Por Víctor Mendoza
Número
55
Introducción
Quien
mira, escucha y siente con atención está
obligado a negarse a sí mismo para poder
acceder al Otro. Una obra de arte exige zambullirse
en su espacio. Y si no aceptamos esta revelación,
y no renunciamos a tomar distancias, quien mira
la obra de arte está condenado a no ver
nada.
La metáfora
anterior nos involucra con el tema que estamos
abordando en este artículo. Una de sus
tesis principales es la siguiente: los sujetos
en el proceso de interpretación no acceden
al mundo de manera equivalente, por el contrario,
la situación en el mundo hace que éstos
tengan distintos-diferentes ámbitos de
interpretación. En este sentido podemos
afirmar que al interior de un mundo los signos
pueden tener una situación central o de
una exclusión. Así entonces el
tema de esta investigación, lo establecemos
anotando que la producción-interpretación
de los signos no se da siempre de manera equivalente.
La tesis anterior
la trabajaremos de manera práctica a través
de una ruptura con el modelo que comprende una
concepción lineal de la obra de arte.
Haremos una crítica al modelo que parte
de la situación ideal de un artista que
ve un objeto o una escena desde un punto de vista,
que presupone debe ser exterior a lo visto, puesto
que no podemos ver el ojo con el que estamos
mirando. También presupone que el artista
produce en una superficie plana un objeto tal
que, cuando el espectador se sitúa ante
ella en el punto de vista adecuado, tendrá
una experiencia visual semejante a la que el
tuvo el artista. Nuestro trabajo cuestiona estos
planteamientos.
En este sentido
la pregunta de investigación que presentamos
es la siguiente: ¿Cómo la Semiótica
Crítica nos sirve de referente teórico
para analizar el sistema de producción
sígnica de exclusión? A partir
de este cuestionamiento consideramos que no solamente
tratamos de describir las relaciones sígnicas
o sus contextos, nuestro interés cognitivo
busca dar cuenta de los signos de la exclusión
y la manera en como se generan los nuevos procesos
de significación.
En el recorrido del trabajo mostraremos que la
Semiótica no sólo explica los procesos
de interpretación equivalente; también
estamos en condiciones de posibilidad de aportar
un nivel distinto de aparición de los
signos al interior de los procesos de exclusión.
Con este marco de ideas, asumimos que la relación
producción-interpretación es en
algunos casos una ecuación donde los términos
son equivalentes, como condición necesaria
de todo proceso comunicativo, sin embargo en
la situación-mundo los procesos de interpretación
tienen una fuerte acentuación en la distinción-diferencia.
Para lograr lo anterior. En la primera parte
del artículo, buscaremos generar un diálogo
desde la reflexión descriptiva-analítica
del modelo Semiótico dentro del contexto
de la teoría Pragmática. Además
realizaremos un recorrido que nos permita presentar
sus principales referentes teóricos y
conocer algunos de sus fundamentos.
En una segunda
parte, transitaremos por los referentes teóricos
del modelo de la Semiótica Crítica,
con el propósito de innovar los principios
teóricos de la Semiótica Crítica.
Dentro del tercer
apartado establecemos el contexto biográfico
del autor para unir la biografía con la
obra. En este marco de ideas, nuestro propósito
es exponer las condiciones de vida personal y
la manera en como éstas se relacionan
con la producción de la “estructura
sígnica”.
En el cuarto
apartado, desarrollaremos un campo aplicativo
a través del análisis Semiótico
del cuadro de la “Meninas o Las Damas de
la Corte”. Estamos ciertos que esta obra
de Velázquez ha sido ampliamente trabajada
en diferentes campos de investigación,
sin embargo en nuestro análisis de la
obra ofreceremos un campo innovador en el tema
de la Semiótica Crítica.
En la última
parte vincularemos la Semiótica Crítica
con el análisis de los signos en los procesos
de exclusión. En este espacio de investigación
propondremos un diálogo con los resultados
aportados por la Semiótica Pragmática,
y a partir de esto es que podamos revelar los
signos “no dichos” por el sistema.
La importancia
de este artículo radica en su aporte al
tema de la Semiótica Crítica. Otra
de sus virtudes es su aplicación a nivel
del discurso de la estética y de manera
específica en el terreno de la pintura.
Este tema además puede servir para abrir
nuevas líneas de investigación
en el terreno de la semiótica1.
Principios
básico del modelo de la Semiótica
Crítica
En
este apartado buscamos establecer una reflexión
descriptiva-analítica sobre el modelo
Semiótico dentro del contexto de la teoría
Pragmática. Para lograr lo anterior haremos
un recorrido que nos permita presentar sus principales
referentes teóricos y conocer desde donde
parten sus fundamentos. En una segunda parte,
transitaremos por los referentes teóricos
del modelo de la Semiótica Crítica,
con el propósito de mostrar cuales son
algunos de sus principales fundamentos teóricos.
Es difícil
dar una definición unánime de lo
que es la Semiótica. Sin embargo puede
haber un acuerdo en el sentido de que estamos
hablando acerca de "doctrina de los signos"
o "teoría de los signos". A
partir de esta definición las preguntas
serían las siguientes: ¿Cuáles
son los principios teóricos fundamentales
que explican la producción de los signos?
¿Cómo se explican los signos de
la exclusión?
Si consideramos
que la Semiótica es la “teoría
de los signos” la explicación de
su “objeto” de estudio requiere del
concepto conocer el de “estructura sígnica”.
Cuando hablamos de “estructura sígnica”,
nos estamos refiriendo a una perspectiva que
consiste en preguntarse sobre las maneras a través
de las cuales las cosas se convierten en portadores
de significado y desde donde nace este significado.
Así entonces, una de las tareas de la
Semiótica, consiste en analizar la determinación
de los criterios y principios que pueden ayudar
a diferenciar los tipos diversos de estructuras
sígnicas y la relación con sus
procesos de producción, distribución
y consumo.
En la historia
de la reflexión sobre la Semiótica
al interior de un modelo interpretativo el aporte
de la tricotonomía elaborada por Peirce
es fundamental. En él se destacan la diferenciación
entre el ícono, el índice y el
símbolo, también su contribución
nos sirve para comprender la oposición
entre análogo-digital y el énfasis
en las funciones comunicativas del signo que
son a saber: las sintácticas, semánticas
y pragmáticas. Siguiendo los principios
aportados por el modelo de Pierce, podríamos
afirmar que un mismo signo puede jugar varios
papeles al mismo tiempo. Para los motivos de
nuestra investigación: una imagen puede
representar algo, expresar algo, referirse a
su propio carácter material, aludir a
algo, ser una metáfora o un constituir
otro tipo de signo indirecto. Por lo anterior,
podemos decir que la semiótica se interesa
en encontrar reglas, regularidades generales,
e intenta describir estos fenómenos como
funciones genéricas al interior de un
sistema interpretativo2.
