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Por Miguel Lara
Número
57
La
definición mínima de democracia
de Robert Dahl (2004) nos indica que “ésta
no sólo requiere de elecciones libres,
justas y competitivas, sino que necesita de libertades
para poder funcionar”. Por estas libertades
entiendo, entre otras, a la libertad de expresión.
La democracia no sólo es el gobierno de
la mayoría moderada (Sartori) sino que
requiere de libertades políticas para
que haya debate y una toma de decisiones independiente.
Para que una democracia funcione, la libertad
de expresión es irrenunciable. Por esto
es preocupante que en México tengamos
leyes que atenten contra su existencia. Con esto
me refiero a las reformas aprobadas en abril
de 2006 a la Ley de Radio y Televisión
y a la Ley Federal de Telecomunicaciones. Estas
Leyes, a pesar de tener puntos positivos desde
el punto de vista tecnológico y de transparencia,
tienen puntos que hacen peligrar el debate y
la formación de opiniones autónomas
en nuestro país, puntos que hacen peligrar
la libertad de expresión, y con ello a
la democracia. La misma ley reformada pronto
adquirió el nombre de Ley Televisa, denunciando
así que la misma tenía como objetivo
acentuar el poder del principal (y de todas formas
ya poderosísimo) grupo de televisión
del país.
La Ley
Entre los
puntos buenos de esta Ley tenemos que permite
la modernización y el acceso a nuevas
tecnologías, además de reducir
las posibilidades de corrupción. Con esta
Ley los actuales concesionarios tendrán
más facilidades para utilizar los nuevos
servicios digitales; las frecuencias que sobren,
a partir de la digitalización, serán
usadas para nuevos espacios de telecomunicación;
y el Estado ya no otorgará concesiones
a discreción como antes -donde normalmente
se estimulaban el clientelismo y la corrupción-,
sino que éstas se ganarán (en algunos
casos) a través de licitaciones públicas.
Por el lado
negativo, tenemos que esta nueva Ley afecta la
libertad de expresión y la democracia
-Entendida como forma de gobierno que no puede
prescindir de la libertad de expresión-
al concentrar el poder informativo en unos cuantos
medios de comunicación y así favoreciendo
a los monopolios. La Ley tiene cinco mecanismos
que evidencian esto: En primer lugar favorece
a los concesionarios existentes y no a los nuevos
al dar a los actuales una tercera parte del nuevo
espacio digitalizado; 2. Los concesionarios que
ya tienen un negocio y quieran un canal de televisión
o estación de radio adicional podrán
tenerlo con tan sólo pedirlo, sin entrar
a una licitación y sin la aprobación
del órgano antimonopolios; 3. Quienes
no tienen actualmente una concesión y
busquen tenerla, deberán de acudir a subasta
pública donde gana el que más ofrezca
(lógicamente los grandes negocios ya establecidos)
y; 4. No contempla a los llamados medios públicos
como Radio Educación, Canal 11 o Canal
22, quienes podrían perder sus espacios1
y 5. se establecen fuertes barreras financieras
y técnicas para las radios comunitarias
e indígenas, que por mandato constitucional
(articulo segundo) pueden prestar el servicio
de radiodifusión. Además se refuerzan
los privilegios de los ya privilegiados, se atenta
contra la rectoría del Estado y su capacidad
de regulación, se vulnera el derecho humano
a la información (ya contemplado como
derecho constitucional) y finalmente se da un
derecho de veto a los poderes fácticos
sobre las básicas libertades de expresión.
Los
medios como recursos del poder
Mientras menos
concentrado se encuentre el control de los recursos
de poder en una sociedad, más posibilidades
de participación democrática habrá
(Sánchez Ruíz, 2004).
La democracia,
la dictadura y la oligarquía son formas
sociales de ejercer el poder, que se distinguen
por el grado de concentración del poder
en uno, en varios o en toda la sociedad; por
otro lado los medios de comunicación son
recursos de este poder, siendo así, una
concentración excesiva en este recurso
es un obstáculo al ejercicio democrático.
