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Por José Cabrera
Número
53
Resumen:
Este estudio se ha planteado con un enfoque cualitativo,
de carácter interpretativo. Hemos buscado
comprender los procesos de creación de
televisión y su relación con el
uso de tecnologías (tecnoculturas) como
Internet, atendiendo para ello a la forma como
los actores, los escenarios y los objetos que
entran en juego se constituyen como un espacio
de significado, o lo que en el estudio hemos
denominado una representación. La pregunta
de investigación significa justo una indagación
sobre el signficado de una compleja práctica
social de construcción de significados
colectivos. Un representar que define un quehacer
televisivo. La población del estudio fueron
personas con diferentes roles en el proceso de
producción de tv1
. Los canales de televisión participantes
fueron los más grandes y consolidados
del país. Los resultados que se presentan
en este artículo están concentrados
en uno de los aspectos centrales de la investigación:
las representaciones de internet en el hacer
televisión y las representaciones de televisión
con el uso de internet. Se desatacan la forma
como internet representa un universo de disponibilidades,
de datos listos para usar, al tiempo que la televisión
se representa como un objeto construido en una
dinámica de la brevedad, del placer de
representar lo que quieren las audiencias. En
el particular escenario de los periodistas es
evidente como el peso de la abundancia de información
de la red, de la necesidad de “totalizar”
el mundo en un discurso breve, da pie a una estética
del fragmento, a la búsqueda de la instantaneidad
del dato y al efecto visual que “seduce”
a las audiencias. La investigación fue
financiada por una beca de la Comisión
Nacional de Televisión de Colombia, CNTV,
y realizada por el IESCO-Universidad Central2.
El estudio completo ha sido publicado por la
CNTV bajo el título: “Hábitats
Digitales en la Convergencia Mediática”.
Introducción
El mundo
contemporáneo de hipercomunicaciones fragmentadas
tiene una motivación intensa por todo
lo que implica construir significado. Somos consumidores
ávidos de relatos del mundo. Nos hacemos
relatos y nos contamos como tal (Gergen, 1991,
1996; Bruner, 1986, 1991). Construimos universos
en formatos orales, visuales y escritos, en tecnologías
audiovisuales, hipertextuales e hipermediales.
Compramos, consumimos, devoramos, comunicamos
y experimentamos relatos. Y lo hacemos con sonidos,
tacto, imágenes y palabras. Nuestro mundo
está “atravesado” por medios
tecnológicos donde los sentidos construyen
una legión de géneros comunicativos:
músicas, documentales, telenovelas, hiperrelatos
y un etcétera de mixturas inacabables.
Los impresos, el cine, la televisión,
la música, la virtualidad, los videojuegos
y la conectividad ubicua de los dispositivos
móviles de comunicación se han
convertido en las empresas más multiculturales
del siglo xxi, un habitat complejo y profundo,
listo para ser explorado, listo para ser inventado.
Y es allí,
en ese hábitat de mutación de objetos
y significados, de convergencia de medios y formatos3,
de conexión de tecnologías y audiencias,
en donde hemos planteado una interrogación
que pareceía posible y se ha vuelto necesaria.
¿Cómo la televisión, la
industria de comunicación más poderosa
del siglo xx, se ha encontrado con la Internet,
la más prometedora del siglo xxi? Este
artículo desarrollará una síntesis
de algunos de los resultados que esta investigación
arrojó en respuesta a esta pregunta. El
estudio se realizó sobre los principales
canales de televisión en Colombia para
identificar procesos y representaciones que los
productores de contenidos para televisión
tienen con la utilización de fuentes informáticas,
en particular internet. Las posibilidades de
encuentro e interacción son diversas,
en el estudio nos hemos concentrado en como los
creadores de contenidos hacen las veces de navegantes-consumidores-productores
y ello en un circuito donde quien produce es
a la vez producido, quien emite es a la vez emitido.
Es claro que estos productores son también
consumidores, de hecho, probablemente, son más
profundamente consumidores de otros medios que
el sujeto promedio de las audiencias. Así,
más que producir mensajes, ellos son producidos
por el circuito comunicativo, el cual no tiene
de manera evidente un principio y un fin. Estos
consumidores son, para llamarlo de alguna manera,
prosumidores (Toffler, 1988), productores
y consumidores a la vez; habitan el “circuito
mediático” (Cabrera, 2001) y lo
hacen posible no solo porque lo producen, sino
porque lo consumen. Son eslabones de una cadena
de prosumidores. Esta investigación
está aquí, en el nudo a veces inasible
de dos tecnologías que se intersectan,
de dos universos en el que las representaciones
y significados que se asignan a los objetos definen
los usos y alcances del proceso de crear contenidos
para televisión.
Hacer televisión
es crear un mundo, tomar una idea y, casi de
la nada, ponerla en el espacio del deseo contemporáneo:
las pantallas. Cuando un productor de contenidos
para TV toma ideas, navega y naufraga en redes,
lee contextos e hipertextos, hace juicios, apropia
prejuicios, genera ficciones y luego, tal vez
tan solo un segundo después, genera un
mundo audiovisual, se vuelve como un pequeño
Dios, da cuerpo y vida a hombres y mujeres, imagina
sus deseos, sus miradas, sus formas de ser y
estar, diseña los lugares que habitan,
en los que viven y perecen. Y cuando hace esto,
el o ella, son analistas simbólicos, interpretan
entornos, siguen manuales, asumen fórmulas
y se inventan maneras de contarnos mundos. Estos
creadores de noticias, dramatizados, realidades
y ficciones de los canales de televisón
colombianos, hoy no solo son hacedores de televisión,
son también navegantes de las redes digitales.
Y en ellas, en el profundo, espeso e ilimitado
espacio de sus representaciones, han empezado
a beber de una nueva fuente de material narrativo
para crear sus historias de amores y desamores.
No podríamos decir jamás que es
en la pantalla del internáuta donde surgió
la idea. Ese ejercicio metacognitivo es tan complejo
e inasible para nosotros, como lo es para los
propios creadores. Lo cierto es que los hacedores
de televisión construyen sus mundos navegando
en los mundos de otros. Siempre lo han hecho
así, solo que esos mundos, hoy son, para
muchos de ellos, los hábitat convergentes
e hipertextuales de la Internet.
Las
representaciones de los creadores de televisión
El presente
documento da cuenta de las representaciones4
que se generan en este nuevo espacio de convergencia
entre internet y televisión. Para ello
hemos organizado el texto presentando ese universo
de signficado que se construye entre los productores
de televisión, tanto en relacion directa
con internet como en la forma que a partir de
su experiencia significan su actividad creativa
y su objeto de creación, la televisión,
en varios de sus géneros y formatos.
Crear
televisión: Una sabiduría de fragmentos
La composición
de un producto audiovisual demanda un conjunto
de complejas operaciones, desde la elaboración
de los productos textuales hasta la logística
de la grabación. Para la estructuración
de los contenidos con los cuales construyen los
universos narrativos e informativos los creadores
suelen buscar y organizar una compleja red de
minúsculos datos. Tal red de datos se
vuelve una representación valorada desde
la perspectiva de un ejercicio de saber: En producción
de libretos y en noticias, para muchos creadores
es evidente su ejercicio de construcción
de un saber con unas características particulares.
“Aquí uno aprende mucho, le cabe
a uno el mundo y el país en la cabeza,
eso es lo más importante. Es un curso
de realidad nacional e internacional todo el
día. Y como nosotros estamos acá
permanentemente, prácticamente todo el
día, nos enteramos de todo lo que pasa,
conocemos la realidad…”. (Periodista).
Por otra lado,
en los territorios de otro género, para
construir el perfil de un personaje, por ejemplo,
los creadores de libretos tienen que obtener
información detallada, casi “etnográfica”
de formas de vestir, maneras de hablar, espacios
sociales en los cuales se desenvuelve, rutinas
laborales, contextos institucionales, tipologías
regionales, etc. Con mucha frecuencia los investigadores
del libreto y los mismos libretistas se ocupan
de cada detalle y sobre ellos arman pequeñas
monografías descriptivas, que sumadas
pueden llegar a significar un extenso material.