En síntesis
el aporte teórico del modelo Semiótico
de Pierce en su versión Pragmática,
se refiere al problema de las funciones genéricas
del signo y las diversas maneras en como los
sistemas del significado colaboran en la transmisión
de la significación (el lenguaje hablado
y escrito, los gestos y la expresión facial
durante una charla o como parte de una representación
teatral o de una película; algo que también
se puede transmitir por los nuevos medios de
comunicación).
Cabe destacar
que las principales líneas de investigación
del modelo Semiótico Pragmático
son: el concepto de signo y sus implicaciones
filosóficas, la naturaleza y clases de
signos, el análisis de códigos
completos y las relaciones entre el signo y la
acción social.
Si bien es cierto
que la propuesta del modelo Pragmático
plantea temas necesarios para el avance en la
compresión teórica de la Semiótica,
nuestra pretensión en este artículo
tiene un sentido innovador, ya que buscamos analizar
el sentido crítico de un sistema de signos
desde la exclusión y la manera en como
a partir del proceso de su significación,
podemos generar nuevas posibilidades de interpretación
y acción social. Se trata entonces de
una investigación que se fundamenta en
el aporte de la visión clásica
de la semiótica, y al mismo tiempo, contribuye
de manera relevante con los nuevos horizontes
problemáticos del sentido crítico
del signo.
Utilizando la
propuesta del modelo Semiótico de la Pragmática,
podemos afirmar que no existe una relación
de simetría interpretativa entre productor
e intérprete del signo. Aún más,
si bien es cierto que las relaciones singulares
que productor e intérprete del signo mantienen
con las instituciones de la significación
pueden ser equivalentes en su significación
original, esto no quiere decir que siempre ocurran
de la misma forma y que la diferencia interpretativa
no pueda tener un papel central.
Para producir
un modelo desde la Semiótica Crítica
tememos que reconocer la existencia de una disimetría
de exclusión en los procesos de producción
de los signos y su interpretación.
Dicho en otras
palabras, la producción de los signos
y su interpretación, es un proceso de
incorporación de un pensamiento-mundo
en una configuración de existentes que
se ubica bajo la dependencia de una interpretación
anticipada, dentro de la cual el intérprete
adquiere un papel privilegiado. Los sujetos de
la comunicación participan en un proceso
colectivo de interpretación dentro de
relaciones complejas. Esta relación compleja
es la que pone el acento en la oposición
del "sentido de los recorridos" que
hace la diferencia entre producción e
interpretación según sea su parte
en el proceso comunicativo y su ámbito
de significación.
Con lo suscrito
anteriormente conviene destacar lo siguiente:
los sujetos del proceso de interpretación
no acceden al mundo de manera equivalente, por
el contrario, la situación en el mundo
hace que los sujetos tengan distintos-diferentes
ámbitos de interpretación. Esto
quiere decir que al interior de un mundo los
signos pueden tener una situación central
o de exclusión. Así, podemos afirmar
que la producción-interpretación
de los signos no se da siempre de manera equivalente.
Este nivel de
la Semiótica es el punto que da origen
a la hipótesis de investigación
propuesta en este artículo. Si asumimos
que la Semiótica no sólo explica
los procesos de interpretación equivalentes;
también estamos en condiciones de posibilidad
de aportar un nivel distinto de aparición
de los signos al interior de los proceso, éstos
no solamente se dan como una situación
que plantea diferentes puntos de vistas, así
mismo la manera en como surgen las situaciones-sígnicas
de exclusión. Con este marco de ideas,
asumimos que la relación producción-interpretación
es en algunos casos una ecuación donde
los términos son equivalentes, como condición
necesaria de todo proceso comunicativo, sin embargo
en la situación-mundo los procesos de
interpretación tienen una fuerte acentuación
en la distinción-diferencia.
En este contexto
nuestro interés radica en la necesidad
de revelar los signos “no dichos”
por el sistema. Este es nuestro problema de investigación:
¿Cómo la Semiótica Crítica
nos sirve de referente teórico para analizar
el sistema de producción sígnica
de exclusión? Considerando que la Semiótica
Crítica no solamente trata de describir
las relaciones sígnicas o sus contextos,
también busca dar cuenta de los signos
de la exclusión y la manera en como se
generan los nuevos procesos de significación.
Como material
de trabajo para el desarrollo de la Semiótica
Crítica utilizaremos el cuadro de la “Meninas
o Las Damas de la Corte”. Ésta obra
de Velázquez ha sido ampliamente trabajada
en diferentes campos de investigación,
sin embargo; nuestra propuesta adquiere un carácter
innovador al utilizarla para mostrar los signos
de la exclusión3.
Las investigaciones
sobre el tema, nos muestran que existe una ruptura
con el modelo donde el artista ve un objeto o
una escena desde un punto de vista, que debe
ser exterior a lo visto, puesto que no podemos
ver el ojo con el que estamos mirando. También
se apartan del concepto en torno a que el artista
produce en una superficie plana un objeto tal
que, cuando el espectador se sitúa ante
ella en el punto de vista adecuado, tendrá
una experiencia visual semejante a la que el
tuvo el artista. Por último se apartan
de la tesis que afirma que toda representación
pictórica tiene un punto de vista desde
el cual se supone que se tiene que contemplar,
y que la visión del pintor debe ser “idéntica”
a la del espectador4.
Por el contrario,
Velázquez en las “Meninas”
busca un modelo diferente centrado en:
1.- El artista
usa todos los recursos del arte pictográfico
(Estructuras sígnicas) para romper el
modelo del punto de vista exterior.
2.- El artista
y la obra se confunden en su lugar y tiempo,
ya que el primero está ocupando el lugar
y tiempo diferente de la obra. En este sentido
el artista tiene un punto de vista “imposible”:
está dentro de la escena mirando la escena
e incluye las visiones y los relatos de los otros5.
En el siguiente
apartado mostraremos cual es el recorrido biográfico
del autor de las Meninas con el objeto de contextualizar
los referentes de nuestro horizonte problemático.
El
contexto biográfico
Un fundamento de la Semiótica que venimos
subrayando, refiere a que vivimos siempre dentro
de formas; es decir todo (o casi todo) lo que
en nuestra vida hacemos, aunque se origine espontáneamente
dentro de nosotros o sea estimulado por las ocasiones
de la vida, se realiza en gran medida dentro
de causes o moldes preexistentes que hemos aprendido
de nuestro contorno. Históricamente en
cada época predomina un repertorio de
formas dentro de nuestra vida.
