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Por Iván
Pérez
Número 55
Ahí
está sentado el hombre en un país
desconocido, un país que ha perdido sus
raíces y su tradiciones, un país
que es todos los países en un tiempo que
es todos los tiempos. Todos hablan los dos idiomas
pero nadie se entiende. Todos están comunicados,
interconectados, pero nadie se preocupa por nadie.
El hombre que
espera la nada es uno más de los hombres
que tiene rutinas pero que ha perdido sus tradiciones,
es un hombre que tiene información pero
que no sabe nada, un hombre que se comunica con
todos los hombres pero no se conocen entre sí.
El hombre que espera la nada es un hombre que
se sienta frente a un monitor a visitar todo
el mundo entre mareas de datos, entre millones
de imágenes y videos, que se pasea por
todas las ciudades de manera virtual, que interactúa
con toda la gente, que usa la omnipotencia y
la omnipresencia, pero que no sabe qué
hacer con ella.
Todo el mundo
no le basta y no le cansa, tiene todo pero no
tiene nada.
El hombre que
espera la nada tiene religión, pero no
tiene fe, tiene parientes, pero no tiene familia,
tiene esposa y tiene hijos, pero no tiene amor,
tiene un corazón que late pero no tiene
vida…
El mundo en
el que vive es un mundo sin dolor, sin odio,
sin resentimientos, sin reproches, nadie se queja
de nada. Todos se miran en el monorriel magnético,
amontonados, vacíos, olvidados, como si
no tuvieran alma, se dirigen un monorriel que
es más veloz que un avión, y los
lleva a un lugar desconocido de donde regresan
y se dirigen a otro lugar desconocido que le
llaman casa, pero que no es su hogar.
En el proyector
virtual de la casa se mira siempre un comercial,
luego otro, luego otro, luego noticias vacías,
luego programas cómicos que alaban la
forma de vida vacía. No hay ironía,
puro sarcasmo, no hay alegría, pura risa.
El hombre que
espera la nada se sienta en su lugar desconocido
en el país desconocido del mundo desconocido,
a leer un best-seller que le enseña a
mantener una longeva vida saludable, con “alegría”
y “ejercicio”; pero “ejercitar”
el cuerpo consiste en tomar unas pastillas e
implantarse nanorobots que regulan el metabolismo,
y que además tiene sistema satelital-planetario
para que el hombre que espera la nada no se pierda
en el mundo desconocido o en el otro que acaban
de colonizar (que no es más que una réplica
adaptada).
Un espejo refleja
el mundo, como agujero negro en el espacio; el
hombre que espera la nada tiene dedos delgados
para arreglar la pantalla electrónica
que hace que el espejo funcione, delgados sus
dedos de aquel hombre pues delgados son los circuitos
superconductores de los viejos aparatos que no
funcionan con luz. Una herramienta es la mano
que crea y sujeta las demás herramientas,
unas pequeñas tenazas nanométricas
con un visor microscópico arreglan el
problema. De pronto el hombre que espera la nada
mira el espejo y entonces recuerda cómo
es su cara, recuerda su nombre olvidado, recuerda
que en algún tiempo atrás muy atrás
existía un mundo que no era tan desconocido
como en el que vive ahora, y lo recuerda a detalle,
pues el espejo del universo le muestra el pasado,
como agujero de gusano es su cara reflejada,
y nota que ya es viejo.
Se sienta de nuevo, y trata de olvidar lo que
vio en aquel aparato de antaño que le
llamaban espejo universal, decidió destruirlo,
programó en el papel digital un libro
“clásico de la literatura”:
Harry… Aquel libro que su padre leía
cuando era niño.
El hombre que
espera la nada se sienta y continúa su
vida.
Iván
Pérez
Estudiante de Ciencias de la Comunicación
del Tecnológico de
MonterreyCampus Estado de México,
México. |