haber sufrido una decepción amorosa.
De otra parte,
se diferencia de ella, y radicalmente, en que
aquí la protagonista tiene una segunda
oportunidad para la vida, antes de desaparecer
en las aguas.
Además,
debido a que Sierra Méndez induce a la
especulación en torno a la causa de la
muerte de la joven Marina, dicho texto se convierte
prácticamente en un cuento, que en su
caso parecería buscar ser recibido como
una realidad humana del pasado, paralela y motivadora
de su carácter legendario. En efecto,
puede hacerse la lectura de que Marina es ofendida
dos veces, y que por ello termina suicidándose.
La primera ofensa le fue infringida por el seductor,
y la segunda por su prometido, que iba a rescatarla
de la deshonra. Pero éste se traiciona
a sí mismo y la traiciona a ella no aceptando
finalmente que haya perdido la virginidad, e
imponiéndosela arbitrariamente para cubrir
de modo convencional las apariencias mediante
el simbólico velo nupcial.
5. “Popchón
y Xulubchón” (chiapaneca, tzotzil.
AGP).
Resumen:
Este relato no es propiamente una leyenda, si
bien incluye una (el suicidio colectivo de un
grupo de chiapanecas acorralados por los conquistadores)
y esboza el nacimiento de otra (la serpiente
que representaría el azolve de los ríos
de la zona). De otra parte, da cuenta de diversos
esfuerzos colectivos para recuperar la salud
del ecosistema y se enfoca a secundar el llamado
social para fomentar esa actitud positiva.
Comentario:
Si bien, como en otras narraciones de este mismo
libro, el presente texto no es una leyenda, hay
en él (como en aquéllas) un momento
en el cual la leyenda se hace presente. Es, en
este caso, el que se refiere al suicidio colectivo
de un grupo de chiapanecas, al saberse vencidos
sus integrantes por los invasores españoles.
Esta leyenda es conocida en Chiapas, y de ella,
como es común al subgénero, circulan
distintas versiones.
Pero, asimismo,
aparece en este texto el germen de una leyenda
más, una leyenda en cierne: la de las
serpientes Popchón y Xulubchón.
De ellas sólo contamos con el enunciado
que Manuel le dice a la investigadora Guiteras
Holmes, y que sin duda es susceptible de desarrollo
—o pudiere estar ya desarrollándose—
por parte de los tzotziles de allá del
cañón del Sumidero.
Entre los móviles para la creación
de leyendas que pudieren estar codificados, habrá
que identificar, con base en “Popchón
y Xulubchón”, la jerarquía
de la necesidad de compensar una realidad que
ofende con la belleza del acto imaginativo.
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Primera revista electrónica en América
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México antiguo. Historias de vivos y muertos.
Leyendas. Tradiciones y sucedidos del México
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CONACULTA, México, 1995.
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Con la colaboración de Clemente Manenti,
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22. Clemencín, Diego, “Comentario”,
El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha,
Edición Cuarto Centenario, Ediciones Castilla,
S. A., Madrid, s/f.
Andrés
González Pagés
Instituto Mexicano de Tecnología
del Agua - Sociedad de Escritores de Morelos,
SEM, México. |