Las formas no
sólo generan contextos normativos sobre
otras manifestaciones de la realidad, también
se imponen y “ordenar las maneras de actuar
del sujeto en la realidad”. Así
entonces, podríamos decir que toda obra
de arte es una combinación de representación
y mundo de la vida biográfico del artista
en su contexto epocal.
Nuestra intención
en este apartado es describir la biografía
del autor en relación directa con su obra
para contextualizar la situación donde
surgen las “Meninas”.
Etapa de Sevilla.
Cuando Velázquez contaba con 10 años
entra a aprender el oficio de pintor en el taller
de Francisco Herrera, “el Viejo”.
Aquí conoce las novedades artísticas
que llegan de Italia. Se deja atrapar por la
corriente tenebrista (colores oscuros, sobre
todo en los fondos de las pinturas, la pintura
tiene apariencia “tenebrosa”), naturalista
y costumbrista (pinta objetos y situaciones muy
naturales, como de la vida diaria y de costumbres
de aquellos tiempos). En esta época también
se deja influenciar sobre todo por un pintor
italiano llamado Caravaggio. De esta primera
etapa de Sevilla son pinturas como: “El
aguador de Sevilla”, “La adoración
de los reyes magos”, “Mujer Friendo
huevos” y otras representaciones religiosas
y bodegones.
En 1617, con
18 años es examinado por el gremio de
pintores de Sevilla, lo que le permite abrir
un estudio y ejercer libremente su oficio. Sevilla
era una ciudad rica y próspera pero el
futuro de un pintor estaba limitado porque el
principal cliente eran la iglesia y no había
muchos coleccionistas privados interesados en
adquirir su trabajo. Así que el joven
Velázquez hizo caso de lo que Pacheco
le aconsejaba y marchó a Madrid, al corazón
del reino donde desde 1621 reinaba Felipe IV6.
En 1621 Velázquez
realiza su primer viaje a Madrid buscando, además
de poder contemplar y aprender de las colecciones
de pintura reales, establecerse como pintor de
la corte. No lo consigue y regresa a Sevilla.
De este viaje se lleva la influencia de la pintura
flamenca e italiana de las colecciones reales,
que plasmará con maestría en el
“retrato a Góngora”, famoso
escritor andaluz y cordobés que conoció
en esta aventura. Sin embargo dos años
después, en 1623 vuelve a Madrid, reclamado
por el conde-duque de Olivares para pintar un
retrato del rey Felipe IV y el monarca le nombra
pintor de cámara. Desde entonces Velázquez,
con 24 años, se convierte en pintor de
un único cliente, su rey, y funcionario
responsable de la imagen del soberano y de su
familia, encargado, además, de la conservación
y valorización de los bienes artísticos
y arquitectónicos de la corona7.
En esta etapa
también se dedica sobre todo a retratar
al rey y a la familia real, resaltamos las obras:
“El infante Don Carlos”, “Felipe
IV”, pero además aborda temas de
la mitología clásica como “El
triunfo de Baco” popularmente conocido
como “Los borrachos”. Esta situación
de dependencia exclusiva del rey en su trabajo,
le dio una posición de privilegio que
le permitió viajar a Italia para conocer
el arte contemporáneo y el clásico
en su situación original8.
Es importante
destacar que el recurso sobre el uso de las narraciones
mitológicas, responde a una visión
de agotamiento de los personajes religiosos tradicionales.
Velázquez busca la innovación en
los temas y el desarrollo de nuevas narrativas
a partir de la inclusión de los personajes
mitológicos.
El itinerario
de Italia-Madrid
El primer
viaje a Italia lo realiza Velázquez en
1629. Visita Venecia, Ferrara, Bolonia y Roma.
Se da cuenta de que la “moda Caravaggio”
está decayendo y empieza a emerger una
nueva tendencia a la que se le llamará
Barroco. En Roma permaneció durante un
año. Muestra de este periodo son dos pinturas
de paisaje “El jardín de la Villa
de Los Médicis”. Después
viaja a Nápoles, donde conoce a Ribera,
un importante pintor. En este viaje estudió
el arte del renacimiento y de la pintura italiana
de su tiempo. Influenciado por estos estilos
pinta “La túnica de José”
y “La fragua de Vulcano”9.
Tres años
después regresa a Madrid, en 1631 donde
realiza su primera obra que fue la del retrato
del hijo y heredero de Carlos IV, Baltasar Carlos,
que nació en su ausencia y el rey no quiso
que fuera pintado por ningún otro artista.
Esta situación establece el gran aprecio
que el rey tenía por la obra de Velázquez.
Entre los más
importantes compromisos en esta época
debemos destacar la decoración del palacio
del Buen Retiro, que era la residencia del Conde-duque
de Olivares. Para la realización del trabajo
fue ayudado por otros pintores, aunque fue Velázquez
el que realizó las obras más importantes,
los “retratos ecuestres del rey y del pequeño
príncipe” y “La Rendición
de Breda”, obra donde se plasma todos los
elementos aprendidos durante su carrera artística.
El segundo viaje
a Italia lo realizó en 1649, con 50 años,
ya en plena madurez, y su misión era la
de adquirir cuadros para coleccionistas reales.
Adquiere varias obras, de Tintoretto, de Veronese;
intercambia obras suyas por otras. Así
deja en Italia su “Retrato del Siervo Juan
Pareja” y “El retrato de Inocencio
X” que pronto se convierten en ejemplos
a seguir por los artistas italianos de la época.
Junto a la adquisición de obras de arte
tenía otro encargo que era el de llevar
pintores de frescos para terminar de decorar
el Alcázar. Así, entre diligencias
para solventar estos asuntos, Velázquez
permanece dos años y medio en este país.
La tercera etapa
madrileña Velázquez la realiza
en Junio de 1651 después de múltiples
llamados por parte del rey para realizar el decorado
de una de las salas del Alcázar. Pintó
cuatro obras con motivos mitológicos de
las que sólo queda una: “Mercurio
y Argos”. En esta etapa es cuando sus biógrafos
afirman que también pintó dos de
sus obras más conocidas10.
En esta época
realiza “La Venus del Espejo”, pintada
para un poderoso noble. La otra obra es “Las
hilanderas o Fábula de Arácne”
que nos muestra todo un conglomerado de situaciones
mitológicas difíciles de entender.
Cabe destacar que es en momento histórico
cuando sus biógrafos afirman que también
pintó la obra que es motivo de nuestro
análisis. En el año 1656 realiza
lo que todos están de acuerdo en llamar
“su obra maestra” y la que responde
a nuestro “objeto” de estudio: Las
Meninas11.