Cabe anotar que no es infrecuente encontrar que
algunos de ellos provienen de disciplinas en
las que han tenido algún tipo de experiencia
con técnicas de investigación social.
En sintonía
con un medio donde los requerimientos de información
son tan abundantes y los tiempos de producción
suelen ser cortos, según la propia perspectiva
de los creadores de televisión, Internet
se ha vuelto el mejor recurso para obtener datos
de manera rápida y oportuna. Por mediación
de la Red, estos creadores se han vuelto así
en portadores de una sabiduría de fragmentos.
Al menos por determinados períodos de
tiempo, los creadores de contenidos suelen volverse
“especialistas en detalles”. Para
ello se concentran en la indagación de
espacios y roles sociales con los cuales están
trabajando algún determinado proyecto.
Estos sabedores de fragmentos ven en la Red su
mejor aliada, en buena parte porque la representación
de Internet como un reservorio ilimitado de datos
los hace considerar que cualquier saber está
disponible allí. Las búsquedas
de información que realizan, según
lo reportaron, se basan en las herramientas de
búsqueda general, las cuales frecuentemente
están organizadas de modo fragmentario,
insuficientemente jerarquizado y sin criterios
intrínsecos de confiabilidad. De ello
es fácil colegir, que el “capital
informativo” del cual disponen los creadores
se vuelve un conjunto articulado de fragmentos
desde los cuales alimentan el desarrollo de sus
contenidos.
La desmesura
lectora de los creadores de televisión
Las representaciones
de Internet bajo el significado “biblioteca”
no implican necesariamente que esta sustituya
a las bibliotecas, ni que la Red conlleve a la
pérdida de lectores de libros y visitantes
de centros bibliográficos. Lo más
probable no es que las bibliotecas estén
perdiendo lectores, porque tal vez estos lectores
nunca habrán pensado ir a una biblioteca,
sino que, al menos en parte, con Internet, la
biblioteca no solo no pierde lectores, sino que
el universo lector gana adeptos. Con Internet
y los medios informáticos estamos asistiendo
a la configuración de nuevas formas de
leer y también a nuevos tipos de lectura.
Si les preguntáramos
a los creadores de televisión si tienen
tiempo para leer, probablemente encontraríamos
la respuesta que se dio para varios de ellos:
“no tienen tiempo”. Pero, en realidad,
tal vez no pueden leer porque están demasiado
ocupados leyendo… en Internet. En nuestras
sesiones de entrevista, con frecuencia observamos
asistentes, libretistas, periodistas, enchufados
en la interfase textual, haciendo las veces de
hiperlectores, cazando información de
la Red. Esta se está volviendo la paradoja
lectora de quines no van a bibliotecas. Nuestros
hacedores de televisión son jóvenes
y en esas generaciones poco lectoras, Internet
está re-encantando la lectura. Para soportar
nuestro argumento, basta recordar que como audiencias
no nos causa sorpresa constatar que el objeto
libro nunca ha sido algo natural en los contenidos
de televisión. El libro, objeto sagrado
del mundo logocéntrico, ha sido tan solo
eso, objeto de culto y distancia reverente más
que el protagonista para un guión de televisión.
Es extraordinaria la ocasión en que el
personaje de un dramatizado, de cualquier naturaleza
y género, está en práctica
de lectura. Los personajes beben, hacen deporte,
se exaltan de emoción, ven televisión
o duermen, entre un sin fin de otras acciones.
Son personajes para los cuales leer es casi un
acto inexistente. El libro, el universo lector,
parece no caber dentro del universo simbólico
de quienes construyen relatos audiovisuales en
televisión.
Pero, en la
forma de una paradoja, estos creadores de contenidos,
suelen leer y al parecer, con más asiduidad
e intensidad que la que podríamos suponer.
Los cazadores de datos en Internet, de cualquier
género televisivo, ya sea de dramatizados
o noticieros, están frecuentemente leyendo
en sus pantallas, consultando sus correos, buscando
información, cruzando fuentes, indagando
por detalles. Leen, requieren leer bastante.
Pero en el formato Internet, que cada vez les
es más natural a su cotidianidad, su ejercicio
es de otro tipo de lectura. Es la lectura hipertextual,
la de nodos dispersos e indefinidos. Es la del
texto donde la perspectiva del lector cooperativo
se vuelve la perspectiva del lector constructivo
(Eco, 1981). Internet es un texto que pierde
sus espacios, nos lleva de un enlace a otro.
Nos pierde y el control, en el último
instante de cada extravío, está
de la mano del lector que, además, no
es un lector, es un Hiperlector.
Desde su ejercicio
hiperlector, en el medio de los creadores de
contenidos televisivos, encontramos también
una vasta producción escritural. Sinopsis,
escaletas, preguiones, guiones técnicos,
literarios, investigación de perfiles,
de personajes y de contextos, son el escenario
de una intensa práctica institucional
de producción escrita. Si bien no todos
escriben, si hay roles de la cadena de producción
del objeto televisivo, cuya función es
precisamente esa: escribir, escribir. Entre asistentes
de investigación, investigadores, libretistas,
periodistas y editores, se encuentra una gran
población que produce contenidos escritos
antes de producir televisión, o mejor
aún, para poder producir televisión.
Tal vez en su “investigación”,
en su producción textual, en sus composiciones
escritas, no hagan más que editar información,
juntar fragmentos, articular dispersiones en
un conjunto relativamente coherente que sirva
de base a cualquiera de sus universos creados.
Pero con lo que sabemos, con nuestra información,
no podemos juzgar el valor y alcance de este
ejercicio escritural, lo cierto, por ahora, es
que nuestros asiduos hiperlectores son también
escritores, asiduos escritores.
Interactuar
con las audiencias ¿ejercicios democráticos
del Internet?
Una de las dimensiones más estratégicas
que Internet puede tejer con la televisión
consiste en el espacio de relación que
se crea entre audiencias y creadores de contenidos.
El discurso de los creadores de contenidos tiene
matices y diferencias que podemos agrupar en
dos perspectivas. La primera tiene que ver con
la oportunidad que representan las herramientas
en línea (básicamente correos electrónicos)
para interactuar con los creadores; la segunda,
consiste en considerar a Internet como la posibilidad
de que las audiencias participen de diferentes
maneras en la naturaleza de los contenidos. También,
con frecuencia, estas representaciones aparecen
mezcladas, evidenciando una tensión y
una ambigüedad sobre las razones que justifican
la relación con los públicos.
A través
de la interacción del correo electrónico,
las audiencias han empezado, en diferente medida,
a ser reconocidas como “interlocutores”
de los creadores de productos televisivos. El
diálogo puede no ser equilibrado, probablemente
es bastante asimétrico, pero empieza a
significar un espacio de interacción.
Para los creadores, desde esta perspectiva, lo
que las audiencias desean es menos definir un
contenido que interactuar con sus “estrellas”.
Los creadores, de manera generalizada se auto-representan
bajo una fuerte imagen de prestigio social. Estar
en televisión es ser, en cualquiera de
sus escalas, roles y jerarquías, alguien
digno de reconocimiento social. Por ello lo que
los creadores televisivos atribuyen a las audiencias
es una motivación, casi irreductible,
de tener el contacto con estos “seres especiales”.
Lo que las audiencias están logrando es
palpar lo intocable, es romper el mito de la
inaccesibilidad de sus objetos de deseo audiovisual.
El medio televisivo convierte en público
a un personaje, pero al ponerlo en la escena
de la visibilidad social le crea todo un “ecosistema
de reconocimiento” cultural, comercial
y publicitario.