Por otro lado, el poder en su forma clásica
se define como la posibilidad que tiene un agente
en influir sobre otro, sin embargo, en la democracia
esto tiene que pasar forzosamente por un equilibrio,
si, por ejemplo el agente A (Televisa) tiene
un poder desmedido sobre el agente B (sociedad,
partidos políticos, candidatos) podríamos
estar hablando de una relación vertical,
jerárquica y dictatorial, en cambio si
la relación de A y B se da a través
de una igualdad de condiciones y del diálogo
estamos ya frente a una democracia. La Ley Televisa
favorece claramente lo primero.
Vemos así
que efectivamente la Ley impulsa la monopolización
en radio y televisión. De acuerdo con
la teoría económica un mercado
monopólico es aquel donde existe un solo
vendedor que domina por completo la oferta (en
nuestro caso de contenidos informativos), donde
existen fuertes barreras de entrada para terceros
(eliminando la competencia) y donde el monopolista
puede fijar sus precios arbitrariamente (en nuestro
caso, fijando la programación de acuerdo
a su voluntad). El caso del oligopolio -como
lo vivimos actualmente a través de Televisa
y TV Azteca, que es prácticamente un duopolio,
ya que concentran un 90% del mercado- es muy
similar al del monopolio ya que también
impide la competencia, sacrifica la eficiencia
y reduce la calidad y aumenta el precio.
Es así
que, por definición, un monopolio o un
oligopolio van contra la libertad, sea ésta
de intercambio de bienes o de ideas. La democracia
es el gobierno de la opinión, opinión
que tiene como origen el debate entre los individuos.
La opinión debe surgir de la sociedad
civil y de la libertad y no de la imposición,
debe surgir del debate y no de las órdenes,
es horizontal y no vertical. En la democracia,
también horizontal, la participación
surge de la ciudadanía y no de un ente
ajeno a ésta. La televisión es
una opinión publicada, más no una
opinión pública, es un ente exógeno
que impone sus voluntades. La televisión
no presenta un riesgo cuando existe competencia
y recibimos múltiples informaciones de
fuentes diversas, pero cuando éstas fuentes
son una o dos, somos vulnerables a una opinión
dirigida e impuesta desde arriba y perdemos la
capacidad de formar una opinión autónoma,
opinión que se forma mediante la deliberación,
mediante la oposición entre varias opiniones.
Con la Ley de
Radio y Televisión las dos televisoras
más importantes del país no sólo
monopolizarán la propiedad de los medios,
sino que monopolizarán la voz de la información,
estas televisoras podrán imponernos sus
contenidos. El haber escuchado la misma canción
todo el día en ciertas estaciones de radio
(hecho como protesta) el día que se votó
dicha Ley, vislumbra un futuro cercano donde
la opinión publicada será aceptada
como verdad y será puesta sobre la opinión
pública, así, no habrá mas
que dos opciones para el público que desea
formarse una opinión. Posiblemente esta
situación no sea tan mala, siempre y cuando
las grandes televisoras se apeguen a la regla
de la objetividad y al ‘informar por informar’.
Sin embargo existe el gran riesgo de que las
televisoras no se mantengan ajenas a intereses
políticos o económicos, pudiendo
favorecer la compra de ciertos productos o de
ciertos candidatos. Sabemos de sobra el impacto
de los medios en la población y en los
electores, favorecer a un candidato y descalificar
a otro podría alterar sensiblemente el
resultado de una elección. Un ejemplo
reciente sobre la falta de objetividad e imparcialidad
y la defensa de intereses particulares en los
medios se encuentra en los ataques a los comercializadores
de medicamentos, en particular a Casa Saba, quien
fue victima de esto debido a la intención
de su presidente, Isaac Saba, de unirse a Univisión
y constituir una tercera cadena televisiva en
el país. Ver constantemente películas
de Pedro Infante o la telenovela de Rebelde es
solo la punta del iceberg.