Sus trabajos
como artista se ven “mezclados” con
sus múltiples actividades como cortesano,
éstas le ocupan tanto tiempo que muchas
de las repeticiones de los retratos más
o menos oficiales se las encargaba a su yerno,
el pintor llamado Mazo. En 1659, cuando contaba
con 60 años, no obstante de los grandes
impedimentos puestos por la nobleza de su tiempo,
Velázquez es nombrado caballero de Santiago,
lo que lo encumbra en lo más alto de la
vida social española. Velázquez
muere, tras una corta enfermedad el 6 de agosto
de 1660.
El
realismo de lo visto
Desarrollado el contexto biográfico, el
siguiente paso consiste en la interpretación
de las meninas desde el modelo de la Semiótica
Crítica. Esta obra la podemos analizar
siguiendo los dos paradigmas semióticos
propuestos en esta investigación; el primero
haría la interpretación desde una
equivalencia formal entre lo visto por el pintor
y la capacidad del espectador de ver esta forma
de representación. A éste lo llamaríamos
categorialmente “el realismo de lo Visto”.
Si analizamos
la pintura desde una Semiótica del “realismo
de lo visto”, diríamos que Velázquez
se propuso reproducir la escena que tenía
ante sus ojos, con la intención de no
apartarse lo más mínimo de la realidad
que veía.
El segundo modelo
que denominamos como “de lo real a lo realísimo”,
comprende otra dimensión interpretativa:
la escena vista es sólo una dimensión
de la realidad, existen otras dimensiones que
inclusive pueden puede provenir de la narración
del Otro. Es el Otro el que nos revela una realidad
que es representada por el pintor12.
La realidad
no sólo está siendo vista, estoy
dentro de la realidad representada, por este
motivo la realidad es re-encantada. El cuadro
me mira y además yo estoy dentro de la
escena. Con este contexto interpretativo se puede
proponer una Semiótica Critica que mantiene
en suspensión modos contradictorios de
asumir la realidad.
La perspectiva
dentro del primer modelo interpretativo de “representación
de la realidad”, se expresa en el espectador
que ve la realidad representada por el pintor,
en este modelo el espectador se debe someter
de manera total a una sola visión del
realizador de la obra. Y una segunda donde el
espectador está frente a la realidad en
el lugar del pintor y aún más está
incluido el relato del Otro en sus condiciones
de exclusión.
Si vemos la
obra desde el modelo del “realismo de lo
visto”. El cuadro es un mero retrato de
grupo con los recursos ilusionistas de la época,
realizado con un gran dominio de la técnica
pictórica. En las “Meninas”
tenemos un retrato de un grupo informal, hecho
en una sala del palacio. En el centro del cuadro
aparece la infanta Margarita María rodeada
por dos damas de honor o meninas (en terminología
portuguesa); la de la izquierda es María
Agustina Sarmiento, que le ofrece (acción),
en un jarro de plata, agua con un búcaro;
la otra es Isabel de Velasco, quien efectúa
una reverencia. En el ángulo derecho se
encuentran los enanos Mari Bárbola que
frota un camafeo y Nicolás Pertusato,
y un perro que aparece en la parte inferior izquierda
de la obra. (Ver imagen 1).
El plano medio
es ocupado por Marcela de Ulloa, señora
de honor, y un guardadamas sin identificar. En
el fondo, José de Nieto Velázquez,
aposentador de la reina. La zona izquierda está
dominada por una gran tela con la que Velázquez
realiza una obra. En la pared del fondo, reflejadas
en un espejo, las imágenes de los reyes
Felipe IV y Mariana de Austria, según
la hipótesis propuesta por un grupo de
investigadores sobre el tema, la autenticidad
de los personajes se podría corroborar
por el dosel rojo que era usual en los retratos
oficiales.
Un poco más
atrás, a la izquierda, está el
pintor Velázquez sujetando un pincel en
la mano derecha y la paleta con los demás
pinceles en la izquierda. Se está inspirando
para pintar a los reyes y se ha representado
a sí mismo muy elegante con el atuendo
de caballero. Delante de él está
la parte posterior de un lienzo sobre un caballete.
Al fondo, una
puerta de madera se abre a una estancia posterior
muy iluminada y José Nieto, aposentador
de la corte, está en las escaleras, no
sabemos si su acción es accedente o descendente.
Lleva un sombrero en la mano y viste una capa
negra. La luz es de tal intensidad que hace brillar
la escalera, la puerta y la persona de José
Nieto.
Colgado en la
pared vemos un espejo que refleja la luz y donde
el rey y la reina aparecen con un cortinaje rojo.
No sabemos si están quietos posando para
Velázquez o si entran en ese momento en
la habitación, hay grandes cuadros por
las paredes entre los cuales se han identificado
como el relato mítico de Palas y Aracne
de Bautista del Mazo y el Juicio de Midas de
Rubens13.
El lugar en
donde estamos dentro de la obra ha sido descrito
por dos hipótesis: Una que sostienen diferentes
investigadores sobre que la acción transcurre
en el taller de Velázquez por la gran
cantidad de cuadros que podemos apreciar, y otra
que nos dice que estamos en la pieza principal
del apartamento del segundo piso del Alcázar
de Madrid, ocupado anteriormente por el príncipe
Baltasar Carlos.
Por último
podemos decir que la habitación está
compuesta por ventanas en la pared derecha y
están alternativamente abiertas y cerradas
lo que nos acentúa la sensación
de profundidad y de atmósfera real. También
vemos el techo y parte del suelo.
De
lo real a lo realísimo
En
el apartado anterior realizamos una descripción
de la Obra de “Las Meninas” dentro
del “modelo del realismo de lo visto”.
En este nuevo ámbito iniciaremos con la
categoría que denominaremos realísimo.
Svetlana Alpers,
establece la tesis de que el cuadro (estructura
sígnica), puede ser visto o se puede leer
desde un significado más profunda. Es
decir hay un tema instantáneo que es lo
primero que observo y un tema profundo que genera
la reflexión y la paradoja.
Carl Justi
en su obra clásica Diego Velázquez
un sien Jahrundert nos dice que las Meninas
era una instantánea de la vida de palacio
captada con fidelidad pluscuamperfecta por un
maestro de la observación objetiva; en
cierto sentido, comparable a una fotografía
por su capacidad para reproducir sin distinción
un acontecimiento casual carente de significado
trascendente15.
A partir de
este contexto podemos decir que la obra de “Las
Meninas” está dentro del realísimo,
porque capta el instante de la vida familiar
pero al mismo tiempo nos da la sensación
de movimiento, es decir que de manera simultanea
se ve la obra como detenida y al mismo tiempo
en toda la complejidad de la acción, esto
se deduce de la estructura sígnica que
encontramos en las actitudes y miradas de los
personajes. Por las actitudes los personajes
se mueven. En el cuadro encotramos que un grupo
de gente está haciendo algo que es “interrumpido
o visto” por alguien que está afuera
de los límites de la pintura16.