Si la perspectiva
de la televisión es básicamente
comercial, quien participa de ello se ve profundamente
involucrado en la intencionalidad de su sistema
de promoción social y asume el discurso
que de ello se deriva. Ese es el sentido de la
televisión en nuestro contexto y es tal
el reconocimiento y valor social que se le atribuye
al medio, que cualquiera de sus creadores, aun
cuando no esté visiblemente en la puesta
en escena, se ve compelido a asumir y a la vez
es investido del prestigio social de “ser
de la televisión”. En las experiencias
observadas era evidente que en cualquiera de
los roles, desde los más sencillos hasta
los de mayor jerarquía (dentro de las
que se manejan en el medio) cada miembro de los
canales de televisión, en diferentes grados,
se investía del “efecto especial”
que otorga pertenecer a esta empresa. En otras
palabras, el efecto del “star system”,
es tan amplio en la producción de televisión
que alcanza para cubrir a casi todos los que
en ella se desempeñan. La televisión
es una enorme productora de prestigio social
y el público lo sabe tanto como sus creadores.
Desde esta perspectiva,
la interacción con las audiencias suele
convertirse en un ejercicio de deferencia, donde
la estrella, al comunicarse con sus audiencias
le da la oportunidad al “ciudadano corriente”
de participar con sus personajes de ensueño,
de reconvenirlos, de solicitarlos, de declararles
sus afectos incluso. El correo se ha convertido
para una parte aún no mensurable de audiencias
en la forma de extender sus deseos audiovisuales
para acceder a lo que de otra forma le resultaría
inalcanzable. Muchos correos por ello son declaraciones
de amor, invitaciones u otras formas de buscar
materializar las fantasías del acceso
a sus “personajes de televisión”.
En el mismo
sentido, la interacción con la audiencia
se vuelve objeto, no de los contenidos de la
interacción, de la perspectiva del público,
o del valor social del acto comunictivo, sino
una estrategia para cerrar el circuito de la
televidencia y la fidelidad al canal. Preguntar,
responder e interactuar con los públicos
es la más reciente estrategia emergente
para mantenerlos anclados a la participación
del circuito de televidencia del cual depende
la televisión. En una estructura de comunicación
así, la audiencia se convierte en “objeto”
de la comunicación y el contenido de la
interacción es definido desde los creadores
del canal, desde la perspectiva del enganche
publicitario. Hablar con el otro no para escucharle,
ni para que participe, sino para continuar ofertándole
el producto audiovisual para reforzar su consumo.
No podríamos
precisar hasta dónde la intencionalidad
se cumple, hasta dónde las audiencias
también se plantean otra instrumentalización
similar, o al menos simétrica, pero lo
cierto es que, desde una de las partes del circuito
comunicativo, hay un actor que aún sostiene
una posición profundamente ambivalente,
presionado por su inscripción en una institucionalidad
comercial respecto de lo que quiere y de lo que
hace en la comunicación con sus audiencias.
Incluso, en este sentido la noción de
audiencia se podría reconfigurar, porque
el otro ya no es solamente quien recibe, asume,
consume, etc., sino quien interactúa.
Aunque esto más bien, por ahora, solamente
una ficción, la de un deseo, el de quienes
pretenden una televisión más sintonizada
y comunicada con sus audiencias, con más
lazos de interacción efectiva entre públicos
y creadores.
No sería
posible ponderar hasta donde esta lógica
de la “participación” de las
audiencias implica cambios en los contenidos.
Existen pistas interesantes que apuntan a la
presencia de circuitos de complicidad y diálogo,
pero en términos de cómo se representa
el acto de la participación de las audiencias
en el desarrollo de contenidos, en el quehacer
de la televisión, lo que encontramos en
esta segunda perspectiva es la atribución
a la audiencia de su intencionalidad de participar.
Pero participar aquí, en esta representación
de la relación comunicativa, se ajusta
a un circuito de significado muy particular.
Primero participar es una experiencia placentera,
segundo participar es un “descubrimiento”
de las audiencias y, tercero, participar es escoger
entre opciones predefinidas. Las cuales, por
supuesto no son muchas.
En la Web de
los canales de televisiòn, o en la emisiones
de los noticieros, se publicita frecuentemente
la imagen de que participar es tan solo “votar”
en un sondeo de opinión. Esta forma de
participación depende decisivamente de
un elemento prioritario para la televisión:
el Rating. La audiencia que escribe correos electrónicos
a su canal de televisión significa Rating,
de ahí que la participación de
las audiencias está dada es por la capacidad
de que cada sujeto pertenezca a una categoría
como consumidor audiovisual. Es a ellos, a su
televidencia, a la que se debe los cambios del
canal. Y no tanto para “darle gusto”
a los públicos, sino para convertirlos
en un rating que garantice que los productos
sean consumidos. Participar no es entonces la
discusión de contenidos con las audiencias,
sino su garantía como cifras de Rating.
Y esta imagen predomina, sobretodo porque es
la corporeización del discurso institucional
de la televisión que define un circuito
comunicativo, no para poner a participar a las
audiencias en la definición de contenidos,
sino para garantizar la permanencia de mercados
para los objetos audiovisuales que producen.
Televisión:
la insoportable brevedad del ser
En el noticiero
hay un término que se llama ladrillo.
Una nota de más de un minuto es un ladrillo,
un ladrillo es algo muy pesado en información
y que no lo ve nadie. Entonces no hacemos notas
de más de un minuto. Ojalá fueran
de treinta, de cuarenta segundos. Y de hecho
muchas veces se recurre al mixer, que no es
una nota sino que es una información
que se hace en texto y se le empatan una imágenes
para que el presentador la lea, y así
se agiliza mucho más el noticiero y se
da más información más
condensada en mucho menor tiempo (Periodista).
Entre los creadores
de contenidos, especialmente los periodistas,
existe un discurso totalmente arraigado e incuestionable,
en televisión hay que ser breve. La brevedad
es suficiente, la imagen dice más que
mil palabras, y el supuesto, sobre el que no
se duda, es que eso lo compartamos todos como
audiencias.
La necesidad
de brevedad nos ha producido una información
de fragmentos, una producción de ritmos
rápidos, efectos visuales y sonoros que
transmiten la percepción de la rapidez.
La noticia debe ser ágil, vertiginosa
y oportuna, por su puesto breve. Más de
un minuto ya es un exceso imperdonable en el
medio. Más de un minuto hace que la nota
pierda su carácter de “entretención”.
La noticia antes que cualquier otra función
no debe perder la finalidad de una televisión
que busca entretener para no perder público.
No se desea que el televidente se agote y se
cambie de canal, por eso hay que entretenerlo;
así, si el imperativo de la noticia es
la brevedad, la de la televisión, independientemente
de unos géneros, es la entretención.
Esta representación
está implicada en una mayor: no es solo
la noticia la que debe ser rápida y breve,
es la “naturaleza” de la televisión
la que obliga a que así sea. “Lo
que pasa es que como estamos en un medio demasiado
caliente que es la televisión, afirma
un periodista, y estamos sobre el tiempo a toda
hora, pues nos toca estar permanentemente corriendo
y haciendo un análisis lo más juicioso
que podamos luchando contra el tiempo, lógicamente”.
Por supuesto, esa lucha contra el tiempo está
casi de antemano perdida. Y eso genera a su vez
una representación del oficio de periodista:
la de quien siempre está corriendo, quien
no tiene tiempo, quien pugna por alcanzar sus
objetos siempre. Y alcanzarlos de primero, porque
otro se los puede arrebatar. Y en ello hay una
arraigada dimensión antagónica;
el periodista no solo está corriendo todo
el tiempo porque tiene que correr o porque la
realidad que persigue como “cazador de
datos” se lo impone, sino porque está
todo el tiempo en competencia con otros.
Hacer una noticia
no es solo correr, es correr contra otros, para
ganar, para ser el primero, para obtener la primicia,
para no salir “chiviados”. La primicia
es un principio básico inapelable del
Vademécum de ser periodista. La primicia
ha construido todo una “mitología”,
una representación abstracta, casi inexplicable
que compele a estar todo el tiempo contra
el tiempo. Es una representación
que se ha naturalizado en el ejercicio profesional
de los periodistas, porque quizás ninguna
audiencia esté en la práctica de
ver quien informa 10 minutos antes, quien gana
en informar sobre un evento; pero a esta suposición
la dan por verdad irrefutable en el medio noticioso:
hay que informar primero porque eso garantiza
el consumo del producto audiovisual. Ello ha
traído consecuencias negativas sobre la
profundidad lograda en la construcción
de contenidos periodísticos. El valor
agregado de análisis y contexto es el
primero que sufre cuando un periodista tiene
que informar en poco tiempo. Incluso, entre los
entrevistados suele existir algo así como
una “conciencia culpable” que aún
les dice que ese no es lo adecuado. Sin embargo,
el peso de la institucionalidad, de la tradición
de la práctica profesional y del contexto
social sobre el cual ellos se representan a sí
mismos los obliga, casi de manera irracional,
a admitir que no tienen otra opción contra
lo que en momentos les resulta insoportable en
un medio que se caracteriza por eso, por su brevedad
y rapidez, lo que, probablemente, asumen, no
tienen otros medios.
