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Febrero - Marzo
2007

 

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El Hombre que Espera la Nada

 

Por Iván Pérez
Número 55

Ahí está sentado el hombre en un país desconocido, un país que ha perdido sus raíces y su tradiciones, un país que es todos los países en un tiempo que es todos los tiempos. Todos hablan los dos idiomas pero nadie se entiende. Todos están comunicados, interconectados, pero nadie se preocupa por nadie.

El hombre que espera la nada es uno más de los hombres que tiene rutinas pero que ha perdido sus tradiciones, es un hombre que tiene información pero que no sabe nada, un hombre que se comunica con todos los hombres pero no se conocen entre sí. El hombre que espera la nada es un hombre que se sienta frente a un monitor a visitar todo el mundo entre mareas de datos, entre millones de imágenes y videos, que se pasea por todas las ciudades de manera virtual, que interactúa con toda la gente, que usa la omnipotencia y la omnipresencia, pero que no sabe qué hacer con ella.

Todo el mundo no le basta y no le cansa, tiene todo pero no tiene nada.

El hombre que espera la nada tiene religión, pero no tiene fe, tiene parientes, pero no tiene familia, tiene esposa y tiene hijos, pero no tiene amor, tiene un corazón que late pero no tiene vida…

El mundo en el que vive es un mundo sin dolor, sin odio, sin resentimientos, sin reproches, nadie se queja de nada. Todos se miran en el monorriel magnético, amontonados, vacíos, olvidados, como si no tuvieran alma, se dirigen un monorriel que es más veloz que un avión, y los lleva a un lugar desconocido de donde regresan y se dirigen a otro lugar desconocido que le llaman casa, pero que no es su hogar.

En el proyector virtual de la casa se mira siempre un comercial, luego otro, luego otro, luego noticias vacías, luego programas cómicos que alaban la forma de vida vacía. No hay ironía, puro sarcasmo, no hay alegría, pura risa.

El hombre que espera la nada se sienta en su lugar desconocido en el país desconocido del mundo desconocido, a leer un best-seller que le enseña a mantener una longeva vida saludable, con “alegría” y “ejercicio”; pero “ejercitar” el cuerpo consiste en tomar unas pastillas e implantarse nanorobots que regulan el metabolismo, y que además tiene sistema satelital-planetario para que el hombre que espera la nada no se pierda en el mundo desconocido o en el otro que acaban de colonizar (que no es más que una réplica adaptada).

Un espejo refleja el mundo, como agujero negro en el espacio; el hombre que espera la nada tiene dedos delgados para arreglar la pantalla electrónica que hace que el espejo funcione, delgados sus dedos de aquel hombre pues delgados son los circuitos superconductores de los viejos aparatos que no funcionan con luz. Una herramienta es la mano que crea y sujeta las demás herramientas, unas pequeñas tenazas nanométricas con un visor microscópico arreglan el problema. De pronto el hombre que espera la nada mira el espejo y entonces recuerda cómo es su cara, recuerda su nombre olvidado, recuerda que en algún tiempo atrás muy atrás existía un mundo que no era tan desconocido como en el que vive ahora, y lo recuerda a detalle, pues el espejo del universo le muestra el pasado, como agujero de gusano es su cara reflejada, y nota que ya es viejo.
Se sienta de nuevo, y trata de olvidar lo que vio en aquel aparato de antaño que le llamaban espejo universal, decidió destruirlo, programó en el papel digital un libro “clásico de la literatura”: Harry… Aquel libro que su padre leía cuando era niño.

El hombre que espera la nada se sienta y continúa su vida.


Iván Pérez
Estudiante de Ciencias de la Comunicación del Tecnológico de MonterreyCampus Estado de México, México.