Así entonces,
podemos decir que el paso de lo real al realismo
en la obra de Velázquez “Las Meninas”,
consiste en no querer que las cosas sean más
lo que son, en renunciar al perfeccionamiento
de las cosas; perfeccionamiento como precisión.
Las cosas son en su realidad poco más
o menos, sin embargo éstas son sólo
aproximadamente ellas mismas, no terminan en
un perfil riguroso, tiene superficies equívocas,
flotan en margen de la imprecisión que
es su propio ser. La precisión de las
cosas es precisamente lo irreal, lo legendario
de ellas. Su estructura sígnica se mueve
desde la complejidad en diferentes centros temáticos.
Velázquez
aparentemente no pinta nada en la obra de las
meninas que no esté en el objeto cotidiano
de la realidad, como lo pudimos apreciar en el
primer nivel de análisis. Pero de esa
realidad pinta sólo unos cuantos elementos
lo estrictamente necesarios para producir su
movimiento hacia un realísimo. “Las
Meninas” vienen a ser algo así como
la crítica del encuentro con lo “real”
en tanto estructura fija. La pintura logra una
actitud ante el mundo, es la realidad en tanto
acción, la apariencia de una cosa que
en su aparición, se hace realidad. Los
signos en su realidad son poco más o menos,
aproximadamente ellos mismos, no terminan en
un perfil riguroso, no tiene superficies inequívocas
y pulidas, sino que flotan en un margen de imprecisión
que es su verdadera presencia.
Para lograr
el efecto anterior Velázquez pone todo
en movimiento que se detiene. “El análisis
del argumento arranca de una de las cualidades
llamativas de la obra: la sensación de
movimiento paralizado que se deduce de la actitud
y mirada de los personajes”17.
Los signos
de lo realísimo
En este
apartado nos introduciremos por el acceso de
la Semiótica Crítica. Si nos guiamos
por los signos de las miradas de los personajes.
Un punto fundamental es que la mirada de Velázquez,
parece observar hacia la parte “exterior”
de la escena y también parece mirar a
los reyes que están “fuera”
de la escena pintada pero dentro de la habitación.
Otro signo importante es la mirada de Mari Barbola
que mira hacia el cuadro que está pintando
Velázquez y por otra parte centra su mirada
fuera de la habitación.
Otro elemento
importante de la estructura sígnica lo
podemos establecer por espejo del fondo, con
este objeto Velázquez ha invertido el
problema planteado por Van Eyck, que retrata
al “Matrimonio Arnolfini” y a través
del espejo nos devuelve su propio retrato y el
espacio delante de los retratados. Velázquez
pinta la expectación que produce su retrato
y a sí mismo que lo realiza. Pero, ¿qué
pinta Velázquez? Podría ser este
mismo cuadro cuya escena le devuelve un espejo
situado ante ellos.
En esa escena
estamos incluidos los espectadores nosotros en
medio de ese juego cruzado de miradas. Luego
nos damos cuenta de que en la oscura pared del
fondo un pequeño espejo desmiente esta
primera impresión reflejando los rostros
de los reyes. Parece que son los reyes quienes
efectivamente posan para el artista y deben de
encontrarse situados en el mismo sitio -o detrás-
en el que nos hallamos situados nosotros, en
cualquier caso frente a la puerta del fondo donde
se sitúa el punto de fuga. Eso explicaría
las atentas miradas de la infanta, del pintor
y de la enana, que nos comprometen en la acción
del cuadro
Nuestros sentidos
son burlados por Velázquez al involucrarnos
en la escena de varias formas: las figuras reflejadas
en el espejo, son representaciones de los reyes
que son lo suficientemente borrosas como para
que nos sintamos reflejados nosotros, además
Velázquez nos mira con la paleta y el
pincel como si nos estuviese pintando, todo ello,
junto con el potente chorro de luz, el suelo
que se nos viene encima y el lienzo cortado terminan
por confundirnos y provocarnos la ilusión
de nuestra presencia entre los personajes pintados.
Los reyes se
encuentran el “espejo de Príncipes”.
Este objeto les da cualidades de un príncipe
ideal o modelo ideal. Esta tesis se confronta
con diferentes cuadros en donde se puede apreciar
el uso del espejo en donde los reyes se representan.
A este objeto se le denomina espejo de príncipes.
Al mismo tiempo el espejo puede representar
el sinónimo de la prudencia18.
El espejo es
la burla espacial por antonomasia, nos engaña
y confunde, crea espacios ilusorios. Cuando nosotros
contemplamos el cuadro directamente, nuestra
vista es dirigida hacia el fondo y el espejo
nos devuelve la imagen. Así se crea una
interrelación tan estrecha entre lo pintado
y lo real que resulta difícil distinguirlos19.
Si hay un elemento
que varía sustancialmente nuestra percepción
de las cosas es, sin duda, el signo del espejo.
Al reflejar todo lo que se pone delante de él,
modifica la sensación espacial, nos parece
que el espacio donde nos encontramos es el doble
de grande de lo que en realidad es. Además,
da la sensación de haber espacio detrás
de él cuando ya sabemos que no es así.
Entra así en contradicción nuestro
sentido de la vista (engañado por el espejo)
y nuestro sentido espacial. Cuando nos miramos
al espejo no vemos en realidad nuestro verdadero
aspecto sino un reflejo
Lacan dice que
los reyes reflejados en el espejo, tienen que
ver con la "función del espejo plano"
en tanto está "en representación",
es decir, representan las figuras mayores de
un cierto orden monárquico, pero allí
desde donde están (reflejados en el espejo
del fondo), no ven nada, lo cual no quita que
se les suponga que ven todo. La genialidad del
pintor consiste en lograr que esa mirada, supuesta
en cierta presencia, se ubique fuera de los límites
del cuadro20.
Hay dos signos
que representa el realísimo en las miradas
del Otro; una representada por los reyes que
están fuera de la escena pero que también
simbolizan al Orden establecido, y la escena
en movimiento que se detiene desde la mirada
del narciso que gusta de verse al espejo. Sin
embargo existe otra mirada que es la Otro excluido
que no está en el espejo que está
fuera de la escena y ésta es la mirada
detrás del cuadro. Tema que veremos cuando
hablemos del signo como presencia del realismo.
(Ver imagen 2).
El espectador,
frente a él, suele sentir vértigo
¿Por qué el cuerpo se vería
tomado de ese modo ante una pintura? Pareciera
que es un cuadro que conmueve fugazmente la estabilidad
que proviene de la visión, es decir, del
espejo. La visión, se ordena según
la función de las imágenes, donde
se trata de la correspondencia punto por punto
de dos unidades en el espacio. El ojo mismo es
el signo: un espejo. En cambio la mirada en tanto
objeto, es puntiforme, evanescente, lo contrario
de la estabilidad que proviene del espejo. La
mirada no tiene que ver con el órgano
de la vista, sino que ella es imaginada en el
campo del Otro21.