Un respiro
Desafortunadamente
estas malas leyes de Radio y Televisión
y Telecomunicaciones fueron aprobadas en abril
de 2006 por el Senado y por el Presidente de
la República, todo esto a pesar de las
recomendaciones de muchos senadores, el Secretario
de Comunicaciones en ese momento (Pedro Cerisola)
y distinguidos abogados constitucionalistas que
señalaban las claras violaciones de estas
nuevas leyes a la Carta Magna, principalmente
en lo que toca a la prohibición de monopolios,
las garantías de igualdad (por la cuestión
de las subastas), la rectoría del Estado
y la libertad de expresión.
Sin embargo
ahora gracias a la controversia constitucional
presentada ante la SCJN por un bloque opositor
de 47 Senadores de la Legislatura pasada y gracias
a las reformas paralelas a la misma Ley que se
podrían dar en el próximo período
de sesiones ordinario de la Cámara de
Diputados (impulsadas irónicamente por
Santiago Creel ex Secretario de Gobernación
y en su momento impulsor de la reforma), se abre
un espacio para que se escuche la voz de la libertad
de expresión y se avancen los intereses
de la sociedad civil y de la democracia.
Según
el proyecto de sentencia del ministro de la Suprema
Corte de Justicia, Sergio Salvador Aguirre Anguiano,
encargado de la presentación del caso
para su votación en el pleno de la SCJN,
la ley “propicia la concentración
de los servicios de telecomunicaciones, lo que
se contrapone a un régimen que asegure
una pluralidad de concesionarios que evite la
formación de grupos de poder en una actividad
que tiene influencia decisiva en la sociedad".
La votación
del Pleno de la Corte afortunadamente declaró
inconstitucionales los puntos negativos anteriormente
expuestos. Ahora ante esta nueva coyuntura favorable,
los legisladores deberían de seguir estas
cinco recomendaciones que propongo a fin de buscar
el interés general y darle su tan merecido
espacio a la libertad de expresión y a
la democracia:
1. Retener los
aspectos positivos a la reforma de la ley, es
decir el estimulo a la modernización y
acceso a nuevas tecnologías y el eliminar
la discrecionalidad para el otorgamiento de nuevas
concesiones.
2. Que los concesionarios
que actualmente tienen un negocio televisivo
y quieran un nuevo canal o frecuencia de radio
en nuevas plataformas tecnológicas tengan
que entrar a una licitación pública
y ser aprobados por la Comisión Federal
de Competencia (y no sólo pedirla y no
requerir aprobación de la CFC)
3. Que quienes
no tienen actualmente una concesión y
busquen tenerla, deban de entrar a una licitación
pública por concurso y no a una subasta
donde el que más recursos económicos
tiene es quien se queda la concesión.
4. Que los medios
públicos como Radio Educación,
Canal 11 o Canal 22 sean contemplados dentro
de esta Ley a fin de favorecer su digitalización,
modernización y ampliación.
5. Que el mercado
de la información, como cualquier otro
mercado, se sujete a firmes reglas de competencia
donde ninguna empresa o conjunto pequeño
de estas pueda tener un control casi absoluto
sobre las señales y sobre la población.
Hay pocas industrias
que funcionan de manera tan autoritaria como
los medios de comunicación: unos cuantos
tienen que asumir decisiones sobre los mensajes
que serán transmitidos a muchos otros.
La posibilidad de difusión reforzada
por las nuevas tecnologías, que ya están
en aptitud de superar prácticamente todo
tipo de fronteras, multiplica el poder de los
medios y de esa manera, también, la influencia
de sus operadores (Trejo Delarbre, 2001, p.
59).
De esta manera
y para salvar esta faceta de la democracia, es
urgente e imperativo que los legisladores asuman
su responsabilidad con el interés general
de la nación a través de una revisión
(y modificación) profunda de la ley.
Notas:
1
Estos puntos sobre la Ley de Radio y Televisión
se obtuvieron con información del Diario
Reforma.
Referencias:
DAHL,
Robert. On Democracy. Yale University
Press, 1998.
SÁNCHEZ RUIZ, Enrique. “Comunicación
y Democracia” en Cuadernos de Divulgación
de la Cultura Democrática, IFE, 2004.
TREJO DELARBRE, Raúl. Mediocracia
sin mediaciones. Prensa, televisión y
elecciones. Ediciones Cal y Arena, México,
2001, p. 59
Miguel
Angel Lara Otaola |