El fundamentalismo
del Rating: dios, poder y dinero
Es una industria
salvaje porque usted tiene un juez que es implacable
que es el TV y eso es fácil: te ven o
no te ven. Así de sencillo. Entonces
el Rating te marca una curva y si estás
abajo pues te quitan el programa. No serviste.
Te inventas otra o te vas (Libretista).
El poder en
televisión lo da el Rating. Lo que más
pesa al hacer televisión es cuántos
ven el programa. Tener Rating en televisión
es tener asegurado la vida de un programa. Y
el Rating significa que “más es
mejor”. No vale tener audiencias solamente,
hay que tener más audiencias. No solo
“más” en relación con
el mismo programa, sino más en relación
con el otro canal. El Rating es casi lo mismo
que la dimensión antagonista de los periodistas
frente a la primicia. Hay que tener más
Rating que el otro y el otro es “la competencia”.
El Rating es
lo más volátil de la televisión,
es lo que cambia de un minuto a otro. Para un
observador externo, al menos, las medidas del
Rating son asombrosamente diminutas.
El Rating,
afirma un entrevistado del departamento de programación,
sale de medir regionalmente la información
de cómo se ve un programa. Entonces lo
primero que se hace es ir a la región
y se mide cuánto está marcando
este canal y cuanto este otro en cada uno de
sus programas en promedio, se mide minuto a
minuto. Si un programa es de treinta minutos,
entonces tiene treinta mediciones. Después
de hacer esas mediciones se toma el valor promedio
de esa medición y ése es el Rating
de esa región, se multiplica por su peso
y va sumando lo de cada región y al final
esa sumatoria completa es lo que nos dice cuánto
es el Rating promedio del programa en todo el
país (Funcionario de programación
del canal).
La “comunión”
con esa especia de “dios” que representa
el Rating es condición de posibilidad
de la existencia. El Rating es el dios que le
da o le quita la vida a un programa. Es por ello
un mecanismo permanente de movilización
de deseos. Todos quisieran tener de su lado el
Rating. El Rating es buscado, deseado, perseguido
y construido. Pero hay en él una maleabilidad
enorme. No siempre se tiene cuanto se quiere.
El Rating es una sustancia que puede ser impredecible.
Es por ello también un mecanismo de presión
sobre los creadores a todo lo largo y ancho de
la cadena de producción del objeto televisivo.
Salirse del imperativo del Rating es arriesgarse
al fracaso. Y en televisión, un medio
cuya moneda de transacción es el prestigio,
esto es lo último que se desea.
La producción
de televisión como negocio depende del
capital disponible para la realización,
en particular de pautas y patrocinios comerciales.
El valor de cada pauta está dado por el
nivel de Rating que tenga el programa. Entre
más visto sea más costosa es la
pauta. Por eso el Rating es dinero, y en la televisión-negocio,
sin dinero no hay televisión. El Rating
convertido en dios, en poder y en dinero genera
una representación incuestionable, una
especie de fundamentalismo que no puede ser rebatido.
Contra el Rating no hay apelación posible,
no estar con él, en un sentido profundamente
“mítico”, es estar contra
él, es no existir. Y la presión
que esto genera en las dinámicas de realización
de televisión es crucial, solo basta imaginarse
un medio donde “todo” el tiempo se
es valorado contra la cantidad de logro, y donde
además se debe pugnar con otro. Porque
el Rating es eso, “si no lo tienes tú,
no solo lo perdiste tú, sino que hay otro
quien lo tiene”.
El fundamentalismo
del Rating genera múltiples tipos de respuesta,
que requerirán una exploración
más detallada en otro estudio, pero, valga
decir, que la adhesión incondicional que
los creadores de contenidos tienen al Rating
implica unas determinadas formas de representarse
a las audiencias, tiene profundas implicaciones
no solo en la forma de realizar, sino de concebir
los contenidos y estás formas pasan por
una dimensión fundamental: la concepción
de las audiencias, de lo que son, de cual es
la forma de capturarlas y seducirlas. Tener el
Rating como meta es estar pendientes de cómo
cumplirla, y en ello su representación
puede variar en diferentes formas, pero siempre
manteniendo su esencia del valor incuestionable
de “capturar” audiencias.
Por otra parte,
el fundamentalismo del Rating construye una idea
tan simple como contundente del oficio de hacer
televisión: lo único importante,
la brújula de sentido y orientación,
es cuántos televidentes tienes,
no qué ven, qué comprenden, cómo
lo hacen, con qué sentido5.
Y si eso pasa por simplificar contenidos, estereotipar
géneros, reducir exploraciones conceptuales,
estéticas o narrativas, no importa, porque
eso es lo que el público quiere. Sobre
tal suposición, sobre lo que el público
quiere, como si eso fuera la operación
más sencilla de hacer, como si pudiéramos
con certeza conocer lo que el otro quiere, es
que se articula toda la parafernalia de una televisión
basada en la deificación, el poder y el
dinero que representa el Rating.
Los
negocios del placer
La televisión
es como una empresa que ofrece un servicio y
tiene unos clientes a quien venderles sus productos
lo mejor que pueda y ganar plata (Investigador
de libretos).
El significado
de la televisión como ejercicio comercial,
como empresa lucrativa y negocio, se impone entre
los creadores de contenidos como una de las representaciones
más compartidas y generalizadas. Si bien
muchos de ellos pueden resaltar los valores narrativos,
el servicio público, la dimensión
cultural, etc, estas significaciones suelen ser
bastante secundarias y abstractas, más
derivadas de su formación académica
previa que de su propia experiencia de hacer
televisión. Es desde la práctica,
del ver cotidiano, del ejercer el oficio, de
la percepción de su trabajo en su contexto
institucional, que se percibe la televisión
como un negocio, como una empresa predominantemente
orientada a producir rendimientos financieros.
La televisión se hace para vender un producto,
capturar un mercado y garantizar unos ingresos.
Hacer televisión es siempre una búsqueda
de rentabilidad. Lo que se no vende no es viable.
La importancia del Rating está muy asociada
a esta representación. Tener Rating es
tener ingresos de pauta y promoción publicitaria.
La promoción va donde haya audiencias
aseguradas. El producto no existe sino existe
mercado.
Bueno, pero
ahí surge la pregunta, ¿de qué
se trata todo esto? ¿Cúal es el
objeto del negocio? La respuesta es casi evidente
y salta a la vista en el discurso de los entrevistados:
el negocio de la televisión es el
placer. Hay que entretener y luego, si queda
tiempo, entretener. Incluso los periodistas también
se plantean mantener a la audiencia enganchada
mediante el dispositivo del entretenimiento.
La brevedad, tan trabajada, soportada, buscada
y generalizada, es el mecanismo para que el televidente
“no se canse”. Fragmentación,
agilidad y brevedad, son los tres componentes
de la receta audiovisual para mantener el negocio
de las audiencias. Eso alimenta la ruptura cada
vez más fuerte entre géneros y
formatos porque todos los creadores de contenidos,
desde los que producen dramatizados, hasta los
que fabrican concursos y hacen noticieros persiguen
lo mismo: entretener. “La televisión,
afirmaba una entrevistada, es una industria de
entretenimiento, la más grande que hay
en el mundo. Creo que es una máquina de
hacer dinero y entretener a la gente”.