El espacio del
espejo, es el espacio dado por la percepción,
visual y táctil. La percepción
en sí desconoce el concepto de lo infinito,
porque se encuentra unida a determinados límites
de la facultad perceptiva, y a la vez a un campo
limitado y definido del espacio. En cambio, el
espacio desde la perspectiva del Otro en condiciones
de exclusión, es una abstracción
de la realidad que se hace realísimo en
su conexión con el infinito que es la
mirada y presencia-ausencia del Otro. Se construye
de acuerdo a las leyes de la geometría
proyectiva, con un punto que reenvía al
infinito. Lugar donde Lacan ubicará al
signo del objeto, que no aparece representado,
pero que sostiene todo el espacio construido22.
Además,
si los reyes ocupan nuestro lugar y Velázquez
observa a sus modelos para llevarlos a la tela
que tiene delante. En este contexto la preguntas
serían: ¿Dónde está
el tema? ¿O es mera ilusión? ¿O
acaso los reyes también acaban de entrar
en la estancia para posar o simplemente observar
el trabajo del pintor como parece sugerir la
mirada de Isabel de Velasco? Porque Marcela de
Ulloa, distraída en su chismorreo, Nicolás
Pertusato, que juega con el perro o parece entrar
a la habitación y detener su paso poniéndolo
un pie al perro, y María Agustina Sarmiento,
que atiende a la infanta, aún no han advertido
la llegada de los reyes. Y la mirada de la infanta
parece saltar del rey a la reina.
Reiteramos que
indiscutiblemente la unidad de enfoque es uno
de los grandes aciertos del cuadro que nos sirve
para mostrar el modelo de la Semiótica
Crítica. Uno de los espectadores -¿el
rey?- situado frente al mayordomo mira a la infanta,
que está en el centro de su foco visual
y aún le dirige el rostro, aunque ya ha
vuelto la mirada hacia otra persona situada a
la izquierda -¿la reina?-, como Isabel
de Velasco que, aunque mantiene el rostro vuelto
hacia la infanta, mira ya a los recién
llegados, pero instantáneamente su mirada
alcanza también a las meninas e incluso
al pintor.
El signo del
realísimo.
Técnicamente
el cuadro es casi insuperable. El conjunto de
perspectivas utilizadas es único y produce
un efecto “atmosférico” en
el ambiente representado, como si el pintor hubiese
pintado el aire entre las figuras. Junto con
el espejo, la primera perspectiva que observamos
es la lineal, diversas líneas imaginarias
o no (línea del techo-pared; cuadros colgados,
el suelo) guían nuestra vista hacia el
fondo y nos hacen creer en una fuente visual
tridimensionalidad. Este asombroso efecto se
refuerza con el signo del suelo, que avanza hacia
nuestra posición y, sobre todo, con unos
espacios alternativamente iluminados y en penumbra
que subrayan el efecto de alejamiento.
La otra perspectiva
es la aérea, en este caso se trata de
la difuminación progresiva de los contornos
y la degradación de las gamas tonales
con el aumento de la distancia y el alejamiento.
Como remate, Velázquez pone un agujero
iluminado en el centro, éste es el signo
de la puerta abierta que da a una estancia donde
no vemos el fin, es decir, la estructura sígnica
del cuadro tiene una perspectiva ilimitada, tanto
en su espacio interior como en su espacio exterior.
La composición
es engañosamente manejada como si fuera
un modelo clásico. En el centro de la
parte inferior del cuadro, por debajo y a la
izquierda del punto de fuga de la perspectiva
geométrica, en el vértice inferior
de una 'V' que forman el pintor y María
Agustina de Sarmiento por un lado e Isabel de
Velasco, la dueña y el guardadamas por
otro, aparece el retrato de la infanta y a su
lado, a la izquierda, el de los reyes. Pero mientras
la niña luce luminosamente toda su belleza
en el centro del foco visual, los reyes se pierden,
muy pequeños, en la remota lejanía
del espejo.
El contraste
entre lo próximo y lo extrañamente
remoto, el Otro Distinto nos instala ya en la
duda. El efecto lo acentúa el mayordomo
detenido junto al centro de fuga del cuadro y
desde esa perspectiva parece a observar la escena
en su conjunto. Se trata de la reflexión
sobre un espacio abierto.
El resto de
los personajes hacen coro a estas figuras centrales
y participan de su propia biografía. La
mitad superior se llena con el techo, un cielo
raso con dos ganchos para lámparas y las
manchas de luz que entran por las ventanas de
la pared en escorzo a la derecha; la parte alta
de la pared del fondo con dos cuadros, como lo
habíamos anotado, que apenas se ven y
el ángulo superior del lienzo que pinta
Velázquez enlazando los espacios; es decir,
signo de espacio solo, signo de espacio vacío,
signo de espacio espeso de penumbra. El juego
espacial, sin duda, es importante. La escena
está tomada desde un ángulo de
la estancia que se cierra a la derecha con una
pared.
El espejo, la
puerta en el centro, las ventanas y puertas laterales
nos insinúan nuevos espacios desconocidos
y a su vez abren la habitación hacia otros
espacios. Esto quiere decir que el espacio no
es cerrado.
La mirada del
pintor aparentemente dirigida hacia el espectador,
más la presencia del cuadro dado vuelta
en el cuadro, así como el espacio en el
que nos introduce la perspectiva, logran extendernos
hasta la dimensión de lo que se llama
la ventana. De este modo, la ventana es un signo.
A través de esta estructura, se amplía
el horizonte limitado de lo especular.
Ventana hacía lo real, en la mirada de
aquel que no se puso por casualidad: este es
el punto de captura de este cuadro.
El perro, como
un signo en el cuadro, se adelanta osadamente
al tema central; y con esto el pintor introduce
el concepto de que no existe un centro-temático,
más bien muchos centros aparentemente
insignificantes. Muestra también la acción
en la pasividad, el perro puede ser pisado y
a pesar de su naturaleza, “acepta”
pacientemente esta función contextual.
Esta situación nos conduce al siguiente
cuestionamiento: ¿Es esta la situación
del mundo de la vida del pintor? ¿Cómo
mostrar esta situación de opresión?
