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Por Marisa Avogadro
Número
56
A
lo lejos, estaba la cabaña en el bosque
de pinos y fresnos. Luis contaba uno a uno los
confites: amarillos, naranjas, verdes, azules,
rojos y violetas.
Amarillo de
sol brillante como sus sueños. Naranja
de dulce que tanto le gusta. Verdes de esperanza.
Azul como el cielo profundo. Rojos de cerezas
y violetas como las flores del jardín
de la riqueza. Estaban todos juntos, para ser
puestos dentro de los conejos de chocolate que
había cocinado la Abuela. Siempre se seguía
la receta mágica, que se pasaba de madre
a hijas en la aldea.
Preparados ya
los conejos marrones y blancos suaves, plenos
de aroma a chocolate caliente, puestos en la
mesa. Llegó la hora señalada, la
medianoche y la Abuela comenzó a llenarlos,
con los confites de sorpresa.
Uno a uno, ayudaba
Luis a colocarlos en el Interior del conejo,
que luego la Abuela cerraría con más
chocolate caliente. Era una ceremonia de alegrías,
esperanzas, ternura y paciencia.
Terminada la
tarea, la cocinera y su ayudante, cerraron sus
ojos como pidiendo un deseo de chocolate y fresas.
Esa misma noche,
el Hada de la Nobleza, repartió los conejos
de chocolate en la aldea. Y cuando Luis recibió
el suyo, supo que se haría realidad su
deseo: jugar todos los días en el jardín
colorido con su amiga Rosa, la flor de sus sueños.
¡Dedicado a mi Madre!
Mtra.
Marisa Avogadro
Docente y escritora argentina, Argentina. |