(Asistente de libretos). En este discurso no
cabe duda: negocio y placer de audiencias tienen
una ligazón connatural. La mejor manera
de perdurar es la de ofrecer entretención,
cualquier otra función comunicativa queda
subsumida bajo este imperativo que es casi un
sinónimo del Rating.
De otra parte,
hacer televisión por negocio no deja de
ser, a los propios ojos de muchos de los creadores,
un ejercicio contrario a lo que suponen un “deber
ser” de la televisión. La definición
del negocio se expresa con frecuencia como ineludible,
pero en ocasiones se tensiona por este deber
ser: Para
mí, afirmaba un libretista, la TV es un
negocio demasiado rentable. Digamos, durante
todo el proceso tú eres un comunicador,
a uno le enseñan el rollo de los mass
media, que la TV debe tener un sentido social.
Pero cuando uno entra al medio, uno trata de
irse por la mitad, pero siempre va hacia el negocio.
Y producir dinero es analizar pensamientos de
la gente, mostrar formas de pensar y de actuar.
Eso también es negocio.
Esta contradicción
que surge en el meta-conocimiento, en la auto-observación
del creador de contenidos que se da cuenta de
la unidimensionalidad de su quehacer, conlleva
a hacer un esfuerzo discursivo por legitimar
el negocio por la vía de que se trata
de una acción en función de la
audiencia, en beneficio de su público.
Y el discurso, en ese “agujero negro”
de contradicción, se torna más
ambiguo cuanto menos parece verosímil
para el propio actor. Entonces, “sentido
social” y “negocio” se vuelven
dos polos entre los que lo mejor que se puede
hacer es intentar “irse por la mitad”,
lo cual, al parecer suele no funcionar, porque
la fuerza de la práctica se impone finalmente
a favor de la televisión como empresa
de rentabilidad financiera. En la representación
los dos sentidos son opuestos y no pueden interactuar.
O se sirve y se hace función social o
se hace negocio y se gana. Y entre las dos opciones
surge una respuesta clara: todo aquello que vemos
y padecemos en nuestras pantallas de televisión.
Hacer
noticias para televisión: ¿Circuito
noticioso o endogamia informativa?
Moviéndose
en un circuito mediático, buena parte
del contenido informativo que se utiliza en televisión
surge de otras fuentes mediáticas. Un
periodista nos ilustra como su práctica
cotidiana está básicamente alimentada
de su consumo de otros medios: Distribuimos funciones,
afirma, y una persona recibe video y está
permanentemente pendiente de qué está
llegando y tiene la lista. Nosotros tenemos los
horarios de los satélites y de los noticieros
más importantes del mundo, entonces sabemos
a qué hora es el telediario, el noticiero
de España y se mira y se saca la continuidad
del noticiero,, después el de BBC, el
de CNN, y sabemos qué está pasando
en los programas de ellos, y retomamos algunas
de las informaciones. En algunos casos podemos
retransmitir las imágenes, cuando hay
convenio, en este caso con Televisión
Española.
Se hace evidente
como la noticia se produce dentro de un circuito
tecno-comunicativo. Esto significa la economía
de recursos, la certidumbre del valor noticioso
y la regla de “confiabilidad” de
la fuente. Economía porque ningún
medio podría trabajar todas sus fuentes
noticiosas de manera directa; certidumbre porque
el hecho de que una información ya esté
en un componente del circuito (o sea en un medio)
ya otorga de por sí una certeza: ese contenido
tiene valor de noticia. Y confiabilidad porque
en un medio que carece de tiempo no es posible
estar indagando la veracidad de toda la información.
Sobre este último significado, el de la
confiabilidad atribuida a Internet, uno de los
más requeridos dentro de la dinámica
del circuito noticioso, un periodista afirmaba:
“Las tragedias y los desastres, eso no
da espera. Y ocurren en cualquier momento, entonces
uno simplemente le cree a la fuente que es más
verídica o que a nivel del tiempo ha mostrado
más seriedad. Entonces nosotros siempre
que tenemos dos o tres cifras, y ya estamos muy
sobre el tiempo y no alcanzamos a verificarla
muy bien, nos vamos con la fuente, entre comillas,
más creíble”.
En el medio
periodístico existen reconocimientos compartidos
sobre la confiabilidad de las fuentes. Desde
luego ello es una dinámica previa a Internet,
sobretodo en relación con las agencias
de noticias quienes han venido alimentado de
contenidos a los distintos medios informativos.
Sin embargo, en Internet los periodistas han
construido un mapa de confiabilidades que
rebasa lo producido por estos actores tradicionales.
De los entrevistados, buena parte tenía
una selección sobre la que basaba su quehacer
cotidiano y rutinario en determinados sitios
web. En él habían identificado
unas fuentes como confiables y mostraban una
actitud de seguridad al considerar sus contenidos
como fuentes verídicas.
Sobre este circuito
mediático Internet funciona fluidamente
en buena parte de las prácticas reportadas
por los periodistas del canal. El circuito noticioso,
que es también, un circuito de confiabilidad,
sirve a la vez para reducir las tensiones de
los navegantes de un mundo de “disponibilidad
total de información”. Ante la percepción
de que las noticias abundan y son excesivas,
el mapa de recorridos y sitios web que tienen
los periodistas nos muestra una forma de manejar
lo que de otra manera se percibiría como
un caos “irrepresentable”. El mundo
es diverso, pero las rutas y recorridos establecidos
por los periodistas les hacen más factible
el manejo de información.
Estas rutas,
por supuesto, son construidas bajo los criterios
de lo que en el medio se considera confiable,
lo cual en cierta medida los hace periodistas
de fuentes oficiales. Esto puede estar generando
circuitos endogámicos de navegación
por los sitios más posicionados dentro
de la comunidad de periodistas o el circuito
mediático. Es decir, la necesidad de construir
y moverse por mapas ágiles, confiables
y reconocidos debido al poco tiempo de que se
suele disponer, puede estar produciendo que no
se indaguen otras voces, con menos poder y publicidad,
que existen en Internet. En esta medida las agencias
de noticias, las web de conglomerados de medios,
tendrán prelación sobre cualquier
contenido de nuevos actores cuyos protagonismos
son considerados marginales y “poco”
noticiosos. En el mismo sentido, en la medida
en que entre los periodistas hay tambien un acuerdo
de sospecha sobre Internet (donde “cualquiera
puede decir lo que quiera”) la consideración
de fuentes marginales o poco reconocidas es una
práctica escasa, o por lo menos buena
parte de los entrevistados manifiesta su predilección
por controlar la confiabilidad de sus fuentes
acudiendo a las Web Site más reconocidas.
Los periodistas
de todos los medios han usado informaciones de
otros medios tradicionalmente. Pero lo particular
que ahora adviene con Internet es que este da
acceso no solo a medios locales, sino a internacionales
que en otro tiempo eran una fuente escasa, costosa
y lenta. Esto significa un reconocimiento a un
cambio en la oportunidad, la cobertura y el acceso
a las fuentes y está empezando a representar
una transformación temática jalonada
por una dinámica globalizante, en la cual
están inscritos los medios informativos
de la televisión. En este sentido, el
mapa de lo que es noticia puede estar cambiando
notoriamente para dar paso a una creciente importancia
de los contenidos no tradicionale en los noticieros.
El Ourobouros
noticioso
En la perspectiva
de muchos participantes del género noticias,
Internet se ha convertido en la principal fuente
de información. Los contenidos consultados
son utilizados de diversa manera. Son fuente
temática para desarrollar noticias, dan
complemento de otras informaciones o, en sí
mismos, son productos emitidos de diferentes
formas. Incluso, Internet en ocasiones se convierte
en el objeto noticioso.
Las salas de
redacción típicas están
usualmente dotadas de una multiplicidad de medios.
De recepción audiovisual, de cables de
noticias de agencias internacionales, de máquinas
de fax, de impresos, de televisión abierta
y de señales de cable o satelitales y,
por supuesto, de terminales de computador conectadas
a Internet. El periodista típico se mueve
en este universo de inter-referencialidad mediática.
