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Abril - Mayo
2007

 

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El Súper Quijote del super y sus Dulces Dulcineas.
(Donde se relata el ingenio y la ventura de un Gran Caballero y se habla de su noble y metálico Rocinante Rodante…)

 

Por Hildegard Albrecht
Número 56

A sus ochenta y tantos años de existir por fin llegó la abundancia a su vida:
Abundancia de achaques,
Abundancia de frustraciones,
Abundancia de recuerdos,
Abundancia de fantasías.

También a sus ochenta y tantos años de existencia y con varios lustros de vivir prácticamente solo, la verdad es que ya era un viejito un tanto mañoso.

Los achaques lo limitaban. Lo obligaban a actuar solamente desde su silla de ruedas. Pero desde allí, y por los pasillos del super, se las arreglaba para ejercer sus fantasías... y así cumplir diariamente con su perpetua, imprescindible y cada vez más difícil tarea de sentirse aún vivo.

En los pasillos del super acostumbraba abordar con entusiasmo pero siempre caballerosamente y con extrema cortesía a cualquier mujer que, sola y distraída, viniera hacia él.

Con gran sonrisa y familiaridad pero siempre gentil y respetuoso le profería un piropo fino y halagador, y la saludaba efusivamente. Recordaba y en seguida mandaba saludos al esposo—su “gran amigo” fulano de… Y aquí fingía amnesia súbita.

Con aparente mortificación decía que dada su edad ya no recordaba fácilmente ni siquiera el nombre de su mejor amigo.
La sorprendida señora, ante su aparente aunque fingida confusión, y sobre todo ante su gran amabilidad, acababa dando nombre y señas de su marido al desconocido pero “íntimo” amigo de aquel.

Si la mujer elegida resultaba soltera, ella con tierna suavidad le indicaba al caballero que estaba en un error… que seguro la confundía con otra.

En los dos casos (mujer casada o mujer soltera) el afable caballero le toma una mano entre las suyas y… ¡para nada la suelta! Con alegría o con mil disculpas -según el caso- la cubre con inesperado, ligeramente ensalivado, pero siempre caballeroso ¡beso!

Así es como este buen hombre a diario, en el super se provee de todo lo necesario para alimentar su algo triste figura. De paso, montado en su noble corcel, pero imposibilitado para bajar de su Rocinante Rodante, alimenta además a su hambre espiritual con una buena dosis del vital y siempre reparador “contacto humano”.

Concluido el suave beso suelta con obvio pesar la mano. Hábilmente se echa en reversa para no estorbar y, con elegante gesto, brinda libre paso a la hermosa dama, ahora tan complacida como turbada.

En un santiamén se retira… Cambia de rumbo y se aleja. Rápidamente deja atrás los lácteos, pasa por los detergentes y, cuando va llegando a las legumbres, JURO que a distancia pero con toda claridad escucho el rítmico resonar de los cuatro cascos y el sorpresivo estallido de dos estridentes relinches de un fantástico corcel que avanza brioso por los pasillos de este antes ordinario supermercado.


Hildegard Albrecht de Sotomayor
Maestra y escritora, México.