Existen cuatro
signos que marcan el centro topográfico
del cuadro. La infanta, establece la línea
media del lienzo; así como el hombre de
la escalera asoma desde el punto central de la
perspectiva, el espejo define la línea
central de la habitación. Este efecto
rompe con la postura tradicional de la pintura
y descentra el cuadro: no hay un centro temático
privilegiado, por el contrario existen muchos
centros. Así tenemos cuatro centros bellamente
triangulados, el espejo como objeto fisco y centro
de la habitación, la Infanta margarita
geométrica como centro temático
y se concebimos la estructura sígnica
como un autorretrato serían dos centros
más: Velázquez como autor de la
obra y el mayordomo como nueva biografía23.
Siguiendo la
lectura de los signos del realísimo, la
estructura interna del cuadro es múltiple,
sin bien es cierto tiene unidad y coherencia
de conjunto, cómo ya citamos el haz de
miradas que confluyen en el asombrado espectador,
nos convierte en tema y parte integrante del
mismo, es la luz y la atmósfera que transfigura
por completo a los personajes y permite la unidad
del enfoque.
El signo como
habitación es otro punto referencial,
está toda en penumbra y la luz entra tangencialmente
en ella por tres puntos distintos: por los ventanales,
puerta lateral y por la puerta del fondo. La
luz que entra por la puerta de la derecha ilumina
directamente a la infanta, a María Barbola,
que en su condición de “objeto”
de la corte, es puesta por Velázquez en
el Centro de la estructura sígnica y,
parcialmente, a la otra menina, que se destacan
vigorosamente sobre la penumbra de la galería;
pero deja a contraluz las figuras de los enanos,
el perro y el rostro de Isabel de Velasco24.
El autorretrato
de Velázquez emerge discretamente detrás
de su enigmático cuadro, pero los demás
personajes se desvanecen envueltos en la penumbra
de una atmósfera casi tangible que los
incluye en diferentes formas de lo realísismo,
porque contribuyen a acentuar la sensación
de espacio vivo que ellos crean con su presencia.
Y al fondo otros
dos golpes de luz: la puerta abierta, con el
contraluz del mayordomo de palacio o quizá
otro autorretrato de Velásquez que se
pinta en dos diferentes dimensiones de la realidad,
que, al abrirse hacia otro espacio, nos delimita
el cuadro y lanza una rayo de luz hacia la izquierda
que hace más viva la sombra y el espejo,
que nos devuelve las efigies de los reyes y complementa
el mismo espacio que la puerta determina. En
la sombra o en el contraluz los detalles se pierden
y los contornos se esfuman.
La efigie del
mayordomo, en el punto de fuga de la perspectiva
geométrica, desempeña, un papel
fundamental, porque con su mirada detenida articula
toda la escena. Nunca quizá una figura
secundaria y lejana ha sido tan importante; porque
él, desde fuera de la escena, contempla
a los que observan y a los que son observados,
al retratista, a los retratados y el retrato
y, así, integra y da unidad a todo el
conjunto.
Como esa mano
levantada y su posible entrada intempestiva a
la habitación de Nicolasito Pertusato,
el artista logra por medio de vigorosas pinceladas
captar el sentido del movimiento. Es decir que
uno de los elementos importantes a referir es
que un grupo de gente que está haciendo
algo que es interrumpido por “algo”
o “alguien” que está fuera
de los límites de la pintura y que se
introduce en la habitación25.
Las formas de
la habitación incrementan la impresión
de relieve. La estructura del espacio y los cuadros
colgados ayudan, con simplicidad, a provocar
la impresión de tres dimensiones, haciendo
converger las líneas en el fondo.
Los signos de
las actitudes corporales tienen mucho relieve;
ahora observaremos como el pintor moja el pincel
y se echa un poco hacia atrás, mirando
el cuadro en el que trabaja, resaltando en el
cinturón su gesto y mostrando la curvatura
del vientre; el varón en ultimo fondo
está transitando por las escaleras; también
se mueven las damas de la Infanta que se gira
hacia nuestra izquierda aun cuando mira a la
derecha. Las damas de corte hacen una reverencia,
la infanta muestra su indiferencia, Mari Barbola
muestra otro tipo de indeferencia, aquella en
la que asume su papel y Nicolás juega
a la dominación.
Si desplegamos
la totalidad del cuadro desde un modelo de acción,
parece como si la infanta hubiese entrado para
ver cómo pintaba Velázquez. Había
pedido agua, que ahora le ofrece la menina de
la izquierda; en este momento entran en la habitación
el rey y la reina, reflejándose en el
espejo del fondo. Todo el grupo empieza a reaccionar
ante la presencia real. Isabel de Velasco empieza
una reverencia; Velázquez deja de pintar;
Mari Bárbola también se ha dado
cuenta, aunque todavía no ha reaccionado
o su reacción es de permanente indiferencia
frente a su papel en la corte. La infanta, que
miraba a Nicolás entrando en la habitación
y jugando con el perro, mira súbitamente
a la izquierda, en dirección a sus padres,
aunque su cabeza permanece en dirección
a Nicolás, produciendo un extraño
efecto dislocador entre la posición de
la cabeza y la dirección de su mirada;
Isabel de Velasco no se ha percatado todavía
de la presencia real; Marcela Ulloa, entretenida
con la conversación con el guardadamas,
tampoco; éste último, sin embargo,
parece que acaba de darse cuenta.
El cuadro significa
la quiebra de lo que un momento antes debió
haber sido una perfecta calma y representa no
solamente una biografía epocal, también
expresa el sentido profundo de lo personal26.
Observando los
signos de los gestos, actitudes y miradas de
los personajes, nos damos cuenta que en conjunto
domina la sensación de movimiento paralizado
y la diversificación del concepto de centro;
además, tres de ellos dirigen la mirada
hacia fuera del cuadro. Combinando ambas observaciones
y siguiendo la explicación, parece que
“Las meninas” describen la acción
de un grupo que está haciendo alguna cosa
que es interrumpida por otro acontecimiento que
sucede fuera de los límites de la pintura.
Es decir que frente a lo real está el
realísimo del Otro distinto
El autorretrato
¿Se trata las meninas de un autorretrato
de subjetividad creativa?
A menos que
sea prescrito, el auto-retrato nos evoca un grado
cualquiera de atractivo por nuestra propia imagen:
seducción de lo que es uno mismo, de lo
que se ha sido, de lo que se quisiera ser o del
encuentro con el Otro. Se ve no sólo como
una obra pictórica o esculpida, sino también
en la representación que hacemos de nosotros
cuando tenemos un encuentro con nuestra vida
cotidiana o una intervención pública,
como un proceso de construcción de nuestra
propia vida en todas sus contradicciones.
Como citamos
en párrafos anteriores la estructura sígnica
en las “Meninas” representa tres
autorretratos. El primero incluyendo a Velázquez
al interior de la escena y en segundo como creador
de la obra y el tercero reprensado por el mayordomo
en otra dimensión de su vida quizá
en su parte final. Tres momentos epocales simbolizados
en un instante.