El espacio físico de esta convergencia
actúa como metáfora del espacio
simbólico construido. Los medios se
alimentan de medios. En las páginas
web de los canales de televisión se encuentra,
con insistencia, productos propios de canal convertido
en noticia; las tramas de seriados y telenovelas
se pueden volver así en objeto de una
encuesta, votación o sondeo. Los periodistas
del medio hacen de su propio medio un objeto
de noticia. Si bien esto se vuelve norma y tradición
de una práctica de comercialización
de sus propios productos, en la medida en que
la noticia es uno de los objetos valoradas como
información objetiva en televisión,
lo que el canal produce entra en el circuito
de lo que es considerado como noticia. La intencionalidad
comercial se vuelve entonces objeto noticioso
en el ámbito público en el que
se escenifica el objeto televisivo. La fórmula
nos muestra una publicidad que hoy se se transmuta
en noticia. Y viceversa, claro está.
El Ourobouros
es una figura mítica que representa una
serpiente que se muerde su propia cola. El Ourobouros
de la noticia se hace evidente en los agentes
de información que para construir un contenido
televisivo entran a Internet a nutrirse de información
que se ha producido en un circuito mediático,
el cual, generalmente, está soportado
por las infraestructuras y mercados internacionales
de las agencias más consolidadas a nivel
internacional. Los periodistas reportan consumir
copiosamente informaciones de los medios más
reconocidos en el ámbito televisivo. Los
contenidos que producen se constituyen así
dentro de un circuito altamente institucionalizado
en donde hay un grupo relativamente pequeño
de entidades que están produciendo informaciones
para otros medios. Por lo demás, los periodistas
se mueven con mucha propiedad y competencia en
este Universo informativo. Su navegación
por Internet es con frecuencia la que se hace
por contenidos referenciados por otros medios,
o conocidos por la tradición de sus roles.
Por otra parte,
esto nos sitúa en el reconocimiento de
la crisis de la categoría productores-audiencias.
Al movilizarse en este circuito de consumo de
medios los periodistas derivan bajo la categoría
de audiencias. Dónde termina la audiencia
y dónde comienza la producción,
es sin duda una frontera cada vez más
difícil de precisar en este circuito mediático.
El mismo Internet, entendido como medio, no soporta
una sola definición. No es muy factible
inscribirlo en un paradigma de multidireccionalidad
comunicativa. De hecho, como hemos visto en este
estudio, Internet funciona para muchos de sus
usuarios, como un objeto televisivo, donde la
comunicación es de uno-a-muchos. En televisión
Internet suele usarse desde este paradigma.
En el caso de
los periodistas, el paradigma es aún más
fuerte. Buena parte de ellos asumen su rol bajo
el requerimiento de la “responsabilidad
de informar”. Para ello identifican su
trabajo como la búsqueda de la “objetividad”,
asumen que deben “transmitir los hechos”
sin que intervenga su propia posición.
Su paradigma comunicacional es intensamente realista.
Esto es, que suponen la realidad como un objeto
que puede ser “transmitido” con independencia
de los intereses del “transmisor”.
La “búsqueda
de la objetividad”se convierte en un objeto
casi mítico que orienta sus esfuerzos.
En el caso del ámbito internacional, por
ejemplo, el cruce de fuentes de información
se realiza con fuerte apoyo en los componentes
que pertenecen al circuito mediático.
La realidad en este sentido es la que se construye
en los medios. La triangulación de información
es la que se hace dentro del circuito mediático.
Está
práctica también está asociada
a una crítica que surge en el discurso
de los periodistas al referirse a lo que ellos
consideran cierta búsqueda de “comodidad”
en la construcción de noticias por parte
de algunos colegas. Internet, afirman, se ha
convertido en un universo de disponibilidad total,
de fuente nutricia para su trabajo. Algunos reconocen
que esa “comodidad” para ciertos
grupos está significando consultar menos
fuentes de realidad directa y mas fuentes de
realidad mediada electrónicamente. Operativamente
hablando, cada vez más un periodista tiene
la posibilidad de buscar tema, documentarlo,
copiarlo, editarlo o considerarlo (o todas estas
operaciones a la vez) solamente con el uso de
Internet .En un medio noticioso como el de nuestra
reciente televisión, donde el número
de horas para el formato noticia se multiplicó
con el proceso de emergencia de canales privados
en el país, está práctica
suele ser muy valorada, pues Internet surte de
material inmediato a varios niveles, géneros
y formatos noticiosos.
“Más
es mejor” o la fórmula periodística
para televisión
En
el contexto noticioso existen tres elementos,
lo breve, lo fragmentario y lo impactante, que
configuran como una formula que es vigorosamente
compartida por periodistas y que fácilmente
se puede observar en las dinámicas actuales
de los noticieros. “Más es mejor”,
parece ser la fórmula que se emplea para
hacer un noticiero. Aquí se trabaja bajo
el supuesto de que lo que las audiencias quieren
son “datos”. Los formatos de 20,
30 o 40 segundos son los más usados. La
producción de noticias ha asimilado un
esquema donde suponen que las audiencias quieren
más cantidad de datos, menos análisis
y, por supuesto, más inmediatez. Eso ha
derivado en la construcción de una ética
y una estética de la noticia. La ética
dice que lo que se juega en el medio es la realidad
de los hechos y que estos pueden ser comunicados
en el lapso breve de, a lo sumo, 40 segundos.
Más allá de lo cual comienza el
problema estético: la noticia no puede
exceder este tiempo por que corre el riesgo de
no “gustar” a las audiencias. Se
supone a la audiencia como el sujeto televidente
que quiere contenidos breves, impactantes y fragmentarios.
En esta perspectiva
ética el trabajo del periodista en Internet
es la del cazador de datos e Internet sintoniza
perfectamente con ello. El resultado, por supuesto,
puede tener diversos desenlaces. Esta investigación
no cubre ese análisis, que por demás
resultaría bastante extenso y metodológicamente
complejo. Pero puede suponerse que el universo
de la noticia, en la medida en que se mueve en
un circuito mediático, es
más estrecho en alcance y diversidad que
lo que podría suponerse.
Cuando finalmente
los periodistas de un medio tienen la mismas
fuentes que los de otro, el circuito noticioso
termina siendo, pro lo menos desde un principio
“lógico”, alimentado de los
mismos datos que viajan de un canal a otro. Esto
nos da una conclusión paradójica:
en el mundo de la globalización, con medios
que han crecido y fuentes que supuestamente se
han multiplicado, el universo informativo puede
estar reduciéndose considerablemente frente
a la práctica de periodistas que se informan
de un circuito relativamente estable, reconocido
y definido de fuentes informativas. Internet
ha dotado al periodismo de más fuentes,
pero cabe formularse la pregunta de si más
es mejor, de hasta dónde la disponibilidad
informativa realmente está significando
la diversidad de las realidades del mundo.
Asociado a ello,
está la conciencia que los propios periodistas
manifiestan sobre el marco institucional en el
que se mueve su discurso. Para una parte de los
entrevistados, por lo menos la que lo reporta
explícitamente, los intereses y la orientación
institucional generan unos límites relativamente
claros acerca de lo que desde el medio el periodista
puede enunciar como objeto noticioso. La perspectiva
comercial del medio es uno de los significados
que más predomina en el discurso compartido.
Los periodistas, aún sin declararse abiertamente
como parte del género entretenimiento,
afirman que sus productos deben obedecer a este
criterio. De allí que la formula de breve,
fragmentario y efectista se convierta en
un marco estético para lo que se supone,
según su propio discurso, es lo más
objetivo: la realidad que ellos construyen como
noticia.
La formula estética-ética
evidencia la “crisis” de los formatos
y géneros. Tanto un libretista como un
periodista manifiestan con reiteración
que sus productos deben entretener a sus televidentes.
Por ello sus prácticas se han convertido
en un oficio “muy ágil” en
el que reconocen que el periodismo de televisión,
a diferencia del de otros medios, debe ser “ligero”
y rápido. La profundidad y el análisis,
reconocen, son privilegio y posibilidad de otros
lenguajes y formatos. Esta atribución
en buena media está soportada por la experiencia
de tener poco tiempo y disponibilidad para realizar
análisis y reflexión sobre los
contenidos. De lo que se trata en el periodismo
en televisión es de circular el mayor
número de informaciones posibles por unidad
de tiempo. Lo que se quiere entonces son audiencias
entretenidas e informadas, desde el supuesto
de lo que en el medio se considera entretención
e información.
