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Por Alejandro Ocampo
Número
53
Bienvenidos
a la edición 53 de Razón y Palabra.
En esta ocasión continuamos nuestros avatares
en la cibercultura, por ello dedicamos este número
al análisis tanto del impacto como del
sentido de las nuevas tecnologías de información
y comunicación en nuestro espacio latinoamericano,
particularmente en Brasil y qué mejor
forma de hacerlo que desde su idioma originario,
el portugués. La coordinación corrió
a cargo de la Dra. Sandra Portella Montardo,
profesora del Centro Universitario Feevale. Para
ella y sus colegas que colaboraron en esta edición,
nuestra admiración y gratitud.
Encaminándonos
ya hacia el final de este 2006, es buen momento
para analizar lo que hemos hecho hasta ahora,
así como los objetivos no alcanzados aún.
Si bien para nuestra región latinoamericana
no es un año fácil, con elecciones
por doquier y acontecimientos derivados de toda
transición gubernamental, es también
una prueba de ácido para mostrar que como
comunidad podemos ejercer nuestra tolerancia
inspirada en nuestra activa pluralidad. La riqueza
de nuestra región no está tan solo
en nuestro pasado, ni tampoco en nuestros acercamientos
a los llamados ‘países desarrollados’,
sino en las múltiples expresiones que
nos develan como seres humanos orgullosos de
vivir día a día nuestra humanidad,
de origen complejo, pero con ideales teleológicos
que poco a poco comenzamos a elaborar en base
a nuestra propia realidad.
Este proyecto
debe ser, sin duda, la guía que oriente
todas nuestras acciones. Por esa razón
es necesario hacer un fuerte hincapié
en el énfasis que hay que hacer en nuestra
labor educativa. Tarea que, hay que aclarar,
es anterior y superior a la instrucción
que se imparte en cualquier escuela y universidad,
y que tiene la tarea de transmitir a nuestras
generaciones futuras, primero, el orgullo de
ser y, segundo, hacia dónde queremos llegar.
No hay forma posible de progreso auténtico
si no hay proyecto en el que se unifiquen todas
las fuerzas de una sociedad ya entonces comunidad.
Este proyecto, que quede claro, debe ser plural
en el sentido de estimular la imaginación
en vías del camino a llegar para nuestro
fin, pero debe ser muy claro en lo que queremos
justamente como fin.
La ausencia
de un proyecto, producto de una pendiente revisión
seria del pasado, aunada a un dictado externo
y acompañado por las imperiosas y siempre
inalcanzables necesidades del presente, nos han
hecho olvidar lo importante que es tener claro
orientar nuestras acciones hacia un deber-ser.
Cierto es que el desencanto de la época
Light nos ha alcanzado a nosotros también,
pero cierto es que sí hay una salida que
ponga fin al círculo vicioso para que
comience uno virtuoso. Por eso no hay que olvidar
las palabras del viejo Plutarco, quien al referirse
a la educación, decía:
Una buena agricultura
requiere en primer lugar una buena tierra, un
campesino competente y, finalmente, una buena
simiente. El terreno para la educación
es la naturaleza del hombre. Al campesino corresponde
el educador. La simiente son las doctrinas y
los preceptos transmitidos por la palabra hablada.
Cuando una naturaleza escasamente dotada recibe
los cuidados adecuados mediante el conocimiento
y el hábito, pueden compensarse, en parte,
sus deficiencias. Por el contrario, hasta una
naturaleza exuberante decae y se pierde si es
abandonada. Este hecho hace indispensable el
arte de la educación (Jaeger, W. Paideia,
FCE, 2000, p. 285).
Evaluemos si
estamos dispuestos tomar la responsabilidad de
tomar como obligación la definición
de nuestro telos tanto en lo individual como
en lo colectivo. En realidad no es difícil
percatarse de lo imperante que es esto ante un
mundo en el que reina cada vez más la
incomprensión, la indolencia y la tiranía
económica como únicas premisas
de un supuesto indicador válido.
Finalmente,
quiero agradecer a todas las muchas personas
que se unieron a la pena por el fallecimiento
de nuestro amigo, colega y maestro, Javier Vilchis.
Hoy más que nunca nos hemos percatado
de su mucha obra que con tesón y entusiasmo
realizó durante sus casi 25 años
de estancia en nuestro Tec de Monterrey Campus
Estado de México y a lo largo de su vida.
Javier hizo válida aquella enseñanza
socrática de que existir no es vivir,
Javier vivió y fue definitivo coadyuvante
en el despertar de quienes tuvimos la enorme
fortuna de cruzarnos en su camino. Por eso, Javier
más que profesor fue maestro y más
que colega fue amigo. Por cierto que todo ese
esfuerzo no fue en vano, de ello nos esforzamos
día a día, desde nuestro respectivo
espacio, todos los que tuvimos la oportunidad
de ser sus compañeros de viaje y ser gratamente
salpicados de su sabiduría. Hasta siempre
Javier, las semillas que sembraste aceptan el
reto que es responsabilidad, tu inspiración
camina a nuestro lado a cada instante, esperamos
no decepcionarte.
Buena lectura
Alejandro
Ocampo Almazán
Director de Razón y Palabra |