El auto-retrato,
cual sea su modalidad, es en la mayoría
de los casos poco homogéneo: está
construido necesariamente a partir de la relación
con el Oro y un auto-conocimiento que varía,
no sólo en función del canal sensorial
considerado, sino también según
la parte de sí considerada. La fascinación
por el espejo como el auto-retrato deformante
podría sólo ser el síntoma
de una pérdida o de una búsqueda
de identidad, de una dificultad en percibirse
tal como se es en el reflejo de lo real.
La pregunta
que nos acompaña a lo largo de toda nuestra
existencia: ¿quién soy yo? ¿El
que se encuentra consigo mismo en la soledad
de la propia intimidad?; ¿o el que se
fragmenta y dispersa en la pluralidad? ¿Un
yo sustantivo que aspira a permanecer eterno;
o una pluralidad de fragmentos esparcidos por
todos los rincones del espacio público?
En este caso
sostenemos la hipótesis que Velázquez
pone un foco de atención en el doble autorretrato:
una es la situación de él como
pintor, la otra es el verse personificado en
José Nieto, aposentador del rey que está
en la parte posterior del cuadro.
Pero también se devela un espacio particular
creado por la perspectiva. Lacan nos aclara,
que la perspectiva no es la óptica. El
punto de fuga de este cuadro está situado
en el codo de José de Nieto, también
llamado Velázquez, especie de doble del
pintor, quien siendo el mayordomo de la reina,
fue quien lo hizo entrar al palacio como pintor
de la corte. Figura enmarcada por una puerta,
corre una cortina por la que entra luz. Lacan
comenta que no es por casualidad que el pintor
ubique el punto de fuga en un personaje que se
va y se llama como el pintor.
El personaje
situado en la escalera está traspasando
un mundo hacia otro distinto. Es un tránsito
ambiguo, contradictorio y metafórico.
Es otra manera diferente de asumir la vida en
el autorretrato.
La presencia
del realísimo: El Otro excluido en una
conclusión abierta
A partir
del marco “artificial” desde donde
está recortada la escena, que hemos venido
analizando, podemos contemplar la presencia de
un espectador que estaría ubicado más
atrás de los reyes, quizás fuera
de la habitación por razones de exclusión
que mira el todo desde una puerta que estaría
alineada por aquella por donde ¿sale o
entra? (Ver imagen 2).
Ese es el realísimo
del Otro excluido, cuya visión lo que
estamos viendo como una narración oral
que en un momento posterior fue registrada por
el pintor.
El Otro en su
carácter de realísimo, estaría
"de pié y fuera del salón”,
a poca distancia de la puerta de entrada y, sin
poder ser incluido dentro del contexto de un
espacio que no tiene lugar para el Otro por su
condición de excusión en la corte
y orden establecido lo mantiene al margen.
La presencia
del marco desde donde está recortado el
cuadro irá adquiriendo sentido en el desarrollo
de nuestro discurso, dada la importancia que
asignamos a la mirada de cada uno de los actores
participantes en la obra juegan un papel central
como estructura sígnica la narración
de Otro excluido que observa la escena desde
fuera de la habitación. (Ver imagen 2)
Este desde donde
del realísimo sígnico nos obliga
a ejercer el sentido crítico de la Semiótica,
utilizar su acceso privilegiado para ser parte
de la representación, un acceso que exige
los distanciamientos y zambullirse en su espacio
sígnico al cual en un inicio, sólo
se lo quería ver como una representación
de la cotidianeidad. La narración del
Otro excluido, no acepta las reglas del juego
de manera absoluta, y nos exige tomar, desde
su mirada un centro invisible.
Negados de ver
lo que el pintor hace, en el Otro, se nos oculta
lo que en realidad sucede en este juego de la
visión que, como vemos, irónicamente
no nos deja ver y nos abre a la profundidad de
realísimo.
Prohibidos de
entrar en el espacio de la estructura -a no ser
que se sea aceptando una visión lineal
y absoluta, el espectador nunca sabrá
ni en dónde se encuentra, pues estando
allí, nunca podrá imaginar verse
pintado en la tela de la cual sólo se
le muestra el anverso desde el lugar privilegiado
del Otro excluido que narra la escena para ser
pintada.
IMAGEN
1
IMAGEN
2
Notas:
1
Como apoyo visual insertamos dos imágenes
de las Meninas de Velázquez. La primera
en su versión original que llamamos Imagen
1 y la segunda es una construcción que
denominaremos Imagen 2.
2 Peirce, Charles
Sanders; Collected Papers p 78.
3 Foucault,
Michel; Las palabras y las cosas, p 15.
4 Searle, John;
Las meninas y las paradojas de la representación.
En Marias Fernado; Otras Meninas p107.
5 Ibid 109.
6 Tirado, Tur
Juan Ramón; Velázquez p16.
7 Ortega y
Gasset; Papeles sobre Velásquez y Goya
p 21.
8 Tirado, Tur
Juan Ramón, op cit, p 25.
9 Ibid p 46.
10 Ibid 57
11 Ortega
y Gasset, ibid p 43.
12 Alpers,
Svertlana, Interpretación sin representación:
Mirando las Meninas. En Marías Fernando,
Otras Meninas, p 157.
13 Triado,
Tur Juan Ramón, Ibid p 82.
14 Alpers,
Sveltana. En ibid p 157
15 Brow Jonathan,
Sobre el significado de la Meninas. En ibid p
70.
16 Idem.
17 Idem.
18 Emmens
J.A. En ibid p 46.
19
Lacan Jacques; Escritos 1, p 87.
20 Ibid
p 90.
21 Ibid p
92.
22 Ibid p
93.
23 Steimberg
Leo, ibid p 9.
24 Una lectura
compleja de la obra nos muestra que por focos
de luz dos son los centros temáticos:
Mari Garbola en su condición de exclusión
y el mayordomo que representa en una hipótesis
Otra biografía.
25 Browm
Jonathan, ibid p70.
26 Steimber
Leo, Ibid p 96.
Referencias:
Foucault, Michel; Las
palabras y las cosas. Siglo XXI, México
1968.
Lacan,
Jacques; Escritos 1. Siglo XXI, México
2005, 24ª.
Marías Fernando; Otras Meninas,
Ediciones Siruela. Madrid 1995.
Ortega y Gasset, José; Papeles sobre
Velázquez y Goya, Alianza, Madrid
1987.
Peirce, Charles S.; Collected Papers,
University Press. Massachussets 1958.
Tirado Tur, Juan R.; Velázquez.
Susaeta ediciones, Madrid 1990.
Dr.
Víctor Manuel Mendoza Martínez
Centro Cultural Universitario
Justo Sierra, México, DF, México.. |