Está
dinámica, en buena medida, también
explica que el periodismo en línea, aún
cuando sea un “género” en
construcción, esté todavía
muy poco desarrollado en la experiencia de los
canales que se estudiaron. Esto es comprensible
si consideramos: a) que los equipos web son pequeños,
poco profesionalizados (con una buena porción
de practicantes de universidades que tienen que
realizar una permanente labor operativa de construcción
y alimentación de las web de los canales);
y, b) la existencia de equipos ocupados en operaciones
de “trasvasamiento” donde la mayor
parte del tiempo se destina a adaptar los contenidos
de televisión a una redacción que
adapte los contenidos audiovisuales. Las Web
de noticias de los casos estudiados siguen la
formula sencilla de texto y “foto acompañante”,
el cual además obedece a una “perspectiva
estética” que ha hecho carrera en
Internet, según la cual hay que hacer
textos breves y consumibles a golpes de vista.
En esta perspectiva, tan difundida sobre periodismo
en línea, se parte del supuesto de que
lo que se desea no es informar, sino “capturar”
a la ciberaudiencia (como la tradicional lógica
del rating que no pide comprensión sino
fidelidad).
Las infografías,
los esquemas, los mapas de navegación,
las interconexiones, los juegos hipertextuales,
son aún prácticamente poco explorados
en los productos web del periodismo de los canales.
Por ahora algunos se limitan a emitir fragmentos
de televisión y programas en formatos
de video de flujo, pero que aún no responden
a una integración de contenidos ni a las
potencialidades comunicativas interactivas que
tiene el medio. Internet para noticias puede
ser fundamental para enriquecer la construcción
de contenidos periodísticos. La hipertextualidad,
tan subutilizada, es una herramienta que nos
puede permitir elaboraciones desde diversas perspectivas.
Si embargo, es importante considerar que la lógica
del hipertexto rompe con la noción de
objetividad que se maneja en el medio. Lo que
nos dice la lógica del hipertexto es que
la realidad es una construcción colectiva,
una significación social en tensión,
pugna y contradicción. El hipertexto nos
permitiría ver múltiples versiones
de los objetos, de los eventos, de las representaciones
de mundo. Pero esto, para un medio urgido por
audiencias y mercados y presionado por la rapidez
de sus estéticas y sus dinámicas
de producción, le resultaría una
práctica difícil de incorporar
(incluyendo los costos supuestos a una elaboración
compleja como las que Internet puede facilitar).
El periodista
en línea no existe como tal, existe
en tanto colectivo que puede construir una propuesta
que alimente la diversidad de la realidad con
la diversidad textual y comunicativa. Y eso,
en las condiciones y limitantes de recursos y
tiempo asignados que tienen los equipos de producción
de noticias web y noticias televisivas, está
aún distante de producir un prácticas
más desarrolladas de periodismo en nuestro
Internet. Hay, por supuesto, logros importantes,
pero son aun fragmentarios y sin suficiente consistencia.
Por otra parte,
por lo que se observa, estamos ante una nueva
generación de periodistas que se ha ido
posicionando en los canales. Son periodistas
que tienen una mayor sensibilidad y competencia
con el medio tecnológico informático.
Pero eso mismo nos pone en la reflexión
de que manejar información, habilidad
notable en esta generación, puede no ser
suficiente. La gestión de información
sin prácticas de conocimiento, de utilización
reflexiva de los contenidos de la red o de otras
fuentes, puede resultar en periodistas que manejan
muy bien la herramienta, pero que no le dan suficiente
tiempo (o más bien no lo tienen) a la
elaboración analítica de contenidos,
no por lo menos en su actual marco institucional
y en sus dinámicas de producción.
El inconveniente
del sobre-dimensionamiento que se hace de la
Internet en el discurso de esta nueva generación
puede estar significando que el asunto es más
del objeto que del proceso que se hace con él.
La clave no está en la herramienta, al
menos de eso nos hablan los procesos de conocimiento
que se dan en otros contextos con la tecnología.
Aunque su lógica de artefacto
es fundamental, el marco de acción con
el instrumento es el que define hasta dónde
es útil o no para la producción
de contenidos de mayor valor agregado para televisión.
Esto es, de contenidos que incorporen más
elementos de análisis y más mediación
reflexiva de los productores. Esto, desde luego,
está unido a toda la naturaleza social
de la televisión, no solamente en su dimensión
productiva material, sino a todo el conjunto
de lo que ella significa en la cultura en donde,
en su relación con las audiencias, cobra
sentido.
La web
de la televisión: opciones por explorar
Es
evidente que en el periodismo en televisión
hay un matrimonio muy estrecho entre el formato
de “más es mejor” y el compromiso
con “la actualidad”, con la brevedad,
con la instantaneidad. Las dinámicas del
periodismo en televisión han reducido
los géneros de la noticia. Las noticias
estilo “videoclip” se han vuelto
la norma. La crónica, la entrevista, el
reportaje, el documental, prácticamente
han desaparecido. Pero en Internet el periodismo
a profundidad, el de investigación y crónica,
el de secuencia, seguimiento y monitoreo, tienen
su gran oportunidad ahora que ha sido desplazado
de los medios televisivos. Es una lógica
imperante, difícil de reformular desde
la web de los canales. Pero tal vez la web sea
el espacio para el periodismo que no cabe en
televisión. Sin embargo, en este sentido,
por lo ponderado en el estudio lo que seguiremos
viendo es la traducción medianamente sencilla
de las noticias de televisión a Internet.
No vemos viable en el corto plazo, por costos,
lógica, cultura institucional, tradición
e incluso perspectiva, que los periodistas de
televisión, dentro de sus prácticas
con la Web, evolucionen hacia el desarrollo de
elaboraciones más expresivas y narrativas
más complejas que las de la televisión
que actualmente hacen. Vale decir, como una de
las entrevistadas reconocía explícitamente,
que quienes hacen televisión son productores
de televisión, no de Internet. Y eso,
de por sí, a no ser por esfuerzos personales,
es ya la señal de hasta dónde,
por ahora al menos, podemos esperar periodismo
en línea de los creadores de contenidos
para las web de televisión.
Si imagináramos
(y quizás valga como ejercicio de ficción)
cómo podríamos empezar a trabajar
por el periodismo en línea, lo primero
que habría que reconocer es que se necesita
tener una real apropiación del medio,
empezando por asumir su riqueza expresiva y comunicativa.
Luego de ello, vale la pena considerar como dentro
de la información que se produce en los
canales existe ya un gran acumulado de material
que no tiene espacio en las emisiones televisivas
y que bien podrían ir de manera frecuente
y sistemática como contenidos elaborados
para la estética web.
Pero junto a
esto, hay que considerar una inversión
financiera que permita ensanchar equipos, aumentar
los tiempos de elaboración de contenidos
y abrir un poco más la definición
de lo que los Web están significando para
los canales. Sin estas condiciones las probabilidades
de tener un adecuado y rico periodismo en línea
en estos canales son reducidas, y a lo sumo lo
que encontraremos serán prácticas
aisladas que tal vez sean excepcionales y notables,
pero que en su conjunto no representan, como
hasta ahora ha sucedido, una propuesta institucional
coherente. Tal vez sea una fórmula experimental
lo que hay que inventar, pero bien vale la pena
pensar que con Internet haya que renovar los
principios básicos del periodismo tradicional.
Empezando por cuestionar categorías tan
mitologizadas como objetividad, información,
estética de la noticia, brevedad y efectismo,
y un largo etcétera. Periodismo en
línea es tal vez el escenario de
una nueva apuesta bien compleja y amplia que
puede innovar en buena parte lo que hasta ahora
se había construido “desde la práctica”
como definición del “periodismo
en general”.
Conclusión:
¿Transforma Internet a la Televisión?
La convergencia
de medios, tecnologías y audiencias de
la sociedad contemporánea no es una dinámica
que pertenezca solo al ámbito de la televisión,
menos de Internet. Ella es más bien parte
de la reconfiguración de todos los circuitos
y procesos comunicativos sociales, una transformación
que afecta a diferentes ámbitos de la
vida social de la comunicación. En este
sentido, Internet en realidad no cambia a la
televisión solamente, lo que la Red hace
es introducir nuevas lógicas en el sistema
comunicativo en donde ésta opera. Así,
que si bien hemos examinado algunos significados
de la interacción Internet-televisión
de manera particular, lo que se hace necesario
es enmarcar esta reflexión dentro del
análisis de las transformaciones del ámbito
comunicativo en general. La dinámica de
la convergencia afecta al quehacer de la televesión,
a las formas en como operan sus sistemas productivos,
pero ello acontece en virtud de la transformación
que está ocurriendo en el escenario social
de la comunicación en la cual emergen
nuevos objetos, procesos y relaciones.
Si con Internet
la producción de televisión se
puede hacer más dialógica, contextual
y diversa, es en virtud de la operación
de la Red como lógica comunicativa dialógica,
contextual y diversa. Si Internet presiona hacia
más interacción entre productores
y audiencias, es porque en el nuevo escenario
social la producción unidireccional de
contenidos está siendo impugnada por audiencias
y productores que quieren y necesitan interactuar
más y mejor. En buena medida, el cambio
del paradigma comunicativo unidireccional de
la televisión y otros medios tradicionales
se transforma, no tanto por acción deliberada
de los productores, como por las transformaciones
de las lógicas comunicativas de la sociedad.
Y estas lógicas han empezado a ser influenciadas
por las de modelos comunicativos abiertos, convergentes,
multidireccionales y muchas veces desarticulados,
que se producen con Internet.
Aparte de la
pregunta central que en este estudio hemos tratado
de abordar, el contexto comunicativo de la convergencia
nos reta a indagar por procesos más amplios
y complejos. Las estéticas de los medios,
las dinámicas de los creadores, la reconfiguración
de los prosumidores, los otros objetos
tecnológicos que componen el circuito
y sus interacciones, y la emergencia de nuevos
géneros comunicativos, por mencionar tan
solo algunos interrogantes que resultan evidentes.
Esto sin contar con la complejidad aún
mayor que puede emerger en la reflexión
sobre los lugares y los sujetos en donde habíamos
ubicado una categoría tan relativa y cambiante
como la de “audiencias”.
De esta manera,
lo que hemos empezado a recorrer con nuestra
pregunta es el trayecto desconocido de la convergencia
comunicativa que tiene múltiples y complejas
dimensiones. De ellas solo hemos abordado algunas,
pero con certeza existen otras igual de relevantes
y en proceso de constitución y emergencia.
Estas tendremos que decantarlas y planteárnoslas
como una tarea investigativa para los estudios
sociales de la comunicación, en buena
medida porque consideramos que la justificación
fundamental de nuestra práctica investigativa
tiene que ver no tanto con tener una mejor televisión,
como por comunicarnos mejor en un mundo que requiere
repensar más profundamente la función
social de sus medios.
Y la función
social en este sentido alude a la manera como
la televisión en particular y los medios
en general, tienen dinámicas, tecnologías
y procesos para interactuar más equitativa
e incluyentemente con sus contextos sociales
y sus audiencias. Una mejor televisión,
al menos desde nuestra intencionalidad investigativa,
no es la que divierte más, informa más
o da mas placer, sino aquella que comprende mejor
y de manera más sensible a la diversidad
de sus audiencias y sus contextos. Y si para
ello lo puede hacer divirtiendo, entonces creeremos
cierta la formula periodística de que
“más es mejor”.
Es evidente
que Internet llegó para quedarse y ser
objeto privilegiado en los procesos de un medio,
pero hay que pensar no solo en un Internet para
los creadores y sus productos, sino un mejor
Internet para las televidencias y sus procesos,
porque la pregunta de fondo, la que tenemos que
seguir haciéndonos, no es tanto por la
tecnología, sino por la comunicación,
aunque para ello tengamos que volver a los medios,
que hoy, por supuesto, ya no están en
donde los habíamos dejado.
Notas:
1
Se realizaron entrevistas con alrededor de 90
personas que cumplen diferentes roles en todo
el circuito de producción de contenidos
para televisión: básicamente investigadores
de contenidos, directores, libretistas, periodistas.
presentadores y editores de varios géneros
televisivos.
2 Participaron
en el equipo de investigación: Deibys
Manuel Palomino Tamayo, Manuel Corredor, Fabio
Navarro y Marcela Benavides.
3 Uno de los
pilares conceptuales que no desarrollamos en
este artículo, pero que se encuentra detallado
con profundidad en el estudio, es el de “convergencia”,
concepto difuso y contradictorio, de múltiples
significados. Aquí podemos enumerar al
menos tres. El primero, el de la materialidad
tecnológica, tiene que ver con objetos
que se conectan, se complementan y se articulan.
Imágenes, video y audio, antes dispuestos
en soportes separados se confunden hoy en formatos
polimodales y en familias tecnológicas
de objetos multicomunicativos. El segundo, alude
a reorganizaciones económicas, a la forma
como las productoras mediáticas, en virtud
de las transformaciones de los mercados y los
soportes, se articulan en empresas multifuncionales,
y no tanto por lo que producen como por la forma
en como gestionan los productos que comercializan
en el circuito comunicativo. El tercer significado,
el que ha sido objeto de nuestro estudio, es
el de la convergencia comunicativa, el que alude
a la constitución del espacio de significado
en el circuito mediático donde la pregunta
por quien está delante o quién
está detrás de las pantallas, ya
sea de la televisión o del Internet, es
tan relativo como el lugar que hoy ocupan las
audiencias, los navegantes, los tvnáutas
y los televidentes.
4 El concepto
de representaciones es bastante “versátil”
y significa una amplia exploración que
las ciencias sociales han empezado a hacer (Allansdottir,
Jovchelovitch, Stathopoulou, 1993). La representación
social es una pregunta por el significado y en
ese sentido es una pregunta semiósica,
una reflexión sobre cómo construimos
el mundo que hacemos. En la obra de Bourdieu
(2002) es muy clara esta tensión y la
resolución que propone: Las maneras de
hacer el mundo están indisolublemente
ligadas a las significaciones. Significar el
mundo es hacerlo. En este sentido, el concepto
de representación se asume como el proceso
de construcción de la realidad a través
de una práctica social de producción
de significados.
5 Esta percepción
y modo de operar del Rating como representación
no deja de causar un relativo nivel de sorpresa
en el contexto de comunicadores jóvenes.
Muchos de ellos han sido formados en enfoques
comunicativos contemporáneos que en América
Latina se han constituido en fuente de conocimiento
común en las Facultades de Comunicación
y que ha significado la visibilidad del complejo.
Referencias:
Allansdottir, A., Jovchelovitch, S., Stathopoulou,
A. (1993). Social Representations: the versatility
of a concept . Papers on social representations,
2, 1, 3-10.
Bourdieu, P. (2002). Cosas dichas. Barcelona.
Barcelona, España: Gedisa.
Bruner, J. (1986). Actual minds, possible
worlds. Cambridge, MA: Harvard University
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Bruner, J. (1991). Acts of meaning.
Cambridge, MA: Harvard University Press.
Cabrera. J.A. (2001). Náufragos y navegantes
en territorios hipermediales. En M. Bonilla y
G. Cliche (Eds.). Internet y sociedad en
América Latina y el Caribe (pp. 39-129).
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Cabrera. J.A. (2006). Hábitats digitales
en la convergencia mediática. Bogotá,
Colombia: CNTV.
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of identity in contemporary life. New York:
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Editorial Paidós. Barcelona, España.
Toffler, A. (1988). La Tercera Ola.
Barcelona, España: Plaza y Janés.
Mag.
Jose Cabrera Paz
Psicólogo. Consultor en educación
y Tecnologías de Información y Comunicación.
Colombia. |